ITINERARIO 2- PARQUE EL CAPRICHO

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ITINERARIO POR EL PARQUE DE “EL CAPRICHO”. CONTENIDOS


PARQUE EL CAPRICHO

El jardín El Capricho de la Alameda de Osuna es uno de los espacios verdes que conforman el patrimonio artístico-natural de Madrid. Situado en el barrio de la Alameda de Osuna, se trata de uno de los parques más bellos de la ciudad y, paradójicamente, es todavía un gran desconocido para muchos madrileños. Este jardín de 14 hectáreas, ubicado en el distrito de Barajas, nace sobre 1784 cuando los Duques de Osuna, una de las familias más ilustradas y poderosas del momento, adquieren esta finca, propiedad del conde de Priego, primero en concepto de arriendo entre 1783 y 1877 y luego como propiedad; para dar rienda suelta a sus inquietudes artísticas y para alejarse de la gran ciudad. Fue la duquesa, doña María Josefa de la Soledad Alonso Pimentel, la principal impulsora de este parque. Considerada como la mujer más inteligente de la época y protectora de artistas, toreros e intelectuales, creó en la finca un auténtico paraíso artístico-natural frecuentado por las personalidades más ilustres de la época y en el que trabajaron los artistas, jardineros y escenógrafos con más prestigio. La mayor parte del parque se realizó entre 1752 y 1834, coincidiendo con la iniciativa de la Duquesa de Osuna. A la muerte de la duquesa, su primer nieto, Pedro de Alcántara, heredó el ducado de Osuna y con él El Capricho. Sin embargo, cuando muere en 1839, el ducado de Osuna pasó a manos de su hermano Mariano, con quien llegaría el primer declive. Auténtico derrochador y de carácter excéntrico, perdió toda la fortuna familiar por lo que a su muerte, la finca hubo de ser subastada para liquidar sus deudas. Pasó entonces a manos de la familia Baüer. A pesar de que mantuvieron el paraje en un aceptable estado de conservación, su decadencia ya no tenía marcha atrás y poco a poco fueron vendiéndose sus pertenencias. Durante la Guerra Civil, lo que había sido un lugar de recreo se convirtió en Cuartel General del Ejército del Centro, de cuya época queda un entramado de búnkers que recorre el jardín. Finalizada la guerra, la finca pasó por manos de varias inmobiliarias hasta que en 1974 el Ayuntamiento de Madrid comprase el parque y varios años después comenzase su restauración. Tras varios periodos de abandono, fue recuperado en 1999, trabajo que en 2001 le valió el diploma Europa Nostra.


1. Palacio 2. Templete 3. Estanque de los Cisnes 4. Rueda de Saturno (Obelisco) 5. Abejero 6. Estanque de las Tencas 7. Ruina o casa del Artillero 8. Batería o Fortín 9. Zona de juegos 10. Ría 11. Lago 12. Puente de Hierro 13. Isla y monumento al III Duque de Osuna 14. Casa de Cañas 15. Pabellón de Esteras 16. Quiosco Embarcadero 17. Montaña Rusa 18. Casino de Baile 19. Jardín de Flores 20. Casa de la Vieja 21. Plaza de Toros 22. Parterre 23. Columnas de los enfrentados (Duelistas) 24. Invernadero 25. Puente sobre el arroyo 26. Exedra y Plaza de los Emperadores 27. Estanques del Parterre 28. Fuente de los Delfines 29. Jardín de la Fuente de las Ranas 30. Gruta del Jardín de las Fuente de las Ranas 31. Gruta del Laberinto 32. Laberinto 33. Casa de Vacas 34. Estanque nuevo 35. Plaza de plátanos 36. Ermita 37. Estanque de los patos 38. Refugio (bunker) 39. Polvorín 40. Plaza de la fuente 41. Casa de oficios 42. Aseos públicos 43. Ventiladores del bunker LOS DUQUES DE OSUNA:

Los Duques de Osuna , obra de Goya


LA DUQUESA DE OSUNA: María Josefa Pimentel, duquesa de Osuna (1752–1834), casada con el noveno duque de Osuna, Pedro Téllez-Girón, fue una de las damas más importantes de la nobleza de la época, y mecenas de mecenas de artistas, escritores y científicos.. María Josefa de la Soledad Alonso Pimentel de Téllez Girón (1752-1834), condesa de Benavente, duquesa de Osuna, emparentada con la mitad de los grandes de España, era una persona extraordinaria como su marido y en algunos aspectos aún más. Era una de las pocas mujeres que representaban un papel destacado en la vida social española a través de la Junta de Damas en la Sociedad Económica de Madrid. Tenía ideas avanzadas y prácticas relacionadas con todos los asuntos públicos, desde el estado en que se encontraban las cárceles femeninas hasta la educación infantil y la necesidad de vacunar a todo el mundo. Sus contactos sociales, políticos y clericales eran de tal calibre que, por lo que parece, obtuvo sin mucha dificultad la autorización del Santo Oficio para crear una nutrida biblioteca que contenía libros proscritos por el Índice, como las obras de Rousseau y Voltaire, entre otros muchos. Era en resumidas cuentas una gran anfitriona de la sociedad e intelectualidad europeas, de gustos muy refinados y provista de una agudeza e ironía inmensas; mostraba un frio desdén por todo tipo de estupidez, superstición e hipocresía. Hija del conde duque de Benavente, Francisco de Borja y Vigil de Quiñones, y de María Francisca Téllez Girón, heredó el condado ducado de Benavente a los once años de edad, pues su padre falleció en 1763, y también habían muerto siendo muy niños sus hermanos y hermanas. Por el inmenso patrimonio ligado al título nobiliario de Benavente y todos los títulos vinculados por la Casa que recaerían en María Josefa, su madre concertó para ella el matrimonio con Pedro Téllez Girón, segundogénito de los duques de Osuna. Con buen criterio, Francisca quería para su hija un marido de igual rango pero de "menos fuste", para que su dignidad no llegase nunca a ensombrecer la de los Benavente, así que quiso casar a María Josefa con un segundón, desde su pinto de vista la opción ideal. Pero el destino se torció, ya que el primogénito de los Osuna, José María, falleció sólo unos días antes de la boda de su hermano, que se celebró en 1771. Para disgusto de su madre (que de hecho quiso anular el compromiso, aunque los novios se opusieron), María Josefa estaba destinada a convertirse en duquesa de Osuna. Eso sí, la aristócrata usó siempre en sociedad el nombre que por sangre le correspondía, el de condesa duquesa de Benavente. Muy pronto María Josefa comenzó a destacar en la Corte de Madrid. Era una intrépida amazona que asombraba a todas las damas y a muchos hombres con su destreza con el caballo. Aunque intentó ser madre enseguida, su primer embarazo se malogró y no dio a luz a su primer heredero hasta 1775. El niño fue bautizado con el nombre de José María del Pilar, pero sólo sobrevivió un año. La misma suerte correrían los siguientes vástagos del matrimonio: Ramón, Micaela y Pedro Alcántara. Ninguna de las criaturas pasaría de los cuatro años, lo cual hizo sufrir a la Benavente, que por encima de todo quería ser madre. Mientras otras damas de la nobleza entretenían su ocio con meras demostraciones de aburrimiento, la condesa entregó su tiempo a la lectura. Leía con avidez, y cuando echaba en falta algún volumen en la rica biblioteca de su casa, se apresuraba a encargarlo. Después de la muerte del pequeño Pedro, que le resultó particularmente dolorosa, la condesa duquesa decidió reunirse con su esposo, que desde hacía tiempo permanecía con su regimiento en la Isla de Mahón. Allí, donde María Josefa sufrió otro aborto, permanecieron unos meses hasta que en 1782 recibieron orden de trasladarse a Barcelona. En esa ciudad nació unos meses más tarde una hija del matrimonio, Josefa Manuela. Al poco de nacer la niña, los duques trasladaron su residencia a Madrid, donde, en 1785, nacería su segunda hija,


