ALGO DE Mร
Floricel Santizo Velรกzquez
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Algo de MÃ
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CONTENIDO
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Presentación Parte I Busco en la caverna de mi conciencia. A dónde vas Tarde de lluvia Simplemente Niña-mujer Una charla Para una maestra incomparable Tedio Al maestro especial Para los maestros Mi consejo Te espero Embriaguez 6
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Cómplice Desde el dintel de mi ventana Corceles Esferas No me acostumbro Horizonte Quisiera Soledad Del tiempo Breve y conciso Noviembre Me rio de mi Durante el paro magisterial 2013 Ojos Anono matuto Ayotzinapa Quisiera Un mundo en la cabeza Peligro Tercer cumpleaños Juventud, dónde te has ido? Sacrificio Realidad Así En la caverna Soy 7
32 33 33 34 35 36 37 38 39 39 40 42 43 44 45 46 48 49 50 50 51 52 53 53 54 55
Encina Sierra Ojos Magisterio Enojo Mi enredadera Tierna Ă rbol Mi yo El potrero Mi cuna Viajera Leve Bajo el palo de mango Un rostro pintado Mayo 2016 En otro festejo Mujeres Vida Enigma Una calavera para los maestros La catrina El flautista de Hamelin Y allĂ van Julio Quisiera 8
55 556 57 58 59 60 60 61 61 62 62 63 64 65 66 67 69 72 72 72 73 74 74 75 76 77
SEGUNDA PARTE Episodios. Primer episodio: La infancia. La casa Mis primeras salidas a un mundo desconocido El lugar El potrero Cuando yo muera Segundo episodio: Mi niñez La primera escuela La boda de una hermana La secundaria: Tuxtla de mis amores Tercer episodio: la formación profesional. 1974-1978, bajo la Luz de las Once Estrellas Los compañeros Nuestros maestros Cuarto episodio: El ejercicio de una profesión. Mis primeras experiencias como maestro 1978, un año feliz. 1979, el movimiento magisterial Nuevos retos profesionales Mis primeros años como maestro de E.E. La escuela de Atipicidades Múltiples 9
80 83 83 95 102 105 112 119 119 131 136 153 153 157 164 170 170 181 185 190
La Unidad No. Tres de Grupos Integrados Una breve experiencia en el Centro Psicopedagógico. Quinto episodio: Formador de maestros. La Fray Matías de Córdova Seis años en la Escuela Normal “Dr. Manuel Velasco Suárez” El huerto escolar Un paréntesis en esa escuela La UPN, otra gran experiencia. TEBES, un sueño de transformación. La Carrera Magisterial
193 201 207 213
217 217 224 231 238 244 257 262
Sexto Episodio: El posgrado en mi trayecto profesional. Estudios y prácticas 267 Séptimo episodio: Supervisor Escolar Mi paso por la SEF De vuelta a Tapachula La nefasta Reforma
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Telón de fondo.
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A todos, a los que tanto quise y me quisieron.
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PRESENTACIÓN
Cómo y cuánto quisiera que la oportunidad que me dio la naturaleza o la divinidad desconocida de poseer vida no fuera en vano. Que pudiese dejar un campo sembrado para que otros cosechen esos frutos, disfruten de sus flores o descanses felices protegidos por las sombra de sus árboles. Tomen este trabajo como un intento mío de dejarles eso.
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PRIMERA PARTE POESÍA
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Busco en la caverna de mi conciencia.
Busco en la caverna de mi conciencia lo que he sido. Lo encuentro en mil fragmentos de memoria y de olvido que en vano trato de armar, enloquecido, como si fuera un puzle sin pies y sin cabeza. Lo que ha sido de mí, lo que he vivido Lo puedo resumir en dos palabras En las que caben todas y cada una, Debilidades, también mis fortalezas. Carne fui, antes que nada. Con mi cuerpo viví la temporada Que pasé en el mundo. Mi cuerpo se aferró a esta tierra Y a ella volvió, a terminar de consumirse. En este cuerpo se encarnó mi espíritu Para hacer de él tan sólo su morada Que lo dejó salir, tantas veces quiso, a conocer la vida, el mundo, la gente y su mirada.
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Ha probado mi lengua tantas cosas. Han visto mis ojos tanto ruido. He pisado la arena entre las rocas Y escuchado colores, mis oídos. Pude bajar al fondo de mi vida Para hurgar en el desván lo que ésta ha sido. Pude llevarla a la cima de montañas Para atisbar desde ahí lo que no ha sido. Quisiera deshacerme de mil cosas Que hacen mi equipaje tan pesado Más, temo que al dejar abandonadas Quede con ellas mi vida destrozada. ¡He de cargar con ellas hasta el final de mi camino, cada a una, a su modo, son mi sino! Disfruté del perfume de las rosas. Los árboles compartieron conmigo su musical prodigio tocado por el viento. Aprendí de las aves y de las mariposas Lo mismo que de hormigas, tantas cosas. Trabajé con gente a la que quise mucho. Talvez por eso me quisieron tanto. Conviví como humano con los otros. 15
Quizá por eso me equivocaba a ratos. Humano fui, y demasiado humano. Los yerros de mi vida se notan más que mis aciertos Con ellos viví, más sin embargo, Sin ellos yo no sería lo que cuento. Nadie puede cubrirse de la lluvia Cuando ésta te toma en descampado, Mejor goza y disfruta de ese instante Sin importar que tu cuerpo esté empapado. Caminé por montañas y por valles. Jugué de niño a esconderme entre las nubes. La noche me sorprendió en el camino Y fue la luz de la luna quien me brindó su auxilio. En la ciudad también viví mil experiencias. Desapercibido entre el cúmulo de entes. La soledad del hombre no consiste En estar aislado de la gente. Vi pasar a tanto arrepentido Que no quiso o no pudo vivir su vida a tiempo. Otra cosa, talvez, hubiese sido 16
Si no hubiera guiado su caminar con tanto tiento. La sonrisa y la mirada gentil desconocidas Valen más que monedas en un momento aciago Ellas son regalos de la vida que tuve la dicha de haber, sin merecerlo, recibido. Amé, a mi modo, y al modo de ellos Yo también fui amado. No tengo nada que reclamarle a nadie Aunque, talvez, tenga que reclamarme todo alguien. Con libertad tomé mis decisiones Ella fue la que guío mis actos No permití, hasta donde pude, imposiciones Las evadí con fuerza, aunque con tacto. Puedo irme tranquilo a la otra esfera Aquella donde la nada es la que rige Puedo vivir con calma dicha espera Porque viví la vida como dije. Una muestra evidente de que vamos de salida De este mundo que nos albergó un instante 17
Es la muerte de gente conocida Que siempre estuvo de nosotros adelante. ¿Quién pudiera predecir el día de su muerte Para dejar las cosas arregladas? Lo dejamos en manos de la suerte Aunque a otros se los lleve la tiznada. Porque amor quise en la vida La vida amé, a tiempo y sin medida. Quise saber a qué sabe la amargura Probé de todo y en todo hallé dulzura Pasé tardes de mi vida a veces triste Tan solo para encontrar en la mañana la alegría ¿Por qué quedarse en la penumbra tanto tiempo Cuando la luz se encuentra a la vuelta de la esquina? Disfruté de la lluvia, del trueno y del relámpago Lo mismo que del sol, del viento y del frío A todo eso se acostumbra el cuerpo Cuando uno enfrenta el desafío. Tomé de todo: vino, cerveza y aguardiente No quería con ellos embriagarme 18
Tan sólo pretendía ser “valiente”. El humo del cigarro me llevaba En espiral directo al cielo, Sin embargo sus cenizas se quedaban, Como mis huellas, regadas por el suelo. Perdí a mis padres, al tiempo cada uno. No sin antes haberlos disfrutado; No como quise sino como podía. Extraños son los caminos por los que uno viaja No se sabe si un día llegarás a tu destino. Sólo la Muerte inefable e infalible Nos une a todos al fin de este camino. Escribí estos versos sin rima y sin métrica Para decirles a todos lo que pienso No pretendo jugar el rol de los poetas Si lo hice mal, pues lo lamento.
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A dónde vas.
¿A dónde vas, viajero, tan de prisa, Que no encuentra reposo tu camino? Ponle a tu ajetreo una sonrisa Y llegarás feliz a tu destino. No menosprecies la vida de los otros Ufanándote de todo lo que tienes Piensa que en cada uno de nosotros Las cosas se van tal como vienen. Cuida lo de los otros como si fuera tuyo Y atesora amistad que es lo importante Tener dinero es tan solo falso orgullo Siempre será en tu vida un faltante. Pon tu corazón en todo lo que haces Y que la razón guíe tus pasos. La ayuda de los otros no rechaces, A todo lo que te den abre los brazos. Al injusto castiga con justicia Y no caigas tú en esos errores Porque todo lo que hagas con malicia 20
Regresará a ti como dolores. Vive la vida intensamente Cada instante que pasa no regresa No malgastes tu tiempo inútilmente Y busca en cada momento la sorpresa. Detén tus pasos cada vez que puedas Y observa bien a tus alrededores En cada cosa que mirar tú quieras Hallarás de la vida, esplendores. Oye viajero a la naturaleza Aguza tus sentidos para verla Devuelve lo que te da con gentileza Y estímala como si fuera una perla.
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Tarde de lluvia Tarde de lluvia adosada con marimba Se esparcen con el viento sus notas como el aire Bailan las gotas de lluvia con donaire Mientras mi corazón palpita y se cimbra. Se va la lluvia tan pronto como vino Dando paso a la luna que ilumina el parque Veo a la gente que indiferente pasa Y yo disfruto esa vieja melodía Añorando un café en reluciente taza.
Simplemente. Voy a pasar contigo esta noche Voy a besar tu cuerpo impunemente Te amaré plenamente y sin derroche Porque espero otras noches como esta Simplemente.
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Niña-mujer. Niña-mujer. Mujer-niña: No juegues a ser madre todavía Evita embarazarte a toda costa Que sean las muñecas tu alegría Para hacer de tu vida otra cosa. La insensatez no nuble tu conciencia No te dejes llevar por fantasías Búscale sentido a tu existencia Y harás con ella maravillas. Pon un alto a la imprudencia de los hombres Ellos no buscan prolongar su descendencia Quieren tan sólo sentir que son muy machos Cuando la nariz, limpiarse pueden todavía. Protégete si quieres hacer eso A la concepción no le des paso Contando bien tus días de fecunda O inhibiendo el deseo con un beso.
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Una charla Hoy platiqué con mi sombra La que siempre va conmigo. La que de todo lo que hago Siempre será fiel testigo. Pregúntale a tu a mi sombra Si pienso en ti cuando sólo Ya verás que hasta te asombra Cuando te diga lo que hablo. Hoy le conté que te amaba Como no he amado a ninguna Y aunque no me contestaba No le quedó duda alguna. La vi mover su cabeza Como diciendo: “Si es cierto. Sólo dejarás de amarla Cuando nos hayamos muerto”.
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Para una maestra incomparable. Te vas, después de tantos años De entrega amorosa a tu trabajo Te vas dejando detrás de ti un gran vacío Que nadie se atreverá a llenarlo Voy a extrañarte en las mañanas…todo el día Me hará falta oír tu voz hablándole a los que escuchan de otras formas y el mundo del silencio entrará en mi vida. No volveré a ver tu cuerpo, tu figura Tu imagen pulcra de maestra culta La claridad de tu mirada siempre fresca Tu límpida caricia al saludarte Vas a emprender el camino en búsqueda del júbilo Ese mundo en el que no hay horarios, Gozarás de tu vida de otras formas Sin presiones, rutinas, calendarios. Vete feliz sabiendo tu deber cumplido No encontraré en el recorrido que me falta 25
Mujer como tú, maestra integra E incondicional amiga. Vete sabiendo que harás falta A los niños, a las niñas…a tu escuela Pero, sobretodo a mi a quien acostumbraste A tu presencia. Todo cambiará en tu ausencia Lo digo sabiendo lo que hago La gris oscuridad de la tristeza Cubrirá el espacio en el que andabas. Atrás se quedan tus afanes cotidianos Supiste muy bien hacer trascender tu vida En la influencia que dejaste En cada uno de las niñas y niños que educaste. Adiós te digo, maestra incomparable Adiós, con mi deseo de verte saludable No dejes que el dolor cambie tu vida Imponte a él con la férrea voluntad que te distingue
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Tedio Apacible como la noche en que no sueñas Transcurre el día sin pena y sobresaltos El tiempo parece que se estanca No veo que la sombra avance Como si el sol le hiciera compañía al tedio y al aburrimiento. Interminables se tornan los minutos. Instantes que se alargan y se crecen Cuento hasta diez para no enfadarme Y la cuenta parece interminable. Días infaustos que se alargan desmesuradamente Alimentados por la monotonía. Prefiero mil veces los días ocupados En los que el tiempo cabalga como en corcel alado Transcurren fugaces los instantes Como si misteriosos duendecillos Se encargaran de girar más velozmente Las manecillas de Cronos, señor Tiempo
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Al maestro especial. ¿Qué fuerzas poderosas te arrojaron hasta aquí, Maestro amigo? ¿Qué vientos tormentosos te trajeron a esta esfera? ¿Pensaste alguna vez cuando de joven, Ser el maestro que tu cuerpo encarna ahora? ¿Querías, realmente, abrazar por voluntad esta carrera? ¿Anidaba en tu mente la ilusión de ser docente? No se, de cierto, por qué estás aquí acompañando a tanta gente. Peleando contra fieros molinos de viento sembrados a la vera. Blandiendo contra ellos cual lanza o cual espada, La fuerza poderosa de tus conocimientos. Defendiéndote aguerrido con el escudo de tu paciencia o tu impaciencia Y cabalgando, a veces, sino en veloz corcel si en humilde jumento. ¿De qué está hecha, maestro, tu armadura, 28
Que resiste la incomprensión de tanta gente? Será el amor y el cariño de los niños La fuente en la que nutres tu osadía? ¿Serán ellos, en la condición que les dotó la vida, El combustible que arde en tus adentros? Yo te he visto luchar sin darte por vencido. Y visto celebrar tus triunfos y derrotas. No te arredran prejuicios ni temores, Ni te aniquilan reformas sin razones. Llevas, maestro, en tu interior la fuerza De mil almas que están en los salones. La luz de su mirada alumbra tu camino Y el trino de sus voces, calladas o despiertas Conducen tu destino. No desfallezcas, maestro en tu empresa No dejes tu misión guardada en la mochila, Que sea la ilusión de verlos triunfadores, La fuerza que mueva tu figura. No pretendo, contigo, hacer apologías Ni darte canonjías, nomás por ser maestro. Conozco tus virtudes igual que tus defectos. Apelo a las primeras, no olvido las segundas 29
Demando tu pericia, tu entrega y tu esfuerzo En nombre de esos niños que buscan tu respecto. Mayo, 2014
Para l@s maestr@s. Maestros de la ciudad De la sierra…del desierto Yo conozco tu trabajo A mi no me hacen peñanieto. ¿A ustedes quieren evaluar? ¡No supieran hacer eso! Que los dejen trabajar Sin amenazas ni entuertos. Su movimiento creció Como la espuma en el mar. A los padres convenció Por eso vienen a apoyar.
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No vayan a defraudar Con su actitud ese gesto A sus hijos deben educar Con su desempeño honesto. Los niños los quieren mucho Como los aman ustedes Así es fácil enseñar, Con gusto hacen los deberes. Por las leyes secundarias De una reforma funesta Con toda razón saliste A levantar tú protesta. Bajo el ideario de Juárez Vasconcelos y otros más Hoy es tiempo de luchar Y derogar esas leyes. Con mis versos quiero apoyar Este movimiento honesto Y recordarles a todos Que yo también soy maestro.
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Mi consejo Para mi hijo Amós (cuando andaba por Europa) Caminas por el mundo… El mundo se contrae y tu vida se expande… Cuanto más largos tus pasos y más alta tu mirada, más amplio es tu horizonte. ¡Vuela! Te toca a ti descubrir otros rincones Emula a tus héroes de la infancia: A Amudsen de los reales O al Miguel Estrogof imaginario. Mantén firmes tus pies sobre la tierra No te aferres a quimeras imposibles ¡Vive tus sueños, no sueñes tu vida! Es mi consejo.
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Te espero Te espero… Como se espera la lluvia En tardes de verano: Intempestiva e intensa. Corro para no mojarme Y termino empapado por ella. Te espero… Como espero las lluvias De mi tierra: Calma o tormentosa pero bella. Fecunda mis adentros Con tu esencia Dale sentido y vida A mi existencia Lluvia de amor, copiosa y breve Justo la proporción que mi alma sedienta Espera Te espero. Acompañada de tormenta. O sola, ¡Cómo tú prefieras! 33
Embriaguez De tus ojos probé la miel de la ternura. Tus labios, sin embargo, me negaron su dulzura. ¡Oh! Hermosa mujer que embriagaste mi mente. Deja que yo te amé eternamente.
Cómplice Una niña le contó a la luna su secreto. Esta le respondió: “No te aflijas, es discreto. Por mi parte guardaré En mi cara que no ves Las cuitas que con pasión Encierra tu corazón”.
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Desde el dintel de mi ventana. Desde el dintel de mi ventana Disfruto la lluvia esta maĂąana. Es una lluvia ligera, Menudita y pasajera. Espero que nuestro amor No sea de esa manera
Corceles Corceles: ÂĄFuerza y vigor! SĂmbolos de nuestro amor.
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Esferas Siempre serás en mi vida un faltante. Saldo rojo que no podré borrar. No pude formar parte de tu esfera Cual burbujas flotamos cada uno a su manera esperando, tan sólo, la explosión final. ¿A dónde nos llevará el viento impredecible? ¿Qué calma o tormenta habremos de afrontar? Coincidimos en el tiempo más no en el espacio, Fue imposible unir nuestras esferas. Si lo hiciéramos. ¡Sería nuestro final!
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No me acostumbro. No me acostumbro A tu ausencia, hermosa mía. Aunque la esencia de tu cuerpo Esté conmigo. Triste pasaré la tarde Sin tus besos. El cielo llorará Por mis ojos con la lluvia. Voy a creer que el sonido De los truenos es tu risa Y arrullado por ellos Trataré de dormir la noche fría. No me acostumbro A tu ausencia ¡Vida mía! Aunque el calor de tu pecho Cubra el mío.
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Horizonte Para mi hijo menor, el más grande. Horizonte sin límites, No le pongas barreras a mis pasos Ábrete en toda la inmensidad Que representas Aunque no pueda abarcarte con mis brazos. Extiéndete ante mis ojos Complacido Sabiéndote inalcanzable e inasible Al fin y al cabo que horizonte eres Línea virtual que atibo a lo lejos. ¿Cuándo podré alcanzar tu línea-límite? ¿Cuándo podré cruzar tu mojonera? No me pongas barreras, horizonte Porque mi meta cruzaré Cuando me muera.
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Quisiera Quisiera descorrer el velo del olvido Para volver otra vez a estar contigo Para verme en la claridad Que dan tus ojos Y salir de la obscuridad De mi delirio. Volver a sentir la tersura de tus manos Envolverme en la blancura de tu piel Que me sublima Escuchar nuevamente el melรณdico sonido De tu risa Escapรกndose de entre tus perlados dientes Quisiera. Quisiera todo eso, simplemente.
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Soledad No me asustas, soledad Infausta. Más bien, te busco y te deseo. Podrías ser mi compañera Para siempre Puedes llegar a ser también Mi consejera. Contigo acompañaré mis tardes y mis días Tú serás testigo de mis sueños Con tu manto cubriré el frío de mis noches Y te convertirás así, en mí confidente. De entre todas la mujeres Que conocí en el mundo Te escogí a ti, Soledad Para que seas tú mí amante Compañera.
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Del tiempo Sólo la eternidad es nuestra. El tiempo no nos pertenece. Sólo aquella es inmutable, El otro cambia Y nos transforma, Invariablemente.
Breve y conciso Lo acuso de acoso a los maestros. Sindico de cínico al gobierno Protesto porque no es honesto. Alzo mi voz para gritar lo que se acalla Salgo a la calle para enseñar A todos su injusticia Porque si lo hago desde mi aula No se mira. Educo en el Civismo en las plazas No sólo porque peligra mi plaza Sino la educación gratuita De mi pueblo. 41
Noviembre. Avanza noviembre Cual río desbordado Llevándose todo Lo que está a su paso. Anuncia que termina Un año, el dos mil trece ¡Trece! Con su cúmulo De malos agüeros Que nunca lograron Limpiar aguaceros. Y ahí vamos remando Contra la corriente Derribando muros, diques y uno que otro puente Que en todo el camino Pone tanta gente. Pronto llegará diciembre Con sus ruidos tronadores Haciendo verdad el dicho que dice “Que ha río crecido, Ganancia de pescadores”. 42
Este año pasará, Ese otro empezará Y mi vida, como siempre Su curso continuará. Pediré prestado Unos días más, A ver si Diosito Me los quiere dar. Si acaso me los negara Ustedes la vida, deben disfrutar.
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Me rio de mi. Me río de mis versos Simples Cundo de nuevo Los leo La Musa de la Poesía No vive aquí en mis Adentros. La gracia para Escribir No aparece entre mis Dones Por eso quiero pedir A todos los mil Perdones. Me gusta escribir directo Sin metáforas Sin vetos No le doy vuelta a las Cosas Me voy por lo más Directo.
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Durante el paro magisterial 2013. Hacen falta ya sus voces Correr entre los salones Hay tristeza en las escuelas Igual que en nuestros corazones Están frías las paredes Ya no tienen su calor Las escuelas sin los niños No tienen ningún valor. Extraño su griterío Están muertos los pasillos Inertes como en el estiaje Se ponen secos los ríos. Cuándo los volveré a ver Con sus mochilas a cuestas Con su sed de conocer Y de encontrar mil respuestas.
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Ojos. ¡Oh!, ojos que miran sin verme. Posando su mirada indiferente en tantas cosas Imágenes que endulzan con su sabor de miel de abejas. Volteen hacía mi, ingratos ojos Testifiquen mi sufrir y mi tristeza Digan por mí a esos oídos sordos Que late mi corazón con la esperanza Que los labios que posan bajo ustedes Pueda un día besar, intensamente.
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Anono-Matuto. “Anono Matuto-toma-coca” dices que te llamas cuando se te pregunta. ¿De dónde habrá sacado tu tierna cabecita dicho nombre que pronunciado con tu dulce vocecita se escucha bien melódico? Anono-Matuto, tienes la gracia de haber nacido en el cumpleaños de tu abuela. ¡Qué regalo más precioso tuvo ella la dicha de recibir en ese día! Llegaste a este mundo como arrojado por no se qué fuerza misteriosa que habrá de protegerte y sostenerte en esta vida. Esta vida que empieza para ti, no sin tropiezos. Tu mami y tu abuela decidieron que te llamarías Alfonso. No se, de cierto, si este nombre va a ser de tu agrado cuando crezcas; lo que si se, es que te lo escogieron en honor a un tío de tu mami que no tuviste la suerte de conocer porque se fue de la vida en camino hacia la muerte antes de que tu nacieras. No te preocupes, él fue un hombre extraordinario aunque poco feliz por razones que no sabemos. Cada uno lleva en su equipaje cosas que no siempre mostramos a los demás porque son estrictamente nuestras, partes inherentes a nuestras vidas que nos dan esa particularidad de ser únicos, irrepetibles como tu lo serás, 47 hijito mío, como ya lo eres.
Ayotzinapa. Eran solo unos muchachos Que querían ser profesores Para educar a su pueblo Y liberarlo de sus opresores. En una Normal Rural No sólo se hace uno maestro También se hace luchador Para salvar a lo nuestro. Con ese sueño por meta Comenzaron a estudiar Sin pensar que una noche Su sueño habría de acabar. Se enfrentaron a unos monstruos Disfrazados de gobierno Coludidos con los narcos Muy mal llamados “guerreros”. Nadie sabe qué pasó En esa noche horrorosa Sus cuerpos no se encontraron En esas malditas fosas. 48
Todos los buscan ahora Esperando que estén vivos Ojala que los culpables No vayan a ser unos “chivos”. El pueblo culpa al gobierno Por su mal comportamiento Parece que a éste le importa Sólo su enriquecimiento. Mil voces se han levantado Aquí y en el extranjero Reclamando se esclarezca Este crimen tan artero. Se cuentan cuarenta y tres Más los muertos de esa noche Que han despertado conciencias y una entrega si derroche. Que el sacrificio no sea en vano Y que el dolor que provoca Nos lleve a otro destino. Ese que la gente invoca.
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Quisiera.
Quisiera que las palabras me brotaran, Como brota, con fuerza, del manantial el agua cristalina, entre las piedras. Que provocaran el sonido relajante que guste a los oídos que escucharan. No quiero ideas confusas o poco transparentes. Quiero palabras que reflejen el estado de ánimo de la gente. Qué difícil me resulta decir algo que de verdad comunique un sentimiento. No es fácil sustraer de nuestra mente La esencia verdadera ahí latente. Cuántas cosas dejamos encerradas. Cuántas ideas se quedan archivadas. Manantial de palabras que no surge.
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Cada uno, de algún modo, trae un Mundo en la cabeza. El mundo que se construye uno mismo con realidades o con fantasías. ¿Qué cosas pueblan tu mundo? ¿De qué material está hecho?
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Peligro. Evito verte. Porque temo perderme en tu mirada. No quiero hablarte Para que mis oídos no escuchen tu voz encantadora. Y si me acerco a ti para tocarte. ¡Estoy perdido!
Tercer cumpleaños. Tres años cumpliste ayer Tres años de haber nacido Y aunque no viva contigo Por motivos que no ves Sabes, pequeño Alfonsito Que mi corazón todito Lo pongo todo a tus pies.
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Juventud, dónde te has ido. Para mi hermana Hilda, en su cumpleaños. La rama de la juventud Ya no florece La savia que la nutría Se ha agotado Tu piel antes tersa De arrugas se ha sembrado Y tú cabello negro Canoso se ha tornado ¿Dónde estás juventud? Ahora te aclamo ¿Dónde está tu virtud? Es mi reclamo.
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Sacrificio.
Fértil semilla que germinará Mañana. Su sangre y sus cenizas abonarán la nueva Tierra Gritos de dolor y desesperación que parirá otra Patria Sueños e ilusiones perdidas…ganadas por la Muerte Víctimas del poder y la ambición malsanas de otra Gente Que usaron para fines perversos su Gobierno ¡Mañana-Tierra-Patria! ¡Muerte-Gente-Gobierno!
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Realidad. Terca realidad que me persigues Atrapándome en tus redes, impunemente. ¿Cómo escarparme de ti, para vivir mi vida libremente? Acotas mi existencia a tus caprichos, Consumiendo mi vida diariamente. Terca realidad que me persigues. No empañe mis sueños tu persistencia Mis ilusiones y quimeras no atosigues No me atormentes, Realidad, con tu insistencia.
Así Inesperada, Con tu seguridad sólo aparente Desesperada, Apareciste en mi vida, de repente. ¿Qué puedo hacer por ti? Dímelo. Antes que el tiempo pase Intempestivamente.
