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Naief Yehya / Corresponsal en Estados Unidos
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ueva York.- A principios de 2016 escribí un artículo explicando porque la campaña de Donald Trump conducía únicamente a un callejón sin salida. Ahí decía candorosamente, y quizás con un dejo de arrogancia, que tener miedo de que el esperpéntico personaje del reality TV y controvertido magnate de bienes raíces llegara a la presidencia era, en el mejor de los casos, pecar de ingenuidad. Como queda claro ahora, especialmente después de las elecciones primarias de Indiana, estaba muy equivocado. Trump logró arrasar unas elecciones primarias republicanas multitudinarias en las que arrancaron 16 candidatos, entre políticos de pedigrí como el gobernador de Florida, Jeb Bush, quien se esperaba dominaría sin problemas la competencia; líderes que parecían llegar con suficiente apoyo e impulso para competir hasta el final, como el gobernador de New Jersey, Chris Christie, el de Wisconsin, Scott Walker (quien era el
favorito de los poderosos hermanos Koch y su grupo), y el de Ohio, John Kacich; jóvenes prometedores con fuerte apoyo neoconservador, como el senador Marco Rubio (un político sin más atributo que seguir la línea trazada por el legado de los Bush y repetir eslóganes con un fanatismo robotizado que casi se volvió conmovedor), freaks delirantes como el cirujano Ben Carson y la ex directora general de HP, Carly Fiorina, así como el siniestrísimo senador de Texas, Ted Cruz, un político detestado hasta por sus colegas de partido con una furia que raya en la hilaridad. La contundente victoria en Indiana dejó a Trump solo en la carrera y al partido republicano desarticulado. La mayoría de los políticos que juraron que nunca apoyarían a Trump, algunos de los cuales incluso estuvieron involucrados en el movimiento #stoptrump, tuvieron que reconocer que no tenían otra alternativa más que disciplinarse y esperar que sus palabras pasaran al olvido.
Trump llega en un momento de transición y quiebre en la derecha estadunidenses. Esto se debe en gran parte a la creación de un movimiento reaccionario con enormes inyecciones de capital que cambió la perspectiva y expectativas de los votantes de derecha. Desde los primeros días de la presidencia de Barack Obama, los multimillonarios hermanos Koch y sus aliados decidieron invertir lo que fuera necesario para crear un movimiento “popular” que militara por sus intereses: eliminación de reglamentos de protección del medio ambiente y de los trabajadores, bajar los impuestos a las grandes fortunas y corporaciones, combatir a los sindicatos y a la Secretaría de Educación, entre otros. Para esto crearon docenas de asociaciones y grupos, pagaron a cientos de cabilderos, manipularon instituciones y financiaron a figuras públicas para que predicaran las virtudes de “la libertad, el mercado y el credo político conservador”.
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Así, Trump rompió con las formas y desde el primer discurso de campaña comenzó a lanzar ideas provocadoras y radicales, aún para el ala derechista del partido, como su afirmación de que los mexicanos eran drogadictos, narcos y violadores. Esto era una aparente metida de pata para un partido que necesita desesperadamente conquistar el voto “latino”. Sin embargo, luego propuso la deportación de 11 millones de mexicanos ilegales y la construcción de un muro a lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos, una obra de ingeniería tan ridícula como compleja y costosa que es la ilusión favorita de cierta derecha dura, racista, segregacionista y nostálgica de una era idílica e inexistente de pureza aislacionista, conquistada con la promesa de hacer a “América” grande otra vez. Poco después, Trump declaró que prohibiría el acceso al país a todos los musulmanes (hay alrededor de 2.75 millones de islamistas estadunidenses). Sus seguidores inmediatamente quedaron fascinados por la crudeza
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La contundente victoria en Indiana dejó a Trump solo en la carrera y al partido republicano desarticulado. La mayoría de los políticos que juraron que nunca apoyarían a Trump, algunos de los cuales incluso estuvieron involucrados en el movimiento #stoptrump, tuvieron que reconocer que no tenían otra alternativa más que disciplinarse.