Joaquina. Un año más tarde, en 1786, vendría al mundo el tan deseado heredero, que llevaría el nombre de Francisco de Borja. En 1788 nació otro niño, Pedro Alcántara, y todavía vendría otra niña más, Manuela Isidra, nacida en 1794. En contra de la costumbre de la aristocracia de la época, por la que los niños quedaban desde su nacimiento confiados a ayas, doncellas y amas, Josefa Pimentel quiso ocuparse personalmente del cuidado y la educación de sus hijos, entregándoles todo el tiempo posible Desde su traslado a Madrid, la condesa duquesa y su esposo vivieron en su casa de la Cuesta de la Vega, que la propia María Josefa se había encargado de acondicionar, demostrando un exquisito buen gusto que sorprendió en la Corte. Pronto la casa, muy cercana al Palacio Real, se convertiría en uno de los puntos de reunión de la sociedad madrileña y, sobre todo, en refugio de intelectuales a los que María Josefa gustaba de proteger y ayudar. Pero fue en 1783 cuando María Josefa auspició el más ambicioso de sus proyectos: la construcción, en las afueras de Madrid, de un palacio magnífico rodeado por una finca de recreo al que, con toda justicia, la duquesa de Osuna llamó "Mi Capricho", y que ha llegado a nuestros días conservando parte de su antiguo esplendor y con el nombre de "El Capricho de la Alameda de Osuna". El jardín es toda una fantasía de grutas, estanques, templetes, plantas exóticas y árboles raros. El palacio cuenta con un fastuoso salón de baile donde pronto se dieron las mejores fiestas de Madrid, y cuenta además con una biblioteca tan bien surtida que, cuando muchos años después los herederos de la Casa pretendieron abrirla al público, se les prohibió expresamente por contener los estantes muchos y muy raros libros que se consideraban prohibidos. En la rica pinacoteca con que cuenta el palacio se encuentran muchos lienzos expresamente encargados a un pintor entonces muy de moda en la corte de Madrid, Francisco de Goya y Lucientes, que ya en 1785 había realizado un retrato de los duques de Osuna. Entre los cuadros que Goya pintó con destino a "El Capricho" estaba el lienzo titulado La pradera de San Isidro. Goya fue uno de tantos protegidos de la condesa duquesa de Benavente, que además de ser extraordinariamente generosa en sus dádivas a la beneficencia, acogió y ayudó a muchos de los intelectuales de la época. María Josefa demostró ser lo que podría llamarse un auténtico "espíritu ilustrado". Su interés por aprender y cultivarse trascendió las artes, pues se sabe que también trabó contacto con inventores y científicos a los que no dudó en ayudar. Como también fueron objeto de su protección y su generosidad escritores como Tomás de Iriarte, Ramón de la Cruz o Leandro Fernández de Moratín. Todos eran habituales en las tertulias (y también en la mesa) de María Josefa, y algunas veces correspondieron a su generosidad dedicándole algunos de sus textos. Con algunos de ellos mantuvo también abundante correspondencia que aún se conserva, muy útil para reconstruir la vida de la condesa duquesa. En algunos casos, como el de Ramón de la Cruz, la protección de la duquesa llegó más allá de la muerte de éste, pues al fallecer el autor y quedar su viuda y su hija en una situación muy precaria, María Josefa dispuso que se les pasaran seis reales diarios, suficiente para subsistir sin estrecheces. Se decía que en aquel momento la condesa de Benavente era la gran rival en la corte de la duquesa Cayetana de Alba, lo que es cierto sólo en parte, pues cada una de las dos aristócratas (que además eran amigas) mantenían su particular círculo de influencia, que estaba marcado por el casticismo en el caso de la de Alba y por el más puro afrancesamiento en el caso de la Benavente Osuna. En una época en la que en Madrid empezaron a surgir con viveza las tertulias, la condesa duquesa de Benavente consiguió que la suya fuera una de las más nombradas, no sólo por la solvencia de los nombres que allí se daban cita, sino por la esplendidez con que se obsequiaba a los que visitaban la casa. También solía ofrecer representaciones musicales, en las que contó con orquesta propia que mantenían con cargo a su pecunio y que dirigían, entre otros, Lidon y Boccherini. Además, y por iniciativa de la propia María Josefa, se compraban en todos los puntos de Europa partituras de los compositores de


moda, con lo que la biblioteca de la casa se enriquecía con una colección de música que tenía fama de ser la mejor dotada de todo Madrid. Cuando, en 1798, Carlos IV decidió nombrar al duque de Osuna su embajador en Viena, María Josefa no sólo apoyó a su marido, sino que aceptó trasladarse con él y sus cinco hijos a tierras centroeuropeas. El viaje fue largo y peligroso, y requirió un paso por el París revolucionario que lo haría todavía más complicado. La Benavente se negó a dejar solo a su marido. Complicaciones diplomáticas obligaron a los duques a pasar en París mucho más tiempo del previsto, y Josefa aprovechó para conocer a los intelectuales del país, visitar museos y comprar libros. Cuando, en 1800, y a causa de haber caído enfermo el duque, la familia se vio obligada a volver a España, María Josefa trajo consigo la amistad de un ilustrado francés, Charles Pougens, antiguo enciclopedista con quien la duquesa no dejó de cartearse nunca. Fue, precisamente, gracias a Pougens cómo llegarían a casa de la duquesa las novelas de autores desconocidos en el país, como Walter Scott o Fenimore Cooper, que se introdujeron en España de la mano de Josefa Pimentel. También le enviaría ejemplares de Le journal des debats o Le journal des Modes, que mantendrían a la condesa duquesa al tanto de las novedades del mundo. El duque de Osuna murió en 1807. Su esposa le sobrevivió veintisiete años, los suficientes para mantener sus labores de socorro y mecenazgo y para ver casados y con descendencia a sus cinco hijos, lo que aseguraba la superviviencia de la casa de Osuna y también de la estirpe de los Benavente. La condesa duquesa todavía habría de sobrevivir a otro de sus hijos, el heredero Francisco de Borja, y asumir la obligación de criar a sus dos hijos. Murió el 5 de octubre de 1835 en su casa de Puerta de la Vega, cuando ya era un hombre su nieto y heredero, Pedro Alcántara Téllez Girón.

EL DUQUE DE OSUNA: Téllez Girón, Pedro (1786-1851). Militar y político español nacido en Quiruelas (Zamora) el 15 de octubre de 1786 y muerto en la misma ciudad el 24 de enero de 1851. Ostentó los títulos de príncipe de Anglona, marqués de Javalquinto, de Vera y de Villadarias y príncipe de Santo Mauro.


