«La distancia es un cuento»
Antología Digital Chile - Uruguay
María de la Luz Ortega H. Carmen Troncoso Baeza
Colliguay Ediciones
«La distancia es un cuento»
Antología Digital Chile - Uruguay
María de la Luz Ortega H. Carmen Troncoso Baeza
Antología Digital Chile - Uruguay 2020 ©«La distancia es un cuento» Registro Propiedad intelectual N°: 2020-A-9213 Antologadoras: ©María de la Luz Ortega H. maluortega.fotografa@gmail.com ©Carmen Troncoso mulinandu@gmail.com Diseño y diagramación: ©Georgina Odi georginaodi@gmail.com Permitida la reproducción total o parcial, por cualquier medio, citando la fuente y los autores. Patrocinio: Sociedad de Escritores de Chile Asociación Uruguaya de Escritores
La distancia es un cuento
ÍNDICE
PRESENTACIÓN María de la Luz Ortega....................................................................................8
Chile Prólogo Roberto Rivera Vicencio...............................................................................12 Edificio uno, orIgen Pía Barros......................................................................................................14 La distancia es el cuento María Elena Blanco......................................................................................16 BERTA Edith Contador Villegas................................................................................21 LUTO EN EL MESÓN DEL BARRIO Luis Contreras Jara.......................................................................................25 FATUM PANDÉMICO Yulky Cary Córdoba Gobel..........................................................................27 Contra la estampida Paulina Correa..............................................................................................31 NIÑO EN EL BALCÓN Miguel de Loyola..........................................................................................35 Soldados en primera línea Blanca del Río...............................................................................................39 Tras la reja del jardín Theodoro Elssaca.........................................................................................43 Sin rumbos Paz Myriam Figueroa...................................................................................47 Distancia Carolina González Velásquez.......................................................................51 Elpénor Miguel Lahsen..............................................................................................55 LA CARTA Guillermo Martínez Wilson..........................................................................59 En plena cuarentena ¡Quiero libertad! Julieta Salinas Apablaza...............................................................................63 De la luna a las estrellas Claudio Schudeck Pérez...............................................................................67
CONOCER URUGUAY Mercedes Soto Pino......................................................................................71 Alvéolos Mauricio Tolosa............................................................................................75 Resucitación Carmen Troncoso Baeza...............................................................................79 Milán 1630 José Leandro Urbina....................................................................................83 Estallido Ana María Vieira..........................................................................................87 Antioquía en la ventana Cristina Wormull Ch....................................................................................89
Uruguay Prólogo Marta Estigarribia.........................................................................................92 Ángel para un final Daniel Abelenda Bonnet..............................................................................95 Catalepsia Maritza Barreto.............................................................................................99 Bubita Martha Barrientos.......................................................................................103 El día después Carlos Baubet.............................................................................................107 La distancia no es un cuento Misterio Helena Caorsi Frick....................................................................................111 Sobre el distanciamiento social Saúl Comba.................................................................................................113 Compuertas Mónica Dendi.............................................................................................117 El grupo Elba Díaz....................................................................................................119 Alborada Marta Nila Estigarribia Romero................................................................123 Mañana volveré Myriam Fernández Méndez.......................................................................127 El final del tiempo María García Marichal...............................................................................131
La distancia es un cuento
Domingo Natalia González Amorín...........................................................................135 Distancia Gladys Ledesma.........................................................................................137 La distancia es un problema Carlos Mazullo............................................................................................141 “Ad Libitum” Graciela Mila Espasandín...........................................................................143 vacaciones Loreley Molinelli........................................................................................147 La orquidea de los pirineos Ana María Patrone......................................................................................151 Tapabocas Elsa Ricci....................................................................................................155 Distanciamiento social Beatriz Rojas..............................................................................................157 Prometo enviarte al viento Niza Todaro Glassiani.................................................................................161 José, de pie, miraba Eduardo Vecino...........................................................................................163
La distancia es un cuento
ANTOLOGÍA CHILE - URUGUAY A modo de presentación Una antología, generalmente, se constituye para dar a conocer la producción literaria de un autor determinado. Otra alternativa posible, radica en una selección previa de creadoras y creadores para visualizar su obra; en este caso, la antología presentada, incluye a escritoras y escritores chilenos y uruguayos. En plena crisis viral sanitaria, en que se obliga a las ciudades detener su habitual movimiento, los habitantes deben permanecer recluidos en sus hogares por un tiempo indefinido. Cada ciudad determina su propio tiempo de restricción. Es en esta situación, cuando se convoca a integrantes de la Sociedad de Escritores de Chile - SECH y a la Asociación Uruguaya de Escritores - AUDE; con el propósito de incorporarse en un viaje al interior de la palabra. “La distancia es un cuento”, es el nombre de esta antología que nos invita a cortar la brecha entre dos países hermanos, que hoy sufren por el distanciamiento social y aún más importante, la lejanía familiar. Situación que nos ha inducido a un espacio de silencios y aprensiones. Los días y meses pasan raudos por momentos y en otros se eternizan, cuando las sílabas rondas entre la oscuridad y la luz. En 3.600 caracteres, la palabra fluye, se inserta, se proclama, huye y rehúye, se permea de sensaciones vagas, a veces herméticas; flexión de nuestros fantasmas. Así, en este transcurrir de horas imprecisas, se construyen historias fraguadas al interior de esta pandemia, y que ven la luz cuando las ciudades van descorriendo sus cortinajes. Los invito por un recorrido virtual de cuentos breves. Nuevas plataformas que nos acercan en la distancia y señalan que no existen fronteras para los creadores. María de la Luz Ortega Secretaria General Sociedad de Escritores de Chile
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CHILE
PRÓLOGO Volver a conocerse Y la distancia pasó a ser un cuento desde los primeros días de la Pandemonia, arrojándonos 10 años al futuro vía telemática Zoom o Meet, a los que allí esperábamos frente a la pantalla del notebook, que ya pasa a ser parte de nosotros mismos, o más bien una extensión sin la cual —hoy por hoy— nadie puede explicar su ser y estar o perderse solo en la niebla de la real realidad. Un libro también puede hoy deslizarse y asentar en un mundo digital. Desde los años dictatoriales que las autoridades políticas, económicas y editoriales habían decidido mantenernos alejados, ignorados unos de otros, quedándonos en los recuerdos recíprocos de Horacio Quiroga, de Carlos Reyles, de Felisberto Hernández, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, de tantos y tantos extraordinarios narradores, de aquí y de allá, Manuel Rojas, Francisco Coloane, Baldomero Lillo, José Donoso, Carlos Droguett, por solo nombrar algunos, perdidos, sin distribuir las obras de un país a otro, publicados aquí por la misma editorial y no allá, y viceversa, en una operación tan contraria al libre fluir de mercancías de la globalidad que llama la atención el motivo de tan extraña determinación. Globalización sí, libre mercado también, libertad total, pero con los libros no, y nos preguntamos, será porque esta mercancía porta inteligencia en su interior, y ésta a todo evento es más peligrosa que el mosto de exportación con más estrellas y que el más gordo de los filetes. Y si así fuera y si así es, señal que cabalgamos entonces, que todo lo que nos hayan querido desmerecer, invisibilizar, ignorar, vapulear, negar… es porque la literatura y el escritor no ha perdido su filo y esa extraña anticipación al tiempo y los acontecimientos, de desnudar al hueso las verdaderas cifras del dolor y la impostura que asuela desde noticieros hasta la palabra oficial.
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Por eso cabe celebrar además esta antología binacional, este compartir las mismas páginas, por la valentía del riesgo que no corren editores ni cancillerías, sino nuestros gremios la Asociación Uruguaya de Escritores y la Sociedad de Escritores de Chile, en un esfuerzo por volver a conocernos como alguna vez, sentir el pulso de las palabras de aquí y de allá, retomar una historia de caminos y proyectos conjuntos, de esperanzas y textos que se vuelven a ensamblar en una historia común. Debemos felicitar entonces a Marta Estigarribia, Carmen Troncoso y María de la Luz Ortega, esta iniciativa que pone en marcha un encuentro que se proyecta a otra dimensión, felicitar a todos los participantes que responden a este llamado como antaño a un carnaval, porque la distancia sin duda es un cuento, y como escritores bien sabemos, luchando con el teclado y la inventio en la más absoluta soledad, que no hay pandemia que nos pueda derrotar.
Roberto Rivera Vicencio Presidente Sociedad de Escritores de Chile
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Pía Barros Feminista, escritora y tallerista. Estudió Licenciatura en Castellano en la Universidad de Santiago. Desde 1978 se ha dedicado a su gran pasión: dar talleres literarios. Actualmente es directora de Talleres Ergo Sum y de Editorial Asterión. Dirige el Proyecto Internacional ¡Basta!, contra la violencia de género. Es autora de los libros “Miedos Transitorios” (1986), “A Horcajadas” (1990), “El Tono Menor del Deseo” (su primera novela, 1991), “Signos Bajo la Piel” (1994), “Ropa Usada” (2000), “Lo que ya nos encontró” (2001), “Los que sobran” (2003), “Llamadas perdidas” (2006), “La Grandmother y otros” (2007), “El lugar del otro” (2010) y “Las tristes” (2015). Hebras (2020). Sus obras se encuentran publicadas en numerosas antologías y sus obras han sido traducidas a múltiples idiomas.
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Edificio uno, orIgen
A pesar de que la tierra crece hacia arriba sobre la tumba de sus ancestros, decidimos pedir su ayuda y fui el emisario designado para golpear su puerta, premunido de overol plástico y mascarilla. No era la idea que teníamos de pueblo originario la que me abrió. Perfectamente maquillada, elegante, no se asombró ante el petitorio. Con un gesto de la mano, asintiendo, me indicó la salida. Encerrado y vigilando tras el visillo de seguridad, la observé dirigirse hacia el 982. Abrió su bolso, tomó un cigarro y lo encendió con elegancia. Después tocó con los nudillos. El tipo abrió en camiseta y calzoncillos y la insultó antes de que ella pudiera hablar: “Saldré todo lo que quiera y métanse su puta cuarentena por…” Entonces ella expelió el humo con lentitud sobre su rostro, y dijo con voz profunda y pausada: “Yo te maldigo”. Dio media vuelta y regresó a su departamento. Ahora esperamos a que el personal de seguridad venga a retirar el cadáver contaminado caído en la entrada de nuestro edificio. • Del libro “Hebras”, Editorial Asterion, 2020
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María Elena Blanco María Elena Blanco. Escritora cubana residente en Chile. Licenciatura y posgrados en la Sorbonne (París) y New York University. Prof. de lengua y literatura francesas, Univ. Católica de Valparaíso (1970-1973). Traductora ONU (1983-presente). Publicaciones: Posesión por pérdida, 1990; Alquímica memoria, 2001; Mitologuías, 2001; danubiomediterráneo, 2005; El amor incontable, 2008; Sobresalto al vacío, 2015; Asedios al texto literario, 1999; Devoraciones. Ensayos de período especial, 2016.
La distancia es un cuento
La distancia es el cuento ¿Es contable la distancia? ¿Y si es un cuento de amor? Una vez me lo pregunté, a raíz de un gesto airado del poeta Armando Uribe. Se quejaba de que le habían pedido que contara su cuento de amor: ¡Qué estupidez! Y alzando su proverbial vozarrón: ¡El amor no es contable! Esto me dio que pensar. Si lo fuera, me dije, el amor tendría que ver con una contabilidad de la que podría ser una partida. Una partida cuenta una distancia. Una distancia entre un debe o un haber resultantes del contar. Una cuenta de amor pero también un cuento de descuento, de resta, finito o infinito, posible o imposible, real o imaginario. Un debe real (dolor), un haber imaginario (recuento), un debe imaginario (deseo), un haber real (recuerdo). Todo en este cuento es relativo, plurívoco. En otro registro, literal, un haber real habría sido, antaño, un real: esa moneda que con sus dedos contaron (o descontaron: un medio real) Isabel la Católica y Cristóbal Colón en sus tratativas transoceánicas. Porque en todo contar, hoy o ayer, hay que tener en cuenta el descontar, y en todo cuento el descuento. El no contar contando. Y en todo amor el desamor: el tiempo de los descuentos como en el fútbol, el fin del partido y la partida: lo no contable. El cuento de pedir cuentas. Sacar cuentas. Saldar cuentas. Contar las cuentas. Una cuenta de distancia, una distancia contada. Conté los días, los kilómetros. Dejamos de contar. Los números saltaron del cuento como burbujas de champán. Haciendo cuenta atrás, se cierra una partida y se entreteje otro libro, otra contabilidad. Una cuenta a plazos, con mucho debe imaginario a base de mucho haber real. Fue un cuento corto lleno de palabras imaginarias. Un sueño en lenguas. Un tiempo hecho de la distancia de todos los cuentos contados: presente contante y sonante, luego soñante. Un contar con todo el pasado a cuestas y a cuenta, que cuenta y contará pero no lo contaré (aquí). ¿Pues, qué hago cuando cuento? Por
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María Elena Blanco
más que se trate de un debe o un haber, cuento una distancia, un alejamiento de lo literal. La distancia entre la palabra y yo. Yo soy un número imaginario, un álgebra: la cuenta de muchos cuentos probables e improbables. El tiempo pasa la cuenta y de repente cuenta aquello incontable. Se pierde la cuenta del tiempo. Se trastocan los usos y husos horarios. Sin ton ni son se cuela en el cuento una distancia real. Surreal. Va abriéndose un cuento común, una cuenta corriente. Se vuelve a una contabilidad, a otro cuento. Hay tiempos, espacios, palabras que contar. Cercanías contantes y cada vez más constantes. El cuento es de cosas y casas, viejos haberes imaginarios y a veces hasta de un debe real (aquel dolor). La partida es imponderable. La palabra cuenta. La distancia entre la palabra y yo es un número real. El cuento es el número real contado desde la palabra y un número imaginario. La distancia es otra: lo real. Se cuenta para y con lo otro. El cuento es una suma de distancias reales e imaginarias. El cuento es pura conjetura. La distancia real es contenida y continente. La distancia imaginaria es un cuento incontenible. El contar sólo es cantable a distancia, real o imaginaria. Un canto otro. La cuenta sin partida no es contable. La partida sin distancia no es cuento. Ahora la distancia es un número real que se cuenta con palabras imaginarias. Las palabras imaginarias se cuentan solas. Las palabras reales llevan su propia distancia. El amor es una cuenta incontable. El cuento de amor es la distancia contable desde un yo imaginario. El contar es distancia. La distancia es el cuento.
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“El cuento de pedir cuentas. Sacar cuentas. Saldar cuentas. Contar las cuentas. Una cuenta de distancia, una distancia contada�
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Edith Contador Villegas Poeta y kinesióloga. Su trayectoria en la poesía se traduce en la edición de dos obras “Este Secreto Subterráneo” y “Estallido Poético” además, de la participación en antologías y diversas revistas literarias. Actualmente, participa en la “Agrupación de Escritores del Maipo”, Colectivo Arca Literaria y “Grupo Fuego”. Socia activa de la Sociedad de Escritores de Chile.
La distancia es un cuento
BERTA
La reja de la cabaña de mi abuelo Floridor Lermanda, era de color verde claro. Un sendero angosto invitaba a entrar en ella a pesar de la empinada ruta que ascendía hasta la puerta de entrada. En mis días libres decidí no mezclarme con el bullicio estival, y me quedé en la cabaña, pasando unas vacaciones diferentes, lejos del aire y ruido de la ciudad. Mi cuerpo debilitado lo necesitaba más que nunca. Diariamente salía a recorrer los parajes sureños. Impregné mi piel con el olor de los pinos, escuché el canto del lago que en las noches frías rugía luchando contra el viento. Mis sentidos se llenaron de claros matinales, de atardeceres sombríos bajo un manto de niebla, y de lluvias que dejaban caer su cabellera plateada sobre los campos. Sentía sobre mi rostro la brisa helada de la tarde donde a diario, escuchaba en silencio la voz ancestral de mis antepasados. Diariamente también, llegaba hasta la casa de Berta, la que hacia el pan amasado más exquisito que he comido desde hace tiempo, lo saboreaba y disfrutaba el calor de la hogaza entre mis manos. ¡Estas eran vacaciones! En cada entrada nocturna, el campo se dejaba ver con una tenida diferente, bien con su traje de fiesta, bien luciendo un luto riguroso o cubierto de un gris algodonado, donde la luna escondía su mirada de nácar ante mis ojos. Enre toda esta geografía, Berta se desplazaba ágilmente sintiéndose parte de la tierra y troncos milenarios. Como si a su paso todos los recodos la abrazaran cómplices de su ingenuidad campesina. Hablaba rápido y sabía del lugar como si hubiese crecido en cada rincón.
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Edith Contador Villegas
Yo la recordaba además, corriendo tras los perros y las gallinas con sus trenzas oscuras o colgada de las caderas de su madre María Lincoyán, quien trabajó en casa de mi abuelo cuando yo era niña. Ocurrió que el día previo a mi vuelta a Santiago, Berta enfermó, y habiendo yo asistido su dolencia, la llevé a una posta cercana donde me pidieron sus datos y ahí, ante la emergencia, debí pedirle entre otros papeles su nombre completo, a lo que ella, con una voz débil y transparente dijo: —Berta María Lermanda Lincoyán. Entonces, entre curiosa y sorprendida comencé a observar el rostro pálido de aquella mujer y vi en ella la inconfundible mirada de mi abuelo. Ahora, ya inmersa en mi citadino espacio, aún perdura en mi mente el paisaje, la quietud del campo… y Berta, como un misterioso secreto de familia, descubierto al azar.
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“SentĂa sobre mi rostro la brisa helada de la tarde donde a diario, escuchaba en silencio la voz ancestral de mis antepasadosâ€?
Luis Contreras Jara Profesor de Castellano y Comunicación Social; Magister en Didáctica de la Lengua. Escritor, poeta, residente en Chillán, Chile. Fundador y Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) Filial Ñuble. Académico en la carrera de Pedagogía en Lengua Castellana y Comunicación en la UNACH, Chillán. Nacido en Santa Cruz, provincia de Colchagua.
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LUTO EN EL MESÓN DEL BARRIO Cuando volvimos, el hombre todavía estaba apoyado en el mesón. Hacía muchos años, al verle allí por primera vez, sus ojos eran más verdes y su pelo brillaba negro como el carbón. Ahora se había vuelto opaco, sucio, y cayendo como el junco seco de las casas rurales y antiguas, había menguado su frondoso volumen, como llevado por el ventilador que aún era el mismo pendiendo del techo, y le cubría la oscura frente agrietada ya como las viejas paredes. La copa mostraba al pasar el esperpento de nuestros cuerpos desplazándose en la circulación interminable del cristal ennegrecido. Él, sosteniendo con sus dedos el borde del vaso, copiaba en éste una compañía larga que le hablaba desde el principio de sus caminos, simulando la comunión del hombre con su alma misteriosa. Permanecía fijo, como si se tratara de una estatua junto al mueble, mirando a la calle que también en sus ojos reflejaba nuestra marcha deforme y brumosa. No hubo tarde en la que no se le viera allí; el bar parecía tener en su imagen crepuscular la invitación muda para entrar en él y compartir callados y melancólicos ese universo interior que sorbo a sorbo se iba apoderando de la sangre y los sentidos. La esquina era una boca sombría y honda que se tragaba lenta a los hombres del barrio; la antesala de aquel túnel de olvido que, igualmente nebuloso, se combinaba con la bruma y el sueño de cada noche. Cuando nos borró definitivamente de sus ojos, cerró una puerta por dentro, hermética, terminante y rotunda, como su silencio; y allí comenzó a perdonar secretas y generosas mezquindades que habían rodeado su vida. El único orador, bajo un ciprés que apuntaba derecho al cielo, recordó aquella tarde de invierno, con el semblante avergonzado, que le había conocido cuando desde pequeño le ayudaba a guardar sus pesadas cosechas. Al caer el último guijarro, la lluvia nos daba azotes impulsada por el viento. 25
Yulky Cary Córdoba Gobel Cubana, nacionalizada en Chile. Teatrista de profesión. Escritora. Obtuvo los principales premios de la escena nacional cubana: como directora y dramaturga. En la actualidad, se desarrolla en Chile como académica teatral y audiovisual. Entre sus libros publicados se destacan; “Poemas al vuelo” y su más reciente obra de teatro. “¡Ay! Alambra de mis amores”. (Teatro vernáculo musical). Integra los talleres literarios de la SECH; Colectivo Arca literaria y Memoria Viva.
