Vulva Estelar nº7

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Vulva Estelar Femzine ma(u)rciana - número 7


gGracias por apoyar la autogestión y los feminismos de provincias. Gracias a todas las autoras por vuestro tiempo y cuidados. En memoria de todas las abuelas. Muy especialmente a las que hemos perdido en la pandemia sin poder abrazar. Os debemos una verbena. Fotografía y diseño cubierta: Irene Bebop © de los textos sus autoras. Edición, diseño y maquetación: Irene Bebop @akane_kendo Correo: vulvaestelar@gmail.com Facebook: www.facebook.com/VulvaEstelar/ Twitter: @vulva_estelar Instagram: vulva_estelar ISSN: 2530-7509 Depósito legal: MU 246-2017 Impreso y editado en Murcia tropical Barrio del Carmen - julio 2021 Este femzine está y seguirá estando dedicado, especialmente, a nuestras abuelas. Comparte, difunde y pasa este femzine para que llegue a más feministas.

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sPuede que no exista una galaxia más misteriosa que la de nuestras abuelas. El relato mítico que vertebra este espacio parte del realismo mágico y la mochila de patriarcado. Algo que ha otorgado una textura monocromática al recuerdo que tenemos de ellas.

Durante muchos años, nos hemos aproximado a ellas desde el peso que les tocó arrastrar, muchas veces las hemos juzgado desde unas coordenadas que no nos permitían apreciar la complejidad de la vida que les tocó vivir. Cuando hablamos de abuelas no sólo hablamos de las biológicas. Hay tantas como relaciones con mujeres más mayores que nosotras. Como una caricia alargada en el tiempo, pero también como un azotazo con la goma de la zapatilla. El material del que está hecha la galaxia abuela es gaseoso, procede de nuestra memoria, de los relatos que han mitificado su presencia, aproximarnos a ellas a veces es pisar arenas movedizas. En la constelación que generan a su paso, rápidamente dejamos de orbitar en torno a ellas y somos lanzadas a otros lugares lejanos. En las historias familiares les cuesta dejar de ser satélites, cuando en realidad poseen gravedad propia. Tenemos la impresión de que mucho de lo que sabemos de ellas no procede de su propio relato, muchas veces las hemos visto reducidas a su mínima expresión fagocitadas en su labor reproductiva . Queríamos dedicarles este número a todas ellas, no son todas las que están, ni están todas las que son. Hemos abierto álbumes de fotos, arcas, ajuares y memoria para aterrizar en esta Galaxia Abuelas. M

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Nací antes de que se inventaran las mujeres y he vivido los pasados decenios tratando de ser un buen hombre y me he olvidado de seguir joven, así que envejecí. 6

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No estoy segura de que ya se hayan inventado las mujeres mayores, pero merece la pena intentarlo. Úrsula K. Le Guin-Contar es escuchar

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Las abuelas que no son de sangre Inkieta s Creo que todas tenemos mujeres que han sido mucho mayores que nosotras, que nos han adelantado en experiencias vividas, cuyos rostros estaban marcados por el paso del tiempo y cuyas manos hablaban a través de sus pliegues. Mujeres de las que hemos aprendido mucho, que nos han acompañado, que nos han dado abrazos, y que nos han dado un soporte emocional a veces difícil de describir. Como estar con alguien que con su mirada te dice que la vida es jodida pero que tú vas a poder con ella. Con el paso de los años valoro más esas referentes en mi vida que siguen en mi corazón.

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La Madre Ángeles Guerra, una monja que estaba en la residencia de estudiantes donde viví un par de años en Madrid. Un terremoto de mujer, viva y llena de inquietud con la que compartí muchos ratos; y con la que fui a diferentes charlas y conferencias sobre teología, muchas muy transgresoras, que me hacían mirarla con ojos de sorpresa. Qué apertura de mente tenía esa mujer y cómo después de tantos años me sigo acordando de ella. Era pequeña y pícara y se movía con un nervio que llenaba a su paso el espacio por donde pasaba. Recuerdo la sonrisa con la que me miraba cuando yo le hacía preguntas que ella misma me contestaba con otras preguntas. Qué mejor manera de aprender que cuestionarse hasta las posibles respuestas. Era muy mayor la última vez que la vi hace ya más de 16 años.


