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Coloquio sobre los Futuros del Libro
Alejandro Zenker
Editor, librero, traductor y fotógrafo
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Cuando iniciamos los coloquios sobre El futuro del libro, años atrás, queríamos que los ponentes se aventuraran en particular a imaginar —en la imposibilidad maldita— lo que vendría en décadas más adelante. El ejercicio, si bien siempre enriquecedor, no logró realmente llevarnos al futuro lejano, asesino implacable del presente. Los problemas del hoy representaron siempre un polo tal de atracción que la reflexión acababa buscando soluciones a los problemas del momento. Demoler el presente del que dependían los que reflexionaban pensando en el futuro, en la transformación del libro, que es el objetivo de nuestra mesa, era un acto cruelmente suicida que generaba desesperanza, a diferencia de lo que hoy nos ha transmitido Manuel Gil en su conferencia al inicio de este Coloquio, en la que analizó la reconversión digital en la que nos encontramos, sus múltiples problemas, y nos dejó un claro panorama esperanzador lleno de oportunidades para editores y libreros.
He de confesar que, quienes nos aventuramos a vislumbrar en el pasado tendencias futuristas, a adelantar las claves de lo que sería, erramos quizás un poco en vaticinar el momento en que ocurriría. Porque los cambios han sido mucho más lentos de lo que pensamos en su momento. No obstante, las tendencias imaginadas sí han ido cobrando vida con los años. Hoy creo que la reflexión en torno al futuro es un ejercicio urgente de supervivencia de nuestro gremio, pues los cambios son ciertamente vertiginosos. Decía al respecto Jeff Bezos, fundador de Amazon, que la genEl presente ya es futuro
Aunque los cambios han sido más lentos de lo que pensamos en su momento, las tendencias imaginadas sí han ido cobrando vida con los años.
Es difícil prever qué va a cambiar y cómo, por lo que es imposible diseñar una estrategia orientada a enfrentar lo desconocido.
Ofrecíamos pócimas que nadie requería para males aparentemente ausentes. te suele preguntarle qué va a cambiar en el futuro próximo. Pero nadie le pregunta lo más importante: qué es lo que NO va a cambiar, por ejemplo, en los próximos 10 años. Porque es difícil prever qué va a cambiar y cómo, por lo que es imposible diseñar una estrategia orientada a enfrentar lo desconocido. Pero si sabemos o intuimos qué se mantendrá inalterado, es más factible trazar un plan empresarial enfocado a eso.
En nuestro caso, siempre estuvimos trabajando con un pie en el futuro, aunque intuyendo lo que sería permanente. Así sucedió cuando, en los años ochenta, nos fuimos atreviendo en el diseño editorial haciendo uso de nuevas tecnologías emergentes, y también en 1994, cuando incorporamos la impresión digital en nuestra empresa e inauguramos la colección Minimalia de Ediciones del Ermitaño, basada enteramente en dicha tecnología. Así, dimos un giro total a nuestra labor editorial y comenzamos a producir nuestros libros en tiros cortos. Sin embargo, convencer a los demás editores de aprovechar la impresión digital fue tarea compleja. Por eso, a la vuelta del milenio, en 2001, organizamos en la FIL de Guadalajara el Pabellón Tecnológico, al que llevamos las herramientas en las que basábamos nuestra producción editorial, acompañados de Apple, Adobe y Heidelberg.
En esa ocasión, mostramos lo que cada empresa vislumbraba como el futuro del libro. Apple, su visión del libro electrónico que se visualizaría en dispositivos aún no inventados, mientras que Adobe ofrecía una muestra de un servidor de contenidos encriptado (Content Server) que preservaría los derechos de autor y evitaba la piratería. Paralelamente, entre Heidelberg, Solar y Ediciones del Ermitaño, llevamos toda la parafernalia que mostraba cómo producíamos libros en tiros cortos. El ejercicio, muy costoso y adelantado a su tiempo, no logró el impacto que esperábamos. Ofrecíamos pócimas que nadie requería para males aparentemente ausentes. Siglos antes nos habrían quemado en hogueras. El futuro, ya convertido en presente, que hoy discutimos en estas Jornadas y del que hablare-
mos en este Coloquio, aún no estaba allí. Tan solo pasaron 20 años y ya es una realidad, a tal grado que ya, en muchos casos, son los bits los que atraviesan las fronteras y no los átomos que conforman los libros.
