Arnal Ballester

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Je t'aime. B.ü.l.b. Éditions, (2006).

Suplemento Mercados de el diario El Mundo, (2008).

Ilustración inédita, (2004).

La mirada crítica de Arnal Ballester El Premio Nacional de Ilustración que figura en el currículum de algunos de nuestros mejores ilustradores se trata en realidad del Premio a las Mejores Ilustraciones de Libros Infantiles y Juveniles y les ha sido concedido por alguna de sus obras. No ha sido hasta el año 2008 que el Ministerio de Cultura ha otorgado por vez primera el Premio Nacional de Ilustración como reconocimiento a toda una trayectoria profesional. El primer galardonado ha sido nuestro entrevistado, Arnal Ballester. Un reconocimiento tan merecido como innecesario: Arnal es ya un referente admirado e indispensable, tanto a nivel nacional como internacional. Pero a nosotros esta circunstancia nos ha servido como excusa para retomar una conversación que, de algún modo, había quedado interrumpida en el número 52 de Visual, hace más de una década. Hemos comprobado que su destreza dialéctica sigue intacta. Texto: Carlos Díaz

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Para preparar este artículo, me ejercito haciendo algo de googling y tecleo el nombre de nuestro ilustrador. De inmediato aparece la dirección de su página web, seguida de un buen puñado de notas de prensa que recogen la noticia de la concesión del Premio Nacional de Ilustración al “historiador y artista catalán Arnal Ballester”, según reza una de ellas. En casi todas, no se deja de mencionar su condición de licenciado en historia y nunca se le escatima el preeminente calificativo de “artista”, como si, de algún modo, les supiera a poco definirlo, a secas, como ilustrador. No sorprende que los oficios relacionados con la comunicación visual sigan careciendo del prestigio que se concede a otras manifestaciones culturales, avaladas por una denomi-


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Vista cansada. Libro (Ediciones sin sentido, 2001) y exposición (Barcelona, Sevilla, París, Bogotá, Madrid y Andorra). 300 pequeños dibujos hechos en medio de una llamada telefónica o una conversación de café.

nación de origen que todo el mundo respeta y cree conocer. Es una trampa en la que los mismos profesionales de la ilustración caen cuando, pretendiendo dignificar el oficio, muestran sus trabajos bajo el formato de una exposición, emulando a los héroes del caballete. Fuera de contexto, su trabajo se enajena y vacía de contenido, reduciéndose a una desconectada sucesión de dibujos colgados en la pared. A Arnal, crítico con lo que este tipo de exposiciones traslucen, le gusta citar una frase de Rudolph Arnheim. “A menos que el arte sea arte aplicado, no es en absoluto verdadero arte”. Dicho de otro modo, quizá ya va siendo hora de que los profesionales de la gráfica

cancelemos el tedioso debate de si lo nuestro es o no una disciplina artística y dejemos que sean ellos, los artistas oficialmente reconocidos, los que discutan si lo suyo forma parte de una dilatada digresión en el discurso natural de la historia del arte o se trata sólo de un grandísimo negocio. La opinión de Arnal en este baile de términos es diáfana. “El diseño y la ilustración son arte. No sé cómo se puede poner en duda. ¿En función de qué el artista es libre? Falso. Si fuera así, habría que vaciar los museos. Y más cuando el arte se ha configurado como un mercado, con una función simbólica clarísima, muy ligada al poder”. Y esta vez sí, aflora el historiador. “Los museos están llenos de objetos de uso de otras épocas: de diseño gráfico, de

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crónica, de propaganda, que ya tenían la consideración de obras de arte en su época”. Arnal Ballester es poseedor de una de esas gratas manifestaciones de la inteligencia, que es el sentido del humor. Su discurso nunca está exento de una ironía que, con frecuencia, deviene pura causticidad. Detesta la banalidad –sobretodo por lo que respecta al ejercicio de la profesión– y no suele morderse la lengua más allá de lo imprescindible. Alguien que, en alguna ocasión, ha equiparado su profesión con la de maquillador de cadáveres –“los ilustradores trabajamos sobre un material absolutamente inerte al que tenemos que dar apariencia de vida”– es una joya para cualquier entrevistador.


