Nostalgias de la infancia El Espai 13 de la Fundación Joan Miró abre las puertas a la joven creación japonesa. A lo largo de cinco exposiciones, el ciclo “¡Kawaii! Japón ahora” invita al espectador a descubrir las obras más sorprendentes de unos artistas muy jóvenes que componen un retrato de la sociedad japonesa de nuestros días. Texto: Beto Compagnucci El Japón es un país en mutación que ve cómo se resquebrajan los sólidos pilares en los que ancestralmente se había apoyado. Su sociedad ha estado, y aún está, ampliamente dominada por los hombres. Un viejo adagio confuciano dice que “la mujer debe obedecer a su padre en la juventud, a su marido en la madurez y a su hijo en la vejez”. Enseña la filosofía confucianista que la “obligación” de la mujer hacia los padres (los propios y los del marido) no cesa nunca. Esta servidumbre permanente es especialmente onerosa en un país que tiene una de las tasas de natalidad más bajas del mundo (1,29 hijos por mujer), lo que ha generado una sociedad envejecida donde más de un 16% de la población supera los 65 años de edad. Con el continuo crecimiento de la esperanza de vida, hace difícil prever quién pagará en el futuro los impuestos necesarios para atender a su manutención. La mujer, considerada sin atractivo social después de los veinte años, protagoniza ahora la rebelión en pro de su emancipación. Los divorcios han aumentado en un 40% en la última década y un sector cada vez más numeroso de la población femenina ha descubierto que puede competir con el hombre e incluso alcanzar un promedio de ingresos superiores. La mujer japonesa, antes encargada de garantizar la tradición, aparece cada vez más como “la vanguardia de la mutación social”. El desprecio a la mujer adulta y la admiración enfermiza por lo joven se concreta en prácticas como el enjo kosai (que literalmente significa asistenciacompañía), donde hombres mayores pagan a adolescentes por citas para sentirse acompañados o directamente por sus servicios sexuales. Alguien definió el Japón actual como el imperio del sol naciente y el yen menguante. El declive económico ha colocado en vías de extinción el modelo de relación tan especial y casi idílico establecido entre patrón y asalariado, donde el trabajador se entregaba de por vida a una empresa que, a su vez, garantizaba su bienestar y el de
su familia. Este había sido un engranaje importante en el espectacular desarrollo económico y tecnológico que vivió Japón, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial y que, en algunas décadas, lo llevó a convertirse en la segunda potencia mundial, tan sólo por detrás de los EE. UU. La aparición del despido, la precariedad laboral y otras lacras que parecían reservadas en exclusiva a occidente han generado un sentimiento colectivo de desamparo. Los más visiblemente afectados por la nueva situación han sido los jóvenes. Educados en una sociedad supercompetitiva, de ganadores y perdedores, las reacciones ante las nuevas circunstancias que se viven son curiosas, diversas y revelan unos síntomas preocupantes de deterioro. En un país con altas cifras de suicidios se han convertido en habituales las citas a través de internet para suicidios colectivos, lo que ya se conoce como “cibersuicidios”. Otro fenómeno habitual son los llamados “hikikomori” (que en japonés puede significar inhibición, reclusión, aislamiento). Son estudiantes, muchos de ellos brillantes, que acabada su carrera se recluyen voluntariamente en su cuarto, rodeados de aparatos de todas clases: televisor, PlayStation, DVD, ordenador. Se pasan la noche jugando con el ordenador o viendo televisión; durante el día duermen y se niegan a salir a la calle, a trabajar o a mantener cualquier contacto social, incluso con su familia. Otros sufren las consecuencias de la temporalidad de los contratos, la precariedad laboral y los traslados forzosos que impiden a los jóvenes con escasa formación el acceso a una vivienda y se detectan no pocos casos de gente que utiliza como dormitorio los cibercafés abiertos 24 horas. Con semejante panorama no es nada extraña esa actitud de negarse a crecer, ese síndrome de Peter Pan que se ha apoderado de la sociedad japonesa, revelando un deterioro profundo de la capacidad de comunicación y cuyo fenómeno más visible son las chicas japonesas, verdaderamente apasionadas con los temas de la moda, especial-
(*) Hélène Kelmachter ha sido conservadora en la Fondation Cartier pour l’art contemporain de París, hasta 2007, y fue la encargada de la gran exposición de Takashi Murakami que allí se presentó y que descubrió al público europeo la obra de este artista. Ha pasado temporadas en Japón que le han permitido colaborar con artistas de diferentes generaciones y diversas disciplinas. Acaba de ser nombrada Agregada Cultural de la Embajada de Francia en Tokio.
