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Opinión Inequidad social: Gentrificación

El desplazamiento para la gentrificación va a pasos agigantados de la mano de la política pública para atraer capital externo. La desigualdad económica es la raíz cuadrada de muchos de los problemas que aquejan a Puerto Rico. La inequidad no se resuelve con la renovación de espacios deteriorados física y socialmente expulsando a personas de escasos recursos económicos por quienes tienen mayor poder adquisitivo para reconstruirlo. Profundizándose el conflicto de clase social, se le quita el techo seguro rompiendo el sentido de pertenencia comunitaria a quienes no tendrán oportunidad de costearlos remodelados.

El “aburguesamiento” de estos espacios pretende invisibilizar el racismo inherente por la interrelación entre clase y raza proveniente de la época de la esclavitud. La estratificación social está anclada en la fundación colonial de Puerto Rico —bajo España y EE.UU.— sin un diseño económico que fuese autosustentable para todos(as) por igual. De un modo de producción feudal que pasa a ser esclavista regido por el fuete de hacendados, se pasa a la industrialización ofreciendo beneficios contributivos a compañías manufactureras multinacionales que se establezcan en

Puerto Rico. La dependencia económica en la metrópoli se perpetúa reproduciendo la pauperización por la falta de entereza en la administración pública, que lejos de sacarnos de la pobreza, nos hunde. Divorciados del bien común, nuestros gobernantes priorizan sobre sus propios intereses económicos. La élite político partidista busca acomodarse a costa del sufrimiento de su pueblo. Cada cuatro años para pescar votos, la élite partidista se sacrifica. En una especie de rumba callejera, baja de su pedestal de barro para confraternizar y fundirse en abrazos con “su pueblo” en un pantalleo humanista, que desvanecerá tan pronto saborean el poder. El calor de su abrazo electorero, pronto se torna en frialdad y en distanciamiento de clase social. Se cierran los portones y puertas de La Fortaleza y oficinas legislativas, que abren solamente para sus bendecidos(as) políticamente.

La historia reciente pinta el cuadro del desfalco. Abierta la pluma de fondos federales y emisiones de bonos, la administración pública se tornó en el saqueo y despilfarro sin velar por el uso adecuado de cada centavo. La quiebra fiscal producto de la dilapidación de fondos públicos nos obliga a tomar un camino que lleva al empobrecimiento del pueblo a costa del beneficio de los ricos. No responsabilizar a quienes nos llevaron a la quiebra, es darle otro golpe al pueblo. Se calcula fríamente cómo la ganancia supera la pérdida que le pueda representar a personas locales que hemos sobrevivido esta crisis a duras penas.

La estrategia del gobierno se bifurca en dos caras de la misma moneda. El gobierno pauta política pública estableciendo convenios comerciales contratando a empresas privadas sin inversión de su capital para la administración de bienes públicos a un costo multimillonario. Ello repercute en aumentarnos las tarifas de los servicios esenciales. Poco importa que ello implique duplicar el pago de la nómina. Traen consigo sus recursos humanos, cuyo costo forma parte de la factura, aparte de que mantenemos en la nómina gubernamental a quienes no interesan perder sus beneficios acumulados al trasladarse a la empresa privada.

Por otro lado, atraer inversionistas privados del norte es proveerles beneficios contributivos —vedado a posibles inversionistas locales— a cambio de establecer residencia a tiempo parcial en Puerto Rico. Ello cobra velocidad invirtiendo en la compra de propiedades inmuebles —particularmente escenarios idílicos en costa y montaña— artificialmente subiendo el valor de la propiedad para su reventa a precios por encima del mercado actual. Al estrangular económicamente al local, esta estrategia capitalista está anclada en la economía del desastre. A los locales les obligan a mudarse de sus viviendas por no poder pagar los alquileres que los nuevos propietarios repentinamente les multiplican. Por su parte, a propietarios locales les arrinconan subiendo estrepitosamente el costo de vida, para que en su desesperanza vendan sus propiedades a precios por debajo del mercado para poder subsistir con el ingreso que ello le pueda suplir a corto plazo.

Reclamar un alto al esquema en detrimento de quienes crecimos en Puerto Rico, no es “xenofobia” como muchos insisten en demonizar a interesados(as) en sobrevivir en la tierra que nos vio nacer. La inequidad en capital que traen inversionistas extranjeros con beneficios contributivos que no se les otorgan a los locales, promueve el desplazamiento de clara gentrificación.

A los locales nos empobrecen, pues no tenemos el capital para competir sin beneficios contributivos en ese mercado artificial de propiedad privada que se ha creado. Podemos ser filoxénicos(as) abrazando a personas que vengan del extranjero, siempre y cuando no nos saquen de nuestro entorno. ¡Salvemos nuestro Puerto Rico del desencanto!

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