desconfio de lo puro

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“Desconfío de lo puro” Es otro de los argentinos ilustres que han escrito la historia reciente del "diseño español”. El quinto (atención al dato) que recibe el Premio Nacional de Diseño. Y no será el último. De entre todos los que llegaron a nuestro país hacia los años setenta, Juan Oreste Gatti (Buenos Aires, 1950) es el más especial. Entre otras cosas, porque eligió quedarse en Madrid y no ir, como casi todos los demás, a Barcelona, donde seguramente su carrera profesional se hubiera desarrollado de un modo muy distinto. Más aburrido, diría él. Su trabajo, que define muy bien como un cruce entre Disney y la Bauhaus, ha sido ampliamente difundido a través del mundo de la música, del cine y de la moda; sin embargo, el personaje de Juan Gatti es todavía hoy poco conocido incluso dentro de la propia profesión. Texto: Ramón Úbeda

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Su historia empezó cuando tenía catorce años. Le habían echado de todos los colegios de curas de Buenos Aires. “La única opción que le quedaba a mi madre, desesperada, era meterme en Bellas Artes. Así que entré directamente en el mundo del arte porque no había otra posibilidad”. Entonces Juan Gatti ya dibujaba, pero nunca pensó que iba a dedicarse a profesionalmente a ello. Después de cursar el bachillerato artístico, escogió la especialización de grabado y diseño gráfico, que entonces ya se llamaba así. “El sistema de educación argentino era en aquella época más avanzado que el español. Tuve profesores geniales que nos enseñaban Pop Art o quién era Warhol. Estuve allí siete años hasta que descubrí mi vena artística. Cuando terminé en la escuela comencé a tra-

bajar como ilustrador, para agencias de publicidad y para revistas, hasta que me metí de lleno en las portadas de discos”. Desde entonces Gatti mantuvo siempre una relación muy estrecha con la música.

Los 70: con la música a otra parte El rock argentino vivió un momento de gestación muy importante en los años setenta. Surgieron bandas como Pescado Rabioso, Pappo's Blues, Sui Generis o Charly García. Productores y sellos discográficos como Mandioca, dirigido por Jorge Álvarez, que contrata a Gatti para ilustrar sus portadas. Dos buenas razones le animaron a dejar Buenos Aires y trasladarse a Nueva York: el nacimiento de la new wave y la movida del punk, y

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el mal rollo de haber pasado tres meses en la cárcel. “Me denunciaron por menosprecio a los símbolos nacionales. Me asomé a una ventana en calzoncillos y justo enfrente se celebraba un acto patriótico. Dijeron que había faltado al respeto a la bandera, me hicieron un juicio y me condenaron. Fue una cosa absurda, pero que entonces pasaba”. En Nueva York estuvo trabajando dentro de un grupo de creadores que se llamaba Hello Again. Como el diseñador era también de culo inquieto, dejó pronto la gran manzana y se fue con la música a otra parte. “En 1979 me fui de Nueva York. Había conseguido trabajo en París para diseñar los estampados de Kenzo y de camino pasé por Madrid para pasar la Navidades con unos amigos. Como necesitaba dinero improvisé un book y me fui


a visitar algunas compañías discográficas”. Lo ficharon en CBS-España como director de arte. “Yo entonces estaba completamente influenciado por la estética punk y tenía una pinta desastrosa. Me sorprendió que unos señores tan serios estuvieran contratando a un punkorro como yo”. Gatti se encontró de nuevo en un terreno virgen, que es el escenario que más le gusta. “Por culpa de Franco se habían saltado un periodo de la historia y después lo quisieron vivir todo simultáneamente, el rock, el punk, los hippies y la new wave, era todo muy caótico pero a la vez muy divertido. Me encontré con un espíritu parecido al que había en Buenos Aires. La diferencia es que en Argentina, en general, la gente sabía tocar. En cambio, los españoles eran capaces de subir

a un escenario sin haber agarrado una guitarra en su vida. Pero tenían humor, desparpajo y una falta de vergüenza total, cosa que me encantaba”. Gatti hizo tres portadas para sus paisanos de Tequila. Fue la única licencia que le permitió el contrato de exclusividad en CBS, donde trabajó hasta que en 1985 recuperó la libertad creativa. Suyas son las fundas de los primeros vinilos de Mecano, Miguel Bosé, Miguel Ríos, Ana Belén y Víctor Manuel. También las de Alaska y Dinarama o Nacha Pop, que nos remiten a los ecos de la Movida madrileña.

Una movida de cine Gatti estrenaba estudio propio –el Stvdio Gatti, escrito así, con v–, y nuevas amistades.