La distancia es un cuento
FATUM PANDÉMICO Pasará… como todo pasa, pero al transitar taladra sus huellas en nuestros infinitos. Estudiábamos becadas, alucinando ser actrices, en medio de los verdes constantes ensimismadas en los oriundos campos floridos, que atravesábamos danza-canturreando para asistir a clases. Salíamos de permiso cada quince días, con uniformes replanchados, hasta el entablamento del tejido. Así entre las frituras quincenales de la abuela, la Ilíada, y nuestras odiseas, trasvasijábamos nuestras juveniles vidas atestadas de momentos alegres, y difíciles sobresaltadas con carencias de todo tipo, algo que aparentemente poco nos importaba, porque nada extinguía nuestra pasional fragua de holocaustos quiméricos, como futuras profesionales de los cantos y juegos de Talía. Al egresar, después de cuatros azarosos años de arduo bregar, en cosmos mundos dramáticos y aventurillas amorosas estudiantiles, nos dispusimos asumir por dos años, “el susodicho trabajo social”, requisito de titulación, compulsado por la inquisición cultural ministerial, insertándonos, en grupos profesionales, de estudio-trabajo: raíz fundacional del sistema de becas. Estábamos felices, todo era soneada ilusión, sobresalto bonito en nuestros corazones, hasta nuestra desventurada asignación a diferentes regiones. Conversamos con cuantas autoridades podían revocar la infructuosa decisión, quebrándosenos la loable oportunidad de llevar a la práctica nuestras aspiraciones de trabajo conjunto. Sobrellevamos cual pertinaz mortaja, el diario desconsuelo de andar a tientas improvisando quehaceres, en escenarios anónimos. Pasaron sin dejar huellas los famélicos días, sobrevolaron los meses anidando rutinas. Al titularnos, retomamos los áureos sueños. Ante las pálidas expectativas, viajamos fuera del país. Resistiendo adversidades, trabajando día y noche, evadiendo tantas veces el juego del amor, para que nada, entorpeciera nuestras entregas de trabajo teatral comunitario. Elevando vuelos insomnes, planeamos infinitos, anidado cual excepcional dupla entre las musas de la creación, mientras el tiempo 27
Yulky Cary Córdoba Gobel
transitaba unas en silencio, otras en rutilantes algazaras, nos asomábamos al paso de los experimentados treinta y tantos años de vida. En dúos armónicos, cual cantos de alondras, auguramos consolidar familia, tener nuestros hijos. Dios solo, sabía… Inesperadamente, cual acción luctuosa de ascendencia trágica, azota sin clemencia, viral pandemia a toda la humanidad, inmovilizándonos la vida: el alma, cercenando nuestras alegrías en encierros precarios. Sometiendo a mi amiga entrañable, hermana, fiel colega a su paso letal. “In factus”, sobrellevamos la agonía, el dolor asistido, por equipos de médicos, cual guerreros ecuánimes, entregaban animoso aliento de vida, ante el fatúm trágico del letal contagio. Al paso de los días, el sórdido virus apagó su voz, mutiló su aliento, de compañera incansable: forjadora de sueños y escenarios. No soporté descubrir en su rostro la rigidez inconclusa, del gesto indefinido, mientras estallaban las lloronas, al cerrar silenciosamente en mortuorio cortejo el telón de su vida. Sin dilapidar instantes; Macaria, audaz diosa de la muerte bienaventurada, la escoltó en su marcha, para que Talía, diosa del teatro, con su doble máscara, la arrulle entre sus brazos, confinándola en la memoria, porque: ¡Nunca ha muerto! Allá… la veo… a la entrada del teatro, parapetada cual Iris: diosa mensajera, con su cántaro de aguas claras, mujer joven y bella de traje multicolor, sonrisa plena. Así sin mediar ni existir distancias: la preservo en mi memoria, anunciando vehemente como siempre fue: el pacto de paz, de nueva vida entre el Olimpo, y la tierra al final de esta tormenta.
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“Al paso de los días, el sórdido virus apagó su voz, mutiló su aliento, de compañera incansable: forjadora de sueños y escenarios”
Paulina Correa Nació en Santiago de Chile. Cuentista y dramaturga. Pertenece al Taller Memoria Viva - Sergio Bueno Venegas y es miembro de la Sociedad de Escritores de Chile. Ha participado en los talleres de Pía Barros y Camilo Marks. Algunas obras: “Cuentos Incorrectos”, “Historias para familias normales”, “Cuentos sobre hombres demasiado comunes”, “Historias marítimas para dos” (poesía). “Princesa, Historia de sangre para niñas tristes”.
La distancia es un cuento
Contra la estampida Tenía cáncer, lo sabía hacía una semana. No era que se diera por vencida, pero quería una pausa, darse permiso para hacer justo lo que no debía. Había puesto en la maleta ropa, que quizás no usaría más, era su viaje al fin del mundo, el de su propio mundo. En el taxi leyó al descuido la portada del diario que insinuaba la proximidad de la pandemia. Lo dejó. Fijó su atención en la calle, los últimos meses habían dejado huella en los muros, una primera ola que había remecido la ciudad desde la movilización de la gente, la ola que venía era invisible pero la sentía en la piel. El aeropuerto estaba medio vacío, el vuelo lo habían pasado a un avión más pequeño y sintió el miedo de siempre en el estómago. Sin embargo, no era momento de cobardías, se sentía como un animal que corre en sentido contrario en una estampida. Así y todo quería hacerlo. Él estaba ahí parado en el hall con su maleta. Mientras todos pasaban cubiertos con mascarillas, se besaron como siempre. Ella sabía que era el último viaje. Se lo merecía, ni por buena ni por otro mérito, solo porque quería seguir viva, viva a su manera hasta el final. Las turbulencias parecían eternas, él cariñoso, trataba de calmarla, continuaron incluso cuando la ciudad entraba por la ventanilla. La gente caminaba relajada por el borde de la playa. Salieron del hotel y se dirigieron al mar de inmediato, con esa urgencia que se había instalado en todo. Al caer la noche seguían ahí sentados, con la ilusión de que nada podía perturbarlos. Hacer el viaje era también hacer la romería habitual por los lugares de rigor. Pasaron ese primer día tomando fotos, sonriendo, jugando a la normalidad. Al atardecer como en cuento de hadas y brujas un vendedor les comento que cerrarían las playas al día siguiente. 31
Paulina Correa
Había querido estar con él en algún lugar que tuviera aún aroma a vida, así al día siguiente fueron a una playa aislada. El mar, las sonrisas, una caricia en el pelo de él. Había valido la pena. En el celular entra un mensaje de la línea aérea, anticipan el vuelo de vuelta. Acepta, llena el formulario y vuelven a la ciudad. La gente no es la misma. Esta vez el paraíso no es suficiente escudo, no hay blindaje. Comen en uno de los pocos lugares que siguen abiertos, ella mira sus ojos y sabe que la vida es hermosa, aún en medio de todo. Los vendedores pasan. Los turistas ya no compran recuerdos, por miedo a no tener futuro. La última noche se sientan en un lugar frente a la playa, los dos sienten la presencia del otro, ella sabe que hace años que no tendría vida sin él. Como película que se rebobina vuelven al aeropuerto, esta vez está vacío, salvo por un grupo que protesta, porque no tienen vuelo para volver a su país. Por primera vez ve el riesgo, más bien ve que para él no es justo quedar en el limbo, que él merece ver los capítulos siguientes y que para eso tienen que volver. El aeropuerto fantasma se los traga, llegan a una puerta de embarque en que se agolpan los únicos viajeros de ese día, pasan las horas y el vuelo se atrasa. A ella le parece que es tarde para pedir perdón, por llevarlo al borde de la nada. Llega un grupo grande de pilotos y azafatas, muchos más que los necesarios para ese vuelo, embarcan, van de pasajeros, el capitán saluda, informa que es el último vuelo que saldrá. Ahí quedan como aves los aviones abandonados. Ellos se abrazan, se besan, ella llora y descubre que tiene ganas de seguir, de pasar por esto y seguir con él el resto de su vida aunque eso no sabe cuánto será. Quedan cuatro horas para llegar a Santiago y a lo que llaman realidad. 32
“El aeropuerto fantasma se los traga, llegan a una puerta de embarque en que se agolpan los únicos viajeros de ese día, pasan las horas y el vuelo se atrasa”
Miguel de Loyola Escritor y profesor, Magister en Letras por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Colaborador de revistas y diarios electrónicos. Ha publicado ensayos de literatura en revistas especializadas en Chile y el extranjero. Sus libros publicados son: “Bienvenido sea el día”, cuentos. “Despedida de Soltero”, novela. “El desenredo”, nouvelle. “Cuentos del Maule”. “Esa vieja nostalgia”. “Cuentos Interprovinciales”. “El estudiante de literatura”. “Pasajeros en tránsito”. “Los presuntos”. “Memorias de papel”, Edité par EAE.
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Niño en el balcón
El niño sale al balcón al medio día, a veces también por la tarde, siempre de la mano de su madre. De allí observa silencioso el patio del edificio donde solía jugar cada tarde con su amiguita Javiera, la niña de la patineta. Una niñita que aquí en la comunidad nadie ignora por su simpatía y vivacidad, porque se expresa igual que una persona adulta. Desde mi ventana no alcanzo a ver la expresión del rostro del niño, pero se me figura triste, melancólica, semejante a la mía, atribulada por la situación, por el silencio, por la soledad que reina en el entorno. Las calles aledañas permanecen vacías. Los automóviles estacionados acusan la sensación de abandono, de objetos olvidados por sus dueños. Llevamos tres meses encerrados por causa de la pandemia que asola al mundo, siguiendo las indicaciones de las autoridades sanitarias, sin salir a la calle, sin cruzar una palabra con nadie, salvo cuando mis hijos llaman preguntando por mi estado de salud. El niño aquel debe tener unos tres años a lo sumo, tal vez más o quizá menos, he perdido la capacidad de calcular tales misterios, pero a veces lo veo más grande, otras muy pequeño. Mientras lo observo desde mi ventana, no puedo dejar de pensar en las ideas que cruzarán por su mente al ver día tras día el patio vacío. De seguro habrá preguntado por qué no puede bajar a jugar con su amiguita, por qué tiene que permanecer encerrado en el apartamento noche y día. Tampoco sé si a su edad los niños pueden hacer tales preguntas, pero me las figuro como si yo fuera aquel niño, mientras una ráfaga de viento intempestivo agita su melenita.
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Miguel de Loyola
A veces le hago señas desde mi ventana. Pero el niño no me ve, nos separa aparte del tiempo varios metros de distancia. Además, la ventana que da hacia aquel sector del inmueble es estrecha, y mi figura apenas se distingue desde el otro extremo cuando el sol rebota contra el vidrio, en cambio su balcón sobresale un metro hacia fuera de la base del edificio y puedo verlo perfectamente. Veo cuando el niño se para al borde del balcón, lo imagino escrutando el vacío y el silencio desolador, presiento su frustración, sus deseos de jugar, de bajar al patio, porque en el fondo son también los míos, y acaso de toda la comunidad que permanece encerrada en sus domicilios por causa del covid-19, el nuevo demonio que amenaza al mundo.
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“Mientras lo observo desde mi ventana, no puedo dejar de pensar en las ideas que cruzarán por su mente al ver día tras día el patio vacío”
Blanca del Río Blanca Del Río Vergara (Molina, Chile), Doctor Educación, Desarrollo, Formación. Francia. Presidenta Emérita Centro PEN Chile. Fue académica en Universidades de Chile, Argel y Orán. Libros de poesía: “A la sombra de un baobab en África” (2010), “Este planeta nuestro” (2011). “Ensayos: El juego de las influencias en Pablo Neruda” ( 2014), “Crónica y Cuentos: Vivir en África” (2ª.edición) (2019), “Resistir, Antología Poética, Centros PEN, América Latina”, (2019). “Autores Ítalo-Chilenos: poesía, ensayos y artículos”, (2019). “Vivir y Contar”, (2020).
La distancia es un cuento
Soldados en primera línea Cuando Leandro llegó al hospital conquistó a Florencia con su sentido del humor, su inteligencia. Médico Neurocirujano, de lejos el mejor que el hospital había tenido. La atracción fue mutua. Florencia trató de ignorarlo. Se había informado. No era el hombre que le convenía. Enchapada a la antigua, quería familia, un hogar estable. Hasta el día en que Leandro la esperó a la entrada del hospital: —Así que tú eres la jefa del pabellón quirúrgico —interpeló risueño. —¿Y qué tiene eso de divertido? —impugnó ella, algo ofendida. —Bueno, no sé, te veo joven, chiquita, —dijo él— como midiéndola de arriba abajo con la mirada. —¡Mírenlo! —rebatió ella, acercándose desafiante, frente y pecho en alto. Él hizo como si retrocediera intimidado. Ambos rieron. Habían pasado quince años. Cuando aparecieron los primeros enfermos del COVID - 19 Florencia temió por él, por ella y le propuso irse al sur, algo que ella siempre había querido. —¡Mi amor! —No es el momento de abandonar el barco —objetó él, cariñoso. Vanas fueron las precauciones. Soldados en primera línea, se contagiaron. Y ahí estaba el médico: grave, intubado en el cubículo de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital. Y ella, desesperada, puños crispados como si quisiera quebrar el vidrio que los separaba. La última noche que pasaron juntos, él sintió el virus. La despertó: —Chica ¡Me agarró! —dijo —¡Aprieta fuerte! Ardía en fiebre. —¿Y tú, cómo estás? —inquirió inquieto. Nos distanciarán —se lamentó—, camino al hospital. Tú irás en cuarentena, pero ¿y yo?¿Qué pasará conmigo? —Cuando hay amor la distancia es un cuento. Soy enfermera. Estaré a tu lado. No lo olvides. 39
Blanca del Río
Los síntomas de Florencia fueron leves: fiebre, cansancio, falta de sabor y olfato. El virus no tuvo piedad con el médico, como vengándose en él, por todos esos pacientes que Leandro le había arrancado de las manos. Felizmente existía la tecnología portable. Conversaban. Él adoraba la música. Ella seleccionaba sus piezas preferidas. Entretanto el virus, implacable, continuaba atacando. El médico respiraba cada vez con más dificultad, tosía… —Fue como si Leandro me hubiese estado esperando, —le contó ella a una amiga. Justo cuando terminaba la cuarentena me informaron que se había acumulado mucha secreción en sus pulmones y que era necesario practicarle, de urgencia, una traqueotomía. La intervención fue exitosa, pero su condición no mejoraba, presentando fallas multisistémicas. Alimentado por sonda, dopado, el médico dormía. Florencia se ocupaba de él. El día se hizo noche y la noche día. El tiempo se tornó redondo y parecía como si diera siempre vueltas en torno a sí mismo. Colegas, amigos no tenían esperanza. Leandro, hemipléjico, perdía movilidad. Florencia tenía fe: ¡Amor despierta! ¡Estoy contigo! —repetía— como si recitara un mantra. Le recordaba lo bien que habían pasado esos quince años juntos . Hacía planes en voz alta: —viviremos en ese pueblito cerca de Coyhaique donde pasamos las últimas vacaciones… Después de tres meses se produjo el milagro. Todo el hospital festejó con ella. El doctor abrió los ojos y la encontró a su lado. No pareció sorprendido. Chica —dijo en un susurro. Chica te sabía a mi lado. Te escuchaba, pero yo no podía… —Descansa amor! ¡No debes hablar! —dijo ella, poniendo un dedo en sus labios. Florencia renunció a su trabajo. Se trasladaron al extremo sur de Chile donde se ocupa, confiada, de la rehabilitación de su esposo. 40
“Florencia se ocupaba de él. El día se hizo noche y la noche día. El tiempo se tornó redondo y parecía como si diera siempre vueltas en torno a sí mismo”
Theodoro Elssaca Theodoro Elssaca, Santiago de Chile, es poeta, narrador, ensayista, artista visual, fotógrafo antropologista y expedicionario. Autor de numerosos libros, desde: “Aprender a morir” (1983), pasando por, “El espejo humeante-Amazonas” (2005),”Travesía del Relámpago” (antología, Madrid 2013), hasta su reciente obra “Celebración del instante 365+1 Haiku”. Ha recibido reconocimientos como el Premio Mihai Eminescu, por su prosa, Rumanía (2013). Premio Poetas de Otros Mundos, España (2014). Premio Rubén Darío, otorgado por el Instituto Literario y Cultural Hispánico de California, Westminster (2018).
La distancia es un cuento
Tras la reja del jardín
Anuncian el arribo del enigmático virus homicida, directo de Wuhan. Javier sintoniza la radio, informan que multitudes amenazadas de cuarentena pululan y colapsan los supermercados, cunde el pánico en la ciudad, arrasan las góndolas del papel higiénico ¿Enloqueció el mundo? Abre su alhacena y advierte que solo queda un tarro de arvejas y un kilo de sal. Premunido de barbijo y guantes sale en busca de provisiones. A medida que pasan los días, con más frecuencia escucha las sirenas de ambulancias, llevando contagiados que anhelan un respirador. De manera compulsiva corre a lavarse las manos. Respira hondo para entrar a una meditación profunda. Lo llaman del asilo para avisarle que su padre agoniza y se despiden por el WhatsApp del teléfono de la enfermera de turno. Embargado de nostalgia sintió la mano del padre que lo llevaba a la casa antigua por un sendero perfumado de aromos en flor. De súbito, el clamor de las sirenas lo vuelven a la realidad y es atacado por el aguijón del dolor de la huerfanía. Por distintos medios recibe como puñaladas las noticias de los amigos que han ido cayendo ¿Somos víctimas de una guerra biológica? Sentado en su escritorio, bosque de libros, escribe crónicas breves, remembranzas sobre cada uno de estos autores, para que no lo asalte el olvido, antes que Las Parcas decidan cortar con sus gastadas tijeras, el delgado misterio entre vida y destino. Se asoma al jardín, observa la calle vacía y la reja se convierte en barrotes de cárcel. Sumergido en la escritura, ve pasar los atardeceres, las aves migrantes, el retorno de la lluvia y el granizo, las cordilleras nevadas, semanas y meses en soledad,
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Theodoro Elssaca
vértigo de engranajes de relojes, monocorde tic tac imaginario tragado por el insondable agujero negro de la existencia. Ante el virus rumiante saboteador de nuestra libertad, surgido del inframundo, la humanidad amordazada cuestiona los valores. Cosas que parecían importantes ya no tienen sentido. Javier revisa sus escritos, cada idea, frase y concepto, mientras el informe diario grita que estamos en el peak, no quedan respiradores y los pulmones de los hospitales sucumben desahuciados. Anuncian que la pandemia se está llevando cientos de miles de almas. En su mente Javier regresa al jardín, el sol de primavera entibia sus recuerdos, embriagado del perfume de aromos en flor ve una nube de mariposas que rompen la cárcel y abren las puertas de la reja. La ruidosa sirena ululante de la ambulancia se acerca invasiva a su casa. Lo asalta la angustia de la obra inconclusa. La fiebre consume sus palabras, le falta el aire.
