México ilustrado. 1920-1950 El Instituto Cervantes de Madrid acoge una muestra sobre la gráfica mexicana en libros, revistas y carteles editados en la primera mitad del siglo XX.
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Desde finales del mes de septiembre, unos esqueletos de tamaño descomunal ubicados en los vanos que dejan las columnas situadas en la fachada del edificio del Instituto Cervantes parecen reírse de los peatones y automovilistas que van y vienen por la calle de Alcalá. Sin embargo, a lo que en realidad se dedican esas cariátides de hueso es a anunciar México Ilustrado. 1920-1950, exposición itinerante que, tras pasar por el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad y antes de visitar otras plazas como las sedes
del Instituto Cervantes de Praga, Berlín y el Centro Cultural de España en México, recala en la capital hasta el mes de enero de 2011. Comisariada por Salvador Albiñana, la muestra recopila más de cuatrocientas piezas entre las que se encuentran carteles, revistas y libros, procedentes de diversos archivos y colecciones privadas como la de Ramón Reverté y publicados en el periodo comprendido desde la asunción de Álvaro Obregón como presidente de la República, hasta la llega-
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da masiva de exiliados europeos que buscaban en México un lugar donde refugiarse tras el fin de la Guerra Civil Española y durante la Segunda Guerra Mundial. Un periodo histórico y unas expresiones gráficas marcados por la violencia de las por entonces aún recientes revoluciones Mexicana y Soviética, la permeabilidad de la sociedad a las expresiones artísticas de las Vanguardias europeas, los movimientos obreros y la dicotomía existente entre el México popular, indigenista y tópico –representado
por el sombrero, la piñata y la canana–, y el México urbano y cosmopolita, caracterizado por las megalópolis emergentes y su fluctuante relación con Estados Unidos. Según sostiene Mauricio Tenorio Trillo en el texto El peso de una imagen, incluido en el catálogo de la exposición, la experimentación gráfica en el arte y la imprenta mexicana se circunscribiría a la década de los años 20 del siglo XX. “A partir de la década de 1930, resultaba riesgoso estética y económicamente ensayar más allá de los estereotipos” pues,
continúa, “lo único peor a no tener una imagen nacional muy exitosa es tenerla”. Una opinión que enlaza con la afirmación realizada casi medio siglo antes por el Dr. Atl, pseudónimo del artista Gerardo Murillo, de que “lo más mexicano de México: las artes indígenas”. Frase que, a su vez, influiría en Adolfo Best Maugard, defensor de ese arte popular hasta el punto de conseguir que las fábricas de pinturas produjeran industrialmente colores tradicionalmente considerados feos por
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chillones, como el azul añil, el verde limón o ese tono rosa conocido actualmente como rosa mexicano. Ese aprecio por las expresiones artísticas populares también era compartido por buena parte de los gobiernos mexicanos surgidos a partir de los años 20 del siglo pasado. Como afirma Mercurio López Casillas, esa simpatía era, por un lado, herencia directa de la teoría russoniana del buen salvaje; por otro, la convicción de que esa estética era una seña de identidad del país.
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De esta forma y con la intención de combatir un analfabetismo que a principios del siglo XX afectaba a casi el noventa por ciento de la población mexicana, las autoridades no dudaron en recurrir a los artistas plásticos y diseñadores para transmitir mensajes institucionales, realizar campañas de alfabetización, en definitiva, modernizar culturalmente la sociedad mexicana a través de un lenguaje gráfico contundente, llamativo y fácil de discernir. Esta estrategia, iniciada por José Vasconcelos, secretario de Educación Pública
durante los años 1921 a 1924 y materializada en la creación de imprentas estatales y en el encargo a destacados artistas de la época de la creación y diseño de libros didácticos y cuentos, será continuada posteriormente por el presidente Lázaro Cárdenas, en colaboración con la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios en la que militaba David Alfaro Siqueiros, artista y fundador de Vida Americana, “revista norte centro y sudamericana de vanguardia” que, a pesar de su innegable mexicanismo, se publicaba en Barcelona.
A esta labor educativa también se sumaron organizaciones políticas y sindicatos obreros que publicaban sus propios boletines informativos, periódicos y revistas. En ellos desarrollaban una iconografía de inspiración soviética en lo que se refiere a los símbolos y las temáticas –con abundancia de obreros, fábricas, puños levantados, estrellas rojas y animalización y escarnio de los enemigos del proletariado–, pero ejecutada con técnicas como el grabado en madera, más propias de la tradición mexicana que de la industrializa-
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ción y tecnificación del Estado Socialista. Esta dualidad entre indigenismo e industrialización, muy presente en los materiales expuestos en el Instituto Cervantes, parece circunscrita a la sociedad mexicana de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, la realidad es que se ha mantenido hasta la actualidad, llegando a influir en la gráfica que se practica en el país norteamericano (México es norteamérica) hoy en día. En palabras de Marina Garone Gravier “los libros, revistas y carteles de esa época nos muestran el momento en que emer-
gieron algunos de los paradigmas de la gráfica nacional contemporánea: la imagen idealizada, abstracta, de lo indígena; la reconciliación con el pasado hispánico; lo popular como canal de expresión del México profundo; la rotulación como la huella más fiel de un pueblo que no termina de anudar el sonido con la letras; la tipografía como un hito tecnológico nunca completamente apropiado. Ese diseño gráfico forjó la patria que emergía, la patria que casi cien años después sigue queriendo nacer”. l
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