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Se hace amigo de Carlos Berlanga y a través de él conoce a Pedro Almodóvar. Estaba, pues, en el epicentro de la Movida. Su papel en todo aquello consistía en poner la imagen gráfica y el acento visual a los trabajos de sus amigos, que en el caso de Pedro Almodóvar fue el comienzo de una relación de amor profesional, que todavía hoy perdura. Se estrenó con el cartel de la película Matador (1986), que hizo con un dibujo de Carlos Berlanga. Después vinieron los de Mujeres al borde de un ataque de nervios (1987), Átame (1989), Tacones lejanos (1991), Kika (1993), La flor de mi secreto (1995), Carne trémula (1997), Hable con ella (2002), La mala educación (2004) y Volver (2006). La única película de Almodóvar que no se ha promocionado con imagen de Gatti fue


Todo sobre mi madre (1999), que el director manchego encargó a Óscar Mariné. “Lo nuestro es como un matrimonio y tuvimos un pequeño distanciamiento porque yo me puse a trabajar para Álex de la Iglesia y él se sintió un poco despechado”. El porteño también ha colaborado con otros directores de cine como John Malkovich, Susan Seidelman, Fernando y David Trueba, Manuel Gómez Pereira, Gerardo Vera, Gonzalo Suárez, Emilio Martínez-Lázaro, Félix Sabroso y Dunia Ayuso. Y si Gatti no decide cambiar de oficio, la lista se ampliará. En cuanto a su relación creativa con Almodóvar, ya forma parte de la historia y se compara con la que en su momento mantuvieron Saul Bass y Alfred Hitchcock. “Hago todo lo gráfico que hay en sus películas. Desde el cartel hasta el rótulo de

patatas bravas para la puerta de un bar, la tapa de un libro o el rótulo de la peluquería que aparece en una toma. Viéndolo todo junto te das cuenta de que las películas de Pedro son reconocibles en el mundo por un estilo, que es como una macedonia que recupera el kitch, el camp y el pop, en el que la imagen gráfica juega un papel importante”. Gatti es como el diseñador de cabecera de la productora El Deseo, y de entre todo lo que hace para ellos, los títulos de crédito son la pieza más apetecible. “Porque trabajas con un elemento que a mí me gusta mucho que es el tiempo. Estás manejando lo que se ve, pero también la secuencia en que se ve, eso es algo que no se puede hacer cuando se diseña para el papel”. Los títulos de Mujeres al borde... fueron los primeros que hizo, de una manera muy arte-

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sanal pero con resultados revolucionarios. Con un simple collage sobre cartón se recuperaron para las películas las secuencias de títulos, que en aquel momento estaban totalmente en desuso.

La elegancia de la moda Previamente a su colaboración con Almodóvar, Juan Gatti ya estaba muy impregnado del mundo de la moda. Trabajaba para Loewe, Jesús del Pozo y Elena Benarroch antes de comenzar en 1986 su otra gran relación profesional. Fue con una jovencita llamada Sybilla. “Lo que he hecho para Sybilla está en las antípodas de lo que ha sido mi trabajo con Almodóvar. La elegancia me sale con mucha naturalidad


y eso te puede llegar a aburrir. Por suerte, mi lado más ordinario lo desarrollo con Pedro y eso me da justo el contrapunto que necesito”. Durante un tiempo, entre 1989 y 1990, Gatti fue también director de arte de la revista Vogue Italia, que dirigía Franca Sozzani, donde dejó páginas exquisitas y una muestra de su naturaleza sofisticada, fina y elegante, pero donde no podía desarrollar su lado más anárquico y provocador. “Tengo una parte gamberra que me gusta alimentar. Creo que hay una cosa común entre los diseñadores, sobre todo en los gráficos, y es que se toman tan en serio que se vuelven un poco estrechos. Parecen devotas de la Virgen de la Helvética. No juegan. Quizás esa sea la razón de que haya tan pocos diseñadores

gays. A mí, en cambio, me gusta experimentar y probarlo todo. Pienso que hay una parte del diseño gráfico que es muy hetero, en el sentido de que algunos cambian el espacio entre dos letras y se creen que ya cambiaron el mundo. No hay que tomarse demasiado en serio, porque no somos neurocirujanos. Lo nuestro no es más que un oficio comercial, que es más o menos gratificante que otros, y que a mí me divierte. Si no fuera así, dejaría de trabajar, porque el mundo está ya lleno de diseñadores frígidos. La solemnidad con que algunos se toman nuestra profesión me pone los pelos de punta”. Gatti suscribe aquella frase de Picasso donde decía que “el buen gusto es el peor enemigo del arte”, pero no puede darle esquinazo a ninguno de los dos cuando diseña los perfumes de su hija, de

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Paloma Picasso, o los de Jesús del Pozo, o cuando trabaja en campañas para Chloé, Chanel o Karl Lagerfeld. Tampoco si tiene el encargo de realizar el Calendario Pirelli, como hizo en 2002, con fotografías de su amigo y colega Peter Lindbergh, para el que a su vez ha diseñado libros y exposiciones. Colega porque Gatti también ejerce la fotografía. Llegó a ella por una cuestión práctica. “Cuando eres director de arte tienes que trabajar con fotógrafos, que a veces son importantes y tienen el ego del mismo nivel, así que inevitablemente surge la competencia, eso de hasta dónde llega la creatividad de uno y hasta dónde la del otro, que al final puede acabar en un conflicto. Me hice fotógrafo para evitar ese problema”.