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“Embargado de nostalgia sintiĂł la mano del padre que lo llevaba a la casa antigua por un sendero perfumado de aromos en florâ€?
Paz Myriam Figueroa Narradora. Nació en la ciudad de Quillota, Chile. Pertenece al Taller Memoria Viva - Sergio Bueno Venegas. Ingresó a la Sociedad de Escritores de Chile en el año 2005. Obras publicadas: “Luces de Artificio” (novela). Ha participado en varias antologías en la Comuna de Providencia.
La distancia es un cuento
Sin rumbos Junto al muelle se encontraba el transatlántico, una ciudadela flotante. Con capacidad de soportar cinco mil personas entre pasajeros y tripulación. Navegaría por siete días durante la noche, para amanecer en diferentes ciudades. Realmente me parecía increíble ser un pasajero más. Me sentí escéptica ante la propuesta de mi amiga Renata cuando me propuso el viaje. Era tal vez lo que necesitaba por mi estado emocional. Me había propuesto cambiar, salir de mi vida rutinaria, ante la amenaza de una depresión a consecuencias de un noviazgo abortado. Marcela y Renata comenzaron el viaje ilusionadas pues serían momentos de placer, descanso y encontrar tal vez nuevas amistades. El barco se movía imperceptiblemente mientras ellas se acicalaban. Era la segunda noche y tenían invitación para un encuentro de bienvenida con el capitán en el salón de eventos. El gran espacio lucía iluminado con luces de colores, adornos y una orquesta tocando temas románticos. La multitud entusiasmada luciendo sus mejores trajes. En esos momentos las dos amigas sintieron que no podrían haber descartado de su vida, un viaje como éste. Era un sueño. En cada parada del barco, lograban servirse los platos típicos del lugar, adquirían bellos souvenirs o recorrer playas. La mayoría de los pasajeros pisaban por primera vez la ciudad en donde el barco se detenía. Había gente de diferentes nacionalidades y razas. Era curioso observar como la nave se transformaba durante la noche, para brindar tanta variedad de espectáculos a los pasajeros. Una mañana Renata vio en las noticias sobre China, ciudad de Wuhan, que se había detectado un virus contaminando a varias personas. Lo comentamos, pero sin dar mayor interés al tema. Ese día dirigiéndonos a desayunar nos encontramos en el ascensor con un matrimonio conocido el día anterior. Decidimos compartir la mesa con ellos. Eran de origen australiano, muy 47
Paz Myriam Figueroa
agradables y hablaban poco español. Esta vez el barco estaba anclado en Isla St Maarten. Junto a ellos recorrimos parte del lugar, después nosotros quisimos visitar las grandes joyerías de diamantes de la isla y ellos fueron a la playa más cercana. Hacía calor y pudimos deleitarnos con unas exquisitas cervezas de origen alemán, antes de regresar al barco. Pronto deberíamos ir a cenar. Minutos antes de salir al comedor, entró la camarera a nuestro cuarto a dejar unas toallas, en su rostro notamos preocupación, le pregunté que pasaba. Con inquietud nos contó sobre una reunión del capitán y la tripulación para tratar un grave problema. Se supo que había una persona viajando, contagiada de coronavirus. Durante la cena nos reunimos con el matrimonio australiano, y ellos también comentaron sobre el virus, hecho que vendría a convertirse en una posible pandemia en el mundo. Quedamos perplejos ante tal acontecimiento. Nos enteramos que la mayoría de los pasajeros buscaban respuesta a los rumores, saber en qué lugar de la nave estaría el contagio. El ambiente se transformó, la gente decidió tomar precauciones e informarse del tema con las autoridades. Comenzó a producirse el distanciamiento social, hecho que se presentó en forma drástica y difícil. Pronto a finalizar la travesía, las cosas habían cambiado totalmente, se declaró cuarentena, decretando la espera en el desembarco de pasajeros, hasta el término del plazo establecido por las autoridades. Partirían sin rumbos adonde les permitieran salir del encierro. Marcela y Renata aún incrédulas, prisioneras en su camarote. Sólo pensaban en la hora de regresar a casa, porque el lindo sueño había finalizado.
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“Marcela y Renata aún incrédulas, prisioneras en su camarote. Sólo pensaban en la hora de regresar a casa, porque el lindo sueño había finalizado”
Carolina González Velásquez Carolina González Velásquez, iquiqueña, escritora. Autora de: “Fuego Declarado”, “Acto de amar”, “Achachi de Navidiña” y “De ciertos desiertos”. Responsable de la antología “Femenina SenXsualidad”. Creadora y directora de Fanzine literario y cultural, TAMARUGO. Ha participado en antologías en diferentes países. Trabaja en el plan de fomento lector y mediación. Organiza recitales y talleres dirigidos a jóvenes, adultos y adultos mayores. Como escritora ha incursionado en poesía, prosa y cuento. En narrativa viaja entre lo mágico y lo absurdo, con profundo sentido de identidad.
La distancia es un cuento
Distancia Allá afuera ronda como murmullo, una amenaza, diminuta, invisible. Aquí adentro, una amenaza me ronda, vociferando cada tanto, imponente, violenta. Allá afuera basta protegerse con una mascarilla, lavarse las manos, mantener la distancia, pero aquí adentro, me protege el silencio que es como un bozal, porque si hago ruido, la amenaza me lastima. Aquí adentro, no tengo como mantener distancia. Afuera, el alcohol en una botella en el bolsillo es la solución, aquí la botella de alcohol sobre la mesa, suele ser el inicio a los problemas. Afuera hablan de pandemia y distancia social. La gente se lo ha tomado en serio, por la calle se alejan de una como si fueras un perro sarnoso, no tengo mascarilla y la gente me señala. La autoridad me ha pedido mis documentos y mi permiso para transitar por la calle, les hablo mientras le muestro ambas cosas, pero no escuchan, me temen por mi falta de mascarilla, por no portar documentos. Uno de ellos, el más joven, parece escucharme, leo en sus ojos tras el plástico que cubre su cara, la compasión, su superior no ha querido escucharlo y también leo su miedo a como le respondieron. —Vuelva a su hogar— me dice el superior y yo me voy. Quiero decirle que no tengo hogar, que donde me manda, apenas puedo llamarlo casa. Camino de regreso, pienso en los minutos que me tomó hablar con la autoridad. Debo apurarme. Camino rápido, hace frio, pero sudo. Al verme pasar mis vecinas me dan la espalda o vuelven a sus casas. No me escuchan, solo se entran y hablan de “la distancia social”. Adentro, no puedo mantener distancia social, ni siquiera puedo mantener distancia física. Si intento alejarme, la amenaza me sigue, es como una sombra. Dice no soportarme, que no quiere estar más conmigo, pero sin embargo, vigila mis pasos, controla mis tiempos… Hasta mis gestos. Tengo marcas en la espalda, es cuidadoso, sabe que es invierno y nadie va a verlas. Nunca me ha golpeado la cara, dice que lo único bueno que tengo es que soy bonita, pero si hago que otro 51
Carolina González Velásquez
disfrute de mi belleza, me la va a marcar con un corte que me amplíe la sonrisa. Aquí adentro tengo miedo, mientras la gente le tiene miedo a estar afuera, solo quiero estar afuera, vagar por las calles, caminar por la arena. Quiero que él esté fuera, que salga a trabajar aunque llegue borracho, para que me de algunas horas de paz aunque cuando vuelva me regrese al infierno. Entro a casa, como un perro me huele, huele mi cara, mi boca, mi nariz, mi frente, las manos… Me pregunta dónde he estado, le contesto con cada uno de mis pasos, por qué lado de la calle, a quién he visto, que me detuvo la autoridad… No me cree, me empuja, me grita, grita tanto que dejo de escucharlo, grito yo, pero nadie me oye, aunque sé que sí lo hacen, pero nadie va a ayudarme, nunca nadie lo hace, que pase aquí adentro no es más problema que mío, afuera no existe. Lo miro, mueve los labios y recibo golpes que ya no duelen, aquí adentro es la realidad que vivo. Es afuera que quiero estar, afuera puedo sentir el olor de las flores de la plaza, del césped recién cortado, la tierra mojada. Aquí adentro, ahora, solo puedo sentir su aliento alcohólico, el sabor de mis lágrimas. Cumple su promesa, amplia mi sonrisa y me quedo dormida. Finalmente puso distancia física entre nosotros, la paz me envuelve, el olor a tierra mojada es constante y danzo en ese aroma maravilloso, estoy libremente sola, nadie me ve, ni él, que aun con aliento alcohólico me trae flores y me pide perdón de rodillas. Afuera, todo sigue igual. Aquí adentro, estoy segura y libre, a dos metros de distancia de todos.
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“Aquí adentro tengo miedo, mientras la gente le tiene miedo a estar afuera, solo quiero estar afuera, vagar por las calles, caminar por la arena”
Miguel Lahsen, escritor y profesor
Miguel Lahsen nace en Santiago (1986). Desde 2011 hasta 2016 vive en Buenos Aires, de 2016 a la fecha, en Valparaíso. Literato y académico, ha escrito tres libros de poesía, uno de cuento, varios poemas, ensayos, reseñas para antologías, revistas, periódicos y tres prólogos para poemarios. Ha sido reconocido con galardones en tertulias literarias y académicas. Jurado en tres lecturas poéticas. Licenciado y maestrando en literatura, ha ejercido la docencia e investigación en letras antiguas, medievales y contemporáneas. Ha editado y difundido poesía chilena emergente.
La distancia es un cuento
Elpénor Deprimido, distraído, irritable, y con sus piernas arqueadas siempre inquietas ante cuya imparable vibración nadie podía disimular crisparse, el joven y serio Patricio padecía de hipersomnia: el médico le diagnosticó el llamado Síndrome de Elpénor, una afección que complica el periplo que va desde el sueño hasta la vigilia. El proceso de despertarse lo atormentaba: no sabía si estaba en su cabeza o en la realidad exterior, y, en ese lapso, lo que hacía y decía, comparable a arrebatos de embriaguez, perdía toda lógica, con Patricio pareciendo más un dios loco, irracional, y no la persona reservada y taciturna que conocíamos. En ocasiones, esa ausencia de sensatez que lo poseía peligraba su cuerpo entregado a las escenas recién soñadas: aún recuerdo esa congelada madrugada en la que, él solo, desnudo y hermoso, bajó al litoral a tenderse junto al remo y la barca en el roquerío, y, al percatarnos e ir a recuperarlo, murmuró “Y ¿dónde están las señoras sirenas, que tan sublimes melodías cantaban?”. Entonces, aquí en la isla, la peste llegó y se extendió: desde la falda del monte hasta la orilla del océano, desgarró la sociedad. En las esquinas, los cadáveres apilados advertían a los desobedientes las consecuencias de no cumplir con las medidas de reclusión impuestas. En las casas, el confinamiento devenía desesperación: no poder salir estresaba y doblegaba al individuo corriente, habituado al deseo cotidiano de ser, ojalá con mucha algarabía, por otros percibido. Patricio, no obstante, se sentía alegre: él mismo, y con una locuacidad en su caso imprevista, apenas respirando al expresarse, una tarde me contó que “mi nostálgica melancolía de no sé qué voz que cada noche en mi mente oigo que discurre rumorosa y convidándome a notables festines ha desaparecido, y mi eterna odisea que va del sueño a la vigilia ya no dirige mis pasos hacia la vasta playa en busca y ansia de esa tempestad y ese naufragio de mis terribles y tortuosos espectros nocturnos”. Y era cierto: seguía despertando
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Miguel Lahsen
sin diferenciar lo real de lo irreal, pero ahora al menos no escapaba a espacios que, como esas cercanías oceánicas, amenazaran su existencia. Nora y yo bromeábamos que Patricio era responsable con la cuarentena en modo no sólo consciente, sino también dormido, en su subconsciente. Y esa idea nos tranquilizaba: el muchacho no corría riesgo de contagio. Pero el joven y serio Patricio, de pronto, una mañana, estaba muerto. No se podía explicar: sólo lamentar. Él, que nunca bebía, y que llevaba semanas sin fugarse dormido, apenas musitando sordas graznadas, en ese colorido amanecer, ¿qué hacía ebrio arriba del tejado? Y yo, el hombre templado, el sujeto metódico, al entrar en su cuarto y no encontrarlo, ¿por qué, atemorizado, enloquecido, más incivilizado que él en sus hipersomnias, salí de la casa clamando en ese arrebato que, con importuna fatalidad, lo sobresaltó de su borrachera y lo arrojó a tierra, rompiéndose el cuello y falleciendo? El mundo se moría de peste, y yo, que antes temía que Patricio acabara enfermo y con llagas en el rostro y así hasta morir, hoy, de noche, ojalá sin ser visto, en la ribera donde afirmó oír cantar a las “señoras sirenas”, incinero sus despojos, su infecto cadáver, sus vértebras, las que mis torpes gritos quebraron, y, con trémula cautela, voy tejiendo, aquí en la isla, estas palabras. Lo hago tal cual el doliente fantasma de Elpénor, en el “Canto 11” de la Odisea de Homero, desde el Hades, lo solicita. Sí, lo despido de acuerdo a lo que el jubiloso fantasma de Patricio, anoche en sueños, me exigió: con literatura, con irrealidad.
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“Sí, lo despido de acuerdo a lo que el jubiloso fantasma de Patricio, anoche en sueños, me exigió: con literatura, con irrealidad”
Guillermo Martínez Wilson Pintor, escritor. Chileno, nacido en 1946. Ex director de la Sociedad de Escritores de Chile. Actualmente, vive en Viña del Mar. Ha publicado: “El juicio final y otros cuentos” (2006); “Entre pata de cabra y cantina” (2011), cuentos; “Los caballeros de La Sirena Negra” (2012), novela; “1832 Descubrimiento de Chañarcillo” (2013), ensayo histórico con el poeta Cristian Muñoz; “El traductor” (2015), novela; “Josefov” (2019), novela y “Dadme de beber” (2020), cuentos en la red virtual El Encuestador.
La distancia es un cuento
LA CARTA Tancredo. Qué bueno saber de ti; tanto tiempo hace que te fuiste, ya me parecía para siempre, pero demos gracias que estas vivo y sano. Me alegra saber que tienes casa y trabajo. Aquí las cosas han cambiado mucho, mi papá se va retirando del negocio; ya no es el mismo, él viejo gruñón, que todo le parecía mal ¿Te recuerdas? Mi mamá igual con sus achaques, envuelta en sus chales se sienta a conversar afuera con los clientes más antiguos. La gente joven prefiere ir al supermercado que levantaron los hijos de don Luis, al que le decían “Chancho Seis”. Y así pasan los días, Amelia tiene ahora tres niños y el marido trabaja en la Barraca; están bien. Tu hermana, sé que quiere vender la casa. Desde que murió tu mamá te convendría venir. Y nunca supimos donde avisarte para que estuvieras con ella en su último adiós; tu hermana se ha puesto más huraña sale poco, por aquí no viene nunca. Cuando vengas, sí vienes, vas a ver lo que ha cambiado todo. Por la parte del río donde nos bañábamos todos los muchachos del colegio, construyeron un puente. Ahora ya no pasan los autos y los camiones por el bajo. Tancredo, hace tres años que te fuiste del pueblo y han pasado muchas cosas, nuestras vecinas, las señoritas Montoro, fallecieron, las dos seguidito, estaban bien enfermas, y en la casa de la esquina también murió la señorita Amanda, tu profesora de castellano; ella decía que tus poemas eran muy bellos, y que debías de cultivarte leyendo mucho. Cuando murió la señorita Amanda, mi papá dijo: “Por fin se acabaron las profesoras en está calle” él es así, tú lo conoces; las casas las vendieron rápido los sobrinos, las compró el señor de la paquetería “Bagdad”, al lado del cine, ¿te recuerdas? Ahora el cine está cerrado, la gente tiene televisión. No iba nadie. De los profesores del Liceo, ya parece no quedar nadie que tú conozcas.
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Guillermo Martínez Wilson
El turco de la paquetería ha venido dos veces a conversar con mi papá: quiere que le venda la esquina nuestra para construir un hotel. Esta esquina es buena, frente a la estación, aunque ahora ya no pasan trenes, sólo micros para ir y venir al pueblo. No sé qué más contarte. Lo mejor fue tu decisión de irte; aunque lo que me cuentas de lo seco y sin árboles que es por ahí, no creo que me gustaría; claro mucho sol, es desierto. Me preguntas por Andrés, se caso con la hija del alcalde designado, parece que les dejó para ellos la casa de la ciudad. Y él se instaló a vivir en la casa que dejaron abandonada los Loayza: Se fueron todos, no hablemos por qué. Del Alcalde, dicen, que fue él quien despidió a los profesores del Liceo, los obligó a jubilar y cambió todo. Bueno me despido, gracias por escribir, trata de venir para el dieciocho o en enero que hay frutas y se puede bañar en el río. Chao.
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“No sé qué más contarte. Lo mejor fue tu decisión de irte; aunque lo que me cuentas de lo seco y sin árboles que es por ahí, no creo que me gustaría; claro mucho sol, es desierto”
Julieta Salinas Apablaza Nacida en San Felipe, Chile en 1979. Escritora, presidenta de la Sociedad de Escritores de Chile, filial Aconcagua. Ha publicado “Sopa de letras que forman cuentos” y “Origen, raíces, cultura y patrimonio de Bellavista”. Ha escrito columnas de opinión en diversos medios online y ha participado en antologías con cuentos y poemas. Realiza talleres literarios a niños, jóvenes y adultos.