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En la caverna Desde lo más profundo De la caverna de mi soledad te grito Y mi grito se pierde en el eco de tu indiferencia. He caído a la sima más profunda Del abismo Donde las almas cumplen su castigo Donde todo es clamor, Donde se sufre Esperando, algún día, Termine ese martirio. En la caverna de mi soledad Te busco Y mi búsqueda se pierde en vano En las tinieblas que cubren Ese abismo. ¿Qué manos me salvaran de esa agonía? ¿Qué oídos escucharán mi súplica? Voy a dejar que el tiempo venga en mi auxilio Esperando con él, el fiel alivio. 56
Soy No he sido. No fui: Soy-sido y soy-serĂŠ. Soy mi pasado, presente y mi futuro. Soy los tres tiempos en uno.
Encina. Encima de la montaĂąa Te eriges ostentosa. Los vientos y la lluvia Te tornan poderosa.
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Sierra. Cierra mi boca El azul de tus montañas miradas a lo lejos Y abre mis ojos a la vida Desmesuradamente. En ti nací, Como nace una gota de lluvia en la montaña. En ti crecí, Como crecen los árboles en la falda de los montes Sosteniéndose con sus raíces, Milagrosamente. De ti salí Como emergen torrentes de aguas cristalinas Convertidas en arroyuelos transparentes. A ti volví Innumerables veces. Como vuelve la lluvia Convertida en niebla que forma nubarrones, Cíclicamente. Y ahí en tu seno Quiero que mi cuerpo repose Eternamente. ¡Sierra! Cierra mis ojos, para siempre.
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Y aquí estoy, Rodeado de la soledad Que elegí por compañera. Añorando mis bosques De la sierra Que alimentan con su broza fecunda, Mis quimeras.
Ojos. ¡Oh! ojos que miran sin verme. Posan su mirada indiferente en tantas cosas. Imágenes que endulzan con su sabor de miel de abejas. Volteen hacía mi, ingratos ojos. Testifiquen mi sufrir y mi tristeza. Digan por mí a esos oídos sordos Que late mi corazón con la esperanza Que los labios que posan bajo ustedes Pueda un día besar, intensamente.
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Magisterio. Me contagié de ti en los primeros años de la infancia. Con el ejemplo de aquellos que subieron A profesarte allá en la montaña Sacrificando su vida citadina Sin importarles el clima y la distancia. Supe desde entonces que ejercerte Implicaba algunos sacrificios No obstante, ahora se que tuve en suerte Gracias a ti, multiplicar tus beneficios. Rayo de luz en la obscuridad de la ignorancia Te esparces por toda geografía, Dando certeza a los niños en su infancia Y definiendo lo que será su biografía. Me formé en ti al cobijo de una escuela Que me parió en un segundo parto Mactumactzá se llama esa abuela De cuyo vientre hemos nacidos tantos. En ella tuve a los mejores instructores Que me enseñaron tu arte y tu ciencia Ellos fueron los grandes profesores Que me formaron para ejercerte con paciencia. 60
¡Enojo! ¡Bébete el veneno de tu propia boca! Ese que expulsas cada vez que hablas. El que tu lengua viperina produce a cada instante Y el que tu boca esparce a todas partes sin medir peligro. No te falta prudencia. Te sobra envidia y rencor y celos. No es precaución la que no tomas Es tu intensión de herir la que antepones. ¡Qué suelta resultó tu lengua! Con qué facilidad te contradices Cuánto daño causa tus palabras Las mismas con las que tú misma te desdices. ¡Mentiras son! No trates de limpiar tu imagen Porque el polvo que cubre tu conciencia Si es que tienes En cochambre, por fin, se ha convertido.
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Mi enredadera Noté que quieres ser la enredadera Para cubrir de verde, de nuevo, mi follaje. No sé si pueda sostenerte con mis años Mis ramas ya crujientes se caen en pedazos. Tú, has de luz No quiero que te apagues. Brillo de luna Mantente en su mirada.
Tu tierna figura. Tu sonrisa inocente. Tu frágil ternura. Tu belleza naciente
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Árbol Quise ser árbol para dar cobijo a todos con mi sombra. Terminé siendo sombra La sombra de mí mismo Sin llegar a ser árbol. Soy la oquedad En el tronco de aquel árbol Una oquedad vacía… Sin luz, sin pájaros.
Mi yo. Mi “yo” me niega Me confunde. Mi “yo” me espanta Se escabulle. Mi “yo” no soy yo Mi “yo” es mi enemigo. 63
El potrero (un lugar especial para mi vida) Crisol en el que nos fundimos todos. Espacio vital en el que me co-fundí al mundo. Por ti no me confundo.
Mi cuna Mi cuna ¡Qué fortuna! Rodeada de cipreses De pinos y de trinos Del color de mil pájaros Del olor de mil flores. Mi cuna ¡Tierra de mis amores!
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Viajera Viajera, peregrina Regalo de una tarde…vespertina Tu pelo es la noche que me arrulla Tus ojos, dos luces que relumbran Vi tristeza en tu ojo De reojo Esa tarde sentada en aquel parque Con tímida intensión de preguntarte Me acerqué a ti Temiendo tu enojo Tu sonrisa y tu mirada agradecidas Devolvieron a mi alma La confianza Dos tasas de café la aseguraron Y una amistad sincera surgió De la nada esa noche. Viajera, peregrina… Regalo de una tarde, vespertina. Cuánta huella dejaste En un instante Esa noche de clara luz de luna.
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Leve Una estrella fugaz Rayo de luna Que dura un solo instante. Sombra de nube Que cruza el cielo Sin derramar ninguna gota. Efímera como un suspiro Que brota de un corazón enamorado. Tenue como la gota de rocío Prendida del pétalo de una rosa En la mañana. Brisa de mar Surgida de la nada Algún viento del Norte Te trajo a mi morada.
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Bajo el palo de mango Hermosa copa de color perenne Que das cobijo a reuniones sabatinas Las palabras que de tus raíces nacen Se elevan por tu tronco en serpentinas. Inunda nuestra imaginación, precioso árbol Multiplica en tus ramas nuestro canto Alimenta las ideas desde adentro Y convierte en risas nuestro llanto. Lo dulce de tu fruto sazone nuestros versos Compártenos tu savia enriquecida Protégenos de seres tan perversos Que eliminarnos quieran de esta vida. Coronado de tropical palmera palo-e-mango Como apuntando al cielo las ideas Sin tener a nadie con un rango Convocas en libertad a las aldeas. Fraternidad alegre y bullanguera Que sin celos, envidias ni arrebatos Comparte bajo el- palo-de-mango sus quimeras Alegrándonos la vida por un rato. 67
Un rostro pintado Tus ojos… tu boca Tu nariz bien formada. Tu pelo…tus cejas Tu oreja despejada. ¿Hacía dónde diriges cristalina mirada? Tus pupilas acuosas Laguna azul en ellas reflejada. Tus labios rojos Se asemejan a un corazón enamorado.
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Mayo 2016. Otra vez la fuerza poderosa se desata Intentando romper los nudos que la atan Frenar una reforma que amenaza Y construirle un futuro a nuestra raza. La lucha se torna callejera Porque no hay o no quieren haber oídos que la escuchen Solo el pueblo ya consiente la respalda Y otras voces informadas la reafirman. Ante la terquedad o necedad de entes ostentosos Que usan sin restricciones el garrote Fingiendo ser gobierno desgobiernan Encerrando a algunos tras barrotes. ¿Qué le espera a la educación tras esas manos? ¿Qué ejemplo de civismo traspasamos A la generación futura que formamos? Luchar, luchar para estar vivos. Es la consigna que surge de mil voces, que el eco de las calles reproduce. 69
¡Ábrete sésamo de la incomprensión! ¡Ciérrense cavernas de la intolerancia! Den a los maestros la razón Y destruyan con ellos la ignorancia.
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En otro festejo Con estas coplas sinceras que canto de corazón Les digo a mis compañeras que son toda mi razón. A los varones también, les digo sinceramente Que aunque son pocos, más bien, trabajan muy arduamente. Hoy se pueden olvidar, aunque sea por un momento, Que ya los van a evaluar para ver su rendimiento Cada día son mejores, nadie lo puede negar Que lo digan sus directores, a ellos, no los pueden engañar. Cómo trabajan día con día, haciendo evaluaciones, Todas las tardes las pasan, diseñando adecuaciones 71
Qué si el sordo por acá, necesita de las señas El autista más allá, hasta despiertos lo sueñan. Qué trabajo tan difícil, el que fueron a escoger, Hasta el sueño se les quita, ya no quieren ni comer. Se que estoy exagerando con estos versos ligeros, Yo solo quiero alegrar a todos mis compañeros. Como ya voy de salida y muchos de ustedes de entrada, Aunque no sea despedida, ya viene mi retirada. Antes que salga la luna, antes que se ponga el sol, quiero decirles a todos lo especiales que ya son.
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Diviértanse este día, rían todo lo que puedan Mañana será otro día para hacer lo que les queda. Qué puede recompensar, su trabajo y su entrega, sólo la risa de un niño, desde su silla de ruedas. Vuelen palomas, vuelen, no se dejen alcanzar. Nunca vean hacia abajo, si al cielo quieren llegar. Ya con este me despido, ya me cansé de versear, y de corazón les pido, que no dejen de luchar.
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Mujeres. Las amo a todas Nomas por ser distintas Tengo, me dicen, Corazón de archivero. ¡Cómo no amarlas Si son tan diferentes! ¡Cómo no agradecerles Su sonrisa sincera.
Vida. Es frágil el hilo Sobre el que camino. Puede romperse En cualquier momento.
Enigma Hay un enigma que rodea mi vida: Cada vez que veo la hora Coinciden hora y minutos. Me acaba de suceder ahora: 08:08 y una hora después: 09:09, ¿Qué significa? 74
Una Calavera dedicada a los maestros. Noviembre, 2014. Ocupados los maestros En su Ruta de Mejora No vieron que allá a lo lejos Se asomaba la Malora. “A ustedes, pobres ilusos, Yo me los vengo a llevar, Ni con todos sus recursos Se van de mi a salvar”. Se reunieron en Concejo Buscando una solución. Ni el consejo del más viejo Les trajo la salvación. A la Muerte aparecida, Le apuntaron con cañón. Experta, la muy temida, A todos metió al cajón. “¡Qué Concejo ni que nada! ¡Qué ruta pa’ mejorar! Manden todo a la tiznada Que me los vengo a llevar”. Se fue la Muerte cantando, Una muy triste canción. A los profes, trabajando, A todos llevó al panteón. 75
La catrina. Era una hermosa mujer Antes de ser la huesuda. ¿Quién no la habría de querer, Si a todos viene en su ayuda? ¿Quién nos salva del dolor? ¿Quién del tormento nos libra? Solo la Muerte ha de ser De eso, no cabe la duda! De las mujeres que existen Sólo ella es muy puntual, Y aunque quieras resistirte De su encanto, no hay salida Una vez entre sus brazo ¡Ya comenzó la partida!
¿Por qué dejamos que el Flautista de Hamelin, nos robara el futuro?
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Y allí van…
Y allí van… Buscan sin encontrar… Se aferran a todo atisbo de esperanza. Prefieren no pensar en el mañana. No quieren más desilusiones. Los he visto caminar con la mirada al suelo. Temen ya levantar la vista al cielo porque han perdido la fe Y no hay consuelo. Tienen la fuerza de la juventud por principal arma. Sus sueños e ilusiones, sus recursos. Ninguna de estas les es útil, empero. La realidad atroz, los avasalla. Han perdido la guerra; no sólo una batalla. El horizonte para ellos se ha desvanecido Confunden fácilmente mar con cielo Ya no tienen anhelos; los que tuvieron, La realidad ha carcomido.
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Julio Otra vez julio Con sus lluvias y aguaceros. Relámpagos destrozando con su luz el cielo Truenos que hacen retumbar el suelo. ¡Mójate Tierra! ¡Desbórdense ríos y arroyuelos! Denle vida a la vida Destrocen todo lo que no es bueno.
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Qué tal si… ¿Qué tal si te abrazo? ¿Qué tal si te beso? ¡Qué tal si mis manos Acarician las tuyas! ¿Qué sientes si lo hago? ¿Responden las tuyas? Tus huellas distantes de las mías Quedaron marcadas en la arena De esa remota playa. Tu corazón, sin embargo, Latió distinto aquella tarde Cuando la lluvia amenazaba. ¡Tan cerca y lejana! ¡Tan mía y tan ajena! “¿Qué son las esperanzas frustradas Si no ocasiones para nuevos intentos”.
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SEGUNDA PARTE Episodios
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Episodios.
El recuerdo se basa en recuerdos, que a su vez se esfuerzan por conseguir recuerdos. Por eso se asemejan a la cebolla, que con cada piel que cae, deja al descubierto lo olvidado hace tiempo, hasta los dientes de leche de la primera infancia; luego, sin embargo, el filo del cuchillo la ayuda a conseguir otro fin: cortada piel a piel, provoca lágrimas que nublan la vista. Günter Grass..
Quiero, aunque no sé con certeza si este es el verbo más adecuado para expresar lo que pretendo. Preferiría, en este caso, usar el yo deseo_ que significa bajar las estrellas_ narrar una historia: la historia de mi vida. Si a todo querer anteponemos el poder nunca lograríamos conquistar nada. Pero, el solo querer o el solo desear por si mismos no bastan para alcanzar lo anhelado. Desear y poder, entonces, constituyen la díada con la que es posible el todo. Puedo, deseo, hago.
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Narrar, contar una historia de vida implica penetrar por las obscuras cavernas de la conciencia con el riesgo de que cientos de Minotauros destrocen en mil pedazos lo que fue el pasado. El pasado, más no la vida: Ésta, bien que mal, continúa su derrotero hacía destinos insospechados. Al comenzar a hilar la trama de esta historia temo no contar con las palabras y con la gramática necesarias para recuperar del olvido, recuerdos con los cuales urdir ese tejido. Y, ni pidiéndole auxilio a la Diosa Mnemosina, hija del cielo y de la tierra, será posible recuperar fragmentos de una vida que quedaron ocultos más allá de la conciencia; en esos oscuros laberintos en los que el pensar no penetra. El “yo pienso, luego existo” cartesiano queda aquí desprotegido. Usé el título de Episodios, _entrada en escena de un personaje_ según la etimología griega de este término, para expresar el contenido de esta historia personal que constituye lo que fui y configuraron lo que soy. No sé de cierto si determinarán mi futuro u otras fuerzas ocultas llevarán mi vida por senderos desconocidos. No fui, no soy, no seré. Soy-sido y soy-seré. Soy los tres tiempos en uno. 83
Biología y biografía unidas. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?
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Primer episodio: La infancia. La casa. Los primeros recuerdos que rememoro de mí, de mi infancia (el que aún no habla) me presentan imágenes de una casa hecha toda de madera. Un gran corredor. Al frente, un jardín que cultivaban mi madre y mis hermanas: macetas de flores en cubetas que adquirieron esa función después de haber servido para traer el agua a la cocina. Más allá, en el corral, la blancura de los alcatraces que cultivaban mis padres – “cartuchos” le llamábamos nosotros sin saber de dónde provenía ese nombre_. Me veo, siendo niño, con mis hermanos hurgar bajo esas plantas, buscando el nido de las gallinas que anunciaban con su cacaraqueo que habían puesto un huevo para nuestras provisiones. ¡Pobrecitas las gallinas! no dejábamos que sus huevos sirvieran para perpetuar su especie. Cuando lograban esconder sus nidos de nuestras intrusas manos, un alegre piar de pollitos salidos como de la nada, compensaba el fracaso de nuestra afanada búsqueda. Recuerdo esa casa con su corredor de tierra apisonada y me veo de pronto con mi papá y mis hermanos y 85
hermanas, yendo a un lugar cercano donde mi padre, pala y azadón en manos, arrancaba una arcilla entre rojiza y amarilla que llevábamos a casa, en carretilla o en costales, para rellenar el piso. Recuerdo que papá nos decía: “Bailemos todos sobre esta tierra para que quedé bien apisonada” y al ritmo de una melodía imaginada, bailábamos descalzos sobre ella para lograr el fin. En este corredor aprendí tantas cosas: Aprendí el ejemplo de mis padres que, por las tardes, después de la ardua jornada que implica vivir en el campo, descansaban sin descansar: Veo a mamá en su vieja Singer, su máquina de coser en las que hacía prendas de vestir sin acabar nunca. Como Sísifo, la tejedora. Y, ¿Cómo terminar, si debía confeccionarnos camisas y vestidos a sus diez hijos, o remendar los pantalones que por nuestras travesuras rompíamos a cada rato? Poner botones a las camisas que nuestro crecer desprendía. O darse el tiempo para confeccionar alguna prenda por encargo de alguna otra persona que, en pago a ese servicio daba, no dinero, sino algún otro producto de valor entre los que estaban un pollo, huevos, verduras. Sigo pelando la cebolla y a su lado, junto a ella, veo a mi padre. Sentado en su vieja butaca hecha de la piel de alguna pobre res que nunca imaginó como acabaría, siempre leyendo, siempre con un libro o una revista entre sus manos y entonces me pregunto: 86
¿Cómo hacía mi padre para hacerse de ese material de lectura en ese lugar tan distante? ¿De dónde le llegaban las revistas Life, El Campo, URSS, o el Viejo Calendario Galván y otras lecturas? Allí lo vi leer y compartir con nosotros Las Mil y una Noches, o el Chilam Balam de Chumayel, el mismo Popol Vuh y un hermoso libro de cuentos cuyo nombre no recuerdo pero cuyas historias que quedaron bien grabadas en mi mente de niño y que tengo bien presentes, entre otras tantas lecturas que disfrutaba, oyéndolas primero y haciéndolas yo mismo una vez que logré dominar la mecánica de la lectura. Con él aprendí a leer. Me refiero al acto de leer, no al procedimiento. Este lo obtuve a muy temprana edad en el grupo de Párvulos que atendía una prima _Olguita_ en la escuela del lugar; porque no había los maestros suficientes para enseñar a todos. De esta casa lo recuerdo todo. ¿Será porque a esa edad, exenta de preocupaciones, uno introyecta todo y ese todo se incorpora en uno? La casa, tal como la recuerdo era así: Ubicada frente a la callecita principal del lugar, una callecita toda cubierta de un verde pasto en el que nos sentábamos a platicar o en el que jugábamos ajenos a cualquier peligro. Tenía, la casa, una extensión de aproximadamente 12 metros de largo 87
por 6 u 8 de ancho. Sus paredes estaban hechas de madera de pino, árbol que entonces abundaba en el lugar. Como mi padre usaba cal en lugar de pintura, la casa siempre fue blanca. El techo estaba cubierto de lámina de zinc que llegaba hasta allí transportadas en mulas y adquiridas en pueblos distantes como Comitán o Comalapa que comenzaba a surgir como pueblo importante, comercialmente hablando, después de diez o doce horas de camino entre las montañas de la sierra madre de Chiapas. En el extremo sur de la casa todavía quedaban restos de lo que antes había sido la única tienda del lugar con estantes y mostradores de madera. Mis padres llamaban a su tienda “Las quince letras” tan solo por esa curiosidad de que estas tres palabras suman esa cantidad de grafías, coincidentemente. Para surtirla de lo que proveían: petróleo, azúcar, sal, telas, dulces, parafina para fabricar velas ¡y hasta aguardiente! -sin ser cantinatenían que viajar por tres o cinco días a Comitán o a Huixtla, ciudades en las que adquirían sus productos que trasladaban en patachos formados por diez a quince animales de carga (mulas o machos, según el género) y caballos de montar o simplemente, a pie. A pincel, como decían ellos.
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Junto a la tienda, estaba el cuarto donde dormían mis padres. Allí mismo tenía su pequeño “estudio” con su escritorio y silla hechos de madera de cedro, su máquina de escribir Remington, (esa vieja y útil herramienta con la que escribí mis primeras letras después del cuaderno), los estantes para sus libros, tinta china en pequeños frascos, plumeros (puntillas para escribir) y hojas de papel en blanco o “ministro” que a mi me gustaba sustraer sin su permiso para hacer mis dibujos de niño. También había en ese cuarto un cofre de madera donde mi madre guardaba la ropa de ellos dos, que me gustaba abrir tan solo para sentir el fresco y alcanforado olor de naftalina que ponía. Tenía, además, un pequeño armario con su eterno olor a medicinas. En él, mi padre conservaba como un gran tesoro, su equipo para inyectar, sus agujas que traía de sus viajes a los pueblos que hacía por lo menos una vez en cada mes. Un estuche en el que protegía su equipo para extraer las piezas dentales de quienes, afligidos por tales dolores, acudían en busca de su auxilio. Allí guardaba medicinas, pequeños tubitos de cristal con anestesia y otras tantas cosas que despertaban mi curiosidad temprana. Tenía también, y aún se conserva, un pequeño cofrecito de madera en el que, celosamente, guardaba sus apuntes; datos que iba registrando con esa letra script clara, hermosa y exacta 89
que ninguno de nosotros heredó por más que la practicáramos en la escuela. Manuscrita, le decíamos para diferenciarla de la escritura a maquina que comenzaba a surgir en ese entonces, o de la letra de molde, llamada- así- no- se- porqué. La sala de la casa estaba formada por un espacio amplio de unos veinte metros cuadrados; rodeada de unos muebles que se usaban para sentarnos y sentar a las visitas llamados “estradas” y que consistían en una banca con respaldo hecha de madera de pino o ciprés, cepillada y a veces barnizada, en el que podían sentarse cuatro o cinco personas juntas, según su dimensión. Este espacio de la casa tenía acceso a la calle, al corredor, a la habitación de mis padres por donde se llegaba a la tienda y, por el otro extremo, a la habitación que servía de recamara para las hermanas. Los tres hermanos que vivíamos allí, (el mayor ya casado vivía en otro lugar) por nuestra edad, a veces dormíamos en camas dispuestas en el cuarto de las hermanas o en otro cuartito que estaba al final del corredor a un costado de la tienda, junto al cual mi madre, como buena católica que era, tenía su altar o capillita con sus santas imágenes protectoras de acuerdo a sus creencias y su fe. Otras veces, sólo por 90
divertirnos, dormíamos en el tapanco de la casa donde, generalmente, se guardaba el maíz en mazorcas que mi padre cosechaba. La cocina era el lugar del encuentro y la reunión familiar. Desde muy temprano, a las cinco de la mañana, el trajinar en la cocina preparando el desayuno, nos convocaba a todos. Allí, reunidos alrededor del fogón en el que ya estaba preparada la olla del aromático café o el comal con las primeras tortillas levantadas o “infladas” como les decíamos, estaba nuestro verdadero hogar. Allí por las mañanas, tomábamos el café, siempre acompañado por el milagroso pan que mi madre sacaba del viejo armario en el que lo guardaba; cuando por alguna razón faltaba, lo sustituíamos por las clásicas galletas “corona” o las de “animalitos”. La cosa es que nunca o casi nunca tomamos el café de la mañana sólo. Por las tardes, el frío de la montaña obligaba a todos a reunirnos nuevamente alrededor de aquel hogar que nos brindó el calor suficiente para crecer como crecimos antes de irnos a la cama… y a la vida. El olor del café recién cocido debiera declararse “Patrimonio de la Humanidad”, declaró alguien un día.
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Cómo no recordar de esa parte de la casa. El comedor que mi padre dispuso. Era una enorme mesa que daba cabida, al mismo tiempo, a más de diez personas que comían juntos. En largas bancas o en sillas individuales comíamos allí toda la familia. Al frente, el lavamanos de madera también, con su eterna palangana de peltre en el que mamá y papá nos obligaba a todos a asearnos antes de cada comida y a cepillarnos los dientes, después. En el patio, más flores y el viejo manzano en el que un día, mi hermano más pequeño quedó prácticamente colgado porque el extremo de una larga vara que servía para cortar las manzanas o como corral, no recuerdo muy bien, se clavó en una de sus axilas y así, desde arriba, gritaba afligido y llorando pidiendo ayuda. El horno hecho de barro, en el que mi madre cocía el pan que preparaba. “-Quiero pan de la sierra”-, decía uno de mis cuñados que vivía en Tuxtla añorando el pan que mi mamá o mis hermanas hacían. Junto al horno, un temascal, el “baño” le decíamos. En él muchas veces nos metimos para disfrutar del vapor de agua que formaba el contacto del agua fría de la montaña que vaciábamos sobre las piedras calientes de la hornilla que previamente encendíamos con la leña. Esos baños de vapor, de ancestral tradición, eran un verdadero 92
disfrutar la vida porque, al salir de él, cubiertos completamente con cobertores que nos tenía preparados en la salida _”para que no les vaya dar un aire” decía mi madre, terminaba con un vaso de té de limón que nos llevaba a la cama, de la que no salíamos hasta el otro día, como haber vuelto a nacer. Más allá, el viejo y único árbol de eucalipto que perfumaba con sus hojas todo el patio de la casa. ¿Por qué lo habremos tirado? Me pregunto. Mis primeras salidas a un mundo desconocido.
Rodeado de una familia numerosa –fuimos once los hijos que procrearon- encabezada por papá y mamá en su constante lucha por procurarnos lo mejor a todos, a pesar de las condiciones económicas y geográficas del lugar donde nacimos mis hermanos y yo, pasé y disfruté los primeros años de mi vida. De esta etapa feliz tengo varios recuerdos. Dos son los más significativos por su impacto en mi tierna mente y porque representó, ahora lo veo, mi salida del mundo más cercano al que estaba habituado. Por alguna razón que no logró identificar en mis recuerdos, la primera fue el viaje en el que acompañé a mi padre a 93
Motozintla. Tendría, no me ubico en el tiempo, unos seis años de edad cuando papá decidió llevarme con él en uno de esos viajes que tanto hacía. Recuerdo la fría mañana en que salimos de casa. Frío que se incrementaba por el hecho de ir montado en el lomo del caballo que sería mi cabalgadura en ese viaje que percibo como entre brumas porque no alcanzo a revivirlo. Caminamos todo el día y ya cuando la tardea caía y la noche comenzaba a cubrir con sus oscuridad los árboles de la montaña, llegamos a un lugar que mi padre dijo que se llamaba “Las Salvias” para pernoctar allí, en casa de algún conocido amigo de mi padre, supongo, por la forma en que fuimos recibidos. Después de desmontar y quitar los aperos de los animales y llevarlos a un lugar cercano para que también descansaran y se alimentaran, cenamos y pasamos allí la noche, en lo más alto de la montaña de la Sierra Madre de Chiapas. Allí donde el Sur y el Norte; el Oriente y el Poniente se divisan juntos. Al día siguiente, como de costumbre, muy por la mañana, fue mi padre por los animales, les pusieron monturas (sillas de montar) y arquillos a las que llevaban la carga, y comenzamos un camino que serpenteaba la montaña de bajada en una inclinación casi vertical por lo empinado de la ladera hasta llegar, más de dos o tres horas después, a una enorme cañada en la que fluía un 94
pequeño río, afluente, me informó papá, del Río Grijalva que nace en las montañas de Guatemala y que más abajo del cruce de aquel camino, confluyen, justo en el vértice de la montaña que terminamos de bajar y de la otra que había que volver a subir. Con el paso lento y seguro de los animales comenzamos el ascenso y, tiempo después, llegamos a la cumbre de esa segunda montaña, desde la que se divisaba, allá, abajo, en la distancia, un pueblo que, como arrinconado en las montañas, se veía de lejos. “Allá es Motozintla” recuerdo que dijo mi padre. _Motozintla, me dijo, quiere decir “ardilla en la ladera” en lengua Mam y por la tarde vamos a llegar allí_. Como repitiendo lo ya caminado en ese día, comenzó el nuevo descenso. Llegamos al pueblito, que a mis ojos pareció más grande de lo que en ese tiempo era, después de bajar por la ladera donde me sorprendió la belleza de los árboles que, como adornados para la navidad, lucían el heno que colgaba de sus ramas y después de cruzar un río que limitaba el pueblo y la montaña. ¿Qué hicimos allí? No lo recuerdo. ¿Cuánto tiempo estuvimos en Motozintla en ese viaje? Tampoco lo 95
registro. Pero nuevamente me veo, montado en mi caballo, de regreso, camino a casa por las mismas montañas y un episodio del cual, al recordarlo, me avergüenza un poco: Por la comida extraña del pueblo o por la emoción que me dejó el haberlo visitado por vez primera, tuve una irregularidad intestinal. Montado como iba en mi caballo, no tuve tiempo de apearme y hacer mi necesidad en el camino y ¡Oh, vergüenza! ¡Me hice en los pantalones!... como estábamos por llegar al segundo río, veo a mi padre, amorosamente, bajarme con sus brazos de la montura, llevarme al agua, asearme y lavar allí mi pantaloncito de niño…No puedo evitar las lágrimas que cautivas, salen de mis ojos al recordar esta amorosa escena con mi padre en ese remoto río en la cañada inhóspita de las montañas de la sierra. El otro recuerdo está asociado, otra vez con un segundo viaje al mismo destino, pero ahora acompañando a mamá y a mi padre. Otra vez el mismo viejo camino; dos días montado en mi mula que me transportaba. Llegamos a Motozintla y fuimos directamente a la iglesia de San Francisco en cuya casa vivía un sacerdote, amigo y compadre de mis papás porque había sido el padrino de mi hermana menor. Recuerdo el motivo de ese viaje. Mi madre debía de 96
ver un médico porque su salud estaba deteriorada no se por qué motivo. El sacerdote, amigo de la familia, lo recuerdo muy bien, era el dueño de un Jeep en el que nos llevó por las principales empedradas callecitas de aquel pueblo en crecimiento como yo. Esta experiencia por sí misma, habría valido el viaje de cuatro días por los empinados caminos de la sierra. Sin embargo, de este viaje tengo otro recuerdo tan nítido, como si los juegos de la mente me trasportaran, mediante esa imaginaria máquina del tiempo que es la memoria, hacía el pasado. En alguna de las tiendas del pueblo, mis padres me compraron unas canicas de esas las más grandes, de esas que no había tenido nunca. Mi recuerdo me lleva a las laderas que suben la más alta de las montañas de Chiapas, después del Tacaná llamado El Malé (cuyo significado es bola o cerro bola) de camino al Porvenir, caminando detrás de la recua de animales que llevábamos y cansado de tanto ir montado en el mío, jugando con mis canicas por todo ese empinado camino del recuerdo, con mis padres adelante, montados en sus respectivas sillas sacando provecho del lento caminar de los animales por las empinadas laderas de la montaña.