Hijo del duque de Osuna y la condesa de Benavente, entre los que reunían las primeras grandezas del Estado. A los tres años se le nombró cadete de Guardias Españolas, y a los siete, el 23 de enero de 1793, capitán efectivo del regimiento de Infantería de América, concediéndosele el grado de teniente coronel el 3 de mayo de 1795. Sin embargo, su carrera militar no comenzó en realidad hasta el 10 de marzo de 1804, como capitán agregado al regimiento de Dragones de la Reina, ascendiendo a teniente coronel del regimiento de Caballería de Pavía el 4 de abril de 1807. A petición del teniente general Gonzalo O'Farrill, fue nombrado ayudante suyo, para acompañarle en la división de tropas que fue a cubrir las guarniciones de Toscana, donde permaneció año y medio. Cuando estalló la Guerra de la Independencia se incorporó a las tropas de Andalucía, donde se hizo cargo del regimiento de Pavía, bajo el mando de Castaños, interviniendo en la batalla de Bailén, a la vez que la Junta de Sevilla le ascendía a coronel. Figuró a continuación en diversas acciones a lo largo del Ebro, y en la desgraciada jornada de Tudela. En la batalla de Uclés salió contuso, promoviéndosele a brigadier en 1809, y al mando de toda la caballería del ejército del Centro. Luego se encargó del mando de la segunda división y de una brigada de caballería. El 2 de mayo de 1810 copreside la función patriótica dedicada a la fecha por los emigrados de Madrid en Cádiz. Una relación de los actos fue publicada a continuación en la Imprenta Real (El Dos de Mayo. Relación..., Cádiz 1810). Con respecto a las acciones de Tarancón y Uclés, fechado en Cádiz el 18 de julio de 1810, publica una rectificación a la respuesta de Venegas al Manifiesto del duque del Infantado, porque se hablaba de morosidad de la Caballería, y él quería reivindicar el honor del regimiento de Pavía y el suyo propio. El 12 de agosto de 1810 ascendió a mariscal de campo, pasando después a mandar una división del ejército de Cádiz. A principios de 1812 se trasladó a mandar la tercera en el Campo de Gibraltar; y luego, se le encargó la defensa del territorio y litoral desde Gibraltar a Cádiz. En 1813 fue elevado a general en jefe del ejército de Navarra, con el que a principios de 1814 penetró en Francia y sitió Bayona. Obtuvo una de las pocas bandas de San Fernando que se concedieron, y el ascenso a mariscal de campo, en 1815, y a teniente general; tras lo cual pidió destino en Madrid, donde vivió en adelante. Al principio de la guerra se había casado con Rosario Fernández de Santillán, hija de los marqueses de la Motilla, de Sevilla. Durante el período absolutista vivió al margen de la política, dedicado a las Bellas Artes, siendo nombrado académico de la Española. Consejero de Estado, entre 1820 y 1823, juez de hecho, en diciembre de 1820, y primer firmante de la Exposición sencilla de los sentimientos y conducta del Cuerpo de Guardias de la Persona del Rey con motivo de los sucesos de los días 4, 5, 6, 7 y siguientes del mes de Febrero de 1821 (Madrid, 13 de marzo de 1821) y de El Cuerpo de Guardias de la Persona del Rey ha acudido a S. M. con la representación siguiente (Madrid, 7 de abril de 1821). Académico de la Nacional, en la sección de Literatura y artes. En 1823 emigró a Florencia, regresando en virtud de la amnistía en 1832. Prócer del reino en 1834, gentilhombre de cámara y consejero real de España e Indias, capitán general de Andalucía y luego de Cuba, cargo del que tomó posesión el 10 de enero de 1840 hasta el 6 de marzo de 1841, en que fue sustituido por Jerónimo Valdés. En su breve gobierno protegió las artes y las letras e introdujo mejoras urbanas y sociales. Entonces se fundó la Caja de Ahorros de la Habana. Se trasladó con su familia a Francia, donde estuvo hasta 1843, tras la caída de Espartero. Senador vitalicio. Tuvo tres hijos varones. LA DUQUESA Y GOYA La relación entre Goya y los Duques de Osuna se inició en 1785 y fue muy fructífera, existiendo gran amistad entre ellos. Gracias a este contacto, el pintor iniciará una importante escalada en la corte madrileña, llegando a ser el retratista más solicitado de su tiempo. Para los Osuna


pintará una gran cantidad de obras, desde retratos hasta escenas de brujas. El palacio de los Duques será para Goya como su segunda casa. Don Pedro Téllez Girón, Duque de Osuna, y Doña Josefa Alonso Pimentel, Condesa-Duquesa de Benavente, habían contraído matrimonio en 1774. Fueron dos de los más importantes ilustrados de su tiempo, participando en varias Sociedades Económicas del País y haciendo un importante mecenazgo para las artes y las letras. Fruto de su matrimonio son los cuatro hijos que aquí vemos retratados: a la derecha, Francisco de Borja, que sería el X Duque de Osuna; sentado, Pedro de Alcántara, posteriormente Director del Museo del Prado; junto a su madre, Joaquina, Marquesa de Santa Cruz a la que Goya hará un excelente retrato; y de la mano del padre, la primogénita, Josefa Manuela, futura Duquesa de Abrantes. Precisamente, lo más destacable de la escena será la manera de retratar a los pequeños, concretamente sus miradas en las que se aprecia la dulzura e inocencia de los niños. Y, sobre todo, el cariño que Goya les profesaba. El espacio ha sido cegado con un fondo neutro sobre el que se recortan las figuras, obteniendo diferentes tonalidades gracias a la luz. Todos los personajes se enmarcan en una diagonal de sombra a excepción del Duque que se encuentra en una zona más iluminada.. Los colores empleados son muy uniformes: grises, verdes y rosa, de nuevo a excepción de Don Pedro, que lleva casaca oscura con tonos rojos. La pincelada que utiliza el artista es cada vez más suelta, como se aprecia en las borlas del cojín. Las transparencias de los encajes en cuellos y puños y el perrito que se esconde entre el Duque y los dos niños son detalles que demuestran la calidad del pintor. La influencia del retrato inglés, especialmente de Gainsborough, es significativa. Los Osuna fueron, junto con la familia real, uno de los principales compradores de su obra. Al pintor le fueron encargadas diversas obras para decorar los aposentos del Palacio de “El Capricho”. En los años 1797 y 1798 pintó una serie de cuadros de brujas para los duques, un tema que a los ilustrados les resultaba muy estimulante. La propia duquesa sentía debilidad por este tipo de pinturas. Los lienzos para su finca de la Alameda se inspiran en el teatro de la época. Son los titulados El convidado de piedra —actualmente en paradero desconocido- y una escena de El hechizado por la fuerza que recrea un momento del drama homónimo del citado dramaturgo en el que un pusilánime supersticioso intenta que no se le apague un candil convencido de que si ocurre morirá. Ambos realizados entre 1797 y 1798, representan escenas teatrales caracterizadas por la presencia del temor ante la muerte aparecida como una personificación terrorífica y sobrenatural.


