La presidencia de Trump: del reality show al desmantelamiento de la democracia

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al desmantelamiento de la democracia

Naief Yehya

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La presidencia del reality de Trump: show

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La ilusión del cambio

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ueva York, N.Y.-Resulta inverosímil, pero Donald J. Trump no se equivocaba cuando decía que los medios le estaban jugando sucio. Parecía una más de las afirmaciones ridículas y paranoicas de un megalómano que recibía toda la atención de la prensa y que no perdía oportunidad para ocupar las pantallas de los canales de televisión. La realidad es que, a pesar de la agobiante cobertura que recibía, los informativos apostaban por el candidato Trump para los ratings, pero estaban en contra del presidente Trump por sentido común e intereses propios. De la misma manera, Trump no se equivocaba cuando decía que los negros, las mujeres, los latinos, los evangelis-

tas, los mormones y la gente con poca educación lo amaban. Después de sus incesantes y abundantes ataques y ofensas contra esos grupos, aquellas afirmaciones parecían los delirios de un ególatra patológico. La prueba de que tenía razón vino en forma de votos que pusieron en evidencia que su carisma y sus promesas despertaron la confianza y las ilusiones de más de 61.9 millones de estadunidenses. Trump era el candidato del cambio y su promesa de ruptura sonaba extraordinariamente atractiva para quienes no sintieron progreso alguno o incluso vieron su nivel de vida deteriorarse en los ocho años de la presidencia de Barack Obama. A pesar de las atrocidades que Trump dijo acerca de los mexicanos, no podemos perder de vista que alrededor de uno de cada tres latinos votaron por él. Por su parte, Hillary


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El (los) problema(s) con Hillary Hillary Clinton acumula desconfianza, resentimiento, miedo y franco odio desde que fue primera dama de uno de los presidentes más populares de los tiempos modernos. Hillary quiso cambiar el papel de la esposa del presidente al asegurar que, al elegir a Bill, los estadunidenses recibían a “dos Clintons por el precio de uno”. Es una abogada y política, talentosa y diestra, quizás nunca en la historia una primera dama había sido tan poderosa. Sus esfuerzos por crear un sistema de seguro médico universal se estrellaron contra un congreso comprometido con las farmacéuticas y la industria médica que nunca hubiera permitido semejante plan. Pero mientras quería influenciar la política nacional dio tropezones al verse involucrada en escándalos como la evasión fiscal en la venta de bienes raíces de Whitewater y varios casos de conflicto de interés que nunca quedaron esclarecidos. Tras el suicidio en 1993 de su amigo, socio y asesor de la Casa Blanca, Vince Foster, se le acusó de haber ordenado retirar ciertos documentos relacionados con bienes raíces de su oficina e incluso se sospechó que mandó a que lo asesinaran. A esto debemos añadir que, como senadora del estado de Nueva York, apoyó la guerra en Afganistán e Irak, y prácticamente cualquier otro conflicto o intervención que se le propuso. En su cargo de secretaria de Estado también se le acusó de beneficiarse de sus conexiones y de usar a la Fundación Clinton para recibir impresionantes donativos de gobiernos extranjeros que deseaban favores o tratamiento preferencial de parte del gobierno de Obama. Asimismo, sus vínculos con algunos bancos e instituciones de Wall Street resultaban com-

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Clinton representaba al status quo y ganó 63.6 millones de votos, con lo que a pesar de perder ganó el voto popular.

prometedores, incluidas aquellas famosas conferencias que dio a los responsables de la catástrofe económica de 2007, por las cuales cobró cerca de 600 mil dólares por cada una. En lo que respecta a su labor en la Secretaría de Estado se negó a condenar el golpe de Estado en Honduras, en contra del presidente Manuel Zelaya, en 2009, y ordenó la destrucción del régimen de Muamar Khadafi, en Libia, con las desastrosas consecuencias sociales, económicas y políticas que implicó la desestabilización de la región y la creación de nuevos centros de reclutamiento, entrenamiento y operación del Estado Islámico. La lista puede seguir, pero sólo añadiremos la muy repetida historia del servidor de correo ilegal que instaló en su casa y los miles de correos electrónicos que mandó borrar. Hillary era, sin lugar a duda, el candidato más comprometido por escándalos políticos y éticos en la historia de Estados Unidos. No obstante, el Partido Demócrata decidió postularla y fue su cómplice al conspirar y sabotear la campaña de Bernie Sanders.

En su cargo de secretaria de Estado también se le acusó de beneficiarse de sus conexiones y de usar a la Fundación Clinton para recibir impresionantes donativos de gobiernos extranjeros que deseaban favores o tratamiento preferencial de parte del gobierno de Obama. 9 Dos campañas antagónicas Hillary, quien es una mujer brillante y astuta, se convirtió en una máquina política de una precisión aplastante, equipada con los mejores estrategas, asesores y asistentes. Su campaña no parecía descuidar un sólo detalle, cuidaba su imagen,


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reclutaba celebridades y cobraba viejos favores políticos. Hillary mostraba constantemente su lado humano, femenino y progresivo, y al mismo tiempo presumía de su capacidad para confrontar conflictos, su gusto por las soluciones armadas y su participación en el asesinato de Osama bin Laden. Pero la percepción de una candidata robotizada, que fingía empatía y sinceridad, nunca logró convencer a la otra mitad del país. En tanto, Trump actuó de manera completamente antagónica a la lógica tradicional de cómo se deben llevar a cabo las campañas políticas, violó todas las reglas de lo recomendable, mintió, insultó y, paradójicamente, se hizo ver como el candidato honesto y espontáneo. Daniel Dale, del Toronto Star, se dedicó a corroborar las afirmaciones de Trump. Entre el 15 de septiembre y 8 de noviembre registró un récord de 560 declaraciones falsas, un promedio de 20 diarias. Trump operó con un mínimo de personal y, al mismo tiempo, sedujo y enajenó a los medios. El ahora presidente electo no perdió oportunidad para atacar a los periodistas individualmente y en grupo, para exhibir el supuesto favoritismo que mostraban en sus reportajes y artículos. En algunas ocasiones, Trump y su equipo atacaban con más furia a la prensa que a su rival. Fueron 360 las publicaciones de todo tipo y nivel que apoyaron a Hillary, tan sólo 11 a Trump.

