Robert Llopis A falta de correspondencia
Amada mía
En primer lugar, debo disculparme por la demora imperdonable en la que he incurrido a la hora de dar adecuada respuesta a vuestra misiva. He perdido destreza con la escritura manuscrita, pero confío en que el esfuerzo requerido para tan desusada costumbre será gratificado con vuestro anhelado beneplácito, el más apto alimento para mi esperanza.
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Con esta mi primera carta, no pretendo sino dar adecuado cierre a los pensamientos lúgubres que se habían apoderado de mi espíritu tras ciertos avatares legales que ahora no vienen al caso y a la vez cortar con el delgado filo del papel perfumado que sustenta estas palabras la cinta inaugural de mi batalla diaria contra los inabordables capiteles que impone vuestra distancia a mi desdicha… ― To buenos los bomberos, tía, me tienes que mandar más powerpoints de esos, me alegraste el día. ― Pues tengo mazo que me envía la Chuchi, ya sabes que está to loca. ¿Te pasaba alguna movida ayer, o qué? ― Nada, tía, que metí la pata hasta el fondo la semana pasada. Si es que a veces parezco pava. ― No me digas que te has vuelto a liar con el Charly. Me da palo montarle un pitote otra vez, pa lo poco que vale. ― No tía, que ya no te pone los cuernos, además te hubiera enviado un eseemeese, que una es legal, y lo primero es la amistad. Lo que pasa es que me ha llegado una carta muy chunga.
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― Mira que te lo dije, tía que más te valía pedirle pasta al Sebas para lo de las tetas. Que aunque se lo cobra a su manera, al menos no les llegan cartas del banco a tus viejos. ― Que no, que era una carta escrita a mano. Una carta escrita, tía, muy fuerte. Joder, si hasta mi abuelo usa el Word, que le he visto en casa de mi viejo disimulando que busca fotos de Franco, con las putas páginas de gordas en pelotas minimizadas. ― ¿Pelotas minimizadas? ― Calla loca. Que no, que era una carta escrita a boli, tía. Así como en raro, con palabras en francés lo menos, no entendí una mierda. …el simple hecho de veros disfrutar de aquel helado de pistacho, ajena a las miradas envidiosas y maleducadas de los clientes de la veraniega terraza en la que me deleité observándoos,, me elevó a los profanos altares del deseo, y el tiempo se detuvo en el goloso ápice de vuestra lengua caprichosa, que jugueteaba con el frío, y no hacía sino enardecer en paradójica correspondencia, el fuego de mi pecho. Aún conservo en la mesita de noche la delicada sombrilla que coronaba el dulce refrigerio que os endulzaba aún más ante mis ojos, trofeo que sustraje en un descuido del camarero, justo después de que abandonarais el establecimiento. ― Pero bueno, de algo sí que me cosqué. Porque decía no sé qué de un helado de pistacho, y eso me acojonó, porque el puto zumbado que me haya escrito eso sabe que me gusta el
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helado de pistacho, pero no puede ser ninguno de la peña, tía, porque estaba escrito de puta madre, quiero decir, que era una letra como así, de lado, elegante y tal, flas, flas, pero no de pintor de graffittis, eran letras tope rancias. Pero me cago en la elegancia, su puta madre, como me entere de que es una broma me cargo al hijoputa que se quiere reír de mi. Como así conservo, entre mis prendas más íntimas, entre las apremiantes fechas de los útiles profilácticos, y algunos sueños envueltos en pañuelos de papel amarillento, esa carta con ribetes rojos que os vi depositar en el buzón de mi casa, cándida y laboriosa colegiala, sostenida grácilmente sobre la roma punta de vuestro calzado deportivo, estirando vuestras blancas piernas hasta alcanzar la taciturna hendidura horizontal del metálico receptáculo postal que abrí nada más abandonasteis la fría entrada de mi morada, dejándome absorto entre la oscuridad que me había ocultado, con una luz renovada latiendo en mi interior. ― Podría ser el encargado de mi curro, ese pringado que se cree jefe, con sus aires de empollón venido a menos, y que debe mojar menos que una monja en la Goa, aunque no creo que tenga cojones de jugarse el puesto, porque no va a hacer nada mejor en su puta vida. Joder a la gente y hacernos repartir la puta propaganda de la puta pizzería. Pero el caso es que ahora me acuerdo de que me dio la sensación de que un viejo zumbado me siguió toda la tarde… ¡Pero qué asco! ― Tía, no te alteres, que aún nos queda medio pollo de farlopa.
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Y fue la luz de una nueva realidad la que me acogió nada más salir a la calle, fueron vuestros pasos los que marcaban los esperados indicios, fueron las mágicas palabras de la carta que entregasteis en mi buzón la senda de un viaje iniciático que espero me lleve algún día hasta vuestros brazos, y que me imbuyó de la fuerza suficiente como para seguiros con tímido sigilo, e inquirir la dirección de vuestra morada. Esa frase o insinuación encubierta, camuflada en el folleto comercial de la pizzería del barrio quedará marcada para siempre en mi corazón: 2x1, tu cena de San Valentín en pareja a mitad de precio.