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Chamario, libro de rimas para niños del poeta venezolano Eugenio Montejo. Eduardo Polo. Ediciones Ekaré, (2004).

“Con el tiempo me he ido moderando un poco, aunque la verdad, no sé si vale la pena”. Lejos de interesarme descubrir al Arnal moderado y políticamente correcto, saco a relucir algunos de esos nombres propios (abro un paréntesis para que el perspicaz lector lo rellene como crea oportuno) que pasan por ser la vanguardia de la profesión delante de un público poco informado. “A mí no me interesa el rollo happy, plagado de dibujantes que transmiten unos valores lamentables. En esto soy estricto: donde hay ilustración tiene que haber un referente. Nos inundan imágenes llamadas ilustraciones pero que no explican nada. Lo peor es que de esto se deriva una consecuencia perversa: se considera ilustración

todo aquello que es divertido, amable, de género…”. La mayor presencia de la ilustración en el escaparate de una cierta modernidad es equívoca, ya que se le da a la anécdota carácter de categoría, enmascarando una realidad profesional muchísimo más rica, interesante y compleja. “El otro día estuve ojeando en una librería un libro supuestamente dedicado a la ‘ilustración de vanguardia’. Se trataba de trabajos de un ramillete de trendies que sólo saben hacer caras y cuerpos de personajes muy cool de mirada melancólica. Sencillamente dibujos, muy influidos por la fotografía de moda. ¡Pero algún despistado va y le llama ilustración de vanguardia!”.

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Retomando el tema de arte e ilustración, le pregunto a Arnal qué opina de las ilustraciones realizadas por artistas consagrados. “Hay de todo, a unos les sale bien y a otros no. A mí lo que me fascina es que cuando Círculo de Lectores publica una gran obra ilustrada, se lo encarga a un pintor o cuando el Ayuntamiento de Barcelona encarga el cartel de las Fiestas de la Mercè, también se lo encarga a un artista, nunca a un ilustrador. Curioso, ¿no?”. Anoto una nota optimista recordando que el Premio Nacional, que por primera vez se otorga a un ilustrador por toda su carrera, es un paso adelante. Le pregunto a Arnal qué piensa al respecto.


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No tinc paraules (No tengo palabras). Ed. Media Vaca, (1998). Álbum ilustrado sobre una historia de Arnal Ballester que se desarrolla íntegramente sin texto.

“Ya era hora de que se equiparara ilustración a otras disciplinas. Con este premio, las instituciones culturales otorgan la mayoría de edad a la ilustración. Perfecto. Pero me parece que continúa siendo un premio cojo, en el sentido de que sus bases lo restringen al libro. Creo que a mí me lo han dado más como ilustrador de libros infantiles que por el resto de mi trabajo. En el momento que este premio se plantee valorar el trabajo de los ilustradores en su conjunto, independientemente del ámbito en que se desarrolle, se habrá normalizado completamente”. Como bien apunta Arnal, resulta muy anómalo que grandes ilustradores como Raúl, dedicados casi exclusivamente a la

prensa, queden marginados para optar a este reconocimiento. Al hilo de esta referencia a los ilustradores de prensa, le planteo a Arnal una duda: ¿Puede considerarse a los humoristas gráficos –léase Forges o Peridis, entre otros– como ilustradores especializados o conforman una disciplina aparte, con sus propios códigos, en los que la excelencia gráfica tiene un peso menor? “Creo que lo que separa a los ilustradores de los humoristas es el tipo de relación que cada uno tiene con el texto. A los humoristas gráficos los veo más como periodistas. Es de lo que se escapa, en este sentido, El Roto. Lo que él hace es algo que tiene mucho más que ver con la reflexión filosófica. Algo que también se daba en