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El lugar. La casa donde nacimos forma parte de una pequeña comunidad de personas que habitan en la Sierra Madre de Chiapas. Al lugar se le conoce, quienes lo conocen, como La Independencia. Así, la independencia, como queriendo influir en mí desde este nombre, la cualidad y la necesidad humana de ser independiente. Otros prefieren reconocerlo como “Las Tablas”, nombre que alude a la existencia, en tiempos más remotos, a la abundancia en los bosques del lugar de una variedad de las coníferas que recibe ese nombre: “Tabla”, para distinguirlo del pino, del ocote y del pinabete, parientes todos que también abundaban. Políticamente, la comunidad forma parte del municipio de Bella Vista que, vecino de otros municipios serranos como La Grandeza y Siltepec pueblan esa región de la sierra, más allá, al Norte de Motozíntla. El lugar fue fundado en algún momento del Siglo diecinueve por personajes provenientes de la vecina Guatemala que se internaron en la sierra para buscar un lugar donde vivir. Mi padre escribió que la precaria situación de estos colonos les impedía tener las herramientas básicas para talar los montes que eligieron para establecerse, lo que los llevó a usar el 98
fuego para tirar los árboles que les impedía cultivar la tierra. A falta del hacha o de la sierra, el fuego se encargó de tumbar los grandes y hermosos árboles que formaba el bosque. Así, al paso de los años, y por la ambición y por la necesidad de la gente, la montaña se fue despoblando de sus originales habitantes: plantas y animales. Así se extinguieron encinas y oyameles, quetzales y venados. En esas montañas crecí. Allí vi muchos amaneceres con el sol emergiendo de las montañas del oriente, más abajo, en el rumbo de Guatemala, que esperaba ansioso todas las mañanas para mitigar el frío de la madrugada. Allí corrí tras el rebaño de borregos que a veces cuidaba. Desde allí atisbe mi futuro, de pie en la loma donde se divisa el norte que apunta a Comitán como queriendo señalarme el camino que habría que tomar más tarde. Allí hicimos nuestras primeras travesuras y vivimos hermosas aventuras valoradas sólo por la percepción inocente de los niños.
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El Potrero. De todos los lugares que allí se encuentran hay uno que es vital en mi existencia. Lo llamamos “el Potrero”. Es un lugar mágico. Su magia se contagia a todos. Temido y querido a la vez, el Potrero es como el crisol del que surgimos todos los miembros de la familia. Hasta su forma física tiene esa característica. El lugar es una hondonada. Un vallecito que va de los trescientos o trescientos cincuenta metros de largo por unos doscientos o ciento cincuenta metros de ancho en sus partes más angostas. Rodeado completamente por dos cerros que confluyen entre sí formando sus dos entradas al oriente y al nor-poniente. En la falda de uno de estos cerros, la que da al sur de la explanada, nace un cristalino arroyito de frías aguas cuyo cause atraviesa todo el vallecito serpenteando en su flujo cual culebra gigante y va a volver a las entrañas 100
de la montaña después de recorrerlo todo por una pequeña abertura al pie del cerro del nor-oriente casi enfrente de una hermosa cueva o caverna que se abre entre las rocas del macizo. Arroyo, cueva y montañas dan al Potrero ese toque mágico, enigmático y hermoso. En los tiempos de mucha lluvia, esos que ahora sólo añoramos, dos fenómenos incrementaban su misterio. El primero tenía que ver con la neblina que de pronto cubría por completo el valle. Cuando nos tocaba estar allí a esas horas de la tarde, la aprovechábamos para jugar a escondernos entre la nube porque eran tan espesa que no nos permitía ver más allá de los dos o tres metros de distancia. Sólo nuestras voces nos guiaban. El otro misterio del potrero que daba pie a explicaciones míticas de la Gran Culebra que tapona el sumidero del arroyo se presentaba entre los meses de septiembre-octubre cuando, después de una o dos noches de copiosas lluvias, el valle se inundaba, formándose en él una hermosa y provisional laguna que no todos disfrutábamos por el temor que nos infundían los adultos; más por el hecho de protegernos que de creer que en verdad la gran sierpe nos devorara. Por esta última razón, el vallecito del Potrero no era cultivado todos los años, por temor a perder la 101
cosecha de maíz o papa que allí se sembrara debido a la laguna que se formaba de pronto. El uso que mis padres daban a esta fértil tierra era esa: servir de potrero para el pastoreo de sus animales: borregos, las pocas vacas que pudieran pastar en él, y los utilísimos animales de carga. ¡Cuántas madrugadas entre las tres y cuatro de la mañana tuve, acompañado de algún hermano o solo, que bajar hasta el Potrero para ir por los animales para los viajes que se habían dispuesto hacer! Con cuánto temor infantil recorrimos sus rincones buscando a tal cual mula o caballo que no siempre estaban dispuestos a obedecer, como anticipándose a evitar el viaje. Pero allí estábamos. Cumpliendo el mandato de mi padre aunque a regañadientes; no por la desobediencia en sí, sino por no querer ir al Potrero a esa oscura y fría hora de la madrugada, alumbrados únicamente con la lámpara de manos. A veces, en los fríos meses del invierno, resquebrajando la cristalina y delgada capa de hielo de la helada que 102
la gélida noche había dejado, con nuestros menudos pies cubiertos del humilde calzado de plástico que usábamos. Pero cuántos momentos felices también, en nuestro Potrero. Felices con mis padres, con la familia y con compañeros de juego. Allí comimos juntos como familia muchas veces en auténticos días de campo. Allí jugamos a los ingenieros construyendo diques al arroyo para formar la poza en la que, según nuestra imaginación, nadábamos: Cómo nadar en espacios tan reducidos que ahora “veo” con ojos de adulto. No nadamos pero las zambullidas que nos dábamos eras incomparables a cualquier otro juego. Allí volaba nuestra imaginación construyendo futuros inalcanzables. Allí jugábamos a desplazarnos en el pasto seco, quemado por el sol o por la helada, sobre tablas que adrede preparábamos para mejor deslizarnos por la pendiente inclinada de la falda de los cerros que lo rodean. ¡Ay! Si así de fácil y divertido fuera desplazarse por la vida! Del Potrero no me olvido nunca. Lo recuerdo, lo “veo” en mis sueños, y lo añoro siempre. Lo visité cada vez que pude y me senté en medio de la llanura a platicar con él y con los duendes que lo habitan para 103
agradecerle la influencia que ejerció en mi espíritu. Sería imposible enumerarlas todas. Recordar el ranchito que mi padre construyó en uno de sus extremos; pequeña cabañita que nos brindó su abrigo en días fríos o lluviosos y que mi padre bautizó con el nombre de la hija menor “Rancho Mayoli”. El viejo y único saúco que con su sombra nos indicaba que era hora de reunir a los animales para resguardarlos por las noches: “Ya vámonos, ya son las tres de la tarde” decíamos cuando veíamos la sombra de este nuestro puntual reloj señalando un punto en la llanura. Nuestros juegos en la cueva dando gritos para divertirnos con su eco, interrumpiendo, sin querer, el diurno descanso de murciélagos que asustados salían volando, devolviéndonos el susto.. ¡Cuánta experiencia vivida en ese mágico sitio en la montaña! No sólo de niño, sino también ya como adulto. Por eso, y para que en ese lugar donde crecí, feliz con los míos, les dejo el siguiente encargo: Cuando yo muera. Cuando yo muera, voy a seguir dándoles algunas molestias más. Háganlas con amor y como un último favor para alguien que los quiso mucho, a su manera.
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No es mucho lo que les pido. Pero es algo que talvez no les parezca a todos. Háganlo de todos modos y discúlpenme por ello. Voy a tratar de dejar dispuesto lo que más pueda prevenir para que la molestia no sea tanta. De lo demás, ustedes decídanlo. Primero.- Que mi cuerpo sea incinerado y mis cenizas, llevadas a la Sierra. Segundo.- Una vez allí, quiero pedirles que en el Potrero, ahí donde estuvo el viejo saúco que nos servía de reloj para anunciar, con su sombra, que ya era hora de volver a casa, siembren un árbol. Si es encino, mejor, sino cualquier otro será bueno. Al pie de ese tierno arbolito, depositen mis cenizas para que cuando crezca, mi espíritu esté encarnado en él y puedan verme siempre convertido en las verdes y tiernas hojas de ese nuevo ser vivo- árbol-yo. Tercero.- Si les es posible, al momento de sembrar el arbolito con mis cenizas al fondo, como si fuera abono, estén todos mis hermanos y hermanas que me sobrevivan; mis hijos y los de ellos, para que juntos, me
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devuelvan a la Madre Tierra, entregándome a Dios y a papá y mamá en ese lugar que me vio crecer. Cuarto.- Este es un pedido especial que Dios quiera se pueda cumplir: Que durante toda esa ceremonia, pusieran canciones del Trío Calavera. Un viejo trío de los años cuarenta que seguro les va a gustar aunque también sé que les va a hacer llorar más de la cuenta. Pido perdón por eso. Dos canciones de preferencia: “El hijo desobediente” y “Dos arbolitos” y todas las demás que puedan. Voy a tratar de dejar preparado el disco si Doña Muerte me lo permite; si no, allí se los encargo. Quinto.- Repito y se los pido. ¡No sufran mi muerte; celébrenla! Dirán que estoy loco, por escribirles esto, pero es sólo un pedido por si…Uno no tiene la vida comprada y el tiempo de la muerte es impredecible y porque, citando a Heidegger, “el fin del ser-en el- mundo es la muerte”. Adjunto dejo algunos documentos en los que se señala que todo el costo que implica mi funeral ya está pagado. La vía es el correo electrónico dirigido a alguien que se encargará de todo esto. Tenlo allí, guardado para cuando suceda y gracias por hacerlo.
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De vuelta a los recuerdos de la casita del Potrero tengo uno que voy a contarles: Acostumbraba mamá echar las gallinas para que empollarán, al resguardo y protección del ranchito, sus propios huevos. Al término de este proceso de gestación, más de una docena de pollitos multicolores corrían tras su madre por el verde pasto a los alrededores. Como no era una, si no varías las gallinas que a la vez, fungían con esta reproductiva tarea, era mucha la atracción para los intrusos animales que saciaban su hambre con la tierna y fresca carne de algunos pollitos. Gavilanes eran los más comunes destructores de esa especie que, cuál saetas, se lanzaban sobre alguno de ellos, atrapándolos con sus garras y elevando inmediatamente su vuelo con su presa en ellas. Pero, de tanto huevo en incubación, los zorrillos también merodeaban buscando o haciendo algún agujero por donde meterse a hacer de las suyas. Ante tanto daño, una noche mi hermano mayor y yo, decidimos poner un hasta aquí a semejante intruso. Después de cenar, mi hermano tomó el Winchester de mi padre y, con municiones y una lámpara de mano bajamos al potrero para “velar” dentro del ranchito, al fiero animalillo. Nos acomodamos sobre un cajón que 107
servía para depositar la papa que se guardaba como semilla para la siguiente cosecha a esperar el mínimo ruido que al entrar hiciera el robahuevos. Cuando percibimos su entrada, mi hermano encendió la lámpara y su luz refleja nos mostró dos brillantes ojillos asustados del animalito que no esperaba esta sorpresa, al tiempo que, al sonido de un disparo, cayera allí mismo muerto, no sin antes, por reflejo, disparar él también sus propias municiones defensivas: un impregnante olor a orín de zorrillo cundió en el pequeño espacio de la casita que se intensificó porque estaba completamente cerrada. Las lágrimas comenzaron a salir a torrentes de nuestros ardientes ojos y nuestra respiración se dificultaba ante el aire así contaminado. Como pudimos, a tientas, logramos salir de esa pestilente trampa que nuestra ingenuidad había construido y corrimos, a la media noche o más allá, en la madrugada, hasta el arroyito distante unos doscientos metros, a buscar la frescura del agua que aliviara tal martirio. La ropa impregnada del penetrante aroma nunca más fue posible utilizarla a pesar de ser bien lavada y en nuestro cuerpo permaneció por días el penetrante olor del pobrecito zorrillo asesinado por nosotros esa perfumada noche. Desde entonces, lejos de odiar o rechazar tan penetrante aroma, cada vez que a lo lejos lo percibo, aguzo mi sentido del olfato 108
para disfrutarlo, recordando esa terrible noche en el ranchito del Potrero. Recordando también la sentencia de mi padre que decía: “Ya ven, por eso, en el mundo, cada cosa en su lugar y cada lugar con su cosa”.
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Segundo episodio: Infancia.
La primera escuela. Como dije, mis primeras experiencias escolares las viví allí, en la escuela primaria. De ella, el influjo de muchos maestros se incorporó en mi tierna mente, configurando, sin saberlo, mi futuro. A casi todos recuerdo por su influencia como excelentes maestros. Póstumo reconocimiento de mi parte a quienes ya no están en este mundo: La maestra Concepción, a su esposo, el maestro Florentino. Con sus hijas e hijo, compañeros de infancia, compartimos algunas travesuras jugando a “ser adultos”. De entre todos, algunas imágenes son más vivas: Lupita, la que se llevaba a mi hermano más pequeño a dormir con ella para mitigar el frío de las noches. Abelino, el de la guitarra y de la casería. A Roberto el revolucionario. A Francisco, a Elmer el del caballo bonito que alimentábamos con hojas de la milpa. Y a tanto otros que convivían en la casa porque casi todos comían allí, asistidos por mi madre y mis hermanas. De todos ellos, 110
hubo uno que fue trascendental en mi existencia: Hugo se llamaba y se apellidaba Mundo sin saber que su apellido construyó mi mundo. La ingratitud del hombre es tal que no le permite cumplir con algunas cosas que resaltan en su vida. Hugo vivió y murió sin saber de mi boca lo que representó para mi vida. Fue mi maestro del quinto grado, dos ciclos escolares porque, como la escuela era de “organización incompleta” no alcanzábamos a terminar allí la instrucción primaria. El sexto grado lo tuve que cursar en la escuela de Bella Vista, siete kilómetros de casa, que sí era de organización completa, y a la que había que ir todos los días después de caminar por más de una hora de ida, pero por más de dos para el regreso porque el camino de vuelta era de subida a pie y entre veredas. La escuela era nuestro lugar de encuentro con la cultura. Allí, además de las primeras letras y de los primeros conocimientos sobre lo que es el mundo tuve mis primeros contactos con el mundo externo de la casa y de la comunidad a través de mis maestros. En ella también aprendí que el ocio bien llevado es formativo. Como olvidar, por ejemplo, los juegos a la hora del recreo con los demás niños de mi edad, bajo la sombra protectora del bosque de cipreses que rodeaba el edificio escolar. El improvisado columpio que 111
formábamos con la rama más próxima de algún ciprés que nos servía para columpiarnos tomando fuertemente con las manos el extremo y, apoyados por la pendiente del terreno, lanzarnos por los aires. Cuántas veces preferí no ir a casa para tomar el refrigerio del receso con tal de quedarme a jugar con mis amigos que compartían, solidarios, su desayuno conmigo. Sentados a la sombra de los árboles, en la alfombra que las hojas caídas forman en el suelo, sacaban de su morral (no había mochilas en esos tiempos) el itacate que sus mamás les había preparado: tortillas de maíz, frijoles, huevos refritos y café, en su botella, que degustamos como el más exquisito manjar, todos allí, juntos, antes de regresar de nuevo a las aulas. Estas eran salones forrados de madera, el piso también era de tablas. Para dar cabida a los distintos grupos, se colocaban unos canceles hechos de teja manil, que dividía la enorme sala en tres o cuatro salones. De estas salas había más de dos en las que cabíamos todos los niños de la escuela. Las mesas de trabajo eran también de madera y lo suficientemente largas para que muchos niños trabajáramos en ellas, sentados en bancas del mismo material. Respecto a nuestros materiales de estudio, imposible olvidarlos: fueron la primera versión de los libros de texto gratuitos que se distribuyeron en el gobierno de López 112
Mateos; aquellos que tenían en su portada a la Patria representada por una mujer mexicana, obra del pintor González Camarena. Aritmética y geometría, Lengua Nacional, Estudio de la Naturaleza… ¡Ah, qué obras esas llenas de valores orientados a fortalecer la identidad nacional y la formación de los mexicanos! Los programas culturales para celebrar algún hecho histórico que la escuela preparaba eran verdaderos acontecimientos en la comunidad: Por la mañana, a las seis, el obligado izamiento de la bandera nacional tanto de la escuela como de la comunidad a la que iban todos, alumnos, padres y maestros. Más tarde, el desfile cívico en la única calle del lugar, desde la escuela hasta el panteón de ida y de regreso. Al término de este, el torneo de básquetbol con equipos de las comunidades vecinas que duraban hasta dos o tres días, en razón del número de equipos participantes. Paralelo al juego de básquetbol, las carreras de cinta a caballo. Estas se realizaban en la calle que estaba enfrente de la escuela. Una hermosa calle flanqueada en ambos lados, por enormes árboles de ciprés que proporcionaban al lugar su sombra y su belleza. En ella, señores de la comunidad, luciendo su cabalgadura, iban y venían al trote o a la carrera, tratando de arrancar con una varita o con algún otro objeto, la pequeña argolla que colgaba de un lazo que 113
cruzaba de extremo a extremo la calle. Cuando lograban arrancar alguna, se acercaban ufanos a la mesa de los premios, en la que, señoritas de la comunidad les otorgaba alguno: un ramo de flores naturales, un listón de colores que les prendían al brazo, un pequeño pañuelo o cualquier otro objeto sencillo pero simbólico. De esas carreras, recuerdo al Tío Lucio con su yegua blanca. Siempre fue el mejor en esas lides. Por las noches, y a pesar del frío, el programa cultural con bailables, poesías, representaciones teatrales con temas alusivos a la fecha que se celebraba. La sala más amplia de la escuela era preparada para esto. Alumbrada con una o dos lámparas de capuchón que consumían gasolina blanca, la sala lucía. Concluido el programa cultural y artístico, se daba paso al baile popular amenizado con música de marimba. Las bancas del salón eran dispuestas alrededor de éste y en ellas se sentaban las muchachas acompañadas de sus mamás y de sus amigas. En el piso, el aroma de la funcia, la hoja del pino que, cual alfombra, se tendía en toda la superficie del salón dándole ese toque festivo y tradicional. A los primeros compases de la marimba, los muchachos y señores, “corrían” al lugar donde estaba sentada la muchacha preferida, para invitarla a bailar. No siempre sus deseos eran complacidos porque, o la chica no 114
quería bailar con él, o porque otro más veloz se le había adelantado en el camino. Estos bailes se prolongaban hasta la madrugada. Había que ver los montones de funcia que se formaban al zapateado de los danzantes. ¿Por qué se extinguieron estas actividades de la escuela y de la comunidad? ¿Qué razones provocaron su desaparición y su olvido? Podría mencionar algunas pero no es propósito hacerlo en este recuento de mi vida y mis recuerdos. La conclusión de mis estudios de primaria en la escuela de Bella Vista es otro episodio de mi vida lleno de recuerdos y de momentos gratos, no obstante que solo duró el tiempo que tardó el ciclo escolar en comenzar y concluir. Un instante en el tiempo de mí existir en el mundo. Fuimos cinco o seis los compañeros de la misma comunidad que todos los días, a las seis o siete de la mañana salíamos para ir a la escuela, distante unos siete kilómetros de la casa, para volver a ella a las dos o tres de la tarde, según el tiempo que ocupábamos en otras travesuras de niños entrados en la pubertad o la adolescencia, deseosos de vivir mil aventuras. De todos ellos, yo era el más pequeño en edad. Sus nombres para perpetuarlos en mi recuerdo: 115
Noé, al que me referiré más tarde en otro episodio, César, el que siempre amenizó el camino con sus cuentos que narraba, sacados de quién-sabe-dónde. Eulogio, el más hábil para el camino, siempre nos dejó atrás en esas inclinadas veredas que trepaba cual felino. Rogelio, el más callado de todos y Epifanio que por vivir en la misma comunidad pero por otro rumbo, tenía que tomar otro camino. Por su edad y por sus habilidades en el juego de básquetbol, ese sexteto hizo lo suyo en la escuela, recibiendo por ello la admiración de las niñas y la natural envidia de los hombres. Teresita de Jesús fue nuestra maestra de sexto en ese año. La quisimos mucho por su cariño hacia nosotros y por sus enseñanzas. Con ella y de ella aprendí muchas cosas, ella terminó de convencerme de la necesidad de continuar con mis estudios, algo que era realmente muy difícil lograr en el medio en el que me desenvolvía en ese remoto entonces. De esta etapa de mi niñez son muchos los recuerdos que acompañados de mis amigos viví. Las idas al río después de la salida de la escuela. Sin importar que éste estuviera como a media hora de camino más abajo de la escuela y en sentido opuesto a la dirección del camino a casa, lo que provocaba que nuestro regreso se prolongara hasta más allá de las cuatro de la tarde, 116
provocando la angustia y enojo de nuestros padres que, preocupados por nuestra demora, nos llamaban la atención, sin entenderlos. Lo que para nosotros contaba, era vivir la aventura y la diversión, como cuando nos entreteníamos en la montaña buscando algún racimo de plátanos que hurtábamos de las parcelas, escondíamos entre matorrales y dos o tres días después pasábamos a comer cuando ya el calor de las hojas habían madurado. U otras tantas, propias de nuestra inquietud de niños. Lo más emocionante de este ir y venir de la escuela a casa eran los días en que el correo llegaba a Bella Vista. Un señor, con una mula, lo llevaba un día de la semana de Comalapa a ese lugar en una valija de lona verde y blanco. Ese día, al salir de las clases pasaba emocionado a casa de Don Amado, el eterno encargado del correo allí, para preguntarle que había para mi papá de nuevo. “Ahora nada”, me decía, algunas veces, causándome tristeza su respuesta u, “Hoy si le llegó correspondencia a Tebita, llévale sus revistas y mis saludos”, me decía y con la emoción de leerlas se las entregaba a mi padre y así, de esta forma, se iban despejando mis preguntas respecto a cómo hacía para tener en casa nuevos materiales de lectura.