de estas ideas, convencidos que “Donald dice las cosas como son”. Esta supuesta honestidad del multimillonario consiste en que encontró un lenguaje para comunicarse con las clases populares, el secreto, como dicen muchos, es la simplicidad: convocar con ideas que podría decir un niño de seis años. Y a esto hay que sumar la ilusión de que un emprendedor sabe como crear empleos y convertir a todos en empresarios de éxito. La principal habilidad de Trump fue explotar su histrionismo estridente y su grosera irreverencia para provocar y mantener a los medios fascinados y en permanente estado de atención, adictos a cada una de sus palabras. De esta manera puso en evidencia la rigidez estéril y la fragilidad del discurso político. El 23 de enero, Trump dijo: “Tengo los votantes más fieles, al punto en que podría pararme a mitad de la Quinta avenida y dispararle a alguien y no perdería ni un voto”. Y aparentemente tenía toda la razón, ya que ninguna de las barbaridades, mentiras flagrantes, distorsiones, exageraciones, la negativa de presentar sus declaraciones de impuestos ni los insultos a veteranos, discapacitados, minorías y mujeres le causan el menor problema. Por el contrario, tanto sus seguidores como los medios se deleitan y celebran, a su manera, cada una de sus procacidades. La plataforma política de Donald Trump es un laberinto de ideas a medio cuajar, de lugares comunes, viejas estrategias desacreditadas y enormes vacios. En gran parte parecería como si se tratara de un show televisivo
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económica conservadora, y también comprendió que el impacto de la celebridad podía abrir el cascarón de la política mucho mejor que las ideas, la capacidad de oratoria o la necesidad de complacer a todos.
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Después de muchos fracasos lograron aprovechar el malestar público y financiaron al Tea Party, un movimiento nativista, paranoico, conspiracionista y, en buena parte, evangelista que aglutinaba a un surtido de inconformes de la derecha que se veían como víctimas del caos financiero, el desempleo, la inmigración, los derechos de las minorías (en especial de la comunidad gay), la burocracia y la corrección política. En gran medida, el movimiento estaba articulado en la idea de que los blancos anglosajones habían “perdido” su país en el momento en que un hombre negro llegó a la Presidencia. De ahí que su lema fuera: Take our country back (Recuperemos nuestro país). El Partido Republicano se sostiene en cuatro pilares: conservadurismo social, política económica libertaria, defensa a ultranza del derecho a tener armas y militarismo basado en el “excepcionalismo americano”. Usualmente los candidatos de este partido no se desvían de estos dogmas; sin embargo, en los últimos ocho años los republicanos en puestos de elección y poder aprendieron a temerle más a la derecha que a los demócratas. Los Koch crearon una atmósfera de pánico, por lo que cualquier desviación hacia la izquierda puede ser considerada una traición y costarles el puesto. El ejemplo más flagrante es el calentamiento global, tan sólo aceptar la posibilidad de que los científicos tengan razón al respecto puede ser el fin de una carrera política, ya que los Koch, quienes iniciaron su fortuna en la industria de los combustibles fósiles, están dispuestos a invertir lo que sea necesario con tal de que nadie afecte su principal negocio. Donald Trump entendió que el discurso político debía cambiar, que las bases republicanas que se sentían despojadas de sus derechos y privilegios no querían seguir escuchando la misma retórica moral, social y
