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Habitar y prácticas, apropiación y usos
Asimismo, sobre la importancia del contexto en el que se ubica el espacio público, como factor que condiciona las actividades que en él se realizan, así como en los grupos e individuos que lo frecuentan.
En el segundo enfoque: espacio para el encuentro y espacio de conflicto, la discusión se centró en el cuestionamiento del significado asignado teóricamente al espacio público como espacio de encuentro y de interacción, al tiempo que se asume como espacio de conflicto, como lugar donde se visibilizan los procesos de exclusión social que se asisten en la ciudad.
En el tercer enfoque:espacio de inclusión-exclusión, se reflexionó sobre los procesos y las acciones de naturaleza diversa, que ocasionan inclusión y/o exclusión en el espacio público, manifestándose en el espacio de forma tangible e intangible.
A partir de estos tres enfoques conceptuales se elabora un concepto de espacio público que intenta integrarlos, asumiéndolo en el estudio de los espacios: lugar de libre acceso para las personas, donde se concentran las diferencias (clases sociales, edad, género, etcétera), propiciando y permitiendo distintas prácticas de apropiación y uso del lugar, donde el conflicto y la negociación se manifiestan, lo que favorece la identificación social urbana y la creación de signos y símbolos asociados a él.
Se reflexiona sobre cuatro conceptos:habitar, prácticas, apropiación y usos, por considerarlos fundamentales para el análisis del carácter público de un espacio y para la compresión de los vínculos que establecen las personas y grupos sociales con los lugares.
Se asume el concepto de habitar vinculado al de prácticas y el de apropiación al de usos, conformando una base conceptual para el estudio de las interacciones entre sujetos, objetos y espacio en el contexto de la situación.
Habitara travésde las prácticas
«Vivo en una nueva ciudad, siempre nueva siempre reciente, pero que sólo puede conocerse a través de una nueva arqueología» cabrujas, 24
Interesa abordar el estudio de las prácticas en el espacio desde el concepto de habitar. Un habitar inscrito en las prácticas, pues la apropiación de un lugar significa habitarlo. «A través de la apropiación la persona se hace a sí misma mediante las propias acciones» (Pol y Vidal, 283). De aquí que se asuma el concepto de habitar de Giglia (13), quien lo define como «... un conjunto de prácticas y representaciones que permiten al sujeto colocarse dentro de un orden espacio-temporal, al mismo tiempo reconociéndolo y estableciéndolo. Se trata de reconocer un orden, situarse adentro de él, y establecer un orden propio».
En este sentido,habitar el espacio público es un proceso de lectura, interpretación y reconocimiento —no siempre consciente— de la estructura del espacio, mediante el cual el sujeto decide y organiza sus acciones en él, otorgándole un sentido y un significado. A la vez, las prácticas en el espacio son la manifestación de ese reconocimiento y/o transgresión de las reglas, normas (orden espacial y social) que cohabitan en el lugar, insinuadas en el diseño del espacio y en el funcionamiento de éste.
El orden espacial de un lugar establece límites sobre las acciones que en él se realizan, sin embargo, las decisiones-acciones del sujeto, en el espacio, pueden traspasar esos límites instaurando un nuevo orden socio-espacial. Para De Certeau (110) el orden espacial:
[…] organiza un conjunto de posibilidades (por ejemplo, mediante un sitio donde se puede circular) y de prohibiciones (por ejemplo, a consecuencia de un muro que impide avanzar), el caminante actualiza algunas de ellas. De este modo las hace ser tanto que parecer. Pero también desplaza e inventa otras pues los
atajos, desviaciones o improvisaciones del andar, privilegian, cambian, abandonan elementos espaciales. De este modo Charlie Chaplin multiplica las posibilidades de su bastón: hace otras cosas con la misma cosa y sobrepasa los límites que las determinaciones del objeto fijan a su utilización. Igualmente, el caminante transforma en otra cosa cada signo significante espacial.
Cabe preguntar entonces, ¿de qué manera la facultad que tiene una persona de multiplicar las posibilidades de un objeto que utiliza o de un espacio que habita y recorre, es decir, su capacidad para imaginar nuevas maneras rehacer los límites que las características del objeto o del espacio establecen, responde a su habitus?
Según Bourdieu (86), el concepto habitus designa:
[…] sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de prácticas y de representaciones que pueden ser objetivamente adaptadas a su meta sin suponer el propósito consciente de ciertos fines ni el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos, objetivamente reguladas y regulares sin ser para nada el producto de la obediencia a determinadas reglas, y, por todo ello, colectivamente orquestadas sin ser el producto de la acción organizadora de un director de orquesta.
