Año 1 Número 2 • Noviembre 2014
Revista El Perro
La muerte.
Edi-
torial
Dos excesivos años de gestación y una peligrosa y creciente languidez nos determinaron a sacar de una patada, en tirabuzón, un primer ejemplar de El Perro. Esa precipitación y las ingenuidades que acaso puedan descubrirse en ese número, son perdonables si decimos que este animal ya llevaba mucho pidiendo la calle y que, como algo que ya no nos pertenecía del todo, que ya poseía cierta voluntad, lo liberamos esperando en el público una benevolencia natural y que (como un perro inexperto, que no se sabe cruzar las avenidas) no nos lo fuera a machucar la vertiginosa velocidad del mundo. Ahora que está fuera de nosotros, que lo mueven sus inercias y lo apreciamos a distancia, empezamos a darnos cuenta de su curiosa naturaleza: que olfatea gentes de todos los rangos y que se nutre de las palabras que brillan a nivel del suelo que es donde la vida ocurre, donde se gestan las violentas tempestades de lo cotidiano y el amor; donde fermenta el aburrimiento y, acaso, la poesía. Este nuevo ejemplar (cuyo tema a meditar es la muerte) ha sido trabajado con mayor cuidado y detalle y creemos firmemente que hemos logrado un resultado aún más apetecible para el público que ha recibido a este coludo con una generosidad inesperada. Este segundo número está integrado por una variedad más amplia de expresiones: agrandamos la entrada en la convocatoria para —por ejemplo— fotografía e ilustración, para poder ofrecer un espectro un tanto
más completo de la experiencia y la belleza. Nos sentimos agradecidos con los autores que han atendido a este llamado confiándonos plenamente la divulgación de sus obras, que aquí publicamos de manera íntegra, con la esperanza de encender con ellas lumbreras que sirvan para imponer resistencia a la ceguera que el protocolo y el tedio nos tejen a diario en los sentidos y la imaginación. Libres de toda superstición de vanguardia o canon, podemos aspirar a una aproximación más genuina al fenómeno artístico, al misterio. Tal es la pretensión en que empeñamos nuestra labor y los números futuros de esta revista; también el nombre de este animal con facultades de poeta y el nombre mismo del arte: hueso duro roer en que hemos de dejarnos los dientes.
Consejo Editorial (Los Perros): Jesús Beniel Velasco Reyes Bruno Maximiliano García Cortés Pedro Miguel Guillen D. Domingo Valtierra Robles Víctor Manuel Elizondo Santos
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“Aim dry” Modelo: Anónima Fotógrafa: María José Toscano mjtoscanorios@gmail.com Cel. 044 3310 2040 37
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L覺 te ra tu ra
Delirium Reptlens Es domingo, estoy tirado en mi cama con cruda y el estómago vacío, un ruido en la puerta me arranca de mi meditación televisiva, inhalo (continúo el zapping pleno), un golpe más intenso se suscita, exhalo (cambio el canal), un tercer madrazo daña la estructura de metal que divide mi mundo del real, entonces ya no puedo seguir acostado, abro la puerta furioso sin objetivo claro... ¡A-LA-VER-GA!, un enorme varano adulto vestido de traje gris con corbata roja arremete en mi contra, resulta imposible resguardarme, el predador me tiene atrapado en mi propio cuarto, no tengo siquiera tiempo para cuestionarme acerca de la posibilidad de que sea una tripeo, la adrenalina me toma por completo y de súbito capto que debo luchar por mi supervivencia contra un asesino acostumbrado a cazar para comer,
yo soy un inútil que a priori se presenta como la víctima perfecta, pero ni madres que claudico,—¡ÓRALE CABRÓN!— le grito para amedrentarlo y me le aviento sin algún plan concreto... 1) Levanta el cráneo. 2) Me desgarra un muslo con su poderosa mandíbula. 3) La arteria femoral resulta dañada por sus filosos dientes. 4) Comienzo a desangrarme. 5) Consciente de que vivo horas extras decido contraatacar. 6) Me conecta un colazo atrás de la rodilla. 7) Antes de caer ya me tiene prensado del cuello. 8) Comienzo a revivir las mejores escenas de mi vida en tono sepia. Mambo) Acato el hecho de que soy parte de una cadena alimenticia insoslayable. Antes de comerme saca un celular con reproductor
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MP3, pone play a The next episode de Dr Dre con Snoop Dogg, y manteniéndose íntegro e inexpresivo me deja morir lentamente mientras mueve su bífida lengua amarilla al ritmo de la música. Me está devorando pero no se irá limpio, aprovecho mi último respiro vital para realizar una maniobra final, coloco la mano sobre la sangre que forma un charco en el piso y estirando el brazo izquierdo logro manchar su saco para que por lo menos tenga una preocupación mezquina que no le permita comer tranquilo, —¡Ya te chingué el look, culero!— Le digo antes de extinguirme. Al trascender y estar de frente con los Gamers Cósmicos, se me confesó que el varano era un Komodus Urbanus, nueva especie que las deidades programaron para mandar a las ciudades más pobladas de la tierra con el objetivo de sacudir a los humanos que viven en un brutal y desgastante sedentarismo, el cual, si no es corregido a tiempo, les condenará al descenso evolutivo, así que, siendo la creación favorita de los dioses (la que los imagina y les rinde pleitesía), estos optaron por generarle un riesgo cotidiano que les mantendrá despiertos y activos, ya que el varano de la urbe a la par de ser antropófago puede competir por puestos de contaduría, administración y recursos humanos. También se me comentó que esta semana yo no decidí tomar alcohol en exceso, eran ellos quienes me marinaban para que al reptil le fuera más grata mi carne y se acostumbrara a engullirla, lo cual demuestra que nunca (ni siquiera cuando más lo sentí) fui libre.
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Pum Carajo.
Alfonso Ortiz García. Nací en Guadalajara, estudié periodismo en Ocotlán, Jalisco, terminé la carrera, no me he titulado, desaproveché cada una de las oportunidades que tuve para pertenecer a un medio porque no me interesa ejercer, por ende debo ocasionalmente soportar cuestionamientos de terceros respecto a mi vida laboral, la mayoría aderezados con un: “¿Y ya fuiste a televisa?”. Suelo conseguir por cuestiones del destino trabajos sencillos, temporales y peculiares, mismos que alterno con rachas de desempleo en las cuales regularmente caigo en crisis económicas y emocionales, y es justo en el centro de esta lucha entre pereza y chinga, que trato de pulir y sacarle brillo a las ideas mediante obsesión y neurosis.
Afuera la luna “Y la muerte se me precipitó garganta abajo como un ratón.” Charles Bukowski, Cisne de primavera.
Silencio. Afuera la luna, expectante. Silencio. Una gota de sangre recorre su sien hasta penetrar por la cuenca del ojo. El ojo se abre, su compañero le hace segundas, las pupilas se dilatan; el hombre respira lentamente, su visión, nublada por el polvo que levanta el aire, quiere adaptarse a la oscuridad, un rayo de luz se cuela debajo de la puerta malamente cerrada. Intenta levantarse colocando el peso sobre ambas manos, pequeñas piedras se encajan en sus palmas y cae de nuevo. Otra nube de humo se eleva desde el suelo y él cierra los ojos una vez más. Sigue el silencio y ahora la respiración cuesta, tiene tierra en la garganta y sangre resbalando de las fosas nasales. Intenta levantarse de nuevo, utiliza sus piernas como apoyo y se hinca frente a lo que parece ser un cuerpo inerte. El hombre se pone de pie, su sombrero de paja cae al suelo. Tlac. Sigue sangrando, las gotas caen. Tlac. El silencio se irrumpe con el desvanecimiento de su piel pálida, sucia, cansada. Da unos pasos y su costado izquierdo arde, el plomo se desliza entre sus costillas abriéndose paso entre los nervios, rosa un pulmón, el hombre tose y una baba negruzca humedece sus labios. Se incorpora, sus botas se tambalean hasta llegar a una mesa donde un frasco con mezcal lo está esperando. Reclina su cuerpo, toma la botella y
le da un trago; el líquido arde, la garganta lo rechaza y escupe. Le da otro trago, sigue ardiendo, el plomo vuelve a deslizarse un poco más, ahora cercano al corazón que bombea con rapidez. La choza en la que se encuentra está casi destruida. Aquí no hay nadie, sólo él y el cuerpo de un hombre cuya suerte corrió mejor que la suya. Aquí no hay nadie, la muerte cercana, la muerte que viene y va, que toca la puerta y se abre. Afuera, el viento levanta columnas de ramas y vegetación seca; el hombre camina, sale del lugar y se encuentra con una explanada desierta: nada a lo lejos y nada cercano. Camina lentamente, sin rumbo. Aquí, la muerte no existe. El plomo se desliza hasta el miocardio. Tampoco la vida.
Poema para e(su)citar Hospital: Catedral de la lepra erigida en tierra de sepulturas, yo te ofrezco esta vela para que incineres a tus muertos, para que les limpies el pecado innato de la existencia. Alimenta con ella la promesa inocua de una luz que nada revela, más que los despojos de la incertidumbre. Dentro de ti hay ánimas blancas que recorren tus órganos llenos de cáncer. En el estómago llevas una carga que no se digiere. A tus enfermos los defecas casi sin proceso, con masticaduras torpes, parchados, cosidos, plastificados hilvanados con alambre galvanizado, eso sí, pero emendados insatisfechos incompletos como Cristos resucitados a medias con almas pero sin cuerpos con el tumor maligno colgándoles como una lágrima, sin luz al momento del parto sin reconciliación en las fracturas sin latidos de vida en el corazón.
Liliana Munchkin
Daniel Alejandro Colmenero González
Liliana. 21. Mitómana de nacimiento y ninfómana por elección. A veces escribo. A veces me publican. La mayor parte del tiempo duermo. Me gustan las galletas y el café aunque siempre he creído que las galletas van mejor con leche. Estudio en ocasiones y también veo películas. No me gustan las semblanzas pero sí me gusta Pink Floyd.
Promotor de Lectura y coordinador de talleres literarios a nivel superior y medio superior por parte de la Revista Luvina. Ha colaborado en las revistas Numen, Vaivén y Aion. Actualmente cursa el décimo y último semestre de la licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara.