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Chumy Chúmez o El Perich. El punto de partida puede ser la actualidad, pero la utilizan para hacer una incursión más profunda y atemporal sobre cosas, como el sistema, la condición humana o la manipulación del lenguaje. La diferencia está aquí, más que en la gráfica”. Arnal Ballester, con más de cuarenta libros ilustrados a sus espaldas, hace tiempo que se muestra escéptico frente al panorama de la edición en nuestro país. De hecho dejó de ilustrar libros en un determinado momento porque, dice, no le compensa ni moral ni económicamente. “Ya no espero gran cosa del mundo editorial. Ya lo he hecho todo… y me he peleado con todo el mundo. En la mayoría de las


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Exposición “Un món, un llibre” (Un mundo, un libro), montada en abril de 2007 por la Institució de les Lletres Catalanes.

ocasiones, por defender la dignidad profesional. Los niveles de calidad de la oferta, especialmente en los textos, son bajos. El libro singular casi no existe”. El panorama que dibuja Arnal para el conjunto de la profesión no es halagüeño, especialmente en el terreno de la edición. “El panorama es turbio. El mundo de la ilustración se sustenta sobre tres pilares: libros, prensa y publicidad. Estos tres sectores están en retroceso, tanto por lo que respecta a las condiciones de trabajo, como en ambición cultural. El mundo editorial ha entrado en una dinámica de auténtica metástasis, de libros sin sentido o con un sentido meramente económico, porque colocas libros en el mercado para recoger los ingresos de devolución iniciales y

antes de que tengas que devolver el dinero, colocas otro para que se mantenga el ciclo, lo que explica los increíbles setenta mil títulos que se publican en España. El resultado es de tierra quemada. Esto desconcierta al público y no ayuda a crear fondo editorial. Actualmente el ciclo de vida de un libro es de dos años. El ciclo de recuperación es de ocho meses. Así ¿Qué cultura se puede crear?”. Como señala Arnal, ante un ciclo de vida de dos años para un título, se generan unas dinámicas muy peligrosas, reflejo al fin de inercias estructurales –-sociales, políticas y económicas– que inciden en la gestión de la cultura y la información. “La eclosión de ilustradores está supeditada a esto. La aparición de nuevos talentos

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viene, bien de un desarrollo sólido y culturalmente fuerte de unos determinados medios, bien de una hiperproducción que necesite mano de obra, gente joven que más o menos se apañe y que trabaje ‘a la manera de’. Más bien estamos ante esto y se crea el espejismo de que estamos en una ‘edad de oro’ de la ilustración. La gente joven, que es la que puede aportar nuevas cosas, tiene el futuro laminado. Entre la primera obra y la oportunidad de publicar una segunda, puede pasar mucho tiempo. Muchos talentos se quedan en este tramo del primer libro publicado. Ahora que asistimos a una crisis del sistema, podemos decir que hay libros ficticios, como hay acciones ficticias. Estamos en dinámicas de producción especulativas que también afectan al mundo editorial”.


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Guillem Tell (Guillermo Tell). Adaptación de Mª Àngels Gardella. La Galera, (1998).

Le pregunto a Arnal qué es lo que hace de Francia una potencia en ilustración y de qué manera podríamos intentar reflejarnos en ese espejo. “Francia es una gran potencia por su nivel medio. Pienso que en España hay más figuras que en Francia. Lo que pasa es que el nivel medio en Francia es muy alto, también por lo que respecta al cuidado del diseño del libro”. Sin embargo, de nuestra precariedad cultural podríamos sacar, a modo de consuelo, una nota positiva. “Los medios menos amables producen personalidades fuertes, porque para sobrevivir has de desplegar una energía que no necesitas en un contexto favorable. Aquí hay indivi-

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Ilustración para la revista italiana "Nessuno toca Caino" (1997).

