HISTORIAS DE VIDA DIPECHO
VOLUNTARIADO
RESILIENTE
Bolivia
Héctor Bejarano Pacema
Héctor tiene 45 años y trabaja como agricultor en la comunidad de Bermejo. Las experiencias en desastres naturales no son ajenas a su familia; en el mes de enero de 2014, las fuertes lluvias inundaron su hogar.
“Es una tarea de mucha responsabilidad… hay que estar en todo, animando, viendo y ayudando donde lo requieran, con voluntad y con ese compromiso de servir a otras personas y a mi comunidad”.
La comunidad de Bermejo se encuentra ubicada a 139 kilómetros de la ciudad de Trinidad. En 2014, las inundaciones afectaron a más de 30 familias de este territorio. Héctor comenta que se asustó ante esta situación y los habitantes del lugar no sabían qué hacer. “En toda mi vida tuve dos amargos momentos por los cambios del tiempo, uno por inundación y el otro por sequía. La inundación, que no fue hace mucho, fue la experiencia del desastre que nos hizo pensar no solamente a mí sino a todos en cómo debemos enfrentar y prevenir todos los desastres de las inundaciones”, cuenta. La situación de la comunidad durante las inundaciones fue crítica, la ayuda no llegó a tiempo y las carreteras y ríos eran inaccesibles. Ante esto, las personas buscaban dónde situarse porque el agua les llegaba a la cintura, los cultivos estaban tapados y era difícil encontrar alimentos. Héctor comenta que todos se alarmaron porque no estaban preparados para estos desastres.
Tras los talleres que se realizaron en el proyecto, se formó redes de voluntariado resiliente para la gestión de riesgos y contribuir a comunidades más seguras, resilientes y capaces de reducir los peligros que enfrentan. Héctor y su comunidad fueron de los beneficiados, actualmente él es parte de la red. “Es una tarea de mucha responsabilidad… hay que estar en todo, animando, viendo y ayudando donde lo requieran, con voluntad y con ese compromiso de servir a otras personas y a mi comunidad”, menciona. Después de los talleres, los voluntarios resilientes del lugar desean enseñar a su comunidad sobre prevención, refugio, alimentación y cuidado de enfermedades en momentos de desastres. El Programa de Voluntarios de las Naciones Unidas en Bolivia enfatiza su trabajo en el desarrollo de capacidades de las voluntarias y voluntarios. Los días de inundación fueron difíciles, pero ahora el compromiso de los voluntarios en Bermejo empieza.
María Ambolo Chory
“Es importante que como mujeres demos nuestro aporte y participemos siempre a favor de nuestra comunidad”.
“Tenía mucho miedo y pena por la gente que veía que sufría, es algo que nunca había visto en mi vida”, cuenta María sobre la inundación de 2014 que dejó sin cosecha a la comunidad de Perú Río Apere del municipio de Santa Ana. Las riadas afectaron al 80% del lugar y muchas personas se quedaron sin nada. María tiene 36 años, es secretaria en la subalcaldía de su comunidad y forma parte de la red de voluntariado resiliente. Durante las inundaciones, su estilo de vida fue afectado; cuenta que varias familias perdieron todas sus pertenencias y no podían comunicarse. “Todos fuimos afectados, la agricultura fracasó totalmente y muchas personas se quedaron sin nada y el único medio que teníamos para transportarnos era por avioneta; además que el precio de los alimentos se triplicaba, todo estaba mal y caro. El dinero no alcanzaba, sufrimos mucho ese año”, menciona.
Después de los meses de inundación, los comunarios buscaron tierras altas para el sembradío, pero fue difícil comenzar de nuevo. No estaban preparados para esta situación, por lo cual tuvieron que unir fuerzas para salir adelante. María menciona que la unidad y coordinación en red es importante en esos momentos. En los talleres de capacitación, María aprendió a atender cualquier situación de desastre en sus tres etapas: antes, durante y después del hecho, además de cómo evitar situaciones de peligro. Estar unidos e informados logró que su comunidad sea más resiliente. María comenta que comprendió qué es ser voluntaria, cómo actuar y cuál su rol ante una situación de desastre. “Es importante que como mujeres demos nuestro aporte y participemos siempre a favor de nuestra comunidad”, concluye.