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Cuando te vayas, mad e. Cuando te marches me daré cuenta, lo notaré principalmente en la comida, jamás las papas con queso serán tan buenas. Extrañaré tu mole poblano en cada cumpleaños, algún día me besarás y nunca más lo harás de esa forma; algún día me abrazarás y jamás alguien me abrazará así. Ya no vendrás a mi cuarto a platicar de curiosidades y la familia, ya no escucharé sobre tus sueños de galerías, te habrás marchado y lo sabré, y estoy tan seguro que tarde o temprano sucederá, que me aferro a la siguiente idea para sentirme preparado. Te cuento que cuando te vayas y no me refiero al supuesto donde me alejo yo, pues cada vez que yo me marcho también te veo partir, me refiero a cuando llegue esa hora de irte, no partirás del todo, pues serás alimento de los árboles y te integrarás a su tronco, a este tronco le nacerán ramas y te coinvertirás en sus ramas, unas fuertes, que debilidad te conocí muy poca. A esas ramas les crecerán hojas y estarás en sus hojas formando su bello follaje, para seguir oliendo a amanecer limpio y fresco, después vendrán las flores y serás una flor, de esas hermosas con las que me entretengo tomando fotografías; serás de nuevo semilla, siempre a mi lado lo fuiste y te tocará volver a hacerlo, te cuento que a la par de ellas nacerán
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los frutos y te volverás uno con él, quizá para que continúes dulcificando este a veces amargado mundo, luego llegará un ave y comerá del fruto del que ahora formas parte para así convertirte en ave, y yo cuando observe a las aves, recordaré que aún estás entre nosotros, y le diré, y escucharás; madre nada termina nunca y si termina será para ser un nuevo comienzo. @OscarJareth
Extran- Si decides eg esar esta noche,
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¿Cómo hablar de una cosa tan inmaterial pero que nos toca a la vez tanto todo el tiempo? La muerte nos acompaña a lo largo de nuestra vida: cuando se van nuestros seres queridos, en la despedida de los desconocidos, en las cifras de los periódicos, e incluso en el pequeño y sencillo hecho de que cada momento que vivimos muere alguien aún sin que lo pensemos. La muerte toma todo lo que amamos. Algunos van a decir que todo empieza con la muerte, que es otro nacimiento. Para mí, la muerte no sólo representa el fin de la vida humana sino a todas las cosas que tienen que parar. Puede ser la muerte de una situación, de una emoción, de una idea; cualquier cosa que se va y que nunca regresa. Al pensar en una cosa que ha muerto, suelo sentirme destrozada. La muerte es la única representación que podemos sentir del tiempo. Podemos darnos cuenta de que el tiempo pasa, con las horas o el sol, pero para sentir al tiempo, sólo está la muerte.
espe o que tengas la ocur encia de elegirme… Ah, eres tú. Pasa. Por una extraña razón, sabía que hoy de nuevo vendrías. Ya, pasa, no te hagas la que te da pena, ya sabes que entre nosotros hay confianza. Siéntate. ¿Qué quieres beber hoy? Bueno, sea lo que quieras sólo tengo vodka, así que te serviré un trago. ¿Sabes?, me da un poco de risa el pensar cómo saldrías a seguir matando estando ebria ¿te permiten, sean quien sean tus autoridades, tomar mientras trabajas? Nunca te he preguntado eso y hoy, que al parecer es el día, me gustaría que me respondieras, por nuestra amistad, ya sabes. Me provoca algo de gracia verte llegar con el mismo vestido del día en que nos conocimos ¿cuánto tiempo ha pasado? Ya hace varios veranos, pero al parecer hoy aparentas que no nos conocemos. Típico en ti, supongo. Pero debo confesarte que sí, hoy te ves muy bien, aunque me agrada más verte con tu guadaña de gala y tu vestido de fiesta, ese que usabas en pasadas ocasiones, cuando me visitaste también.
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¿Qué ha pasado con tu sonrisa? No me digas que estás triste sólo porque hoy sí debo acompañarte. Ya lo habíamos hablado, ambos sabíamos que este día llegaría. Recuerda cómo aquella primera vez cuando me visitaste venías con la furia de los mil demonios dispuesta a cortarme la cabeza. Es cierto, esa vez tenía algo que te agradaba y te lo llevaste. Infringiste las reglas y me dejaste vivir un poquito más. Sí, también las demás veces venías por los poemas que tenía para ti y a escuchar de mis labios las historias que me inventaba, pero hoy no pienses mal. No es que haya dejado de escribirte, simplemente el tiempo se cumple y el mío ya llegó. Y es precisamente de eso de lo que deberíamos de hablar, claro, si es que me dejas con vida unos minutos más: del tiempo. Cada cosa lo tiene y el mío se acabó desde la primera vez que pisaste esta misma sala, pero tú me diste más vida. En verdad no sé por qué tanta gente te tiene miedo. Si superan como yo sé que no eres tan mala como te pintan, ni tan fea, por supuesto, tal vez te amarían. ¿Ves? ¿Qué te costaba esbozar una sonrisa? Al menos me dejas tranquilo al saber que nos iremos riendo, como antes, como siempre y como en los mejores momentos. ¿Estás segura? Bueno, es verdad. Si ya esperamos bastante, ¿qué son unos momentos más? Pues me fue más o menos. Viajar tres horas cada mes sólo para pasar las noches juntos no es una buena relación. Por cierto ¿crees que puedas hacerme otro favor? Hace mucho que no sé nada de Saavedra y me gustaría saber cómo está, qué es lo que ha hecho después de mí. Sé que tienes el poder de ver en la distancia, inclusive en el tiempo. Ah, vaya, me alegra ver que pudo ser feliz, que pudo superarnos y que su vida estará llena de dicha. Se lo merece. Siempre fue muy guay. Es chistoso. A veces pienso que su recuerdo borrascoso y su presencia efímera fueron lo que real-
mente me llevaron a pedir que vinieras pronto. Al final de cuentas, co m o s i e m p re l o h e dicho, nada dura eternamente, puesto que todos los nombres son intermitentes. No sé tú, pero mi vaso ya está vacío. Ya estoy listo, cuando digas. Soy todo oídos y todo pies. A tu indicación, nos vamos. Pero no quiero irme en el colectivo, quisiera ir c a m i n a n d o, ve r m i s calles por última vez, ahora sí. Sé que pido demasiado, pero debes saber que no soy un medio muerto normal. Aludiendo de nuestra amistad, que seguramente hoy también llegará a su fin, abusaré de tu confianza. Ya no mires la maleta con extrañeza, sé que no podré usar nada de lo que aquí tengo, pero mi egocentrismo puede más que la realidad, así que de todas maneras lo llevaré. Al final de cuentas quien carga el equipaje soy yo, ¿no? Bueno, ya. ¿Ya? Perfecto. Una última cosa. Gracias por este tiempo extra, fue agradable. Muchas gracias, en serio. Y adiós.
Luigui Summer Nací en la ciudad de Guadalajara en noviembre de 1988. Actualmente curso el 5° semestre la Licenciatura en Educación Primaria, en la Benemérita y Centenaria Escuela Normal de Jalisco. Comencé a escribir en el otoño del 2005 y desde ese entonces, mis creaciones son en su mayoría poesías, aunque de vez en cuando también lo son pequeños relatos bastante breves. Este año inicié a compilar dichos escritos para formar una obra de mayor extensión. Hoy en día trabajo en ese proyecto, sin mencionar que, obviamente, sigo escribiendo, sigo creando. Fui publicado por la revista El Perro (“La primera vez”, octubre 2014, número 1, año1).
La muerte toma mucho tiempo en irse: el duelo. Este tiempo, en el cual la muerte se encuentra aún más presente, es el centro de la vida. El duelo es la mezcla perfecta entre vida y muerte: la muerte nos invaden tanto, que parece como si la vida no importara. No nos damos siempre c u e n t a , p e ro v i v i m o s muchos más duelos de los que pensamos. Nos centramos en los duelos de personas porque la muerte está considerada en su sentido "sublime", el fin de una vida. Pero como ya lo dije, no solo hay muertes de personas, sino de todo lo que se puede vivir. Cuando vivo algo, siento algo o pienso algo, cada vez que pasa algo, vivo un pequeño duelo. Este algo me deja, y nunca jamás podrá volver de la misma manera, porque no existirá en las mismas condiciones ni de tiempo, ni de situación. Una cosa pasa y nunca se puede repetir, porque el tiempo nunca vuelve a existir. Así la muerte toma todo porque el tiempo también muere. Ninguno de los dos se puede parar, ni el tiempo, ni la muerte. Pero para soportar todo esto, todos estos duelos y esta obsesión que nuestra civilización tiene por la m u e r te , te n e m o s q u e enfocarnos en lo contrario a la muerte: (revelación) la vida. Hay que cambiar esta manera que tenemos de p e n s a r. N o p o d e m o s pensar siempre que todo muere, sino que cada
muerte trae un nacimiento. Cuando algo muere, el algo siguiente viene a la vida. Si se me va una idea, tengo que pensar en la siguiente que está a punto de ver luz. Si para una situación de paz y felicidad, otra vendrá, más tarde. El sol siempre sale. En lo que concierne a la muerte en su sentido "normal", es más difícil pensar así, porque cuando una persona se ha ido para siempre, no se puede pensar que otra persona similar llegará en su lugar. Suelo decir que llorar por los muertos es muy egoísta. Porque estamos tristes de echar mucho de menos a alguien. Pero, el dolor no es egoísta. L a muerte provoca emociones, y tenemos que dejarlas salir de nosotros, para cerrar estos duelos. Así la muerte ayuda a enfrentar la muerte. La muerte de ciertas emociones nos ayuda enfrentar las emociones provocadas por la muerte. Y así va la vida: de muertes en muertes. ¿Paradoja? Nunca había dicho que yo era lógica. Ahora vivan/vivid. Vivan/vivid estas muertes, hasta que la vida en sí misma muera.
Céline Guillemot Soy francesa, de Paris, estudiante de 20 años. Viví en México, los 6 primeros meses de 2014, y ahora estoy en Madrid, por lo que resta del año. Me gustan los artes, el cine, la foto, la música, y el teatro, un poco de todo. Me encantan los viajes y el descubrimiento de nuevas culturas y personas. Fui publicada por la revista El Perro (“La primera vez”, octubre 2014, número 1, año1).