La distancia es un cuento
En plena cuarentena, ¡quiero libertad! Escribo para desahogarme, la Lulú me dijo que era buena terapia cuando uno no puede hablar de estas cosas con nadie. Estoy en un momento raro de mi existencia, quiero libertad, hacer cosas que antes no me importaban y me da justo ahora, en pleno encierro. Bueno, algunas sí revoloteaban en mi cabeza, como que no quería pasar toda mi vida con Luis, mi marido o a veces me quedaba extasiada imaginándome que después del trabajo me iba a un happy hour. Mis colegas iban clavado todos los jueves, y los viernes varios se iban de parranda. Yo no, qué la casa, qué los niños, qué Luis… Terminaba mirando programas de farándula con él y sintiendo que mi existencia era la más aburrida del mundo. Antes de la pandemia no le daba tantas vueltas, pero ahora que ese es el gran panorama de la semana, quiero ir a bailar ¡uuuh! Dar vueltas como trompo en la pista y que el Cato me mire boquiabierto. Cuando todavía iba a la oficina, con el Cato nos hacíamos ojitos, y nada más. ¡Ahora me abalanzaría sobre él sin ningún pudor! No sé qué me pasa. Yo creo que es el encierro, y este pelao’ fome que tengo que toparme todo el día; si hasta pa’ tirar es plano. Ojalá nunca lea esto. Si me agarra el coronavirus y me muero vendría después de muerta a destruir este archivo. Eso pienso: si me muero y nunca me tiré una canita al aire, nunca le di una probadita al Cato, y todo porque me enseñaron a ser una señora de su casa, abnegada. Si salgo viva de esto, dejaré la abnegación y el recato guardados en un cajón junto con la mascarilla. Voy a ir a bailar, me iré de vacaciones sola con amigas y hasta cuando coma helado voy a ser sexy. A veces pienso que son puras tonteras las que me pasan. Hay personas que están asustadas, otras enfermas, o tristes porque están solas y yo, quejándome de este pelaó, pero es tan fome el pobrecito; no es la mejor compañía para pasar un encierro. Lo he visto reír a carcajadas dos veces, quizás se ha reído más, pero yo no me acuerdo. Se pasa el día con sus papeleos y se entretiene viendo tele. Le propongo “escuchemos música, tomémonos un 63
Julieta Salinas Apablaza
vino”. “Después” me dice. Todo para después. Yo creo que si lo llevara a una montaña rusa, sería el único que no gritaría. “Después grito”, me diría. Y en la cama, siempre lo mismo, apurado, qué el tiempo, qué es tarde, y mientras no esté cansado, sino, me quedo mirando el techo con sus ronquidos de fondo. La Lulú piensa que estoy en la crisis de los cincuenta, mirando atrás todo lo que no hice, y que se me exacerba con la cercanía de muerte en que nos pone la pandemia. Cuando ando más animada, es por mis propias fantasias. Me veo regresando a la oficina como una sex symbol. Hasta al vejete de mi jefe me tiraría, que no está nada de mal; y al de informática, que tiene una sonrisa de Tom Cruise, de todas maneras. Claro que para eso tengo que bajar varios kilos y la ansiedad me juega en contra, por eso la Lulú me dijo que escribiera; que en vez de engullirme un pan, escriba. Y en eso estoy, controlando la ansiedad e imaginándome encuentros eróticos hasta con los sujetos que veo en el televisor. Ayer estaba sola en la cocina, puse música y me imaginaba un encuentro con el Cato. Todo era pasión y cuando estaba en lo mejor, me interrumpe Luis: —Traje pan para la semana, pero hay que congelarlo —“¡Congélate tú!” le hubiese gritado. Respondí con rabia: —¿No puedes hacerlo tú? —No te preocupes, yo lo hago después —el señor después. Mi después, cuando salgamos de esta pandemia no será como mi antes. Si salgo viva, me voy a lanzar a la vida, porque para seguir muerta como todos estos años, que mejor me lleve el Covid.
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“Mi después, cuando salgamos de esta pandemia no será como mi antes. Si salgo viva, me voy a lanzar a la vida, porque para seguir muerta como todos estos años, que mejor me lleve el Covid”
Claudio Schudeck Pérez Claudio Schudeck Pérez, chileno, reside en Santiago, autor de novelas, cuentos y poemas. Participa en diversos grupos literarios entre ellos, Sociedad de Escritores de Chile, Círculo de Escritores de Valparaíso y PEN Internacional. Ha publicado en diversas revistas y antologías. Sus novelas más importantes son: “ El Hijo de la Diosa”, “Fugitivos del Terror” y “El Enigma del Asesino Silencioso”.
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De la luna a las estrellas Esperaba mi túnel bus sumido en mis pensamientos cuando una mano se posó en mi hombro. Era Mérida, la esposa de un geólogo amigo. Un cálido abrazo dio comienzo a la conversación. —A mi marido lo enviaron muy lejos, quizás jamás lo volveré a ver, fue una suerte que nuestra relación ya había terminado. Me miró a los ojos y agregó. —En estos tiempos de una guerra que estamos destinados a perder, nos envían a cualquier parte, no nos podemos quejar, somos afortunados de seguir viviendo. Los que queden en el planeta morirán con él. Le respondí con cierto pesimismo —Recuerdo que en el siglo pasado un científico de apellido Montaigne lo expresó: “En el planeta dos tipos de seres disputarán su dominio, los humanos y los virus” y no se equivocó. Ahora somos dos seres que esperamos salir a otros lugares con el contenido de toda nuestra civilización para salvarla. Lo triste y lo más probable será que no nos veamos nunca más. ¡Yo te amé desde que te vi Mérida! —Lo sabía, a mí me pasó lo mismo —apretó fuertemente mi mano y subió a su túnel bus. Su triste mirada se fue en el andén. Mi túnel bus llegó a su destino y después de rápidas maniobras me encontré dentro de mi traje espacial, conversando con algunos tripulantes de la nave. Uno de ellos, muy joven me preguntó sobre la forma cómo esos seres se apoderaron de la biósfera del planeta, le respondí gracias a mis conocimientos científicos: —En tumbas de siete mil años se han encontrado virus que se han activado, lo que hace suponer que son inmortales en sus etapas superiores. Se pueden disgregar y después reorganizar conservando sus atributos. Se asocian entre ellos o con otros organismos formando entes según sus necesidades. Esto es lo más peligroso para nosotros. Otro joven preguntó. ¿Cómo llegamos a esta situación? Le respondí. —Ellos conforman una sociedad con parámetros muy diferentes a la nuestra. Pueden encontrar maneras para entrar a las bibliotecas y saber todas nuestras historias, dominar los lenguajes 67
Claudio Schudeck Pérez
de nuestras computadoras u ordenadores. Destruir toda la fauna y flora de un planeta, no pertenecen a los reinos, ni animal, ni vegetal ni mineral. Es una gran suerte que a principios del siglo 21 se hayan detectado estos organismos, así los podemos neutralizar. Los virus nos han obligado a vivir bajo tierra, ocultar nuestros avances científicos de las formas más sofisticadas, por otra parte hemos aprendido técnicas de sobrevivencia que nos facultan los viajes a otros cuerpos celestes… Ahora viajaremos a la luna a equipar la nave con cámaras criogénicas y todos los elementos que servirán a las generaciones futuras. No en vano hemos luchado con todos los medios cerca de dos siglos. Ellos son muy sensibles a las radiaciones y al vacío, las cuales serán nuestras armas. Cuando nuestro mundo subterráneo sea invadido la biósfera del planeta será destruida y las radiaciones harán su trabajo… En ese instante sonó un timbre. Me despedí. Entré a un salón donde estaban mis futuros compañeros de viaje. Una mujer se volvió y me miró. Una sonrisa se dibujó en su rostro… Era Mérida.
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“Cuando nuestro mundo subterráneo sea invadido la biósfera del planeta será destruida y las radiaciones harán su trabajo…”
Mercedes Soto Pino Poeta y narradora. Nació en Marchigüe, Sexta Región de Chile. Pertenece a la Sociedad de Escritores de Chile y al Taller Memoria Viva - Sergio Bueno Venegas. Libros publicados: “Más Allá de los Molinos”, “Entre Siembras y Cosechas”, “Desde el Alma”, “Huellas”. Ha participado en varias antologías.
La distancia es un cuento
CONOCER URUGUAY Cuando niña, leí una poesía que robó mi alma. La Higuera, de la poeta uruguaya, Juana de Ibarbourou. ¿Será un país bello? Pensé. En el mapa lo vi pequeñito y cercano. De adulta, he admirado al gran Benedetti. Pasados los años, mi hija Antonia y su marido visitaron Uruguay, regresando con recuerdos y fotografías. Pueblitos antiguos y calles empedradas aumentaron mi sueño albergado de niña. En enero de 2020, algunos integrantes del Taller Memoria Viva, que funciona en la Sociedad de Escritores de Chile; fuimos invitados por Georgina, nuestra amiga mexicana, a un almuerzo típico de su país. Al sentarnos a la mesa, quedé al lado de Isolda y nuestra conversación derivó en mi deseo de conocer Uruguay, la tierra de Benedetti, como siempre la llamo. —También me gustaría ir —dijo mi amiga. —¿Vamos? —¡Vamos! —Respondió —me encantaría. Quedamos en hablarlo en los días siguientes. Terminado el exquisito almuerzo, con variedad de platillos, alegría, fotos, cantos y piscina; regresamos a casa muy agradecidos de la hospitalidad de Georgina y su encantadora familia. Pasaron tres días y me llamó Catalina, mi hija menor. —Mamita, siempre dices que quieres conocer Uruguay. Te invito a que viajemos con Néstor (su hijo) en los próximos meses. —¡Pero Catita! —respondí —justo el domingo hablé de ello con una amiga para hacer juntas ese viaje. —¡Mmm! Pero, tal vez ella quiera que viajemos los cuatro. —Le preguntaré. —¡Siii! —respondió Isolda —mejor en grupo. Catalina se ocupó de los trámites y tomamos pasajes para el día 3 de Abril. El 15 de marzo, viajé a Marchigüe, mi pueblo natal. La Pandemia del covid19 había llegado tímidamente a Santiago; yo estaría una semana en el campo de mi hermana, quien vive 71
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en Francia. Ella y su marido se irían el 15 de abril y nosotros regresaríamos de Uruguay el día 11; con tiempo para despedirnos. En el bus, yo iba muy temerosa de que alguien pudiera toser o estornudar. Esa semana, el virus se expandió rápidamente y ya no podía volver a Santiago. Imposible además, que mi familia regresara a Francia. Habían cancelado los vuelos a Europa y pronto nos informaron la cancelación de vuelos a Uruguay. Seguimos en el lindo campo de La Patagua, encargando alimentos para muchos días, los que eran dejados en el patio por varias horas. Comencé a sufrir; pues, padezco de bronquiectásia crónica y si me llegase a infectar de covid19 no tengo posibilidad de sobrevivir. Mi familia no tenía los cuidados considerados importantes para evitar contagios. Una persona arrienda allí algunas hectáreas y entran hombres y vehículos que traen alimentos a los animales, manipulando los candados sin que nadie desinfecte o use guantes. Otros, iban por algún trabajo o llevar mercaderías, haciendo mal uso de la mascarilla y por su buena voluntad o amistad, eran invitados a un café o algo de comer en la cocina. Mi hermana y cuñado también sin mascarilla, a veces compartiendo la mesa o conversando largos ratos, mientras yo me encerraba en mi pieza. Pasé cuatro meses en ese lugar “disfrutando del campo” decían todos; pero yo lo veía como un gran riesgo. Me deprimía pensando cómo cuidar mi vida; hasta que un día llamé a mis hijos para que alguien fuera por mí. Feliz, regresé a mi pequeño departamento en Santiago. Mis hijos se ocupan y preocupan de cuanto necesito. Recibo todo en la puerta con los cuidados sanitarios recomendados. Acá puedo escribir y participar de reuniones en línea. Estoy tranquila y sana hasta cuando Dios quiera…, y no he perdido la esperanza de conocer Uruguay, la tierra de Benedetti.
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“Acá puedo escribir y participar de reuniones en línea. Estoy tranquila y sana hasta cuando Dios quiera…, y no he perdido la esperanza de conocer Uruguay, la tierra de Benedetti”
Mauricio Tolosa Nací en Punta Arenas, pero las corrientes del Estrecho de Magallanes me llevaron por el mundo. Escribo, investigo y publico, realizo talleres y conferencias. Entretejo la escritura con otros soportes como la fotografía y el audiovisual. Animo el espacio digital sitiocero.com que reúne a autores del mundo hispano alrededor de la comunicación, la cultura y la sociedad. Actualmente, trabajo en el proyecto Arborecer, explorando a través de la contemplación, la meditación y el arte, el espíritu o soplo vital de los árboles y las plantas.
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ALVÉOLOS El reloj de los casos y muertos sigue girando. Ayer se celebraba, hoy se lamenta. Ayer se temía, hoy se desafía. Ayer no se creía, hoy se muere. Todas las combinaciones emocionales posibles en un tobogán sin pausa. Liberados en el encierro, los fantasmas corren o corroen, por más que se intente no es posible la distancia consigo mismo, el contagio con el virus que cada uno lleva dentro es inevitable. Los sabios explican la creación del Virus como arma biológica, identifican al pangolín responsable o al murciélago culpable, encuentran curas milagrosas y remedios mágicos, claman por el confinamiento total, recomiendan el uso de las mascarillas, alertan contra el uso de las mascarillas, advierten contra la vacuna, urgen por la vacuna, instan a alejarse un metro, dos metros, a no tomar el metro… Los que realmente saben advierten contra el castigo divino, el enojo de la Pachamama, el virus que es la especie humana, la manipulación de Bill Gates, la creación del Nuevo Orden Mundial, el chip que se avecina… Los intelectuales explican sus mismas teorías de siempre, pero a propósito del Corona Virus, la Iglesia Católica debe saber algo porque guarda silencio y le cede su espacio a la OMS. Gracias a Dios el virus no atacó Internet, al contrario, la fortaleció. El nuevo planeta mental se transformó en refugio, es el Nuevo Mundo. El único donde se está realmente a salvo del virus. Cada uno construye su propio alvéolo y encerrado en él, bebe las imágenes que se le asignan e imagina la colmena. La plaza pública, el teatro, la sala de clase, la oficina es un mosaico de pequeñas caras en formato de televisión. El aquí se diluye, es el tiempo del ahora. La verdura, la fruta, el detergente, el arroz, el pollo, el pan, los libros, todo es un cuadradito con dibujitos, solo se requiere escribir los números de la tarjeta de crédito para que el dinero que nunca existió siga circulando. Las personas solo tienen que mover el mouse. 75
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Fragmentos del encierro, fragmentos del entierro. No todo es pantalla. El camino es blanco. Limpio. Largos pasillos agitados, puertas que se abren y cierran. Pasan doctores y enfermeras entre luces y sombras, no escucho nada, como si estuviera bajo el agua. Vamos en fila en el tren de las patas largas y las rueditas pequeñas. A uno que va en sentido contrario le hacen un pasillo de aplausos, lo sé porque veo la gente golpeando las palmas ¿Me aplaudirán a mí también? Esa sería una buena selfie, pero se me quedó el celular. Esperemos. Aquí nadie explica, ni convence de nada, las pantallas tienen gráficos y emiten bip lejanos. Dentro del alvéolo plástico las conexiones no se caen, son mangueras transparentes. Veo ojos, por fin veo ojos, aunque sean desconocidos y me miren con tristeza. Cada vez más lejos el bip y el fuelle que respira, si no todo sería silencio. ¿Despertaré acá o en un alvéolo bajo tierra? En tierra. Tarde fría. Practico la antigua posición de chi kung del árbol. Una vibración recorre el cuerpo y sube por la corona hacia el cielo, bajo los pies se extienden raíces que se encuentran con las de un manzano, puente entre cosmos y tierra. Respiro con el árbol, viajan miles de pequeñas partículas rosa como flores de manzano, soy generaciones de manzanos, soy todas las plantas, todo es ahora y el aquí es todo lo vivo. Crecen yemas y botones, se abren los pétalos, todo vibra en rosado. Fluyo sin bordes ni fronteras y afortunadamente un pequeño hilo de consciencia me permite admirar la sublime belleza.
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“Una vibración recorre el cuerpo y sube por la corona hacia el cielo, bajo los pies se extienden raíces que se encuentran con las de un manzano, puente entre cosmos y tierra”
Carmen Troncoso Baeza Valparaíso, Chile
Poeta, escritora, gestora cultural. Estudios de Pedagogía en Música en la Universidad de Chile. Ha publicado cuatro antologías, tres poemarios y un libro de entrevistas. Escribe para la revista multicultural “Horizont Literary Contemporan” Bucarest, Rumania, desde el 2011 a la fecha.
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Resucitación Aparecieron una vez más las cifras por la televisión, aunque los números no mienten, Rubén comprobaba desconcertado, que esta circunstancia junto a otros detalles que emitían diariamente por la pantalla sobre la pandemia, no le cuadraban. Estaban pasando juntos la cuarentena, después de cinco semanas encerrados, cuando se le ocurrió a la Preciosa que necesitaba tomar aire y que fueran a esa pequeña fiesta que daban sus vecinos los Martínez, en la terraza. No pudo evitar inquietarse mucho, pero los conocía desde hacía tiempo y sabía que eran buenas personas, muy serviciales, con mucha onda, además dijeron que sería una fiesta muy privada, así que se relajó. Al llegar todo estuvo bien. Estaban los justos, sin embargo, de a poco se fueron sumando los invitados, de a dos, de a tres y en algún momento en medio del jolgorio, conto más de veinte personas. Por suerte nadie llamo a la policía para que los fiscalizaran. Dos días después, Preciosa se empezó a sentir rara, pero no lo quería preocupar, no le conto en ningún momento de cómo se sentía, hasta que al final cayo enferma. La llevaron a una residencia sanitaria, después al empeorar, a una clínica, donde no lo dejaron entrar a verla. Los dos sabían cuales pasos debían seguir si es que uno de los dos se enfermaba. Habían tenido suficiente tiempo para discutirlo y justo le tocó a la Preciosa. Rubén dispuso su resucitación. Cuando firmó el contrato le habían dicho que resucitaría en cinco días, después de que fuera retirada del ventilador mecánico. Solo alcanzaron a pasar tres días y la mandaron de vuelta a casa. Él se inclinó para hablarle, musitando: —“Aquí estás Preciosa, conmigo en el comedor. Envuelta en papel tristán, que es lo que encontré más parecido al papel celofán. En realidad, este papel es mucho más durable, higiénico y es más barato”... Suspiro ruidosamente como si lo pudiera escuchar: —Lo habíamos conversado una y otra vez, y llegamos a la misma conclusión, antes de que te llevaran, cual decisión sería la más 79
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sensata. Contagiarse era preferible, tú lo sabes, podrías resucitar con ventajas. Con toda esa presión de que te contagiaras o fueras asintomática. La tocó de forma automática —“¡Ay, mi hermoso amor, estas cada vez más fría!”.... Se apartó de aquello que ya no era su mujer y sintió por primera vez, que el loco amor que había sentido hasta ese momento se evaporaba. Lo imprevisto y la frialdad del proceso, que no podía controlar, lo tenían apesadumbrado. Busco en las paginas rojas de internet, resucitación por pandemia. Después de estar horas buscando, se dio por vencido, la página sencillamente ya no existía. Reacciono llamando a un motoboy y le pagó para enviar a un incinerador industrial lo que le devolvieron, con la excusa de que no todos los procesos conseguían volver a la vida. El hombre reflexiono al respecto y eligió no sentirse infeliz ni solo. Una y otra vez, le iba diciendo a eso que yacía inerte y vacío: “Sin temor a equivocarme querida, creo que tu habrías hecho lo mismo”. Después de todos estos trámites, su mente se empezó a aquietar y empezó a buscar en la web, posibles citas con chicas más jóvenes y excitantes, resistentes a los virus. Eligio tres de muestra, con posibilidad de recambio por si no le funcionaban. Mientras se ponía su loción más cara para después de afeitarse, canturreaba repitíendo: —¡La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida!
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“Después de todos estos trámites, su mente se empezó a aquietar y empezó a buscar en la web, posibles citas con chicas más jóvenes y excitantes, resistentes a los virus”
José Leandro Urbina Nació en Santiago, en el barrio Independencia. En 1974 se exilió en Argentina y desde 1977 residió en Canadá, donde recibió su Magíster en Literatura en la Universidad de Ottawa. Posteriormente se doctoró en la Universidad Católica de Washington. Estados Unidos, especializándose en Literatura Latnamericana. Ha contribuído en libros sobre Pablo Neruda y sobre la problemática de la identidad exiliada. Enseña Literatura Latinoamericana Colonial en la Universidad Alberto Hurtado. En la actualidad es director del Magíster de Literatura de dicha universidad. En LOM Ediciones ha publicado su novela “Cobro revertido”. Premio Nacional del Libro y la Lectura.