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La boda de una hermana. Mientras corría el tiempo estudiando en la escuela de Bella Vista, yendo todos los días de casa a la escuela, debo decir que en tiempos de cosecha del café, en lugar de ir de la casa a Bella Vista, mi recorrido era, en dirección contraria, de ese lugar al ranchito que mis papás poseían en un hermoso lugar llamado “El Caballo Blanco” bautizado con ese nombre porque en uno de los cerros que allí abundan pues está ubicado en una cañada donde el sol aparece más tarde y se oculta más temprano, aparecía con mucha nitidez, la figura de un caballo blanco que tomaba el color de las rocas de ese cerro. De noviembre a enero o febrero, vivíamos allí para cosechar el café que cultivaban y, forzosamente mi camino era distinto al de mis compañeros que seguían el mismo de siempre. Durante ese año, por el mes de mayo, una de mis hermanas contrajo matrimonio con uno de los maestros que trabajaba en la comunidad. En los preparativos de su boda, mi hermana y el maestro que iba a ser mi cuñado, me llevaron, por primera vez a Comitán con el pretexto de tomarme las fotografías que habrían de servir para mi certificado de primaria. Ese otro viaje dio a mí ser otro 118
sentido. Por mi edad y por la proximidad a concluir mis estudios y tomar decisiones sobre mi futuro, esa salida fue determinante para el porvenir que yo mismo me trazaba: Salir de mi tierra para poder continuar con la secundaria en algún lugar donde esa posibilidad era factible no sólo representaba un reto sino una gran dificultad: no todos estaban en condición de hacerlo por muchas razones. La boda de mi hermana Bety que además fue un acontecimiento importante en la familia, fue el parteaguas de mi destino. Gracias a ella y a Hugo, mi cuñado que nos quiso mucho, se facilitó la meta que en mi interior me había propuesto, y así, una mañana del mes de agosto, a mis doce años, acompañado de mi hermano y del temor, tristeza y bendiciones de mis padres, salimos de casa con destino a Tuxtla Gutiérrez, donde mi hermana ya vivía con su esposo. Nuestro viaje, recuerdo, fue muy acelerado. De pronto una madrugada tuvimos que salir de prisa porque en una carta de mi cuñado enviada a mi padre por correo le decía porque no me había mandado a tiempo para presentar el examen de selección en la escuela secundaria donde él quería que estudiara. En la carta decía que la fecha del examen ya había pasado y que él con anterioridad lo había comunicado en otra carta. Allí 119
mismo decía que como el primo con el que estudiamos juntos si se había presentado a tiempo diciéndoles que yo no lo había hecho porque mis papás no habían podido enviarme. Resulta que esa carta donde a tiempo le informaba las fecha del examen, fue recogida por el primo, que la abrió, leyó y no la entregó a su destinatario pero que si aprovechó para él llegar a tiempo al examen. Cuando llegamos mi hermano y yo a Tuxtla, efectivamente los exámenes había pasado y la única opción que me quedaba era ingresar a alguna de las escuelas particulares en las que se pagaba la colegiatura. Sin consultarlo con mis padres, mi decisión fue quedarme y con el poco dinero que llevábamos o tal vez con la ayuda de mi cuñado, no recuerdo, me inscribí en el Instituto Tuxtla, aprovechando que Felipe, un vecino de la casa de mi cuñado, estudiaba allí y todos los días iba de Juan Crispín al Barrio de San Roque, en Tuxtla, a estudiar la secundaria en ese instituto, montado en su bicicleta. Con él y en ese medio, comencé mi primer año de secundaria pagando setenta pesos mensuales de colegiatura y con el temor de no poder sostenerme así por mucho tiempo. No se cómo fue que, Marte, mi hermano regresó solito a casa de ese viaje, pero cada vez que intento 120
recordarlo me gana la melancolía y el coraje por no poder entender la razón de por qué él también no se quedó conmigo si solo era mayor de mi por cuatro años. ¿Por qué no tomó él también la decisión de quedarse a continuar con sus estudios? ¿Acaso se sacrificó por mí y me dio la preferencia? Son tantas las preguntas que me hago al respecto. Eso hubiese cambiado su destino y no lo hizo, y yo tampoco pude impedirlo por mi inocencia o por mi egoísmo. Del primo, ya mejor ni hablarlo. No le guardé rencor por lo que hizo la misma vida se encargó de eso. La secundaria. Para poder tener la certeza de terminar mi primer año en ese instituto, pedí a mi hermana que me dejara irme a vivir a Tuxtla y buscar algún trabajo para sostenerme. Ella misma me busco uno en el que no tardé mucho por cuestión de horario. Más tarde, por suerte, di con la casa de unas señoras que vivían muy cerca del mercado, justo a un costado del Hotel Olimpo que todavía existe, y que se dedicaban a vender comida. Ellas me aceptaron con gusto en su casa para poder ayudarles con sus ventas a cambio de hospedaje y alimentos. De ese tiempo con ellas, recuerdo el exquisito mole de pavo y la sopa de pan que preparaba 121
los domingos. ¡Una verdadera delicia! Preparados al estilo de San Cristóbal de donde ellas había venido. La misma Doña Cristy, como se llamaba una de ellas, la que preparaba la comida que vendíamos en el mercado, me llevó un día a la casa cercana de otra señora que podía darme trabajo percibiendo un salario además de hospedaje y comida: La tía Rosita, la señora de quien recibí y aprendí tantas cosas. Con ella estuve los tres años que duró la secundaria. La casa estaba ubicada en la esquina de la cuarta avenida sur y tercera calle oriente, en el viejo barrio de San Roque, a una calle del Instituto Tuxtla, ¡Qué fortuna! La Tía Rosa tenía un expendio de petróleo. Por esos años, la venta de petróleo era un verdadero negocio. En un buen día llegábamos a vender entre 50 u 80 barriles de 200 litros cada uno de los cuales me daba un porcentaje como mi salario. ¡Una verdadera fortuna para un niño que como yo, no tenía tantos gastos más que la mensualidad de la escuela, mi ropa y mis útiles escolares! Entre olores de petróleo, gasolina blanca, pólvora de los cohetes que también vendía ¡Imagínese usted el polvorín en el que estaba! Y coches del año, porque sus dos hijos que eran propietarios de taxis del famoso Sitio San Marcos que tenían su estacionamiento frente a la Catedral de San Marcos, estrenaban todos los años, viví feliz durante ese tiempo, despachando o repartiendo litros y litros 122
de petróleo en las tienditas del barrio que lo vendían al menudeo. El petróleo lo trasportaban en camiones tipo tontón (16 tonelada) de la ciudad de Arriaga a Tuxtla, en viajes de hasta cien o ciento cincuenta barriles de 200 litros. Allí aprendí a bajarlos de esos camiones apoyado con unas llantas que poníamos en el piso en los que los barriles caían guiados por nuestras manos, sin lastimarse con el piso. Allí aprendía a subirlos a los camiones de quienes lo compraban, rodándolos por un plano inclinado que formábamos con una tabla y a trasegarlo con mangueras que aprendí a usar sin succionarlo con la boca, sino haciendo presión con el dedo índice de la mano. Fue tanta la confianza que me tuvo La tía Rosa en el negocio, que me dejaba al frente de él, los quince o veinte días que ella usaba para ir a sus viajes al Cerro del Cubilete, al Señor de Chalma, o la Villa de Guadalupe, por lo religiosa que era. En agosto, el día de Santa Rosa de Lima, o el día de San Roque, o en el mes en que la Virgencita de Copoya, bajaba a Tuxtla en procesión, la tía Rosa echaba las puertas por la ventana con los fiestones que organizaba. Música de marimba, del pitero y los tamborileros que me encargaba traer de Berriozabal o de Copoya; los cohetes y las velas adornadas con flores de parafina que traíamos de 123
Chiapa de Corzo, la comida, carne seca en frijoles, y la cerveza abundaban en esos días. Rodeada de sus comadres y compadres y de vecinos del barrio, las fiestas de la tía Rosa eran una tradición en ese barrio inundado con aromas de enramadas y flores o de copal ardiendo en humeantes sahumerios. Los tres años de mi adolescencia que viví en casa de Doña Rosa Gutiérrez, no sólo me dieron la solvencia económica para cubrir el año de secundaria que estuve en el instituto, sino también para garantizarle a mí hermano menor, un espacio seguro, casi maternal, donde él y yo pudiéramos cumplir nuestra meta de estudiar la secundaria, de tal manera que cuando dejé la casa y el negocio para continuar mis estudios, él se quedó supliéndome. El ciclo escolar que estuve en ese instituto, por ser el primero de mi vida en la ciudad, fue intenso en emociones y experiencias: con la mayoría de compañeros de grado, más grandes en edad que yo y provenientes de otros lugares también, aprovechábamos la menor oportunidad que había de días feriados, para salir a conocer los alrededores de la ciudad: Cahuaré, ese hermoso balneario en el Grijalva, al pie del puente y en la entrada del Cañón del 124
Sumidero, fue uno de ellos; otro, al que concurrimos más de una vez, haciendo a pie el recorrido, era. Cerro hueco, que visitábamos, no sólo para refrescarnos en sus aguas, sino también para adentrarnos en la gruta de donde nace el riachuelo. Las márgenes del Sabinal o del San Roque, gustábamos mucho en recorrerlos. En el primero, con sus aguas limpias en cuyas orillas, río abajo, a la altura de lo que fue el Parque Madero donde estuvo el primer zoológico de la ciudad, nos divertimos comiendo mango verde en tiempos en que los muchos árboles que había producía el fruto. El segundo, cuando aún no había sido embovedado. El Parque Morelos, con su monumento a la bandera. Los miradores del Sumidero y tantos otros sititos que la curiosidad de adolescente quería conocerlos, incluidos, por supuesto, Chiapa de Corzo y la cascada El Chorreadero. Para tener la seguridad de permanecer y concluir la secundaria sin el temor de no poder hacerlo en caso de que la tía Rosita, con su carácter fuerte e impredecible me despidiera un día cualquiera, muchas veces acudí a la Escuela Secundaria “Adolfo López Mateos”, que era a la que había aspirado entrar desde el principio de ese año, para pedirle al director alguna oportunidad de trasladarme a ella en la que no se pagaba ninguna 125
mensualidad por su carácter de institución pública. Fue tanta mi insistencia, que en una de esa visitas, el director, convencido de mi interés o cansado de mi inoportuna necedad-necesidad, me dijo: “En cuanto termines el primer año en donde estas estudiando, pides tus calificaciones y te vienes para acá para que te inscriba en segundo, pero en la tarde”. Con esa promesa y con la felicidad en mi rostro, lo que faltaba de ese año, mi esmero y dedicación a las clases aumentaron para no correr el riesgo de reprobar alguna materia que impidiera mi entrada a la otra escuela. Así lo hice, y a partir de entonces estudié y concluí mis estudios de secundaria en esa muy querida escuela, encontrándome, en el grupo al que me asignaron ¡Oh, sorpresa! Al primo aquel del que ya hice referencia. Entre las obligaciones de estudiante haciendo las tareas escolares o leyendo los temas de las clases, transcurrieron esos felices años. Por la edad y por las fuerzas que el desarrollo humano tiene durante esa etapa de la vida, tuve en esa escuela mi primer enamoramiento. Sin atreverme a declararle mi sentimiento a la chica que mi corazón había elegido así, sin que ella lo supiera nunca, me quedé con ese vacío en mis entrañas. ¿Prudencia o cobardía? ¿Temor 126
o inseguridad propios de mi condición de todavía niño? Los días de ocio los ocupaba con la lectura de comics que se alquilaban por veinte centavos cada una, en un puesto de revistas que había en el mercado. Con estas lecturas, consolidé el hábito que ya mi padre había, indirectamente inculcado en mi persona. Sin convertirse en vicio, podía pasarme un domingo entero leyendo el Kalimán, El Águila Solitaria, Batú, y tantas otras historietas que alimentaban mi imaginación. Como no hubo nadie, en esa época que me recomendará otras lecturas, desaproveché esa fértil etapa para hacer lecturas más provechosas todavía. La escuela secundaria de entonces al igual que la de ahora, lo mismo que sus alumnos, adolece de programas que impulsen esta incomparable actividad lectora. Otra diversión eran los cines; tenía para elegir el Alameda, el Vistarama Tuxtla, el Rex, con sus películas viejitas, o el recién inaugurado Chiapas 70 sobre la avenida central. Por las tardes de algún sábado o domingo, Don Alfredo o su hermano Roberto, los hijos de doña Rosita, que eran taxistas, me llevaban con ellos a ruletear por la ciudad, en sus novísimos coches Impala, Chevi Nova, Chevelle, y uno del que me enamoré tanto que aún añoro tener uno: un Ford Maverik modelo 1972 color azul. Cómo disfrutaba lavar esos coches con su olor a nuevo, todas las noches 127
después de las doce, que llegaban a casa una vez concluida su jornada y a cambio del cual, ambos me daban algo de dinero “para mi domingo”. ¿Qué infelicidad pudo haberse atravesado en mi vida en esa época? ¿Qué parte de mi formación como persona pudo haberse quedado sin ser satisfecha o cubierta? Las visitas de mis padres, si no eran tan frecuentes por su situación económica, tampoco eran tan espaciadas: una o dos veces al año me visitaban y, durante los periodos vacacionales nunca dejé de regresar a casa para estar con la familia, no obstante la distancia y lo que había que hacer para ir hasta ella. Esos viajes los recuerdo. Salíamos de Tuxtla en los autobuses de los Transportes Tuxtla a las cuatro de la mañana y llegábamos a Comalapa a las dos o tres de la tarde, después de pasar, San Cristóbal, Teopisca, Comitán y Ciudad Cuauhtémoc. En un viaje tan cansado en esos autobuses de asientos tan incómodos y tan llenos de gente que algunos iban de pie. Al bajarnos del autobús en Comalapa, comíamos algo y comenzaba desde allí el camino a casa por veredas empinadas que nos ahorraban tiempo y distancia para no ir por el camino por donde transitaba la gente que hacía el viaje con animales de montar o de carga. Aún así, eran entre seis y ocho horas de camino más, a pie, por lo que 128
muchas veces, llegamos a casa a la media noche o por la madrugada. Cuando, por las condiciones del tiempo de lluvia no se podía caminar a buen ritmo por el lodo que había, empapados por la lluvia, cubierta la ropa del lodo y cansados, llegábamos felices a casa, para regresar de nuevo, diez o quince días después a continuar nuestro destino. Del Tuxtla de esos años, los setenta, tengo tantos y gratos recuerdos. Allí crecí. En esa ciudad me hice hombre. Allí viví enamorado de la chica en turno. No fueron muchas pero si las suficientes en mis necesarios escarceos. Todas ellas están en mi recuerdo como estuvieron alguna vez en mi corazón. Si falta alguna será porque no significó mucho en mi existencia, pero no lo creo; están todas. Entrecierro los ojos y las veo, con su sonrisa, con su alegría de mujeres-niñas también adolescentes que, emocionadas como yo, llegaban a la cita para tomarnos el preparado de frutas en la refresquería frente a catedral o para pasear, tomados de la mano, en el parque central desde donde, silencioso como tal estatua, era testigo con ojos de cómplice “Don Joaquín Miguel Gutiérrez”. En esa bella época todavía se acostumbraba dar vueltas por el parque, en sentido contrario a las mujeres, con la
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ilusión de que, en cada vuelta, el encuentro de miradas y sonrisas indicara haber hallado a la pareja ideal. Cuando llegó al fin el momento de tomar la decisión para dónde seguir con mis estudios, después de concluida la secundaria en “la López” como le decíamos de cariño a nuestra escuela, Doña Rosita me pidió que no dejará su casa y su negocio y que entrara a la preparatoria del ICACh para poder continuar apoyándola con sus ventas. Que ella, se encargaría de apoyarme en mis estudios. Para no cometer ningún yerro, del que pudiera arrepentirme, tuve la precaución de presentar examen de admisión en dos escuelas: en la Preparatoria del ICACH y en la escuela Normal “Mactumactzá”. Ya la suerte decidiría mi destino. Tuve la fortuna de aprobar ambos exámenes. Ahora la decisión dependía de cual opción daba más certeza y seguridad de culminar una carrera. Por esos días, la carrera de profesor de educación primaria se cursaba, según el Plan de Estudios de 1972, en cuatro años después de la secundaria, e incluía los estudios de bachillerato en ciencias y humanidades. La preparatoria, en cambio, era propedéutica para elegir, después, alguna licenciatura en una institución de educación superior de cuyas opciones solo estaba la 130
UNACH y el recién fundado Instituto Tecnológico de Tuxtla Gutiérrez con algunas ingenierías. El panorama se vislumbraba complicado en caso de elegir esta segunda opción no obstante la promesa de apoyo de la Tía Rosita. En la normal de Mactumactzá, nombre que significa “Cerro de las Once Estrellas”, cercana a la ciudad, presentamos examen ese inicio de ciclo escolar (19741975) más de quinientos aspirantes provenientes de distintas partes del estado y de otras entidades del sur y sureste del país; principalmente de Oaxaca. Con el nerviosismo y la emoción que implica concursar para hacernos de una beca en esa prestigiada institución normalista, presenté el examen y esperé los resultados. Pocos eran los espacios que se ofertaron para formar dos grupos de cincuenta alumnos cada uno considerando que muchos venían con “pase directo” por haber estudiado la secundaria en Reyes Mantecón, Oaxaca. Cuando, por fin, publicaron la lista de los resultados para saber quiénes se quedarían, todos, corrimos para buscar en ella nuestros nombres. ¡Y allí estaba el mío!
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Con ese resultado, sentí mucho decirle a la Tía Rosita que tenía que dejar su casa y su negocio. Agradecí su apoyo y dejé en mi lugar a mi hermano Esteban que llegaba a la ciudad para hacer sus estudios de secundaria y a Rolando, un primo para que la apoyaran. Los cuatro años que pasé en la Mactu fueron intensos y ricos en experiencias personales y profesionales. Allí viví episodios de vida que, por sí mismos, constituyen motivos para contarlos en esta historia de mi vida.
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Tercer episodio: La formación profesional.
1974-1978: Bajo la luz de las Once Estrellas.
La Escuela Normal Rural “Mactumactzá” es una de las 16 escuelas de su tipo que existen en la todo el país. De histórica tradición en Chiapas por las generaciones de profesores que ha formado desde que inició en el año de 1956 y por el papel que ha jugado en las luchas populares, la escuela ha causado mucha polémica. A ella llegué una mañana con una pequeña maleta en la que llevaba mi ropa y mis artículos personales. Los maestros de guardia nos asignaron el grupo y el dormitorio que nos correspondería. Como internado, la escuela esta ubicada en un basto terreno en el que se construyeron sus aulas, biblioteca, áreas administrativas, dormitorios para los alumnos, cocina, comedor, canchas, casas para el personal que decide vivir allí mismo, alberca, porquerizas y mucho terreno donde se criaba ganado vacuno y se sembraba maíz; sus jardines estaban bien cuidados y las calzadas 133
internas flanqueadas con hermosas palmeras. Era verdaderamente un orgullo ser alumno de la Mactu. Los dormitorios estaban construidos en paralelo unos con otros y formando dos columnas que dividía un largo pasillo. Eran unos edificios de unos veinte metros de largo por 10 o más de ancho. Divididos en pequeños cubículos separados por un muro de ladrillos en el que cabían dos literas donde podíamos dormir cuatro compañeros: dos arriba y dos en las camas de abajo. Todas con sus respectivos colchones nuevos y sus juegos de sábanas blancas, una almohada y un cobertor. Al frente, formando un amplio pasillo que dividía el dormitorio en dos, los respectivos closet para cada alumno. Allí mismo, en la entrada, los baños con sus respectivas regaderas colectivas. Al costado de cada dormitorio había un amplio terreno en el que cada grupo debía cultivar un jardín. Los cincuenta compañeros del grupo pasamos en esos dormitorios muchas vivencias, cada uno con sus propios intereses lo que constituyó un verdadero ejercicio de aprender a convivir en y con lo diverso y lo diferente, a ser solidario, tolerante, paciente, amigo y compañero. No obstante que la interacción era con todos, los lazos de amistad siempre generó pequeños grupos con relaciones más estrechas y uno que otro desaguisado 134
que pronto se olvidaba. Nadie de los que allí convivimos, estoy seguro de eso, salió siendo enemigo de otro. Me afano en recordar sus nombres, sus gustos y alguna de sus características. Nunca más pudimos reunirnos después de que egresamos de allí en junio del setenta y ocho. En la Mactu es más común recordar el sobrenombre con el que nos bautizaron que el nombre propio. Cuando algún amigo o familiar llegaba de visita y preguntaba por alguien dando como referencia el nombre era común recibir como respuesta un “no lo conozco”, pero, cuando se pedía como referencia el apodo, inmediatamente decían: _Ah, si, “la boa”_ repitiendo el sobrenombre a la vez que iban corriendo a buscar al susodicho. Una tarde cuando comencé e escribir estos episodios hice el esfuerzo mental de recordar los nombres de mis compañeros del grupo. Algunos nunca los olvidé porque fueron entrañables amigos o bien porque alguna vez coincidimos ya en el trabajo. Sin ningún orden y a veces sustituyéndolo por sus apelativos, estos son los compañeros con los que conviví esos cuatro formativos años de mi vida:
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Los compañeros. Los dos hermanos “venado”: Reynol, “venado” grande y Rodulfo “el venado” chico, José María Piñón Toledo, La Choca le decían, aunque se molestaba. (Con el hice la licenciatura en psicología educativa en la Normal Superior de Chiapas, años despúes). Mariano, “La tía”, Néctar Maza Pérez, compañero inolvidable por las aventuras que vivimos juntos cuando nos fuimos los dos a estudiar a la Universidad Autónoma de Tlaxcala inmediatamente después de egresar de la Mactú. Enrique Wleeschower “El Conejito” con quien coincidí en la Autónoma de Oaxaca haciendo el doctorado en educación muchos años después. Carlos “La momia” que en paz descanse porque se me adelanto en el camino al igual que el entrañable Zea. Roberto Yánez, el de Arriaga. Los dos Rolandos: Rolando el tuxtleco y Rolando “El frijolito” que así de chiquito como era llegó a ser campeón en natación en las Jornadas Deportivas. Erasto Ramírez a quien llamábamos “Cabiho” por su habilidad como futbolista, junto con Gilbert Rodríguez “El pulpito” y Pedro Antonio “el Buitre”. No recuerdo por qué diferenciamos los sobrenombres de Juan Luís a quien decíamos “Buitrón” con el alias de Pedro Antonio. (Este último me ayudó un día de casual encuentro a completar mi lista que la memoria había 136
borrado, mientras nos tomamos un refresco en el parque central de Tapachula) Prosigo: Mateo “El abuelo”. El Palomo, cuyo nombre no logro recordar. Rodolfo “el Kaliman”, Marte Santos Santiago de Jiquipilas; los dos César: Julio César y César a los que identificábamos como la muñeca II y la muñeca I, respectivamente. Heráclito “El pinola” de quien no es posible olvidarse por su afición al juego de barajas junto con otros del grupo. Se podían pasar horas y horas en este no tan edificante pasatiempo que ocupaba todo su tiempo. Estaban también Valdemar “El Jíbaro”. Zebadua, Matus, y El “Cangrejito” dos extraordinarios jugadores de voleibol y de béisbol, ambos del Istmo de Tehuantepec que se pasaban las tardes hablando en su lengua el zapoteco. Límbano, “El Jirafa”, “El pescadito”, “El poblano”, y otros que “veo” en mi borroso recuerdo pero cuyos nombres o alias no lograba recordar como a Toño, Jorge Antonio, el de San Cristóbal que era un buen basquetbolista junto con Jorge Alberto Salas de Villa flores y Emigdio de Oaxaca…Aparece entre los nombres olvidados el de Brito el de Campeche, Beltrán Marroquín. A este último y a Carlos Pérez Orozco los encontré años más tarde cuando fungieron como directores de dos escuelas normales, uno en San Cristóbal y el otro en Tapachula. Con la ayuda de Pedro surgió el nombre y la imagen de 137
Ignacio, otro venido de Oaxaca y de los “políticos” Sabás Sosa, Nachito y Raúl Avendaño, entre otros. Dice Pedro que también estuvieron en el grupo Prado Tovilla “El Solórzano”, otro compañero que apodamos “El Pijuy” parece que de Ocozocoautla como “El micrófono” de quienes cuyos rostros recuerdo vagamente. El “Kiro” un aficionado a la música de los grupos de ese entonces que se decía bueno para tocar la batería. El Pana, “panadero” también proveniente de Oaxaca y Esteban “La vaca” a quien estimé mucho y sin embargo mi memoria traicionaba al igual que el de José Omar, otro frailescano. “El Zepillín” a quien de plano no ubico y otro que era muy hábil para dibujar originario de la Península. Y yo. En mi desorganizada lista de compañeros sumamos 50 jóvenes preparándonos para ser maestros en esa nuestra inolvidable escuela. Todos formamos el grupo “B” de la generación 1974-1978. En el grupo “A” había otro tanto. Un día típico en la escuela incluía, levantarse a las cinco y media de la mañana despertados por el redoblar de los tambores de la banda de guerra, o por el “Arriba” del maestro de guardia; asearse, vestirse y estar en el aula a las seis para tener la primera clase del día. A las ocho hacer la fila para entrar al comedor donde las 138
cocineras de la escuela y los equipos encargados de ayudarlas tenían preparado el desayuno que se servía en platos de aluminio divididos en tres secciones. Cada uno llevaba consigo su propia taza o vaso para el café con leche o solo y sus cubiertos. Resuenan en mis oídos los golpes de las cucharas en los vasos o botes que usábamos para la bebida _estos los preferíamos por su capacidad sobretodo para el agua fresca del día a la hora de la comida_ apurando a las cocineras a servir. Eran verdaderos “conciertos” que se repetían a lo largo de la fila formada por los cientos de alumnos que éramos de los ocho grupos. Ya instalados en las mesas de la inmensa sala que era el comedor, a veces se desataban verdaderas batallas que alguien iniciaba lanzando el migajón del pan. Más de una vez, sobretodo por las noches en la cena, algún travieso bajaba el switch de la energía eléctrica y, con el apagón, los platos de aluminio volaban por doquier con todo y comida dejando el comedor un verdadero muladar que después limpiábamos. Pasado el desayuno continuaban las clases hasta las dos de la tarde cuando salíamos para irnos al dormitorio, bañarnos, vestirnos y nuevamente a la fila para la comida. Por las tardes, nos dedicábamos a realizar diversas actividades: deporte, lecturas en la biblioteca u otras de acuerdo al interés de cada cual. La cena que 139
se servía a las 7.30 u ocho de la noche y luego de leer, hacer las actividades que quedaban como tareas de las clases, escuchar música o platicar con los compañeros, nos preparábamos para dormir.
Nuestros maestros. En el recuento de mi vida de esos tiempo, imposible no mencionar a mis maestros. El diario convivir que la escuela propiciaba con ellos, en las clases, en los encuentros con ellos en los pasillos o jardines de la escuela, en el comedor cuando les tocaba “guardia” fue incorporando su ejemplo y su enseñanza. Su influencia muchas veces fue más allá que la pura formación magisterial. Como en todos los casos, unos fueron más determinantes que otros. Por esa razón, los primeros perviven más en el recuerdo porque su esencia fue muy contagiosa hasta el grado de tomarlos como una especie de modelo del ser maestro. Con algunos de ellos el contacto se prolongo hasta más tarde cuando tuve la oportunidad de ser parte de esa comunidad formadora de maestros en mi paso por el normalismo o cuando realicé estudios superiores. Voy a mencionar algunos nombres, los que omita por olvido, no significa menosprecio porque de una o de otra forma 140
contribuyeron a mi formación como persona y como profesor. Cuando tuve la suerte de entrar a la Mactumactzá, en el año de 1974, estaba como director un Gran maestro: Francisco Manuel Aguilar García. Su calidad humana y profesional expresada en su sencillez y trato para con nosotros, no tuvo comparación alguna. Gentil, amable, afable y comprensible con nuestra condición adolescente, fue haciendo que todos lo respetáramos y le tuviéramos gran cariño. Cuando el maestro Aguilar García dejó la normal para incorporarse a la Dirección General de Educación Normal de la SEP, en la ciudad de México donde lo vi algunas veces, años después, ocupó el cargo el licenciado Leonel Vásquez Navarro. El cariño que le tuve a este maestro provino de otra parte. Hombre sencillo de quien aprendí la humildad que el oficio de ser maestro requiere. Con él culminé allí mis estudios en el 78. Otras influencias importantes que me dejo la escuela vinieron de maestros en verdad admirables porque, además de su enseñanza (en esos tiempos la enseñanza se privilegiaba sobre el aprendizaje por lo que puedo decir que en la Mactumactzá no aprendí a ser maestro: me enseñaron a serlo) puedo decir con orgullo que me ofrecieron su amistad y por ambas razones les profeso respeto y 141
agradecimiento. He aquí sus nombres que están grabados en mi corazón y mente: Magín Novillo Cruz, Elizabeth Villalobos García, Gilberto Aguilar García, Omar Carrillo Tamayo (q.p.d) Ramiro Vásquez Navarro, hermano del director, José Inés Chávez Toral, nuestro especial maestro de Matemáticas, Rolando Rincón, el maestro Rosado, mi maestro de agricultura de cuyo nombre no puedo acordarme, Horacio Meléndez, el inolvidable Parrita, Modesto, nuestro maestro de música y otros con los que aprender fue muy divertido como nuestra estimadísima maestra de danza a quien molestábamos mucho con nuestras travesuras. Los cuatro años de crecimiento, formación y aprendizaje en la escuela normal no se dieron únicamente en sus aulas. La interacción cotidiana con los otros fueron incorporando en mí ser saberes, valores, experiencias de vida que hicieron de mi lo que seguí siendo; en esa inacabada formación de la persona que uno es. Entre esas vivencia, los viajes que tuvimos la ocasión de realizar a otras partes del país en calidad de “viajes de estudio” ensancharon mi mundo. Posibilitaron el conocimiento de otras cosas que de no ser por ser alumno de la Mactú, no habría tenido la oportunidad de vivir. ¡Cuatro años que, guardando las proporciones, fueron lo mejor que he vivido! 142
Aventuras con el conocimiento a partir de las lecturas de obras importantes. Tomar conciencia de las problemáticas sociales que enfrentaban grupos de trabajadores, de campesinos, de colonos y estudiantes en nuestra participación en movimientos sociales que pudieron en riesgo en muchas ocasiones no sólo la continuidad de los estudios, sino la propia vida. En un contexto de convulsión política de los años setenta que no era poca cosa por los recientes acontecimientos del 68 y el 72. O por los movimientos armados de la guerrilla del Ejercito del Pueblo en Michoacán y Guerrero, encabezados por líderes guerrillerosmaestros egresados de escuelas normales rurales hermanas. El encuentro con compañeras de otras escuelas normales como la de Tamazulapa en Oaxaca, Cañada Honda, Aguascalientes, Panotla, Tlaxcala, entre otras que nos dio la oportunidad de mantener relaciones afectivas más allá de la amistad, en esos necesarios e imborrables escarceos amorosos adolescentes. La rivalidad con jóvenes de nuestra edad de las poblaciones vecinas por la preferencia que las chicas tenían por nosotros en los bailes, paseos y relaciones amorosas. De Terán (pueblo cercano a la escuela) guardo gratos recuerdos al respecto. Allí mantuve las mejores relaciones de este tipo. Allí mi corazón enamorado se entregó a más de una chica 143
cuyos nombres no olvido pero cuyos rostros poco a poco se van cubriendo con el polvo del olvido.