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en el que detrás de la estrella todo es cartón piedra, escenografía y pertrechos de utilería. Como si el éxito hubiera sorprendido a una candidatura sólo hecha para protestar y ganar más celebridad. Su campaña parece una más de sus aventuras o desventuras comerciales como su universidad, su negocio de filetes o su agencia de viajes; otra ocurrencia vacía que lanzó para capturar la atención del público, esquilmar a unos cuantos ingenuos y luego pasar a otra cosa. Trump gasta muy poco dinero en su campaña (menos que cualquier otro candidato importante) y se beneficia de cientos de horas aire gratuitas en la televisión y los medios. Hasta hace poco su equipo consistía en apenas unas cien personas, mientras que el de Hillary incluye poco más de mil. Aún para un hombre con un ego tan descomunal como Trump debe ser una sorpresa tener semejante resonancia con el público y ganar de manera abultada primaria tras primaria en la mayoría de los estados. En 2004, alrededor de 20.7 millones de personas vieron su programa The Apprentice, en su primera temporada en NBC, un reality show en el que Trump obligaba a varios contendientes (entre ellos algunas celebridades menores) a demostrar su valía, inteligencia y lealtad en pruebas que descalificaban uno a uno a los pretendientes a un presunto empleo. El momento dorado del show, el showpunchline, el money shot, tenía lugar cuando el propio Donald ladraba a uno de los competidores: “You’re fired!”, ¡Estás despedido! de un empleo en el que aún no era “contratado”. Las primarias son el equivalente a este show en el que Trump elimina a
sus competidores, para volverse una especie de aprendiz de presidente. Podemos imaginar que muchos de los millones de televidentes que soñaron con trabajar para “el Donald” creen que tenerlo en la Casa Blanca sería como llevar a todo el país a su mundo de éxito, sillones Luis XV dorados, columnas de mármol, torres de cristal y espejo con candelabros resplandecientes, paseos en helicóptero y jet privado.
Trump es un engendro mediático, una especie de Golem de la cultura de la celebridad que fue despertado del limo original de los tabloides, un ser descerebrado, pero intensamente motivado, que inevitablemente arrastrará al país y posiblemente al mundo a una nueva serie de catástrofes. Trump se convirtió de pronto en el candidato inevitable, en una aplanadora política sin precedente que avanza y atropella todo en su camino, con demasiados seguidores y fanáticos como para poderlo ignorar o descalificar con algún tecnicismo. Pero su contundencia puede ser catastrófica para la cúpula del Partido Republicano, quien ahora trata desesperadamente de manejar la situación, de encontrar puntos de acuerdo y establecer reglas del juego que Trump pueda, quiera y sepa respetar. Trump puede ser el epitafio de la corriente neoconservadora que llevó a Estados Unidos a una guerra permanente y a los catastróficos desfalcos de Wall Street de 2007. Eso sería saludable, el problema es que un neófito como él puede dar lugar a desastres políticos de proporciones gigantes. Trump está muy lejos de ser un fascista consumado, para eso hace falta una ideología. Trump no tiene una y está demasiado preocupado por las imágenes y la fama como para dedicarle tiempo a eso.
Trump es una madeja de contradicciones y, a la vez, es un narcisista patológico incapaz de controlar su pasmosa verborrea autoengrandecedora. Así, dice una cosa y lo opuesto en un palpitar, pero nunca pierde de vista que su único tema es él mismo. Trump insiste una y otra vez que lo suyo es hacer negocios (deals), su mentalidad es la de un comerciante convencido de que la felicidad consiste en negociar su camino al éxito. Sin embargo, en los problemas realmente importantes del mundo, como crisis económicas, sociales, desempleo, guerras y hecatombes ambientales no se puede negociar. Trump es imparable y a la vez es un político altamente defectuoso, por eso es una especie de candidato zombi, un monstruo incoherente, ignorante y engreído que bien puede ganar la Presidencia, como indican las encuestas recientes, donde cada día está mejor posicionado ante Hillary. Lo que es claro es que, pase lo que pase, engendra un movimiento tóxico e intolerante que transformará el panorama social y político del país. Las elecciones estadunidenses son como un reality show, por eso aquí Trump puede resplandecer, la Presidencia es otra cosa. Trump es un engendro mediático, una especie de Golem de la cultura de la celebridad que fue despertado del limo original de los tabloides, un ser descerebrado, pero intensamente motivado, que inevitablemente arrastrará al país y posiblemente al mundo a una nueva serie de catástrofes. @nyehya