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Milán 1630 El duque de Milán escribía cuentos. Escribía cuentos fantásticos, de países imaginarios, de gente bella que, en sus ritos de amor, practicaba un erotismo refinado. Su doctor lo visitaba una vez por semana para mantener fresca su piel con milagrosas cremas de karité africano. Suaves las manos con que manejaba papel y pluma. Flexibles los pies, que apoyaba en el suelo frío, protegidos por babuchas de cuero de reno. Pecaba el duque dos veces por semana con su Blanca esposa y una vez con Masud, su mayordomo etíope. Dormía como un ángel seis días y al séptimo tenía pesadillas. Una mañana, en que mal dormido no avanzaba en su trabajo, escuchó ruidos en la calle. Eran como los ladridos de una jauría de perros enrabiados, como gritos de animales desquiciados. Abrió la ventana de su habitación y descubrió, atónito, allá abajo, una multitud de caras feas, bocas sin dientes, que rugía y llenaba el aire de polen verde: ¡pan, pan, pan! Descompuesto por el espectáculo de los hambrientos, cerró la ventana de golpe. Una corriente de aire le robó algunas páginas de su última e incompleta creación, lanzándolas a la calle. Pidió entonces a su etíope que bajara a buscarlas y éste, con los ojos llenos de miedo, vaciló un momento, pero obedeció. Recuperó todo el duque, menos la página final. Se dijo que la reescribiría sin problemas. Se equivocó. Cinco largos días pasó intentándolo, le picaban los ojos, se le secaba la garganta, le venían ataques de tos y no le salía ni una línea. Desesperado mandó llamar al doctor. No quería cremas, quería saber por qué no funcionaba su cabeza, por qué la pluma no le obedecía. El doctor examinó sus orejas, casi de inmediato hizo un gesto brusco y breve, tomó su maletín, dijo: vuelvo, y no volvió más. Tres días después, más blanco que la harina más blanca, el duque desfallecía. Entre aullidos murió al cuarto día; hecho polvo, pluma en mano, tratando de escribir el final de un cuento inútil.
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José Leandro Urbina
El etíope querendón escribió su epitafio. Aquí yace el duque de Milán, Vivía como un sultán Y aunque siendo poderoso era más blando que el pan.
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“Recuperó todo el duque, menos la página final. Se dijo que la reescribiría sin problemas. Se equivocó”
Ana María Vieira Poeta y narradora nacida en Santiago. Licenciada en Sociología, Universidad de Chile. Directora de Semejanza Ediciones. Miembro de SECH, PEN CLUB, entre otros grupos. Libros publicados:“Lucarna” (poesía, con 5 autoras, 1995, Ril), “Piélago” (poesía, 1996, Semejanza),“Peligros Posibles” (poesía, 1999), “El Color de la memoria” (cuentos, 2002), “Doble Misiva” (cuento, 2004, Ed. La Garza Morena), “Por tan profundo” (poesía,2006), “Y después vendrá el mar” (poesía, 2011, Ed. Frente de Afirmación Hispanista, México), “Fado de la Vendimia” (poesía,2014).
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Estallido
—Necesitamos la palabra para crear belleza. Pero en la actualidad nuestra palabra es muy pobre. Y la pobreza de la palabra explica que ese lugar —ese vacío— lo ocupe la violencia. Fue lo primero —y lo último— que alcanzó a decir el Profesor al inaugurar el retorno a las clases presenciales en el Aula Magna de la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Bartolomé, antes de que el edificio volara en pedazos.
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Cristina Wormull Ch. Poeta y escritora oriunda de Machalí. Nació un 11 de septiembre que no quiere recordar. Publicó los poemarios “Thalamon” (2016), por el que fue premiada con el Fondo Nacional del Libro y la Lectura en la categoría poesía. “Navegante” (2018). “Carmela, bacante vacante” (2019). Ha incluido en diversas antologías: “Raíz y luz del tiempo, voces de agua y sol” (2015), “Voces a la noche” (2017) y “After Poetry The Brighton” (2020).
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Antioquía en la ventana Desde marzo pasado, los días se han vuelto extraños para Antioquía y supone que es el confinamiento que vive desde entonces. Cien días ya. A veces se sienta en las mañanas a mirar por la ventana los jardines que se extienden por la calle hacia la cordillera y le parece que la nieve se aproxima, se introduce a través de los cristales y la envuelve, la abraza y congela sus pensamientos que ya no pueden percibir si el día es día o la noche aún permanece estática, amenazante sobre ella. Vuelve a la realidad cuando coronando la montaña, la luz comienza a invadir el cielo anunciando que tras los arreboles y la niebla, viene el sol a iluminar la vida. De la penumbra pasa a una claridad abrumadora que encandila sus ojos y la coloca en pleno amanecer. Antioquía piensa que casi todas las jornadas se inician de la misma forma y ya no sabe diferenciar un lunes de un jueves, ni un miércoles de un domingo. De alguna forma se han borrado las diferencias entre fechas laborales y fines de semana. Cada día es igual al otro y el trabajo se sucede de lunes a domingo, sin cesar, invadiendo todos los espacios de su existencia. Es raro pensar que alguna vez la vida fue de otra forma, que hubo una época en que los rostros que ahora ve en las pantallas tenían cuerpo, emitían calor y se los podía tocar. A veces Antioquía cae en la tentación de abrazarse y juega frente al espejo pensando que es otro el que la estrecha, que ese calor que siente deslizarse por su cuerpo es la comunión con él y evita mirar de frente al cristal para no perder la ilusión del abrazo. Antioquía siente que todo es extraño porque ahora parece que su creatividad es mayor que antes y que, pese a que no puede abrazar a nadie, cada vez hay más personas cerca de ella que conversan y la estrechan a través de las redes. Hay muchas a las que nunca ha visto en persona... quizás ni siquiera existan en la realidad, pero están muy presentes en la virtualidad. Antioquía vive cada día como si no existiera otro, pero cumple religiosamente una rutina que 89
Cristina Wormull
le permite mantener a salvo su mente. Le han dicho que eso es necesario, que de esa forma podrá sortear la peste y volver a una nueva normalidad que no será como aquella que vivió por tantos años, sino una entelequia que no termina de aceptar. Antioquía hoy despertó pero ya no estaba la cordillera ni la nieve entrando por sus cristales. Quizás no es cierto que despertó. Todo es confuso. De pronto ya no ve lo que veía ayer y al bajar de la cama, el parqué se volvió musgo suave donde cada paso produce un chapoteo misterioso y la cálida humedad se prende a su cuerpo acariciando la piel que se entrega al placer de ser mimada y se pierde entre lianas e iguanas, navega sobre una piragua hacia el bosque misterioso que la llama, que la atrapa entre el verde de los helechos y el susurro de pájaros ignotos de extravagante y colorido plumaje que cual ninfas translúcidas, acarician su cuerpo.
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URUGUAY
PRÓLOGO ANTOLOGÍA CHILENO URUGUAYA
Este trabajo colectivo surge de un acertado concepto, el de crear lazos auténticos e inimaginables, sin conjeturas, ni falsedades, pero con la azarosa convicción de concretar un proyecto que nace de la inquietud de dos escritoras chilenas, como lo son, Maritza Barreto y Carmen Troncoso, que desean potenciar el rico acervo cultural de ambos países. Esta Antología chileno-uruguaya de cuentos cortos, donde se mezclan cuarenta y dos escritores, la mitad chilenos y la otra mitad uruguayos, que manejan sus sueños como hojas al viento, hoy da sus frutos, porque es la demostración más sincera de las voluntades de los pueblos latinoamericanos, que se permiten un abrazo “transcordillerano” a través de las letras. Hoy damos la bienvenida a una Antología, donde los socios de AUDE se han sumado a esta propuesta, con el fin de cumplir con uno de los preceptos de nuestra Institución desde los tiempos de sus inicios en el año 1949, que fue el de promocionar y acompañar a nuestros escritores nacionales emergentes en sus emprendimientos literarios. Adaptándonos a los tiempos que corren, donde una pandemia globalizada golpea la humanidad, este libro digital viene a proporcionar una herramienta eficaz para poder seguir apostando a las publicaciones conjuntas, como un medio sustentable donde anidan las voces de un grupo de creativos que lejos de replegarse, han encontrado la manera de hacerse escuchar en épocas tan duras de aislamiento social y confinamiento sanitario. Es de orden aclarar que los trabajos presentados, no responden a una selección sino a la colaboración espontánea de los mismos. Es posible percibir durante el transcurso de su lectura, la diversidad temática y calidad de las narraciones, respondien-
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do a una clara evidencia de que los autores no han sido sometidos a correcciones ni sugerencias de ningún tipo y que las obras emergen de su más genuina inspiración creadora. Los múltiples escenarios presentados en cada relato surgen de una visión diferente, pero igual, porque todos y cada uno de los escritores vive esa “distancia que no es un cuento”. Por último, agradecemos a la gestora cultural chilena, escritora Carmen Troncoso, por haber tendido los puentes entre nuestra pionera Institución, la Asociación Uruguaya de Escritores —que este año 2020 está cumpliendo 71 años y cuya primera presidente fue la poeta Juana de Ibarbourou, Juana de América— y la siempre reconocida y entrañable SECH, Sociedad de Escritores de Chile por la que tanto bregara el inolvidable poeta, premio Nobel de Literatura, Pablo Neruda.
Marta Estigarribia Presidente de AUDE Asociación Uruguaya de Escritores
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Daniel Abelenda Bonnet Ha vivido en los Estados Unidos y Uruguay, donde ejerció la docencia y el periodismo por cuatro décadas. Publicó narrativa y poesía. Sus novelas han combinado el género policial con la historia reciente: “Secretos de Estado” (Premio MEC, 2003); “El día del plomo” (2014); “El americano discreto”. Además, editó tres libros de poesía: “30 Poemas” (2014); “Postales y fotografías”, (2016); “Hoja de ruta” (2019).
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Ángel para un final Esta historia parece sacada de una canción de Silvio Rodríguez, como la del título. Y ahora, al rememorar sucesos tan lejanos, me pregunto si fue real o mi imaginación la engendró y luego la reinventé para plasmarla en el papel. Todo empezó con una invitación de unos compañeros de la Juventud del Partido —eran tiempos en que algunos ingenuos aún militábamos en política— a un asado en la casa de los padres de una compañera en El Pinar, un balneario de la costa este. A falta de mejores planes para otro domingo en la soledad de mi apartamento del centro, tomé una mochila y me dirigí a la terminal de autobuses. Luego de unos 45 minutos de viaje, consulté el mapa que me había dibujado un compañero en una servilleta del bar, me bajé en una parada de la Interbalnearia, y caminé por las calles de balasto de El Pinar hacia el mar. La mañana de fines de enero era espléndida, con un sol a pleno en un cielo azul sin nubes y una suave brisa. Llegué al chalecito de tejas, rodeado por pinos y un bosque de eucaliptos, a dos cuadras de la rambla; una docena de mis compañeros ya estaban en el patio trasero, charlando en torno al parrillero que despedía un delicioso olor a carne asada. Silvia, la dueña de casa, fue la primera en darme la bienvenida y presentarme a: “Viviana, una amiga de toda la vida”, dijo (yo no la conocía, ella no era de nuestra agrupación). Ella era una morocha bastante alta, delgada y de ojos marrones.Tenía puesta una malla entera y una remera Hering por encima. Nos dimos el acostumbrado beso en mejilla y le ofrecí un mate. Ella aceptó y se sentó junto a mí en la mesa donde El Tano comenzaría a repartir los primeros chorizos. De repente, me sentí en una burbuja, solo con Viviana. ¿Existe el amor a primera vista? ¿O es sólo atracción física? Algunos hablan de química, empatía, conexión astral... Para la tardecita, luego de ir a bañarnos a la playa (donde pude comprobar que Viviana era más atractiva que lo que había conjeturado), mis compañeros emprendieron el regreso a Montevideo. Pero gracias a la compli95
Daniel Abelenda
cidad que unía a Viviana con Silvia, aquella la convenció para que los tres nos quedáramos aquella noche en el chalet. Yo podía dormir en el cuartito de huéspedes junto al garage. El resto de aquella noche, transcurrió mágicamente. Se escuchaba el arrullo del mar cercano y bajo la luna de enero, charlamos sobre nuestras vidas y nuestros sueños. De todo y de nada. Las palabras ya no importaban; habíamos caído bajo el hechizo del amor. Pero el siguiente episodio de la historia estaba guionado con anterioridad: en dos meses, yo partía a EE.UU. en un programa internacional de la Cleveland State University: eran cursos en la universidad y 40 horas de trabajo semanal en una agencia de servicio social (con la opción de obtener un contrato y la Green Card al finalizar el año). Era una gran oportunidad profesional que no podía desaprovechar a mis 25 años. En esa época, las cartas eran el único medio de comunicación accesible (existían las llamadas telefónicas, pero resultaban carísimas). El Air Mail demoraba entre una y dos semanas. Los 10.000 km. entre Montevideo y Cleveland era una distancia sideral. Eventualmente tomé el avión en Carrasco con el bolsito de cuero que me ella me había regalado para llevar el mate y mi libreta de poemas. Uno de los mejores que escribí en el campus de la CSU, se titula: “Un exceso de luz”, dedicado a ella. Le envié el libro, muchos años después, cuando ya existía Facebook y apareció el perfil de Viviana con su dirección. The right girl at the wrong time!
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“Las palabras ya no importaban; habíamos caído bajo el hechizo del amor”
Maritza Barreto Nacida en Viña Del Mar, Chile; con Nacionalidad Portuguesa (Ius Sanguinis), realizó su formación académica en Facultad de Psicología de la Universidad de la República, MontevideoUruguay. Reside en Montevideo, donde trabaja como Psicoanalista Clínica, dibujante, escritora, y practica Artes de Yoga Aéreo.
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CATALEPSIA Esa noche Catalina volvió alegre. Hacía más de un año se había fijado la boda de su hija para el seis de marzo del veinteveinte y la fiesta había resultado preciosa. Esa madrugada del día siete casi amanecía y Catalina, con una copita de champán en el cuerpo o dos… o tres…venía muy contenta. Desde hacía diez años vivía sola, los únicos seres que la acompañaban, eran sus plantas rozagantes y hermosas. Introdujo la llave en la cerradura y ya en el recibidor, tiró la estola de fiesta en un sillón, en otro lanzó la cartera y camino a su dormitorio se fue sacando las prendas de vestir una a una, hasta quedar totalmente desnuda. Antes de colocarse el camisón de dormir, que dicho sea de paso, parecía otro vestido de baile, Catalina se vio reflejada en el espejo. Para sus 70 años, su cuerpo era aún esbelto y flexible, porque lo había cuidado y trabajado toda su vida. Su cabello lucía con un corte perfecto y un perfecto teñido oscuro, muy oscuro para resaltar su tez blanca y sus carnosos labios bien pintados con labial color rubí. Se despojó de sus joyas y pasó a la sala de baño para cepillarse sus blanquísimos dientes. De paso se miró las uñas. Buen trabajo de la manicura, y lindo el color: rubí, como su lápiz labial. Su largo y liviano camisón negro parecía flotar en el aire cuando se dirigió de regreso al dormitorio. No hacía falta encender la luz: estaba amaneciendo. La recibió su ancha cama y se quedó pensando, pensando, mientras miraba el ventanal donde aparecía la ciudad color aurora. Suavemente sus párpados se fueron cerrando como dos pétalos de rosa cubriendo sus ojos… hasta que se le fueron mezclando los pensamientos del evento reciente con los hechos de la semana previa, de la próxima y por último aparecieron los fantasmas de su infancia, de manera que el relato de su sueño fue tomando características absurdas, atemporales, anacrónicas, intimidantes.
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Maritza Barreto
Catalina se perdió en el bosque de su propio sueño. Algo irrelevante la hizo despertar violentamente con una inhalación brusca y desesperada. Su corazón latió con una frecuencia inusitada. Se quedó un rato largo en la cama esperando que todo se normalizara. Jadeaba y sentía sus ojos desorbitados. Miró a su alrededor y todo parecía en orden. Vio el reloj de cristal de su mesita de luz. Marcaba las doce y treinta. La luz entraba a raudales por el ventanal. Cuando se pudo levantar, se calzó las zapatillas y se acercó a la ventana, la abrió para mirar hacia la calle y pudo ver que la gente andaba muy abrigada, con ropa de invierno, pero además todos, absolutamente todos llevaban el rostro protegido por tapabocas y caminaban distanciados entre sí. Bastante desconcertada, se dirigió al baño y al verse reflejada en el espejo lanzó un grito de terror. Su cabello lucía enmarañado, con un largo crecimiento de canas. Sus pálidos labios se habían vuelto enjutos y arrugados. Quiso tapar su cara, y entonces vio sus uñas crecidas como garras, en cuyas puntas aun conservaban el barniz color rubí. Se acercó más al espejo y pudo ver su rostro arrugado. Observó su cuerpo horriblemente adelgazado. Salió hacia el corredor donde fue encontrando tirados en el piso, la ropa que había usado para la fiesta; en un sillón del recibidor, su cartera tirada y en otro su estola de fiesta. Todas las plantas secas y sin vida. Se encaminó hacia el computador, lo encendió y como todos los días el computador la saludó. Buenos días Catalina. La temperatura ambiental es de catorce grados, está nublado y el pronóstico del tiempo anuncia lluvias para este miércoles veintidós de julio del año dos mil veinte.
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“Bastante desconcertada, se dirigió al baño y al verse reflejada en el espejo lanzó un grito de terror”
Martha Barrientos Nació en Fray Bentos, aunque actualmente reside en Playa Hermosa, Dpto. de Maldonado. Enfermera de profesión, jubilada. Escribe narrativa y obras de teatro. Sus textos han sido publicados en diversas Antologías en Uruguay, Argentina, México, España y Rumania. Algunos premiados en Uruguay y Argentina. Dos libros publicados: “Cuentos de oficios, profesiones y otras yerbas” y “La última tormenta”.
