Revista Diálogos nº11

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PREGUNTAS ENTRE ACADÉMICOS |

desafíos culturales contemporáneos ¿Qué señales puede ofrecerle la Iglesia a los jóvenes que están experimentando el amor y lo proyectan hacia el futuro para animarlos a asumir con madurez el compromiso del matrimonio ante Dios y la Iglesia?1 Para responder a esta pregunta, debemos plantearnos una premisa esencial: en el corazón de cada ser humano palpita, como gran impulso vital, el deseo de felicidad y plenitud. En virtud de esa búsqueda, la persona toma las decisiones fundamentales de su existencia. Una de las más importantes es la de pertenecer a la Iglesia y, en ella, comprometerse para siempre ante Dios en un proyecto de amor mutuo y familia. La cultura imperante, teniendo elementos muy positivos, camina también por los senderos del individualismo y el hedonismo, de lo inmediato y lo desechable, con bajísima tolerancia a la frustración. Este estilo de vida, aunque atractivo en la superficie, no conduce a la plenitud anhelada y fácilmente genera desilusiones.

P. Eugenio

de la Fuente eugeniodelafuente@gmail.com Capellán y asesor de la Pastoral UC, Bachiller en Teología UC.

En este sentido, la pertenencia a la Iglesia, y su proyecto de matrimonio ante Dios, es una opción válida para los jóvenes siempre que vean allí un espacio que efectivamente responda a sus anhelos de felicidad y belleza, es decir, una respuesta

de ideales grandes con testimonios de vida inexorablemente atractivos. Por eso, si nos preguntamos por las señales que puede ofrecer la Iglesia para que los jóvenes quieran pertenecer a ella y contraigan matrimonio sacramental, creo que la señal más potente es que todos los que somos Iglesia —laicos y consagrados, jerarquía y fieles— nos volquemos a vivir con intensidad lo que Jesús llamó la “señal de Jonás” (Mt 12, 40). Con ella, se refiere a esos tres días de pasión, muerte y resurrección en que Dios, a través de su Hijo hecho hombre, manifiesta la gloriosa belleza del amor. Es aquella belleza del amor “hasta el extremo” (Jn 13, 1) con la que Cristo atrae a todos hacia sí mismo cuando es levantado en alto en la cruz (Jn 12, 32). No podemos seguir pensando que vivimos en una “sociedad de cristiandad”, donde la fe se da por hecho; ese tiempo ya pasó. Pienso que la gran señal es que la Iglesia atraiga por ser presencia maravillosa en el mundo del Dios-Amor hecho hombre, comprendiendo que existe para ser servidora de Cristo sirviendo al ser humano. Que atraiga por la intensidad con que ama y se entrega por los hombres y mujeres de nuestro tiempo; por ofrecer, con la inexorable fuerza del testimonio, el más maravilloso camino hacia la plenitud humana en la belleza del amor más grande; y por ser capaz de reconocer humildemente los errores que la alejan de su Maestro.

1. Pregunta elaborada por María Soledad Pinochet, coordinadora de docencia de la Facultad de Comunicaciones UC.

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