Wildo Al igual que las palabras solo vibran unos segundos en el aire para luego desaparecer, así somos los cuerpos, no hay hombres y mujeres, solo retazos de carne, vísceras y bilis que por un ínfimo instante vagan sobre estos suelos. Hay palabras que son eternas, hombres de espíritu provocador que no se olvidan, hablan sobre si “Dios ha muerto” de “seres para la muerte” o de los “mundos perfectos”, palabras que no solo vibran a través de la laringe, no son simples ideas que pernoctan en los libros de una mesa junto a la cama, son martillo y cincel, que tatúan hasta la más firme roca. En vasto eso eres tú, han sido ya cinco años desde que partiste, un lustro en el que hace eco el motor de tu auto, aún en marcha, mientras abres la cochera de la casa para recuperarte del fastuoso empleo. Tu nombre, la ropa que dejaste, la máquina de rasurar y esa barba recién cortada con la que rascaba sus mejillas tu mujer, están marcados y no se borran, tardarán más en desaparecer que en degradarse las colillas de tus cigarros fumados en la cochera. La madre que por las noches desesperaba en tu lado de la cama ya está tranquila, el panadero y tus hermanos con quienes solías conversar están callados, de vez en cuando te recuerdan en baños y bautizos del más corriente ron. Tu hijo el mayor ha vuelto a ser temeroso como un niño, tu niño querido se volvió un hombre y tu cría más humilde escogió ser maestro; un padre como tú, pero para muchos niños. Hay días en los que ayer estabas, otros en los que se resiente la media década de tu ausencia, padre nuestro que estás en tu lecho, no como el de las alturas, ese que nunca nos quiso en tu casa, porque el mismo te arrebató.
Daniel Orozco. Estudio actualmente en la Universidad de Guadalajara, en la licenciatura en filosofía cursando el quinto semestre, nací y he crecido en la ciudad ya mencionada, del estado de Jalisco, en México, la última vez que me publicaron fue en la “primera vez” de “El Perro” que, casualmente, fue también mi primera vez.
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Siguiente turno El hilo de sangre corrió por la línea punteada del papiro envejecido, escribiendo su nombre en letras rojas. Había aceptado el trato del hombre de traje negro y cuernos rojos que salían violentamente de su cabeza. En cuestión de segundos se había esfumado y la vida de Jorge empezó a cambiar en pocos días. De ser un hombre al que la suerte no se molestaba ni siquiera en voltearlo a ver, se convirtió en alguien importante y reconocido. Todos lo vieron como un caso impresionante en el que un vagabundo cualquiera, marginado por la sociedad, se transformaba en un importante hombre de negocios cuya fortuna crecía y crecía sin parar. El gusto fue tan momentáneo que apenas le dio tiempo de saborearlo. En menos de tres años ya se encontraba en un cuarto de hospital firmando con mano cansada su testamento recostado en la cama donde acontecería su lecho de muerte. Murió de forma rápida y con una sonrisa socarrona en la cara. Su cuerpo, según sus órdenes, fue incinerado como había acordado con el hombre de traje negro y cuernos en la frente. Su alma fue directo al infierno, el cual siempre imagino caluroso y lleno de calderas con pobres almas implorando piedad. Apareció en la entrada de un viejo bar cuyo fondo era adornado por una pianola vieja que tocaba una melodía añeja y un tanto desentonada. El hombre de traje negro le hizo un ademán con el dedo índice indicándole que se acercara a la única mesa del lugar. Jorge se dirigió a donde estaba el hombre, quien de dos palmadas hizo aparecer una silla. —El plazo se venció y por eso usted está aquí. No, no diga palabra. Disculpe la mofa. Los labios cosidos le impiden hablar. No puede responderme, ¿o me equivoco? No importa. La tarea es simple. Despójese de todo lo que lleva encima. ¿Ve la puerta que está detrás suyo a la derecha? Ahí encontrará su nuevo uniforme. Cuídelo bien, lo llevará puesto por mucho tiempo. Es todo. Un gusto hacer negocios con usted. –El hombre de negro desapareció repentinamente. Se vistió con un pantalón roto, una camiseta vieja y deslavada, zapatos diferentes para cada pie, un gorro y guantes deshilachados, y una gabardina café con un aroma a humedad y mugre. Salió del lugar y se encontró con una ciudad que le parecía familiar con la diferencia de que ésta era aún más horrible y el ambiente, además de sentirse pesado, apestaba
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terriblemente a muerte y fluidos corporales. Las ratas corrían por las calles como si fueran bien recibidas por todos. Tenía hambre, resultaba curioso que un muerto sufriera de eso. Se acercó a un grupo de personas que se encontraban con las manos extendidas alrededor de un tambo con lumbre para obtener algo de calor. Tenía escalofríos que le adormecían las extremidades. Quiso entablar una plática con ellos, pero los hilos de sus labios se lo i m p e d í a n . E l g r u p o d e h o m b re s, a l ve rl o desconocido, le exigieron de la forma más educada que sabían, aun así grosera por igual, que se marchara de ahí cuanto antes. Se alejó a traspiés tropezando con su propio paso que casi lo hace caer. Se topó con un grupo de chicos que, al verlo indefenso, comenzaron a propinarle una lluvia de golpes sin motivo alguno, mientras ellos se reían de forma estridente hasta que vieron que el c u e r p o d e Jo rge ya n o p u d o m á s. Q u e d ó inconsciente. Despertó en lo que parecieron horas después, debido a que un chorro de agua tibia y apestosa lo salvó de su sueño. Espantó como pudo al hombre que le orinaba directo en la cara y se levantó a regañadientes. Comenzaba a creer que el infierno era exactamente como lo había creído siempre: un lugar donde todo se conjunta perfecta y armoniosamente para joderte la existencia sin desperdiciar un solo momento. Caminó por la calles y, al doblar una solitaria y lúgubre esquina, chocó de frente con el hombre de traje y cuernos roji-puntiagudos en la frente. —¿Considera que ahora es más difícil y cruel que antes? Asienta con la cabeza si es así. Tal vez esté interesado en un trato. Lo despojo de la vida miserable que tiene ahora a cambio de lo que queda de su alma, ¿qué dice? Asienta de nuevo, muy bien. Sólo tiene que firmar esto y todo el éxito llegará a usted de forma inmediata, pero recuerde que lo que resta de su alma, cuando muera, me pertenecerá para siempre. No tenía mucho que perder. El hombre del traje negro y cuernos pinchó el dedo indicé de Jorge, entonces sintió que todo ya lo había presenciado antes, pero era demasiado tarde para retractarse porque el hilo de sangre ya corría en la línea punteada del papiro envejecido escribiendo su nombre en letras rojas…
Christian Anguiano (Guadalajara, Jal. 1993) Cuentista por amor al arte y por compromiso con las letras. El sinsentido y el humor negro son temas predominantes en sus historias. Actualmente es estudiante de la licenciatura en letras hispánicas de la Universidad de Guadalajara.
Soldado ce o Los habitantes del Arca Ecuatoriana, la megaciudad de cien millones de personas en la que vivo, la única ciudad civilizada en el ecuador del mundo, han dejado de apreciar la finitud de las cosas. Creen que todo es eterno, que pueden disponer de lo que quieren por siempre, que sus edificios y casas minimalistas, sus verdes parques y sus ríos artificiales son la imagen del mundo. Prefieren olvidar que el verdadero mundo murió hace más de cincuenta años.
Yo luché por el mundo. Fui uno de los Soldados Cero, los que luchamos contra las epidemias de infectados de todas las especies, que día tras día frenábamos el avance de la infección mientras las murallas de las Arcas eran construidas. No íbamos a salvar el mundo, sólo a volver más lenta su muerte. Y después de años de matar a los infectados, y ver que poco a poco nuestros compañeros iban
perdiendo la cordura, la civilización creyó que ya no necesitaría a los Soldados Cero, los que no pudieron salvar al mundo, y nos obligaron a dejar las armas. Dos mil Soldados Cero sin trabajo, y sólo contando a los de Arca Ecuatoriana. Si la población cree que podrá abusar de las personas que los protegieron por veinte años, están equivocados.
Tengo mi traje de combate, pertrechado completamente, con todas las funciones activadas, afinado y al punto; mi rifle de combate MCT, un cargador cuántico de treinta mil tiros, granadas y mi experiencia en el campo de batalla. No lo esperan, pero ya lo tengo planeado. Desciendo de mi vehículo. El enorme parque se extiende hasta el Palacio, la alcaldía del Distrito 6 de la ciudad. El lugar está lleno de vigilantes, los androides que nos quitaron el trabajo de patrullar la ciudad. Verán por qué un solo Cero vale más que mil vigilantes.
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Yo vi todo, lo grabé en mi memoria cerebral. Caminaba junto a mi novio, cuando el primer tiró se escuchó. Nos tiramos al piso, pero yo había captado al agresor desde el primer momento: llevaba la rudimentaria de un Cero, con su traje marrón oscuro por dentro de su blanca gabardina, que terminaba en un casco táctico completamente oscuro. Cero aniquiló a dos vigilantes en un primer momento, y cuando nadie se recuperaba de ese primer acto, lanzó un explosivo desde su lanzagranadas acoplado a ese rifle (que creo, era un MCC) y otro par de vigilantes acabaron destrozados, en una lluvia de componentes metálicos. Cero corrió a una vertiginosa velocidad, seguramente potenciada por su armadura, y seguía luchando contra los vigilantes. Más bien, masacrando, pues esos androides no lograban coordinarse antes de ser eliminados por ese terrorista. Usó un guante telequinético para estrellar dos transportes de vigilantes, y también para lanzar a varios civiles lejos del fuego cruzado. Su meta seguramente era atravesar todo el parque, pues seguía un camino lineal, y aunque llegué a ver que unos civiles morían entre el intercambio de tiros, no parecía que su objetivo fuera matar inocentes, sino a los vigilantes. Un escuadrón de catorce vigilantes apareció por el este, corriendo, pero dos explosivos disparados por Cero se hicieron cargo de ellos. Con la telequinesis artificial barría los escombros de metal y concreto que iban quedando a su paso, y apenas un vigilante hacía acto de presencia en las cercanías, Cero lo neutralizaba con una eficacia que provocaba asombro, pero también terror. Por fin se detuvo, en el centro del parque, en medio de varias jardineras, y disparó al menos una decena de veces varias esferas negras que ahí se quedaron, inmóviles, volviéndose paulatinamente invisibles. Recuerdo que en ese momento mi novio dijo “Se está atrincherando” con un tono de voz que demostraba su perplejidad. Minutos después supe por qué se atrincheró: los
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vigilantes 4.0, cyborgs, la versión de élite de la policía de las Arcas, iba hacia su posición. Cuatro escuadrones diferentes, todos llegados en transportes blindados, rodearon a Cero, y avanzaron con sus rifles apuntándole, ordenándole que tirara su arma o abrirían fuego. Cuarenta y ocho vigilantes altamente entrenados iban cercando la posición del terrorista, cuando las esferas negras fueron activadas. Explosión tras explosión, las esferas fueron fragmentando a los vigilantes, obligándolos a buscar protección. Cero aprovechó la confusión para continuar con su matanza, pero los cyborgs tenían el toque humano que faltaba a los androides, y eran enemigos más duros. El tiroteo era mucho mayor, con la mayoría de tiros concentrándose a la posición defensiva, levantaban el polvo del concreto destruido, y entre la polvareda, Cero seguía defendiéndose. Momentos después, veintitrés cyborgs habían alcanzado la posición de Cero, y el antiguo soldado yacía en el suelo, con su gabardina manchada de sangre, muerto. Su cuerpo fue metido a un transporte de personal, y fue todo lo que grabé en mi memoria cerebral. Mi grabación será recopilada, junto a la de todos los que estuvimos en ese lugar, para dar testimonio de que los vigilantes no podrían protegernos como nos prometieron, pues quedaba demostrado que un Soldado Cero era mejor guerrero que un vigilante. Mierda, no sé porque los gobiernos decidieron acabar con ese ejército. Ese terrorista nos lo demostró: si los infectados superaban las murallas, los vigilantes no podrán protegernos. Si quería confirmarnos que es necesario traer de nuevo a los Soldados Cero, lo hizo de una forma por demás extremista y sádica. Pero lo confirmó.