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Bubita Sentada frente a la ventana mira como la lluvia serpentinea en los vidrios, y siente que su pensamiento se desliza hacia el pasado. Una parte de sí quiere regresar a los tiempos sin esquinas, cuando la vida era ancha y clara, pero la cordura que aún persiste en ella la detiene y la empuja hacia este presente de días alargados por una rutinaria soledad. Se levanta con esfuerzo, las manos artríticas aferradas al andador, ese artefacto extraño que desde el accidente es parte de su cotidianidad. Aún se estremece al pensar cómo un simple accidente doméstico trastornó su vida. Ha cesado de llover. El sauce desmelenado en un agobio de agua, agrega melancolía al jardín del residencial. En el salón, los ancianos dormitan sus sueños de olvido y soledad. La pandemia que asola al mundo les ha impuesto días sin abrazos. Con paso inseguro, apoyada en el andador, Amelia se dirige a su habitación. En un rincón junto a la ventana está el sillón que ocupa habitualmente. Con un suspiro se deja caer en el asiento, a su lado desde un canasto repleto de ovillos de lana, asoman varias agujas. Parapetada detrás de un tejido se siente cómoda y en paz. Tejer fue el cable a tierra cuando su vida se desmoronó. Repentinamente un día de agosto, el destino camuflado en un camión sin frenos destrenzó en ausencia los ojos encielados de Arturo y la dejó conjugando soledades. Pájaro solitario en un nido que fue de dos. Como en un sueño dejó que su hijo reorganizara su vida. Al amparo de Luis y Sara, su esposa, poco a poco fue aceptando la ausencia de su marido aunque no pudo emerger de su fosa de ausencia. Hasta que nació Bruno. El pequeño trajo a su vida un soplo nuevo y sus silencios se volvieran palabra y arrullo. Amelia se estrenó abuela, y sus brazos se volvieron nido una vez más. Pero gestos distintos, silencios hostiles, miradas esquivas etiquetaron los días del niño. El diagnóstico adverso agobió a sus padres. Los médicos se contradecían en sus indicaciones. Entonces Amelia se impuso, borró la palabra Asperger y escribió Ternura y la vida volvió a ser buena, otra vez hubo 103
Martha Barrientos
canto de pájaros y risas cerrando los días… Hasta que un juego en el parque le provocó la caída que devino en fractura de cadera y cirugía. Prolongado período de recuperación que la pandemia terminó de complicar. El trabajo mantenía a sus hijos muchas horas fuera de casa y Bruno permanecía en una escuela especial, por lo que no podrían cuidar de Amelia como requería su reciente operación, razón por la que fue internada en un residencial en el que la visitaban a diario. El abrazo de Bruno al final del día era el bálsamo que aliviaba su soledad. Hasta que se desató la pandemia y el aislamiento social se impuso. Con un suspiro Amelia toma el tejido y vuelve a su labor. Mientras combina colores piensa que no tiene sentido desesperarse, sólo agregará oscuridad a su angustia. Mira el reloj y su rostro se ilumina, ya casi es hora del encuentro diario con su familia, vía Zoom. Deja de lado el tejido y toma la computadora. Sonríe mientras piensa que tal vez por miedo a lo distinto, a lo nuevo, ella se había negado a ser parte de lo que consideraba una locura colectiva. Pero el aislamiento forzado por las circunstancias la había obligado a usar ese nuevo método de comunicación. La artrosis y su impericia, dificultan las maniobras que debe hacer para lograr la conexión. Cuando al fin establece la comunicación, la inmensa sonrisa de Bruno desde la pantalla y el balbuceado ¡“Bubita”!, son el mejor premio a su esfuerzo. La vida recobra sentido.
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“El abrazo de Bruno al final del día era el bálsamo que aliviaba su soledad. Hasta que se desató la pandemia y el aislamiento social se impuso”
Carlos Baubet Doctor en Medicina. Egresado de la Universidad de la República de Uruguay (UDELAR). Gastroenterólogo, especializado en Endoscopia digestiva. Escribe para el Periódico de Cultura de la Intendencia de Flores. Integró Taller Literario del escritor Rafael Courtoisie. Participa y colabora en Taller Literario del escritor Gustavo Aguilera. Publicó “Relatos de Amor y Poesía” y en proceso para su publicación en México, “El baúl de los recuerdos”.
La distancia es un cuento
El día después Ya casi llevaba ciento ochenta días #ENCASA. Pero hoy, en la primavera, en este día hermoso, con esta temperatura tan agradable, con el sol brillando; se me había generado una extraña sensación de euforia, de optimismo… ¡rara! Me coloqué una bata sobre el pijama, abrí la puerta de casa y salí al jardín. Ese tibio sol de la mañana me envolvió al salir, agradable, ¡muy agradable! Cerré mis ojos y elevé la cara hacia el cielo, disfrutando el momento. Bajé la vista y miré mis plantas, era un disfrute ver los brotes y las hojitas nuevas de ese verde pálido que tienen en los primeros días de la primavera. Como deseaba verlas nuevamente llenas de flores, transformando mi jardín en una paleta de impresionista. En ese momento, los vecinos empezaron a gritar, como si fuera un gol en la final del mundo. Miré sobre el cerco, gritaban, cantaban y saltaban. —Estamos todos locos— pensé. Pasó un auto tocando la bocina. Un joven iba con la mitad de su cuerpo asomado por la ventanilla, agitando una bandera patria y gritando cosas inteligibles. —O el confinamiento provocó una locura colectiva o pasó algo importante— me dije. Retrocedí sobre mis pasos y volví a entrar a casa. La sala estaba oscura, igualmente se podía ver el desorden de la noche anterior. Los restos de la pizza y la botella vacía de cerveza seguían siendo el centro de la mesita de la sala, junto al sofá, donde se acumulaban los cojines. —¡Tengo que saber que pasa!— Prendí la televisión. Un eufórico periodista decía algo asombroso, ¡el virus había desaparecido de la faz de la tierra! Múltiples investigaciones, a lo largo y ancho del mundo, no hallaban rastros de virus en todas búsquedas realizadas. Abrió ocho pantallas dónde corresponsales en las distintas grandes ciudades del mundo informaban lo mismo.
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Carlos Baubet
En Nueva York, que había vivido un holocausto, la Quinta Avenida era una gran fiesta. Iguales imágenes mostraban la Plaza Roja de Moscú, el Obelisco en Buenos Aires, les Champs Elyssés en París y el Paseo de la Reforma en México. Puse el Himno a la Alegría a todo volumen en mi equipo de audio. Pensé —Éste virus cambió el mundo—, y seguramente sería así. Algo deberíamos haber aprendido de nosotros mismos con el sufrimiento del confinamiento, de los enfermos, de los muertos, del mundo todo. Mirando por la ventana algo me llamó la atención. La gente caminaba separada, guardaban distancia entre las personas. Toda la gente mantenía #susanadistancia, tan pregonada en estos meses. Me preocupaba el miedo tan explícito. Yo le tengo “miedo al miedo”. El miedo es aterrador, es injusto, es intolerante, es violento. El miedo cercena todas las libertades. El miedo paraliza, me dijeron y es verdad. Paraliza la libertad en la toma de decisiones…el miedo te corta la cabeza y los brazos, sólo te deja las piernas para huir. Me senté en un sillón y a mí también el miedo me golpeó. Quería ir a ver a mis hijos, pero tenía miedo a que tuvieran miedo de mí. Recordé que Maquiavelo en “El Príncipe” donde dice: “Quien controla el miedo de la gente se convierte en el amo de sus almas”. ¿A qué tenía miedo? Tenía miedo a sufrir el desapego. Ese miedo tan interno que viene desde siempre acompañando a cada uno de nosotros, al HOMBRE. Ése era el cambio, ésa era la nueva normalidad; vivir en una sociedad con miedo. Como siempre no será valiente el que no tenga miedo, sino el que sea capaz de enfrentarlo. Me levanté del sillón, recogí una bolsa con regalos que tenía hace tiempo y me apronté a ver a mi familia.
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“Yo le tengo ´miedo al miedo´. El miedo es aterrador, es injusto, es intolerante, es violento. El miedo cercena todas las libertades”
Helena Caorsi Frick Escritora y docente de inglés, título que la llevó a dictar clases en diferentes Institutos públicos y privados del país. Concurrió al taller del crítico literario Rodolfo Fattoruso. Publicó varios libros de prosa y poesía, entre ellos: “Vivir y Recordar”, “Seis vidas ejemplares” y “Prosa y poesía”. Asidua colaboradora del segmento “Voces en nuestro tiempo” programa radial que se emite en Radio Ciudadela. Actualmente integra la Comisión Fiscal de la Asociación Uruguaya de Escritores (AUDE).
La distancia es un cuento
La distancia no es un cuento Tiempos difíciles nos tocan enfrentar. Nos vemos privados de lo más hermoso que existe: compartir momentos de alegría con nuestros seres queridos. Es la dura realidad y hay que aceptarla. Largos espacios de incertidumbre y duda acuden a nosotros y nos conmueven duramente. ¿Cuánto durará este “quédate en casa”? Así solos, muchas veces desalentados seguimos esperando el volver al tiempo de abrazos y besos. Espero con fe no esté distante ese hermoso momento. Ruego por volver a los tiempos de encuentro y felicidad.
Misterio Nos despertamos con su nombre en los labios, no lo conocemos, sabemos que anda en el aire, ni la religión ni la ciencia han dado con él. ¿Por qué es tan mortífero y malvado? ¿Quiere exterminar a los humanos de la faz de la tierra? ¿Por qué somos sus enemigos? ¿Tal vez hemos hecho mucho daño y se nos ha sido devuelto? Hoy su misterio quisiéramos desentrañar, pero el averiguarlo nos ha sido vedado. Quiero una respuesta, necesito saber la verdad y no vivir con incertidumbre y ansiedad.
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Saúl Comba Nacido en Montevideo en 1940. Residente en Piriápolis desde 2009. Socio de la Asociación Uruguaya de Escritores (AUDE) desde 2018. Obras éditas: «Dios los cría…» (Tinta y Papel, novela, 2014), «Realidades virtuales» (Tinta y Papel, cuentos, 2015), «Amores entre remansos y turbulencias» (Chiado, novela, 2017). «La saga de los gólems» (Chiado, novela, 2018), «En tierras de Drácula» (Tinta y Papel, novela, 2019), Obras inéditas: «Ladrones de memorias» (Novela, 2020). Ensayo sobre la ética» (ensayo, 2014-2020), «Análisis de la violencia» (ensayo, 2015-2020), «De dioses y demonios» (ensayo, 2006), «Cooperación y competición» (Ensayo, 2008). «Los paradigmas humanistas» (ensayo, 2009).
La distancia es un cuento
SOBRE EL DISTANCIAMIENTO SOCIAL Comunicado de prensa publicado el 15 de marzo de 2040 en el diario virtual “Noticias de Piriápolis”. “Con fecha 14-03-2040, las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud han coincidido en declarar que los virus COVID 19 y sus múltiples mutaciones (COVID 21 a 30), ya no son una amenaza para la salud. La vacuna descubierta en 2035, suministrada hoy día gratuitamente a todos los humanos, después de extensas pruebas ha sido aprobada como absolutamente eficaz. Cero casos en los cinco mil millones de sobrevivientes en los últimos cinco años se consideran una prueba definitiva. Se trata ahora de superar el trauma principal causado por la extensa pandemia COVÍDica: lograr el retorno a la proximidad entre las personas. Cambiar las visitas y reuniones hologramáticas por encuentros reales, físicos. Recuperar las salas de los teatros y los cines y convencer a las personas a asistir. Convencer a las personas de que estar junto a otros no tiene por qué ser perjudicial, sino al contrario”. Me parecía increíble. Yo fui educado en la doctrina del distanciamiento para evitar el contagio. Mascarilla siempre de puertas afuera, aún en el jardín, Saludos entre amigos con un codazo. Evitar el contacto con otra persona, aunque fuera con mi novia. Obviamente, Selva y yo transgredíamos todas las reglas en la intimidad. ¡Ahora eso no será nunca más necesario! Podremos abrazarnos en público, besarnos en la boca y cuerpo sin barreras, caminar por las calles tomados de la mano… Entonces me pregunté: ¿eran las barreras COVÍDicas el motivo único del distanciamiento entre las personas? Además de mi novia, hay amigos a los cuales ahora podré saludar con un abrazo. Pero hay otros, conocidos y desconocidos, en los que no confío demasiado. Hay barreras no físicas que nos imponen a la vez la aproximación y el distanciamiento del Otro por una cuestión de conveniencia. Lo consulté con Selva y ella coincide conmigo: la abolición de las barreras COVÍDicas es sin duda un primer paso para 113
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poder intimar mediante la amistad, para poder conocernos algo más que virtualmente en una red social. Pero no son una ayuda suficiente para considerar al Otro como un amigo potencial y no como un peligro potencial, es decir, para retornar al concepto de que la colaboración es preferible a la competición. Selva y yo hemos discutido largamente el asunto y hemos llegado a la conclusión de que los virus COVÍDicos no han sido la causa de la enajenación individual que hoy aqueja a la humanidad. Fueron, sí, un acelerador importante, pero la enajenación ya se estaba implementando subliminalmente desde hace ochenta años, si no más, por vía económica con la complicidad inocente de la enseñanza, desde la escuela y aún antes, impulsada por la estupidizante propaganda (incontrolada hasta hace muy pocos años), imponiendo la consigna “Cada uno para sí”. Afortunadamente, desde mediados de los años 30 ha surgido un nuevo sistema económico que, sin colidir frontalmente contra el capitalista actual, se basa en la cooperación considerando a la competición meramente un método de selección. Si bien esta nueva economía todavía no es dominante, pues aún adolece de hibridación, avanza desarrollándose en el seno de la otra. Selva y yo confiamos en que la erradicación de las medidas forzadas por el COVIDismo sea un fuerte aporte para la comprensión de que la humanidad es única y que, por lo tanto, nuestro potencial unidos es enormemente superior a la suma de nuestros potenciales aislados, enfrentados.
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“Hay barreras no físicas que nos imponen a la vez la aproximación y el distanciamiento del Otro por una cuestión de conveniencia”
MĂłnica Dendi Lleva publicados tres libros y varios cuentos en obras colectivas, tambiĂŠn en Bolivia y Rumania. Coordina dos talleres literarios, uno de ellos, inclusivo para personas con discapacidad visual. RecibiĂł premios y distinciones por sus obras y talleres, entre los que destacan: Premio Nacional de Literatura Infantil, MEC, (1992), Morosoli Institucional, (2013) y premio Fondo Concursable para la Cultura, (2014).
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Compuertas
Hoy llegó mi hija. Hacía un año y medio que no estábamos juntas. Abrí el portón y entró con su valija de mano, el barbijo y el certificado Negativo de Covid-19. Nos miramos, nos sonreímos y mantuvimos los dos metros de distancia protocolar. ¿Cuántas veces soñamos el reencuentro con nuestros hijos? Mil veces. Hace un año y medio que no nos besamos. La vi bronceada, cansada, con frío. Adentro, las estufas estaban encendidas desde temprano, para que no extrañase el calor del Mediterráneo. La casa es pequeña, no hay espacio para los protocolos. Ella quedará en cuarentena y yo me iré a lo de mi hermana durante unos días. Permanecimos en el jardín, a cielo abierto, al aire frío de una mañana de julio. La noté ansiosa, sabía que quería correr a casa del padre, pero no podía. La decisión del viaje fue precipitada. A él le diagnosticaron una de esas enfermedades que destrozan la vida, coincidió con la autorización del gobierno para vuelos regulares Madrid-Montevideo, solamente, para el retorno de uruguayos y para unos pocos extranjeros no turistas. Hoy llegó mi hija. Hace un año y medio que no nos abrazamos. Me gustan las películas del espacio. Luego de la caminata, los astronautas retornan a la nave nodriza. Ingresan a un habitáculo donde se los descontamina. Luego, se abre la compuerta y ya limpios, sanos, vitales, pasan al resto de la nave. —Te amo. —Te amo. Las palabras acortaron los metros, se abrazaron, se besaron. Nosotras, no. Llegó mi taxi. Salí y cerré la compuerta.
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Elba Díaz Maestra, escritora, ocupa cargos de dirección en escuelas públicas y cursos para adultos, profesora de estructura del lenguaje con obras publicadas para niños escolares y educación inicial, transitando también en el arte del Decir. Participa en concursos donde obtiene distinciones. Su amor por la poesía y el arte es una constante en su vida organizando actos culturales donde integra música y canciones. Integrante de la Comisión Directiva de la Asociación Uruguaya de Escritores (AUDE).
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El grupo Madrugada húmeda, quieta, sombría, la dueña de casa está aún levantada; siempre tiene algo que terminar antes de ir a dormir ya que no logra conciliar el sueño de inmediato. Su vida se nutre con actividades que atesora hoy y siempre, por eso entre relatos y poemas el tiempo transcurre sin prisa más, en estos momentos donde el aislamiento es la consigna. Posee un espíritu que no deja de soñar y recordar un pasado pleno de momentos felices, pero al llegar la noche lo vivido adquiere otra dimensión, todo se hunde en la niebla del olvido, llega la desesperación y es el momento donde se siente sola; cae en un pozo profundo, renace la incertidumbre y se pregunta hasta cuándo podrá continuar con esta situación imprevista. A veces mira un informativo pero las noticias crean en ella más preocupación, debe resignarse y asumir este cambio total de vida, imprescindible para la salud de todos. Su casa, es la “Casa de la Poesía” así se oye en el contestador de su teléfono, es la casa con libros por todos lados custodios de misteriosas ausencias o presencias que duermen en estantes y bibliotecas. Es casi medianoche y termina de modificar un cuento; se siente algo cansada y cuando decide dejar, suena su celular; extrañada por la hora, va en su busca y en el WhatsApp ve la imagen de un álbum de canciones con la foto de dos guitarristas y otro, que supone el cantante, con un rostro que le es familiar y este mensaje: “Aquí te va un álbum para ti, Aguirre.” “Aguirre an álbum by Leonel Aguirre on Spotify”. Emocionada, escucha el primer tema “Milonga de Mar” y luego otros… este álbum llega del grupo “La Cincuenta y Dos” creado por ex alumnos de la misma escuela. Leonel forma parte del mismo habiendo sido Margara su maestra de sexto, hace más de cincuenta años y desde que la encontraron en las redes, están en continua comunicación: hacen reuniones en su casa del balneario y en invierno en casa de alguno de ellos, a los que se suman otros, que viven fuera del país. Una tenue sonrisa, muchos recuerdos y algunas lágrimas se apoderan de su rostro
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y al instante llegan más mensajes: “¡BRAVO!” “¡BRAVO!” de los que todavía estaban despiertos; se supone que en la mañana seguirían las felicitaciones. Margara se recompone y responde de inmediato: “¡Recién veo tu regalo! ¡Qué orgullo para mí y para los compañeros del grupo que compartieron el ayer de tu vida! Felicitaciones por tus logros; la música es un bien universal que llega al corazón y nos acerca como seres humanos por eso en estos tiempos de aislamiento y también para muchos de soledad BIENVENIDAS TUS CANCIONES; con ellas sentimos que nunca estamos realmente solos y en esta madrugada tu música es una luz de esperanza para apostar a un mañana diferente. Te quiere; Margara”. A partir de este hecho casual, los integrantes del grupo, previo acuerdo de la mayoría, deciden comenzar a enviar por este medio, anécdotas, relatos, fotos, noticias, juegos, música… lo que siempre hacen pero con mayor frecuencia a fin de estar más comunicados, más juntos y menos solos; variedad de temas dieron lugar a preguntas o risas inesperadas; porque también los compañeros que viven en otros países (o lejos) se sumaron a este enviar y recibir, contando cómo es su día o costumbres del lugar. Lo importante fue que cada uno, desde sus casas, descubrió una nueva forma de estar juntos, compartiendo emociones y esperando siempre el abrazo apretado y las voces de todos, plenas de alegría.
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“Su vida se nutre con actividades que atesora hoy y siempre, por eso entre relatos y poemas el tiempo transcurre sin prisa mĂĄs, en estos momentos donde el aislamiento es la consignaâ€?
Marta Nila Estigarribia Romero Desde el 2003 incursiona en el teatro y la escritura, respondiendo al llamado de su inspiración. Realizó cursos con diferentes referentes de talleres literarios como: Rodolfo Fatorusso, Rafael Courtoisie, Gregorio Rivero Iturralde y Ana Magnabosco. Obtuvo varios premios a nivel nacional, entre ellos el Primer Premio a la Literatura Infantil 2017 en el Encuentro Internacional de Escritores en Punta del Este por su novela “El lazo maestro”. Sus cuentos han sido publicados en España, Perú, Chile, Argentina y Rumania. Desde el 2018 ocupa el cargo de Presidente de la Asociación Uruguaya de Escritores (AUDE).