Cuarto Episodio. El ejercicio de una profesión
Mis primeras experiencias como maestro. Como dice el corrido mexicano: “Año del setenta y ocho, mes de septiembre corría” En septiembre de 1978, después de haber disfrutado la experiencia de estudiar en la ciudad de Tlaxcala, los meses del verano de ese año y de regresar enamorado de la mujer de los tres nombres (Victoria Nadianova Terpsicore se llamaba), me fui a casa a pasar algunos días. En los primeros días de ese mes, la SEP, a través de la Dirección de Educción Primaria dio a los egresados de la Mactumactzá, su plaza. En esos años, ese era otra de las prerrogativas de quienes estudiamos en la Normal Rural: la asignación automática de la plaza de maestro 144
de educación primaria federal. Intencionalmente, con la idea de que me enviarán a algún remoto y desconocido lugar, me presenté en esa dependencia que estaba ubicada en la 1a calle poniente, en el centro de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, pasados los primeros quince días de ese mes. Cuando me presenté allí el día 17 de septiembre y di mi nombre a la secretaria del director de educación primaria, ella me dijo que él me estaba esperando porque era el último de los egresados de la Mactu en presentarme. Cuando le comenté mis razones, el profesor Noé Villamontufar, que así se llamaba me dijo: _No jovencito. A usted lo están esperando en su tierra: Bella Vista. Vaya a devolverle a su gente la oportunidad que le dio para hacer su Carrera de maestro_. De esa forma, y un tanto decepcionado, con mi orden de comisión para la zona escolar No. 58 con cabecera oficial en el municipio de Bella Vista, regresé a mi casa en la Sierra Madre de Chiapas a donde el destino o la visión de ese maestro me devolvían, después de siete años de vivir en la capital. Cuando llegué a la supervisión escolar de la zona, con mi orden de comisión, otra sorpresa me deparaba la vida. Como ya se habían presentado los demás compañeros asignados a esa zona, el último lugar que 145
quedaba era _dijo el supervisor_ un lugar llamado Monte Ordóñez. -”Allí se presenta usted el día lunes”, me dijo y me dio mi comisión. De Bella Vista a la Independencia, como narré en otro episodio de mi vida, hay una distancia de siete kilómetros por el camino más usado. Como es un lugar serrano, el camino de Bella Vista hacía allá, es de subida, siempre de subida. Fatigoso para quienes no están acostumbrados a caminarlo. Como ese día, venía de Tuxtla, no tenía un caballo para subirlo, de tal manera que comencé a caminar. Antes de internarme en la montaña, al fondo de una de las callecitas del pueblito, comenzaba a subir cuando escuché que alguien me llamaba para pedir que regresara. Hice el camino de regreso intrigado por la llamada y cuando entré a la supervisión el profesor José Mora, que así se llamaba, me dijo: _”Mire, como tenemos un problema con el director de la escuela de aquí, y como usted es de allá de Independencia, le va a decir al maestro que mandamos para allá como director, que baje y usted se queda como director de allá”. Sorprendido por el giro de los acontecimientos, acepté el cambio y pregunté cuántos maestros trabajaban en la escuela del lugar. Me contestó que en total eran cuatro, incluido el director que estaba como encargado. Molesto con la respuesta que me dio, hice la observación que el 146
tamaño de la comunidad no era para tener solo a cuatro maestros y le plantee, como condición para quedarme como encargado de la dirección de la escuela, que me enviará todos los maestros que se llegaran a requerir después de que le mandara el registro de inscripción o el censo de la población escolar que demandara el servicio. En eso quedamos y me fui a casa con la noticia que dio mucha alegría a mis padres y a mi familia en general. ¡Trabajar como maestro y director de la escuela donde viví mi infancia! Todo un reto y una satisfacción. Con el apoyo de mi familia, nos dimos a la tarea de realizar el censo y la inscripción de todos aquellos niños que no asistían a la escuela. Independencia es un ejido grande. En ese tiempo el número de habitantes rebasaba las dos mil personas; aunque vivían dispersos en distintos barrios del lugar. Por esos años no existían aún los programas compensatorios como el CONAFE y por tanto la escuela primaria “Nicolás Bravo” era la única opción más cercana para estudiar. En la década de los setenta, la educación primaria no alcanzaba cubrir la demanda educativa de los mexicanos. Muchos pueblos del país estaban marginados. Únicamente las cabeceras municipales contaban con escuelas llamadas de concentración y eran de organización completa. 147
Pocos niños, sin embargo, podían acudir a ellas a terminar su instrucción primaria. De la educación preescolar y de la secundaria, ni se diga. Quince días después de haber llegado, bajé a la supervisión con la solicitud de tres maestros más para atender a la población que habíamos capturado. Incrédulo, el maestro José Mora, me dijo que cumpliría su compromiso y enviaría a los maestros que se necesitaran. Fue así como ese ciclo escolar (1978.1979) la escuela del lugar tuvo seis maestros; tres más de los que por tiempos había tenido; aunque aún insuficientes para atender con atingencia a una población escolar que, tan solo en el primer grado, registraba más de ochenta pequeñines. Un problema adicional nos trajo el número de alumnos ese ciclo escolar: la insuficiencia de aulas para dar cabida a todos. La construcción de un aula por esos años por parte del gobierno era prácticamente imposible. El Comité de Administración Federal de Construcción de Escuelas (CAFCE) no se conocía en ese contexto. Las aulas eran edificaciones que los mismos habitantes del lugar construían con los materiales propios que allí se conseguían. En este caso, madera. Como necesitábamos más aulas urgentemente, con los padres de familia nos dimos a la tarea de construirlas. 148
Fueron dos galerones que se hicieron con tablas de madera de pino para sus paredes y pisos, techados con lámina de zinc que tuvieron que adquirir lejos de allí. Para dividirlos en salones se hicieron canceles con teja manil. De esta forma, los niños y maestros estuvimos protegidos de los fríos del invierno del 78. Para el ciclo escolar siguiente: 1979-1980, la escuela primaria “Nicolás Bravo” tuvo, por primera vez en su historia, el primer grupo de niñas y niños que concluyeron allí su educación primaria. Para ese ciclo escolar se incrementó el número de maestros y la escuela ya contó con un director técnico. Los dos años escolares que viví como director y maestro de la escuela en mi lugar de origen representaron un parteaguas en mi vida personal y profesional. Como era un lugar que carecía de los servicios básicos que hoy en día son comunes en casi todos los pueblos, Independencia, como muchos otros, carecía de energía eléctrica, y de carretera, básicamente. Aunque iniciamos por esos años su gestión, fue muchos años después que ambos servicios se introdujeron aun precariamente. La marginación económica y social de los pueblos serranos de Chiapas por esos años, dificultaba en gran medida los beneficios 149
que eran comunes solo en pueblos más urbanizados. Por eso, el arribo de maestros a esas comunidades representaba una verdadera proeza, sobretodo para quienes, acostumbrados a la vida citadina, sufrían verdaderamente para poder acceder a sus comunidades a las que llegaban después de caminar por sus montañas, en jornadas de más de ocho horas a pie, o a lomo de caballo cuando bien les iba. El maestro que se forjó en esos lodazales, padeció frío, sed, hambre y en muchas ocasiones, soledad, es el auténtico maestro. Por necesidad que después devenido en convicción, los maestros de entonces se sentían verdaderamente arraigados y compenetrados con la gente de esos pueblo. Fueron, en muchos casos, los gestores de los beneficios que llegarían después, mucho después. Dice un refrán que “Nadie es profeta en su pueblo”. Algo de esa verdad la viví en el corto tiempo de mi estancia en mi tierra de origen ya como maestro. Con la idea de introducir mejoras en la comunidad y en la escuela, era menester poner a las madres y a los padres de familia a colaborar. Esto no fue siempre bien visto por algunos que consideraban en su opinión, qué quien era yo, para pedirles hacerlo. Un viejo sueño acariciado por mi padre y otras personas de la comunidad era 150
introducir un camino que permitiera en acceso de camiones al lugar, una carretera. La distancia entre los puntos más cercanos que ya contaban con este beneficio y lo abrupto del terreno de la sierra, hacia de este un sueño muy difícil de lograr. Aún así, nos organizamos con vecinos de otras comunidades aledañas y, herramientas en mano, comenzamos a trabajar, en 1979, en el trazo y construcción, a mano, sin presupuesto ni maquinaria, una carretera que uniera nuestras comunidades con el camino que conduce de Motozintla a Siltepec, a la altura de la comunidad conocida con el nombre de Vega Rosario. Todos los sábados y domingos, motivados por esta idea, bajábamos la montaña con nuestras herramientas y nuestros alimentos a trabajar en ese proyecto que avanzó ese año, más o menos unos cuatro o cinco kilómetros trabajando de ese primitivo modo. La idea era demostrar a las autoridades nuestro interés y solicitar su apoyo con recursos tecnológicos apropiados. Aunque no recibimos el tan ansiado apoyo en esos tiempos, años después, el gobierno del estado aprobó un presupuesto y el viejo sueño de tener por esa parte de la sierra, un camino carretero fue alcanzado, siguiendo el viejo trazo que años atrás se había echo. Antes de eso, los esfuerzos de mis padres y los otros que lo acompañaron en la vieja idea de tener 151
un mejor y más rápido acceso a la comunidad había fructificado con la introducción de un camino-carretero que va de Bella Vista a Independencia. Ruta insospechada que cumplió el sueño de muchos. 1978. Un año feliz.
Mil novecientos setenta y ocho fue un año relevante en mi vida, no sólo por haber concluido mis estudios de profesor de educación primaria y por haber tenido mis primeras experiencias como docente. Lo fue también por otra razón personal importante y trascendente. En septiembre de ese año, al llegar como maestro al lugar de mi origen, me enteré que en la comunidad vecina, un lugar llamado Cumbre Ventanas, distante unos cinco kilómetros, pero del municipio de Siltepec, habían llegado para trabajar allí dos maestras. Al municipio de Siltepec corresponde otra zona escolar y por tanto, no las conocía. Una tarde, después de terminadas las clases, ensillé al “Muñeco” (así se llamaba nuestro caballo) y, acompañado de otro amigo, me fui para conocerlas. Allí vi, por primera vez, a quien sería mi esposa y mamá de mis tres hijos. Por ese motivo los dos años que pasé en la sierra fueron los más felices de mi 152
vida. Con ella nos veíamos casi todas las tardes o los fines de semana. Bajó la sombra de los cipreses y con la frescura del aire que sopla en las montañas vivimos el romance. Recuerdo aquel 12 de octubre del 78 cuando por primera vez la llevé a casa. En un punto del camino, ella se subió al caballo y éste, habituado a correr cuando sabía que estaba por llegar, echó a correr con ella y, gracias a la providencia, permaneció así hasta llegar al zaguán de la casa. Entró el caballo a su querencia. Mis padres que estaban en el patio con algunas de mis hermanas lo vieron entrar con su desconocida jinete y a ella sólo se le ocurrió preguntar: _¿Aquí vive este caballo?_ soltando la risa y la pena de mi gente. Yo, que me había quedado mucho atrás, llegué después para presentarla formalmente. De esa relación que formalizamos después, nació nuestra primera hija. Ella fue la razón por la que tuvimos que dejar la montaña para acercarnos a la ciudad de Tapachula de donde ella es originaria. Así, en junio del 80 la cadena de cambios de adscripción nos llevó a la zona escolar número 61 y nos tocó trabajar, ya juntos, en el Ejido Méxiquito del municipio de Tapachula en las faldas de la montaña. Para ese entonces ya teníamos a la niña que nació en mayo de ese año. En el 85 nacería el segundo y en el 79, el último de los tres. Los primeros años de paternidad no fueron tan placenteros 153
como esperábamos. Un problema de salud de la niña la obligaba a viajar constantemente a la ciudad de México para recibir atención médica. A veces por periodos prolongados tenía que permanecer allá sin la posibilidad de contar con su mamá o conmigo, por el trabajo. A la abuela materna le quedamos a deber por todo el apoyo que nos proporcionó al ser ella quien la llevaba y la cuidaba. Así por casi tres años. Sus primeros añitos de vida. Afortunadamente superó esa dificultad y nosotros nos vimos más aligerados de esa preocupación para procrear, cinco años después al segundo (1985) y posteriormente al último de nuestros hijos (1989). 1979, el movimiento magisterial. Esos primeros años de vivir la profesión de maestro no estarían completos sin la experiencia adquirida en el plano sindical. Por esos años, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación estaba en manos de un líder sindical que encabezaba un grupo de poder que hacía y deshacía con los agremiados. La corrupción y la falta de democracia en la organización caracterizaban el sindicato. En Chiapas surgió en ese año un movimiento magisterial que pugnaba por democratizar la organización del sindicato que fue tomando interés y 154
popularidad en otros estados de la República hasta destituir de su función como secretario general del Comité Ejecutivo Nacional al Prof. Carlos Jongitud Barrios del grupo denominado “Vanguardia Revolucionaria”, años después. En ese año, este movimiento magisterial que culminó con el nombramiento de un Comité Ejecutivo Seccional de la Sección VII del SNTE democrático, me dio la oportunidad de vivir la experiencia de mi primer plantón en la ciudad de México y de haber sido desalojado con la fuerza pública (policías y granaderos) de las calles del Centro Histórico y confinados en la Escuela Normal Superior de México. El movimiento magisterial del 79 y los que le siguieron dieron pie al inicio de lo que más tarde se reconocería como la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) un movimiento político sindical disidente del Sindicato Nacional que más tarde se consolidaría como un movimiento nacional. Aunque enfrentó a “Charros” y a “democráticos”, el conflicto del 79 permitió la expresión de voces que pugnaban por la democratización y el nombramiento participativo de los representantes de los trabajadores de la educación en muchas secciones del sindicato nacional. Los más sobresalientes en esta conformación sindical fueron los maestros de Oaxaca, Guerrero, Michoacán y algunas 155
secciones del Distrito Federal. En Chiapas, el primer comité seccional democrático lo encabezó el profesor Manuel Hernández Gómez, un líder muy conocido y estimado en el magisterio de esos tiempos. Respecto a mi experiencia en la escuela normal superior para continuar profesionalizándome, lamenté mucho no haber regresado el verano del 79 a la ciudad de Tlaxcala para continuar lo que había iniciado. Debido a que mi interés se inclinaba por la psicología educativa y no por la de literatura, en ese tiempo, la recién creada Escuela Normal Superior de Chiapas, en Tuxtla Gutiérrez, abrió la licenciatura en psicología educativa. Como mandada hacer para mi interés personal, tan pronto como me enteré solicité mi ingresó, presenté el examen y fui aceptado allí para cursar esta modalidad en la denominada licenciatura en educación media con especialidad en psicología educativa. Cambié pues, mi mira de horizontes y para julio-agosto de ese año ya estaba estudiándola junto con compañeros con una basta experiencia formativa de tal suerte que no más de tres de los integrantes de ese grupo éramos maestros noveles. Esto resultó muy enriquecedor para mi formación y para mi futuro laboral.
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Por cinco años consecutivos, en sus veranos y en periodos vacacionales, cursé esos estudios en la ciudad de Tuxtla, lo que implicaba el traslado frecuente de Tapachula a esa ciudad con el correspondiente gasto extraído del salario personal y el sacrificio que implicaba abandonar a la familia que durante ese periodo nos trajo a nuestra primer retoño. Esta condición de falta de apoyos económicos para la profesionalización del maestro de educación básica por parte del sistema educativo, ha sido uno de los factores que han impedido lograr los niveles deseados de calidad. Generalmente quienes decidieron estudiar la Normal Superior, después de la formación inicial que da la escuela normal, lo hicieron para abandonar la escuela primaria e ingresar como docentes en el nivel de educación secundaria en la búsqueda de mejorar su condición salarial y social. La escuela normal superior no contribuyó a la profesionalización del profesorado de la escuela primaria, por eso, con la reforma educativa de 1992, se constriñó a preparar a los licenciados para la educación secundaria, específicamente.
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Nuevos retos profesionales. Estudiar la licenciatura en esa rama del conocimiento me dio oportunidades laborales que habrían de ser determinantes en mi vida personal y profesional. En 1982, a principios del ciclo escolar 82-83 la Secretaría de Educación Pública autorizó la creación de nuevos servicios destinados a ofrecer educación especial a niñas, niños y jóvenes con discapacidad. La ciudad de Tapachula fue uno de los lugares que habría de contar con ese beneficio. La necesidad de profesionales con el perfil idóneo para desempeñar dicha función llevó a las autoridades correspondientes a recurrir a la escuela normal superior en su búsqueda. La educación especial en Chiapas tuvo su origen con la fundación de una escuela en la ciudad capital. Sus maestras fundadoras en los últimos años de la década de los años setenta, fueron maestras educadoras o de educación primaria que tuvieron que hacer su especialización en otras entidades del país. Por esa razón, la creación de nuevos servicios hizo que las autoridades tuvieran que recurrir a los estudiantes de los últimos semestres de la licenciatura en psicología educativa para ofertar esa oportunidad laboral. De todos los que formábamos el grupo de lo que fue la primera generación, pocos éramos los que nos iniciábamos en la carrera docente; 158
los más, como ya se ha dicho, eran maestros con una larga trayectoria profesional que ya estaban bien ubicados. Con esa opción, en agosto de 1982, presenté el examen de selección cuya aprobación me permitió ser elegido para ser maestro en esa modalidad. Así, con otros compañeros, iniciamos la educación especial en la ciudad de Tapachula, en el mes de septiembre de ese año. Mientras que, por otra parte, ambas experiencias, me permitieron también incursionar como docente en una escuela normal que formaba y forma profesores para la escuela primaria. Para 1982 trabajaba, con dos plazas en sendos servicios de educación especial: la escuela de atipicidad múltiples (así se denominaba en esos años) por la mañana, y en la Unidad de Grupos Integrados, por la tarde. Como puede verse por lo dicho, a partir de entonces, deje la escuela primaria. Una oportunidad de cubrir un periodo de interinato en la escuela normal Fray Matías de Córdova me dio la ocasión de iniciarme como docente de esa modalidad desde muy joven. Al concluir la licenciatura, la Universidad Pedagógica Nacional en su sede Tapachula, habría de darme también la posibilidad de ser docente allí. Estos episodios de mi vida, por ser fundamentales en mi ser, serán contados cada uno de forma independiente. Están allí, contenidos, mucho de lo que soy y he sido en esta vida. 159
Mis primeros años Especial.
como maestro en Educación
Hay lecciones que se aprenden de la vida y que provienen de quienes menos uno se sospecha. Las niñas y los niños en educación especial, fueron muchos de quienes aprendí a ser humano y maestro. En mis años formativos como maestro en la escuela normal, nunca supimos acerca de esta modalidad educativa ni por referencias de nuestros maestros de psicología. La misma normal superior, con toda y su licenciatura en psicología educativa ignoraba esta parte esencial de lo educativo. La marginación en la que vivían en esa época, las personas con alguna discapacidad, tornaba en marginal, también su educación o su derecho a esta. No obstante que su historia deviene de muy lejos, las escuelas normales que forman a los maestros adolecen de este componente que le es consustancial, por tanto, y visto desde esa perspectiva, la escuela normal no norma, es anormal. En la década de los años setenta, en México, se comienza a vivir un periodo extraordinario de atención educativa a la niñez mexicana con alguna discapacidad (intelectual, sensorial y motriz). Con las maestras Sofía Leticia Morales, y la Dra. Margarita Gómez-Palacio al frente de la Dirección General de Educación Especial dependiente 160
de la SEP, se dio un giro importante en la dimensión educativa a esta educación. En Chiapas, la modalidad se inaugura a finales de la década de los setenta con la creación de una escuela de este tipo en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez que comenzó a brindar educación a niñas, niños y jóvenes sordos y con discapacidad mental. Esta tendencia, avalada por el gobierno federal, se amplió a otras ciudades entre las que se encontró Tapachula: Así, para el año 1982, la iniciativa de algunas personas altruistas en esta ciudad se vio coronada con el éxito al autorizarse, de manera oficial una escuela de educación especial. Nombrar en este relato a María del Rosario (Goty) y a la señora Malú D’amiano como principales promotoras de esta escuela, es un modesto reconocimiento a su espíritu humanístico y a su visión futurista. Pocos de quienes ahora son beneficiarios de esta modalidad educativa saben de su precursoras. Después de trabajar como maestro de escuela primaria, dos años en la Sierra Madre de Chiapas y uno en una comunidad del municipio de Tapachula, como ya se ha señalado, y gracias a los estudios de psicología educativa que cursaba en la escuela normal superior, tuve la oportunidad de ingresar a esta modalidad educativa de la educación especial, desconocida, 161
totalmente para mí. Después de presentar un examen de selección, aplicado por la SEP, y haberlo aprobado, escogí Tapachula para laborar. Esto significó dejar la escuela primaria y, en consecuencia, a mi pareja, con quién solo coincidimos un ciclo escolar para trabajar juntos. El ciclo escolar 1981-1982, representó un reto profesional para mi incipiente formación docente. No sólo por los tres escasos años de servicio que tenía, sino por la nueva modalidad que se me presentaba: Trabajar como maestro de niños con discapacidad. ¿Quiénes eran estos niños? ¿En qué consistía su discapacidad? ¿Cómo y qué había que enseñarles? ¿Qué posibilidades tenían de aprender qué cosas? Fueron interrogantes que ocupaban mi mente y que poco a poco fui aclarando, sin tener con certeza, respuestas definitivas y completas. Cuando reflexiono en esto, me doy cuenta de la angustia y la incertidumbre que enfrentan todos los maestros y maestras que, conmigo y después de mi, decidieron enfrentar el reto de ser docentes especiales. Armado con estas dudas y con el deseo, más que con la seguridad, inicié mi carrera como docente de educación especial; carrera que se prolongaría por muchos años, 162
como relataré en este episodio de mi vida que se divide en varios tramos de mi existir. A la esquina de la 5a calle oriente y 1a Norte de la ciudad de Tapachula, llegué una mañana de septiembre del año 1981. En esa dirección estaba la casa donde funcionaba la naciente escuela de educación especial de Tapachula. Allí me encontré con las personas que ya venía laborando en ella desde el ciclo escolar pasado de forma voluntaria. También llegaron conmigo, en la misma situación de desconocimiento, Ada Luz, Juan Manuel, y Araceli . Los cuatro seríamos los maestros de grupo en ese ciclo escolar: Juan Manuel y Araceli trabajarían como maestros de niños con discapacidad auditiva (como se denomina ahora a esa discapacidad). En ese tiempo el nombre más usado era el de sordos. Ada Luz y yo seríamos los maestros de los niños con discapacidad mental (hoy el término adecuado es discapacidad intelectual), ella con los preescolares y yo con los de primaria. Clasificados así por su edad cronológica. ¿Qué criterios tomaron las autoridades educativas del estado que administraban entonces esta modalidad educativa, para nombrarnos como maestros de una y otra área? Ninguno. Simplemente lo hicieron y ya, sin saber que eso, marcaría para siempre nuestro futuro profesional porque cada uno se fue especializando en el área hasta lograr un cierto dominio que nos llevó a cada uno por 163
senderos diferentes aunque paralelos. El grupo que a mi correspondió estaba formado por no más de 10 alumnos, de diversas edades. Entre ellos, recuerdo mucho a Israel. Un chico de unos trece o catorce años cuya discapacidad intelectual se asociaba al Síndrome de Down, sin tener los rasgos característicos de éste. Era un muchacho robusto y grande que pesaba mucho. Recuerdo que cuando salíamos a alguna parte de la ciudad en nuestros recorridos pedagógicos: el parque central, la presidencia municipal, el mercado, la alberca o cualquier otro sitio de interés, Israel se cansaba mucho y, si decidía sentarse en medio de la calle o donde estuviéramos, era una verdadera odisea levantarlo o convencerlo para que lo hiciera. Allí entendí que la principal característica de la discapacidad intelectual estriba en las dificultades las personas que la tienen para adaptarse socialmente y para comprender y expresarse con el lenguaje verbal. Estuvimos en esa casa improvisada como escuela todo ese ciclo escolar; para el siguiente y ya con más personal, la escuela de atipicidades múltiples, como se le empezó a denominar, se trasladó a una casa que el Ayuntamiento Municipal proporcionó y que se ubicaba en la esquina de la 7a avenida sur y la 1a oriente. Después se trasladaría una cuadra más arriba en la esquina de la avenida central oriente y 7a sur, contiguo 164
a la escuela primaria “Gabriel Ramos Millán” lugar en que permaneció todo el ciclo escolar antes de trasladarnos a nuestro propio edificio que se construyó por esos años (1982) en el predio denominado Fraccionamiento Las Vegas. En ese sitio, el Sr. Francisco Reyero Fernández, un conocido empresario de la región, donó al Ayuntamiento municipal, un terreno amplio de aproximadamente una hectárea de superficie para la construcción de la escuela “para niños especiales”.