Saúl Donfi Reina Nació en Guadalajara en 1989. Estudió Letras Hispánicas en la U de G. Trabajó en una revista especializada en ciencia ficción y todos sus subgéneros de la Ciudad de México. Tras el cierre de la revista, comenzó a trabajar como profesor en una preparatoria de Bucerías, donde aún reside. Desde 2011 hace esporádicos avances a lo que espera sea su primera novela, Ciudad en Llamas.
Mauricio Traía dos tragos de mezcal entre sus delgados dedos; lanzó uno hasta mi mitad de la mesa y el otro lo puso frente a él después de haberle olido. Se sentó. Me pasó las cartas. —No sé barajar —le dije. —Tal parece que últimamente no sabes nada. Qué ganas de decirte algo profundo —dijo con sarcasmo. —Pero un buen juego no lo es realmente sin una baraja bien revuelta. Me ofreció un cigarrillo. Con un gesto de la mano lo rechacé e inclinando la cabeza agradecí. Puso uno en su boca y mientras frotaba el fósforo contra la cajita para encenderlo me dijo: —A estas alturas de tus pocas ganas ¿y temes morir por un par de fumadas? Me quitó la baraja, hábilmente la partió, la juntó, la volvió a dividir, a pasar rápidamente de una a otra mano, y la repartió. Parecía interesante. Tenía los labios ligeramente rosados, casi carmín, un poco bermellón; pómulos marcados; ojos hundidos y marrones; mirada burlesca; nariz pronunciada; cabello oscuro, ondulado; piel blanca. Llevaba unos jeans rotos de las rodillas, una camisa blanca desabotonada hasta el pecho y arremangada; converse negros. Interesante; atractivo… algo perturbador, intimidante. —Es la segunda vez que quieres verme. ¿Qué quieres de mí?
—¿Eres…? —Mauricio —Me interrumpió lanzando una bocanada de humo—. Llámame Mauricio —Y le dio un sorbo a su mezcal. Con un movimiento de cabeza señaló mi vaso, en lo que yo deduje era una exhortación a beberle. Me sentía mareada. Agité la mano rechazando la invitación. Alzó los hombros y torció los labios, como si hubiese dicho “¡Cómo sea!” de una manera casi indiferente. Yo no sabía qué decir; la verdad es que aquella escena me parecía casi cómica. —¡Qué! ¿Me imaginabas más bien como una dama huesuda, ataviada con un largo y pomposo vestido, y un ancho sombrero colorido? ¿O prefieres la versión de la capa negra y la hoz? Me hubiese puesto unas bermudas con este calor, pero detesto los moscos; confórmate con la palidez de mi flemática apariencia. —Nunca mencioné mis pocas ganas. De hecho quería verte por el motivo opuesto… —Respondí, haciendo caso omiso de su comentario que denotaba más modestia que enojo. Supo disimular su sorpresa, obviando intencionalmente su interés; no sabría decir qué tan sincera fue su mueca, o qué tan sobreactuada, pero con un gesto de su mano me indicó que siguiera. —Estoy escribiendo algo… una novela a decir verdad. Al final toda mi maraña de ideas y viñetas escritas, desembocan en lo que bien podría ser un intento de autobiografía. El punto es que quiero algo distinto… quiero algo grande… algo que rebase lo común. Un final diferente. Quiero que el final de mi historia sea mi propio final… —Me detuve a sabiendas de lo ridículo que probablemente aquello sonaba.
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Se rió con saña. —Déjame ver si comprendí. ¿En esta ocasión no hablamos de desilusión, ni desesperanza, ni depresión, ni etcétera?… ¿Me has llamado para que sea yo quien “escriba” (simuló un par de comillas textuales con sus dedos) la última línea de un libro? Asentí con la cabeza. Su presencia era imponente, cautivadora. Percibí su aroma… a sándalo. Di un trago a mi copa. —Pues bien, ¡Deseo concedido!… Ese trago es el último que beberás. Aparte te concederé el honor, por ti no solicitado, de caer en mis brazos con la conciencia muerta. Con tu cuerpo morirán tus ideas, tus recuerdos, tus sueños, tus planes… Tu proyecto. No sabrás si lo lograste; no sabrás si tus notas fueron encontradas, o si siendo encontradas fueron publicadas… Leídas… Aplaudidas; eso, ni nada. Porque precisamente eso, nada, será lo que serás. Su cara de jugarreta satisfecha aumentó mis ganas de vomitar. Mi trago no tenía sabor extraño, ni siquiera distinto; como fuese, la lengua se tensó bajo mi paladar, tornándose seca y agria… Como si un veneno sin sabor la hubiese atado para privarme en ese final momento de lo que yo más quería… Las palabras.
tadores poderes sólo para satisfacer el ego de un ser humano. Algo de humano tengo al respecto… Cuanto más me lo piden menos atiendo. Espero que tengas dinero; no tengo ni un cinco. Sonrió de oreja a oreja tras mirar su vaso vacío. Se paró, caminó hasta quedar frente a mí, ladeó la sonrisa, me miró de arriba abajo… Lentamente. Me sentía perdida; patéticamente atraída. Se detuvo en el doblez de mi falda. —Lindas piernas —Sabía lo que provocaba y se mofaba—. Te besaría; pero hoy no me apetece. Tal vez otro día. Cuando menos lo esperes. Te besaré. Te besaré como nunca te han besado. Pero hoy… Hoy no, cariño. Ni beso, ni final feliz. —Y se marchó. Me quedé sentada. Pensé en escribir; pero mis piernas temblaban… Todo mi cuerpo lo hacía. Sin reflexionarlo mi mano izquierda comenzó a sofocar mi muslo bajo su terca caricia. Mi ordenador seguía encendido mientras yo vagaba en mi imaginación. “Mauricio” quise escribir… “Mauricio”, musité mientras las mieles de mi vientre se derramaban por mi entrepierna.
Estiró su larga mano hasta mi rostro y con las yemas de sus dedos acarició mi mentón. Sentí frío… Me paralicé. En algún punto había dejado de entender lo que estaba sucediendo, si es que alguna vez lo había entendido. Una repentina y estruendosa carcajada rompió el pesado silencio de aquella pausada escena. —Me declaro adepto al drama y la poesía. ¡Vamos, ingenua! No perdería mis valiosos y encan-
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María del Sol . Nací en Guadalajara; aunque por mi familia, me considero mitad zacatecana. Pasé la primera parte de mi infancia en un pequeño pueblo jalisciense, para después mudarme a una pequeña ciudad y posteriormente a Zapopan; donde a la edad de 12 años comencé a escribir poesía. Desde pequeña sentía una fuerte inclinación hacia la pintura, así que estudié Artes Visuales. Sin embargo con el tiempo y de manera más instintiva que consiente, descubrí mi gusto enorme por las letras y me di cuenta de que desde mi adolescencia no había dejado de escribir, pasando por diversos temas plasmados básicamente en poesías y cuentos. Actualmente resido en Quintana Roo y mi encanto por las palabras continúa creciendo. Mi cuento, “Paragua de peces”, fue publicado por la revista El Perro (“La primera vez”, octubre 2014, número 1, año1).