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Javier López Fernando
Querido Fernando: Le escribo esta carta esperando que se encuentre bien, que todo en su vida siga yendo tan bien como siempre ha ido. Si, después de tanto tiempo, me atrevo a escribirle, se debe a un problema con mi hijo. El caso es que Antonio (se acuerda usted de Antonio, ¿no?, mi hijo, el que iba para ingeniero y acabó de administrativo por culpa de sus locuras de juventud, sí, seguro que se acuerda)
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ha tenido un accidente con su coche, no mortal pero bastante grave, y ha quedado incapacitado para trabajar. Yendo al grano, ha perdido dos dedos de la mano derecha y ahora el jefe le ha dicho que no puede seguir trabajando y que lo siente pero que no están los tiempos como para andar concediendo pensiones ni regalos, que necesita a todos sus hombres en la oficina y que, ya que se le acababa el contrato, la empresa prefiere contratar a otra persona que lo sustituya rápidamente. Ya ve usted. Después de quince años en la empresa, uno tiene un accidente y lo tratan como a un perro. Pero, ¿qué podemos esperar con personas como el tal Arcadio, que, aunque esté mal que yo se lo diga, se cree el dueño de la empresa? Mucho señor Buendía por allí, mucho señor Arcadio por allá y a la hora de la verdad, ese hombre tiene de señor lo que yo me sé. En fin, no quiero importunarle con mis quejas, faltaría más, sé que es usted un hombre ocupado y que su tiempo es precioso. Además, recuerdo bien lo que le molestaba perderlo y supongo que ese será un rasgo que no desaparece con la edad sino que más bien se agudizará con ella porque, a medida que pasan los años, se es más consciente de que cada vez nos quedan menos. Pero, en fin… que me voy por las ramas. Lo que quiero decir, si acaso no ha abandonado ya la carta, si no la ha tirado a la papelera, es que necesito que me eche una mano. Recuerdo una vez en la que me dijo que podría contar con usted para cualquier cosa, en cualquier circunstancia... Y, aunque me dé mucha vergüenza pedírselo, necesito pedirle ahora el favor que, por orgullo, me he abstenido de pedirle durante tantos años. Necesito que le busque algo a Antonio. Seguro que usted tiene algún puesto en alguna de sus compañías que mi hijo podría desempeñar sin problemas. Cualquier cosa le valdría para superar esta mala racha en la que se encuentra. Tenga en cuenta que tiene que alimentar tres bocas y que yo no puedo cargarme a la espalda a una familia completa.
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Ahora soy una pensionista y queda muy lejos el tiempo en el que fui capaz de sacar adelante a mi Antonio en una época tan difícil como la que me tocó vivir. Fueron años muy duros aunque también es justo reconocer que no lo fueron para todo el mundo por igual. Ya sabe usted, ¡cómo no va a saberlo!, que lo pasé muy mal y que tuve soportar el desprecio de mucha gente. Y nunca me importó porque, precisamente, lo único que en aquellos momentos me quitaba el sueño era sacar adelante a mi hijo como fuera. No le cuento nada que usted ya no sepa, es cierto, pero hace tanto tiempo que no sé de usted que me pregunto si no lo habrá olvidado. Tal vez piense que soy una aprovechada y quizá no le falte a usted razón pero siempre he estado dispuesta a hacer lo necesario para sacar adelante a mi familia y en esta ocasión no va a ser menos. Así que me tragaré la vergüenza que me da el hecho de estar escribiendo esta carta y que pueda usted pensar de mí cualquier barbaridad. Aunque recuerdo un tiempo en el que mi carácter no le disgustaba del todo, si me permite el atrevimiento. No voy a recodarle, porque sigo siendo una señora, que en un momento de mi vida en el que pude optar por la solución más fácil, preferí comportarme como me habían educado y salir adelante sin ayuda de nadie. La verdad es que bien está lo que bien acaba y no puedo quejarme del hijo que he criado. Es un buen hombre y siempre me ha tratado con cariño. Y mis nietos son el mejor regalo que podía tener a estas alturas de mi vida. ¿No está de acuerdo conmigo? ¿No cree que los nietos nos hacen la vida mucho más llevadera? Creo recordar que usted también los tenía, ¿me equivoco? Ah… cómo pasa de rápido el tiempo, Fernando, que se va casi sin que lo advirtamos, que pasa veloz y nos deja admirando nuestra imagen en el espejo preguntándonos dónde se ha ido nuestra vida, nuestra felicidad y nuestra belleza. Supongo que a usted también se le