La escuela de Atipicidades Múltiples “Roberto Solís Quiroga”. La actividad empresarial de Don Francisco Reyero, lo llevó a iniciar la construcción de lo que él mismo denominó Fraccionamiento Residencia “Las Vegas”, una idea que las veleidades del negocio de bienes raíces no logró concretarse como él lo hubiera deseado. Ubicado a un costado de la carretera que conducía al aeropuerto de la ciudad, el fraccionamiento Las Vegas colindaba, al norte con un camino de terracería conocido como el Camino Viejo a Mazatán. Por ese extremo, Don Francisco proporcionó a las autoridades del municipio y estos a la escuela de educación especial 165
el terreno para su edificio. Por ese tiempo, un conflicto político en el municipio de Tapachula, llevó a las autoridades a nombrar un Consejo Municipal para gobernarlo. Encabezado por el licenciado Alfredo Cerdio (cuñado de la que fuera fundadora y en ese tiempo directora de la escuela) y otros concejales que no tuvieron ninguna duda en proporcionar el espacio y hacer las gestiones para la construcción del edificio escolar. La rapidez con la que se realizaron ambas gestiones dio como resultado que en poco tiempo contáramos con un edificio escolar adecuado, amplio y totalmente equipado, formado por seis naves en los que se instalaron, aulas, talleres, cubículos, sala de usos múltiples, área administrativa con áreas verdes suficientes. Fue tan relevante la construcción de la escuela que la misma Directora General de Educación Especial de la SEP, la Dra. Margarita Gómez-Palacio, en México, vendría a su inauguración, a finales del 82. Ese importante acontecimiento que la educación especial protagonizó en la región fue un evento que las circunstancias de la vida me negaron presenciar. Por esos días, la imprudencia o insensatez de una persona ocasionó que mi esposa, mi niña de dos añitos y yo, fuéramos víctimas de un accidente automovilístico que 166
nos dejó incapacitados por varios meses. La tarde del 9 de mayo de 1982, cuando salíamos los tres, de casa de mis suegros en la que vivíamos, para ir al centro de la ciudad a adquirir las cosas que le servirían a mi esposa para celebrar el Día de las Madres, en la escuela en que trabajaba, un imprudente y despechado vecino en estado alcohólico, nos envistió de la forma más ruin, con su automóvil provocándonos, a los tres, lesiones graves cuyas cicatrices nos marcó para siempre. Afortunadamente, pudimos sobrevivir a ese despiadado accidente, pero provocó que no pudiera estar en la inauguración de nuestra escuela y que su misma condición de indeseable provoca que mi recuerdo de ella me lo presente como algo entre borrasca que no logro precisar. Cuando me reincorporé al trabajo, después de la convalecencia, me encontré con la sorpresa de un bello edificio que solo había visto antes, cuando estaba en construcción. Aunque para llegar a nuestra nueva escuela teníamos que tomar un autobús que la “Paulino Navarro” nos proporcionó para llevarnos, a las 7.30 de la mañana y traernos al centro de la ciudad a las 13.00 horas a alumnos, familiares y maestros o bien, hacer el recorrido a pie por el viejo camino a Mazatán, resultaba muy emocionante para todos. De 167
esa etapa, brillante, en la que la alegría de todos se nos contagiaba, recuerdo a Lalo, nuestro excelente maestro de educación física, entregado totalmente a su trabajo, a Doris, nuestra secretaria que después pasaría a ser maestra de taller cuando se creó el Centro de Capacitación para el Trabajo, a la maestra Bertita y Yomoguita, nuestras maestras de taller, a doña Linda, la de apoyo, a la brillante Carmen Lucía, la psicóloga y, por supuesto, a la siempre activa y comprometida con su función de trabajadora social, Marena. En ese entonces, las escuela de Atipicidades Múltiples era una. Tiempo después, por política educativa nacional, habría de dividirse en dos centros escolares. Como escuela de Atipicidades Múltiples, dos áreas constituían la institución: El área de deficiencia mental y el área de audición y lenguaje, cada una con una población escolar diferenciada por ambas discapacidades. Poco tiempo tuve la fortuna de trabajar en esta escuela. Otras metas y otras oportunidades habrían de presentarse en mi vida, que me llevaron de forma temprana a dejar la escuela. Pienso que el buen maestro se hace en la interacción cotidiana con los niños. Ahora comprendo porque no fui tan buen maestro: me faltó convivir más tiempo con ellos.
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La Unidad No. 3 de Grupos Integrados. Paralela a la historia que acabo de relatar, otro acontecimiento importante transcurría. El Programa Mundial de Educación para Todos, formuló una política, en la década de los ochenta, que buscaba ampliar las oportunidades educativas para todos los niños en edad de cursar la educación primaria. En México, por otra parte, el índice de reprobación escolar y su consecuente derivación en el abandono temprano de la escuela llevó a las autoridades de la SEP ha buscar alguna alternativa para frenar estos fenómenos. Por razones que al principio se ignoraban, los más altos índices de reprobación se suscitaban en los dos primeros grados de la escuela primaria, en las asignaturas de Español y Matemáticas. Salvado el escollo que significaba leer, escribir y dominar el cálculo elemental, los niños continuaban su escolaridad sin más dificultades. Por ese tiempo, también, las investigaciones epistemológico-genéticas de Jean Piaget y otras derivadas de ese enfoque teórico y metodológico, suponían que el fenómeno descrito tenía que ver con una metodología de la enseñanza de ambas asignaturas que violentaba la génesis del desarrollo infantil de dichas nociones. Con este marco de referencia, la Dirección General de la SEP, 169
encabezada por la Dra. Margarita Gómez-Palacio, propuso la creación de un servicio educativo que se encargara de atender, en parte, esa problemática. Se crearon así, a finales de los años setenta y principio de los ochenta, los Grupos Integrados. En estos grupos, formados por niños de educación primaria que habían fracasado en su proceso de adquisición de la lectura, la escritura y las matemáticas, se puso en practica, con maestros de educación especial, sendas propuestas metodológicas que la investigación educativa, bajo el enfoque piagetiano había elaborado. Discípulas de Piaget, la doctora Margarita Gómez-Palacio junto con la también doctora Emilia Ferreiro, emprendieron una investigación que dio como resultado la creación de la Propuesta para la Adquisición de la Lengua Escrita y de las Matemáticas que fue aplicada, de manera experimental, en los grupos integrados. Fueron tales los resultados satisfactorios que permitió que ambas propuestas fueran generalizadas a todo el sistema educativo de educación primaria y preescolar, hasta convertirse en el enfoque curricular que dominaría la enseñanza en los ochenta y los años noventa, en todo el país, bajo el enfoque de una didáctica constructivista. Esta política educativa coincidió con mi ingreso a la educación especial y con la decisión de crear, en la 170
ciudad de Tapachula, la Unidad No. 3 de Grupos Integrados “A”. La diferencia entre los grupos integrados “A” y los posteriormente creados Grupos Integrados “B” estribaba en que, mientras los primeros atendía a niños matriculados como alumnos en la escuela regular, los segundos, fueron la primeria experiencia de integración a la escuela regular de niños con alguna discapacidad no severa. Así, mientras por la mañana me desempeñaba como maestro en el área de discapacidad mental en la escuela de atipicidades múltiple “Dr. Roberto Solís Quiroga”, por las tardes, formé parte del personal de la Unidad de Grupos Integrados “A” colaborando con la escuela primaria “Venustiano Carranza” y atendiendo a niños repetidores de primer grado. La aplicación de las Propuestas referidas, hizo que la práctica pedagógica en estos grupos se distinguiera de la que se daba en los grupos regulares por lo que, poco a poco nos fue dando un estatus profesional más especializado que llevó a la necesidad de profundizar en el conocimiento del referente teórico epistemológico de corte piagetiano, del proceso psicogenético de adquisición de la escritura, la lectura y de la matemáticas. Diez fuimos los maestros de esa unidad que comenzamos a trabajar en distintas escuelas de la ciudad. Al frente fungía como director Jesús Ramón, un psicólogo sinaloense venido a 171
Chiapas por el trabajo. Esta Unidad de Grupos Integrados habría de convertirse más tarde, en la Unidad No. 3 de Servicios de Apoyo a la Educación Regular, USAER, por sus siglas. Más tarde, con el Programa de Modernización de la Educación Básica de 1992, estas Unidades de Grupos Integrados pasarían a denominarse Unidades de Servicio de Apoyo a la Educación Regular (USAER, por sus siglas) con otras funciones a las que me referiré en otro apartado de esta historia personal. Como maestro de Grupos Integrados, tuve ocasión de trabajar en diversas escuelas de la ciudad de Tapachula. Entre ellas, la histórica Escuela Primaria “Teodomiro Palacios” cuando sus instalaciones ocupaban lo que hoy en día es el Palacio Municipal que alberga la Presidencia de Tapachula. Allí estuve poco tiempo; sin embargo, la experiencia fue muy satisfactoria para mi novel formación como maestro de educación especial por las expectativas y el prestigio sociales que rodeaban a esa escuela. Más tarde tuve la oportunidad de hacerlo en la Escuela Vespertina “José Aguilar Sol”, en la Escuela Primaria Vespertina “Enrique Flores Magón” y, en la Primaria “Revolución Mexicana” antes que el Río Coatán la destrozara cuando el huracán Stan desbastó esa zona baja de Tapachula, en el año 2005. Cerré mi experiencia como maestro de G.I. En la escuela 172
Teodomiro Palacios, nuevamente, en su etapa de Centro de Educación Básica de Chiapas (CEBECH) ya en su nuevo edificio escolar ubicado al Norte de la ciudad. Una breve experiencia en el Centro Psicopedagógico de EE. Al iniciar el ciclo escolar 1983-1984, la SEP tomó la decisión de crear, en el marco de la educación especial, los Centros Psicopedagógicos, este servicio de apoyo estaba destinado a brindar atención psicopedagógica a niñas y niños que cursaban su escolaridad primaria de tercero a sexto grado. Tenía como referente, la continuidad de la aplicación de las propuestas didácticas que se había iniciado en los grupos integrados y apoyar a los alumnos que presentaran algún problema de aprendizaje, lenguaje o retraso escolar en esos grados. Tal vez por la experiencia que había acumulado en esos primeros años como docente de educación especial, la Coordinadora de EE en el estado me solicitó ser director de ese nuevo servicio educativo que iniciaría ese ciclo escolar en Tapachula. Con sed de experiencia acepté el reto y ese mismo año, comenzamos a atender alumnos con esas características en aulas que el CEBECH “Teodomiro Palacios” nos proporcionaba por las tardes. De esa 173
época y de esa práctica que duró dos años, recuerdo a varios compañeros: Jesús Ramón fungió como psicólogo, Nancy, fue la Trabajadora Social y como maestros de lenguaje y de aprendizaje estuvieron Lety, Juan Manuel, Ofelia y otros cuyos nombres no recuerdo porque se sucedían uno tras otro en cada ciclo escolar. Mi función como director de ese Centro Psicopedagógico fue posible porque para ese entonces, otras ocupaciones me llevaron a vivir otra experiencia profesional de la que daré cuenta en el siguiente episodio. Por razones personales, dejé el CPP en 1986, quedándose en mi lugar como directora, la compañera Ofelia que habría de dirigirlo muchos años, hasta llegada su jubilación. De la experiencia de trabajo en este Centro Psicopedagógico que años después pasaría a ocupar sus propias instalaciones en el lado Sur-poniente de la ciudad, resalto la calidad y novedad de sus materiales de apoyo. La propuesta metodológica para el área de matemáticas, por ejemplo, es un material altamente innovador para su época, producto de investigaciones que dieron como resultado esos materiales desde un enfoque constructivista de la enseñanza y del aprendizaje orientado a favorecer en el alumno el pensamiento matemático y no simplemente el aprendizaje de nociones, conceptos y procedimientos 174
como se hacĂa en el enfoque anterior. Los tres fascĂculos con actividades de este tipo eran realmente interesantes, lo mismo que los ficheros con actividades para favorecer y consolidar el proceso de escritura y de lectura. Todos, elaborados bajo la perspectiva psicogenĂŠtica.
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Quinto Episodio Formador de maestros.
En la Fray Matías de Córdova. El movimiento magisterial que iniciara en 1979, llevó a democratizar, en buena medida y no sin conflictos con el Comité Ejecutivo Nacional del SNTE, la vida sindical de la Sección VII a la que está agremiado el magisterio federal en Chiapas. Después de duras batallas contra el charrismo sindical, el primer Comité Seccional lo encabezaría, como Secretario General el Prof. Manuel Hernández Gómez. Al concluir su período normal, fue electo Secretario General el Prof. José Domingo Guillén Ramos, maestro de escuela primaria pero también docente de la escuela normal “Fray Matías de Córdova” de esta ciudad. En esa época (1984) fungía como directora de esa institución la maestra Lydia del Carmen. La vacante que el profesor Guillén generó por su nombramiento como líder sindical, llevó a la maestra Lydia a invitarme para que durante las mañanas, cubriera el interinato, que por tres años dejaría dicho maestros en la escuela normal. Eso me llevó a tomar la 176
decisión de renunciar a la plaza que como maestro de grupo tenía en la Escuela de Atipicidades Múltiples “Roberto Solís Quiroga” a principio de ese ciclo escolar y continuar, por las tardes como director del CPP. Así lo hice, y de pronto, me vi trabajando en la escuela normal, cobijado tanto por mi experiencia en educación especial, como por la licenciatura en psicología educativa que para ese entonces ya habíamos concluido. Mi paso por la escuela normal Fray Matías de Córdova habría de ser muy importante en mi experiencia docente, no obstante la mala fortuna de no poder tener allí, algunas horas base a pesar de permanecer en el normalismo por más de 18 años. En la Fray, como le decíamos de cariño, los primeros años de trabajo los realicé con las últimas generaciones de alumnos que estudiaban para ser profesores de educación primaria con el Plan de Estudios de 1975, es decir, profesores que después de estudiar durante cuatro años después de la secundaria, se graduaban como tales. Por ende, tuve la oportunidad de ser pionero en la implementación de la reforma de 1984 que elevó a nivel de licenciatura a la profesión docente, teniendo como antecedente el bachillerato general y después pedagógico que se implementó a propósito de este modelo curricular. Así, desde mi llegada a la 177
normal, fui docente de la línea de formación psicológica trabajando con el primer grupo que ingresó para cursar esta carrera reconocida ya, como educación superior. Es grato el recuerdo que me queda de esta crucial experiencia, tanto por la interacción sostenida con los jóvenes como por las actividades que teníamos que desempeñar en el conocimiento e instrumentación de los nuevos programas de estudio, mediante los encuentros nacionales y regionales que la Dirección General de Educación Normal de la SEP organizaba periódicamente. Experiencia que nos llevaría a varios estados y ciudades del país; todas con sus recuerdos cada uno. De la primera generación de licenciados en educación primaria egresados de la Fray, como, de las demás, tengo muy buena impresión porque he visto el desempeño de algunos de ellos ya en la práctica profesional y me llenan de orgullo. Al respecto me llega a la mente lo que un gran maestro nos contara un día: Le preguntaron si no se sentiría mal porque sus exalumnos llegaran a superarlo como maestro. Sabiamente respondió: “No. Porque eso solo significaría una cosa: Que ellos tuvieron mejores maestros que yo”. Modestia aparte.
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Un rasgo muy común en las políticas educativas para la formación de maestros, en México, es la improvisación. Nunca, en la historia de la educación pública y menos en la privada, se ha preparado previamente a los maestros que se encargarán de operar los planes y programas de estudio de cualquier nivel o modalidad educativos. Así, durante mis primeros años como docente de la escuela normal ocurrió que la crisis financiera para otorgar plaza a todos los egresados de estas escuelas y, paradójicamente, la falta de maestros preparados específicamente para trabajar en otros niveles o modalidades, entre ellos la educación especial que durante esta época estaba en pleno crecimiento, llevó a las autoridades a tomar la decisión de que, durante los últimos semestres de la educación normal, algunos de los alumnos que quisieran, pudieran prepararse para ejercer en preescolar o en especial. Durante dos ciclos escolares que permaneció esta opción alternativa, tuve la oportunidad de ser maestroasesor de varios jóvenes estudiantes que optaron por la educación especial; más en búsqueda de garantizar una plaza como docentes que por el interés que esta modalidad educativa les inspirará. Tuve así la oportunidad de compartir con ellos la experiencia inicial de la educación especial y prepararlos para ser docentes en las Unidades de Grupos Integrados o de 179
algún otro servicio de esa modalidad. Aunque fueron pocos los que eligieron esa opción durante esos años, algunos de ellos que se desempeñaron excelentemente en esa función decidieron tomarla como el ámbito de trabajo para toda su carrera profesional y tuve, más tarde, la dicha de compartir con algunos de ellos ya como compañeros de trabajo en los servicios de E. E. Citar sus nombres y omitir algunos me impide escribirlos. Ellos y ellas saben a quienes me refiero. Hasta el ciclo escolar 1987-1988 permanecería como maestro en la normal “Fray Matías”. En ese mismo año, por el mes de enero del 88. Un conflicto estudiantil en la Escuela Normal “Dr. Manuel Velasco Suárez” ubicado en el pueblo de Huehuetán llevó a las autoridades de la Secretaría de Educación y al Sindicato de la Sección XL a buscar personal para sustituir a los docentes que los estudiantes había expulsado. Por invitación de ellos y de algunos maestros y para que no perdieran el ciclo escolar, me incorporé a esa escuela en el mes de febrero de 1988. En la escuela normal “Dr. Manuel Velasco Suárez” habríamos de vivir, los compañeros y yo, enriquecedoras y frustrantes experiencias que relato en seguida.
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Seis años en la Normal “Dr. Manuel Velasco Suárez”. Paco, Che Luis, Raúl, Marciano y otros hombres y nombres acompañaron la vivencia en esa escuela. La crisis que generó el movimiento estudiantil del 88 en esa escuela, me llevó a iniciar otra experiencia en mi paso por el normalismo. Son muchos los acontecimientos y anécdotas que podrían relatarse de esos años vividos allí, con los compañeros de trabajo, con los estudiantes y con las autoridades y compañeros de otras escuelas normales. Para hacerlo, tenía que viajar todos los días, desde Tapachula a Huehuetán “Pueblo de Viejos”, según la lengua Náhuatl de donde proviene el nombre. Al salir de mis actividades como maestro de apoyo en la Unidad de Grupos Integrados a la una de la tarde, me trasladaba a esa normal, a la que entrabamos a las tres. En el ir y venir de todos los días, pasaron situaciones inolvidables que viví, a veces sólo, o en ocasiones acompañado por los compañeros con que compartieron conmigo esa experiencia. Cómo olvidar, por ejemplo, los chistes de José Luís que duraban todo el viaje. Llegó el momento en que, bromeando le decíamos: _Che Luís, el 121_ y comenzábamos a carcajearnos, como si de verdad hubiera contado alguno. O los momentos de angustia que pasamos cuando este compañero, el único que 181
llevaba vehículo, un Chevrolet modelo setenta y tantos con el que durante dos ocasiones se salió de la carretera sin que, afortunadamente, le pasara mayor cosa que el susto que nos daba cuando llegaba a la escuela sin el coche diciéndonos lo que le había pasado. Llegamos a esa escuela normal, por asares del destino. Durante los primeros meses, la tarea consistió en salvar el semestre de los estudiantes. A mi me encomendaron la subdirección de la escuela y el trabajo de coordinar la elaboración del documento recepcional de los jóvenes que cursaban el octavo semestre de la primera generación de licenciados en educación primaria allí. Por esa misma razón no pude concluir mi experiencia con los muchachos de la Escuela Normal “Fray Matías” con quienes había tenido un trabajo más intenso y prolongado. A Tedy, una compañera maestra de esa población le habían dado el encargo de la dirección de la escuela; sin embargo, por razones personales, ella solo estuvo allí ese tramo del ciclo escolar 88-89. De tal forma que para el inicio del siguiente ciclo, la comunidad escolar y las autoridades de la Secretaría de Educación me encomendaron esa función. Así, del 89 al 95, tuve el privilegio de fungir como director de esa institución. Cinco años jugando ese rol fueron 182
importantes en mi vida profesional, no por la función en sí, sino por las experiencias que propiciaron. Aunque, por otra parte, me impidió estar plenamente con mi familia para ver crecer a mis hijos y acompañar a mi esposa en su educación y cuidado. De esa parte, permítanme contarles tan sólo una experiencia que laceró mi alma de padre: Un día compré a mi niño que por ese tiempo tendría cinco años, uno carritos que él quería jugáramos en la tarde. Le dije que en ese momento no podía, pero le prometí que en la noche, a mi regreso, lo haríamos. Algo que no se si era o no importante allá en la escuela, me impidió volver a casa temprano. Cuando abrí la puerta de la casa y entré a la sala, vi a mi niño, dormido sobre la mesa de centro de la sala con sus cochecitos, esperándome para jugar. Su mamá me dijo que no había querido irse a su cama. Lo levanté dormido y lo llevé hasta su recamará con un nudo en la garganta y con los ojos llenos de lágrimas. ¿Valió este precio el trabajo que realizamos? ¿Cuántos padres y madres como yo, habrán vivido esa dolorosa experiencia de abandono a los hijos por la responsabilidad laboral? La escuela normal “Dr. Manuel Velasco Suárez” no es una escuela muy grande, en ese tiempo la disminución de la matrícula escolar la redujo a no más de 100 183
estudiantes que se incrementó por la inclusión del bachillerato pedagógico como antecedente obligado para cursar la licenciatura. El edificio escolar, en consecuencia, también era pequeño: dos naves en las que funcionaban las aulas escolares y en otra el área administrativa, el pórtico y la biblioteca y una más pequeña donde instalamos el salón de actividades artísticas a cargo del compañero Meneses, una cancha y, eso sí, mucha superficie de áreas verdes. La plantilla docente, por lo mismo era pequeña, no más de veinte, tres administrativos, dos intendentes y un vigilante. Escuela realmente muy pequeña pero de una importancia estratégica por su ubicación geográficas pues dio la oportunidad a muchos jóvenes del municipio de Huehuetán de hacer una carrera profesional. Por lo mismo, un tanto problemática por la misma idiosincrasia de sus habitantes. Fundada el año de 1979, ya había vivido conflictos “políticos” generados más por la grilla local que por causas de verdad legitimas. En esa época, las escuelas normales se sostenían con sus propios ingresos generados por el pago de la cuota de inscripción que autorizaba la Secretaría de Educación. La ayuda del gobierno federal a través, de lo que años después se conocería como Programa de 184
Fortalecimiento de la Educación Normal (ProFEN) no existía. En consecuencia, resultaba muy difícil el sostenimiento de la escuela e imposible la generación de otros insumos que apoyaran la formación docente de los estudiantes. Ante esa situación, un día, platicando con compañeros de la escuela, pregunté a quién pertenecía un terreno aledaño que se veía abandonado. Los compañeros que vivían allí y eran parte de la plantilla, dijeron que era propiedad de la escuela y que tenía una superficie de aproximadamente tres hectáreas. ¿Cómo aprovechar ese terreno para beneficiar a la escuela? ¿Qué proyecto implementar allí para fortalecer la formación de los maestros que, invariablemente, trabajarían al concluir sus estudios en comunidades rurales del estado? Reflexionamos sobre esto y, después de analizarlo creímos conveniente implementar allí un huerto escolar. Por esos tiempos, la introducción en el mercado del mango conocido como Ataulfo, era una novedad. Pero. ¿Cómo y con qué construirlo? El huerto escolar “Adopta un árbol” Con la idea de hacer realidad el proyecto, nos metimos a otra aventura: ¡Realizar la rifa de un automóvil Volks Wagen, sedan.! Pero, ¿cómo?… la idea sorprendió a 185
todos. Hicimos planes, haríamos un tiraje de muchos boletos y los daríamos muy baratos: ¡cinco mil boletos a veinte pesos cada uno! ¿Cómo vender tal cantidad de boletos con los pocos alumnos y personal que éramos? Pero le entramos. Algunas tardes organizábamos a los muchachos en cuadrillas y acompañados por algunos maestros salimos a Tapachula y a Huixtla, las ciudades más cercanas, a vender los boletos calle por calle, casa por casa. Llegó la fecha del sorteo. Para entonces decidimos no adquirir el vehículo pues dábamos la opción al comprador del boleto que si no quería el auto, le daríamos su valor en dinero; en ese entonces de $75 000, aproximadamente. Con emoción escuchamos la noche el sorteo de la Lotería Nacional de cuyo premio mayor saldría el afortunado ganador de nuestro sorteo…¡sorpresa, el número que resultó premiado no había sido vendido¡. ¿Qué hacer ahora? Decidimos, en asamblea escolar, que volveríamos a realizar el sorteo para no defraudar a nuestros compradores. Nos dimos a la tarea de seleccionar todos los boletos cuyos números no había podido ser vendidos y con ellos mandamos a hacer un nuevo tiraje para seguir vendiéndolos. Fijamos nueva fecha del sorteo y logramos incrementar el capital. Llegó la fecha…salió el número premiado…vimos a quién correspondía, anunciamos el resultado…esperamos la 186
llegada del agraciado, ocho, quince, veinte días y nada. No aparecía. Formamos una comisión de maestros y alumnos y fuimos a Huixtla a buscar el domicilio de la persona que lo había comprado y nada…no apareció. Decidimos entonces, hacer cuentas, dejamos en una cuenta bancaria el valor del vehículo para esperar a la persona que había ganado el sorteo y decidimos invertir nuestras ganancias. Con parte de ese recurso y con el trabajo de los muchachos y nuestro emprendimos la construcción del huerto. Con el nombre de “Adopta un árbol” bautizamos el proyecto. Se trataba de que entre todos desmontaríamos el terreno, apoyados por Saúl, un compañero ingeniero agrónomo que trabajaba con nosotros, tomamos medidas, balizamos e hicimos las sepas. Se trataba de que cada estudiante, hombres y mujeres adoptaran uno o dos arbolitos. Los sembrara, regara, limpiara y protegiera hasta llegar a su crecimiento. Así lo hicieron los muchachos, todos muy decididos a colaborar con el proyecto. 320 arbolitos cabrían en ese terreno. Una muy buena cantidad de frutales para ese tiempo. Con parte del dinero recaudado en la rifa, nos fuimos a la Secretaría del Campo a comprar los injertos. Con emoción, cada uno de los estudiantes, recogió su arbolito y lo sembró en el 187
lugar que se le había asignado. Cuánta experiencia formativa nos permitió ese proyecto. Había que ver a las mujeres, solas o apoyadas por los varones, subir con sus cubetas con agua en tiempo de seca para regar su arbolito, desyerbarlo, abonarlo, encalarlo para protegerlo de hongos y otros bichos…tres, cuatro años, hasta verlos crecidos. Verlos producir sus primeros frutos, cosecharlos…Tiempo después supe, porque ya no me tocó verlo, que el huerto le generaba a la escuela, en cada cosecha, treinta mil pesos…una excelente cantidad de dinero para el beneficio de la comunidad escolar. Con el resto del dinero y con el recurso protegido que se había resguardado y que nunca fue reclamado el premio, se adquirieron muchas cosas para la escuela: se renovó la biblioteca completamente, se adquirieron televisores para los salones, se impermeabilizó el edificio escolar y otros gastos que no habrían podido hacerse sin ese recurso que produjo la osadía de hacerlo. Valió el esfuerzo y esa experiencia quedó en el espíritu de cada uno de los que en ese hecho participamos. ¿Será una de las experiencias formativas que los estudiantes de esas generaciones recuerdan? Que lo digan ellos.
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A principios del ciclo escolar 94-95 una arbitraria decisión de la autoridad educativa y de la Sección XL del SNTE, hizo que los maestros que habían sido expulsados de la escuela durante el conflicto que me llevó a ella, regresaran a laborar a la escuela normal. Esta decisión provocó un nuevo conflicto que muchos estudiantes y padres de familia encabezaron para impedir el regreso de los maestros y, en consecuencia, la salida de quienes habíamos laborado allí esos últimos años. Como resultado de ese movimiento, algunos compañeros lograron ser incorporados como maestros de base, pero a otros se nos negó esa posibilidad. No obstante ese adverso resultado que nos obligó dejar la escuela, los años y las vivencias que allí tuve, fueron altamente gratificante por el reconocimiento que me dieron algunos compañeros de la escuelas, algunos padres de familia y muchos de los alumnos que allí se formaron.