Maclovia Huarachi
“He aprendido a plantar de una mejor manera y a reforestar… me ha gustado este encuentro porque aprendí de mis compañeros”.
El tercer jueves de enero de 2014, bajo la lluvia, Maclovia Huarachi trabajaba sin descanso para cargar 20 mil naranjas a su camión frutero. Casi a medianoche del mismo día, la comunidad Mapurichuqui empezó a vivir un desastre natural, dos semanas de diluvio constante lo que provocó el derrumbe del camino. Maclovia recuerda que su cargamento salió del lugar dos horas antes del cierre de carreteras. “Dios ha sido grande”, expresa, y cuenta que después de un largo viaje en bote para poder volver a la comunidad ella rezaba con fervor por su ganado que estaba en el monte. Lo botes no entraron al río por tres días, no había manera de visitar las plantaciones ni socorrer a los animales por la precipitación del agua. Las lluvias cesaron y los botes empezaron a circular por el río, María menciona que era difícil llegar a sus cultivos. Si bien sus plantaciones no fueron del todo afectadas, su casa quedó enterrada por la mazamorra. La familia había perdido su casa, no pudieron rescatar nada. “La mazamorra me lo había tapado toda mi casita, he ido a ver y mi casita ya no había… y todas mis cosas estaban ahí, no había sacado nada. Quién iba a pensarlo… mi hijo tiene 30 años y yo he vivido ahí desde entonces.
Yo jamás había pensado pasar eso y así ha ocurrido el 2014”, cuenta. Después del desastre, la comunidad trabajó arduamente para recuperarse. Mujeres y hombres se movilizaron para comenzar de nuevo y ayudar a los afectados. Maclovia comenta que al comienzo hubo discriminación hacia las mujeres, pero ellas hicieron prevalecer sus derechos. Esta experiencia ayudó a reconocer el trabajo que realizan las mujeres por la comunidad de Mapurichuqui. El trabajo de recuperación fue arduo, Maclovia indica que ahora la comunidad está bien y que el taller impartido por la FAO le ayudó a saber cómo actuar en estas circunstancias. “He aprendido que hay que reforestar las orillas del río… a plantar de una mejor manera y a reforestar… me ha gustado este encuentro porque aprendí de mis compañeros”, menciona. Los talleres realizados le ayudaron a conocer la situación de su comunidad, tanto a ella como a sus compañeros. Asevera que es mejor estar preparados para no lamentarse en tiempos de lluvia. Ahora, Maclovia puede asistir a su comunidad como voluntaria resiliente y a su vez formar a otras personas en gestión de riesgos.
Rodolfo Roca
“Me gustó la temática porque trata de evitar el dolor y la fatiga humana, entonces se busca solidaridad, se busca organización y eso es bueno”.
Sólo bastó una noche de lluvia torrencial para iniciar una inundación en la comunidad de Nuevo Amanecer, un hecho que “nadie va a olvidar”, comenta Rodolfo Reyes, comunario del lugar. Este suceso hizo que la población se organice y autoridades e instituciones no gubernamentales actúen para socorrer a los damnificados. Rodolfo tiene 54 años, es economista y tiene una parcela de cincuenta hectáreas. Después de la inundación, todo ese territorio fue afectado. Se dañaron árboles frutales y sembradíos, el agua se había llevado todo. La ayuda hacia la comunidad no fue suficiente, la distribución de los alimentos no era equitativa y las familias comprendieron que tenían que ayudarse mutuamente para salir adelante. “En ese tiempo se dañaron todos los árboles frutales y se secaron también los sembradíos… y hace un año que ha habido un incendio en todo el bosque de Nuevo Amanecer, nos agarró cuando nos estábamos recuperando… no había dónde aterrice un avión, no había carretera para que lleguen los productos”, cuenta. Después de dos años se retomaron las actividades con normalidad en el municipio de Reyes. Rodolfo cuenta que esta tragedia les
enseñó a ser solidarios unos con otros y estar organizados. Si bien su casa no se inundó, al ver la necesidad y dolencia de la gente, él y su familia se sintieron afectados. Rodolfo participó del taller de voluntarios resilientes organizado por el proyecto y la principal herramienta que aprendió fue trabajar en conjunto. Al darse cuenta de que el desastre obligó a la comunidad a organizarse y contribuir a lidiar el daño, ve la formación como pertinente para la prevención de riesgos. “Me gustó la temática porque trata de evitar el dolor y la fatiga humana, entonces se busca solidaridad, se busca organización y eso es bueno, porque ante cualquier otra situación de desastre que puede ser fuego, viento u otra inundación a lo mejor no nos toque estar tan desprotegidos como antes”, menciona. Hoy en día, la comunidad de Nuevo Amanecer ya está organizada y sabe cómo actuar ante una situación de desastre. Rodolfo valora esta acción e indica que ahora puede ser auxiliado y auxiliar al que lo necesita. “Uno no tiene que ser el dueño del mal, sino contribuir en lo que pueda a lidiar el daño”, concluye.
