Astrid Stavro

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Astrid Stavro Qué bueno que viniste Todo comenzó con unos cuadernos de notas. Un homenaje a las retículas más influyentes del diseño editorial a lo largo de la Historia. Con ellas, Astrid Stavro demostró que tenía calidad suficiente para ser una de las figuras claves del diseño gráfico actual. Sus trabajos para el MNCARS, el MACBA, o la Adg-Fad no han hecho más que confirmarlo. En breve hará una incursión en el diseño industrial transformando sus libretas en estanterías que, incluso vacías, estarán llenas de concepto, el ingrediente principal de todos sus trabajos. Texto: Eduardo Bravo

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Dejémonos de circunloquios, remilgos y paños calientes: la incorporación de Astrid Stavro al mundo del diseño gráfico es una de las mejores noticias que le ha sucedido a la profesión en los últimos tiempos. Las razones son fáciles de explicar: unos trabajos de una solidez conceptual asombrosa, ejecutados con un uso de la tipografía impecable y con unos preciosos acabados estéticos, potenciados por una acertada elección de los ornamentos y las imágenes. Algo que es aún más admirable por el hecho de que el mundo del diseño es predominantemente masculino –como ejemplo pensemos que, de dieciséis premios nacionales de diseño, sólo uno ha ido a parar a una mujer– y, en el caso concreto de Astrid, por su tardía incorporación a esta disciplina. “Empecé estudiando filosofía y literatura. Quería ser escritora, una especie de Sylvia


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Plath pero, como vivir de eso es realmente complicado, pronto comprendí que necesitaría de otra cosa que me gustase para ganarme la vida. Por otra parte, no me gustaba la idea de ‘prostituirme’ y tener que escribir lo que otros quisieran que yo escribiera, así que decidí dejar la escritura como una cosa muy pura a la que me dedicaría sólo cuando a mí me apeteciera”. Un buen día, durante unas vacaciones en Mallorca, Andy Warhol se cruzó en la vida de Astrid. No en forma de espectro, pues ya por entonces el emperador del pop había adquirido una eterna palidez superior a la que tenía en vida, sino en la de su mítica revista. Un hecho menos efectista pero mucho más efectivo para el desarrollo de su carrera. “Estaba con una amiga en Mallorca, cotilleando en su cuarto y, descubrí unos ejemplares de Interview. Me enamoré de esa revista y se me abrió todo un

mundo. Hasta entonces, para mí el diseño gráfico era algo totalmente desconocido”. Sería otra revista, en esta ocasión EGM De Alfonso Sostres, una especie de The Face castiza, la que acabaría de convencer a Astrid de que su camino profesional debía seguir la senda el diseño. Así, nuestra heroína contactó con el mismísimo Sostres y éste, que por entonces estaba dejando la empresa en la que trabajaba para establecerse por su cuenta, le propuso a Astrid que trabajase con él. “Le dije que sí, claro, y ese fue mi primer trabajo en el mundo del diseño: como mensajera, llevando fotolitos con la moto de un lado a otro hasta las tantas de la mañana para poder cumplir con los timings. Por entonces, no tenía ni idea de usar un ordenador ni acababa de saber qué era el diseño gráfico. Lo único que sabía era que eso me gustaba”.

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Poco a poco, Astrid fue familiarizándose con los procesos, las técnicas y los ordenadores gracias a otra chica, compañera de infortunios, que también estaba empleada en el estudio de Sostres. “Acabamos haciéndonos muy amigas, entre otras cosas porque no te quiero ni contar cómo eran las condiciones de trabajo allí... Como ella venía de agencia y sabía usar un ordenador, me enseñó alguna chorrada en Freehand con la que, a partir de entonces, intenté hacer algunas cosas como freelance. El resultado no tuvo mucho éxito, así que decidí marcharme a Londres a estudiar”.

Vuelva a la casilla de salida Como ella misma reconoce, Astrid Stavro llegó a la Saint Martins School “un poco chula”. Con un portafolio repleto de trabajos


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de juventud realizados con esos rudimentarios conocimientos de Feehand que se reducían, poco más o menos, a “agrupar” y “desagrupar”. Cuando los profesores de la escuela examinaron ese portafolio no se anduvieron por las ramas: “coges todo lo que has hecho hasta hora, lo tiras y comienzas desde cero”, le dijeron, y eso fue lo que hizo. “Ha sido la mejor decisión que he tomado en mi vida. Hasta ese momento, el diseño que me gustaba era muy cosmético, demasiado estético y poco conceptual. Me costó mucho abandonarlo, fue un lento aprendizaje pero eso ha provocado que actualmente esté en el extremo opuesto”. A día de hoy, encontrar la idea es, para Astrid, el verdadero reto para afrontar un trabajo y la única garantía para que éste sea sólido y perdurable en el tiempo.

