Prensa José Reveles
Fallaci y Rojas Zea,
heridos y silenciados siquiera se le publicó una línea del trabajo que, aún herido, siguió haciendo durante horas. Juntos fuimos esa noche a ver los únicos 14 cadáveres que fueron concentrados en la morgue de la delegación policial más cercana.
Censura periodística El Día, junto con Excélsior, eran casi los únicos periódicos en los que la dirigencia del movimiento estudiantil confiaba. En esos dos rotativos se publicaban los desplegados, cartas abiertas, manifiestos. El hecho de haber censurado las informaciones de su propio reportero –herido mientras cumplía con su labor periodística– y haber aparecido el 3 de octubre con la versión oficial de la masacre (tropas del Ejército que se vieron obligadas a “repeler” una agresión, era la “verdad” gubernamental), describe por sí mismo los límites que alcanzó el autoritarismo del gobierno, colocado en la inminencia de una dictadura civil que pudo haberse trocado en militar y que no soportó la protesta social ni la reproducción de la realidad en los medios. Así lo narraba Elena Poniatowska en un texto publicado 33 años después: “Dos mil personas fueron arrestadas. Los familiares quedaron sin noticias y anduvieron peregrinando de los hospitales a los anfiteatros buscando a sus hijos. De 29, el número oficial de los muertos dado por la prensa de México, se pasó a 43.
Los periódicos recibieron una orden tajante: ‘No más información’. En el diario Novedades, uno tras otro fueron rechazados los artículos que escribí, inclusive una entrevista con Oriana Fallaci… La encontré indignada en su cama del Hospital Francés. Hablaba por teléfono con algún jefe del Parlamento Italiano para pedir a gritos que la delegación italiana a las Olimpiadas cancelara su viaje. Por fin accedió a decirme: ‘¡Qué salvajada! Yo he estado en Vietnam y puedo asegurar que en Vietnam durante los tiroteos 3 de octubre de 1968, Excélsior
R
odolfo Rojas Zea era un joven reportero que había cubierto para el periódico El Día el movimiento estudiantil en Francia, en mayo de 1968. Cuatro meses después hacía el mismo trabajo reporteril, pero ahora sobre las marchas callejeras en México. Por ello fue natural que amigos comunes le sugirieran a la periodista italiana Oriana Fallaci establecer contacto con Rodolfo para asomarse a esa realidad de protestas contra la represión y exigencias de democratización del país que estaba a punto de ser anfitrión de los XIX Juegos Olímpicos. Se citaron el 2 de octubre en el edificio Chihuahua de Tlatelolco donde estarían los principales dirigentes del movimiento estudiantil presidiendo un mitin. Juntos subieron al tercer piso y ahí permanecieron casi una hora tirados pecho tierra mientras transcurría una nutrida balacera que se había iniciado tras la señal de una luz de bengala lanzada desde un helicóptero. No tenían alternativa. Agentes vestidos de civil con un guante en la mano izquierda les apuntaban con sus armas para que ni siquiera intentaran levantar la cabeza. El Ejército disparaba contra los edificios que rodean la plaza de Tlatelolco y capturaba a cientos, a miles de estudiantes. Oriana Fallaci recibió un balazo cerca de la cintura. Rodolfo esquirlas en un glúteo y la pierna. El caso de la periodista italiana herida en Tlatelolco le dio la vuelta al mundo. El de Rodolfo se perdió en el silencio de su propio periódico. Ni
y los bombardeos (también en Vietnam señalan los sitios que se van a bombardear con luces de bengala) hay refugios, trincheras, agujeros, que sé yo, a donde correr a guarecerse. Aquí no hubo la más remota posibilidad de escape. Al contrario. Tiraron sobre una multitud inerme en una plaza que es en sí una trampa’.” La revelación de la censura por parte de la escritora de La noche de Tlatelolco se convierte en la descripción más descarnada del silenciamiento que se imponía a los medios de la época. Por supuesto, Comunicación • Política • Sociedad