Natividad Matareco
“Yo creo que debemos organizarnos con la comunidad, nosotros como voluntarios y ellos como comunarios, organizarnos y planificar”.
Natividad Matareco tiene 39 años y es productora de cultivos tradicionales en la comunidad de Bermejo. En 2014, una inundación afectó al lugar y a los pobladores. La gente no sabía qué hacer porque era la primera vez que vivía ese suceso. Antes del desastre, los habitantes del lugar trabajaban a diario sin pensar que un día un hecho podría afectar a los sembradíos. Natividad cuenta que cuando se vieron ante la inundación, la situación fue muy crítica porque todo fue un desorden. “La comunidad quedó aislada, no había ninguna salida ni para Trinidad ni para San Ignacio, estábamos incomunicados. Aquí nosotros mantenemos una costumbre de intercambio, de intercambiar algo que yo tengo por otro producto que no tengo, sea plátano, arroz o yuca… hacíamos cambios para tener la alimentación diaria”, menciona. La población no sabía cómo actuar en una situación de desastre, les costó recuperarse de esta adversidad. La ayuda de las instituciones tardó, pero llegó; les hicieron una dotación de víveres, sin embargo, ante la cantidad de personas no alcanzó para que todas las familias tengan comida. La experiencia vivida enseñó a la comunidad a prevenir y a organizarse. Natividad fue
capacitada para ser voluntaria resiliente y ahora sabe cómo actuar en una situación de desastre en beneficio de los demás. “Yo creo que debemos organizarnos con la comunidad, nosotros como voluntarios y ellos como comunarios, organizarnos y planificar. Debemos buscar un lugar donde podamos refugiar a todas las personas y tener los alimentos adecuados para esos momentos tan difíciles”, comenta. En el taller, se recogió las experiencias de los comunarios y se compartió con otros municipios afectados por la inundación. Se intercambiaron conocimientos los cuales permitieron a los voluntarios resilientes conocer cómo actuaron en otros lugares. “Yo creo que para nosotros eso es de gran provecho porque ya tenemos una idea clara de qué debemos hacer ese momento”, concluye.
Virgilia Condorcota Aguilar
“Voy a trabajar con todos, nos vamos a organizar y vamos a poner al tanto a los demás sobre el trabajo que tenemos como voluntarios”.
Virgilia Condorcota vive en la comunidad de Villa Copacabana, en el municipio de Palos Blancos, y se dedica a la agricultura conjuntamente su familia. Las verduras que cosecha son vendidas en la feria de la localidad. El año 2014, tanto su hogar como su trabajo fueron afectados por las lluvias. La inundación en el lugar provocó derrumbes y uno de éstos destruyó la casa de Virgilia. Ella recuerda estos hechos con mucha tristeza y cuenta que no paraba de llover y no tenían que comer. “Llovió una semana día y noche, no había ni auto para bajar (a palos Blancos) a comprar ni a vender; no había caso... Algunos de mis vecinos estaban llorando, así nomás la hemos pasado”, menciona. Días después del desastre, la familia de Virgilia no podía salir de su casa porque todo estaba inundado. Los vehículos no podían acceder al lugar y ante esto tuvieron que sacar sus cosas y caminar por más de media hora. Los vecinos buscaban la manera de colaborar entre ellos. “Estábamos tristes con mi marido, decíamos ‘¿qué vamos hacer?, hay que aguantar’”, cuenta Virgilia. Sin embargo, la ayuda no tardó en llegar de parte de las ONG, quienes les llevaron semillas para poder comenzar de nuevo y 26 familias se beneficiaron con esto.