Para El Capricho realizó varios cuadros con temas de brujería: La cocina de los brujos, Vuelo de brujos, El conjuro y El aquelarre. LOS JARDINES DEL S. XVIII Y XIX Cuando se inicia el Parque de El Capricho, conviven en Europa dos formas básicas en el trazado de los jardines: el jardín clásico francés, ya en decadencia, y una nueva forma de diseño, el denominado jardín inglés, romántico o pintoresco, que responde a un cambio de mentalidad, una nueva visión del mundo y sobre todo de la naturaleza. El jardín francés clasicista:


Primero en el Renacimiento y después durante el Barroco, Francia con sus villas y châteaux habían establecido un modelo de jardín de acompañamiento a la arquitectura en Europa. Sus aspectos más sobresalientes eran la formalidad y artificialidad de sus formas, el diseño de estos jardines constituía un arte sofisticado de complicadas plantas geométricas, cuidadosamente configuradas, un ejemplo sobresaliente de lo expuesto se encuentra en los jardines Palacio de Versalles. La “razón” se traslada a los jardines en forma de diseños geométricos, repetitivos, donde la naturaleza se somete a estrictas leyes de composición, simetría y geometría. Se buscan amplias perspectivas, prolongadas infinitamente por calles que surcan los jardines. El agua, con sus fuentes y estanque, también se “geometrizan” y contribuyen a resaltar tan ansiadas perspectivas. Setos y parterres adquiere las más diversas y repetitivas formas geométricas. Completando el jardín se distribuían arquitecturas y esculturas, sometidos a la misma rigidez compositiva.

El jardín inglés, romántico o paisajista: Los arquitectos ingleses del siglo XVIII rechazaban este tipo de parque por motivos estéticos, motivos de carácter filosófico, relativos a la introducción del concepto de lo natural y las formas naturales, antes de haber sido deformadas por la fuerza humana, así para los paisajistas ingleses, las laderas, colinas, árboles y arbustos adoptaban sus propias formas con total libertad, sin constricción a ninguna norma geométrica; pero también se encontraban razones políticas en el rechazo a las formas francesas, y constituyó una manifestación aplicada a las artes de la política antifrancesa contraria al absolutismo que imperaba en ese país. De esta forma hay que entender el jardín inglés como una consecuencia de todas las ideas expuestas. Este nuevo estilo de diseño, recibió influencias en el terreno literario, de los clásicos Virgilio y Ovidio y también en la pintura, de la escuela romana de paisajistas del siglo XVII, que representaban paisajes de la Antigüedad, ricos en incidentes pintorescos. Los proyectistas de jardines ingleses trataron de evocar, en sus creaciones, los efectos pintorescos de la visión italiana y recrear un ambiente nostálgico e idílico. 1 Los diseños de jardines ingleses, tomando como partida los principios antes expuestos, del elemento natural, no eran desde luego reservas naturales y salvajes como las que actualmente se conservan en la naturaleza, eran a su manera, tan artificiales y sofisticados como sus precedentes franceses. El canon europeo de parque inglés incluye un buen número de elementos románticos; siempre existe un estanque con un puente o un muelle (construcción). Alrededor del lago suele encontrarse un pabellón de forma hexagonal, a menudo con forma de Templo romano. A veces el parque incluye también un pabellón chino. Otros elementos corrientes son grutas y ruinas. Su concepción es irregular con caminos tortuosos y vegetación aparentemente no domesticada, dando una impresión natural. Se conservan y se explotan los accidentes del terreno, tales como cuestas. Hay abundante presencia de arbustos, malezas y elementos arquitectónicos que participan en su decoración: folly, rocas, estatuas, bancos, etc. Asociación de diversas decorativas. Las formas y colores de la vegetación son variados. Los itinerarios no se señalan, ya que en el paseo por un jardín inglés se deja un espacio a la sorpresa y al descubrimiento y no suelen existir grandes avenidas rectilíneas que guíen los pasos del paseante sino más bien una clase de "vagabundeo poético". Este tipo de jardín quiere ser como el paisaje de una pintura. Su disposición irregular, opuesta al orden del "jardín francés", lo encaja como un simbólico de la libertad que encontró necesariamente un eco en la Revolución francesa, frente al yugo del "jardín francés". La


negación de la simetría se vinculaba entonces con una negación de los códigos. Se volvió el símbolo de la emancipación frente a la monarquía absoluta y sus representantes. Se trata, con todo, de un "decorado" reconstituido: para la comodidad de los paseantes se puede colocar un banco con el fin de contemplar una parte de agua o aprovechar la sombra de los árboles. La salvaje naturaleza se reconstruye de forma ablandada. La evolución que conoció este tipo de jardín en el siglo XIX ilustra bien este recreo idealizada de la naturaleza. Su concepción es irregular con caminos tortuosos y vegetación aparentemente no domesticada, dando una impresión natural. Se conservan y se explotan los accidentes del terreno, tales como cuestas. Hay abundante presencia de arbustos, malezas y elementos arquitectónicos.

EL PARQUE El diseño de los jardines de la finca de descanso de los Osuna fue férreamente controlado por la propia condesa-duquesa de Benavente. A Pablo Boutelou se le encargaron los primeros trabajos, sus esquemas –fechados en torno a 1784- sirvieron, al menos, para levantar el jardín bajo, el más próximo a la casa-palacio. En 1787 se contrata, en exclusividad, a Jean Baptiste Mulot, un jardinero francés anteriormente al servicio de María Antonieta. De 1795 data el contrato de otro jardinero francés, Pierre Provost, quien también habría de trabajar en exclusividad para la Casa de Osuna, encontrando la muerte en 'El Capricho', a manos de tropas francesas, en 1810. Coincidiendo con el período de la dirección de P. Prevost, intervino en la decoración de la finca Ángel María Tadey y Borghini, un escenógrafo italiano a quien se debe, además de un buen número de arquitecturas efímeras, el cuidado y mantenimiento de esta casa de campo. La entrada de las tropas francesas paraliza las obras de un jardín prácticamente ultimado; seguirán retoques y modificaciones, dirigidos por la propia condesaduquesa tras su vuelta a la Corte y, después de su muerte, por su nieto-heredero, Pedro Alcántara; con todo, las líneas directrices del jardín quedaron fuertemente definidas en el gozne de los siglos XVIII al XIX. El parque puede definirse como "un jardín femenino por esencia, hecho por una mujer de gusto", y no hay mejor manera de referirse a él. La sombra de María Josefa Pimentel vaga aún por los parques de la que fuera una de sus propiedades más querida, su "capricho"; y a poco que el visitante esfuerce su imaginación podrá soñar con encontrase a Francisco de Goya retratando a la propia condesa-duquesa o a su familia; a Leandro Fernández Moratín o a Tomás de Iriarte leyendo sus últimas obras teatrales ante una selecta concurrencia, a Ramón de la Cruz ensayando con Boccherini alguna de las óperas que habrían de representarse en el teatro de la casa, o las damas de la más selecta sociedad madrileña criticando los amoríos de la reina María Luisa con Manuel Godoy, una figura poco grata para la condesa-duquesa de Benavente. Todo un mundo con el que soñar a sólo unos kilómetros del centro de Madrid. El jardín, de unas 14 hectáreas de extensión, ocupa la parte posterior de la casa-palacio, se estructura en tres niveles. Un eje principal, que comunica la puerta de entrada con el centro de la fachada de la casa-palacio, separa una zona norte de otra sur, ambas con diseño bien distinto. A la finca se accede por una plaza circular que en su momento albergó corridas de toros, custodiada por dos pabellones de portería. En la plaza una puerta de hierro coronada con el nombre “El Capricho”, da paso al parque.


Puerta de acceso al parque.

Tras flanquear la puerta, a la derecha, queda la "plaza de los cipreses" o Paseo de los Duelistas, obra de Martín López Aguado, donde dos bustos levantados sobre sendas columnas de mármol muestran a dos duelistas, con las espaldas enfrentadas, en posición de dar inicio a su combate; las columnas guardan los cuarenta pasos reglamentarios de separación. El conjunto queda bordeado por un círculo de cipreses (Cupressus sempervirens L.) –que da nombre a la plaza- junto a los que crecen algunas celindas (Philadelphus coronarios L.), unos arbolillos de flores blancas muy olorosas.