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pasarán por la cabeza pensamientos parecidos, ¿no? Pero… ¿ve usted?, ya estoy otra vez dejando que los recuerdos de un tiempo ido me llenen la cabeza… Cuando nos hacemos mayores, el tiempo en el que fuimos felices se va haciendo más y más real en nuestras cabezas y pasamos más tiempo recordando que esperando lo que nos falta por vivir. Tal vez haber sido feliz en otro tiempo no sea algo bueno sino una especie de maldición, algo que sería mejor no haber vivido, ¿no opina usted lo mismo? Y sin embargo, es curioso, las cosas desgraciadas por las que pasamos parecen no irse nunca, parecen insistir en volver a nosotros como si nunca dejaran de estar sucediendo. Sobre todo los secretos, las cosas que no sabe nadie, aquello que hicimos y de lo que nos avergonzamos tanto que no somos capaces de reconocerlo ni ante nosotros mismos. Esas cosas que si salieran a la luz provocarían que los demás nos miraran de otra manera, que nuestros seres queridos ya no pudieran evitar replantearse la relación que han tenido con nosotros durante tanto tiempo, esas cosas que partirían nuestra vida en dos mitades perfectamente diferenciables. Sabe de lo que le hablo ¿no? En fin, ya no le entretengo más con mis cosas, considere mi petición, por favor. Yo seguiré aquí en el pueblo esperando su respuesta. Le ruego que me conteste lo antes posible porque la situación se está haciendo insostenible. No sé cuánto tiempo podré seguir ocupándome de la familia de mi hijo y aunque he conseguido ahorrar algún dinero, se va rápido semana tras semana, como arena entre los dedos, como el tiempo del que hablábamos antes. Sin más, se despide… Antonia Romero. Toñi para usted en otro tiempo, si recuerda usted. Un abrazo,
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Marina Fernández Bielsa Ciega de amor
Amor mío, La sopa sabe a ti y no hay nada que me consuele. No sé cómo quitarme este aroma de los labios, este sabor del paladar. Quisiera aprender a no echarte de menos, pero la lección del olvido se me atraganta: la memoria se hace bola en la boca y ni el vino ayuda a superar el mal trago. Echan fútbol en la televisión y todos los jugadores llevan tu nombre.
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Intento animarme pero sé que todos los goles son en propia meta: la victoria es imposible para quien se afilia al equipo de los perdedores. Soy adicta a la derrota y la bebo en vasos largos que apuro hasta que no queda nada, salvo cristales rotos y mi carne supurando gotitas rojas de desamor. La costumbre es la peor de las adicciones y yo, tan dócil, me acostumbré a ti. Quisiera desengancharme de tu recuerdo, pero mi cuerpo es pertinaz a la hora de reclamar tu presencia. Es fiel, y no soporta las caricias de otras manos. Aun así no me canso de buscarte en otros brazos, de morderte en bocas ajenas y de odiarte en pieles que nunca son la tuya. Te dirán que te he olvidado, pero no les creas. Te contarán que me vieron con muchos, que el duelo me duró poco. No te dejes engañar: los rostros que amanecen a mi lado no son más que simulacros, espectros de humo que no rozan mi alma. Te guardo luto y mi risa viste de negro desde que tú no la provocas. La mancha de la pared tiene el color de tus ojos. Me acecha, recordándome que no debo esperar que vengas a pintarla. Aguardaré a que se haga más grande, hasta anegarlo todo, y me empaparé del olor a tierra mojada en esta tarde de tormenta. Aún recuerdo que te gustaba la lluvia y pienso si habrás salido a buscar una acera encharcada en la que tus pasos no dejen huella. Oigo voces golpeando contra el cristal, pero ninguna se parece a la que rozaba mi oído en tardes como esta, desprendida de tu boca en susurros que se parecían al amor. Sé que todo lo importante ocurrió bajo chaparrones que, tonta de mí, confundí con la felicidad. Al otro lado de la ventana no hay sitio para el arco iris y los charcos ya no reflejan tus dientes, que llevo clavados en mi piel como una sonrisa tatuada cerca del corazón. A veces
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imagino que vuelves envuelto en la noche y me muerdes en silencio, dejándome una cicatriz como recuerdo de tu visita. Pero sé que estoy soñando y cuando despierto sólo distingo un destello de acero bajo la almohada intacta. Ya no espero que vengas a salvarme. Dicen que estás muerto, que alguien te clavó un puñal en una madrugada de lluvia en la que un grito de mujer rasgó la quietud del alba. Para no defraudarles saqué mis ropajes de viuda y algunos me miran con compasión, arrojando sobre mí la tristeza de los supervivientes. Otros, lo sé, piensan que soy culpable. Que nunca te quise bien, que necesitabas a otras que te amaran mejor que yo: eso murmuran y los rincones recogen el eco de las malas lenguas. Por mucho que me droguen aún puedo oír algunas voces a mi paso: “¡asesina!”, me gritan. Los dos sabemos que se equivocan. ¿Verdad, mi amor? Nadie como tú sabe que sería incapaz de hacerte daño. Que te amo con locura, que te echo de menos. Que sigues siendo mío, sólo mío, aunque tu ausencia se enquiste en el aire y me duela cada vez que respiro. ¿Quién se atreve a decir que no te amé, ahora que soy la única que se acuerda de ti? Ignoro dónde estás y sé que nunca llegarás a leer esta carta. Desearía no formar parte de tu olvido y sueño que tus labios pronuncian mi nombre eternamente. Hice lo posible para que me recordaras, para que nunca dudaras de mi amor. No sé si me seguirás amando como antes, como alguna vez juraste amarme, pero me gusta pensarlo. Todo lo que hice fue por amor. Lo sabes, ¿verdad? Puede que esté loca, pero no se puede pedir cordura a quien ama a ciegas, como yo te amo a ti. No me arrepiento y me basta saber que alguna vez fui correspondida. Te quiero, mi amor. Puedes estar seguro de que nadie más te amará como yo. Sólo quería que lo supieras. Aunque no vuelvas nunca.