Un paréntesis en la vida de esa escuela normal. Durante mi estancia como maestro y director de la escuela normal “Dr. Manuel Velasco Suárez” hubo un acontecimiento importante para la actualización 189
magisterial del que me tocó ser protagonista. Por esos años, de las escuelas normales comenzaban a egresar los primeros licenciados en educación (preescolar, primaria, educación física o de secundaria) y sólo algunos que ya estaban en servicio tenían acceso a la Universidad Pedagógica en alguna de su unidades para alcanzar ese grado académico. La mayoría de los maestros egresados de las escuelas normales en sus planes de tres o cuatro años, únicamente contaban con el título de profesor o, en algunos casos, de licenciados en educación media y superior que alcanzaban estudiando en la Escuela Normal Superior grado que les permitía ascender profesionalmente pasando de ser docente de primaria o preescolar a catedrático –así se denominaban- en alguna escuela secundaria o preparatoria. ¿Cuánto tiempo tendría que pasar para que el grueso de las profesaras y profesores pudieran acceder a la licenciatura? Recuerdo que en algún espacio de trabajo comenté esta situación y hasta me atreví a pergreñar algunas ideas al respecto. En ellas se planteaba la que las escuelas normales al impartir licenciaturas y reconocerse como instituciones de educación superior formadoras de docentes, estaban en condiciones de asumir algún proyecto que permitiera actualizar profesionalmente a los maestros. Estas ideas llegaron a buenos oídos porque en la 190
Secretaría de Educación había, en esos momentos, un grupo muy respetable de académicos que fungían como autoridades educativas. Entre ellos no podría omitir algunos nombres: El maestro Oscar Albores Cruz era el Secretario de Educación; mi gran maestro Magin Novillo Cruz fungía como Subsecretario Técnico y encabezaba un prestigiado grupo de trabajo al que, cariñosamente le decía el H. Equipito. Entre ellos, el entrañable maestro Ameth, fue quien retomó la idea y, seguramente la comentó con ellos. Lo cierto es que en poco tiempo, la Secretaría de Educación encomendó a otro grupo de trabajo formado por los grandes maestros César Carrizales Retamoza, Francisco Manuel Aguilar García, entre otros, quienes dieron forma a un programa de actualización denominado Nivelación Académica a la Licenciatura. Este programa contó con los recursos económicos suficientes y fueron las escuelas normales quienes lo impartieron, beneficiando, por varios años escolares, a un sinnúmero de maestras y maestros que obtuvieron así, su licenciatura en educación preescolar y primaria. Este capítulo de la educación normal en el estado de Chiapas no ha sido justamente reconocido a pesar de la importancia que tuvo.
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La Nivelación Académica a la Licenciatura que se impartió también en la escuela normal “Dr. Manuel Velasco Suárez” ocupó mi tiempo y dedicación los fines de semana y los periodos vacacionales de verano. Muchos fueron los maestros que atendimos en esa modalidad. Al dejar la escuela, por las razones que ya apunté, continué colaborando con este programa en la Escuela Normal “Fray Matías de Córdova” a la que me reincorporé nuevamente a mediados de los noventa. Las reformas curriculares que en el plano de la formación docente se estaban operando como consecuencia del Programa Nacional de Modernización Educativa de 1992, suscitó en las escuelas normales, muchas modificaciones. Los planes de estudio para la educación preescolar, primaria, educación física, educación especial y educación secundaria fueron el común denominador en las décadas de los noventa y dos mil. En ese contexto, un hecho en el que también tuve la suerte de participar y, modestia aparte, de incidir, fue la creación en la Normal Fray Matías, de la licenciatura en Educación Especial. De este hecho vale comentar la normal resistencia que esta idea causó en algunos de los docentes que allí laboraban. Entre otras razones porque la creación de esta nueva licenciatura implicaba sustituir la de educación primaria en alguno 192
de los turnos en la que se impartía. Otras resistencias estaban asociadas al nivel de competencia profesional porque ninguno o pocos de los docentes estaba preparado para impartir las asignaturas de la nueva modalidad. No obstante estas actitudes, el ciclo escolar 1998-1999 dio paso a la primera generación de licenciados en educación especial en esta institución. La primera en Chiapas, en ofrecerla como opción formativa. Años más tarde lo haría la Escuela Normal del Estado en Tuxtla Gutiérrez. Muchos son los jóvenes maestros que ahora laboran en la modalidad especial que egresaron de ella y que los seguirán haciendo. Lamentablemente, no tuve la oportunidad de colaborar como docente en esa licenciatura. En ese mismo período de tiempo tuve la oportunidad de ascender como supervisor de una zona escolar de educación especial que se creó en Tapachula y, por condiciones administrativo-laborales mi tiempo y función ya no eran compatibles para trabajar en dos centros educativos; aún en mi condición de interino en esa escuela normal. ¿Suerte o desino?
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La Universidad Pedagógica Nacional, otra gran experiencia. Los primeros veinte años de mi vida laboral realmente fueron muy gratos y muy enriquecedores. Mi trayectoria como profesional de la educación se vio ampliamente satisfecha por las experiencias que viví en ese tramo de mi existencia en esta vida. Durante esos años, aunque breves, fui docente y director en escuelas primarias. Fundador, docente y directivo en las modalidades de la educación especial trabajando con niñas, niños y jóvenes con discapacidad, con sus maestros y con sus familias. Docente y directivo en escuelas normales como ya he dicho. Incluso, en una oportunidad, también laboré como asesor catedrático (particularmente no me gusta esta denominación) en la Escuela Normal Superior de Chiapas, de donde también egresé como Licenciado en Educación Media en la Especialidad de Psicología Educativa. Durante la década de los ochenta, combinaba mi trabajo en educación especial y en la normal Fray Matías como asesor en la Unidad 072 de la Universidad Pedagógica Nacional cuando esta impartía la licenciatura en Educación Básica; luego vendrían las licenciaturas en Educación (con áreas formativas para 194
preescolar y primaria) y la Licenciatura en Educación para el Medio Indígena y otras modificaciones con otros enfoques formativos más. A la UPN, así se le conoce más, ingresé cuando ésta estuvo ubicada en la 17 calle Oriente, frente a la Cristóbal Colón, el año de 1986. El trabajo con maestros en servicio que hacían allí su licenciatura le dio a mi formación como docente otra dimensión. Ponerme a la mano la lectura de muchos textos que formaban parte de la bibliografía de los cursos y seminarios que allí trabajé. Recuerdo que mis primeras experiencias en la UPN fue con las licenciaturas del Plan de estudios de 1979 y el reciente Plan de estudios de 1985. Con el paso del tiempo se fueron incorporando más docentes en servicio pero también otros estudiantes que no eran precisamente maestros sino personal de apoyo a la educación básica, es decir, intendentes, secretarios, etc. Que gracias a esta apertura, adquirieron el título de licenciados en educación en algunas de las modalidades que allí se impartían y, de la noche a la mañana, se hicieron docentes al cambiar de función en los niveles escolares en que laboraban. Peor aún, por razones que no son fáciles de explicar, la UPN abrió oportunidad a estudiantes egresados del bachillerato para hacer en ella alguna licenciatura, desvirtuando así, la función 195
para la cual fue creada en 1978-1979 como una institución destinada a la profesionalización del magisterio nacional. El Plan de Estudios de la Licenciatura en Educación de 1994 fue la que más opciones dio a esta apertura de bachilleres. A finales de la década de los ochenta y principios de los noventa, la posibilidad de realizar estudios de posgrado en educación eran prácticamente nulas en nuestro estado; sólo emigrando a otras ciudades podía tenerse esa oportunidad. Por esa razón, cuando a principios de 1989 llegó a esta ciudad el Dr. Plá del Instituto de Estudios Universitarios, una Asociación Civil de Puebla ofreciendo realizar esos estudios aquí en la ciudad, no lo pensé dos veces y me decidí a inscribirme en ella, por supuesto, pagando una buena cantidad como mensualidad. Opciones como esta abrieron camino a lo que más tarde sería una verdadera comercialización de la educación superior, desde la licenciatura hasta los posgrados. Como los estudios se realizarían los fines de semana, me vi en la necesidad de dejar la UPN, comentándole a su director, el Maestro Francisco, que, tan pronto culminara la maestría me reincorporaría a continuar como asesor de esa Unidad, cosa que no sucedió sino hasta años después, por otras circunstancias. Culminamos la Maestría en Educación 196
algunos compañeros en 1990. Algunos años más tarde, con una nueva administración, me reincorporaría a la UPN para laborar como asesor de las Licenciaturas en Educación Plan 1994 y la Licenciatura en Educación Preescolar y Primaria para el Medio Indígena de 1995 para lo cual teníamos que trasladarnos en algunas ocasiones a la ciudad de Motozíntla, donde se impartía, principalmente esta modalidad. Para ese entonces, la Unidad 072 se ubicaba en la Tercera Norte entre 21 y 23 oriente porque aún no contaba con edificio propio. El trabajo en la Normal de Huehuetán con la implementación de la Nivelación Académica a la Licenciatura provocó mi ausencia de la UPN en esta segunda ocasión. Durante esta etapa de trabajo en la UPN fue necesario, muchas veces asistir a distintas ciudades del país para ir evaluando de la LEP 1994 que se estaba, gradualmente implementando. Una anécdota interesante pasó al dejar la UPN en este segundo periodo: los conflictos político-estudiantiles que caracterizan esa institución aquí en Tapachula daba lugar a la remoción constante de sus directivos y de su personal; razón de peso para que la Unidad no se consolidara como institución superior. En el periodo en que fungía como director de la Normal de Huehuetán, 197
una comisión de maestros de base de la Unidad 072 me buscaron en la casa para solicitarme que autorizara que mi nombre apareciera en una terna que tenían que proponer a la Rectoría en Ajusco en la ciudad de México, para nombrar nuevo director en la Unidad. Al principio me negué, porque ellos mismo enunciaron que era tan sólo para cumplir con el requisito pero que ellos ya tenían a la persona que sería el director y por la que negociarían en la Rectoría para cubrir esa función. Ante su insistencia y a sabiendas que ni perdía ni ganaba nada, acepté que enviaran en la terna, mi nombre. Sucedió que en la Rectoría de la UPN estaba, por esos años, el Maestro Olac Fuentes Molinar, un excelente maestro de Chihuahua con quien había tenido ya algún contacto cuando él estaba frente a un Centro de Estudios que el SNTE tenía en la ciudad de México, al que asistimos para solicitar su apoyo con asesoría para el proyecto de la Normal de Huehuetan. Así, cuando el maestro Olac vio mi nombre entre la terna de candidatos, inmediatamente inclinó su decisión por mi persona y así lo comunicó a todas las instancias que tenían que ver con la administración de las unidades UPN en el Estado. A los maestros de la Unidad 072 no les quedó más que aceptar dicha decisión. Así, y sin que yo estuviera enterado de lo que sucedía, un día me hablaron de la Dirección de 198
Educación Media y Superior del entonces Servicios Educativos para Chiapas (SECh) para comunicarme que me preparara y felicitaba porque pronto tomaría posesión como nuevo director de la Unidad 072 de la UPN en Tapachula; tomé a broma el comunicado de mi amigo Arturo Novillo, entonces director de esa área pero él insistió que era verdad y por decisión del Rector de la UPN. Me dio algunos detalles de lo que serían mis funciones y yo comenté que la unidad me resultaba familiar por haber laborado en ella como asesor. Pasaron algunos días, quienes me habían buscado para incluir mi nombre en la terna, nunca me buscaron durante esos días para informarme cuál había sido la resolución y yo tampoco lo hice, por supuesto. Algunos días después el director de educación media y superior volvió a llamarme intrigado por saber qué había sucedido porque de la ciudad de México habían cambiado las instrucciones. _”qué chingaos hiciste para que cambiaran los planes…”- recuerdo que me dijo Arturo. Más extrañado yo, le comenté que yo nada había hecho o dicho al respecto. Y así, sin saber qué había sucedido, la Unidad 072 tuvo un nuevo director y yo continué con mi función en la Normal de Huehuetán.
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Años después, cuando tuve que dejar esa normal por los conflictos que ya relaté, el amigo y compañero Paco Guzmán me confesaría lo siguiente: _”Amigo, tengo que confesarte una verdad…”_ Así llegué a saber lo que había pasado con el asunto de la UPN. Me informo que los maestros de la Unidad 072 al conocer la postura del Rector, decidieron, según ellos, “amarrar el acuerdo” con el Comité Ejecutivo Nacional del SNTE en la ciudad de México y conocer su opinión. Para eso recurrieron al maestro Manuel Hernández Gómez, en ese tiempo y aún en vida era miembro del Comité Nacional. Dijo Paco, que a Manuel le pareció acertada la decisión porque me conocía y sabía de mi, pero pidió, antes de dar su visto bueno a mi nombramiento, hacer una llamada telefónica con alguien y solo entonces estaría en condiciones de dar su punto de vista. Ese mismo rato, como era su forma de actuar, tomó el teléfono y platico con el mismo Paco Guzmán que por esos días trabajaba en la Normal y era el subdirector administrativo. Habló con él para comentarle que yo había sido electo para la UPN y quería saber su punto de vista. Paco, de buena fe, le comento que por ningún motivo aceptaba porque, a decir de él, yo tenía un papel importante que hacer en la normal y le pedía que no permitiera que me llevaran a otro lado. Como se conocían entre ellos y se tenían mucha confianza y 200
respecto, el maestro Manuel tomó en serio la opinión de Paco y comunicó a los maestros de la Unidad 072 y al propio Rector que por ningún motivo me movieran de la normal…Así pasaron las cosas de las que yo, ni siquiera me enteré porque en realidad no presté mucho interés al asunto. Transcurrieron algunos años antes de dejar la normal y las cosas siguieron su curso. Solo al estar ya fuera de ella fue cuando Paco me hizo saber lo que había pasado y se disculpó conmigo. Por supuesto yo tomé el asunto de forma divertida y como un reconocimiento que él me hacía por el trabajo que juntos hicimos en esa normal. Lo chusco y más divertido del asunto fue lo que sucedió después. Al enterarse el director de la UPN, uno de tantos de los que eran por esas fechas, que yo estaba libre porque ya no seguía en la normal de Huehuetán, aunque me había reincorporado a la Fray Matías, me invitó, junto con otros compañeros a integrarme a la universidad. Por supuesto, había allí, como siempre, otro conflicto. Los maestros de base, no querían aceptar que se integraran a la plantillas de asesores maestros egresados de escuelas normales porque, a las claras, estos demostraban muchas más habilidades docentes que ellos que provenían de universidades. 201
Cuando supieron que el director y otros maestros querían que me integrara como asesor, ellos, los que años antes me habían pedido participar en la terna como director, ahora decían que yo no tenía perfil para ser asesor porque era maestro normalista. Entraron en discusión y en negociaciones y, al final, eso me dijeron los compañeros que formaban parte de la comisión, aceptaban mi entrada con la condición de que por mí, a ellos les aceptaran tres docentes universitarios. _”Tu vales por tres”_ me decían en broma, algunos compañeros. Esa tercera época en la UPN, aunque breve porque al ascender a supervisor en educación especial en 1998, la incompatibilidad de horarios no me permitía más horas para ser asesor allí, tuve nuevamente que dejarla. Esa corta época fue de lo más enriquecedor para mí experiencia por lo que contaré en seguida.
Transformar la Educación Básica desde la Escuela, (TEBES). El trabajo colegiado o en colectivo escolar que tiempos después se adoptaría como una estrategia para mejorar los resultados del trabajo escolar, es decir, los 202
aprendizajes de los alumnos de las escuelas de educación básica, tuvo su origen como alternativa metodológica y organizativa en un proyecto que la Universidad Pedagógica Nacional, promovió y operó en las dos últimas décadas del siglo XX, con asesoría de docentes y académicos españoles que ya había tenido esa experiencia. Con el nombre de Transformación de la Educación Básica desde la Escuela (TEBES) esta experiencia educativa ofreció, a quienes tuvimos la oportunidad de participar en ella, gratos encuentros con colegas de otras latitudes del Estado, del país y de otros países del mundo y valiosos conocimientos que se compartían tanto en los seminarios como en los Encuentros nacionales e internacionales que se llegaron a organizarse. Como parte de este proyecto, y en tanto asesores de la Unidad 072 de la UPN, nos correspondió a Ricardo, Gregorio y a mí, operarlo en la unidad. La tarea consistía en que, mediante seminarios de análisis y valoración de la práctica docente, los y las maestras de escuelas de educación básica organizaran y formalizaran colectivos escolares que, una vez identificada alguna problemática escolar o pedagógica en su escuela o en sus aulas, se dieran a la tarea de diseñar estrategias metodológicas y didácticas que al 203
aplicarlas, provocaran y evidenciaran cambios y mejoras en los resultados escolares con sus alumnos. Aunque el éxito de este proyecto de trabajo no resultó ser tan relevante por diversos factores que se inmiscuyeron en su desarrollo, nos permitió a quienes participamos en él, algunas vivencias muy interesantes al trabajarlas en algunas escuelas de la región; la más sobresaliente fue la que vivimos juntos con el personal del CEBECH “Teodomiro Palacios” de Tapachula en el que el impacto fue más relevante gracias al interés de su personal y de Heriberto, su director entonces. El TEBES me permitió a mí y los otros compañeros asesores y docentes de escuelas que participaron, asistir a seminarios nacionales en los que compartimos experiencias y aprendizajes con otros colegas del país y de otras naciones acompañados de académicos españoles y mexicanos que asesoraban el proyecto. También fueron muy emotivos los Encuentros Nacionales de Colectivos Escolares de Maestros que hacen investigación en sus escuelas, como se les denominaba. Particularmente recuerdo el que se organizó en Oaxtepec, Morelos en el año de 1998, al que asistí acompañado de mi familia en un viaje muy agradable. Allí convivimos con amigos argentinos, chilenos, brasileiros, venezolanos, entre otros y maestras y maestros de otros estados de la República 204
que asistieron. Por razones personales, no me fue posible asistir a otros Encuentros que se realizaron en esa época en Colombia, aquí mismo en México y en otros países que los organizaban. Los Colectivos Escolares que hacían investigación desde sus propias escuelas, resultó, a la postre, la base de una política educativa que la SEP aplicaría como estrategia para mejorar los resultados educativas durante la reforma educativa del 2013, a través de los llamados Consejos Técnicos Escolares en las escuelas de educación básica. Hay, en esta experiencia que se vivió en el contexto de la UPN, una rica tradición que no ha sido bien aprovechada ni estudiada. Nuestra salida de la Unidad 072 por diversas razones, dejó truncada la posibilidad de dar continuidad a este proyecto. Este es uno de los fenómenos que no ha permitido que las instituciones de educación superior dedicadas a la formación y actualización profesional de los maestros de educación básica, se consoliden: la inestabilidad de su personal académico.
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El Programa Nacional de Carrera Magisterial y su impacto en mi formación. Con el Programa Nacional para la Modernización de la Educación Básica implementado en la década de los noventa en todo el país, vino el Programa de Carrera Magisterial. Un mecanismo para incentivar el desempeño profesional, laboral y salarial de los maestros que a la postre y como todo programa institucional perdió sus miras y, en algunos casos, hasta se infectó con el virus de la corrupción. Tuve la fortuna de verme favorecido con los beneficios que el programa brindó, desde la primera evaluación que presenté en la primera de sus 24 etapas que permaneció en el subsistema de educación básica. Al incorporarme a la Carrera Magisterial me vi obligado a mantenerme actualizado en todo lo que al respecto implicara: conocer a fondo la política y la legislación educativas, los planes y programas de estudio, los enfoques curriculares de las asignaturas y, por supuesto, el marco teórico y metodológico de la educación especial, entre otros aspectos además de la formación académica propiamente dicha. Como las evaluaciones para la promoción entre una y otra de las categorías de la A a la E se realizaban en ciclos escolares definidos que iban de dos a tres ciclos escolares de 206
permanencia entre una y otra categoría, fui de los afortunados de promoverme en los periodos correspondientes pudiendo así, llegar a la última categoría en el tiempo establecido; con el correspondiente beneficio económico. Tuve también la suerte de que las promociones verticales en mi carrera de maestro a director y luego a supervisor coincidieran en tiempo, por lo que mi trayectoria fue ininterrumpida. Un beneficio adicional que me tocó en suerte, gracias a este programa fue haber resultado electo como uno de los tres maestros chiapanecos que año con año recibieron el reconocimiento “Ignacio Manuel Altamirano” en el ciclo escolar 1994-1995 y que consistió en asistir a la ciudad de México para la ceremonia del Día del Maestro que año con año se efectúa en la Residencia Oficial de los Pinos con la presencia del Presidente de la República (En ese tiempo Ernesto Zedillo Ponce de León) además del reconocimiento económico que ese entonces ascendía a 30 mil pesos en cheque y diploma de honor. Aunque reconozco que el programa de carrera magisterial resultó injusto al no favorecer a la gran mayoría de docentes que tenían un excelente desempeño en su ejercicio profesional, de alguna manera contribuyó a mejorar la condición profesional de los docentes mexicanos. Al reformarse la legislación educativa en el 207
2013 este programa desapareció para convertirse en el llamado Servicio Profesional Docente cuyos beneficios y resultados aún se desconocen.
Otras experiencias relevantes y significativas que tuve en mi etapa de formador de maestros, fueron los cursos y talleres que tuve la oportunidad de coordinar en distintos programas que la SEP implementó en diversas etapas. El Programa para Abatir el Rezago Educativo (PARE) fue uno de ellos en los que impartía talleres y cursos sobre Estrategias didácticas, evaluación y planeación educativa, entre otros. Después vendría los talleres relacionados con el Programa de Modernización de la Educación Básica en la década de los 90’s donde, lo más significativo fue haber formado parte del grupo de asesores chiapanecos que tuvimos la oportunidad de dar a conocer a maestros de los estados de Yucatán, Quintana Roo, Campeche, Tabasco y Chiapas, los nuevos programas de estudio del Plan de 1993 en la ciudad de Villahermosa, Tabasco, después de haber asistido a la ciudad de México a capacitarnos. Entre otras muchas experiencias que tuve la ocasión de vivir y disfrutar, con el consabido beneficio profesional que estos me dejaron.
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Sexto Episodio El posgrado en mi trayectoria profesional.
Comenté, en su momento, como obtuve el grado de Maestro de Educación, a finales de los años 90. Este grado académico me permitió incursionar en la Universidad impartiendo, coordinando o asesorando algunos grupos y cursos a maestros de distintas procedencia profesional que cursaban ahí su maestría. La extensión de la Facultad de Humanidades de la UNACH, fue la institución donde más experiencia tuve al participar durante varios años, en varios programas y con varios grupos de estudiantes de ese nivel. De ellos tengo un grato recuerdo y, afortunadamente, creo que un excelente reconocimiento a mi desempeño; al menos así me lo han expresado algunos. En esa institución participé también como asesor de tesis y, en consecuencia, como sinodal en varios exámenes profesionales de los egresados. 209
Con la creación del Instituto de Posgrado en Educación, institución creada por la Secretaría de Educación con la asesoría del grupo de académicos que lideraba el Maestro César Carrizales Retamoza, los estudios de maestría, llegaron a Tapachula con otra visión académica; en esos años aún no proliferaban las instituciones de educación superior particulares que vinieron a desacreditar los estudios d posgrado al implementar un enfoque eminentemente empresarial y comercial en este nivel educativo. Intenté hacer en el Instituto de Posgrado en Educación, mi segunda maestría en el primer grupo que se formó, pero actividades en la normal de Huehuetán, me lo impidieron. Aunque tuve la ocasión de ser alguna vez, asesor en ese instituto. Una experiencia mucho muy desagradable como asesor con grupos de maestría la viví en una institución privada en Tapachula que no sé ni cómo ni en qué momento me convenció para trabajar con ellos un curso. Entre lo que recuerdo fue que el nombre con el que se autodenominaba la maestría era Maestría en Educación Superior. El curso que me asignaron y que llamó fuertemente mi atención y desconfianza se llamaba “Didáctica de la Educación Superior” (¿…?). Yo 210
sabía que había didácticas para enseñar o favorecer el aprendizaje de algunas disciplinas o asignaturas pero…¿de la educación superior?. Cuando pedí a la coordinadora del posgrado el programa de estudios, mi sorpresa fue aún mayor porque lo que me proporcionó fue el índice de un libro de didáctica general que Amadeo Nerici escribió en la década de los sesenta o setentas. Lo peor estuvo en el transcurso del mes que duró en curso: de seis estudiantes, regularmente asistían cuatro; los otros dos, faltaban continuamente a la asesoría y consecuentemente no alcanzaban, desde mi punto de vista, a acreditar la asignatura. Cuando entregué a la administración las calificaciones, me sorprendió más la coordinadora cuando me señaló que ahí no podía reprobar ninguno de los alumnos por las consecuencias financieras, obviamente. No sé exactamente qué fin tuvieron los dos reprobados, lo cierto es que bastó esa experiencia para no repetirla en esas instituciones aún con la invitación que reiteradamente recibí de otras de la misma modalidad. La comercialización de la educación, principalmente de la superior desde la licenciatura hasta el doctorado es el signo que caracteriza los últimos años. Este liberalismo pseudo educativo fue el resultados del modelo 211
económico neoliberal que invadió el mundo después de concluido el siglo XX. Ante la dificultad o la complacencia del Estado de no poder satisfacer la cobertura educativa en este nivel superior, infinidad de instituciones privadas hicieron suyo este “mercado” atrapando a los jóvenes que, al no poder acceder a una institución pública y deseosos de hacer una carrera profesional, fueron presas de este fenómeno, muchas veces, sin la garantía de una formación sólida y de calidad. Supe también de “prestigiosos” maestros que obtuvieron el grado de doctor en educación de la noche a la mañana, a veces, sin siquiera asistir a una clase. En fin, malestar de nuestro tiempo. A mediados de la década de los Dos Mil; el interés por cursar un doctorado picó en mi conciencia. La idea, básicamente, consistía en que, próximo a mi jubilación como maestro, el grado de doctor en educación podría ser una buena alternativa para desarrollar otro tipo de experiencia educativa sin las presiones de tiempo y sin las obligaciones propias de la función supervisora que tenía. Entre las opciones más viables encontré que la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca, la UABJO, ofrecía, en su recién creado Instituto de Ciencias de la Educación –otra herencia del grupo que encabezaba el Maestro César Carrizales- la tercera 212
promoción para cursar el doctorado en educación. Hacía allá dirigí mis pasos y mis esfuerzos acompañado de May, una maestra de la UNACH a quien invité para que nos inscribiéramos en ese Instituto. Para cursarlo, tuve que viajar a la ciudad de Oaxaca durante más de dos años, todos los fines de mes, tiempo en el que asistíamos a los cursos y seminarios los días jueves, viernes, sábados y domingos. Con todas las implicaciones que conllevó cursar estos estudios con mis recursos propios, en el 2006 concluimos, felizmente el plan de estudios. Algo que no termino de comprender pasó en mí que no me permitió presentar el examen de grado, aun cuando ya tenía concluida la tesis correspondiente que si me permitió acreditar el examen pre-grado y con él, el doctorado. Esta situación me apena y me avergüenza porque no es, precisamente, un ejemplo digno que dejar a mis hijos y a todos quienes pretendan triunfar en sus batallas. De este feliz episodio de mi vida, celebró haber conocido a tanta gente que, como yo, buscaban trascender a través de estos estudios. De nuestros maestros tengo un grato recuerdo tanto por su trato cálido y afectuoso, como por su influencia en mi formación por todo el capital cultural que me brindaron. A ellos, mi agradecimiento y mi disculpa por no haber cumplido cabalmente con mi obligación y por no satisfacer sus expectativas. 213
Reconozco, en este recuento, que mi mundo de vida y mi mundo de vida profesional no lograron romper el ostracismo en el que viví todo ese tiempo. Hubiera deseado tener otras experiencias formativas en otras instituciones de prestigio nacional como la UNAM, el CINVESTAV del Politécnico o la UPN en su unidad Ajusco pero no fue posible, no se por qué razón y tampoco lo lamento. Lo que hice y fui me permitieron tener lo que me merecía y un cierto bienestar que me permitió ser feliz en este mundo al que me arrojó la vida. Cómo se han devaluado los estudios doctorales en los últimos años. Al grado que apena decir que se tiene este nivel académico. La función específica de un doctor en algo, en este caso, en educación, es la generación de conocimientos mediante la investigación; sin embargo, últimamente este grado se adquiere sólo por presunción o para efectos de credencialización. Se ha llegado al cinismo de reconocer y autonombrar estos estudios (y muchos de maestría) como estudios certificantes. Vaya ocurrencia.