Parterre de los duelistas

La leyenda sostiene, aunque de forma errónea, que es una referencia al duelo real que existió entre el infante don Enrique de Borbón, primo hermano de la reina Isabel II, y don Antonio Felipe de Orleans, quinto hijo de Luis Felipe I, rey de Francia. En principio, el motivo de dicho desafío fue la distribución de una hoja por parte del infante don Enrique en la que se acusaba al hijo del depuesto rey de Francia de una conjura contra el emperador francés Napoleón III.


No debemos dejar de contemplar las fechas en las que se produjo dicho duelo: se trata del año 1870, hacía dos años que el trono de España estaba vacante tras el derrocamiento de Isabel II, aún no se había decidido un sucesor y ambos querían ocupar dicho trono. El enfrentamiento se realizó a pistola y el Duque de Montpensier, casado con la hermana menor de Isabel II, mató al infante español acabando así con las posibilidades de ambos de lograrlo, uno por fallecimiento y otro por haber matado a un infante de España. El duelo se llevó a cabo en la dehesas de los Carabancheles, en las Ventas de Alcorcón, y no coinciden las fechas del monumento y del duelo por lo que, aunque la leyenda continúe, ésta no es real. Tras el Parterre de los Duelistas, un edificio rectangular de dos pisos: se trata del Invernadero, construido en 1795. Tras él, en una zona no visitable, dentro de una estructura de hierro y cristal, está el espacio de plantación. Aquí, si prestamos un poco de atención, veremos que el camino que separa a los Duelistas del Invernadero transcurre paralelo al que veníamos siguiendo desde la portada trasera.


Invernadero

Más adelante, dos puentes con barandillas de hierro nos adentran en un espacio ovalado, conocido como la Plaza de los Emperadores, con los bustos de doce emperadores romanos, y la Exedra, una construcción a modo de templete con semicúpula de planta semicircular y reminiscencias clásicas. en su centro una columna servía para situar el busto, en bronce, de la condesa-duquesa de Benavente; del monumento queda, a más de las escalinatas de acceso, un conjunto de esfinges vaciadas en plomo por Francisco Elías.


Exedra de la Plaza de los Emperadores.

Bu stos de los emperadores

La excelencia paisajista de El Capricho se manifiesta en tres tipos de jardines clásicos: el parterre o jardín francés, el paisajista inglés y el giardino italiano. Delante de la fachada oeste del palacio se extiende el parterre, con sus setos recortados como si de un bordado sobre la tierra se tratase. En la parte baja se sitúa el italiano, el espacio más antiguo de la finca, que mezcla los setos con rincones con


árboles en los que tomar el sol en invierno o resguardarse a la sombra del sol veraniego. Cerca de éste, el laberinto, concebido para el juego amoroso y los escondites, está hecho con laurel y respeta

los planos del que se plantó en vida de la duquesa. Por último, el resto del parque está concebido como un típico jardín paisajista inglés, evocando la naturaleza en su estado puro que invita al paseo y a detenerse en los rincones más escondidos. En él abundan árboles del amor, olmos, almendros, encinas y lilos, que en primavera llenan el paseo de color. De trazado libre, que supuso la introducción de este estilo en nuestro país; se pretende en él imitar a la propia naturaleza, cantada en los textos de Jean-Jacques Rousseau y John Milton. En él los pinos piñoneros (Pinus pinea L.), alternan con encinas (Quercus ilex L.), tilos (Tilia platyphyllos Scop.), plátanos de paseo (Platanus hispanica Miller) y acacias de tres espinas (Gleditsia triacanthos L.), junto a ellos algunos madroños (Arbutus unedo L.), robles (Quercus robur L.), tejos (Taxus baccata L.), cedros (Cedrus atlantica (Endl.) Carrière) y otras especies arbóreas completan el conjunto. Pasear por este jardín es toda una aventura, a cada paso aparece una sorpresa, una escenografía preparada hacer realidad los sueños. Dejamos atrás la Plaza de los Emperadores y tomamos el ancho camino central que nos llevará hasta otro lugar emblemático del parque, el Palacio, al que desde aquí podemos ya divisar al final del recorrido. Este trayecto central se cree que no existió hasta las reformas realizadas en el jardín entre 1834 y 1844 por el nieto de la Duquesa, don Pedro de Alcántara. El Parterre, en cambio, es más moderno ya que en su lugar, y según atestiguan antiguas fotografías de 1856, era una rosaleda la que bordeaba este paseo. El Parterre existente en la actualidad procede de la restauración realizada entre 1943 y 1952 por Javier de Winthuysen, jardinero y pintor de Sevilla nacido en 1875 y muerto en 1956. El organismo que promovió esta restauración fue el Patronato de Jardines Artísticos de la Dirección General de Bellas Artes y, posteriormente, tras adquirir la propiedad el Ayuntamiento de Madrid, realizó algún otro cambio en esta parte del terreno, como fue el plantar cipreses y ponerle bordillos al camino.

Casi al final del Parterre y antes de llegar a la Fuente de los Delfines, pasaremos por los Estanques del Parterre; eéstos son dos y están situados a ambos lados del camino. Aquí podemos optar por desviarnos en nuestro camino inicial y, desde la zona de los estanques, dirigirnos hacia nuestra derecha según miramos a Palacio (Sur-Suroeste), donde encontraremos el Laberinto.


El Laberinto se encuentra a una altura inferior del terreno, junto al Jardín Bajo del que hablaremos más adelante. Aunque del Laberinto no se sabe nada antes del siglo XIX, se cree que también es otra obra de tiempos de la Duquesa. Fue reconstruido varias veces antes de que en los años 40 del siglo XX lo destrozara el aterrizaje forzoso de un avión de Iberia procedente del cercano aeropuerto de Barajas. Tras este suceso se abandonó, convirtiéndose en un espacio de almacenaje hasta que aparecieron los planos originales del Laberinto, momento entonces en que comenzó su restauración. En ella, se volvieron a instalar en su plaza central unos bancos y se plantó en su centro un árbol de Júpiter, destacando su color rosa al florecer en primavera entre la verde vegetación de la que está rodeado. Ocupa una superficie de 6.030 metros cuadrados y los caminos más cortos para llegar hasta su centro o salir de él miden 370 y 319 metros respectivamente.

Situado al Este-Nordeste, se encuentra el Jardín Bajo, también llamado Jardín de las Ranas por la fuente de su plaza central. Es el rincón más antiguo del recinto, quizás del siglo XVI, y en la escritura de compra, por la que los duques adquieren la propiedad al Conde de Priego, ya se hace mención a él y a una fuente existente en su centro.


Este jardín privado se podría considerar como el jardín secreto de una villa italiana (giardino segreto). Aquel al que, apartándonos del camino principal o más conocido, vayamos a un encuentro que deseamos que permanezca oculto o recogernos a reflexionar mientras la misma vegetación nos protege de miradas indiscretas. En cuanto a su fuente, la taza 6 es más antigua y posiblemente es la original, a diferencia de las ranas que la decoran, añadidas posteriormente por la Duquesa. Construidas en bronce, permanecieron allí al menos hasta mediados del siglo XIX; posteriormente, se trasladaron a la fuente principal del Parterre, donde las veremos a continuación.