Mi querida Palmira era la mujer que gestionaba el ático donde viví en Madrid. Tenía varias habitaciones y un par de áticos que alquilaba en un edificio muy curioso donde ella también vivía. En total éramos unas 6 personas sus inquilinas, y nos cocinaba y hacía la cena en un comedor común que compartíamos en uno de los pisos. Una mujer de Castrillo de Murcia en Burgos, luchadora y ambiciosa, que no paraba de trabajar. Fui varias veces con ella a su pueblo tanto en invierno, que hacía un frío que pelaba, como en verano a las fiestas del Colacho que tanto le gustaban. Recuerdo que me enamoré de un chico de su pueblo que era muy tímido y ella estaba feliz, qué risas nos echábamos. Muchas veces me metía con ella en la cocina, mientras preparaba la cena, para que me contara cosas porque sabía que disfrutaba escuchándola y se partía de la risa. Sus ojos pequeños pero llenos de chispa te lo decían todo. Solía estar alegre, pero a veces se enfadaba, aunque tenía una gracia especial para darle la vuelta a las cosas. Intentaba controlarme disimuladamente cuando entraba y salía, pero yo por aquel entonces era más incontrolable que ahora. Hace muchos años que no la veo, espero que esté bien.

La nona, era una mujer italiana con la que trabajé cuando fui a hacer el Erasmus en Italia hace ya la friolera de 27 años. Estaba en la Universidad, y necesitaba ganar algo de dinero y vi el anuncio que necesitaban limpieza. Era un matrimonio de jubilados encantador que lo que realmente querían era compañía. Él había sido médico y ella maestra. Iba a limpiar un par de veces por semana y la mayoría del tiempo limpiaba sobre limpio, parece que había limpiado antes que yo o que no manchaban para que yo no trabajara mucho. A veces veía a la nona asomarse a la habitación donde estaba y me sonreía. Cada día me preparaba comida y quería que nos sentáramos un rato en la cocina a charlar, y quería enseñarme italiano. Me compraba ropa y me mimaba como a una nieta. De ella recuerdo ese deseo de proyectar un amor incondicional hacia mí. Era un amor.

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abuela (s)

Cecilia Ibáñez s Mi cabeza se poblaba de miles de ideas para escribir sobre las Abuelas. La palabra “abuela” está cargada de diversos significados. A veces asusta porque se relaciona con envejecer, con estar pendiente de las nietas o nietos y otras es sinónimo de sonrisa, alegría y ternura. Al concentrarme en mi abuela me invadieron muchísimos recuerdos. Unos referentes al arte culinario, en especial a sus deliciosos helados caseros y las riquísimas galletitas de maicena. Otros tenían más que ver con su gran maestría de contar historias de la familia y del barrio. Poseía una memoria privilegiada, se acordaba de miles de detalles, te los decía con tanta claridad y facilidad que te mantenía atenta a cada explicación, no querías que se te escapara nada. Ella nos comentaba de qué parte de Italia habían venido sus abuelos, nos hablaba de la inmigración y la emigración, de los trabajos que ejercían, de la casa quinta donde vivían. Por otro lado, recordaba cuando las calles tenían adoquines y faroles de mechas, y nos contaba, con cierta resignación, que con el paso del tiempo fueron sustituidas, los adoquines por hormigón y las mechas por luz eléctrica. Le gustaba que el farolero viniese todas las noches a su hora, con su escalera, linterna, chuzo, pito, aceite y mechas. El farolero era el personaje bueno de la noche, un vigilante, pendiente de sus calles hasta el amanecer… y su pito solo sonaba en una urgencia. Para la abuela era su compañía nocturna. A nivel personal mis abuelas han sido un claro referente de mi historia. Ellas me han contado mis raíces. Sus personales anécdotas hacían que sintiera ese caminar como algo muy entrañable y propio. Hay “abuelas” y “abuelas”, claro está. Algunas más cercanas otras lejanas, unas más frías otras cálidas, unas que dan alegría y otras miedo… miles de abuelas, como tantas mujeres que nos han precedido. Pero, la mayoría, eran maestras de la experiencia, su tiempo era siempre ilimitado y, sus miradas, profundas y tiernas. Mujeres de larga trayectoria, predecesoras de nuestras vidas. Un profundo respeto a todas aquellas que nos han allanado el camino, muchas han dejado sus huellas en la lucha por los derechos de las mujeres. Aunque es imposible mencionarlas a todas, me gustaría citar a Olympe de Gouges (1748-1793) que