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Ahora tengo que dejarte. Si descubren que te sigo escribiendo volverรกn a castigarme. Me atiborrarรกn a pastillas para borrarte de mi mente, me atarรกn con correas a la cama para que no me escape. Tu enamorada, por siempre...
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Juan Sánchez Cartas de amor
Buenos días S. Se que esto no es habitual y espero que sepas perdonarme por mi atrevimiento, pero el otro día al acompañarte a casa me tomé la licencia de anotar tu dirección para mandarte esta carta.
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No es nada especial, solo decirte que anoche me divertí muchísimo bailando y charlando contigo toda la noche. He de confesar que me estoy empezando a sentir muy atraído por ti y que cuando te miro se me mezcla todo. Anoche pude perderme en esa mirada tan bonita que tienes. Tus ojos, que son como dos lagunas negras, brillaban a la tenue luz de la luna y me encantaron. Creo que a tu lado podría hacer cualquier cosa, me siento lleno de energía y hasta podría caminar por encima de las aguas si tu me lo pidieras Tengo la sensación que podría hacerte muy feliz si tú me dejaras. No quiero agobiarte con estas palabras y disculpa si te he asustado un poco. Un beso. Siempre tuyo. C
29 de Marzo del 2010
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Buenos días C. No me ha parecido demasiado atrevido, todo lo contrario. Me encanta recibir cartas y me ha parecido un lindísimo detalle. Ojala hubiera más chicos tan divertidos y atentos como tú. Yo también me divertí muchísimo el otro día contigo, hacía tiempo que no conocía a nadie tan agradable, pero mucho me temo que mis sentimientos hacia ti no son los mismos. Me has caído fenomenal y creo que de aquí puede nacer una bonita amistad que espero que dure mucho. Me halagas con todas esas cosas tan bonitas que me dices y con todo lo que sientes, pero no puedo corresponderte. Aunque si quieres como amigos estoy dispuesta a verte de nuevo cuando quieras. Besos. S. 1 de Abril del 2010
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Hola S. ¿Cómo te atreves a decirme esto ahora? El otro día casi me sacabas brillo al cuerpo a base de rozarte conmigo mientras bailábamos y ¿ahora me dices esto? Creo que me he confundido de medio a medio contigo. Pensaba que eras especial y sin embargo veo que no eres más que una calienta pollas. Como tú las hay a patadas y estoy hasta los huevos de encontrarme con ellas. Zorra, más que zorra. C. 4 de Abril del 2010
¿Perdona? ¿Dónde esta ese chico tan majo y tan agradable que creía que podía caminar por encima de las aguas a mi lado? Yo no se que te has pensado que soy, ni se que te pasa por la cabeza, pero aléjate de mi. Maricón, hijo de puta. S. 7 de Abril de 2010
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El tipo ese estaba intentando meterse entre tus piernas. Maricón lo será tu puto padre, hija de puta. Zorra calienta pollas, como te vuelva a ver por ahí vas a saber lo que es un hombre de verdad, no como el maricón de tu padre. C. 10 de Abril del 2010
A mi padre ni lo nombres. Mi padre es mucho más hombre que tú cien veces. Al menos sabe cuando es rechazado y sabe como afrontar una derrota. Siempre esta ahí y me apoya incondicionalmente, no como otros. Que no saben nada más que insultar. S. 13 de Abril del 2010
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¿Cómo lo sabes? ¿Es que a tu padre si te lo has follado? C. 17 de Abril del 2010
Si y tiene la polla más grande de lo que podrás soñar en tu vida. Vas presumiendo por ahí con tus pantalones apretados y apenas se te nota el bulto. Pichafloja. S. 21 de Abril del 2010
Zorra, puta, en cuanto te vea te vas a enterar de cuanto tengo, que te voy a saltar los dientes de un pollazo. C. 28 de Abril del 2010
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Me tienes harta, o me dejas en paz o voy a ir a la policía con todas tus cartas para denunciarte. S. 31 de Abril del 2010
Eso, cógelas todas y llévalas. Así ellos también sabrán lo calientapollas que eres. ¡A ver quien tiene la razón! Me voy a reír mogollón con las caras que van a poner los maderos. Si son como tienen que ser, tendrás que chupar las pollas de la mitad de la comisaría para pedir perdón por tus actos. C. 1 de Julio 2010
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Estimada señorita S. Por la presente queda citada en la vista previa para el juicio contra Don C. por su denuncia por acoso. Sírvase de presentarse con su defensor el día 22 de julio del presente año para la toma de testimonio. Atentamente. El secretario del Juzgado civil.