Si volvemos atrás, hacia el Parterre, y desde allí tomamos el ancho camino que conduce a Palacio, pasaremos por la Fuente de los Delfines, construida en el siglo XVIII y coronada en la actualidad con varias ranas de la anteriormente nombrada Fuente de las Ranas. Toma su nombre de los cuatro delfines adosados a ella. Detrás de la fuente y cómo podemos ver en la fotografía, tenemos el Palacio. Éste fue construido en el siglo XVIII en el mismo sitio donde anteriormente estaba la casa comprada en 1783 y ya en una tasación de 1789 se hace una descripción de él. En su primera modificación, entre 1784 y 1788, el arquitecto Machuca Vargas le añade dos torres y, posteriormente, en una prolongación de dichas reformas, otro arquitecto, Mateo Medina, levantará los dos torreones del Duque y de la Duquesa. Durante la ocupación francesa, el edificio sufrirá graves daños, llegando las buhardillas a estar en tal estado de deterioro que amenazaban con su hundimiento.


Tras la contienda, el edificio es restaurado y reformado por la Duquesa y, tras la muerte de ésta, por sus herederos, primero por su nieto Don Pedro de Alcántara, XI Duque de Osuna, y tras el fallecimiento de éste, por su otro nieto y hermano del primero, Don Mariano de Alcántara, XII Duque de Osuna, quien en 1882 fallece arruinado y sin herederos. Los acreedores ponen a la venta todos sus bienes, adquiriendo la propiedad de El Capricho la familia Bauer, propietarios de la banca del mismo nombre, quienes al quebrar en 1946, ven pasar la finca a la Inmobiliaria "Alameda de Osuna". Ésta esboza diferentes proyectos hoteleros que finalmente no lleva a cabo y, tras estar la finca abandonada durante años, es el Ayuntamiento, su actual propietario, quien la compra en 1978.

En la actualidad, al contemplar el exterior del edificio y a pesar de los remozamientos que se le hayan efectuado, es difícil poder imaginar el gran lujo que en el pasado albergó en su interior. Los muebles y las tapicerías, la decoración de las paredes, los espejos y las arañas 7 de cristal, todo en él era de una calidad excepcional. En la colección de cuadros, eran numerosos los pintados por Goya, como podían ser "Vista de la Pradera de San Isidro", "La era o el verano", "Aquelarre", "La gallinita ciega", o "La cucaña", no estando aquí reflejados todas las obras del genial pintor que colgaban de sus paredes, ya que es a esta casa nobiliaria, los Osuna, a quienes más cuadros pintó, entre otros los del Duque y la Duquesa. Aún es posible ver en el suelo del comedor la decoración original de azulejos representando la batalla de Issos8.


Si rodeamos el Palacio por su fachada Norte (la situada a la izquierda, según miramos el edificio desde la Fuente de los Delfines), nos sorprenderemos al ver frente a ésta, la entrada a un Bunker. Se construyó en 1937, durante la Guerra Civil Española (1936-1939), al situarse en el parque el Cuartel General de la Defensa de Madrid. Hoy en día, y mientras recorremos el parque, podemos encontrarnos con diferentes entradas y respiraderos de la fortificación. Si continuáramos por este camino, que es en realidad la continuación del que atraviesa el parque desde la entrada posterior y que hemos venido siguiendo mayoritariamente desde nuestra entrada al recinto, llegaríamos a la entrada principal del Palacio. Como la entrada está cerrada, deberemos dar la vuelta, salir por donde mismo hemos entrado y tomar el Paseo de la Alameda de Osuna hasta la Calle de la Rambla, donde acaba la tapia del parque. Subimos unos 150 metros por dicha calle y habremos llegado a la fachada principal del Palacio. Enfrente de éste, tenemos la Casa de Oficios.

En la Casa de Oficios era donde se concentraban, alrededor de un gran patio, las cocinas, cocheras, cuadras y demás servicios propios de las necesidades del Palacio. Con el paso de los años ha tenido diversas utilizaciones, destacando como Escuela Taller "Alameda de Osuna" y como una dependencia del Conservatorio Musical.


Volvamos a El Capricho y vamos a situarnos en el anterior camino que pasaba entre el Búnker y el Palacio y que terminaba en la entrada principal. Si dejamos dicha entrada a nuestra espalda y tomamos el camino situado a la derecha del que nos trajo hasta aquí, llegaremos al ovalado Templete de Baco. Por el camino, habremos encontrado un desvío a la derecha que tomaremos a la vuelta. Construido entre 1786 y 1789, los templetes son algo típico de los jardines paisajistas; podemos citar como antecesores, y posiblemente inspiradores de él, los Templos de Villanueva, en Aranjuez (España), o del Amor, en Versalles (Francia). Cubierto originalmente por una cúpula, como nos cuenta una descripción suya del siglo XVIII, se desconoce el momento en que ésta desapareció. Del mismo modo, en un principio, era otra divinidad, la diosa romana Venus10, quien ocupaba el lugar de Baco, apareciendo el nombre de éste por primera vez en un texto descriptivo de la construcción de principios del siglo XIX.

Vamos ahora a recorrer en sentido opuesto el mismo camino que nos llevó hasta el anterior Templete y tomemos el desvío que mencionábamos antes. Ahora lo encontraremos a nuestra izquierda, lo seguimos hasta que el camino nuevamente se divide en dos, y recorremos el de la izquierda hasta llegar a un espacio no demasiado conocido ni transitado: Estanque de los


Cisnes. Aunque los cisnes que le dan nombre son normalmente inexistentes, estamos en uno de los lugares más ensoñadores del recinto. Dependiendo de la época del año en que lo visitemos y de la persona que nos acompañe, nos puede provocar muy diferentes sensaciones el simple hecho de sentarnos frente al agua y dejarnos llevar por la imaginación. Cerca del costado izquierdo del palacio, se alzan las chimeneas de ventilación del búnker, y, más adelante, la fachada posterior del Abejero. Se trata de un edificio construido a partir de 1794, con una estructura formada por un cuerpo central de planta ochavada 1 y con un ala en cada lateral que lo une a sendos pabellones en los extremos. Las formas del edificio central, las cubiertas de éste y de las alas, y las esculturas que tenía en los nichos de la fachada principal hacen que se haya llegado a definir su estilo arquitectónico como más cercano al rococó 2 que al neoclásico. Su nombre lo toma de las colmenas existentes en su fachada posterior, a las cuales podían entrar y salir las abejas al abrir las trampillas metálicas que las cerraban. Una vez dentro del edificio, el espacio destinado a las abejas quedaba limitado por unos cristales, a través de los cuales podían ser observadas por los posibles espectadores desde una zona lujosamente orjamentada. En su interior, ocho columnas corintias 6, aún existentes, rodeaban una estatua de Venus realizada en mármol de Carrara. Lamentablemente, los materiales tanto del interior como del exterior del edificio no eran de buena calidad y en 1808 ya se afirmaba de él que sería más costosa su reparación que una nueva edificación. Aunque desprovisto de su anterior lujo, hoy podemos disfrutar al contemplar un edificio tan peculiar.

Dejamos a nuestra espalda la fachada delantera del anterior abejero y, siguiendo el camino que de ella parte, llegamos hasta el siguiente punto, consistente en una plaza de la que surgen, que como si de un eje se tratara, seis caminos iguales dispuestos en forma de radios a los que rodea en sus extremos otro camino circular. El conjunto forma la Rueda de Saturno y en la plaza que actúa como eje se encuentra una columna de orden de Paestum9 sobre la que se levanta la estatua de "Saturno devorando a sus hijos".