Esto pone en evidencia, por si hacía falta confirmarlo, que las masas perdieron la fe en la prensa. Debemos preguntarnos ahora qué será de los medios informativos que Trump denuncia, ridiculiza y amenaza. Todas las redes son oscuras La campaña de Trump parecía ser un caos que en cualquier momento se desmoronaría y, sin embargo, el apoyo popular nunca lo abandonó. Sus seguidores incluyen obreros despedidos, mineros al borde de la quiebra, amas de casa conservadoras, estudiantes caucásicos, el Ku Kux Klan, grupos de extrema derecha, nacionalistas blancos, nativistas y demás organizaciones que se agrupan bajo el término Alt-Right. En gran medida esto se debió a la manera en que Trump y su equipo cultivaron las comunicaciones digitales. Durante toda su campaña, Trump usó las redes sociales para dirigirse directamente con sus millones de seguidores y, de esa manera, pudo crear una especie de intimidad, algo así como una comunidad, y ahí despegó la idea de una revolución que encontró eco en los movimientos de derecha en internet. Su cuenta de Twitter se volvió el centro de su “cruzada”, sus mensajes en 120 caracteres o menos fueron el canto de las sirenas, un encantamiento cargado de elementos grotescos y obscenos que se hicieron adictivos para sus fanáticos y sus enemigos. Como señaló Ben Smith, de BuzzFeed, esa cuenta se volvió el guión de los canales noticiosos de la televisión por cable. Trump, tiene más seguidores en Twitter (15.8 millones) que The Wall Street Journal (12.5) y el Washington Post (7.95), por lo que podía imponer la agenda del día a los medios. Al uso desparpajado que dio a su cuenta se añade la enorme cantidad de sitios conspiratorios y seudo informativos que se dedicaron a apoyarlo y a propagar toda clase de hipótesis delirantes y de desinformación, con lo que en gran medida se apropió de internet. Brad Parscale, el director digital de la


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en ideología, como Breitbart, el sitio de donde surgió Steve Bannon, el “nacionalista blanco” que aparentemente planeó el impacto mediático de la campaña y es ahora estratega y asesor en jefe del presidente electo. Inicia una era extraña, pavorosamente retrógrada y sorprendentemente moderna, en la que tiene lugar una especie de revolución

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El reality y la triste realidad Trump no inventó la desinformación ni la propaganda corrosiva que circula sin control en la web ; sin embargo, logró ponerla en un lugar privilegiado dentro del debate político estadunidense, algo que será muy difícil, si no imposible, revertir. Ahora más que nunca domina la ilusión, entre millones de cibernautas, de que los sitios de periodismo serio, como The New York Times, Reuters o Los Ángeles Times, son equivalentes a páginas que trafican

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campaña de Trump, declaró: “Ganamos esta elección gracias a Facebook y Twitter”, ya que una gran parte de los 250 millones de dólares que usaron para elegir a su candidato provinieron de donativos vía Facebook. Al enfocarse en las redes sociales para difundir su mensaje y obtener apoyo monetario, en cierta forma pasaron inadvertidos para quienes juzgan el impacto de una campaña por los medios convencionales. Los estrategas de Trump entendieron que la televisión dejó de ser el medio más poderoso (además de que le regalaron 5 mil 200 millones de dólares en publicidad en forma de cobertura obsesiva). Mientras Hillary gastaba 200 millones de dólares en propaganda, Trump no invirtió ni la mitad de eso y, en cambio, enfocó sus esfuerzos a la red con la estrategia de no concentrarse en mensajes preplaneados sino en interactuar con sus bases y lanzar nuevas conversaciones, las cuales a menudo eran controvertidas y polarizantes. De tal manera, es probable que las noticias falsas no fueran tan determinantes como el uso masivo e ingenioso de las herramientas que ofrecen las redes sociales, como pueden ser los Twitter bots, los cuales explotó con fervor. Supuestamente, alrededor de 4.7 millones de seguidores de Trump eran bots, de acuerdo con el sitio Twitteraudit.com.

Trump no inventó la desinformación ni la propaganda corrosiva que circula sin control en la web; sin embargo, logró ponerla en un lugar privilegiado dentro del debate político estadunidense. proletaria de la mano de grandes fortunas y fascistas rancios. Los paralelos con la Alemania del período entre guerras pueden ser terroríficos, pero sin duda estamos frente a algo sin precedente histórico. A medida en que Trump conforma su gabinete con racistas, xenófobos y fanáticos del intervencionismo, la ilusión de que hemos vivido un apasionante y a la vez repugnante reality show deja su lugar a la realidad de la política de la venganza, el odio y el desmantelamiento de lo que quedaba de la democracia del país más poderoso e influyente del mundo. A veces las ilusiones de cambio pueden resultar catastróficas.

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