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luchó por la igualdad, contra la esclavitud y a favor de los derechos de las mujeres. A causa de su ideología revolucionaria fue guillotinada en noviembre de 1793 en París. A Mary Wollstonecraft en su obra Vindicación de los derechos de la mujer (1792), sostiene que tanto hombres como mujeres deberían ser tratados como seres racionales. Con esta obra, estableció las bases del feminismo moderno. Mil gracias a Concepcion Arenal, Teresa Claramunt, Clara Campoamor, Hoda Shaarawi, Kate Millet, Sojourner Truth, Rosa Parks, Paulina Luisi, Frida Kahlo, Simone de Beauvoir, Betty Friedan, María Elena Walsh, Nawal El Saadawi, Chimamanda Ngozi Adichi y muchas mas… mi gratitud por toda su entrega, esfuerzo y enseñanzas.

M He recordado un texto de mi sobrina respecto a su abuela, mi madre, que con su permiso lo comparto: Pilar Islas Ibáñez s Un 9 de diciembre más, pero para nosotros un 9 de diciembre diferente. No lo vivo con tristeza sino al contrario. Cualquier tipo de recuerdo es feliz y me genera de las emociones más lindas. Tu casa, sin lugar a dudas el lugar más preciado y lindo para todas las personas que estamos en esta foto. Un lugar mágico, en donde todos nuestros deseos se hacían realidad; donde Papá Noel existía y éramos actores de teatro profesionales con un público enorme. Un lugar que nos reunió todos los sábados sin motivo alguno, pero al mismo tiempo con todos los motivos. Se me hace difícil despegarme del olor de esa casa, de los recuerdos que me generan cada uno de sus muebles, de los libros, del piano, de las sábanas blancas impecables de cada cama. Y amo que así sea, deseo que nunca se me borre ninguno de esos recuerdos porque, en su mayoría, podría elegirlos como de los mejores que tengo. En verdad, creo que es imposible que se nos borren todos estos recuerdos, porque a fin de cuentas no es la casa, no son los muebles, ni es el piano. Es nuestra abuela Raquel la que vive en cada uno de estos recuerdos, y eso

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sí que es imposible borrarlo de nosotros. Son recuerdos e historias que quedaron en nuestros corazones y ya son parte de cada uno. Así como es imposible escuchar la canción de “Perro Salchicha” de María Elena Walsh y no asociarla contigo, abuela, que nos la cantaste durante años cuando te acompañábamos a caminar por la playa. Una canción que hablaba de un perro que había sido confundido por una presa para una gaviota. Me acuerdo que te causaba mucha gracia y te encantaba cantárnosla, y nosotros con inocencia la vivíamos como “la canción de la abuela”. Pero escuchándola ahora, parece que en el fondo tiene un mensaje de precaución y cuidado. Y sin querer creer en las coincidencias, increíblemente el mensaje más escuchado para nosotros de tu parte siempre fue de cuidado. Tal vez sin darte cuenta, con esa canción nos estabas dejando un mensaje, tu mensaje, como legado. Buscando de alguna forma que días como hoy te sintiéramos presente. Gracias por tanto amor, gracias por tantos recuerdos y tantas historias. Gracias por enseñarnos a ser perros salchichas. Jugando con la palabras, hoy ABUELA… HISTORIA AMABILIDAD MUJER ENTREGA LENTITUD ANORAÑZA SABIDURIA Abuela es vida, experiencia, sabiduría, paciencia… M

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Mi francisca

abuela

Llevó

se al

novio Isa Ardil Moreno

sEn aquella época se estilaba por aquí eso de que los mozos se llevasen a la novia, que significaba que en lugar de hacer una boda "como Dios manda", la novia se iba con el novio y ya se le suponía a esa novia relaciones sexuales con ese novio, por lo que ya tenían que casarse para salvar el honor de esa zagala.

Pues un día 15 de agosto, mi abuela le dijo a mi bisabuela que quería ir a la fiesta de La Virgen con su novio. Mi bisabuela le dijo que no, que con 14 años que tenía no se iba a ningún sitio con nadie solos. Mi abuela, la persona con más carácter que he conocido en mi vida, metió unas cuantas cosas en un hatillo, y se sentó en el portal a esperar a su novio, mi abuelo. Cuando Salvador llegó, la miró y le preguntó: "Parece que estás enfadada, ¿te pasa algo?". Y Francisca le dijo: "No me pasa nada. Que me voy contigo." Y mi abuelo, la persona más complaciente que he conocido en toda mi vida, cuando contaba esta historia decía: "Y me tuve que llevar a la novia..." Aunque en realidad la novia se lo llevó a él...