De creador a creador Más que ilustrador, diseñador gráfico, director de arte o fotógrafo, Gatti se define como un creador de imágenes que usa distintas técnicas y no le gusta encasillarse en ninguna de ellas. Si algo le caracteriza es que siempre ha preferido trabajar para otros creadores. “Participar en un momento creativo es como un guateque, donde cada uno aporta algo. Te entiendes mejor porque hablas el mismo lenguaje. Tu trabajo le da la parte visual a la música, la promoción a la película o la imagen a una colección de moda, y al final acaba formando parte de la creación de otro. Nunca he trabajado para un detergente, por ejemplo, que es una cosa abstracta”. Eso sólo se consigue trabajando muy de cerca

con clientes que casi siempre son amigos, en la intimidad y sobre el tablero de dibujo. Cuando el Stvdio Gatti era una empresa con muchos empleados, difícilmente podía ser así. Llegó ese momento fatídico en que el que tiene que crear deja de hacer su trabajo para deambular por los aeropuertos, reunirse constantemente y comer siempre con los clientes. “Llegué a un punto en el que yo, personalmente, no hacía nada. Había pasado de ser un creador a ser un gestor. Me lo replanteé todo y me trasladé a mi estudio actual, que es pequeño, y lo busqué expresamente así para que no me permita crecer”. Con ello recuperó también un tempo de trabajo que sólo tienen ya los que como Gatti funcionan con mentalidad analógica. Antes se trabajaba en un mundo real y ahora todo

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es virtual. “Con Sybilla hacíamos un estudio del color y del papel donde se iba a imprimir, que ya no existe. Con esos detalles tengo un acercamiento al trabajo que me genera un sentimiento casi religioso. Si no logro el color exacto que busco, me siento culposo. No reniego de los ordenadores, benditos sean, pero con ellos resulta muy difícil. Antes tenías siempre un original de referencia, un patrón, y ahora la imagen vive sólo en la pantalla. Incluso cuando se traslada a la impresión sigue siendo digital”. Gatti se esmera en seguir haciendo maquetas perfectas como las de antaño, porque un libro sigue siendo para él un objeto físico que pesa, que ocupa un lugar en el espacio y que cambia con la luz, y porque mientras lo está construyendo, puede reflexionar sobre el resultado.


Talento o creatividad Juan Gatti ha vuelto a tener casa en Buenos Aires. Se marchó de allá siendo todavía un veinteañero y ahora vuelve siempre que puede, aunque no para trabajar. Haber triunfado fuera lo ha convertido en un icono para sus compatriotas, nada raro en una sociedad que se aferra a sus mitos para sentirse segura. “Para los jóvenes diseñadores argentinos soy como una especie de Maradona del diseño gráfico”. Gatti no se siente un virtuoso del Rottring, pero no le disgusta la comparación. “Todos los movimientos que he vivido nacían siempre de la rebeldía. Surgían los punks porque los rockeros eran una mierda; después llegaban los new romantics porque los punks eran unos sucios; y al final venían los new wave

porque los otros eran aburridos”. Los movimientos de vanguardia en el mundo del arte también han venido siempre de una reacción. “Si estabas harto del academicismo te volvías abstracto. Pero ahora la gente ya no se enfrenta a nada. Prefiere integrarse. El sistema fue tan inteligente que anuló la revolución. Los chicos de ahora, que son los hijos de aquellos rebeldes, se han acomodado. Tienen talento y hacen cosas bonitas, pero no tienen la rabia de sus mayores. Yo disocio el talento de la creatividad. Se puede tener talento, que en el sentido bíblico es ser capaz de hacer las cosas perfectas, y se puede ser creativo pasando de la perfección. Hay quien trabaja sin técnica y parece que lo hace todo mal, pero sin embargo tiene esa fuerza que es la creación. Me daría terror vivir en un mundo

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Wallpaper, con su estética globalizada, habitado por señores con casas y vestidos fabulosos. Es un peligro tener confort por todos los lados. La gente piensa que es más libre pero yo la veo cada vez más adoctrinada”. Gatti es de los que piensan que tanto el confort como la estabilidad, ya sea en el trabajo o en el afecto, son enemigos de la creatividad. “Si tuviese un hijo, lo metería en un colegio de curas. Creo que a los estudiantes hay que darles un rigor terrible. Hay que ser de hierro y enseñarles las disciplinas para que después las rompan. Yo puedo hacer una cosa seria, precisa, impecable, suiza, y el haberlo aprendido me sirve para saltármelo. A la gráfica le hacen falta revulsivos. Falta confrontación. Todo lo que he hecho creativamente fuerte salió siempre de un conflicto. Desconfío de lo puro”. l


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