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Iván Saiz Gutiérrez Crítica constructiva
Estimado Arturo J. Martínez: Soy consciente de que estás sinceramente arrepentido por nuestra combativa actitud de las últimas semanas y agradezco tus palabras de acercamiento que además, sobra decirlo, podría repetir sin rubor.
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Sé que nuestro desencuentro no llegará a trascender y que nuestra connivencia seguirá siendo tan funcional como siempre. Por ello, no será necesario que vuelvas a insistir. Durante este mes de tenso silencio, mi interés por tu desarrollo personal no ha decaído y he observado cada error y progreso con el mismo rigor de siempre. Siendo fiel a mi compromiso contigo, presento mis conclusiones: Ámbito basal Los impulsos sexuales han sido reprimidos indebidamente en el 23% de las ocasiones, tanto en su dimensión manifiesta (5%) como simbólica (17%). La mayor parte de las inhibiciones fueron causadas por bajos niveles de glucosa en sangre y una deficitaria segregación de testosterona como consecuencia de una dieta rica en embutidos, lácteos y cereales infantiles. Las estimaciones erróneas de oportunidad erótica (72%) se debieron, en gran parte, a la euforia causada por el alcohol y a la sobreestimulación visual pocas horas antes de actuar en entornos hostiles, como reuniones laborales (43%), encuentros sociales no erotizables (31%) y otros (26%) como pequeñas compras, transporte suburbano o gestiones institucionales. El tiempo dedicado al consumo de pornografía es de 43 minutos diarios, sólo 2 puntos porcentuales por encima de la media en la franja de edad. No obstante, se deberá administrar el uso de pornografía en los timedoors del efecto coadyuvante tal y como te explico en la página 32 del manual electrónico que recibiste al aceptar nuestra amistad.
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Así mismo, se hace preciso una paulatina reprogramación lingüística en las aproximaciones con carga sexual. Se recortará la frecuencia de palabras de más de cuatro sílabas en conversaciones de aproximación erótica y las referencias culturales minoritarias, en especial, subtitulación cinematográfica (37%), etimología compartida con candidatas extranjeras (29%) y vocablos de connotación clínica haciendo referencia a la genitalidad tales como "útero", "canales deferentes" o "gestación". Ámbito conectivo Las ocasiones productivas son escasas en proporción a las totales (23%) debido a un uso incorrecto de las habilidades sociales. Entre ellas podrían destacarse: imitación corporal y verbal de personajes políticos (24%), sarcasmo impersonal (17%), sarcasmo personal no lesivo (5%) y vocabulario literario o historicista (31%). Así pues, se debe diferenciar entre círculos de distinto grado de familiaridad, reservando, por ejemplo, el vocabulario historicista para amistades consolidadas del sexo masculino. En cambio, en ambientes potencialmente evaluadores y/u hostiles, sería oportuno recurrir a habilidades de tipo neutro como escucha activa, amago cortés de carcajada o preguntas corolario de anécdotas ajenas. En la elección de interlocutor se observa una preocupante falta de alternancia. En reuniones sociales de más de cinco personas, el 59% de la atención fue destinada a una sola de ellas. Si sólo tomamos las ocasiones donde hubo mediación de alcohol, está atención se concentró en una sola persona en un 79%. Se hace perentorio advertir las
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señales de abandono inminente de la interacción social tales como expresiones monosilábicas, miradas laterales, necesidades fisiológicas urgentes o llamadas telefónicas en supuesto modo silencio. Una excepción a este desajuste es la interacción dentro de grupos de preparación académica superior. En este caso, la ocasiones suelen ser productivas en su mayor parte (58%) especialmente si observamos el factor capacidad intelectual percibida, 32 puntos percentuales por encima de la media de los asistentes en cada reunión. No obstante, se produce un efecto inversamente proporcional en el factor comodidad social. Se debería sacrificar buena parte de la exhibición divulgativa recreacional para fomentar el surgimiento de relaciones de alta implicación emocional e incluso, físicamente receptivas. Los adjetivos "interesante", "brillante" o "ameno" podrían servir de alarma para evitar y corregir esta tendencia indeseable. Ámbito productivo Los excelentes resultados del trimestre pasado mantienen su tendencia en este último mes. El flujo de correo electrónico en el lugar de trabajo se ha incrementado en un 6%. Los saludos que incluyen el nombre de pila se han incrementado en un 16%. En los cuerpos de texto hay un 22% más de smilies sonrientes y la frecuencia de exclamaciones ha crecido un 13%. No se observan exclamaciones dobles o triples. Aún no hay correos con fotos adjuntas o cambios de color. El indicador más positivo es el abandono