Un año más tarde nacía mi tío Pepe. Cinco años más tarde nacía el tercer hijo de la pareja, mi padre. Siete años más tarde, con tres hijos pequeños, a mi abuelo lo apresaban por rojo, acusándolo de robar algo. A mi abuela la trataban de viuda, todo el mundo daba por hecho que mi abuelo no iba a volver vivo. Excepto ella. Cada dos o tres días iba andando hasta la cárcel de Cartagena, a llevarle algo de comida para que sobreviviese. Un día, mi abuela recibió una visita inesperada en su casa: era un señor adinerado de la zona, que le ofrecía hacerse cargo de ella y de sus tres hijos si

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que e p ujer cia tan m a n e es cohere vio, u q de na l no u o a s e e o gull pero d llevars . r o ba erpo iese o a él a t s E de cu elig vársel e a d ñ n lle gra

aceptaba casarse con él. Mi abuelo contaba esta historia entre risas, contando que se imaginaba como lo echó a escobazos e insultos, diciéndole que ella no era viuda. No era viuda, pero si era muy muy pobre, y estaba muy sola. Mi abuelo estuvo dos años en la cárcel y varias veces en la cola para ser fusilado allí mismo. Mi abuela Francisca. La que me daba una onza de chocolate valor cuando corría de mi casa a la suya, con sus manos de piel de pergamino. No puedo ni imaginar cuánto lloró, rabió, temió. Pero se mantuvo siempre fiel a sus ideas y principios. Ella no me contaba estas historias, las contaba mi abuelo. Él estaba muy orgulloso de ser su marido, estaba orgulloso de que esa mujer pequeña de cuerpo pero de una coherencia tan grande eligiese llevarse al novio, llevárselo a él. M

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sMi abuela Fuensanta, más conocida por todos sus nietos, (incluida yo por supuesto) como Carmen hasta el día de su 80 cumpleaños, se pasaba horas tejiendo a ella le encantaba ir al todo 100. A mí me vuelven loca los “chinos”, en eso nos parecemos mucho. Tenía una foto que no logro encontrar de sus manos, esas que tejían y que nos unían tan íntimamente cuando le hacia la manicura, es una de las cosas que más echo de menos, era nuestro momento, esas cosas cotidianas que cuando las recuerdas te hacen escapar una lagrimilla, esas cosas “sin importancia” que con el paso del tiempo, los años y la ausencia han quedado caladas en tu alma.M Mariky

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No es país para viejas Ana Andújar

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s Apenas conocí a mi abuela. De la abuela Ginesa, la madre de mi madre, solo recuerdo pocas cosas. Ir a verla a las Casas Baratas en Lorca, que me diera una paga de veinte duros que sacaba de una caja de Farias, una tele que no funcionaba bien y luego historias, muchas historias. Historias en las que yo no estaba pero son legado mío mismo, como que, después de que a mi hermana la llamaran como a la madre de mi padre, yo “debía” llevar el nombre de la otra abuela. “No le hagáis eso a la cría”, dijo quien había odiado su nombre toda la vida, y dado que mi madre carga con otro nombre non gratto –Tomasa- se sacaron de la manga este Ana sin raíces ni tradición, y también, libre de penas impuestas. Pero mi abuela Ginesa odiaba más cosas aparte de su propio nombre: me temo que su propia vida. En las fotos siempre la retrataban sonriendo, anfitriona de todas las celebraciones, rodeada de gente, y en cuanto veía la fiesta decaer, ¡chás! Sacaba su acordeón y la música hacía el resto. También salía con un vaso de vino en la mano, y la sonrisa se va borrando conforme llegan las anécdotas que se tejen de otra manera en la memoria de quien se va haciendo adulta. A tu madre se le escapa lo que “tenía que aguantar del abuelo”, y las escenas de cuidadora del enfermo de su marido, del sufrimiento de su propia diabetes, o de su adicción al alcohol, restauran el recuerdo primigenio de esa abuela que solo era abuela porque te lo decían. Empiezo a pensar que, igual que una “descubre” de adulta que su madre no es solo madre sino también “persona” (¡qué impacto cuando cae esa inocencia egoísta, cuando ya no eres el centro del universo, cuando entiendes que tu madre a veces no desearía estar ahí con vosotros, que tiene anhelos y temores propios!), también la abuela se hace carne y personaje por derecho propio. ¿Quién