Como precursores, vimos con angustia la poca disposición de la industria editorial a incorporar las propuestas tecnológicas a su quehacer, pues miraban hacia el futuro por el espejo retrovisor. Imaginamos, mas no pensábamos, que el panorama cambiaría de manera tan drástica poco menos de una década después. Consideremos, en este contexto, que una década es una variable de infinitas posibilidades en esas elucubraciones cuánticas hacia futuros quizá improbables gobernados por políticos empeñados en construir el porvenir sobre las sombras de la ineptitud y el olvido.
Pese a todo, hoy la distribución bajo demanda es una realidad. Producimos libros en tirajes tan cortos como de uno en uno. Para quienes no la conocen, les explico en qué consiste: tenemos la capacidad de imprimir un solo ejemplar de un libro preservando sus características originales, es decir, interiores en negro con calidad offset o superior y portadas a color a un costo razonablemente bajo. Esto hace posible que los editores suban su catálogo a una plataforma, en este caso Librántida, y que figure en los portales de comercio electrónico de las librerías. Así, cuando un lector ingresa a uno de ellos y elige comprar un libro, detona una orden de producción que activa su producción y entrega en un par de días. Eso es lo que se denomina distribución bajo demanda. Ni al editor ni al librero les cuesta un centavo tener los libros disponibles según este esquema. Es el lector quien, al adquirir el libro, genera una compra en firme que cubre los costos, desde las regalías para el autor, la utilidad para el editor y el librero, y los costos de producción y gestión. No hay almacenaje ni administración de una producción irracional que implica una devolución muy elevada de ejemplares cuando los libros se producen en tirajes largos y no se venden. Es un esquema que cuida la economía y la ecología. En el caso de Librántida, un aspecto
Una década es una variable de infinitas po sibilidades en esas elucubraciones cuánticas hacia futuros quizá improbables.
Con la distribución bajo demanda ni al editor ni al librero les cuesta un centavo tener los libros disponibles.
Hoy todavía es caro producir libros de uno en uno a color, pero la brecha se va acortando.
De los 543 millones de hablantes de español no todos son lectores, lo que representa un enorme problema, pero también una oportunidad. adicional es que se trata de un proyecto 100% mexicano con espíritu latinoamericano. No pretende ser un simple lugar de distribución y venta, sino un auténtico espacio para el encuentro, la colaboración, investigación, profesionalización y visibilización de proyectos. Por eso trabajamos con el Instituto del Libro y la Lectura y otras entidades del ecosistema libresco. ¿Qué libros pueden incorporarse a este esquema? La mayor parte. Hoy todavía es caro producir libros de uno en uno a color, o generarlos con características especiales, como tintas directas. Pero la brecha se va acortando. La mayor parte de los libros cuyos interiores van impresos en negro con portadas a color entran en este esquema, lo que permite ver un enorme ecosistema de libros dignos de entrar en este escenario. La mayor parte de los libros universitarios, objeto de estas Jornadas, sin lugar a dudas.
Pensemos por un momento en el ecosistema de hablantes del español en que nos encontramos. Si bien algunas estadísticas difieren, es el cuarto idioma más hablado en el planeta, solo detrás del inglés, del chino y del hindi, aunque registra un aumento sostenido considerable. Ese es el universo al que nuestras ediciones se dirigen. No obstante, sabemos que de los 543 millones de hablantes de español no todos son lectores, lo que representa un enorme problema, pero también una oportunidad. Muchos de los gobiernos progresistas tienen entre sus preocupaciones generar habilidades lectoras en la población. El progreso de la ciencia, de la tecnología y de la cultura en general depende, también, de las competencias lectoras de la población. Desde ese punto de vista, independientemente del avance de otras ofertas de consumo de conocimiento, como las cada vez más poderosas plataformas de video, el libro sigue siendo una herramienta significativa de transmisión de placer y conocimiento.