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progresivo de los "atentamente" a favor de los "saludos" (27%) y la aparición tímida pero progresiva de "abrazos" (3%). Los resultados técnicos en el ámbito laboral han sido reconocidos en cinco ocasiones, una de ellas, públicamente y las restantes, en un correo colectivo donde las felicitaciones eran extensivas a todos los destinatarios. Las bromas compartidas con los superiores han pasado de versar únicamente sobre clima y política a incluir fútbol (23%), escatología (12%) y machismo lúdico (33%). El próximo objetivo es formar parte de los comentarios jocosos sobre sexualidad y compañeras de trabajo. Una actitud chabacana durante los descansos en la cafetería sería oportuna. Habría que resaltar, no obstante, las escasas ocasiones (2) en que se aparece incluido en los correos masivos lanzados por los propios empleados conteniendo power points virales, enlaces a vídeos pornográficos o jocosos o convocatorias para actividades extracurriculares. No obstante, participar en tales prácticas mermarían el crecimiento de las anteriores variables por lo que no se aconseja provocar un posible conflicto. Sin embargo, no sería exagerado evitar actitudes hostiles como comunicar el retraso de los compañeros, insistir en imprimir por las dos caras o negarse a prestar material de la oficina como clips o pegamento de barra. Esperando que este informe sirva de prueba y estímulo de nuestra amistad, se despide: Samuel H. García
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PD: La muerte de mi madre, como ya te comuniqué informalmente, interrumpirá mi presencia de 12:00 a 13:30 del día 7 de febrero. Te rogaría que anotases todo lo acontecido que consideres relevante para que tal contrariedad no desvirtúe los resultados de la observación.
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Nano Cartas a Berta
Madrid, madrugada del 12 de febrero de 2005 Querida Berta: Hoy me ha mordido un perro. Inmediatamente he pensado en ti, en aquello que dijiste de que el día que un perro me mordiera a mí, sí sería noticia.
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En medio de la noche, con el brazo izquierdo inflamado, lleno de grapas, tranquilo y exaltado por todas las pastillas que me han dado, más las que he añadido de mi cajón, me he dicho ¿por qué no? Nuestro último contacto fue hace un año y ocho meses, cuando agotaste la memoria del contestador con la frase “¡¿Pero quién te crees que eres?!”. No te contesté; porque no lo sabía. Ahora lo sé. Soy quien se acuerda de ti cuando le muerde un perro, quien recuerda con exactitud cuándo tuvimos el último contacto.
Madrid, 4:13 a.m. del 12 de febrero de 2005 Querida Berta: Hablo de un perro grande, un perro lobo de pelo largo, precioso. Al cruzármelo en la acera me agaché hacia él diciendo ¡perrico bonico! El pobre animal, asustado, se lanzó sobre mí. Apenas tuve tiempo de echarme hacia atrás y protegerme con el brazo izquierdo, donde me dio varios bocados y me produjo desgarrones. El dueño tiró de él y empezó a pegarle. Eso me enfureció, porque si el animal actuó así fue por miedo y el causante de ese miedo no podía ser otro que él. Intenté tranquilizarlos a los dos y acabé acariciando al perro con la mano derecha, mientras le decía al dueño que no pasaba nada, que la chaqueta era vieja, que no quería ni su nombre para poner una denuncia.
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Ahora me doy cuenta de que te escribo no por lo que decía en la carta anterior, o al menos no solo por eso. Lo hago porque eres la única persona que conozco que se pondrá sin la menor duda de parte del perro y en contra de la crueldad del dueño, y del comportamiento estúpido del mordido. Estas cosas hay que dejarlas dichas. También hay que decir que fue una suerte que me protegiera con el brazo izquierdo, porque de haberlo hecho con el otro ahora no podría haber reabierto este contacto tan necesario.