¿Quién cuidaba de las que cuidan, tan solo dos generaciones anteriores a la nuestra? ¿De dónde salían todas esas botellas de vino que escondía por toda la casa?

cuidaba de las que cuidan, tan solo dos generaciones anteriores a la nuestra? ¿De dónde salían todas esas botellas de vino que escondía por toda la casa? ¿Quién hubiera tenido el valor de decirle, cuando sus hijas la recogían del suelo, la despejaban para que volviera a sentarse a coser hasta que se rompiera la espalda por conseguir el único sueldo que los mantenía a todos, y luego pasara toda la noche vigilando al ahora demente del que fue su esposo, que las cosas podían ser de otra manera? “Todo saldrá bien” es también lo que le dijeron a las ancianas en las residencias, a la inmensa mayoría femenina de mayores que viven solas, a las que pagan con sus pensiones facturas de hijas, nietas y bisnietas, a las que cuidan y callan, en una nueva era con apariencia y nombre de futuro: 2021. Lamentablemente, las intenciones no son soluciones y las cosas han cambiado poco: si las personas mayores son ciudadanos de segunda, nacer mujer solo añade drama al drama. Mi abuela, de seguir viva, seguiría en este siglo tocando su acordeón para tener la excusa de tomarse un venenoso lingotazo con el que sobrellevar esta vida. ¿Hasta cuándo vamos a permitir un país que no es para viejas? M

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doña olga

Mariflower

s “Doña Olga”, llamaban a mi abuela, a mí cuando era pequeña “doña Olguita” por el parecido físico con ella. De mayor me seguían llamando así pero no solo por el parecido físico, sino para definirme por el uso del sarcasmo. Mi abuelita Olga, nació y creció en el seno de una familia colombiana conservadora y católica hasta la médula. Se casó con un Paul Newman a lo colombiano que le era bastante infiel; ella se abandonó en todos los sentidos: físicamente, dejó su trabajo, se dedicó a ser madre y esposa abnegada que se tragaba los sapos y lloraba por las esquinas el desamor, mientras se dejaba comprar con los electrodomésticos que el abuelo le regalaba. Mi abuela tuvo 7 criaturas, a los hombres los mimó, a las mujeres les dio muchísima caña. Mi abuelita era maestra de las de antes, tenía una letra cursiva preciosa. Ella me enseñó a escribir, a leer, me tuvo la paciencia que no tuvo mi padre para enseñarme matemáticas, me ayudaba con los deberes, me preparaba las onces (merienda) y me comparaba unos hojaldres exquisitos. Me

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consentía. Ella me hizo los disfraces para el colegio y mis mochilas favoritas. Hacía pirograbados, pintaba y tejía como sólo las abuelas saben tejer. Mi abuelita me arropó con su chal de color granate y flores grandes que ella misma tejió. Recuerdo a mi abuelita dándome abrazos, achuchándome, cobijándome, dándome un cariño sin condición. No tengo ese recuerdo de mi madre o de mi padre. Con los años, y con el feminismo a cuestas por mi propia experiencia, vi a mi abuelita con otros ojos, y me dio mucha tristeza conocer su historia y reconocerla como una víctima más de este sistema patriarcal maldito aliado de la moral católica más recalcitrante. Aprecié a la mujer inteligente, con un talento enorme para enseñar, con una vena creativa y artística alucinante que todos en la familia heredaron. También reconocí a la mujer sometida, enseñada a no rebelarse, a la que le robaron el amor propio y engatusaron con el cuento del matrimonio, a la mujer de moral estricta y a la que no supo querer a sus hijas. Ojalá mi abuela hubiera sido valiente, se hubiera divorciado y mandado todo al carajo: marido, criaturas, familia, deberes católicos y apostólicos. Haber sido libre en definitiva. M

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a mi abuela juana maría no le gustaban los nietos, creo Cris Abellán s Correteábamos en el patio, arriba y abajo, gritando. Dábamos portazos que hacían temblar los cristales de las ventanas. Jugábamos peleando. Entrábamos en la cocina, removíamos cacerolas, cazos, pucheros, orzas. Buscábamos sus magdalenas escondidas, los suspiros o los rollos de anís, esos dulces que tantos sustos nos daban. Pasábamos por la cochera, salíamos a los corralazos y el balón acababa en sus geranios, o, peor aún, en sus lirios de agua cuidados con tanto esmero. Esas calas exuberantes en las que yo metía los dedos a escondidas porque me gustaba pringarme los dedos de polen.