Transeúntes El cuasi cadáver desparramado, con las tripas batidas y la sangre asomando desde la comisura de una boca torcida en mueca tragicómica. Resopla fuerte, todavía, en la cabeza de quienes lo vimos, ese llanto suyo, mudo y premonitorio, por la dama y su sombra que da frio y sosiega hasta el día del juicio. Al menos, en la mía resuena. 20:06 Llegada de la ambulancia. El tráfico denso, inundado de mirones. La cinta asfáltica huele como a cempasúchil chamuscado. *** (Interior del cuarto 26, segunda planta de la añeja vecindad, a espaldas del parque Morelos: observable desde la puerta, en la pared de enfrente, un Cristo de madera y, en la pared de la derecha, un cuadro de la Guadalupana, a sus pies, en el suelo, un par de veladoras apagadas; un desgarbado foco, salpica lánguida luz; en el centro, una triste mesa y un banquito, aún más deprimido; la base de cama vestida con la roída colcha roja; bolsas negras repletas (¿?), pacas de periódicos, cartones apilados y, allá, en la esquina más remota, un estropeado radio. Cirilo, perro tipo estopa –usada–, echado. Entra y sobre la mesa deposita un morral y una billetera). Hazte para allá, cabrón, ¡quítate! (reprime el animoso saludo del perro, quien regresa al suelo). Son chingaderas, uno ya no puede caminar en esta pinche ciudad, sin que no se tope con una marcha, con un ratero o un pendejo. Pobre cabrón, mala suerte… (Silencio, vacía el bolso). A ver: plumas, un cuaderno, esto parece una agenda, un libro (“Espantapájaros”, Oliverio Girondo)
y siquiera algo bueno: galletas (abre el paquete, arroja dos a Cirilo, come el resto). *** Desde la de devastada zona de construcción, donde otrora había una explanada típica y citadina: la boca que engulle y vomita, en el mismísimo acto, bocado-personas, con rumbo a los subterráneos intestinos del tren ligero; con vagabundos y ambulantes comerciantes aguileños, albureros y gandayas: ya te consiguen internet ilimitado, ya venden cachorros, ya te ofrecen aguas perfumadas y magníficos remedos de eternas paridoras de tictacs. 19:36 Varios teléfonos celulares en uso. Confusión, contradicción e impotencia colectiva. Dos policías ciclistas resguardan al herido que, sin embargo, ya ha sido rapiñado. Por Plaza Tapatía camina un hombre harapiento, con un lío de diarios viejos asido de su diesta y una alforja colgado del brazo zurdo. *** (El hombre, de aspecto erosionado, edad insospechable —entre cuarentón y no más de sesenta—; con estambre, alborotado y blanqui-pardo, por cabello; intento de barba, desaliñada; ropajes maltrechos, con voz aguardentosa y andar sonámbulo, recorre la habitación, allá, por donde no estorbe paca, pila, bolsa o miserable menaje alguno, mientras lee, ora el cuaderno, ora la agenda). “(…) Tu arabesco semblante que reclama saetas
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miradas, alucinante don, cruzadas completas valdría por siquiera mío, un momento, fuera…”. Fíjate Cirilo, resultó poeta. Tenía que ser: andrajoso, greñudo y su playera de letras chinas, con todo y libro de poesía. Ah, qué muchachos, mejor que se pongan a trabajar y no anden de huevones. “(…) exposición “Aristófanes”, comprar dulces…”. Ojalá que no se le olviden (se ríe sonoramente). ¿Por qué no los compró desde hoy, verdad Cirilo? (Se carcajea mirando al can. Deja la agenda. Coge la billetera, la husmea). Pos’ amos viendo. Una estampita de San Judas, ¡quinientos varos! ¡Ay cabrón, Diosito aprieta, pero no horca! Cirilo, ya chingamos, hasta se merece que le prendamos una veladora al chavito, aunque sea rojillo, pa’ que se aliviane. Amos poniéndonos contentos (se dirige a la cama, debajo saca una botella de plástico, llena de amarillento líquido, le da un trago, carraspea, se echa otro sorbo, prende la radio, suena una canción de Los Freddys: “Tu inolvidable sonrisa”). Salud, pinche Cirilo (el perro apenas mueve las orejas, mientras el hombre brinda), salud por… ¿Cómo se llama? (va donde la billetera, saca una credencial), ¡Anselmo! ¡Salud por Anselmo! *** El día quería irse a dormir y el otoño acariciaba con aire invernal. Yo venía atrás de él, sin querer, en mi vida lo había visto. Tanta gente que camina por Hidalgo. Lo vi salir de la taquilla del Degollado, embobado en los boletos que pronto guardó en un librillo, que inmediatamente fecundó en su saquillo. Adoptó un paso rápido, yo seguía detrás. Llegamos hasta la Calzada Independencia, siempre me ha llamado la atención mirar, en esa zona, las ánimas meretrices de mujeres que, quizá, alguna vez fueron guapas. Hoy son ruinas femeninas, ya chupadas, ya orondas, por igual marchitas, retocadas inmisericordemente. Un pequeño pelotón de transeúntes esperábamos el cambio de luz, atravesamos la
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avenida, caminamos por la de Independencia, bajo la plaza Tapatía y su infame fuente de columna retorcida. Ahora casi puedo asegurar que se dirigía al tren. Todo fue tan rápido, vívido: la camioneta desbocada, el paralizado muchacho sorprendido, el grito reprimido de un cuerpo estrujado, primero por la troca y, luego, por el pavimento. Huida, llanta quemada y los alaridos de no pocas personas… 19:28 Calle Dionisio Rodríguez, equina Calzada Independencia. Inmediaciones del mercado San Juan de Dios. Un arranque desdeñoso, vuelta imprudente… *** (El hombre distribuye su tiempo y alegría entre cantar, beber y leer el cuaderno). “(…) Janderly, la de ojos risueños, doquiera, remontando, que digas al sonar de tu voz vamos. Dueños alegres hoy, de esa nube fugaz…”. ¡Ande pues!, está enamorado, (ríe entre dientes, la mirada festiva se torna melancólica), todos lo hemos estado. (De repente mira la mesa y redescubre el libro, lo comienza a hojear y pronto dos boletos salen a su encuentro: Ópera “La Traviata”, Giuseppe Verdi. Viernes 05/12/2014. 20:00H. Con acto casi reflejo, revisa la agenda, el día tres de diciembre ostenta la leyenda: “Cumpleaños de La de los ojos risueños”). Sabes Cirilo (habla en tono sonriente), falta como un mes para esto. Quizá se alcance a recuperar, no estuvo tan fuerte. A mí me pasó una vez y aquí estoy. En dos o tres días iré a la dirección de la credencial, voy a regresar el morralito y la cartera, total, ¿yo pa´qué los quiero? (El perro levanta la cabeza y mira fijamente a su amo). No Cirilo, los quinientos son recompensa por la labor y, chance, en una de esas, hasta me dan propina. A la gente le importan más los papeles. A ver, ¿dónde carajos vive esté muchacho? (Apenas toma la identificación, cuando la radio acapara su atención). “(…) A las nueve de la noche, en punto, esta es la
información (…) Muere joven tras ser atropellado: un joven varón, de veintitrés años de edad, identificado como Anselmo Ochoa, fue impactado por una camioneta particular, alrededor de las siete y treinta horas, la tarde hoy, en la calle de Dionisio Rodríguez, casi esquina con Calzada Independencia, en el centro de Guadalajara. Al lugar arribaron los cuerpos de emergencia, quienes encontraron al joven todavía con vida, pero que falleció, minutos después, camino al nosocomio. De los causantes, que se dieron a la fuga, sólo se sabe, según testigos, que eran dos varones, en una camioneta tipo pick-up, modelo atrasado…”. (El hombre mira fijamente los boletos y la identificación, aun en sus manos. Regresa a la mesa y vuelve a leer la página del cuaderno. Un ahogado sollozo, tenues reflejos de lágrima corren por sus mejillas. Se sobresalta al percatarse que el perro está sentado a su lado, con mirada ansiosa. Él lo observa, acaricia la cabeza del estoico animal y se enjuga el rostro). Ya no los necesita (guarda las entradas en la bolsa del pantalón). Amos a la tienda de Pancha, a ver si ella sabe a quién pueda venderle los boletos para esa chingadera. Sirve que compramos dos veladoras: una pal’ alma del muchacho, que en paz descanse, y otra pa´ la familia y la muchacha, pa´que Diosito los ayude, ora que se enteren. (Hombre y perro abandonan el cuarto. La puerta se cierra y resguarda el espartano aposento, con todos sus bienes, tanto los viejos, como los recién heredados. Mientras va por el pasillo, rumbo las escaleras, el hombre, de manera inconsciente, para sí y entre murmullos, va recitando: “doquiera, remontando, que digas / al sonar de tu voz vamos. Dueños / alegres hoy, de esa nube fugaz”).
Po ía
zombie Cuando el Apocalipsis me alcance, ya sea en forma de una mordida en el brazo un rasguño en el pantalón o un ataque en masa. Cuando mi mandíbula se contraiga y mi epidermis se vuelva azul y el virus alcance mi torrente sanguíneo. Cuando sea atacado por completo el hipotálamo, y todas y cada una de mis células pierdan su naturalidad, cuando se reescriba mi ADN y se modifique por completo mi contenido mitocondrial cuando se reactive mi sistema nervioso y pueda ponerme en pie... serás la primer persona que busque, el único humano digno de ser mi víctima.
Alejo Amargo.
Tadeo Itzcuintli.
Se despierta con un berrido gutural naciéndole de la garganta y la sensación de no saberse vivo ni muerto cada mañana. Se mira al espejo y descubre un rostro zombificado en el reflejo de su literatura. Más que asustarse por verse la piel azul, se asoma a la ventana y en pleno holocausto poético, se pregunta qué demonios está pasando. Fue publicado por la revista El Perro (“La primera vez”, octubre 2014, número 1, año1).
Oriundo de Colima, llegué a Guadalajara muy joven. Cuando alcancé la edad suficiente, intente estudiar una profesión, terminé prefiriendo la vida, como escuela, el día a día, como compañero y la experiencia, como maestra. He sido muchas cosas: desde carpintero, hasta carnicero, pasando por mensajero y comerciante, pero las letras han sido siempre mi gran vocación, anhelo hacerles honor o intentarlo en lo que muero.