De manera que no se trata de tener la capacidad de transgredir los límites de lo establecido y de la norma, sino de que el habitus difiere entre grupos sociales e individuos, conformando prácticas distintas de ser, hacer y utilizar el espacio, dadas por las condiciones sociales y culturales en que éste fue construido.
Por consiguiente,
[…] es la elaboración y la reproducción de un habitus lo que nos permite habitar el espacio. La noción de habitus nos ayuda a entender que el espacio lo ordenamos, pero también que el espacio nos ordena, es decir, nos pone en nuestro lugar, enseñándonos los gestos apropiados para estar en él, e indicándonos nuestra posición con respecto a la de los demás (Giglia, 16).
Esta elaboración y reproducción del habitus va estar cargada de diferencias, las cuales conducen a una lectura y apropiación del espacio con base en el conocimiento que se ha ido acumulando de las experiencias previas, en los distintos ámbitos de la vida cotidiana donde se desarrolla su habitar.
Las prácticas en el espacio como formas de habitar lo público a través del habitus, involucran la apropiación del espacio como proceso a través del cual se realiza la acción-transformación del orden socio-espacial del lugar.
Apropiación y usos del espacio
«[…] el contacto con el otro, con los otros, permite captar la diversidad de culturas y, con ello, la capacidad de reconocernos a nosotros mismos» ontiveros, 396
En este punto se reflexiona sobre los conceptos de apropiación y de usos del espacio, al considerarse útiles para entender la vinculación de las personas con el lugar, y para el análisis de las situaciones que ocurren en el espacio público.
Al hablar de apropiación del espacio se hace referencia al «... proceso dialéctico por el cual se vinculan las personas y los espacios, dentro de un contexto sociocultural, desde los niveles individual, grupal y comunitario hasta el de la sociedad. Este proceso se desarrolla a través de […] la acción-transformación y la identificación simbólica» (Vidal y Pol, 291).
Estas dos vías a través de las cuales se desarrolla la apropiación del espacio están vinculadas con el simbolismo (Valera, 1996). Entendiendo el simbolismo como «... una propiedad inherente a la percepción de los espacios, donde el significado puede derivar de las características físico-estructurales, de la funcionalidad ligada a las prácticas sociales que en éstos se desarrollan o de las interacciones simbólicas entre los sujetos que ocupan dicho espacio» (Vidal y Pol, 286).
Valera define el espacio simbólico como
[…] aquel elemento de una determinada estructura urbana, entendida como una categoría social que identifica a un determinado grupo asociado a este entorno […], y que permite a los individuos que configuran el grupo percibirse como iguales en tanto en cuanto se identifican con este espacio, así como, diferentes de los otros grupos en base al propio espacio o a las dimensiones categoriales simbolizadas por éste (Valera, 80).
Esto señala la importancia de la naturaleza simbólica del espacio público como lugar de construcción de identidad, en tanto que, la apropiación del espacio es «... un proceso [dinámico] de interacción conductual y simbólica de las personas con su medio físico, por lo que un espacio deviene lugar, se carga de significado y es percibido como propio por la persona o el grupo» (Vidal y Pol, 287).
No obstante, al tiempo que reafirma la identidad de un grupo o grupos sociales, se va conformando también en un lugar que incluye, disuade y/o excluye a otros grupos, de acuerdo al grado de identificación de éstos con dicho espacio público.
Los espacios públicos pueden contribuir a conformar la identidad colectiva de una comunidad, en la medida en que éstos sean apropiados y utilizados por una variedad de grupos sociales e individuos y se realicen en ellos múltiples actividades. Sin embargo, ¿qué tipo de identidad colectiva se construye a través de ciertas prácticas de apropiación y de uso del espacio público? El que un espacio sea apropiado y usado por diferentes grupos sociales e individuos y para diferentes
actividades, no asegura la interacción entre los grupos e individuos, por el contrario, puede reafirmar la identidad de cada grupo e individuo, al ser el espacio apropiado y usado de manera segmentada, en espacio y en tiempo.
Asimismo, hasta qué punto, ante la ausencia de un clima de confianza en las ciudades, los encuentros superficiales y banales que ocurren en el espacio público, pueden dar como resultado «[…] un sentimiento de identidad pública entre las personas, una red y tejido de respeto mutuo (público) y de confianza» (Zubero, 34).
La construcción de identidades individuales es un proceso cargado de vulnerabilidad y requiere del acompañamiento de otros individuos que experimentan en solitario temores y ansiedades similares, lo que conduce al surgimiento de «comunidades de supervivencia» (Sennett, 1975), o «comunidades de percha» (Bauman, 2009), las cuales tienen una manifestación física en el espacio urbano, como reafirmación de la identidad colectiva de estas comunidades.