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mente las Gothlitas (mezcla de góticas y lolitas) que se reúnen todos los fines de semana en el Yoyogi Park de Tokio, al igual que se pasean y lucen sus esplendorosos trajes por la zona de Harajuku. Los artistas que nos presenta la Fundación Miró reflejan en sus obras esa permanente contradicción entre tradición y modernidad y esa búsqueda de alivio en un retorno –o no abandono– de la infancia. El nombre del ciclo, Kawai, se podría traducir como “mono”, en el sentido de simpático, bonito, tierno. Es un término de moda, muy usado por los jóvenes japoneses, reflejo de una generación desencantada que se niega a entrar en un mundo adulto en el que no encuentra encaje. Cinco representantes del nuevo arte japonés han sido los elegidos por Hélène Kelmachter (*), la comisaria del ciclo. En las obras de Aya Takano, Erina Matsui, Chiho Aoshima, Tomoko Sawada y Kowei Nawa –cuatro chicas y un chico, con edades comprendidas entre los veintitres y los veintiseis años–, podremos bucear en las claves de los males que aquejan actualmente a la juventud japonesa. A través de las pinturas, esculturas, fotografías e instalaciones, podremos observar sus posicionamientos particulares ante los desafíos de un modelo decadente de sociedad. l
Fundación Miró
Espai 13 Ciclo 2007 – 2008 Kawaii! Japón ahora.
Comisaria: Hélène Kelmachter Aya Takano
Tradición y modernidad 21 de septiembre – 11 de noviembre de 2007 Erina Matsui
¿Kawaii? O la infancia del arte 23 de noviembre de 2007 – 13 de enero de 2008 Chiho Aoshima
Terror y seducción 25 de enero – 24 de marzo de 2008 Tomoko Sawada
Identidades 4 de abril – 18 de mayo de 2008 Kohei Nawa
La poesía de lo extraño 30 de mayo – 20 de julio de 2008
Aya Takano (Saitama, 1976). Aborda con estudiada inocencia la convivencia de lo tradicional y lo moderno. Sus delicadas pinturas inventan un universo de ensoñación poblado de jóvenes de largas piernas, en ropa interior o ataviadas con quimonos, cargadas de erotismo, flotando en un Tokio entre fantasmal y onírico, con resonancias de
Di Yue Quan Xi, 2004. Acrílico sobre tela. 182 x 227 cm. © 2004 Aya Takano / Kaikai Kiki Co., Ltd. Cortesía de la Galerie Emmanuel Perrotin, París y Miami.
I know that just a kiss take me far away, 2006. Acrílico sobre tela. 72,7 x 60,6 cm. © 2006 Aya Takano / Kaikai Kiki Co., Ltd. Cortesía de la Galerie Emmanuel Perrotin, París y Miami.
períodos clásicos de la pintura japonesa. Sus formas recuerdan la anatomía de los personajes de los manga tipo shoujo (que tratan historias de chicas adolescentes) que tienen una gran aceptación entre los jóvenes. Las shôjo –literalmente “medio mujer”– son un símbolo de la mutación de la sociedad.
Además de pintora, es dibujante de mangas y escritora de ciencia ficción, y ha trabajado en la concepción visual de videojuegos, así como en la realización de películas de animación. Forma parte de Kaikai Kiki, el taller de Takashi Murakami(**).
City Dog, 2006. Acrílico sobre tela. 80 x 100 x 2,8 cm. © 2006 Aya Takano / Kaikai Kiki Co., Ltd. Cortesía de la Galerie Emmanuel Perrotin, París y Miami.
Untitled, 2002. Acrílico sobre tela. 41 x 31,8 x 2 cm. © 2002 Aya Takano / Kaikai Kiki Co., Ltd. Cortesía de la Galerie Emmanuel Perrotin, París y Miami.
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(**) Takashi Murakami (1962). Su manifiesto “Superflat” (superplano) ha dado nombre a una de las corrientes más influyentes en el arte japonés de hoy. Es un artista que ha traspasado la esfera del arte y ha convertido su trabajo en un producto de marketing: desde objetos exclusivos de alto precio hasta camisetas, accesorios, alfombrillas de ratón, posavasos o cojines de consumo popular, como ya hicieron antes Andy Warhol, Keith Haring, Roy Lichtenstein o Claes Oldenburg. En 2001 fundó Kaikai Kiki Co., una suerte de fábrica de artistas destinada a promover y gestionar el trabajo de sus integrantes.