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Así es esto Pero te han dicho, siempre, que así es esto: Allí está ella, mirando, con unos ojos azules bien abiertos; con su cabello de miel, ahora casi desaparecido, aún robando suspiros a este aire enfermo; con la palidez de sus labios, además serios, porque así lo manda el protocolo universal de las pláticas ajenas y, a la vez, sin querer, sonriente, porque así la obliga su naturaleza grácil; con sus pequeñas y delicadas manos aferrándose a las de su madre. Allí está ella que, al verla, pareciera ser el último refugio de la inocencia, un ángel llegado aquí por accidente, hija verdadera del Dios; al menos, otro padre jamás ha conocido. Allí está ella, traicionada por su sangre, invadida por un mal profundo que anida en donde quiera: ya está en su vientre, ya en sus huesos, ya en su cerebro. Asesino engañoso: había sido silencioso, un dolor abdominal, que el noventa y nueve por ciento de las veces se trata con amor de mamá y alguna pastilla sin chiste. El suyo resultó ser el uno por ciento funesto. Pero la estadística estaba decidida a apostar en contra de ella: podía ser una de los ocho (de cada diez infantes) que escapan de las garras de este Coco; pero fue de las dos desafortunadas. Reportárselo a la bitácora es fácil, ahora díselo a su madre. ¿De dónde sale el valor para informarle, a la mujer que la parió, que lo que más ha
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amado, su niñita, se consume poco a poco, que un día su hija dejará de sonreír, que no podrá sostenerse por sí misma, que llorará de dolores casi intratables? ¿Cómo lo haces? Anda, hora de la visita matutina. Mira a la niña, a los ojos, y prepárate para pensar en la respuesta, cuando ella pregunte por qué no puede ir a su casa; por qué ya no puede ir a la escuela, y ver a su amiga Fer, que se quedó con su muñeca; a su maestra Rosi, que les regalaba un dulce los Viernes. ¿Bajo qué bata te cubres para que no te pese su partida? Sabes lo que se aproxima, porque esta semana a penas puede levantar su mano para saludarte, aunque no deja de hacerlo; porque hace dos días que se despierta por las noches, con dolores. ¿Qué guantes te pones para ignorar las ganas de vivir, palpitando, bajo su piel? Sería necesario para ignorarlo, al menos, arrancarse el corazón, los vasos y los nervios; pero no es posible y te niegas a aceptarlo; pero la experiencia, los libros y tus colegas te lo dicen: su pequeña voz se vuelve del cristal más delgado y fino. Debes mantenerte firme, tratas de evitarlo, pero jamás puedes dejar de encontrarle semejanza con tu hermana, con tu sobrina, con tu hija. Te rompes por dentro todos los días, hasta que te haces polvo cuando, el lunes diez de noviembre, te dicen que el domingo estuvo tan contenta que casi parecía la niña que un día fue, hasta tenía chapeteados los cachetes. “Preguntó por usted”, te dice Mari, la enfermera más dedicada que
jamás ha existido, “y dijo que quería que fuera hoy, para saludarlo y contarle que vinieron Fer y sus primas, el sábado”. Esa anécdota continúa pulverizando lo que en ti quedaba de entereza. “Anoche se durmió tan tranquila, como no había pasado hace un mes”. Te consuelan esas palabras. Lloras por dentro y sabes que fallaste en usar tu máscara de médico, porque el más avanzado de tus residentes pone su mano en tu hombro. ¡Ah para vocación: receptor de la vida y certificador de su ausencia! Te despides de Mari, la enfermera, lanzas una mirada de resignación al lecho vacío, un rezo en silencio y vas donde la siguiente cama, lo más médico que puedes; sin embargo, pensarás durante todo el día: “Allí estaba ella: hermosa, delicada, frágil, una flor en un mundo cenizo”. El Yerbero. Soy alguien que aprecia las cosas simples, para alejarme de la amargura; que ha aprendido a dudar y cuestionar, por oficio y mecanismo de supervivencia; que tiene tres cosas claras: no sé nada, quiero saber y quiero enseñar, para que los demás sepan; que ama, crea, idealiza, se inspira, toca tierra, libera sus demonios y encierra otros nuevos con la música; no escribo algo, ése algo me hace escribir.
Se vive la mue e El espíritu de Día de muertos comienza a deambular en las periferias de la calle Madero, bajo el sol de las cuatro de la tarde ya lo vieron pasear entre los puestos de flores blancas y gorditas de nata que van nutriendo la calle que desemboca en el panteón municipal y esta noche fungirá como corredor principal para la bienvenida a santos y fieles difuntos. Este espíritu ha tomado la forma que más le gusta, de dama alta con pestañas chinas, bronceada de calcio y sonrisa permanente, dueña de un calavérico cuerpo surcado de joyas y plumas, poseedora de un sombrero de ala ancha, amplio como la proa de Carón; últimamente sólo visita las estrechas calles de los pueblos donde gustan revivir las costumbres año a año, como en el municipio de Ocotlán, hoy repleto de nardos y cempasúchiles, fragancias céreas e inciensos que no sólo matizan las calles sino que también perfuman y esconden el hedor del río Zula que huele a catacumbas y pertenece al pueblo, para así apapachar sin desperfectos a La Catrina de Noviembre. A las ocho de la noche comienza el desfile, desde la plaza principal de Ocotlán van saliendo uno a uno los vehículos que trasladan los esqueletos de niños cuyas articulaciones crujen cuando saltan de arriba abajo al saludar a sus coleguitas levantados en los brazos de sus papás para poder verlos mejor; también sobre esos mismos carros
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alegóricos, pues aunque no tienen figuras todos los carros llevan las flores y colores que alegorizan a la muerte en México, hay esqueletos que sí alcanzaron a hacer sus huesos viejos y con arrugas en los brazos y en el rostro, siguen festejando igual que lo hacían treinta y cuarenta años atrás. La vanguardia va compuesta por practicantes de la danza náhuatl con penachos de pavo real empotrados en sus cabezas, ayoyotes anudados en sus tobillos y el recuerdo de sus muertos a los que les dedican presentación, ensayos y movimientos, justo en medio, en el corazón. Van representando el inicio de la tradición en su forma más neta: antes de la intervención cristiana cuando se adoraba a la muerte en nuestras tierras pero con otro tipo de oraciones. Una carreta jalada por dos caballos lleva siete catrinas, ninguna de ellas es La Catrina original pero todas aseguran haberla visto, aunque de soslayo pues estaban muy ocupadas
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saludando a vivos y muertos, pasar muy a prisa, dicen que iba contoneando demasiado las asentaderas al paso de sus elegantes tacones de aguja. En un punto inespecífico hay una camioneta donde la botarga del Dr. Simi se erige rey y baila frenética hasta partirse en dos desde la cintura, mostrar un atisbo de cuerpo humano y volver a contraerse como si nada, como si el Dr. Simi fuera más inmortal que extraña o surrealista su aparición en el desfile. Por ahí, entre el murmullo, se escucha que lanzan dulces y los primeros en correr a levantarlos son los adultos, estiran sus brazos con mayor capacidad de recolección que los de sus hijos y se les ilumina el rostro cuando ven que son dulces de los buenos, no de los que les meten a las piñatas en Navidad.
El desfile se detiene en Madero, cinco cuadras antes de llegar al panteón, ya que a esa altura está el umbral que da paso a las vendimias, las que se instauran los domingos a fuera de los templos, pero en grande, con pan de muerto a la venta, con el asfalto como lienzo sobre el que se han pintado más y más huesos, con dos calaveras gigantes que flanquean la entrada y dan la bienvenida a lo que será el breve recorrido desde donde ya se divisan los altares de muertos apoyados en los muros de la fachada del panteón. Cuando al fin se ha llegado a la explanada del panteón el sonido que más impresiona al entrar es el del motor de furiosas motocicletas que rugen al frío, son verdaderas máquinas de correr, no como los scooters que venden las tiendas departamentales a un peso diario y por los que los ocotlenses están olvidando las bicicletas, estás motos tienen hasta su propio chooper original sobre ellas, dejándose fotografiar en abierta manifestación de rebeldía sin causa. En contraposición con la tarima donde el maestro de ceremonias presenta el espectáculo compuesto por danza folklórica y un emotivo montaje teatral, están largas mesas que sostienen docenas de vasos de hielo seco, humeando té de limón y café negro con piloncillo. Mientras el mismo alcalde de Ocotlán te cafetea con una sonrisa. Es decir que sirve el café, obviamente. Pero de esa señora catrina ni sus moños, no aparece y todo apunta a que ya se metió al panteón con los deudos que van caminando despacito al entrar, con mucho respeto aunque poco silencio, no quieren que el café se
les derrame pero saben que no van a llorar sino a recordar departiendo. Adentro habría oscuridad de no ser por los ornatos y el esmero que han convertido las tumbas y lápidas en faros para los que las visitan, sean de este mundo o no. La mayoría son artesanías, artesanías de una sola noche como la apertura de alguna flor extraña, parafina, coronas, la comida que le gustaba al muerto, juguetes y hasta cigarros han eliminado la acostumbrada pesadez lóbrega que se vive en este sitio para transformar el ambiente en el barroquismo mexicano que nos realza y distingue. Hay callecitas y callejuelas dentro del panteón en las que la oscuridad reina y sólo alumbra desde arriba una media luna ámbar. En alguna de estas, se encuentra doña Leticia. A ante la tumba más humilde de Ocotlán reza todos los misterios del rosario con una velocidad de rapero, ella tiene ojos nebulosos que le limitan la vista, el cabello nevado peinado en un chongo y lleva una botella de tequila para beber, ella sola, con sus “difuntitos”. Mientras la Catrina sube y baja, ve con holgura el deber cumplido, agradece al pueblo de Ocotlán la pleitesía al recuerdo vivo de sus parientes muertos, y la dulzura con la que se vive en un país como México la tragedia de la muerte. Porque en México se vive la muerte, y con frecuencia, pero una vez al año se le reconoce como el último amor.
Osvaldo Roldan. José Osvaldo Rondan Mora, alumno de quinto semestre (por ahora) la facultad de Periodismo en la Universidad de Guadalajara. He escrito para la revista cultural Ka Volta y Zócalo.
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Atardecer
—Mal interpretas mis palabras, no fue mi intención sonar tan irónica, sabes que para mí la vida es simplemente eso, una ironía. Y en verdad quiero hablar de tu poesía.
La carretera se dividía en líneas constantes, diminutas y pálidas, eran atraídas hacia el vehículo en movimiento, al tiempo que el horizonte las expulsaba para ser devoradas en el camino por aquellos viajeros desconocidos.
—Una ironía, claro que eso parece. Puedo darte un ejemplo ¿No es acaso irónico que desprecies el humo de tabaco, pero aun así te guste verme fumar? Piensas que me vuelve atractivo.—Dije sin contener una risa divertida.
Una nube abrazó el atardecer y enrojeció frente a mis ojos, relajé una mano sobre el volante y tomé un cigarrillo que llevaba en el bolsillo del pantalón, saqué consigo un encendedor moderno. —Un día te arrepentirás de todas las veces que llevaste un cigarro en tu boca. Dijo mi querida acompañante. Posé una mirada relajada sobre su rostro y encendí el cigarrillo, el alivio del humo entraba a mi cuerpo y me olvidé de el con un suspiro. La chica en el asiento hizo una mueca y bajó el vidrio del auto, mientras hacía gestos con una mano para disipar el humo.—¿Podrías ser amable alguna vez y preocuparte por ventilar el auto primero? Ese cigarro va a matarte y no quiero morirme contigo.
—No puedo negarlo ¿Ahora te das cuenta? Bien, dime de qué se trata esa comparación tuya. —Terminó la frase con una sonrisa.
