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Iván Zulueta Adiós al diseñador pop más pop Con apenas un par de largometrajes estrenados, dos trabajos para televisión e innumerables cortometrajes en Super-8, Iván Zulueta se reveló como uno de los realizadores más innovadores, revolucionarios y sorprendentes de la historia del cine español. Un autor que, además de en el campo de la cinematografía, destacó por su labor como diseñador gráfico, disciplina en la que firmó memorables carteles para colegas de profesión como Luis Buñuel, Fred Zinnemann, John Huston o Ernst Lubitsch. Texto: Eduardo Bravo
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Iván Zulueta se marchó de la mano de 2009. Apenas dos días antes de iniciarse el nuevo año, el realizador donostiarra moría en su ciudad dejando una de las trayectorias más interesantes de la historia del cine español. Un trabajo breve desde el prisma de lo comercial pero ingente en el terreno experimental y totalmente revolucionario, tanto, que ya lo quisieran para sí aquellos que han hecho del cine su forma de vida y para quienes nunca fue un medio de expresión artística porque nunca tuvieron nada interesante que contar ni arte para hacerlo. A diferencia de éstos, con tan solo dos largometrajes estrenados y decenas de trabajos como cartelista, Iván Zulueta sentó las bases de un cine diferente, inimitable, cuyos referentes visuales y narrativos –en los que
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convivían los cómics, el cine underground, los clásicos del Hollywood, la publicidad o la música pop–, estaban muy lejos de nuestras fronteras.
Bilbao-Lisboa-Nueva York Con apenas 20 años, Iván Zulueta decidió embarcarse en un carguero que, partiendo de Bilbao y haciendo escala en Lisboa, se dirigía rumbo a Nueva York. Su juventud, lejos de ser un impedimento, era precisamente el desencadenante del viaje, habida cuenta de las normas de la Escuela Oficial de Cine de Madrid, que no permitían la inscripción de estudiantes menores de 21 años. Su llegada a la Gran Manzana se produjo en las Navidades del 63, apenas un mes
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y medio después del asesinato del presidente Kennedy y en un contexto social marcado por la conmoción derivada del trágico suceso y por una serie de movimientos civiles y culturales que comenzaban a cuestionar los sólidos principios sobre los que la sociedad norteamericana se había asentado hasta entonces. Desde el punto de vista artístico, Norteamérica vivía por entonces una época de esplendor cultural cuya principal característica era la de estar desarrollando un arte propio, alejado de la imitación del academicismo y las vanguardias procedentes de la antigua metrópoli y otros países del continente europeo. Era la época dorada de los cómics, con personajes como Carlitos, Snoopy y los primeros balbuceos del tebeo
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independiente; del arte pop de Warhol, Lichtenstein, Jasper Jones, Wesselmann y Rauschenberg; de la cinemateca de Jonas Mekas; de las grandes producciones de Hollywood destinadas a luchar contra la hegemonía de la televisión y del éxito masivo de los grupos de música pop. En comparación con la realidad española, el Nueva York del año 64 parecía salido de la imaginación de uno de esos guionistas de tebeos o de cine que tanto gustaban al joven Iván. Pero, como tanta fantasía no es posible fuera de la pantalla, la ley norteamericana impuso su pragmatismo e hizo cumplir el precepto que exigía a todo aquél que residiera en el país con visado de estudiante a estar matriculado en alguna institución educativa.
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Zulueta –hijo de una pintora aficionada y un abogado que con el tiempo acabaría dirigiendo el Festival de Cine de San Sebastián–, interesado desde niño por el dibujo y el cine a partes iguales, decide matricularse en la Arts Students League, institución por entonces casi centenaria donde cursa la asignatura de dibujo publicitario con maestros como Robert Peak, responsable de campañas publicitarias y carteles para películas como West Side Story, My Fair Lady, Camelot o Rollerball.
El último grito En octubre del 64 y de regreso a España, Zulueta se matricula finalmente en la Escuela Oficial de Cine. Allí coincidirá con,
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ente otros, Jaime Chávarri como compañero y José Luis Borau como profesor de guión, quien le apoyará a lo largo de su carera y le producirá Un, dos, tres... al escondite inglés, su primer largometraje. Pero hasta que eso suceda en 1969, Zulueta compaginará sus clases de cine con trabajos como grafista para productoras de cine y conjuntos musicales, como Los Brincos para quienes firma sus portadas más modernas y en las que despliega toda esa iconografía y colorido pop adquirida desde la infancia a través de la lectura de infinidad de tebeos, la visión de cientos de películas –Zulueta reconocerá haber visto en su infancia “más de 365 películas al año (y tenerlas apuntadas con letra de niño en cuadernos de niño”–, y potenciada tras su experiencia norteamericana.
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Un estilo que, esta vez en blanco y negro por obvias limitaciones técnicas, Zulueta volvía a desplegar en el diseño de los escenarios, el grafismo y las animaciones para El último grito, programa que dirigía para el canal UHF de RTVE estrenado en 1969 y que supondría el embrión de Un dos tres... al escondite inglés, deliciosa y delirante cinta en la que Zulueta demostrará su talento como realizador y, una vez más, su enorme capacidad como diseñador gráfico, esta vez, y como exige toda película pop que se precie, en colores.
El perfeccionismo como obsesión Los años 70 suponen la consagración de Iván Zulueta. Además de firmar carteles
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para filmes como Viridiana, Furtivos, Asignatura pendiente, Camada negra y portadas para grupos como Vainica Doble o Brakaman, durante toda la década no cesa de experimentar en el mundo del cine produciendo numerosos cortometrajes –algunos de los cuales llegan a ser presentados en festivales internacionales–, que servirán de banco de pruebas para crear la que será su obra más importante, Arrebato, estrenada en Madrid en el año 80 y que, a pesar del éxito y la admiración que despierta en la actualidad, no tuvo una gran aceptación por parte de la crítica y algunos festivales. Tras la experiencia de Arrebato, Zulueta se aparta del cine, dedicándose casi en exclusiva a su labor de diseñador. En declaraciones a La2 de RTVE reconocería
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que esta labor le resultaba ciertamente agradable, encontrando en las exigencias de los productores a la hora de determinar las jerarquías de los nombres de los protagonistas o las imágenes que debían aparecer en el cartel, no una limitación a su creatividad sino todo un reto para su talento. De esta forma y durante principios de los años ochenta, un gran número de películas españolas y producciones extranjeras que se reestrenaban o estrenaban por primera vez tras la muerte de Franco, como Laberinto de Pasiones, Entre tinieblas, ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, Maravillas, La edad de Oro de Luis Buñuel y la Jungla de Asfalto de John huston, contaban para su promoción con un cartel firmado por Zulueta. Unos afiches caracterizados por ese
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reconocible trazo abocetado con texturas de lápiz y carboncillo y esos rótulos, algunos de letras gruesas y robustas con minúsculos ojos, otros que aparentaban estar trazados a mano de forma ágil e improvisada, aunque en realidad, unos y otros, estaban delineados con maestría y extremo cuidado. Un perfeccionismo rayano a la obsesión que con el tiempo provocaría que Zulueta abandonase el mundo del diseño como en su momento hiciera con el del cine, disciplina a la cual sólo regresó para realizar un par de trabajos para Televisión Española. Como él mismo reconocería, “me puedo estar abocetando una cosa... toda la vida... y al llegar el definitivo me tropiezo... Hay cantidad de carteles que el cartel no está para nada a la altura de los bocetos”. l