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Alborada
—Buen día, Olga. Le dejé el desayuno en la mesita. Tiene las pastillas en el platito, no se olvide de tomarlas. Paso en un rato a ver si necesita algo. —Buen día, Sonia. Gracias. No se me acerca, guarda las distancias y parece haberse habituado a ello. La miro retirarse detrás de su mascarilla encima del barbijo, no sin antes limpiar mesa, sillas, respaldos de cama y picaportes con alcoholes y desinfectantes. Todo está desnaturalizado. Sonia es mi cable a tierra, mi contacto diario con la vida. Pero ahora la siento lejos, insegura y escurridiza. Transporta la culpa. La culpa de ser una potencial carga de muerte. Estoy en una cárcel de lujo. Mi mundo se reduce a dar unos veinte pasos por día en el pasillo que separa mi habitación del comedor diario donde nos reunimos todos los que habitamos en el mejor residencial de Paysandú, “La Alborada”. Soy poeta. Cuando me dieron opciones de casas para adulto mayor, me incliné por la que llevaba un nombre poético. Alborada, albor, albo, blanco, lo que emana luz y claridad. Me pareció un acierto. Antes de que surgiera la pandemia mundial, quizás sí, hubiese sido un acierto. Pero mis días nada tienen de claridad, más bien son uno igual al otro. Cada día me despierto y pienso, hoy puede pasar algo diferente. Pero no, vuelven a transitar las horas como mutantes sin destino. Y Sonia que me habla de lejos, con el miedo instalado en sus ojos. Hoy es sábado. Puedo recibir visitas. “Solo quince minutos”, dice la encargada que va pieza por pieza advirtiendo la limitante. Me apronto como una novia. Me arreglo el cabello, me paso rubor en las mejillas y un leve brillo en los labios, que ya no besan a nadie. Vendrá mi hijo Rafael, con su esposa y mis dos nietos. Los veré a través de la ventana. Sin abrazos, sin besos, sin poder sentir el calor de sus
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manos. Hablamos de cosas pueriles. No trasunto mi tristeza con ellos. Cuando se van, dejo correr mis lágrimas. No encuentro nada que abone mis ganas de vivir, ese motor que un día se desmenuzó en el aire fagocitado por organismos infecciosos, invisibles, que destruyeron mi mayor defensa inmunológica, la esperanza. Fue entonces cuando danzó en el aire, antes de deshacerse en millones de partículas, la última cuota de fe que me quedaba.
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“Pero ahora la siento lejos, insegura y escurridiza. Transporta la culpa. La culpa de ser una potencial carga de muerte�
Myriam Fernández Méndez Es narradora, fue secretaria y actualmente miembro de la Asociación Uruguaya de Escritores (AUDE). Participó de talleres literarios, concurre al Taller de Escritura Creativa Odiseo del escritor Carlos Mazullo. Asiste a los Encuentros Internacionales Poetas y Narradores De las Dos Orillas. Integró mesas de lectura y dio conferencias. Libros publicados: “Lo mejor de mí”, “En busca del Camino” y “Voces del Universo”. También ha publicado en libros colectivos.
La distancia es un cuento
Mañana volveré El reloj marcaba las siete de la mañana cuando sonó el celular, confundida comprobé que tenía un mensaje de voz de la abuela Cata. —Hola cariño, necesito que me llames, anoche no pude dormir y hoy no sé cómo sobrellevar otro día en soledad. Sociable y cariñosa la abuela es nuestro referente familiar y debido al aislamiento que nos impuso esta cruel pandemia, su ánimo no es el mejor. Sin perder tiempo le devolví la llamada. Al escuchar su voz comprendí que debía actuar y traté de animarla: “Abuela, corren tiempos difíciles, la familia te necesita, me gustaría que prepares tu receta especial, ese caldo que nos salva de la gripe, la depresión y también del mal de amores “. —¿Te parece? —me preguntó sorprendida. —Claro, no lo dudes, yo haré las compras y te prometo que repartiré tu sopa al resto de la familia —agregué convincente. Llegué al supermercado vestida como si fuera a librar una batalla nuclear, guantes, tapabocas y en el bolsillo alcohol en gel por las dudas. Me dirigí al sector de las verduras y en la balanza intenté cerrar las bolsas, con tan mala suerte que también até el guante y cuando toqué la tecla, salió la pegatina con el precio y quedó pegada en la campera. Fue tal mi torpeza que la cajera me cobró como pudo, a esa altura había perdido los guantes, las pegatinas con el precio de las compras y la mascarilla oficiaba de babero. Agotada llegué a la casa de la abuela, dejé las compras en el umbral, toqué timbre y me alejé unos metros. Ella abrió la puerta y al verme elevó sus brazos hacia mí, nuestras manos en alto trataban de tocarse pero la maldita distancia no lo permitía y solo lograban atrapar la nada. Me costaba mantenerme alejada y aceptar que era la mejor manera de cuidarla. Resignada y con un nudo en la garganta le dije: “Mañana volveré”.
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Myriam Fernández Méndez
Un tibio sol de abril iluminaba las calles desiertas de Montevideo y un colchón de hojas secas crujían bajo mis pies, sabía que el sabroso caldo de la abuela no nos protegería del virus invisible, pero estaba segura que su magia uniría a nuestra familia y a ella la rescataría de la soledad. —¡Si… abuela Cata, mañana volveré! —me dije con nostalgia.
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“Me costaba mantenerme alejada y aceptar que era la mejor manera de cuidarla. Resignada y con un nudo en la garganta le dije: ´Mañana volveré´”
María García Marichal Nació en Los Cerrillos, Canelones, República Oriental del Uruguay. Es profesora de Geografía, escritora de narrativa y trabaja en medios de comunicación radiales y escritos. Publicó cuatro libros de cuentos: “El poeta y otros cuentos”, “Cuentos de la siesta”, “El ciruelo del general” y “Una luz en el arcón”. Fue distinguida con varios reconocimientos a nivel nacional e internacional.
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El final del tiempo Este tiempo distinto ha cambiado mi casa. No lo afirmo de manera metafórica: es un hecho contundente, innegable e irreversible. Comencé a distanciarme del trabajo, de los compañeros (no es un problema, sin ellos alrededor me siento mejor), de mi madre. Luego me alejé de los comercios cuando empecé a comprar por teléfono, finalmente de los lugares en los que me encontraba con conocidos para intercambiar banalidades, hasta que terminé aquí. Paso la mayor parte del día leyendo o escribiendo, como ahora, cuando el reloj de pared da seis campanadas que reverberan en el aire guardado. Comienza la noche. Ya no escucho la radio y, menos aún, veo la televisión. ¿Para qué? Nada puedo hacer sabiendo cuántos contagios hay cada día, ni si muere o no alguien; tampoco puedo influir de alguna manera en lo que pasa en Montevideo, o en el interior. ¿Qué soy yo, más que un punto indefinido en un planeta agotado que ahora se debate para escapar de esta pandemia? Desde la ventana del frente de mi casa puedo ver a los seres anónimos tras las mascarillas faciales alejándose unos de los otros, a veces asustados cuando escuchan pasos que se acercan, apurados, siempre apurados en pos de no sé qué, tal vez de lo que consideran un refugio: sus casas. Me deprime verlos. Antes, cuando mis días se contaban en laborales y de descanso, no me fijé en ellos; ahora sí, quizá porque hay muchas horas vacías en mi vida de confinamiento. No es que me afecte, pero me inquieta un poco la forma en que cambió el comportamiento anodino de los que pasaban a mi alrededor como sombras. Y mi casa ha cambiado. No es difícil mantenerla en condiciones: es pequeña, con lo estrictamente necesario. No tengo perro, ni gato, ni plantas, de modo que puedo limpiar sin salir más que unos minutos a la acera para barrer o baldear; eso, claro, antes de que salga el sol y reinicie el peregrinaje de los transeúntes. Pero no es la misma 131
María García Marichal
casa: el color de las paredes ha palidecido, las baldosas tienen un dibujo distinto y —aunque sea difícil de comprender— los muebles cambian de lugar en las pocas horas que dedico al sueño. Sí. La cómoda se recuesta contra el rincón, los sillones de la sala parecen deslizarse solos, las sillas del comedor se separan de la mesa, las cortinas se corren... La primera vez que lo noté, me sorprendí pensando que el encierro me estaba jugando una mala pasada, que hacía cosas que olvidaba. Luego, a medida que fui reordenando y volviendo cada cosa a su lugar, me di cuenta de que no soy yo: es la casa. Toda ella está impulsada por un movimiento ajeno a mí y a mi vigilia; yo afirmaría que se ha declarado en rebeldía. Rebeldía contra la quietud permanente, contra la invariabilidad, contra mi cuidado mecánico de mantener cada objeto en su espacio. Rebeldía contra el silencio impuesto por mi propio silencio. Si al principio me asusté un poco, luego me fastidié por tener que hacer una y otra vez lo mismo, ordenar y reordenar. Creo que ahora, la casa y yo nos hemos reconciliado. La dejo hacer; en ocasiones hago el intento de reubicar muebles o abrir cortinas, pero obro con desgano. Hoy me reía solo, pensando que es casi como vivir con una mujer que me contradice en cada cosa que decido y a la que, finalmente, opto por ignorar. Mientras la noche cae en este Montevideo aterido, me pregunto qué pasará cuando todo esto acabe, si es que alguna vez acaba. ¿Volveré al trabajo? ¿Mi casa recuperará su actitud normal, de lugar vacío y quieto que existe solo cuando vuelvo? No. Estoy seguro de que esta realidad nos ha hecho uno, a ella y a mí, hasta el final del tiempo.
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“La primera vez que lo noté, me sorprendí pensando que el encierro me estaba jugando una mala pasada, que hacía cosas que olvidaba”
Natalia González Amorín Es profesora de inglés, y como escritora, el género literario que más la identifica es el cuento. Algunas de sus obras se han publicado en la revista literaria “Horizonte literario contemporáneo”, sus libros en “Bibliotheca Universalis” ambos de Rumania, y “En sentido figurado”, de México. Es integrante de la Comisión Directiva de la Asociación Uruguaya de Escritores (AUDE).
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Domingo
El viento corría por las calles en un atropellado maratón de hojas secas. Era domingo de tarde: la más triste de las horas en el más triste de los días, por todo lo que las mañanas prometían y nunca llegaban a ser. Desde el silencio de su balcón, Elsa pudo saborear el aire húmedo y dulce que presagiaba la lluvia. Abajo, en la vereda, un perro, aún cachorro, andaba solo yendo y viniendo de una vereda a la otra, en busca de comida. Había pensado en llamar a José para verse, pero su cobardía comenzaba ya a fabricar excusas. La certera perspectiva de lluvia, ya que no, de una tormenta, hacía que fuera poco prudente salir esa noche. Ni que hablar del virus que andaba por las calles, y que podía interceptar a cualquier caminante desprevenido, o al menos eso se decía. Muchas personas estaban acatando a rajatabla las normas de distanciamiento, y tal vez él fuera una de ellas. No, no quería ponerlo en una situación incómoda, y mucho menos arriesgarse a recibir una negativa. Apoyadas las manos en la baranda del balcón, Elsa se inclinó levemente tratando de descubrir para dónde se había ido el perrito callejero, pero ya no lo pudo encontrar. Entonces, el cálido puño de la tristeza se abrió sobre su pecho, reconfortante, dando a luz por fin una lágrima.
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Gladys Ledesma Escritora, Escribana Pública. Egresada de la Universidad de la República de Uruguay (UDELAR). Fundadora y ex Presidente de Asociación sin fines de lucro “Casa del Camino” dedicada a atender a niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad social. Participó en Talleres Literarios coordinados por los escritores Alberto Gallo y Dina Díaz. Sus narraciones están presentes en varias antologías. Publicó en 2017 “El Sol También Existe”, una metáfora sobre la vida misma. Integrante de la Comisión Directiva de la Asociación Uruguaya de Escritores (AUDE).
La distancia es un cuento
Distancia Su fascinación por la contemplación de la naturaleza era innegable. Sí, eran habituales sus largas caminatas por la playa, hasta que su figura se confundía con las blancas arenas y la espuma de las olas. Esos momentos de expansión interna y libertad, que disfrutaba en soledad, se completaban cuando regresaba a su hogar y su querido Roberto la envolvía entre sus brazos. Esta vez, Susy quedó como paralizada mirando un atardecer. Era uno de esos momentos mágicos. Pero, sin embargo, mientras el sol caía en ella acontecía una cosa muy extraña: sentía que a su alrededor crecía algo que la atrapaba. Sin desviar la mirada de aquel espectáculo natural, movió su cuerpo hacia un lado y otro, pues no podía permitir que nada la limitara y atentara contra su libertad. Recién cuando el sol se escondió entre las nubes que pintaban el cielo sobre el horizonte, se dio cuenta de que, a un metro de distancia, la circundaba una especie de cristal denso. Extendió su brazo y no pudo tocarlo, dio dos pasos para acercarse a él, romperlo y traspasarlo, pero cuando ella se movió él también lo hizo. Dio varios pasos, cada vez más rápido, hasta empezar a correr. Seguía rodeada, atrapada por aquel aparato esférico. Corrió y corrió. Al fin llegó a calles transitadas por varias personas y, con asombro, observó que todas caminaban dentro de aquello. No entendía qué sucedía. Se acercó a una y a otra, pero chocó con sus cristales y quedó a dos metros de cada una. Mirándolas aterrada, les preguntaba qué era lo que acontecía. La mayoría ni la miraba, y quien lo hacía no le contestaba. Continuaban su propio curso. Parecían zombis, mirando sin ver; unos caminaban envueltos quién sabe en qué pensamientos y otros mirando el celular. Entonces, Susy decidió dirigirse, muy rápido, hacia su casa. Desde lejos lo vio a él, a su Roberto, esperándola en la puerta. ¡Qué alivio! Él la salvaría. En sus brazos recobraría la libertad. La alegría aumentó cuando vio que Roberto no estaba rodeado, como los demás, por aquel extraño aparato. Al verla, corrió hacia ella, libre de todo cristal
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Gladys Ledesma
limitante. Y ella corrió hacia él. Pero, a un metro de distancia, Roberto chocó y rebotó contra su cristal. Ella extendió su mano temblorosa, reflejando el miedo en su mirada, mucho miedo. Él, desconcertado, comenzó a golpear aquel material duro. Golpeó y golpeó con furia, mucha furia. Luego, exhausto, posó su rostro y sus manos sobre el extraño aparato transparente. Su mirada traspasó la distancia y con fuerza la penetró. Ella sintió que la había desnudado e inundado con su calor. Y luego vio cómo sus labios gruesos se posaron sobre el cristal reclamando un beso que ella no pudo retribuir, pues aquella fuerza invisible e inexplicable le impedía acercarse. Entonces, el rostro de Roberto comenzó a reflejar desesperación, y sus manos se transformaron en garras que se deslizaban de arriba abajo una y otra vez buscando rascar y romper el duro cristal. Así pasaron horas, quién sabe cuántas, hasta que la mirada de él quedó lejana, abatida, y sus manos fueron descendiendo por el cristal, muy despacio, para no volver a ascender. Mientras las lágrimas recorrían las mejillas de Susy, todo el cuerpo de Roberto comenzó a descender también, a caer, y al ir cayendo, se fue esfumando. Y se esfumó. Desapareció.
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“Seguía rodeada, atrapada por aquel aparato esférico. Corrió y corrió”
Carlos Mazullo El autor es uruguayo, nacido en Rocha y radicado en Montevideo. Escribe narrativa, poesía y teatro. Tiene publicados libros de poemas, de cuentos y una novela corta. Desde hace años, coordina un taller literario (Odiseo) e integra AUDE (Asociación Uruguaya de Escritores) donde ocupó diversos cargos y la Directiva del Ateneo de Montevideo.
La distancia es un cuento
La distancia es un problema
Yo no creo que la distancia sea un cuento. Para mí la distancia es algo tangible. Y el concepto de que es un cuento llega a ser perverso cuando se aplica a las relaciones familiares y amistosas que hemos mantenido durante toda nuestra vida. No poder visitar o recibir a mis seres queridos: hermanos, hijos, nietos y algunos amigos, empobrece mi vida. Y si alguno de ellos, en medio de esta pandemia, se atreve a visitarme cada pocos días, como sucede con mi hijo, me duele que llegue con una mascarilla, que no me abrace y me bese como siempre... Siento como si un muro de grueso cristal se hubiera instalado entre nosotros. Sé que estoy en el grupo considerado de mayor riesgo si me captura la pandemia, pero si bien no busco contraer el mal, tampoco tiemblo ante su soberana presencia en todas partes: en la calle, en los comercios o en el ascensor de mi edificio… La distancia no es un cuento, es una tortura que nos llega a todos aunque se recomiende en las radios, televisoras, diarios… No sé cuándo terminará. A veces pienso que llegó para quedarse.
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Graciela Mila Espasandín Nacida en Montevideo, de Profesión Universitaria Doctora en Diplomacia. Como escritora, ha incurrido en el cuento histórico y la poesía y ha sido ganadora de varios premios literarios. Formó parte de dos Antologías internacionales una convocada por AUDE, y editada en Rumania y la otra en la Argentina con la Editorial Nuevo Ser. Además fotógrafa profesional habiendo perfeccionado estudios en Europa y siendo ganadora también de varios premios en esa disciplina. Autora del libro “COSMOPOLITA” que conjuga fotografía con poesía y prosa poética.