—Créeme que para que eso suceda debe pasar bastante tiempo, querida. Necesito muchos de estos para por fin convertirme en cenizas, como estos pequeños hacen. —¿Quieres decir que esa porquería y tú tienen algo en común? —No solamente yo, sino todos los seres humanos ¿Por qué no? Incluso tú no eres la excepción. —Vaya, eso suena al principio de una conversación interesante. ¡Venga, cuéntame más! —dijo esbozando una sonrisa irónica. —Mira, querida, no necesitas fumar para saber de lo que estoy hablando. Me refiero a la muerte. —Dije cambiando mi postura, mirando el cielo rojizo sobre el camino. Ella se acomodó en el asiento y posó un brazo sobre la ventanilla, después me dirigió una mirada
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encantadora.
Detuve el cigarrillo entre mis dedos mientras conducía, decidiéndome a contar aquello que consideraba más profundo que una simple opinión. —Pues bien, imagina que un cigarrillo es igual a una barra de vida, a un ciclo. Nace cuando sale de la cajetilla y comienza su vida en el momento que el fuego enciende una llama en su ser. Algo así funciona con nosotros, nacemos y nuestra vida comienza cuando tomamos conciencia de que estamos vivos y debemos hacer algo con ello. La conciencia, es precisamente aquel fuego. Entonces nuestra vida está en cuenta regresiva, somos cuestión de tiempo. Al igual el cigarrillo, es consumido por mi aliento en cuestión de tiempo. —Pero ese maldito cobra venganza, te da cáncer para que te mueras. —Me interrumpió. —¡Sabía que dirías algo así! —Después me reí y continué. –Querida, ese es el efecto secundario de estar vivos, las cicatrices que conlleva. Aquél fuego sigue ardiendo dentro de nosotros creando anhelos e impulsos que siempre dejarán su marca. Y así nuestra vida se eleva y se vuelve humo. Al final nuestro destino es el filtro, llegar a él y quedar reducidos a cenizas. Sólo quedará el recuerdo en mentes de nuestros conocidos, como el sabor de tabaco en los labios. Ella se quedó quieta mirando fijamente el volante,
no. Ella miraba mi mano izquierda con el cigarrillo consumido y el polvo de ceniza frio que se desvanecía en el aire. Me había olvidado de seguir fumando y este había llegado a su final. —Querido, el cigarro no va a matarte. —Dijo en un tono apenas audible.
ojos. Desperté y ahí estaban las luces una vez más, sobre camionetas de ambulancia y policía. Sentí el asfalto bajo mi cabeza y el dolor en todo el cuerpo. —Ha despertado, pero sé está muriendo. —Dijo una voz.
—No ahora, cariño. No lo entiendes, quiero decirte que algo más está esperando y aún no despiertas. —Dijo con el mismo susurro en la voz y quedó con la mirada fija en el atardecer frente a nosotros. No comprendí lo que quería decirme con aquellas palabras, miré en la misma dirección contemplando el sol rojizo sobre la carretera, quería preguntarle qué significaba aquella frase suya, cuando de pronto el sol me pareció inmensamente brillante que sentí un ardor en los ojos, obligándome a entrecerrarlos y la luz comenzó a tomar otras tonalidades de naranja. Destellos azules y rojos ardían en el interior de mis
—Sus heridas son demasiado graves, ha perdido mucha sangre. No queda más remedio. —Contestó una voz nerviosa. << Así que esto era lo que me esperaba, ¡oh querida! que dicha poder charlar contigo y verte una vez más, aunque fuese un sueño>>. Cerré mis ojos una vez más, por siempre. Linette.
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La mosca lectora (En voz de un anciano) Hace tiempo compartía un cuarto rentado a las orillas del panteón con una mosca lectora, me acompañaba en las vigilias hasta el crepúsculo y terminábamos dormitando entre hojas de libros. Pero la verdad, sólo dios sabe cuál terminaba siendo su verdadero lecho. Sin duda, era una mosca hábil e inteligente como las de su especie; al principio esquivó todos los manotazos por distancias considerables; recuerdo que lo intentaba hasta hartarme, manoteaba y manoteaba hasta que me cansaba; entonces aparecía en ese escritorio mirándome de frente; con esos ojos rojos que leen. Después, volaba en espiral hasta el techo, y allí posaba, justo sobre mi cabeza, esperando. Mientras pasábamos el tiempo en ese cuarto, ella me miraba con la paciencia y silencio que aparenta toda nocturna. Llamaba más mi atención porque ya no molestaba, nunca molestó en realidad. No
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era de esas clásicas moscas importunas, tampoco de esas a las que disgusta la luz en las madrugadas, ni mucho menos de esas obstinadas que pasan a milímetros del oído zumbando a todo vapor, regresando con un par de piruetas para coquetear en la cara y hacer un hormiguillo calculado. Pero como ya dije, la lectora no era igual que las demás, ella esperaba con temple el pasar de las hojas en nocturna velada. No dormíamos a pesar de su cansancio, vigilaba el movimiento de las páginas, siempre atenta. Cuando leíamos en aquél escritorio, se paraba al borde de un foco que utilizábamos como lámpara, y rara vez se interponía en la persiana que cubría la ventana, eso sí, siempre colmada de esa aparente clarividencia por la lectura. Mientras más íntima se hacía la noche, cautelosamente se acercaba en pequeños planeos hacia una mejor posición hasta
quedar relativamente cerca, desde allí enfocaba mejor las letras. Supe que eran los libros su motivación porque la insistencia en volar hacia ellos era muy obvia. Quería que supiera sobre su extraño gusto, de alguna manera me lo daba a entender, así como cuando el perro pide de comer. Al abrir los libros, ella sobrevolaba la página y continuaba hacía el foco de la lámpara, ese era su ángulo favorito, desde allí le gustaba leer, eso sí, nunca sugería el cambio de página o de libro. La nocturna, que por aquellos momentos era mi compañera, simplemente se deleitaba allí mirando, sin hacer daño, así como una dócil doncella acompañando a su amo en su desvelo. Allí pasábamos horas sin movernos hasta que ya por el cansancio cerraba el libro y lo dejaba a un lado, entonces se movía, volvía a volar, lo hacía paralelo a mi brazo cuando lo estiraba para apagar la luz; jamás la encendía de nuevo para ver dónde se posaba. Siempre me quedé con esa incertidumbre, pero para ser honesto, quería dejarla tranquila, sabía que la cubría una cálida sensación de paz como a mí; prefería que durmiera intoxicada por los ensueños del cansancio. Al principio de esto, por lógica, nunca asocié a la mosca con la lectura de un texto, porque hasta yo sé que un insecto no lee. Lo extraño y justificable es que se convirtió en una rutina de meses eso de acompañarme en las lecturas nocturnas. Había noches que al llegar y prender la luz del cuarto, la veía volar hasta el escritorio esperándome con esperanza, no le importaba si era casi el crepúsculo, o si estaba yo embriagado. En los días no aparecía y ni yo me acordaba de ella. La última vez que la vi fue una mañana, la noche anterior habíamos leído una tragedia griega y la noté un poco conmocionada. Ahora que lo pienso, la pobre no estaba tan turbada, y a lo mejor ya estaba anciana como yo, y esa última mañana agonizaba como lo hago ahora, dejándome ir en este magnífico porvenir. Alberto Romo Martínez. Imaginante. Tenochtitlano de la “generación y”. Se considera “un navegante de la ignorancia, un demiurgo de agua y hueso intentando dar orden a pliegues desconocidos propuestos por la vida” Rebelde en su formación académica, fanático de la verdad, amante de las querencias. Dibuja y pinta necesidad, por calmar al artesano inquieto. Zapotlán el Grande le abrió las puertas en su formación literaria y hoy en día continúa con su estudio en la Universidad de Guadalajara en la Licenciatura en letras hispánicas.
Las hijas de la lengua Vivía vieja aquella casa, abandonada por el polvo también. En ella había tres hijas: una hacía muchas preguntas, otra, sorpresas y la tercera, conversaciones largas. Las tres cuidaban de la señora Puntos… Suspensivos… La cuidaban tan bien que le planchaban los faldones con la misma paciencia con la que planchaban aquellas cortinas que solían inflarse con el viento cuando un invitado entraba por la puerta. Primavera, la mayor de las tres, siempre le preguntaba a Puntos… Suspensivos… por todo lo que pudiera tener una pregunta. Lo hacía por las mañanas y antes de dormir. Primavera asomaba la cabeza para ver si la señora estaba despierta, así todas las veces que su cabeza se llenaba de dudas. Por otra parte, Verano, la segunda de las hermanas, se sorprendía de los pequeños detalles que sucedían en el jardín: por el grillo que tocaba el violín sobre la mano de una princesa margarita, la flor que era al viento y por las hojas que se volvían infieles y se divorciaban de los árboles para aventurarse a lo desconocido. Sorprendida por los campos que se reflejaban cada mañana en sus pupilas. Aquellos de trigo, aquellos de zanahoria. Finalmente estaba Otoño, la menor. Así como comía platicaba: siempre pedía doble ración. En la última tarde de otoño, los maizales, erguidos en agradecimiento por la lluvia, fueron
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testigos de la llegada de la peste, enfermedad que jugó rápido apostando sus mejores cartas. La peste zigzagueó cual serpiente hasta la habitación de la más pequeña de las hermanas. Se trepó por las cobijas para besar el pie descuidado que salía de entre los dobleces de las sábanas. La mañana siguiente no fue como las demás, pues sólo había preguntas y sorpresas dentro de la casa. Durante la primera tarde de invierno la peste tomó la forma de un pozo. Verano tenía sed, lo reflejaban sus deseos por querer sumergir una cubeta en el agua del fondo. El peso extra pudo notarse en el esfuerzo que hizo Verano para subir el recipiente. En cuanto lo tuvo en sus manos puso sus labios en el borde del bote y bebió. Acto seguido sus rodillas se doblaron. La fuerza en sus manos disminuyó tanto que el peso de su cuerpo la obligó a caer: ya nadie se sorprendería por el grillo en el jardín. Primavera tuvo miedo de hacer preguntas, así que huyó a su habitación, cerró la puerta y esperó en la esquina, entre su cama y un buró, a que le fuera reclamada la vida.
