Fernando Elvira Aventurero, diseñador, artista Artista pasional y diseñador vocacional, es difícil hallar un término que pueda definir a este vizcaíno emigrado a la serranía de Ronda. Porque, en cierta medida, definir es encasillar; y alguien capaz de afrontar con la misma pasión el disparo de su cámara fotográfica, la realización de un logo o la obra artística de carácter personal no tiene cajón en el que verse. Proviene del pujante mundo del skate y su trabajo tiene tanta personalidad como él mismo. Texto: José Luis Lizano
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A la manera de un juego, Fernando Elvira, alérgico a los planteamientos teóricos –que no a la adecuada reflexión–, deja fluir su desbordante imaginación en los trabajos gráficos que realiza. No se trata de un diseñador al uso. Es, más bien, un artista al que le apasiona juguetear con el lenguaje gráfico para ejecutar un diseño –o lo que proceda en cada momento– que brilla por imaginativo, por desafiante, por original. La vocación por el diseño gráfico y por la pintura le vienen de lejos, de su más tierna infancia. Como él mismo recuerda, empezó “diseñando logotipos de marcas inventadas cuando era niño. Dibujando a todas horas”. Además, un abuelo diseñador gráfico –autor de un cartel de las fiestas de San Fermín– y un padre Doctor en Físicas, pero con una vida entera dibujando y pintando óleos deben dejar huella.
La misma que se deduce de sus estudios universitarios de Química, que abandonó a comienzos de los noventa para dirigir la revista de skate Tres 60. Redacción, fotografía, maquetación e ilustración aprendidas a golpes, llevado por el torbellino de trabajo que genera una publicación de estas características. Completada esta fase de su carrera, empieza el verdadero crecimiento de Elvira como artista gracias, sobre todo, a su inmersión en la vida viajera, que abraza con pasión. Una vuelta al mundo en diez meses, durante 2001, y estancias en países tan diversos como Irlanda, Islandia, Senegal, Ecuador –“de aquella visita recuerdo que fui atacado por avispas y mordido por un perro en el mismo día”–, o Tailandia, entre otros, además de sus ocho visitas a Hawai, demuestran este espíritu viajero, fuente inagotable de todo tipo de vivencias y de inspiración para su trabajo.
Viajero insaciable De 1999 a 2003 el empresario suizo Florian Gutzwiller ejerció de mecenas del artista algorteño financiando sus actividades, incluso sufragando la edición de un libro –“el mismo año que fui encarcelado en un pueblo de Arizona por ‘Indecente exposure’ (mear en un aparcamiento, concretamente)”– recopilando distintos trabajos bajo el título de “Ha!”. “Conocí a Florian Gutzwiller en Nueva York en 1996. Yo malvivía por aquel entonces en el estudio de otro artista que se había ido de viaje. Estaba a punto de tirar la toalla, no tenía dinero y me sentía solo y abrumado. Justo entonces, un coleccionista me compró una obra y me presentó a Florian y a un par de hombres de negocios suizos que tenían una oficina en el Soho. Vieron los trabajos que tenía en el estudio de Brooklyn y me ofrecieron exponerlos en su oficina. Con el dinero de la
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venta me marché a Hawai, donde me sentí profundamente feliz. Allí preparé un montón de obra y la llevé de vuelta a Nueva York. Hicimos la exposición y los suizos quedaron encantados. Un año después, Florian me invitó a su boda en Zurich. Yo estaba otra vez en Hawai sin un clavel (para variar). El tío me compró un billete de avión para que fuese a su boda. Allí me propuso hacer una exposición en Zurich e imprimir un libro. Durante tres meses viví en una tienda de campaña dentro de un pabellón industrial. Florian me daba pasta para mis gastos y asumía las facturas de enmarcado y materiales de trabajo. Después de esa exposición en Zurich me estuvo apoyando financieramente un par de años más. En una ocasión le propuse que me proporcionara presupuesto para un año entero. El tío accedió y me dio diez mil dólares en efectivo en un bar de Zurich. Con esa pasta me di la vuelta al mundo con una cámara de vídeo y dos de fotos”.