La distancia es un cuento
“AD LIBITUM” Frecuentemente tocaban el piano “a cuatro manos”, sentados muy juntos, en la larga banqueta de nogal. Era ahí, en ese preciso lugar, y en plena ignorancia de la debida distancia, donde se entremezclaban en sintonía perfecta no sólo las notas de los Nocturnos de Chopin, sino las fragancias de sus perfumes. De vez en cuando las manos se rozaban levemente cuando las octavas se encontraban en el medio del teclado, y un escalofrío recorría las espaldas y coloreaba con un suave rubor las mejillas de la profesora. Los latidos se aceleraban y la respiración acompasaba aquella sensación de vacío en el estómago y de deseo incontrolable. Los amplios ventanales de la sala de música, permanecían abiertos durante las clases, dándola la bienvenida al bullicio de la Ciudad Vieja. Pero todos los sonidos se detenían como por arte de magia en el balcón y morían fulminados por las melodías que escapaban del pentagrama y se materializaban en el marfil de las teclas. Mientras que empujadas por la brisa que llegaba desde la Rambla 25 de Agosto, las cortinas de “voile” se balanceaban cadenciosamente al ritmo de los valses de Strauss. Todos los días Karim corría por la calle Piedras hasta la equina de Zabala donde se levantaba la imponente casa de fines del siglo XIX, subía la impoluta escalinata de mármol y entraba agitado y sonriente, exactamente a las diez en punto para la clase. Elisa oía cómo se abría suavemente la puerta cancel, y sentía a la vez, ese familiar vuelco que daba su corazón. Se miraban por un instante y era innegable el magnetismo, que como una espada de fuego recorría la distancia entre los ojos negros y los ojos verdes. Y era en medio de ese diálogo inequívoco de miradas, que las mascarillas, al igual que las antiguas máscaras venecianas permitían a los labios pronunciar un “Te quiero” o un “Amor mío”, sin que el sonido escapara nunca de los confines de la tela y sin que llegara jamás a los oídos del destinatario. Así día tras día, Karim tomaba posesión del “Rönish” de media cola y sus ágiles manos acariciaban las teclas, casi como si volaran sobre ellas. Elisa contemplaba aquellas manos perfectas 143
Graciela Mila Espasandín
y no podía evitar imaginárselas recorriendo su cuerpo como si fuera una escala musical, al ritmo del Concierto para Piano número 2 de Brahms. Y sólo abandonaba su ensoñación cuando las campanas de la Catedral daban las doce, hora que marcaba, implacable, la despedida hasta el día siguiente. Karim tenía veinticuatro años y hacía gala de un enorme talento, mientras preparaba su admisión a la Escuela Superior de Música Hanns Eisler en la lejana Berlín. Sus ojos negros y profundos, delataban su ascendencia árabe al igual que su largo cabello oscuro. Elisa, su profesora, tenía veinte años más que Karim. Era delgada, su cabello rojizo con brillos dorados, caía como una cascada sobre los hombros y sus enormes ojos verdes brillaban en el marco del rostro nacarado. Un lunes, cuando Karim sentía que la ansiedad de la pausa del fin de semana se tornaba insoportable, llegó corriendo como usualmente lo hacía, a la puerta de la casa y la encontró cerrada. Llamó insistentemente y luego de unos cuantos minutos Elisa entreabrió apenas la puerta, dejando la cadena puesta. Su rostro lucía coloreado por la fiebre y sus ojos brillaban como dos cristales. Se veía pálida y vulnerable. Le pidió a Karim que se alejara porque se sentía muy enferma. No hubiera querido develar, que el mal que la aquejaba, tal como lo intuía, era producto de la funesta pesadilla que asolaba al mundo. Pero lo hizo, y sus palabras atravesaron como una daga a Karim que lejos de irse, empujó con fuerza la puerta, rompió la cadena y entró. Elisa, atónita, comenzó a retroceder. Entonces Karim se arrancó la mascarilla, la tomó por los hombros y la besó. Como nunca había besado a nadie y como si el mundo acabara luego de ese beso. En ese instante, no le importaba, ni la edad que los separaba, ni la fiebre, ni la muerte, ni nada. Sólo ese amor inconmensurable que los iba a unir siempre, en esta vida y quizás en otras y aún cuando ese beso fuera el primero… y el último beso.
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“Su rostro lucía coloreado por la fiebre y sus ojos brillaban como dos cristales. Se veía pálida y vulnerable”
Loreley Molinelli Loreley Molinelli es uruguaya, nacida en Montevideo y radicada actualmente en Piriápolis. Poeta, escritora, plástica, hacedora cultural, creadora de diez muestras de poesía con montaje en reciclado. Ha participado en varias antologías nacionales e internacionales, editó los libros “Desde mi Orilla”, “Desde la Fe”, “Mapa de la Memoria” y el CD “Tela de Araña”. Reconocida y premiada en su país y el exterior.
La distancia es un cuento
VACACIONES “¡Vacaciones!”, expresó Adelaida en voz alta. Sí, aquello olía a vacaciones, a dormir hasta tarde en un marzo que se presentaba gélido y húmedo. Desayunar en la cama, muchos libros, comidas especiales que se degustarían rápidamente. Más tiempo para intimar con Gerardo mirando las llamas y los leños, ese tiempo que nos debemos, pensó. Comenzó a entonar la melodía de ambos, aquella canción que había atado sus almas para siempre y que los hacía sentirse seguros luego de tantos años de convivencia, la vida había sido bondadosa con ellos y ellos la honraban. Así se lo dijo a Gerardo aquella misma noche, donde brindaron por unos días de repliegue en sus vidas, donde todo el tiempo que dedicaban a sus actividades sociales sería solo para ellos, para descansar, para disfrutarse mutuamente, para saborear todos los pendientes de los últimos años. Aquella noche, un malestar indefinido despertó a Gerardo y ella no dudó un segundo: —Vamos a la emergencia ya mismo —dijo a medio vestir y con las llaves del auto en la mano— no intentes convencerme de lo contrario. ¡Ya mismo! El ingreso no fue fácil, pretendían una atención a distancia, no la dejaron pasar y tuvo que quedarse en el auto mientras Gerardo era monitoreado, había olvidado llevar su tapaboca y ese detalle no se lo perdonaron. Fue entonces que se dio cuenta de que tenía el teléfono de él en sus manos: “Si se sentirá mal, que me dejó el celular”, murmuró. Entonces no pudo resistir la tentación, aquel objeto nunca salía de los dominios de Gerardo, era parte de su cuerpo, no se apartaba de él jamás. Lo encendió y en ese preciso instante, sin saberlo, daba comienzo a una nueva etapa de su vida. Aquel mensaje de voz que le permitió saber lo que nunca imaginó:
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Loreley Molinelli
—Hola Gerardo. ¿Cómo estás mi amor, te sientes mejor? Luego te paso la dirección que me pediste, ahora, como dicen mis sobrinas: “me estoy pintado los pelos”. Gracias por lo que me dejaste ayer, no era necesario. Besitos, abrazos. —Hola Danielita, como estás, agradezco y recibo tus besos y abrazos, pero… ¿Qué te estás haciendo en esos pelos? No te hagas nada más, que no quiero seguir enamorándome más de vos todavía —contestaba Daniel en un tono meloso que no le escuchaba desde hacía años. El regreso a casa fue bajo reproches, insultos furiosos, justificaciones vagas y mucho dolor en el alma. Aquel tiempo que ella había soñado compartir con alegría, se transformó en un cúmulo de sospechas, llantos en solitario, controles de llamadas recibidas por Gerardo, que ahora dejaba el celular a su disposición indiscriminadamente y trataba de complacerla en cada detalle. Sus días fueron tormentosos en ese mar de incertidumbres que hacía zozobrar su vida toda. Para él fue una broma de mal gusto con su terapeuta, para Adelaida fue una cuarentena con valor agregado, el peor de los virus había entrado a su cuerpo y a su alma, para no abandonarla jamás.
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“El regreso a casa fue bajo reproches, insultos furiosos, justificaciones vagas y mucho dolor en el alma�
Ana María Patrone Escritora uruguaya residente en San Pablo, Brasil. Profesora de Español y Francés. Traductora y Redactora Publicitaria. Su libro de relatos “De flores y amores” fue publicado en Montevideo y la versión en portugués “De Flores e Amores” en San Pablo. Su libro “Montevideo lejano y entrañable” fue presentado en 2018 en Montevideo, Punta del Este, Buenos Aires y en Chile. Es socia activa de la Asociación Uruguaya de Escritores (AUDE).
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La orquidea de los Pirineos Era marzo cuando todo comenzó y hoy todo parece lejano y borroso como un sueño. En esos días yo estaba en España, en Puigcerdà, un pueblecito fundado en 1177, muy cerca de la frontera con Francia. Un lugar encantador enmarcado por los Pirineos que en esa época mantienen aún sus cumbres nevadas. Había ido a España a festejar los dos años de mi nieta Sofía y los cien de tío Hugo. Terminados ambos festejos, nos refugiamos en la casa de la montaña. Aunque había sol estaba frío. Al grupo familiar se había sumado Daniel Nicolás un querido amigo rumano. Durante el día hacíamos compras por la ciudad, aprovechando los escasos rayos solares. De noche el calor de la estufa, una copa de vino tinto y la conversación fluyendo agradablemente. Los Pirineos lejanos dominaban el paisaje. Todo esto se interrumpió abruptamente al enterarnos del número de muertos en Milán y Madrid. Era la plaga del Covid-19 que se propagaba por el mundo a una velocidad vertiginosa. Con dificultad logré regresar a Brasil antes que cerraran todas las fronteras; vano intento de impedir lo imposible. Ya estaba instalada la peste silenciosa arrastrándose por el mundo sin darnos tregua. La vida cambió radicalmente. Me encontré confinada, como la mayoría de la población mundial, entre las paredes de mi casa. Por las ventanas veía los apartamentos que me rodeaban y los árboles frondosos. Observé atentamente el apartamento de enfrente y sus grandes terrazas. En el tercer piso, una muchacha se sienta en su balcón para leer un libro que luego se resbala hasta su regazo; su salvaje cabello rubio brilla al sol y su mirada se pierde. En el cuarto piso, un hombre joven trabaja con su computadora apoyada en una mesa cuadrada. Cada tanto entra a su casa y vuelve con un taza azul con café caliente. Vuelve a enfrascarse en su computadora.
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Ana María Patrone
En el sexto piso, una señora muy mayor recorre la terraza de punta a punta apoyándose en el brazo de una joven. Ése es su diario ejercicio. La cuidadora le ofrece el brazo pero no le dirige la palabra, solo mira obstinadamente la pequeña pantalla de su celular. Me apena la señora y su mudo y monótono paseo. A las ocho de la noche, la quietud se interrumpe y comienza un ensordecedor griterío y ruido metálico de cacerolas indignadas. Quieren que renuncie el presidente que está conduciendo muy mal la epidemia. Después de veinte minutos de furia, reina el silencio. En estos días me he dedicado no solo a observar lo que ocurre a través de la ventana sino lo que me rodea adentro de mi casa. Los libros son un eterno refugio y la biblioteca, un lugar lleno de encanto y misterio. Leo aquellos que no leí y releo aquellos que tanto amé. Los únicos seres vivos que siempre me acompañan son mis plantas. Las cuido con un cariño exacerbado. Me regalaron dos lindas orquídeas, una vino de lejos, de los Pirineos, y es rosada, la otra es brasileña y amarilla. Todos los días las acerco a la única ventana en la cual el sol del mediodía se refleja. Les ofrezco una pequeña lluvia fresca. Me lo agradecen, florecen y vuelven a florecer. Pero hace pocos días una blanca luna llena se destacaba en el cielo estrellado. Cuando fueron las ocho de la noche los gritos indignados fueron sustituidos por el Ave María de Schubert que se difundía glorioso y pacifista. Todos salieron a escuchar. El vecino del quinto piso, fue el que nos regaló ese momento sublime. Al finalizar, todos aplaudieron desde sus ventanas iluminadas y yo, agradecida, tuve muchas ganas de regalarle flores a ese vecino cuyo nombre desconozco. Como me es imposible salir a comprarlas quizás le regale la orquídea rosada que vino de los Pirineos.
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“En estos días me he dedicado no solo a observar lo que ocurre a través de la ventana sino lo que me rodea adentro de mi casa”
Elsa Ricci
(Seudónimo) Nacida en Fray Bentos (Uruguay), pasó su niñez en la Argentina. Docente de Enseñanza Primaria, vive desde hace décadas en Montevideo. Escribe mayoritariamente narrativa breve. Integra la Asociación Uruguaya de Escritores (AUDE) y es directiva del Ateneo de Montevideo.
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Tapabocas
Don Dalmiro suspiró hondo. Se detuvo en medio del pequeño comercio y lanzó otro suspiro de alivio. ¡Por fin se habían aflojado los controles sanitarios! Barrió el local y ordenó los estantes. Nunca había reparado en lo hermoso que lucían los paquetes de yerba, las latas de atún y las bolsitas de garbanzos: simétricas, coloridas. Parecían aguardar junto con él a los primeros clientes. Algunas voces en la calle le anunciaron la llegada de los primeros parroquianos. Con rapidez se colocó el barbijo y se frotó las manos con alcohol. Dos clientes casi irreconocibles se asomaron temerosos. Detrás de las mascarillas reconoció a doña Clotilde y a don Román. Nadie más se acercó ese día pero poco a poco la gente se fue animando y la pequeña despensa comenzó a tomar vida. Ya para la segunda semana las ganancias se hicieron notar. Don Dalmiro cerró el local y al comenzar el balance observó al último cliente que, retrasado, le hacía señas detrás de su tapabocas. —¡Adelante! Pase… (No era cosa de perder una ganancia más) Adelante… —¡Qué adelante y adelante! ¡Atrás viejo! ¡La guita o te quemo!
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Beatriz Rojas Nació en Paraguay y reside en Montevideo-Uruguay, desde hace muchos años, donde culminó su carrera como médico. Es además escritora y docente, actividades que supo combinar con una vasta experiencia. Inscripta en Ministerio de Educación y Cultura (MEC). Tiene varios libros en su haber que le valieron una serie de reconocimientos a nivel profesional, como por ejemplo: “Curso para dejar de fumar”, “El dolor en broma”, “Ventanas”, “A pasos de tinta”, entre tantos otros. Actualmente es integrante de la Asociación Uruguaya de Escritores (AUDE).
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Distanciamiento social “Después del 13 de marzo del 2020, la población de este país ha sufrido una conmoción inédita”. —¿Qué te parece esta expresión Juan Manuel? No, no es a ti a quien me quiero dirigir. ¡Es a ti María! que por lo menos pareces estar algo más normal. Bueno normal, es sólo un decir. Yo quisiera saber, ¿Quién en esta familia está normal? Yo te confieso que normal, lo que se dice normal… Sin decirte qué y cómo, me he dado cuenta que… ¡Mejor, no me preguntes! ¡Cheeee, haceme caso! ¡Te estoy hablando! Nadie levantó la vista de su celular. Absortos, poseídos, con cara de bobos, en realidad nada diferente a antes de la cuarentena. A Juan Manuel, desde que se suspendieron las clases presenciales en la secundaria, y que se permite el lujo de no despegarse de su “teléfono móvil” —démosle un nombre más relevante, por la importancia evidente que ha conquistado en la vida de esto que llamo “mi familia” —no lo he visto integrarse a los llamados de la visualización de sus clases curriculares que se las trasmiten por Zoom. Escuché a su padre, mi marido, por primera vez opinar del asunto, sólo para quejarse, en realidad para referirse a “lo ya ha abonado a la bedelía del colegio, como adelanto de las mensualidades de todo el año escolar por los tres”. Por nuestros tres hijos y al comienzo del año, sin imaginar que se suspenderían las clases dos semanas más tarde por emergencia sanitaria, pandemia global. Después de tres meses de encierro, este aparato ha superado su mala influencia, su criticable rol en manos de nuestros hijos y hasta piadosamente por lo menos yo, me he quedado sin argumentos o críticas con algún fundamento sostenible. Piadosamente hacia mí, sin lugar a dudas. Sobrevivo. Creo hoy, que, sin ese aparatito, de verdad, hubiéramos sucumbido. No hubiéramos podido superar la presencia permanente de los tres en nuestra casa, que no sé cómo fue que
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Beatriz Rojas
nos dimos cuenta que ésta, era nuestra casa. Fue como la caída de la ficha de algún juego. Aquí en realidad estamos todos revueltos, la separación física se hace imposible, por los espacios en juego, se entiende. Y ahora con esto que hay que incorporar lo del “aislamiento social” María y Juan Manuel me miran como atolondrados y María con aspecto de víctima, me pregunta ¿Y eso qué es? —Que debemos mantener una razonable distancia de los otros. Claro, de los que no conviven con nosotros. Con los que no viven aquí, en nuestra casa. Con los vecinos. Con los extraños. Con los que no son del núcleo familiar ¡Y ya no me quedan ejemplos, para conseguir que lo entiendas! —¿A dos metros de distancia? —Preguntó María. Fue cuando, Juan Manuel intervino. —Me comentaron que, por las redes, no sólo invitaron, sino que se realizaron fiestas en locales y algunas en casas privadas. Después de los anuncios del aislamiento social. Al parecer los multaron, pero después que ya se habían revolcado y se perdieran las distancias recomendadas. Y si contagios hubo, ya el asunto quedó consumado. María se puso a llorar. Juan Manuel se sumergió nuevamente en las redes. Mi esposo Jorge y la pantalla de la Compu, son solo uno. Yo, me dispongo a preparar la cena.
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“Aquí en realidad estamos todos revueltos, la separación física se hace imposible, por los espacios en juego, se entiende”
Niza Todaro Glassiani Escritora y periodista. Sus obras se encuentran editadas en España, México, Rumania, Argentina, Inglaterra y Uruguay. Obtuvo varios premios, como autora destacada, a nivel nacional e internacional. Colabora en varios diarios y revistas en Uruguay y Rumania. Cronista de la revista británica “La Tundra”. Coconductora del programa cultural “Esto es arte” que se emite en Montevideo, Radio Ciudadela 88.7 FM. Integra la Comisión Directiva de la Asociación Uruguaya de Escritores (AUDE).
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Prometo enviarte al viento
Una luz roja se encendió en el vaivén de nuestros días y se detuvo en ese preciso instante cuando viajaba a tu encuentro. Ese fatídico 13 de marzo truncó cada momento, cada minuto y segundo, que había planeado minuciosamente y una inesperada situación, transformó mi felicidad claramente en soledad. Las fronteras se cerraron por tiempo indeterminado y el virus que nos acechaba, envió al centro de cuidados intensivos a un amor que apenas comenzaba. La tristeza invadió mi alma. Y la distancia otra vez se instaló en nuestras vidas. El océano, ese océano al que imaginé recorriéndolo con pies alados para acortar ese camino que me llevaba a ti, ya no lo atravesaría. Te busco en mi memoria, es lo único que puedo hacer en este momento. Y recuerdo tu amplia sonrisa, mostraba un mundo de blancas perlas que yacían en tu boca, tu negro cabello caía desordenado y el azul de tu mirada se instaló en lo más profundo de mi corazón. Dicen que la tecnología acorta las distancias, ¡que ironía!. Una mentira como tantas que nos quieren vender y sólo logran que todos y cada uno de nosotros, añoremos aún más, esos abrazos, esas caricias, y esos besos que solo llegan cuando el ser amado atraviesa el umbral de nuetras vidas. Prometo enviarte al viento, mi confidente, para que lleguen a tus oídos, esas palabras de amor que fueron mutiladas por el destino.
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Eduardo Vecino Participó en el XVI Encuentro de Poetas y Narradores de las dos Orillas, año 2017 y 2018. Integró la delegación de escritores uruguayos en la Segunda Feria Internacional del Libro Ayacucho Perú, FILAY año 2018. Participo en el Primer Evento de todas las Artes en Tuxtla Gutiérrez, San Cristóbal de las Casas y Chiapa del Corzo, México (octubre 2019).
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José, de pie, miraba
Miraba atónito, mientras su piel se erizaba, alguien lo llamaba y no era del más allá. Ana yacía sentada bebiendo un café, mujer cincuentona, bonita, bien parecida, físicamente muy apetecible. Por sobre todo a José lo llamaba la piel, la energía de Ana lo inquietaba y lo asustaba. Ella ni sabía que el hombre estaba allí, lo conocía simplemente. José no miraba el escote bello y discreto, insinuante, con magnificas ondas que la naturaleza favoreció a Ana; sólo sentía atracción, esa atracción inexplicable que otorga la energía positiva. Él no se daba cuenta del suceso, el universo une a veces simplemente de pasada, para aliviar la mochila, hablar unas palabras, reparar lo roto de cada uno y seguir sus rutas. Ana lo sabe, sabe sobre la energía esa que reinicia, repara con una simple mirada, con un roce de piel. Pasó el rato, José miraba de lejos. Ana terminó su café, partió rauda con su buena onda. José miraba, miraba al vacío, sin entender nada, ella ya no estaba, él no se animó nuevamente. Solamente miraba, el espacio vacío. La taza vacía, su vida vacía.
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