Madrid, 5:00 a.m. del 12 de febrero de 2005 Querida Berta: No nos engañemos. Aunque resulta paradójico: con nadie he tenido tanto engaño, al tiempo que el engaño ha sido inexistente. Cuando éramos tan jóvenes y tú tenías esas piernas tan largas que yo adoraba, ya hacías planes descaradamente por los dos: que nunca amaríamos a nadie como nos amábamos, pero que tú buscabas un hombre rico para llevar una vida de zarina prebolchevique; mientras que yo amaría también a los hombres, pero a muchos, porque era mariquita. Sin engaños. Tú eres la honorable esposa de uno de los muy honorables hijos de puta mafiosos del país. Posiblemente acertaste un pleno en lo tuyo pero no en lo mío, porque no fuiste capaz de imaginar, y creo que era bien fácil, que ahora tengo un novio gordo que es fontanero. A
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veces me saca de quicio y me dan ganas de violarlo. Y lo violo. Pero cuando duerme con esa respiración agitada y ese sudor de los enfermos del corazón, me gusta dejar la mano sobre su pecho y ensartar el dedo índice en su abundante pelo sudoroso. Sentir cómo se calma y calmarme yo. Que durmamos los dos como niños. Y por no engañarte, te diré que sigo llevando navaja grande, pero no por lo de antes. Los que hemos pasado años en cárceles y manicomios adoramos la fruta fresca y nada me gusta tanto como irla comprando en los puestos y sentarme en un banco a pelarla y comerla. Pues te juro, de verdad, que la pesadilla volvió por un momento y tuve ganas de sacarla y cortarle la yugular al dueño del perro. Quedarme allí, cuidando del animal hasta verlo desangrarse a él; y que me detuvieran. ¿Sabes por qué no lo hice? Por ti. Pero no tengo ganas de contártelo. Cierro la carta. Dormiré un poco sobre la mesa hasta que se levante mi peluche. Y si no hay otra carta que te explique por qué, tampoco te preocupes demasiado. Nunca nos hemos engañado: nada entre los dos ha tenido más importancia que un romanticismo literario barato. Cualquier momento de nuestra historia puede quedar interrumpido con el movimiento de dejar una taza de café sobre el platillo.
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Madrid, 6:15 a.m. del 12 de febrero de 2005 Querida Berta: Aunque quizá esta debería quedar oculta por lo siniestra, cada carta revela una intención más poderosa del motivo real de que me haya puesto en contacto contigo. Cuando pensé en degollar al dueño del perro, reprimí el deseo por ti, como te dije en la carta anterior. Me imaginé otra serie de años en el psiquiátrico de la cárcel y pensé en el período anterior, cuando te las arreglaste para visitarme cada dos semanas. Eso es el poder, ¿no? No hace falta que te recuerde lo que hacíamos en tus visitas. Sí podría contarte algo que no sabes: lo que sucedías días antes y días después de esa fecha. Pero si continuamos con este juego de las matrioskas, acabaremos encontrando nuestra propia calavera. Y a estas alturas, creo que el sentido de la vida es evitar encontrarnos con ella. Mejor dejarlo aquí. Lo evidente es que no podría soportar que esta vez no me visitaras. Peor todavía: no podría soportar que lo hicieras. Considera estas cartas como una consecuencia sin sentido de toda la química que he tomado esta noche. Como la consecuencia indeseable de un hecho fortuito. Como la necesidad, en un momento de derrumbamiento, de estar en contacto contigo. Voy a meter esta última carta en su sobre. A ponerle el sello como a las otras. Mi novio ya está levantado y vestido con su mono azul. Él mismo las echará al buzón. Que el mensajero, que seguramente ya detestas, te desanime de cualquier intento de responderme.
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David RuĂz A vuelta de correo
Unas llaves tintinean, una cerradura carraspea, una puerta cruje y la oscuridad del portal desvanece el eco de los tacones en la acera y lo implanta sobre las baldosas del portal del piso. Las llaves repican de nuevo cuando decide abrir el buzĂłn y afrontar la hojarasca de panfletos publicitarios de comida rĂĄpida y adivinadores infalibles: espera un correo importante del trabajo.