Llegados al centro de esta Rueda de Saturno , podremos ir hacia el Oeste, a la Ruina o Casa del Artillero, o hacia el Norte, al Estanque de las Tencas. Vamos a dirigirnos en primer lugar hacia este último y, para ello, sólo tenemos que fijarnos en las divisiones del terreno que forman los caminos o "radios" que surgen de la plaza o "eje" de esta "rueda" y, dejando a la izquierda los dos caminos que enmarcan aquella parte del terreno con menos árboles, que es donde se encuentra la ruina, tomar el siguiente camino hacia adelante que nos llevará hasta este estanque que, con algo más de metro y medio de profundidad y de ochocientos cincuenta metros cuadrados de superficie, es el más grande de los existentes en el parque (no confundir con la mucho mayor laguna artificial).

Volvamos atrás y dirijámonos ahora hacia la Ruina o Casa del Artillero. Recordemos que era la que tiene menos árboles entre las seis divisiones del terreno que forman los “radios” que surgen de la "rueda". Al fondo, rodeada de árboles y vegetación, se encuentra la ruina. Esta construcción se realizó con la intención de parecer un edificio abandonado y contribuir así a darle más realismo a esta parte del jardín, de tipo paisajista. Como podemos leer en ““El Capricho” de la Alameda de Osuna”, de Carmen Añón Feliú, “La ruina contribuía a añadir el


elemento "tiempo", con su peso evocador, sentimental llamada a lo efímero de las cosas, y subyacente la presencia de la muerte en contraposición a la imagen de la vida y la naturaleza”.

Continuamos caminando en el mismo sentido con el que hemos llegado hasta la ruina y, a muy pocos metros, tenemos otro singular elemento de este jardín; es la Batería o Fortín. En el momento de su construcción, contaba con una serie de complementos, desaparecidos en la actualidad, tales como doce pequeños cañones de bronce, una garita con un soldado y su armamento, y un puente levadizo de madera. El foso de agua que lo rodeaba sí lo ha conservado; tiene una profundidad de aproximadamente medio metro y, cuando lleva mucho tiempo estancada, el agua toma en la superficie ese color verdoso y esa apariencia de solidez.

Si miramos hacia el fortín, dejando a la espalda de éste la ruina, y caminamos hacia nuestra izquierda, a muy escasa distancia veremos el inicio de una Ría artificial con una longitud de casi medio kilómetro y formada por sinuosas curvas que intentan dar una imagen de naturaleza pura como corresponde a este tipo de jardín (recordemos, paisajista), alejado de la rectitud de los canales típicos en otro tipo de jardines. Vamos a seguir su curso por la margen situada hacia el interior del parque e iremos describiendo los diferentes puntos de interés que vamos a ir encontrando por el camino. Pero antes de continuar, mencionemos que se trata de una ría


navegable por la que, en tiempos pasados, han efectuados bucólicos 11 trayectos a bordo de barcas los propietarios del parque y sus invitados.

El primer punto al que llegaremos será la llamada Zona de Juegos, que encontraremos poco después del giro, de casi 90 grados, que da la ría a la izquierda y adentrándonos un poco hacia el interior del parque. Aquí, durante los períodos de primavera y verano se montaban diferentes aparatos, como podían ser el "Juego de la Sortija" y el "Columpio", de los cuales ya existía constancia en 1798. El primero consistía en una especie de tiovivo formado por un pilar techado con cuatro barras horizontales, situadas a unos 3 metros del suelo, que giraban sobre él y de las cuales colgaban dos caballos de madera y dos cestas. El segundo era lo que su nombre nos indica, teniendo una barca de madera como balancín. Hoy, todo ello ha desaparecido y lo que ha quedado es el terreno y algunas señales en el suelo.

A continuación, nos llegaremos hasta este singular Puente de Hierro que atraviesa la ría. Un puente realizado por iniciativa de Don Pedro Alcántara en 1830 y del que se suele ignorar que es el puente de hierro más antiguo de los conservados en España, siendo frecuente que tal particularidad se le atribuya al sevillano Puente de Triana, construido entre 1845 y 1852.


En la Comunidad de Madrid, el siguiente puente de hierro en antiguedad sería el de Fuentidueña de Tajo, construido entre los años 1868 y 1876.

Al llegar hasta el puente, ya hemos recorrido un poco más de la longitud de la ría y estaremos viendo el pequeño Lago que se nos descubre tras él, donde encontraremos varios lugares interesantes que iremos viendo al bordearlo por su parte Suroeste, dejando atrás y a la derecha el punto anterior. Y es que la Duquesa quiso que en su propiedad también hubiera un jardín de tipo anglo-chino, tan de moda en el siglo XVIII y cuyos elementos solían comprender rías y lagos de irregulares bordes con islas en su interior.

Inmediatamente, y casi colindante con el puente de hierro, tenemos un embarcadero construido entre los años 1792 y 1795 llamado la Casa de Cañas por ser éste el material de que está recubierto. Su autor, y el de varias otras construcciones del parque, es el escenógrafo 12 italiano Angel María Tadey. Además de servir para guardar los barcos del recinto, contaba con un pequeño pabellón de reposo o comedor abierto hacia el agua. Tanto este último como el embarcadero están ornamentados con pinturas murales simulando una arquitectura


inexistente, utilizando lo que se suele llamar en pintura “trampantojo” 13. Ha sido restaurada entre los años 1999 y 2001, dado el gran estado de deterioro en que se encontraba.

En la fotografía superior, vemos la Casa de Cañas y, detrás de ésta, el puente de hierro una vez sobrepasados y dejados atrás ambos. Continuamos bordeando el lago hacia el Suroeste y pasamos por los restos del antiguo Pabellón de Esteras, del que ha quedado poco más que el suelo y los lugares donde encajarían los soportes o mástiles que lo levantaban, como podemos ver en la fotografía de la derecha.

Del siguiente punto por el que pasamos, nombrado en todas las guías del jardín que hemos consultado como Quiosco o embarcadero, apenas si ha quedado ningún rastro, exceptuando lo que sería el camino de acceso hasta él con un suelo similar al del pabellón de esteras.


Si miramos ahora hacia el centro del lago, veremos la isla ahí situada con el Monumento al III Duque de Osuna, consistente en una cascada sobre la que se levanta un sepulcro en cuya lápida, y debajo de un medallón en bronce que representa la cabeza del Duque, leeremos: "A la memoria de D. Pedro Téllez Girón III Duque de Osuna, Virrey de Nápoles". Don Pedro Téllez-Girón y Velasco Guzmán y Tovar (Osuna, 17 de diciembre de 1574 - Barajas, 24 de septiembre de 1624) fue virrey y capitán general de Sicilia (1610-1616) y de Nápoles (1616-1624). A pesar de ser uno de los personajes más destacados del reinado de Felipe III, prefirió los campos de batalla a la vida cómoda que le permitía su fortuna. Luchó contra los rebeldes en Flandes y contra turcos y berberiscos en el Mediterráneo, armando una flota corsaria con su propio dinero y con la que siempre venció, hundiendo o capturando a la flota otomana, más barcos que los que ésta perdió en la batalla de Lepanto. Enfrentado a la República de Venecia que intentaba mantener su hegemonía, ésta se acercó al turco conspirando contra él en la corte española. La muerte de Felipe III y su oposición al nuevo valido, el Conde-Duque de Olivares, lo llevaron a la cárcel, donde murió. Su secretario y amigo Francisco de Quevedo escribió a su muerte: Faltar pudo su patria al grande Osuna, Pero no a su defensa sus hazañas; Diéronle muerte y cárcel las Españas, De quien él hizo esclava la Fortuna. Lloraron sus envidias una a una Con las propias naciones las extrañas; Su tumba son de Flandes las campañas, Y su epitafio la sangrienta Luna. En sus exequias encendió al Vesubio Parténope; y Trinacria al Mongibelo; El llanto militar creció en diluvio; Díole el mejor lugar Marte en su cielo; La Mos, el Rhin, el Tajo y el Danubio Murmuran con dolor su desconsuelo.