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Séptimo Episodio Supervisor de Educación Especial Veinte años después de iniciada mi carrera profesional como maestro, ascendí al puesto de supervisor. En 1998, la SEP autorizó la creación de una nueva zona escolar en la región de la Costa Soconusco. El crecimiento de la modalidad educativa en esta región del estado de Chiapas con la creación de nuevos centros de trabajo, requirió esta nueva zona escolar. Para ese entonces los centros de trabajo sumaban ya 14, se vislumbraba la creación de otros más para cubrir la demanda de todos los municipios de esta región y la supervisión que existía no era suficiente para atender a todos esos servicios. Por esos años y en la actualidad, el ascenso a supervisor escolar se definía, básicamente, por la antigüedad en el servicio. El examen de selección se instrumentó más tarde como otro mecanismo pero la antigüedad en servicio de los candidatos siguió privilegiándose. Un año antes, en septiembre de 1997, personal del Departamento de Educación Especial se comunicó conmigo vía telefónica para informarme que la SEP había creado la zona escolar número 9 en el municipio de Pichucalco para atender los centros de trabajo ubicados en el norte del 215
estado de Chiapas, desde Reforma hasta Palenque, y que, de acuerdo al escalafón que en ese año regía los movimiento del personal, a mi correspondía ese puesto. Un poco emocionado comuniqué esa noticia a mi familia y en común acuerdo decidí viajar a Tuxtla Gutiérrez para realizar todos los trámites que al respecto fueran necesarios. Durante el camino reflexioné las implicaciones de ir hasta ese lejano lugar para hacerme de ese puesto, decisión que implicaba dejar de trabajar en la normal y la UPN y, por supuesto, a la familia por lo que, al llegar el camión en el que viajaba a la terminal de la ciudad de Huixtla, decidido a no hacerlo, me bajé de él y regresé a casa a Tapachula. Comuniqué por teléfono al departamento mi postura y, agradeciéndoles, cedí mi derecho a la persona que seguía en el orden del escalafón. Un año después, esta oportunidad volvió a dárseme, pero ahora en Tapachula. Ni modos de rechazarla otra vez. En agosto de ese año me presenté al proceso de cambios y ascensos que el Departamento de Educación Especial organizó, sólo para cubrir el requisito. Los primeros años la nueva zona escolar se conformó con los siguientes servicios: El CAM “Roberto Solís Quiroga”, las USAER No, tres de Tapachula, el Centro Psicopedagógico también de Tapachula, las USAER 16 y 216
25 de Huixtla y Motozíntla, respectivamente, el CAM de nueva creación en Escuintla, la recién creada USAER 27 de Cacahoatán y el CAM de Pijijiapan. Años después, el Departamento de Educación Especial, autorizó una rezonificación de los centros de trabajo ubicados en esta región quedando, finalmente, distribuidos de la forma siguiente: La zona No. 2 que es la que existía de tiempo atrás se formó con las USAER No. 3, 25, 28, 29 y 507 (CPP) y los CAM 36 y 47 de Escuintla y Cd. Hidalgo, respectivamente. Mientras a la zona 11 pasaron los CAM No. 2, 17 y 32 de Tapachula y las USAER 16, 27, 33 y 34; años después se integraría el CAM No. 52 creado en Cacahoatán el año 2010. El CAM de Pijijiapan, decidió por voluntad y por interés de sus elementos, pasar a formar parte de la zona escolar No. 7 de Tonalá. El crecimiento de la educación especial en Chiapas, durante los casi 40 años de fundada al momento de escribir estas líneas, ha sido significativo aunque insuficiente para atender a todo el estado. Existen 13 zonas escolares que comprenden más de cien centros de trabajo entre USAER’s, CAM’s, CRIE’s y una UOP; aunque la parte estatal ha creado más centros de trabajo en los últimos cinco años. Sólo para dejar constancia en la historia, referiré que el equipo de supervisores del que formé parte (aunque ya se 217
jubilaron las pioneras) en EE estaba formada, al momento de narrar los episodios de mi vida (2015) por las y los siguientes compañeros: En la zona No. 1 en Tuxtla Gutiérrez, la maestra Lesvia Pérez Argüello. En la zona dos, de Tapachula, la compañera Noemí Esquinka. La zona No, 3 ubicada en Comitán la dirige el compañero Nuley López Palacios. La 4 está ubicada en Cintalapa y la atiende Raquel Calderón. También en Tuxtla, Maricela León está a cargo de la zona 5, en tanto que Sara Gladis dirige la zona 6 allí mismo. María de Jesús trabaja la zona 7 que atiende los municipios de Tonalá, Arriaga, Pijijiapan y Mapastepec. La zona 8 se creó en Pichucalco y la atiende Conchita Barragán; la 9 en San Cristóbal de las Casas con Patricia Vargas. José Luís Hernández en la 10 de Villa Flores, Lupita Zarate en la doce de Tuxtla, Francisco Victorio se hizo cargo de la zona trece, creada en Ocosingo y, finalmente, yo en la zona once. Con ellos, con las jefas que se hicieron cargo del departamento y con el equipo de asesores que poco a poco, con los años se fue diluyendo, pasé momentos muy agradables en nuestras reuniones de trabajo y de recreación. Imposible olvidar sus nombres: Naty Pascacio, Mercedes, Mari Carmen, Blanca Luna, Paco Pérez, Alicia, Juan Manuel, Laura, Lulú Zamarripa, Soledad, Socorro, JJ Cárcamo, la inquietísima Alba
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Cadenas…entre otros que formaron parte de mi vida profesional. La vida como supervisor de la zona escolar durante los años en los que estuve ahí está llena de múltiples y variadas experiencias; se funden en ella cosas de mi vida profesional pero también personal. Imposible separar una de otra. Imposible también referirme a todas ellas. Una vez que se reorganizaron las zonas dos y once y me quedé con esta última, su vida institucional fue bastante estable y la caracterizó la tranquilidad y la paz laboral. Mucho de esto dependió de las y los compañeros que estuvieron al frente de los centros de trabajo como directivos pero, sobre todo, a las características del personal que formó parte de ella. Nunca, hasta ahora, un conflicto que provocara graves consecuencias. Y nunca podré olvidar a la mayoría de las maestras y maestros que pasaron por allí. Algunos, como es natural en nuestras relaciones humanas, tuvieron conmigo relaciones de amistad entrañables, otros en una relación de colegas y compañeros que también trasciende en nuestra vida. Como este recuento de mi vida personal y profesional no es un anecdotario, no podría anotar aquí tantas vivencias que en el devenir del tiempo se fueron suscitando. Durante la mayor parte de tiempo en esta función antes de 219
escribir esta memoria, estuve sólo sin apoyo; ocasionalmente llegaba algún a alguna persona que, en calidad de interina, hacia la función de secretario o secretaria. Así, hasta que llegó, por cambio, Conchita, una mujer madura y responsable con una convicción de servicio admirable, con quien trabajé varios años en la supervisión. Fue muy grato y edificante esta función en el servicio educativo. Las visitas a los centros de trabajo ubicados en los pueblos y ciudades de Unión Juárez, Cacahoatán, Huixtla, Escuintla y Acapetahua, además de los de la ciudad de Tapachula, le dieron ese atractivo. Visitar esos lugares, convivir con las maestras y los maestros de las escuelas donde se apoyaba el trabajo con las niñas y los niños, el contacto directo con ellos y, en ocasiones con sus madres y padres, representó un gran placer que le dio sentido y significado a mi existencia como persona y como maestro. El trabajo con niños, niñas y jóvenes con discapacidad torna la función docente, distinta. Ya de por sí el trabajo del maestro es trascendental en la vida de uno mismo; hacerlo con personas con esas condiciones, multiplica esa trascendencia. Lamento no haber tenido la oportunidad de tener un contacto más directo con ellos, más que el tiempo que fungí como 220
maestro en la USAER; lamento más no haber tenido el tino de dominar la lengua de señas para comunicarme más directamente con las personas sordas. Esta debilidad la voy a lamentar hasta mi muerte. Es muy probable que con este episodio cierre mi vida profesional. Los treinta-y-tantos años que llevó ejerciendo mi trabajo, así lo predicen. Quiero llegar a los cuarenta tan sólo para cerrar mi ciclo de vida; no se después que siga…no acostumbro a plantearme metas ni a dibujar proyectos para mi futuro, tomo la vida tal como viene porque, como decía Ricoeur, “la vida no requiere ser preservada sino acrecentada”, vivida. Mi paso por la SEF Otro paréntesis durante este episodio como supervisor me dio la oportunidad de vivir otra experiencia de trabajo. Gracias a que el inolvidable Paco (con el que trabajé en Huehuetán) fue nombrado director de educción media y superior en la subsecretaría de educación federalizada, allá por el año 2008. Un día del mes de septiembre, me llamó por teléfono para pedirme lo apoyara yéndome a esa subsecretaría para ser jefe del departamento de formación y actualización docente. Este departamento se hace cargo de la administración de las Unidades UPN en Chiapas, así 221
como del Centro de Actualización del Magisterio (CAM) que está en esa ciudad. Con gusto, y tan sólo para “cambiar de aires” y colaborar con él, decidí irme a Tuxtla. Estuve en ese departamento por un breve tiempo ya que el subsecretario de entonces, seguramente por sugerencia del mismo Paco, me pidió hacerme cargo del Departamento de Educación Normal, instancia que se hace cargo de la administración de las escuelas normales federales en el estado, entre ellas, mi querida escuela normal Mactumactzá, la Fray Matías de Córdova de San Cristóbal, la Intercultural Bilingüe “Jacinto Canek” de Zinacantán y la Experimental de Tuxtla Chico. Cuatro escuelas puntales en la formación de maestros en Chiapas. El trabajo conjunto que como departamento tuvimos con el paralelo de la secretaria de educación que se hace cargo de las escuelas normales del estado, resultó interesante, motivante y muy enriquecedor para mi experiencia. Cuántas veces tuve que viajar sólo o con los compañeros del departamento del estado a la ciudad de México para las gestiones propias de las escuelas normales. Allí tuvimos acercamiento y trato directo con las autoridades de la subsecretaría de educación superior de la SEP, con la gente siempre amable y sencilla de la Dirección General de Educación Superior para Profesionales de la Educación (DGESPE), 222
con compañeros directivos de las escuelas normales de otros estados del país y de la UPN. Aquí en el Chiapas, la convivencia y trabajo fructíferos con directivos y docentes de las 19 escuelas normales se tornan inolvidables y satisface mi ego haber tenido de ellos su reconocimiento y colaboración. Lo mismo con los entrañables compañeros de trabajo de ambos departamentos a quienes tengo en alta estima y admiración por su compromiso y trabajo de equipo. Mi corta estancia ahí, me produjo el conocimiento y acercamiento con tantas personas que estimo y, creo, también tienen ese sentimiento hacía conmigo. Así me lo han demostrado. En mi calidad de jefe de departamento llegué un día a la Mactú. No había tenido la oportunidad de estar ahí después de tantos años. Llegar a ella con esta responsabilidad bajo mi cargo resulta una experiencia indescriptible. Trabajé con ellos y sus alumnos sin contratiempos. Los conflictos que se suscitaron en ella, caracterizada precisamente por eso, no tuvieron más repercusión que las respuestas que se dieron en su momento. Pude entrar y salir de la escuela sin temores, con la seguridad que llegaba al seno materno de mi profesión, gustoso de apoyarla.
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De la “Jacinto Canek” ni hablar. El trabajo que hicimos en ella fue determinante para su futuro, así lo pienso. Los brotes de inconformidad que allí se dieron durante mi gestión los resolvimos allí, en la escuela, de cara a los conflictos. Fue un día del mes de junio del 2009, después de haber estado todo el día en esa hermosa escuela ubicada en el pintoresco Zinacantán cuando sucedió lo que nunca creí sucedería. Por la mañana de ese día había dejado a mi padre internado en la clínica hospital del ISSSTE en Tuxtla, por una dolencia. Muy temprano de ese día, Mimi, mi hermana llegó para relevarme en su cuidado y yo poder trasladarme a Zinacantán para una reunión que habíamos agendado para ese día. Cuando llegué ahí por la mañana, alguien del personal me ofreció si quería llevar algunas docenas de rosas que los habitantes de ese pueblo cultivan. Le contesté que no acostumbraba comprar flores pero, por alguna razón desconocida, le encargué unas docenas de rosas blancas. Por su situación geográfica, el lugar donde esta ubicada la escuela no recibe señales de telefonía. Así es que pasé la jornada en el trabajo, sin poder comunicarme con mis hermanas en Tuxtla pero, en cierta forma, tranquilo porque creía que el malestar de papá no era tan grave. Cuando salimos de la escuela como a las dos de la tarde, la persona que tenía el ramo de rosas me las entregó. Viajé con el director de la 224
escuela rumbo a San Cristóbal, y, justo antes de entrar a la ciudad pude recibir en mi teléfono un mensaje: ¿Papá había fallecido! Directamente, Dilmer, el director de la normal, me llevó al ISSTE, ahí estaban preparando ya la entrega del cuerpo de mi padre. Nunca pensé que las rosas blancas que compré esa mañana, serían para acompañarlo en su funeral. Después de ese trágico suceso y de dar sepultura a papá allá en la Sierra, acompañado de su ramo de rosas, continúe desempeñando mi función en la subsecretaría. Llegó diciembre con las vacaciones, Paco se retiró de la dirección y yo platiqué con el subsecretario, mi renuncia. Él me dijo que no era necesaria, que continuará en el departamento de normales, insistí porque ya me resultaba incomodo trabajar en Tuxtla y viajar cada semana o cada quince días a Tapachula para estar con mi familia. Siguió negándomela y hasta me ofreció que si el departamento de normales no me gustaba, me fuera con él al grupo de asesores. Le comenté que no eras esa mi intención, que en ese departamento el trabajo me agradaba porque yo había estado por muchos años como maestro en las normales. Así, continué, hasta que en el mes de febrero, convencido o fastidiado, aceptó mi renuncia, aunque aún permanecí allí otros días, en tanto encontraba con quien sustituirme. Fue así como, con 225
satisfacción y con el dolor de haber perdido a mi padre en esa estancia como cerró este entreacto de este episodio y regresé a Tapachula para continuar al frente de la supervisión de donde había salido comisionado a Tuxtla para disfrutar ese trabajo y a la gente que lo hace todos los días. Menciono a Mario, a Diana, a Tabo, al Inge, y tantos otros que me trataron con tanta diligencia…espero que piensen de mí no lo contrario. De vuelta a Tapachula. Al término de mi aventura laboral en la Subsecretaría de Educación Federalizada, en febrero del año 2010, regresé a Tapachula para hacerme cargo de la supervisión escolar. El periodo del 2010 al 2015, fecha en que escribo estos episodios de mi vida, estuvieron caracterizados por muchos conflictos entre el magisterio y las autoridades de la SEP. Estos conflictos tuvieron su origen en la implementación de una nueva reforma educativa que fue formulada en el año 2013 como resultado del regreso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) al gobierno del país. Lo primero que formuló este nuevo gobierno fue una serie de lo que llamó “reformas estructurales” en varios ámbitos de la vida del país, derivadas todas, de recomendaciones que organismos internacionales hicieron al gobierno federal. En ese concierto de nuevas 226
políticas, a la educación también le tocó. Así, a partir de una reforma a los Artículos Tercero y setenta y tres de la Constitución Política Mexicana, se derivaron modificaciones a la Ley General de Educación y se promulgaron dos nuevas leyes en esa materia: La ley para la creación del Instituto Nacional para la Evaluación Educativa y la Ley del Servicio Profesional Docente. De todas, las más polémica y la que suscitó mayor rechazo por parte de los maestros, particularmente donde la disidencia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) estaba más organizada en lo que se denominó la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) con fuerte presencia y actividad en los estados de Michoacán, Guerrero, Oaxaca y Chiapas. Desde esta organización magisterial se hizo un frente común en contra de la reforma educativa, señalando su tendencia neoliberal orientada a la privatización del sector educativo publico, o por lo menos a provocar su debilitamiento a través de una campaña de denostación y de responsabilizar a los maestros de una “baja calidad educativa” en el país. La acción que mas molestia causó entre el profesorado fue la ley del servicio profesional docente que cambió radicalmente la situación laboral de los maestros; principalmente los de nuevo ingreso al servicio, y de los demás, por la implementación de la evaluación del 227
desempeño profesional, una estrategia eminentemente neoliberal, que puso en riesgo la estabilidad y la continuidad laboral de los maestros de México. Al cierre de este Episodio, las maestras y los maestros del país, vivían una situación de pánico laboral, propiciada por esta política evaluativa que solo provocó, angustia, temor, inestabilidad, sospecha y coraje en los maestros que no tenían otra forma de enfrentarla más que sus movilizaciones y protestas que, incluso, llegaron a criminalizarse por parte del estado mexicano, llevando a la cárcel a mucho de ellos. Mientras tanto, aquellos que temiendo la aplicación de lo que en esa ley se establecía y que amedrentados por esa, decidieron participar en el proceso de evaluación, vivieron doblemente atormentados por el temor que causaba la amenaza de los maestros en resistencia, a ser vilipendiados y amenazados de sufrir represalias por la decisión que habían adoptado, quedando, entre el “fuego cruzado” de las dos fuerzas en conflicto. Triste y amargo episodio este. No sólo para el magisterio, sino también para la educación misma que fue violentamente sacudida, para mal, con esta reforma. Los años 2013 y 2016 fueron tiempos en que el movimiento anti-reforma se recrudeció en sendos 228
movimientos que se prolongaron por más de sesenta días el primero, y por caís cien en el segundo. Corresponderá a otros escribir sobre las consecuencias que este amargo periodo sexenal tuvo para México por la reforma educativa y por otros tantos conflictos que el país vivió durante estos seis años de obscurantismo reformador.
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Telón de fondo
La búsqueda de lo auténtico no puede llevarse a cabo sin recurrir constantemente al testimonio de lo existencial.
Paul Ricoeur.
Todas las acciones concretas de mi-estar-en-el-mundo que he narrado en los Episodios de mi vida, tienen como telón de fondo, mi otra vida, es decir, mi vida cotidiana, la que hice, hago y seguiré haciendo mientras me llega el momento de concluirla. La que constituye o constituyó la razón de ser de todo lo demás descrito. Esta vida la puedo describir-narrar de esta manera: Noveno hijo de una familia de numerosa prole. Once fueron los hijos que Don Esteban de Jesús y Doña Andrea procrearon entre los años cuarenta y sesenta del novecientos. Soy, por tanto, hijo del Siglo XX. Diez logramos sobrevivir hasta la vida adulta, procreando a la vez, a nuestros respectivos hijos. Sólo uno de ellos no tuvo la dicha (o la desdicha) de prolongar su existencia. 230
Falleció en la tierna edad de la infancia a los seis años. Guillermo se llamaba. Yemito le decíamos y le dijimos siempre. ¿Es un nombre una mera convención? ¿O refleja la realidad de lo que nombra? Voy a nombrar aquí a los que formamos esa familia. Sus nombres han de quedar escritos en estas páginas como referencia para futuras generaciones que de ahí devienen. Haré lo mismo con la familia que yo mismo procreé, en comunión con la que fue mi esposa. Lo hago así porque, después de todo, esta es la parte de la vida que más vale. Por la que uno vive y muere. Joel. El hermano mayor. El primogénito. Cazó con Ovidia Sánchez y tuvieron ocho hijos. Dos de ellas, las primeras, también se fueron de esta vida siendo niñas. Les sobreviven seis que los hicieron ya, abuelos y i bisabuelos. Nelly es la mayor, con dos hijos y una nieta que la acompañan. Ella también sufrió la angustia de una madre que ve morir a un hijo. Su primero. Le siguió en su turno de nacer a Micael. Él, con Rosita, su esposa, procrearon cuatro hijos, tres mujeres y un varón. Una de las hijas, tiene una niña. Excel es el tercero. Del matrimonio que también él hizo nacieron cuatro mujeres y un bebé que falleció muy pronto. ¡Oh, Muerte! ¿Acaso es imposible no convivir contigo? De Cuauhtémoc, el cuarto hijo del hermano mayor hay que 231
asentar que la fatalidad ha rodeado su vida. Sin embargo, y con todo y eso, tiene en su familia tres hijos. Nohamed es el siguiente de esta familia, gente joven, fiel representante de las nuevas generaciones, únicamente tiene con su esposa dos hijos. Cerraron Joel y Ovidia su familia con una niña. Ludmila. Parece que a esta chica le tocó ser la nana de todos o muchos de sus sobrinos. Le bastaron ellos para decidir no procrear los suyos propios. O, ¿Por qué Luly? ¿Acaso tiene una misión tu soltería? Linda Aurora decidieron mis padres que se llamara su segundo vástago. ¿Sería porque fue la primera niña? No voy a detenerme a relatar su vida que fue difícil y guerrera. Tal vez por eso fue ella la que decidió ser la primera en seguir a nuestros padres a la tumba (o al cielo) y ahora reposa allí, en el medio de ellos. Doña Lindita, como le llamábamos de cariño, tuvo, con Israel, cinco hijos. Gely Margot, la primera, que a su vez dio a luz a igual numero de hijos y que ahora le rodean ocho nietos. Isauro Fernán fue el segundo y único varón de esa familia. Dos son los hijos que él procreó con su señora. La tercera se llama Angélica María que a su vez le ha dado a ese gremio a tres miembros. Leyvi es la cuarta hija que tiene con su esposo cuatro hijos.
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Finalmente, de la prole de Linda nació Romelí. Cuatro son, también, los hijos que ella aportó al clan familiar. Hilda. La heroína que lucha. ¿Será por eso que te decimos “Ducha”? Casada con Perfecto González están rodeados de una numerosa familia que sus siete sobrevivientes hijos les han dado. Encabeza este grupo familiar Reyna Ogilve, con sus dos hijos. Alcides fue el siguiente de cuyo matrimonio hay una niña. Luego vino Owler Edín, él y su esposa Charito, procrearon a tres niños. “Chonita, la más bonita”, Sonia. Fue la siguiente hija del matrimonio González-Santizo. Ella tuvo, a su vez, a tres hijos. Le sucedió Cheyner, con dos hijos. Luego vendría Lorena, que al igual que su hermano, tuvo dos niños. Y, por último, Esteban Alonso que, durante el tiempo en que escribí esto, permanecía soltero y sin retoños. La cuarta hija de mis padres se llama Hortensia. Del matrimonio que sostuvo con Artemio Marroquín nacieron cuatro hijos: tres mujeres y un varón. Los cuatro han formado a su vez su propia familia. Bellarmina fue la primera hija que tiene a un único hijo. Leticia, por su parte, tiene dos. Odilio, el varón, les
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aportó tres nietos y, por último, Martha contribuyó al clan familiar con tres hijos. Reyna Elizabeth es la hija que tuvieron mis padres en quinto lugar. Ella casó con Hugo Mundo y de su matrimonio nacieron sólo dos hijas: Reyna Iris e Isela Noemí. Esta rama del árbol familiar está allí concluida porque, a la fecha, ninguna de las dos ha procreado a ningún hijo. Nació después, otra niña. Vilma le pusieron por nombre. De ella y su esposo (Panchito) le decimos así por el cariño que le tenemos, nacieron tres hijos: dos mujeres y un varón. La primera, Clara Luz, tiene dos hijas. Fredy, el segundo, tiene uno y, Keny, la última, tiene hasta el momento, una niña, porque recién inició su matrimonio. Tocó el turno de nacer, allá por los años cincuenta del veinte, al hermano Marte. Casado con Florinda, le nacieron cuatro hijos. Uno de ellos, niño. Encabeza esta familia Andrea quien tiene la dicha de haber creado a una niña. Siguió en nacer, Ricardo. A él le sonrió la vida con una niña y un hermoso par de gemelos varones. Iony fue su tercer producto que ha dado a luz a una hermosa hija. Cierra este grupo Edith, que recién ha procreado a un pequeño. 234
En el año de 1956 nació Guillermo. El destino quiso que él se fuera de este mundo a los seis añitos de vida. Él fue el único hijo de mis padres que no pudo sobrevivir en esta familia. Dos años después, el 23 de julio de 1958, tocó mi turno de llegar a este mundo en el seno de esa numerosa familia. Veinte años más tarde tuve la fortuna de iniciar también mi propia familia formada por tres hijos. Nació primero mi niña. Denisse Alejandra le pusimos por nombre. (1980). Grushenka le decía su abuelo paterno. Ella es, a la fecha, la que nos convirtió a Roxana y a mí en abuelos regalándonos a Alfonsito (2011 , el primer y único nieto, hasta ahora. Nació más tarde, Amós Giovanni (1985) y por último Dennis Alejandro, Dody (1989). Hombres de su propia época llena de incertidumbre, no han querido comprometerse a formar su propia familia. José Esteban siguió en nacer en la familia. De su matrimonio con Susy nacieron dos hijas: Quetzalli y Estephany. Jóvenes aún, las dos permaneces solteras, labrando su propio futuro.
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Cerró el grupo familiar de los Santizo-Velázquez una niña: Mayoli Julieta la llamaron. Fiel a su lugar, el último en la lista, también le tocó el turno de dar a la familia la última nieta en Yamileth, su única niña. Del Siglo XX somos. En la cultura de este siglo abrevamos todos, padres, hijos, nietos. Los que vienen, los de la cuarta generación, verán el mundo con lentes de otro color. Quedan aquí estas notas como un referente para que sepan de dónde vienen. Cuál es su origen. Su identidad, la habrán de ir construyendo de acuerdo a los que les toque enfrentar en esta vida. Esta es mi familia. Este el grupo al que pertenezco o pertenecí, según me lean. Mis padres ya no están entre nosotros. Ya no son el poderoso imán que nos reunía a todos. Primero fue mi madre cuyo deceso ocurrió en 1999. Mi padre le sobrevivió diez años, recordándola y extrañando sus conversaciones nocturnas. Alguna vez lo oí en su monólogo como si hablara con ella. Él dejó esta tierra y en ella a todos sus hijos en 2009. Un año más tarde se llevaron a Linda Aurora. ¿A quién tocará el turno?
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En mi recuento de la familia, de mi familia, omití el nombre de los bisnietos y tataranietos de mis padres que habría prolongado las listas. En una especie de Árbol Familiar anexo, se nombra a la mayoría.
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