dualidades muy fuertes, pero en un sustrato de arenas movedizas”. Arnal aporta una explicación que esclarece por qué el libro infantil en España no tiene la calidad y prestigio que detenta el país vecino. “Hay dos cosas que no se podrán separar durante mucho tiempo –no sé si por suerte o por desgracia– que son el libro infantil y la pedagogía, la escuela. A margen de esto, industrialmente el libro infantil no parece viable. Se necesitaría que los padres estuvieran más tiempo con los hijos, que hubiera un ambiente doméstico más fuerte culturalmente para que existiera una línea de libros emancipada del ámbito escolar. Lo que en realidad se nota es la diferencia

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entre el nivel cultural del maestro francés y el español. No hay color en el nivel medio de cultura, de gusto estético, de considerar la imagen como lenguaje. Allá también hay una industria del libro infantil cautiva de la escuela, pero en cuanto a calidad, diversidad, finura, están muy por encima”. Según Arnal, el panorama nacional no pinta mejor en otros terrenos. “La prensa es otro campo. Al depender de la publicidad, es la primera que acusa el impacto económico. En estos momentos, todos los diarios han recortado ilustración. El País hizo ‘que pareciera un accidente’ aprovechando el rediseño. Han prescindido de buenos ilustradores dando paso a otros nuevos, algunos de calidad, pero a los que se les paga


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Intervención urbana en el barrio de El Raval de Barcelona.

del orden de un 20 o 30% menos por su trabajo. Hay países en los que las colaboraciones habituales de un ilustrador en un periódico están reguladas por un contrato. Aquí un ilustrador de prensa está a expensas de que su colaboración finalice sin previo aviso de un día para otro”. Visto desde fuera, se ha creado el espejismo de que el oficio del ilustrador está cobrando un auge y proyección pública de los que antes carecía. “Es cierto en parte, pero la vida del ilustrador es mucho menos estable que hace diez años. Hoy hay más ilustradores que en épocas pasadas, pero en términos relativos, hay menos gente que viva de la ilustración exclusivamente”.

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Ilustración inédita, (2004).

Como señalábamos algunos párrafos atrás, la presencia pública de la ilustración suele venir de manos más comprometidas con las modas que con los contenidos. “Los problemas estructurales tienen una dimensión cultural importante. Esta especie de carrera esta promocionando cosas sin contenido. Se tiende a una ilustración boba, decorativa, sin reflexión: cosquillas para los ojos”. Nuevamente, señalar que la ilustración sólo es uno de los oficios damnificados por una inercia impulsada veinte años atrás. “Los ochenta hicieron mucho daño. La postmodernidad ha sido letal. Esgrimiendo la necesidad de reaccionar contra dogmas, reales algunos, supuestos otros, no ha dejado nada sino desorientación. Y ahora resulta que hasta

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ciertos obispos afirman que Marx tenía razón… no los de aquí, ¡claro!”. Dentro de este paisaje –que, conforme avanza la conversación, se va tornando apocalíptico– le pregunto a Arnal qué autores destacaría, tanto a nivel nacional como internacional. En seguida soy consciente de haber formulado un pregunta francamente tópica que mi entrevistado, con buen criterio, evita rápidamente, rebotándome una respuesta clásica: “Seguro que me olvidaría de citar algún nombre”. Dado que mi curiosidad es real, reformulo la cuestión con un tópico no menor: ¿Hay algún autor que te haya sorprendido últimamente? “No, pero la verdad es que yo tampoco me sorprendo a mí mismo. Hablando en


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Carteles para la librería La Central de Barcelona.