Por lo tanto, «[…] comunidad es algo más que un grupo de costumbres, comportamientos o actitudes acerca de otras personas […]. Es una manera de poder decir quiénes somos “nosotros”» (Sennett, 274). Y ese quiénes somos, se revela a través de los modos en que interpretamos, modificamos y nos apropiamos los espacios públicos, comunicando el significado simbólico que le otorgamos al lugar a partir de nuestra acción en él.
De este modo, los espacios públicos poseen «[…] la capacidad de convertirse en “paisajes participativos”, es decir, en elementos centrales de la vida urbana, que reflejan nuestra cultura, creencias y valores» (Francis, apud Ortiz, 68). Esta capacidad del espacio público está relacionada, por un lado, con la calidad de los espacios públicos, y por el otro, con los valores que rigen la vida pública y urbana de la ciudad.
La construcción de identidad y el sentido de comunidad se construyen a través de la experiencia urbana que tengan los habitantes con la ciudad, y ésta estará condicionada por la calidad y el tipo de intercambios sociales que ocurran en el espacio público urbano. De ahí que, si la experiencia urbana ocurre en entornos controlados (centros comerciales, clubes sociales, etcétera) donde la alteridad y lo imprevi-
sible están ausentes, las calles carecen de personas que caminan por las aceras, y la mayoría de los recorridos cotidianos se realizan en el automóvil, ocurrirá una disminución significativa de las posibilidades de interacción entre desconocidos. En razón, de que «...son los usos del espacio público [los que] manifiestan la pluralidad sociocultural así como la heterogeneidad y conflictividad social implícitas en las formas de apropiación colectivas de la ciudad» (Ramírez, 37).
Por consiguiente, al hablar de usos, se hace referencia a lo que De Certeau (39), denomina «[…] “los contextos de uso”, al plantear el acto en su relación con las circunstancias». Dado que existe una conflictividad que se expresa en el espacio público, por la diversidad de maneras de apropiarse y usar el espacio, y es la definición de usos la que permite explicar dicha conflictividad, puesto que
el uso define el fenómeno social mediante el cual un sistema de comunicación se manifiesta en la realidad, remite a una norma […] Apunta a una manera de hacer (de hablar, de caminar, etc.), como elemento de un código […] Una manera de ser y una manera de hacer (Certeau, 112),
que no siempre es compartida, comprendida ni respetada por todos los grupos sociales, lo que supone la transgresión de estos códigos de copresencia, originándose en consecuencia, situaciones que requieren de un proceso de negociación, que haga posible la coexistencia de las diversas prácticas de apropiación y uso en el espacio público.
Este proceso de negociación sólo es posible mediante la interacción cara a cara, la cual Erving Goffman (30) define como
[…] la influencia recíproca de un individuo sobre las acciones del otro cuando se encuentran ambos en presencia física inmediata. Una interacción puede ser definida como la interacción total que tiene lugar en cualquier ocasión en que un conjunto dado de individuos se encuentra en presencia mutua continua.
De acuerdo con Goffman, las interacciones pueden ser no focalizadas o focalizadas, «... las interacciones no focalizadas son esas formas de comunicación interpersonal que resultan de la simple copresencia […]. La interacción focalizada supone que se acepta, efectivamente, mantener juntos y por un momento un solo foco de atención visual y cognitiva» (Joseph, 73).
En este sentido, el espacio público es un lugar donde ocurren variadas formas de interacción, que van desde la sola copresencia de individuos en el espacio, hasta la interacción que deviene en un intercambio verbal y físico entre sujetos que han coincidido en el espacio, lo que implica que,
[…] previamente a todo acto de conducta auto-determinado existe un estado de examen y deliberación, [denominado] la definición de la situación. [Asimismo], […]no sólo los actos concretos dependen de la definición de la situación, sino que […] la política de vida o la personalidad del individuo mismo provienen de una de serie de definiciones de este estilo (Thomas, 28).
Es así como surge, «[…] un código moral, que es un conjunto de reglas o normas de conducta, que regulan la expresión de los deseos, y que contiene sucesivas definiciones de la situación» (Thomas, 29). Ya que, lo que en una sociedad o grupo social es considerado de mala educación, en otras, puede ser considerado de buena educación; esto lleva a que la definición de la situación se modifique constantemente.
El espacio público como espacio de construcción de identidades y sentido de comunidad, debe responder, tanto a la generalidad, como a las particularidades de cada grupo social e individuo, en tanto que, el espacio público es pensado, percibido, habitado, apropiado y usado de diversas maneras por distintos grupos sociales e individuos.
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