Nos íbamos a dormir la siesta en la habitación grande donde había dos camas, a la que llegábamos bajando unas escaleras que salían de la salita, la que no tenía puerta sino una tela. Cuchicheábamos, nos reñía, nos reíamos. Salíamos de la habitación, pasábamos por delante de la tele a la hora de la novela, nos preguntaba enfadada ¿dónde vais? No contestábamos, íbamos a la cámara de arriba, una zona prohibida porque según ella íbamos a hundir los palos. Otras veces, cuando jugábamos a tirarnos agua con los cubos los unos a los otros, se nos olvidaba cerrar el grifo de la pila de lavar del patio y, claro, nos gritaba. ¡Qué enfadica era para ser abuela! Es que todo le parecía mal, pensaba yo. Somos muchxs nietxs, demasiadxs, con muchas historias, todas distintas pero verdaderas. Quizá si juntáramos todos los recuerdos que de ella tenemos, podríamos aproximarnos a quién era esta abuela mía a la que no le gustaban los nietos, creo. Esta abuela que me decía que era un trasto malo porque siempre le perdía las pilas del mando. ¡Qué obsesión tenía con las pilas del mando! Mi abuela, a la que no le gustaban los nietos, creo, me caía bien a pesar de todo porque me parecía fuerte. Era diabética, le pinchaban insulina con una especie de lapicero que escondía una aguja. Me fascinaba verlo, siempre le preguntaba, ¿abuela, no te duele? Y ella me miraba directamente, se encogía de hombros y mostraba indiferencia ante lo

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que le hacían, como si no fuera con ella aquello que sucedía. Yo le ponía alcohol y le pasaba el algodón, así le mostraba yo, sin darme cuenta, mi amor. También se hacía "el cambio". Yo no entendía qué significaba aquello, sólo sabía que mi abuela llevaba una bolsa que nunca me quería enseñar por mucho que se lo pidiera. A mi abuela a la que no le gustaban los nietos, creo, me la encontré una vez desmayada en el suelo. No sé si fue una descompensación del azúcar o una peritonitis. Esto le pasaba a veces, entraba y salía del hospital a menudo. Aun así resistía estoicamente, volvía a su casa. A mí me encantaba que ella estuviera allí, en la calle de atrás de mi casa, porque significaba que un fin de semana de cada mínimo tres meses, con total seguridad, yo veía a mis tíos y primos de Yecla. Y eso era siempre una fiesta. Mi abuela, a la que no le gustaban los nietos, creo, además de fuerte era también independiente. Tenía una amiga con la que se veía a menudo, su vecina Lola. Iban juntas a merendar, al mercado, a misa. Creo que le satisfacía hacer sus cosas, sus compras, estar en su casa a sus anchas. Recuerdo que se ponía mucha ropa debajo del vestido porque estaba muy delgada y eso le desagradaba. A veces se pintaba los labios y siempre se teñía el pelo. Mi abuela, a la que no le gustaban los nietos, creo, era fuerte e independiente, le gustaba estar tranquila, disfrutar de los pequeños placeres, estar guapa, ver la televisión y no tener que hacerse cargo de sus nietos porque ella había tenido cinco hijos. No he heredado su nombre, tampoco su físico y, al parecer, por lo que dice mi padre, nada de su manera de ser. Sin embargo, la forma en pico del pelo de mi frente es exactamente como el suyo, puntiagudo y pronunciado. Creo que no es lo único en lo que me parezco a ella y eso me encanta. Mi abuela, a la que no le gustaban los nietos y que no me gustaba tanto en comparación con mi otra abuela, creo, me parece que era una abuela cojonuda. M

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d e s p e d i d a s d e c o r r a l Irene Bebop

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s Estoy esperando la llamada de mi madre que confirme ha dejado de sufrir, que ya ha pasado todo, que al fin descansa. Mi abuela de 91 años se nos está apagando. Decido escribir estas líneas para estar un poco más cerca de ellas, para que la espera sea menos dolorosa, imagino que también para calmar la impotencia que me da imaginarme la escena. Me digo a mí misma que hay cosas más tristes, que estamos viviendo una pandemia, que alguien estará peor. Pero no me sirve. No me da consuelo.