serio, creo que no es necesario. Esto de que cada obra ha de ser diferente y una aportación al arte universal, es una tontería. Es una idea ligada a una mala comprensión del significado de las vanguardias. Yo me conformaría con que la gente pudiera elaborar un sólido lenguaje, con tiempo, en lugar de hacer todo tipo de piruetas y alardes pirotécnicos. Una de las cosas que más me preocupan de la ilustración actual es el grado de distorsión de la forma al que se ha llegado. Ha perdido todo el sentido. Es un recurso que no busca significar sino epatar. Es un empobrecimiento, un amaneramiento de formas y, en algunos casos, un desprecio de determinados mínimos técnicos. Tomemos por ejemplo el fenómeno Juanjo Sáez. Me gusta muchísi-

mo lo que hace y sobre todo lo que cuenta. Siempre hay singularidades como él. Los buenos artistas naif son gente que lo tiene todo en contra para expresarse gráficamente, pero hay una buena conexión entre lo que explican y cómo lo explican. Lo que pasa que detrás llega una panda que se agarra a eso para cultivar formas vacías y validar los déficits de expresión, y todo se nos llena de quincalla pseudo-naif y trendy. De repente la forma se emancipa de aquello que se explica, porque en realidad hay poco que explicar. No da igual cómo dibujes. Soy partidario del dibujo automático y lo practico, pero no es cierto que un dibujo, por ser automático, de un loco, de un niño, naif, sea mejor. Justamente cuando tratas con niños ves a los

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que tienen algo: son los que ya demuestran un determinado sentido de la composición, del color y de la narración que, luego, como adultos, desarrollarán o no”. Hablando de las nuevas generaciones, Arnal toma al cómic juvenil como ejemplo de un cierto aletargamiento cívico. “En la novela gráfica –eso que antes conocíamos como cómic y que por una cuestión de mercado ha cambiado de nombre– los jóvenes autores se están centrando casi exclusivamente en reflejar su vida cotidiana. Bien. Pero resulta que cualquier tipo cree que su soporífera y anodina vida es lo más importante del mundo y que narrarlo denota su gran sensibilidad. El caso es que se potencia esa producción basada en problemas existenciales


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Postal para el diario El Mundo, (2000).

de segundo orden de tipos criados entre algodones. No es que yo abogue por el arte social, pero es que lo que se alienta es una narración pseudointimista que, como el cine francés actual, carece de todo interés”. Por fortuna, parece haber un resquicio para la esperanza. “Al mismo tiempo, pienso que momentos así darán algo, porque hay cosas, pocas, que rompen con esta main stream. Hay autores con verdadero talento y cosas que decir, y a pesar de que el ambiente sea castrador de las ideas, que la tecnología justifique la mediocridad en todos los campos creativos y que a su vez éstos se convierten en puro espectáculo, todo esto indica que ya se tocó fondo”.

Ilustración para la portada del libro "Margherita Dolcevita" de Stéfano Benni. Editorial Moll (Palma de Mallorca), (2007).

De aquí en adelante, por tanto –como diría un tonadillero catalán– sólo cabe ir mejorando. Preciso es subrayar que el contacto de Arnal Ballester con los jóvenes no es especulativo, sino muy real. Desde las clases que imparte en el Ciclo Formativo Superior de Ilustración, en la Escuela Massana, puede captar de primera mano cuál es el perfil de los jóvenes que acceden a estos estudios. Le pregunto, para finalizar la entrevista, si encuentra diferencias significativas entre los estudiantes de diseño gráfico y los de ilustración, a los que, en principio, se les podría presuponer algunas cosas en común. “Los perfiles de los estudiantes son ahora muy diferentes. Se ha llegado a una

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delimitación de campos. Hay un terreno común, eso está claro. Por ejemplo, tú haces un cartel y en él hay una funcionalidad inmediata. En muchos casos, las estrategias son similares. Pero en el mundo de la ilustración se ha ido reforzando un segmento, en el que me adscribo, que tiene más que ver con la interpretación. El libro y la prensa han alimentado este campo. La relación que estableces con la obra va más allá que la estricta solución de un problema. Aquí se produce la diferencia. En cambio, la dependencia del diseñador respecto a los clientes es mucho mayor. En ilustración, el segmento que marca la pauta es el que interpreta: decir lo tuyo respecto a algo, aunque desde luego, siempre respecto a algo”. l


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