Amante de los contrastes, ha hecho una pausa en esa vida aventurera para adoptar como residencia y lugar de trabajo la localidad andaluza de Algatocín. “Vivo en una casa de dos pisos. En el piso de arriba tengo una cama a la que he quitado el colchón y he puesto una madera encima. Me siento en el suelo y la cama hace de mesa. El resto del cuarto está vacío. Me gusta trabajar muy cerca del suelo”. ¿Y cómo un artista que ha recorrido el mundo de la forma que él lo ha hecho se asienta en un pueblecito de la serranía de Ronda? “Hay tranquilidad. Me puedo pasar horas en la montaña sin ver a nadie. El coste de la vida es asequible y ya no tengo edad para ser homeless”. La calidad de su trabajo le ha llevado a ingresar en ese club de diseñadores de distintos rincones del mundo que trabajan para marcas de renombre que asumen el diseño como uno de sus pilares fundamentales. Quicksilver, Solomon, Cliché o Carhartt for-
man parte de su lista de clientes satisfechos. “Tanto en estos casos concretos, como en otros, ellos me contactan y me proponen cosas. Yo acepto siempre y cuando tenga garantizada libertad creativa y, además, el salario sea decente”. Entre sus últimos trabajos por encargo podemos encontrar una nueva colaboración con la firma alemana Carhartt, para la que ha realizado una tabla de skate en edición limitada y un libro con ilustraciones; la imagen gráfica para una película sobre skate que produce la marca Cliché y emitirá Fuel TV, y, sobre todo, el bowl que pintó para el campeonato Quiksilver Bowlriders antes del verano en Suecia. “Fue una experiencia muy bonita. Nunca había pintado una superficie tan grande. Me trataron de maravilla. La verdad es que no me compliqué mucho la vida. Tardé diez días. Utilizamos un proyector para ciertos diseños y el resto lo improvisé. Trabajé sin presión y sin
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preocupación. Tuve un ayudante y varios voluntarios ocasionales y vino gente de todas las edades a verme pintar. Mis padres vinieron desde España para ver la inauguración”.
Etiqueta no encontrada Es delicado encasillarlo porque su trabajo tiene difícil encaje con la compartimentación profesional a la que estamos acostumbrados. La definición más ajustada de su perfil se topa con continuas contradicciones. ¿Es un diseñador gráfico interesado por el arte? ¿Es un artista que hace diseño gráfico? ¿Es un ilustrador atrevido? ¿En realidad es un artistadiseñador que sueña con ser fotógrafo? Él se define –no sin sorna– como un “esencialista”, que seguramente esbozando la media sonrisa del está acostumbrado al despiste cuando se le pide algo tan alejado de lo que pretende. Porque, no nos engañemos, si has leído hasta
aquí y crees que estamos hablando del típico caso de artista que hace diseño gráfico sin interés, por pura motivación alimenticia, nada más lejos de la realidad. Fernando Elvira no le hace ascos a un encargo de diseño; no ve en ello algo menos interesante que su trabajo personal. Lo mismo aborda un logotipo que se vuelca en decorar una pista de skate y, a la vez, desarrolla sus propias intervenciones puramente artísticas o se lanza con su cámara fotográfica por el mundo para desarrollar un proyecto personal. “Para mí sigue sin haber diferencias entre una obra personal y los encargos que recibo de diseño gráfico. Para mí, todo es expresión artística; paso de un medio a otro sin contemplaciones”. En su ecléctico estilo se trasluce la huella del más brillante grafismo latinoamericano, así como de artistas como Rivera o grandes cartelistas cubanos como Eduardo
Muñoz Bachs o René Mederos pero, sobre todo, lo que se aprecia es un sello personal inquebrantable y una clara voluntad narrativa, como vemos explícitamente en sus orgánicos trabajos con tipografía y mensajes. “Son reflexiones que se me ocurren en soledad… escribo en mi cuaderno según van brotando y después elijo las que más me divierten o las que más fuerza expresiva tienen. Las ejecuto recortando las letras con tijeras y las pego en papeles de diferentes colores”. En muchas ocasiones, estos mensajes se aproximan al refrán pero con una voluntad de pervertirlos, de ponerse frente a la realidad de forma paradójica. Lo mismo sucede con sus ilustraciones en las que, con pocos elementos, se cuentan muchas cosas, primando el elemento narrativo por encima de motivaciones puramente estéticas. “Completamente de acuerdo. Sobre
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todo, procuro mandar mensajes que inviten a pensar o que simplemente hagan sonreír. En realidad, trato de contar cosas siempre. En todo lo que hago”. En cuanto al acabado, a la plasmación gráfica, prima lo orgánico por encima de todo. Es, en su totalidad, prácticamente manual, con escaso papel para el software. “Siempre he trabajado así. Me gusta el resultado que obtengo y me gusta también llevar la contraria. La mayoría de los diseñadores de ahora, por no decir todos, diseñan mediante ordenador. Esto es algo que yo no quiero hacer. La característica principal de mi obra es que es manual, simplista y directa. Y así va seguir siendo. Pinceles, plumillas, rotuladores, tiza, pintura, papeles, cámaras analógicas, polaroids, hierros, madera, huesos… estos son mis materiales, mis ‘armas de diversión masiva”. l