La comunidad trabajó arduamente para salir adelante. Fue la primera vez que los comunarios de Villa Copacabana vivieron una situación así, no estaban preparados para un desastre. En el taller realizado por el proyecto, Virgilia como sus compañeros destacaron que esta tragedia logró unir a la comunidad y esto se vio en el apoyo para la siembra. “Siempre he dicho que hay que tener buen corazón, que hay que preocuparse por los demás. Yo me siento feliz porque he conocido (en el taller) a otros que sienten lo mismo que yo; le conozco a doña Maclovia, por ejemplo, ella ya es mi amiga”, menciona. Tras la formación recibida en el taller, Virgilia es voluntaria resiliente de su comunidad. El trabajo que realiza, junto a los demás voluntarios, es importante para la prevención de riesgos, ya sea en casos de mazamorra o lluvias fuertes que pongan en peligro a la localidad. “Voy a trabajar con todos, nos vamos a organizar y vamos a poner al tanto a los demás sobre el trabajo que tenemos como voluntarios, porque debemos trabajar para estar preparados”, concluye.
Teresa Mamio Yuhamona
“Del taller me gustó todo, es importante aprender sobre los derechos, sobre qué es riesgo y cómo un voluntario debe ser altruista y ser solidario”.
“Fue a las cinco de la mañana que ya llegó el agua y sacamos todas nuestras cositas a la carretera”, así comienza a contar su historia Teresa Mamio sobre la inundación de 2014 en la comunidad de Guaguauno del municipio de Reyes. Narra que, a las seis de la tarde de ese día, las calles ya estaban inundadas y los vecinos salían de sus casas cargados de sus cosas. La inundación que sufrió la comunidad generó muchas pérdidas en cuanto a ganado y agricultura. Los comunarios estaban preocupados por sus animales y productos, cuenta Teresa, pero principalmente por sus hijos, buscaban un lugar para refugiarlos y que estén seguros. Cuando se suscitó el hecho, todos recogieron sus cosas y salieron del lugar en el bote de la comunidad, en total, eran 25 familias. Teresa menciona que nadie estaba preparado para una situación así; sin embargo, trataron de organizarse. “Nos pusimos de acuerdo cuando ya vimos que el agua entraba, todos ya nos íbamos ese rato… cada uno ya sabe hasta dónde va llegarle el agua y cada uno se prepara”, cuenta. La comunidad tardó en recuperarse después de la inundación, tuvieron que esperar al menos un mes para que el agua rebaje. La
decisión de volver fue complicada porque no había una decisión conjunta, pero llegaron a un acuerdo. “Nos juntamos entre toditos y unos pocos se fueron a Reyes y otros se quedaron en la carretera… A mí me tocó estar en la carretera; nos pusimos ahí más que todo por nuestros animales, sacamos lo que pudimos a la carretera porque en el pueblo no se puede tener a los animales porque siempre hay problemas. Por eso los que tenemos más animalitos nos quedamos en la carretera, para evitarnos problemas”, menciona Teresa. La organización de la comunidad fue un factor clave para sobrellevar la tragedia. En esos momentos, no tenían las herramientas para poder actuar, pero después de los talleres de voluntariado resiliente su perspectiva cambió. “Del taller me gustó todo, es importante aprender sobre los derechos, sobre qué es riesgo y cómo un voluntario debe ser altruista y ser solidario”, menciona Teresa. Además, comenta que aprendió bastante a pesar de sus límites en los estudios y ahora espera el momento de tener una reunión con sus compañeros para explicarles sobre el voluntariado resiliente.