Mi madre y mi tío en una habitación con mi abuela y un gotero. La vida en esa habitación en un circuito de ida y vuelta. Me dice entre sollozos que ya no le encuentran las venas, que el intento de transfusión de anoche fue imposible. Su brazo, consumido y frágil, lleno de moratones. “No me hagas daño, pijo” le ha espetado a la enfermera incluso yendo hasta las trancas de morfina. Esa es mi abuela, mandado a la mierda a quien haga falta. Sus momentos de bordería son los únicos que nos regalan una risa. Se va a ir peleando. Dando caña como siempre. “Pero repijo, me queréis ahogar con la mascarilla” contesta a la enfermera cuando le recuerdan que se la ponga.

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Mi abuela la última de las castoras. viviendo una guerra y una posguerra. Enterrado a un hijo de muy pocos años, acompañando a su marido en un momento en el que la salud mental era tabú. Peleando sin espacio a la ternura. Pisando la nieve. Carácter de esparto, dureza hasta el final. Poniendo vinagre a las lentejas, Corriendo callejón arriba. Preparando pepinos con sal para merendar. Pan con vino y azúcar. Muerta de la risa cuando me veía saltar al carro del vecino, algo así como los juegos olímpicos del callejón. Tenía aptitudes de pueblo latentes a pesar de la ciudad.

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Mi abuela botánica sin título. Reinado de esquejes y fiera de corral. Mi abuela amante del pueblo, “de mi casa no me voy”. Mi abuela pared encalada, persiana verde. Mi abuela y la lápida del abuelo. Las cortinas de cuadros, la gata Cristina. Mi abuela ajo de mortero y migas dulces. Mi abuela y la pandemia. Mi abuela y el arroz con conejo. Mi abuela y el temblor que me recorría el cuerpo cuando mataba animales. Golpe infalible en la nuca. Mi abuela como arma mortal. Escalofrío en el cuerpo. Mi abuela fregando el panteón, haciendo el ritual de muertos. Guía oficial del museo de la memoria. Mi abuela y su casa vacía; ajos secos, botes de conserva listos para llenar. Mi abuela y el puto protocolo covid, Mi abuela y 3 pcrs negativas para que finalmente Un médico firme que tiene covid. Mi abuela tarareando gitana si tú me quisieras, Reconociendo en los acordes de mi hermano una de las pocas certezas de su memoria. Mi abuela descubriendo el cous-cous, probando la comida china en los 90.

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Mi abuela nubes blancas en el pelo, Tormenta inminente, Tacto roto. Mi abuela patronaje casero, Romero de cerro, Flores en el mantel, Lumbre incandescente. Ella con el mundo por montera. Ella diciendo lo que nadie quería escuchar. Mi abuela apagando cualquier bombilla, Ecologista de puño cerrado. Ahorrando con pensión. Mi abuela enseñándome a rebuscar brócoli, O como ella decía brúcoli. Economista alegre uniformada de mandil. Le debemos una verbena a la más dura del callejón. M

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Los hilos y las agujas de la yaya Anita Maruy D. Isidora