“Ahora sin una idea no hago absolutamente nada. Los briefings suelen ser muy sencillos; lo complicado es buscar algo diferente, no algo que te choque pero sí que se te quede. Por eso, siempre que me encargan un trabajo intento darle la vuelta para llevarlo más allá. Por ejemplo, conseguir que una pieza de merchandising sea al mismo tiempo educativa”. Eso es justamente lo que hizo con un trabajo para el Museo Reina Sofía y un briefing que podía resumirse en “hacer cuadernos monográficos sobre artistas”. “Lo normal, lo que hubiera hecho todo el mundo, hubiera sido poner una imagen de sus cuadros en la portada –explica Astrid–. Sin embargo, pensé que mucha gente compraba libros sobre artistas sin tener ni idea de quiénes eran, y que sería buena idea poner un breve texto sobre el

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artista y su obra en la portada pero sin imágenes de la misma”. Una magnífica solución, tanto estética como conceptual, que no supuso un aumento en los costes de producción, el verdadero límite para la creatividad y el argumento perfecto para que un cliente diga “no” a una idea por buena que ésta sea. “Cuando propones una cosa que se sale un poco de lo previsto, la primera reacción del cliente siempre es ‘¡ay ay ay! ¿cuánto va a costar esto?’. Con el paso del tiempo va aceptando esas ideas porque sabe que no van a resultarle más caras que otras y que el resultado va ser mejor. Por otra parte, como lo que más me gusta es afrontar un trabajo de diseño desde cero, que me digan, ‘mira, este es nuestro mundo, ahora tienes que darle forma’ y ocuparme de todo, desde los


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flyers a la comunicación, las banderolas, los catálogos..., cuando me encargan cosas pequeñas, lo normal es que acabe proponiendo hacer otras muchas más. Por ejemplo, si me encargan el catálogo de una exposición, también les propongo otras cosas relacionadas con ella que acaban aceptando porque, en general, no se habían parado a pensar que se podía hacer o que así el resultado final sería mejor. Lo que hay que tener claro es que todo eso se consigue con tiempo porque es casi imposible que un cliente que te conoce por primera vez te diga ‘haz lo que quieras’. De hecho, sólo me ha sucedido un par de veces y creo que fue porque iba recomendada. Por eso, lo importante es conseguir que el cliente confíe en ti y construir algo juntos. Una relación en la que tú aprendes del cliente tanto como él aprende de ti.

En definitiva, es una convivencia como la de una pareja y, como en todas las parejas, hay veces que te sale bien y otras que no”.

Londres-Vinçon-Barcelona Después de pasar tres años en el Saint Martins School, Astrid realizó un máster en el Royal College y, posteriormente, regresó a España con un trabajo de fin de estudios bajo el brazo que dejaba claro su potencial como diseñadora. El proyecto, denominado “The Art of the Grid”, era un homenaje a aquellas retículas que habían hecho historia en el mundo del diseño, como la Biblia de Gutemberg de 1455, la de Nueva Tipografía de Jan Tschichold de 1928, la de la revista Twen de Fleckhaus de 1959 y la de The Guardian de David Hillman de 1988.

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Un trabajo que era puro concepto, presentado con una estética exquisita que aún hoy continúa cosechando premios y que desencadenó una serie de acontecimientos que concluyeron con la creación de su propio estudio de diseño. “Cuando regresé de Inglaterra fui a visitar a Fernando Amat de Vinçon para enseñarle las libretas de The Art of the Grid y preguntarle si le interesaban para su tienda. ‘Seguro –me respondió–, quiero cien’. El problema es que a esas alturas a mí sólo que quedaban dos unidades, así que me dio el contacto de Miquelrius para producirlas. Una vez estuvieron listas, además de a Vinçon, las llevé a la librería La Central. Cuando me vio la responsable de compras me preguntó que si era diseñadora, me pidió ver mi book y, finalmente, me encargaron el diseño de todas las


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piezas de merchandising para el MACBA y el Reina Sofía. En el fondo todo ha sido estar en el momento justo en el lugar apropiado”. Esta última frase, enunciada por otra persona que no fuera la propia Astrid, resultaría injusta y falaz. Cualquiera que vea su portafolio puede comprobar que no ha sido la suerte sino su magnífico trabajo lo que ha conseguido que Astrid Stavro sea una de las diseñadoras más interesantes del panorama europeo. Algo que resulta aún más admirable teniendo en cuenta que el diseño es todavía un mundo de hombres en el que hay pocas mujeres y, cuando las hay, difícilmente pueden conciliar su vida laboral con la familiar. “Llevar un estudio no es sólo diseñar. Es saber mandar, saber delegar, saber hacer cuentas... Tienes que saber hacerlo todo,

debes ser una bussiness woman, tener mucha ambición personal en el sentido de levantarte cada mañana y pensar que cada día es un reto diferente y que esos retos van desde luchar porque te paguen una factura hasta el diseñar una cosa bonita y pensada. Por otra parte, llegada una determinada edad, algunas queremos ser madres y eso requiere cierta estabilidad, una seguridad económica y hacer eso siendo autónomo exige mucha dedicación, muchas horas. No descansas nunca, estás de baja pero no estás de baja porque sigues recibiendo llamadas de clientes... Por eso entiendo que haya gente que prefiera la seguridad de un estudio en el que, cuando estás de baja, estás de baja y te siguen pagando. Montar tu propia empresa, ser madre y salir adelante es muy complicado, pero también sé por

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experiencia que se puede hacer. También es cierto que yo no tengo la ambición de hacer que el estudio crezca y abra sedes en Nueva York, París o Tokio pero, aunque resulte raro, lo de no crecer es algo que resulta complicado. No crecer requiere seleccionar muy bien los trabajos, saber decir ‘esto sí quiero hacerlo y esto otro no me apetece’. Si no hay espacio para poder aportar algo, si el trabajo va a ser excesivamente mecánico, si voy a tener que esconderlo o si no tengo la necesidad imperiosa de aceptarlo por cuestiones económicas, entonces digo que no. El día que eso suceda al cien por cien, cuando pueda elegir los encargos y para quién trabajo, ese día consideraré que he llegado. Si no pudiera permitirme hacer esto preferiría ser banquera... Bueno, me refiero a hacer otra cosa que no sea muy creativa”. ❧


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