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Esta vez Rodolfo fue atacado verbalmente por el ex presidente convertido de la noche a la mañana en diplomático, pero con idéntico talante autoritario, pues no permitió que nadie más coordinara el encuentro con los periodistas, a quienes daba o negaba la palabra a su arbitrio: “De lo que estoy más orgulloso de esos seis años es del año 1968, porque me permitió servir y salvar al país, les guste o no les guste, con algo más que horas de trabajo burocrático, poniéndolo todo: vida, integridad física, peligros, la vida de mi familia, mi honor y el paso de mi nombre en la historia. Todo se puso en la balanza. Afortunadamente salimos adelante. Y si no ha sido por eso, usted no tendría la oportunidad, muchachito, de estar aquí preguntando.” –¿De qué salvó usted al país?, alcancé a preguntar con un grito. “De la anarquía, de la subversión, del caos, de que se terminaran las libertades de que disfrutamos. Lo que pasa es que no se acuerda porque estaba usted muy
“Arrogante embajador” Lo cierto es que Rodolfo, una vez liElementos del Batallón Olimpia, 2 de octubre. berado del cautiverio momentáneo del tercer piso del Chihuahua, cojunto con la postura oficial inapelable, jeaba, se aguantaba el dolor pero andaba estaba la autocensura de prensa, radio y reporteando cuando lo pescó un pelotón televisión inflamados de patrioterismo y de soldados y ya lo conducía, en medio de sus propias convicciones autoritarias de la lluvia, a donde estaban otros cientos y anticomunistas. ¿Qué podía esperar de detenidos. Gracias a la intervención yo, joven reportero que también escri- de sus colegas periodistas –particularbía para Novedades en esos días? El 2 de mente el entrañable Jaime Reyes Estrada octubre cubría la guardia nocturna. Mi el Manotas, de Excélsior– fue puesto en jefe de información, Héctor Dávalos, me libertad por segunda vez. advirtió cuando salía a Tlatelolco para En aquellos días no existían los intentar hacer el recuento de los daños: celulares. Había que ir a una caseta “y no me reportes un solo muerto que y depositar monedas de 20 centavos no hayas visto y tocado”. cada tres minutos, porque tampoco Oriana Fallaci le dijo a Poniatowska se habían incorporado las tarjetas en aquella entrevista que Novedades se telefónicas. Los compañeros dejanegó explícitamente a publicar: “Yo esta- ron que Rojas Zea fuera el primero ba tirada boca abajo en el suelo. Cuando en hablar a su periódico para pasar quise cubrir mi cabeza con mi bolsa para el reporte de la situación. Cumplida protegerme de las esquirlas, un policía la tarea, durante las horas posteriores apuntó el cañón de su pistola a unos cen- recogió testimonios de sobrevivientímetros de mi cabeza: ‘no se mueva’. Yo tes, vecinos, familiares. Así anduvo veía las balas incrustarse en el piso de la hasta la madrugada, sin revisión ni terraza a mi alrededor. También vi cómo atención médica. Lo dramático del la policía arrastraba de los cabellos a es- caso es que ni un solo párrafo de sus Oriana Fallaci y Elena Poniatowska. tudiantes y a jóvenes y los arrestaban. Vi envíos vio la luz en páginas que ese a muchos heridos, mucha sangre, hasta jueves 3 de octubre se escamotearon a la chavito”, me salpicó el regaño del polítique me hirieron a mí y permanecí en un voz de las víctimas y a la verdad. co poblano, quien meses después murió charco de mi propia sangre cuarenta y Nueve años después volvimos a coin- aferrado a esa su terca, obsesiva, inapelacinto minutos.” cidir con Rodolfo Rojas Zea, en la rueda ble convicción mesiánica, la misma que Elena también describe lo que ocu- de prensa que el “arrogante embajador” le había llevado a asumir, en su penúltirrió con el reportero de El Día: “Rodolfo Gustavo Díaz Ordaz (como lo describió mo informe al Congreso de la Unión, la Rojas Zea, el joven periodista que invitó la portada de Proceso 24) ofreció antes de responsabilidad jurídica, ética, histórica a Oriana Fallaci y la cubrió con su cuerpo irse a Madrid, allí mismo en Tlatelolco, y política de la matanza de Tlatelolco. a la hora de los balazos, resultó herido en en la Cancillería. jreveles@prodigy.net.mx 26
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Asociated Press
Memorial del 68. IISUE-UNAM
el glúteo y en el muslo por una M1, afortunadamente de rebote porque si no le destroza la pierna. Oriana recibió un balazo cerca de la cintura. Ambos vieron muchos cuerpos tirados en la plaza. La información de Rojas Zea, que escribió su reportaje a pesar de sus heridas, fue mutilada. Los periódicos no informaron como debieron hacerlo. Salvo honrosas excepciones, la censura silenció las conciencias.”