Antes de terminar de bordear el lago y continuar nuestro camino por la ría, veremos una elevación del terreno a muy cercana distancia, hacia el Sudoeste. Se trata de la Montaña Rusa existente en el parque y que no debemos confundirla por su nombre con las que hay en los parques de atracciones; en este caso, encontraremos una colina artificial con dos caminos zigzagueantes que la rodean, uno de subida y otro de bajada, protegidos ambos por barandillas de madera. Contaba con una cascada y, cuando el tiempo lo permitía, se instalaba en lo más alto una tienda de campaña desde la que contemplar el lago y los alrededores. De momento, y dado el elevado estado de deterioro en que se encuentra, está prohibido subir a ella por lo peligroso que podría resultar.

Seguimos adelante hasta llegar al Casino de Baile, el último punto por recorrer junto a la ría. Su situación permite que, si hubiéramos llegado hasta él en una barca a través de la ría, la primera imagen que hubiéramos visto sería la de una doble escalinata descendiendo sobre los laterales de una cueva desde la que nos observa la escultura de un fiero jabalí. Se construyó en 1815 sobre el pozo que vierte sus aguas en la ría tras el final de la Guerra de la Independencia (1808-1814) y es obra del arquitecto Antonio López Aguado (1764-1831), otra de cuyas obras es la Puerta de Toledo.


Se trata de una edificación de dos plantas en la que la inferior es cuadrada y la superior octogonal. En la primera, se encuentran la maquinaria y el depósito de agua, y en la segunda, dando nombre al edificio, el salón de baile. Cuenta este último con una alegre decoración de pilastras jónicas, alternándose en las paredes los huecos de las ventanas y los espejos. En el techo, una pintura neoclásica representa el Zodíaco. Si tuviéramos acceso a los inventarios del salón, echaríamos en falta una imponente lámpara central de bronce en estilo neogótico. En el exterior, cuatro relieves representando cada uno a una estación del año servían para adorno de las puertas. Tras el palacio, dentro del parque, es la segunda construcción en importancia. Al rodearlo y llegar hasta su fachada trasera, nos habremos situado en el jardín de flores que mostramos en la fotografía de la izquierda. A nuestra espalda, estaría la valla que separa el parque del lugar donde se situaban las cuadras y que hoy ocupa un camping.

Desde nuestra posición, podemos volver hacia el casino y tomar uno de los dos caminos que nos llevan hacia la plaza de toros. Hay dos, uno justo enfrente de la fachada Sur del edificio y otro situado un poco antes y que parte desde el jardín de flores. Nosotros vamos a tomar este último y, antes de llegar hasta la plaza, encontraremos un par de construcciones por el camino. La primera es la entrada al antiguo polvorín del búnker subterráneo; está situada a nuestra izquierda y parcialmente oculta entre la vegetación.


La siguiente es la Casa de la Vieja. Quizás sea el lugar más caprichosamente construido dentro de este jardín llamado, de forma muy descriptiva, "El Capricho". Recordemos que estamos en la parte del jardín tipo paisajista, por lo que este edificio debía dar una imagen de total naturalidad, de ahí la impresión de tosquedad 14 que nos puede dar la fachada si la comparamos con el de las otras construcciones del recinto. Curiosamente, y a diferencia de otros jardines europeos en que, dada la pobreza de este tipo de materiales, han tenido que reconstruirse en varias ocasiones, ésta es la construcción original del siglo XVIII que, gracias al clima seco de Madrid, ha permitido su permanencia en el tiempo. Construida entre 1792 y 1795, es una imitación de una casa de labranza de entonces de dos plantas. En la inferior, estaban el cuarto de la vieja, con los autómatas 15 a tamaño natural de una mujer mayor hilando y de un muchacho acompañándola, a los que se le añadió años después otro similar representando a un labriego; el comedor, con trampantojos en las paredes simulando alimentos; el llamado "Gabinete de Musgo", donde las paredes y los asientos de las sillas estaban recubiertos de musgo; un retrete con un orinal grande y otro pequeño, todo ello dando imagen de gran pobreza. En la planta superior, en cambio, se hallaba el llamado "Gabinete Rico", adornado con pinturas neoclásicas, doce sillas con asientos de paja y un velador16. Hoy la casa está vacía, habiendo desaparecido los autómatas.


Dejamos atrás la Casa de la Vieja y llegamos hasta la plaza de toros; desde aquí, volvemos a recorrer la travesía inicial que mencionamos en El Capricho (I) hasta llegar a la altura del Invernadero. Justo enfrente de él, en la margen contraria de nuestro recorrido, surge un camino hacia el Norte (hacia la parte de la ría); lo tomamos y vemos cómo se divide rápidamente, casi al inicio, en otros dos. Vamos a meternos por el de la izquierda y, tras un corto trecho, llegaremos al Estanque Nuevo que vemos en la fotografía de la derecha.

Si hubiéramos tomado el de la derecha, sería a otra nueva bifurcación a donde llegaríamos; pues bien, en ese punto nos detenemos para, desde ahí, girar hacia nuestra izquierda y, saliéndonos del camino, ir en dirección al anterior estanque. A muy pocos metros, será la Plaza de Plátanos la que habremos encontrado. Otro lugar donde reposar unos instantes en soledad.

Volvamos atrás, al punto donde nos detuvimos para salir hacia la Plaza de Plátanos. Y aquí, en el mismo sentido que llevábamos antes de detenernos, entramos en el desvío de la derecha para llegar hasta donde este se separa en otros dos recorridos, de los cuales tomamos el de la izquierda (hacia la ría). Es al Estanque de los Patos a donde nos dirigimos ahora. Construido antes de 1804, es otra más de las agradables sorpresas que tenemos con todo aquello que encontramos paseando por El Capricho.


Después de llegar hasta el Estanque de Patos, son tres los posibles caminos que podemos seguir; tomamos el situado más a la izquierda; el de más a la derecha será el que nos lleve por el puente. Ya estamos terminando nuestro recorrido por el recinto y hemos dejado para el último lugar otra de sus curiosidades. La Ermita es una más de las construcciones levantadas con la intención de parecer ruinosa desde el mismo momento de su terminación. De planta rectangular y única, en su interior se dividía en dos habitaciones, contando con trampantojos y musgo artificial. Tal como la vemos en la fotografía, a su derecha, hay una tumba en forma de una pequeña pirámide donde existía un epitafio que rezaba: Aquí yace Fray Arsenio. Residió en esta comarca 26 años en esta ermita de la Alameda de Osuna que le fue donada en caridad por sus méritos dedicándose constantemente a la oración y a las más sublimes prácticas piadosas Murió en 4 de Junio de 1802 en brazos de su amigo Eusebio quien le ha sucedido en su género de vida y aspira a sucederle en us virtudes. A la muerte de Eusebio, lo sustituyó un maniquí de madera.


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