ILUSTRACIONES LIBRES (SIN TEXTO A ILUSTRAR) Y RESEÑAS DE LOS ILUSTRADORES. Jessica Flores Martínez Nací en la ciudad de Guadalajara el 13 de Diciembre de 1994. Actualmente soy aspirante a la licenciatura de Diseño de Interiores y A m b i e n t a c i ó n e n l a Un i ve r s i d a d d e Guadalajara (U de G). El gusto y reconocimiento de mis habilidades para la expresión visual fue durante mi estancia en la secundaria, donde participé en un concurso de ilustraciones de “Tecolotes”, por el aniversario de la Universidad Autónoma de Guadalajara, donde estaba incorporaba la escuela y obtuve el 3° lugar. El paso por la preparatoria fue subsecuente hacia mis trabajos, en donde la mayoría fueron expuestos dentro de la galería de la biblioteca “Juan Rulfo” de la Preparatoria N° 7 (U de G), en la exposición final de cada semestre del taller de “Dibujo y Pintura” a donde pertenecía. Es la primera vez que comparto y se publica mi trabajo en esta gran oportunidad en la revista “El Perro”. ______________________________________ Alexis Suárez Nací el 5 de junio de 1995, en el municipio de Guadalajara Jalisco. Desde pequeño me he interesado mucho por el arte, me encanta en especial, la pintura y el dibujo. Empecé a dibujar a la edad de 6 años, según recuerdo, pero la verdad, no es algo que sepa hacer, todo lo que hago, lo he aprendido con la práctica. Saber que puedo imaginar muchas cosas, incluso a veces sin sentido, y poder plasmarlas con tan sólo una pluma y un papel, es lo que más me gusta. Esta es la primera vez que mis ilustraciones son publicadas
Pedro Miguel Guillén Mejía. Sin nadie que hiciera preguntas sólo quedaban algunos puntos suspensivos… Me describieron por primera vez el 6 de marzo de 1992. Hasta la fecha soy un personaje de las letras que lo que busca va más allá de las páginas en blanco. Soy un personaje, que como muchos otros, juega a escribir, soy un personaje al que le pusieron por nombre Pedro Miguel Guillén Mejía.
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• La presente convocatoria está vigente desde el día de su publicación hasta el 15 de Diciembre de 2014. • Una persona puede participar en las tres categorías, pero sólo un trabajo por categoría. • Los seleccionados serán notificados el día 15 de Noviembre, vía correo electrónico.
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Esperanza Distribuci贸n 39
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Señorita Itinerario Mientras la señorita dibujaba se dio cuenta de su talento, no sólo era dibujar era llevarte a un mundo de serenidad y reflexión. Tal vez a su corta edad encontró la manera más concreta de mostrar una perspectiva diferente de todo lo que nos rodea o simplemente una forma de reflejarse a sí misma. Sí, ella es una pequeña novata sin embargo se esfuerza y desea alcanzar un nuevo horizonte donde la vida se convierte en un viaje por el
universo, donde cada recuerdo surge en la lejanía y te atraviesa el alma dejando un sueño por cumplir... *Nombre de la obra: Kesshou*
Desly Solorio Balmori. Nací el 18 de diciembre de 1995 en Guadalajara, Jalisco. Actualmente trabajó en una agencia de Recursos Humanos, aunque en realidad anhelo mucho ser psicóloga. Me gusta mucho la fotografía, tomé un taller de foto en la prepa y me gustó mucho, de ahí creció más el interés. Pienso que no hay nada más bonito que capturar un recuerdo o algún momento, aunque no siempre lo fotografiemos como tal, podríamos representar algo que tenga algún significado para nosotros, pero tal vez, no represente lo mismo para las personas que la vean, eso es lo que más me gusta de la fotografía.
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La muerte a
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por segundo y en pectacular 3D
VĂctor Osuna Palomino
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La muerte es indudablemente uno de los temas más recurridos en la cinematografía mundial. Puede encarnarse como una amenaza palpable tras un villano o criatura que aniquila a todos y todo a su paso, una maldición o bendición cuando se le puede engañar perpetuamente, como un vehículo de reflexión y lágrimas cuando vemos morir a seres queridos, amigos, Padre, Madre, pareja y hasta el perro que llego a la vida del personaje desde que era un cachorro. Puede ser materia de reflexión filosófica sobre lo que hay más allá de lo que vemos y lo que comprendemos, como teorías de espacio tiempo en las que su presencia causa cambios radicales en el curso de la historia, visualizada como un verdugo al que hay que vencer en una partida de ajedrez o como una imparable fuerza de la naturaleza que se gesta de manera cíclica para darle paso a su vez de nuevo a la vida. Trágica, romántica, divertida, temida e incomprendida, la muerte es además motivo de celebración y de culto en muchas culturas del planeta, incluida la nuestra, la mexicana. A ella se le ha visto caracterizada simplemente como un hombre en una túnica negra como en las cintas Bill & Ted Locos en el tiempo, encarnada por el fantástico actor Ian McKellen en El Último Gran Héroe o en la maravillosa cinta del maestro Ingmar Bergman, El Séptimo Sello. Otros directores se han arriesgado más y nos han entregado icónicas imágenes y escenas donde se representa a El Ángel de la Muerte, como en las cintas HellBoy: El Ejército Dorado de Guillermo d e l To r o , L a s A v e n t u r a s d e l B a r ó n Munchausen de Terry Gilliam o en Muertos de Miedo de Peter Jackson. También tenemos versiones más humanizadas, como la de Brad Pitt en Conoces a Joe Black, versiones invisibles e imparables dentro de la saga de Destino Final, las versiones románticas como la de Ghost: La Sombra del Amor y las versiones animadas como en El Cadáver de la Novia o El
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Libro de la Vida.
na vengándola y amándola hasta el último suspiro.
La muerte suele desencadenar eventos e historias, las cintas de misterio donde la investigación de un horrible y mórbido asesinato lleva a los protagonistas a vivir una serie de sucesos que los arrastran por un tobogán directo a la perdición, como las cintas del cine Giallo, particularmente las del maestro del terror, Darío Argento y otras tantas entre las que destacan Se7en de David Fincher y Fargo de los hermanos Coen.
En nuestro cine, películas como Hasta El Viento Tiene Miedo de Carlos Enrique Taboada, la poco valorada y desconocida Morirse en Domingo con Silverio Palacios o la majestuosa Macario con Ignacio López Tarso son el perfecto ejemplo de nuestro culto, respeto y fascinación por la muerte.
La muerte también tiene su corazón y su lado luminoso y puede servir para que los protagonistas y a su vez, el espectador, reflexione sobre su vida, sobre el tiempo que tiene en esta tierra y en el como la aprovecha, así pues, cintas como Click con Adam Sandler, Cuatro Bodas y un Funeral o la mejor cinta que el señor Tim Burton ha realizado en mi muy humilde opinión, El Gran Pez, donde el protagonista vive distanciado de su padre, un mitómano compulsivo al que le quedan pocos días de vida y que al ver el inevitable final cada vez más cerca, logra conectar y comprender el comportamiento de su progenitor. La muerte también es una maldición, hay personajes en la historia del cine que están condenados a vivir una y otra vez la muerte de seres queridos y de ver como el tiempo pasa y ellos permanecen igual, tal es el caso de Wolverine en las cintas de los X-Men, Superman, Highlander: El Inmortal y el lúgubre príncipe de la noche, Drácula. Además, la muerte es creadora y forjadora de leyendas, como Maximus Decimus Meridius en Gladiador, quien encuentra finalmente la paz de manera heroica al morir, también más de un superhéroe ha tenido sus orígenes en ella, como es el caso particular de Batman o de Spider-Man y también más de un personaje vive una relación cercana con la muerte todo el tiempo, por la profesión que realiza, como la cinta León: El Profesional de Luc Besson, en donde un aparente solitario y bonachón hombre se ve obligado a dar refugio a una pequeña niña huérfana encarnada por Natalie Portman (¿Quién en su sano juicio no le abriría la puerta a una chica como ella?) y termi-
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Filosófica y poéticamente tocada en cintas como Mar Adentro con Javier Bardem, 21 Gramos de Alejandro González Iñarritu, La Fuente de la Vida de Darren Aronovsky y Muerte en Venecia de Luchino Visconti. Yo me considero un fanático de la temática de la muerte, mis líneas argumentales suelen girar en torno a ella, hay algo fascinante y enigmático en las cosas que nos rebasan, que no comprendemos, que nos recuerdan que somos un suspiro en el tiempo. En Rictus, el personaje de Darío, un brillante médico forense vive encerrado en la morgue tanto tiempo que su conexión más directa con el mundo son precisamente los muertos que lo rodean mientras que en Sarcófago mis personajes delinean vertientes de asimilación muy diversas y que van desde demostrar que se puede estar más muerto aun después de muerto y que también se puede vivir un perpetuo estado de muerte aun en la vida misma. Irónicamente, el cine deja plasmadas historias y momentos para siempre, de alguna manera, intentando burlar la muerte, pero en casi todas ellas teniéndola a su vez, como una importante protagonista. Polvo somos y en polvo nos convertiremos y nuestro tiempo tiene inicio y final, como todo en esta vida, desde una película, hasta un pequeño articulo semi reflexivo como este, de un servidor. “La muerte nos sonríe a todos, devolvámosle la sonrisa”- Marco Aurelio en Gladiador.
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Evento
Jazz Style Lıliana Sendel
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Por Desly Solorio Balmori El pasado 9 de noviembre se llevó a cabo una presentación de jazz moderno organizado por la academia “Jazz Style Liliana Sendel”, en el Teatro Galerías, en el que asistieron alrededor de 1300 personas. El evento tuvo como objetivo que el público se percatara del crecimiento que han tenido los alumnos como bailarines, así como también, todo el esfuerzo y el trabajo que ha hecho cada uno de ellos para llevar a cabo con éxito esta presentación; la cual, estuvo dirigida a todo el público en general, a él asistieron desde personas de la tercera edad hasta niños pequeños, algunos por gusto propio y otros apoyando a sus familiares y amigos. Dicho evento estuvo conformado por alrededor de 90 bailarines de diversas edades, interpretando canciones de diferentes géneros musicales. “Para mí, el jazz moderno; es una clasificación compartida por una amplia gama de estilos de bailes. Comencé a bailar desde los 5 años y después de 16 años como maestra de jazz siento una gran satisfacción al ver el avance y el desempeño de cada uno de mis alumnos en el escenario, eso me motiva a dar lo mejor de mí”. Agrega la maestra y directora de la academia, Liliana Sendel González.
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