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Pero no lo encuentra. En su lugar se descubre sosteniendo una carta blanca de esquinas dobladas condecorada con media docena de sellos extraños, con su dirección escrita con letras apresuradas y el remite trazado, al reverso, en caracteres balbuceantes. Suspira, embute la carta en el bolso, cierra el buzón, cruza el pasillo, llama al ascensor, espera, abre la puerta, entra, se mira los ojos en el espejo. Marca el botón de su piso, vuelve a mirarse los ojos en el espejo y cuando llega a su vista baja unos centímetros. Antes de descubrirlo en su rostro ve en su reflejo que no sonríe. Cruza el descansillo, entra en casa, camina directa a la cocina (los tacones, ahora, ahogados por la calma de la tarima), abre el sobre, lo deja en la mesa y se hace un café. Sólo irguiendo la taza humeante a modo de escudo consigue encarar la carta, desplegarla y comenzar a leer. Primero, arriba a la derecha, una larga lista de lugares y fechas, tachados excepto en la última fila, ordenados por exotismo creciente y cercanía de la fecha. Debajo, a la izquierda, su nombre de pila, desnudo en la letra apresurada, sin apellidos, sin más donde apoyarse que la coma que lo sigue y lo sostiene al borde de un espacio amplio y vacío. Pero centímetros más abajo las letras contrahechas y saltarinas esperan en formación de batalla. Aún así se da el lujo de concederse un sorbo al café y un suave deslizar de los ojos por el espacio vacío, porque conoce sus derechos como lectora, pero al final la curiosidad la vence y acomete el texto de la carta. Evidentemente, había adivinado el remitente. No podía ser otro. Comienza saludándola, un saludo protocolario, e inmediatamente justifica el correo (y ella le siente volcado sobre el papel y escribiendo sobre la mesa de algún pequeño café en el último de los sitios de arriba a la derecha) diciendo que quizá ni se acuerde, pero que ella le escribió una vez, hará pronto siete años, y que por estúpido que parezca él le está
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respondiendo ahora a aquella carta. Le dice que quizá le sorprendiera no recibir nada antes, o la enfadase, o la dejase indiferente, o probablemente todas esas cosas varias veces, y le cuenta que no es que no la quisiera responder, sino que, simplemente, no pudo hacerlo. No es, explica, que no la escribiese. Sí que lo hizo. Una carta por lugar de exotismo creciente y una por fecha anotada y tachada. Pero que la primera carta, por ejemplo, fue bien hasta el párrafo tercero, cuando después de noventa y ocho palabras algo dentro de él se rasgó y se descubrió vociferando su escritura y rasgando el papel en trozos más y más pequeños, como intentando desvanecerlos. Que la segunda se corrigió y le escribió domesticado y amable, pero que la carta ardió por hipócrita, por falsa y por increíble. Que la tercera se perdió de la mesa de un café en Lisboa en un golpe de viento, y la cuarta se deshizo bajo una lluvia de lagrimones tristes, y que la quinta fue en verso, pero que entonces, ya habían pasado tres años, andaba intentando hacer su vida y finalmente el poema tuvo otro destino, decisión que, comenta sin más detalle, resultó finalmente funesta. Y le cuenta que después de tanta pérdida y tanta imposibilidad de enviarle nada se acostumbró a continuar de aquella manera probablemente por egoísmo, por procurarse el consuelo de hablarle y el placer de que ella no lo pudiera escuchar. Y así nacieron las seis cartas siguientes, que bajo la premisa que las sostenía fueron cada vez más crueles, rencorosas y vengativas, hasta que un buen día, en algún lugar de Asia, contempló cómo un taxi le llevaba por delante un puestito de flores y la vida de su joven dependienta, y sintiéndose triste le escribió la carta que, confiesa, más le costó no enviar, cosa que logró básicamente recurriendo a lo que ya era el hábito.
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Pero aquella maldita carta, cuenta, le inoculó el germen del corresponsal, el deseo primero bastante latente y finalmente tormentoso de que ella, de nuevo, pudiera leer sus palabras, saber de él, quizá contestarlo, quizá, escribe muy pequeñito, habiéndose olvidado lo suficiente pero sólo lo justo de él como para sentir la necesidad de aprender más de nuevo. Aquella carta la rompió, como tantas otras, o la olvidó bajo una taza vacía o la abandonó en el suelo de un cuarto de hotel, pero luego se descubrió recordándola, preguntándose por el motivo de aquella costumbre. Y termina la carta diciéndole que ahí está y que su última dirección será estable un tiempo (no como, reprocha entre paréntesis, la de ella, ya que las tres últimas generaciones de cartas fueron enviadas y devueltas sin abrir por mudanzas y desencuentros del buzón correcto). Y que si quiere que le escriba, o que no lo haga si ya no lo siente necesario. Pero que sepa que él sigue vivo, al otro lado de una carta, un tiempo, un espacio y un bolígrafo, y que desde el otro lado de todo ese mecanismo a veces sonríe y a menudo piensa en ella. Se despide sólo con dos palabras y su firma, torpe y desgarbada. Entonces ella deja la carta y la taza fría de café a la que sólo le falta un sorbo. Con la punta de los pies se descalza, y camina silenciosa por la casa, recopilando papel y lápiz. Pone otra cafetera al fuego y mientras se hace comienza su carta de respuesta, que no logra vivir mucho: muere a mitad del segundo párrafo, rasgada en dos. Y ella coge otra hoja, cierra los ojos, recuerda un rato largo, más por darse gusto con la hazaña que porque requiera tanta pausa, y después, letra por letra, copia la carta que le envió hace seis años. Después la firma, sonríe, añade una pequeña postdata, se toma un café recién hecho, se calza de nuevo y sale de casa a comprar un sobre y un sello.
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En su mano, la postdata sólo dice «ahora, tarda menos».
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