“Una anciana que teje es una trama que no muere” Jara

s Llegar a un país nuevo, a una casa nueva, a una familia que no es la tuya. Esa primera vez, en mi caso, también ha sido incorporarme al núcleo de una familia española. El recibimiento fue un tanto difícil, me sentía una intrusa irrumpiendo un espacio que no era mío. Fui recibida con curiosidad, yo era la extraña, probablemente para algunos miembros de esa familia, la otra, la extranjera, una situación que a veces me hacía sentir incómoda por el trato de amabilidad un tanto exagerada. Sin embargo, el recibimiento de la abuela Anita se quedó en mi memoria como una aguja de ganchillo que enlaza el hilo para hacer una puntada. Ella, desde el primer minuto de conocerla, me acogió sin ninguna expectativa y eso me hizo sentir a gusto, me aceptó tal cual. La percepción de la abuela vista desde la mirada del nieto se había caído como cartas de naipe, nada de lo que me había contado se parecía a la experiencia que tuve con ella. Yo me hice a la idea de encontrarme a una mujer, no tan severa como la protagonista de La casa de Bernarda Alba, pero algo parecido, probablemente porque era más el perfil de mi abuela, con sus matices; la mujer que tenía en frente no se parecía a esa imagen que había construido en mente. Ella, la yaya me abrió los brazos y a través de ella mi acercamiento al resto de la familia fue más llevadero. Nada más saludarme me llevó a su habitación; la seguí en silencio, a manera de presentación dijo su nombre y apellido, luego muy serena y firme continuó: “puedes llamarme Ana o yaya”, fueron sus palabras con algo de solemnidad. Luego, me pidió que me sentara en su cama, a su lado. Sacó del armario un cofre de color azul, abrió el mismo con calma, yo me quedé embobada, no sabía lo que hacía. Al principio pensé que era un cofre con fotografías, pero no, buscó entre sus joyas unos pendientes enormes de oro con piedras preciosas de color azul y me los dio, “esto es para ti, todas mis nietas tienen un recuerdo mío”, esas fueron sus palabras. Me quedé de piedra, en ese momento no era consciente de lo que había pasado pero luego

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me di cuenta que esa era la manera de aceptarme como nieta, el gesto que tuvo la yaya Anita conmigo me conmovió mucho. Fue ella la que me abrió las puertas de su casa, de su historia, la abuela era el alma de la familia. Yo no tuve una relación de cercanía con mi abuela materna, era una relación extraña, de dejadez y mi abuela paterna murió cuando mi padre era niño. Durante el tiempo que estuve cerca de ella me contó historias de su familia, sus viajes. Me enseñó fotos de su padre, de su madre, de sus hermanas cuando eran jóvenes. Hablaba de su marido (fallecido), con admiración y respeto, todos los días antes de dormir besaba una foto suya que tenía en la mesita, al lado de su cama. Siempre me ha interesado conocer la historia desde la oralidad; y conversar con la yaya Anita era también conocer una parte de la historia de las mujeres de su época. A ella le gustaba que la escuchara. Le preguntaba sobre diferentes temas: las costumbres, sobre la dictadura, sobre la postguerra. Lo recordaba todo: a través de su memoria conocí una parte de la historia de su pueblo desde su perspectiva. La yaya Anita no sabía leer ni escribir, pero eso la dotaba de una intuición y un saber directo y práctico, dado a la acción. Presumía de ser una “curra” que era el nombre de apodo de familia, y cuya seña de identidad era tener carácter, ser “fotua” (algo así como una persona que dice lo que tiene que decir le pese a quien le pese). Pero para nada era chismosa, ella decía que cada una en su casa. No le gustaba el sol y quizá por eso, hasta el día de su muerte conservó una piel tersa y lechosa; evitaba el día en una zona tan soleada como Santa Pola. La yaya como las mujeres de su época había aprendido a bordar y hacer tapetes de ganchillo, yo le contaba que mi madre me enseñó a tejer, y que no lo hacía mal, a ella le gustaba escuchar esas complicidades de tejidos; el tejido no tiene fronteras, las mujeres en diferentes contextos tejen y mi madre no

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fue una excepción, era una artista del tejido, tejía unos tapetes finísimos de hilo al igual que la yaya. En la habitación de la yaya había un cuadro precioso de un bordado en punto de cruz de una antepasada suya, estaba orgullosa de ese cuadro, un legado heredado, las agujas son la escritura de muchas generaciones de mujeres; entre punto y punto tejían historias de vida. Ella, la yaya, miraba el mundo de una manera amplia, llana, sin muchas fronteras, probablemente porque nació en Melilla y su padre en Orán y tuvo que hacer un gran viaje en su vida y eso le amplió el horizonte: “hay cinco continentes”, decía, para ella yo era la americana. Murió a sus 81 años en 2003. Cuando regresé a España, su hija me entregó una caja que la yaya me dejó en herencia, me emocionó que se acordara de mí. Era su tesoro: unos hilos y agujas de ganchillo; los guardo con cariño. Tejer también es escribir la historia desde la memoria de nuestras abuelas. M

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PAMPLONA

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Carolina López Tortosa


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ahora te toca a ti Escribe-dibuja tu historia de abuelas

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