Hasta hace relativamente poco, muchos considerábamos que la única manera de acercarle a la población la bibliodiversidad imprescindible para allegarse conocimientos con libertad era el libro electrónico. ¿Por qué? Debido
a que no requiere espacio físico en los estantes ni tirajes mínimos para llegar a todos los puntos de venta. El gran cambio vino con la distribución bajo demanda. Hoy, los libros impresos pueden estar de igual manera al alcance de los lectores. No ocupan espacio en los estantes de las librerías, pues se ofrecen virtualmente y se producen una vez que el lector hizo la compra. Por lo tanto, el único lugar que requieren es precisamente aquel donde deben estar en primer lugar, es decir, en los estantes de los lectores. ¿Qué pasa con los libros universitarios o con aquellos que atienden solo nichos de lectores? Al ofrecerse en soluciones de comercio electrónico, tienen un inmenso mercado que abarcar. De allí que afirme que, hoy en día, el problema fundamental de la industria editorial en general y del libro universitario en particular ya no radica en llegar al canal de ventas, sino en hacerlo visible. Ese es el gran reto que enfrentamos. Si cada día cientos de nuevos títulos se publican, ¿cómo hacer que el nuestro destaque para el lector potencial?
Aquí cabe una reflexión en torno a una preocupación manifestada en días anteriores. ¿Es el libro universitario del interés del público lector en general? Como el tiempo es breve para disertar sobre cada uno de los aspectos vinculados con las problemáticas que enfrentamos, aventuramos que un libro que antes solo podía llegar a unos 20, 50 o 100 lectores por su especialización y limitación geográfica, hoy, vía redes sociales y sus mecanismos de mercadeo, puede buscar sus lectores entre ese ecosistema de más de 500 millones de hispanohablantes en el mundo.
En síntesis, que nuestros libros figuren en el mercado global en el que nos movemos es lo de menos. Lo más complejo, el verdadero reto, consiste en hacer visibles nuestros catálogos. Para lograrlo, necesitamos trabajar mucho en investigación, y las universidades son las que aportarán el conocimiento necesario. También en la capacitación y en la profesionalización del medio editorial. Enfrentar los retos actuales y futuros en construcción requiere de conocimientos cada vez más profundos y más específicos.
Al ofrecerse en soluciones de comercio electrónico, los libros universitarios tienen un inmenso mercado que abarcar.
Lo más com plejo, el verdadero reto, consiste en hacer visibles nuestros catálogos.
La distribución bajo demanda es un presente que tiene un gran futuro.
Es allí donde el Instituto del Libro y la Lectura ha decidido enfocar sus intenciones. Porque si hoy estamos viviendo ese futuro que vislumbramos hace 20 años en la FIL de Guadalajara, probablemente en diez años o menos estaremos inmersos en el futuro en el que hoy está trabajando el otrora Facebook, hoy Meta, en materia de inteligencia artificial, realidad aumentada y realidad virtual. Miles de personas, y miles de millones de dólares están dedicados a generar ese futuro anunciado. Como dijera Paul Valéry en la conferencia Nuestro destino y la literatura, 1937, “el futuro ya no es lo que era”. La distribución bajo demanda es un presente que tiene un gran futuro. No obstante, pensando en un futuro de largo alcance, quizás ese renacimiento del libro impreso represente, al mismo tiempo, su epitafio. No será, sin duda, una muerte repentina. El libro tiene larga vida. Pero sobre el significado de “larga vida” podríamos disertar largo y tendido en esta época de la perduración del romanticismo futurológico que enfrenta, cada vez más, tiempos cortos.