Erina Matsui (Okayama,1984). Es, con sus 23 años, la benjamina del ciclo. En su obra ella es la protagonista destacada. Su rostro surge a veces entre bosques de setas o en paisajes de pasteles y golosinas. Sus cuadros están poblados por las cosas que constituyen su mundo: una cajita de música que desprende una nostálgica canción de cuna, sus juguetes o su omnipre-
sente fetiche: Napoleón el uparupa, especie de salamandra rosa, con cierto parecido a un Pokemon, que atrae y perturba al mismo tiempo. Sus dibujos de sorprendidas niñas de grandes ojos evidencian la influencia de los manga, pero su adscripción al kawaii es bastante sui generi. Es difícil calificar de “mono” su trabajo aunque sí despide ese
Advent, 2006. Técnica mixta. 162 x 131 cm. Colección particular. Foto: Tal Lacman.
Universe, 2004. Óleo sobre tela. 145 x 145 cm. Collection Fondation Cartier pour l’art contemporain, Paris.
Metamorphose, 2006. Técnica mixta. 195 x 130 cm. Colección particular. Foto: Tal Lacman.
aire de nostalgia por una infancia que se resiste a abandonar. A pesar de su juventud, su prestigio ha crecido de manera exponencial en los tres años que han transcurrido desde su primera participación en una exposición. A punto de terminar sus estudios, los coleccionistas se la disputan y su ritmo de producción se ve superado por los pedidos.
Pandora woo, 2006. Óleo sobre tela. 20 x 20 cm. Colección particular.
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Chiho Aoshima (Tokio, 1974). Pertenece también a la Factoría Murakami y tiene una fuerte influencia del manga y de las animaciones futuristas japonesas. Sus delicados dibujos de colores ácidos, generados por ordenador, parecen encuadrarse en una tendencia que ha hecho furor en la ilustración de nuestro país en los últimos años, por lo que, a primer golpe de vista, provocan una sensación de dejà vu. Pero tal sensación es erró-
nea. Al acercarnos a los detalles –fascinantes–, vemos que la inocencia es engañosa y enmascara sus inseguridades y sus miedos. Aoshima crea bellos mundos que rezuman erotismo y se pueblan de fantasmas y demonios, habitantes de mundos sobrenaturales en medio de paisajes exquisitamente elaborados, como una versión moderna del Jardín de las delicias del Bosco. “Mi trabajo son como
Sky, 2005.
Piercing a Heart, 2002.
hilos de mis pensamientos que han volado por el universo antes de regresar para materializarse” reconoce Aoshima. Imprime su trabajo sobre todo tipo de superficies, desde telas, cuero o vinilos a paredes donde realiza murales gigantes, dotando así a su obra de diferentes texturas.
Singing song of love.
Hot Spring, 2006. 860 x 860mm
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Tomoko Sawada (Kobe, 1977). Es una fotógrafa que, siguiendo las huellas de Claude Cahun, Cindy Sherman y Nikki Lee, nos propone un estudio de la identidad y el cambio a través del retrato obsesivo de sí misma. En la serie ID-400, Sawada utilizó un fotomatón para crearse cuatro centenares de nuevas identidades. Pasó varias semanas cambiando continuamente de aspecto antes de autofotografiarse. Para la serie Omiai, igualmente se retrata a sí misma caracterizada como treinta diferentes candidatas a matrimonios arreglados. Es una vieja tradición japonesa que las posibles novias se fotografíen, en el estudio de un profesional del retrato, con quimono u otras vestimentas formales. Los padres posteriormente distribuyen e intercambian estas fotos con otras familias con la esperanza de encontrar un marido adecuado para su hija. Para su exposición en el Espai 13, Sawada realizará una serie de fotografías sobre la extravagancia en el vestir de las chicas de Tokio y en concreto de las golithas de
Serie ID400 #1, 1988.
Cover 11, 2002.
Harajuku. Decoration
School days-C, 2004.
Serie OMIAI, 2001.
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Kohei Nawa (Osaka, 1975). Es el único representante masculino del ciclo. Se sirve de las subastas en internet como fuente de aprovisionamiento de materiales, tales como juguetes o animales de peluche. Inicia su exploración insertando una palabra clave en el motor de búsqueda y después, establecido un primer contacto
PixCell-Ciervo, 2005.
visual con el objeto deseado, lo compra y lo reelabora. Utiliza prismas reflectantes, en un trabajo que recuerda la taxidermia, y bolas de vidrio transparente para actuar sobre la “capa externa” recubriendo los objetos para alterar y deformar su percepción por el espectador, poniendo el acento en la incer-
PixCell-Cebra, 2003.
PixCell-Saturation, 2004.
Scum#2, 2006.
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tidumbre que produce la realidad percibida. En sus últimos trabajos con materiales como la espuma de poliuretano, la obra brota con fuerza y se expande manipulando y comprometiendo la percepción del propio espacio expositivo.