La CIA, presente en 1968

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Represión José Reveles

La CIA,

presente en 1968 Freeman, el diplomático que Washing- Litempo 2 y Litempo 8, quienes sirvieton tenía aquí durante 1968. ron voluntaria o desaprensivamente a la Al menos eso es lo que sostiene Je- CIA. fferson Morley en su muy reciente libro Agee murió en enero de 2008 en La Nuestro hombre en México: Winston Scott Habana. Dio a conocer otros Litempos: y la historia escondida de la CIA (Univer- el 1 era Emilio Bolaños, un sobrino de sity Press of Kansas, 2008). Morley, co- Díaz Ordaz. El 4 era Fernando Gutiérrez lumnista de The Washington Post, a la par Barrios, titular de la Dirección Federal de Kate Doyle y la organización Archivos de Seguridad (DFS). Estaba también en de Seguridad Nacional (NSA por sus siglas en inglés) lograron desclasificar documentos secretos del gobierno estadunidense, en donde se ubica a Scott como el reclutador de personajes de un “selecto grupo” de mexicanos que servían como “un canal extraoficial para el intercambio de información política exclusiva y sensible que cada gobierno deseaba obtener del otro, pero no a través de intercambios de pro- Echeverría, Díaz Ordaz y López Mateos en la boda de Winston Scott en 1962. tocolo público”.

Tlatelolco. Las claves de la masacre

R

ichard Helms y Allen Dulles eran los máximos operadores de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos en el mundo cuando estuvieron en México el 27 y 28 de septiembre de 1968, menos de cien horas antes de la masacre de estudiantes en Tlatelolco. El anfitrión obligado era Winston Scott, quien ya para entonces cumplía 12 años como jefe en México de la estación de esa tenebrosa agencia de espionaje y había logrado hacerse de la amistad de tres sucesivos presidentes: –Adolfo López Mateos, con quien desayunaba todos los domingos. Siendo mandatario, en 1962 fue testigo principal de las terceras nupcias de Scott con otra agente de la CIA; –Gustavo Díaz Ordaz, a quien le pasaba un informe diario sobre las actividades “subversivas” de los comunistas mexicanos, otro sobre movimientos en las embajadas de la Unión Soviética y países afines (mediante espionaje telefónico) y un panorama general en el mundo que llegaba desde el cuartel general de la CIA; –Luis Echeverría Álvarez, su interlocutor privilegiado durante años. Los tres personajes asistieron a su boda, como consta en fotografías de la época. Un verdadero “procónsul norteamericano”, Winston Scott llegó a acumular más poder e interlocución que los propios embajadores de Estados Unidos en México en ese tiempo, incluido Fulton

Al servicio de la CIA Ya otro agente de la CIA, asentado en México años antes pero acreditado durante el conflicto estudiantil como si fuera un colaborador para los Juegos Olímpicos, Phillip Agee, en su Diario de la CIA/La Compañía por dentro, publicado en 1975, había descrito la Operación Litempo que se propuso cooptar en la década de los sesenta –y lo logró– a funcionarios del más alto nivel para obtener información sensible. Menciona a dos ex presidentes (Díaz Ordaz y Echeverría) con sus respectivas claves secretas:

la nómina, entre más de una docena de informantes, Miguel Nassar Haro. Y había un misterioso Litempo 12 que, desde la DFS, “transmitía copias de reportes provenientes de sus agentes sobre los subversivos”. Un documento desclasificado de la CIA afirma que Litempo 12 “se convirtió en la fuente más productiva de inteligencia “sobre el Partido Comunista, cubanos en el exilio, trotskistas y grupos culturales del bloque soviético”. Se reunía diariamente con George Munro, un oficial de todas las confianzas de Scott. (Jefferson Morley no lo sugiere Comunicación • Política • Sociedad

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en la famosa cena en casa de (Antonio) Ortiz Mena, supuestamente para apoyar al PRI en las elecciones de 1994”.

Google

en el artículo que publicó en octubre de 2006, en el 38 aniversario de la matanza de Tlatelolco, pero pudiera tratarse de Luis de la Barreda Moreno, años después director, él mismo, de la DFS.) Aunque los registros desclasificados no mencionan qué cantidad pagaba Scott a sus informantes del Programa Litempo, sí aparece un alto oficial de la CIA (quizás el mismo Richard Helms) diciendo que “se les paga demasiado y sus actividades no son debidamente reportadas; son poco productivos y caros”. Scott tenía un presupuesto anual superior a los 50 millones de dólares.

Richard Helms.

Tal como escribió el historiador Lorenzo Meyer el 29 de mayo de 2008, “es muy difícil aceptar que Scott hubiera podido reclutar a Adolfo López Mateos o Gustavo Díaz Ordaz como agentes pagados. Está fuera de lo normal suponer que ALM o GDO recibieran una mensualidad de la CIA o que demandaran de la agencia de espionaje automóviles para sus amantes. Lo que en cambio sí es posible es que esas cantidades fueran efectivamente desembolsadas por la agencia norteamericana y que alguien más –¿el propio Scott?– se haya quedado con ellas, pues en el México de la época, y por la naturaleza del sistema político, los presidentes podían disponer a voluntad de millones de dólares anuales de su ‘partida secreta’ o podían –¿pueden?– demandar millones de dólares de sus empresarios favoritos, como efectivamente lo hizo Carlos Salinas a nombre del PRI 28

Zócalo

Masacres y derrocamientos Para ubicar quiénes eran esos siniestros personajes que estuvieron en México en los días previos a la sangrienta represión de Tlatelolco, baste ubicar a Dulles como operador de los golpes derechistas en Guatemala e Irán en los años cincuenta y frustrado impulsor de la invasión de Bahía de Cochinos a Cuba en 1961 (entonces, por cierto, México jugó un papel similar al de otros hitos históricos: con doble cara y doble moral, pues al tiempo que conservaba buenas relaciones con el naciente régimen revolucionario de la isla permitía la Operación Zapata aquí, pues desde territorio mexicano operaron grupos anticastristas con el consentimiento oficial), tras cuyo fracaso tuvo que renunciar a la dirección de la CIA. El titular de la Agencia Central de Inteligencia en 1968 era Richard Helms. Si eso es posible, era más nefasto que Dulles. En Google aparecían, a su muerte hace casi dos décadas, 98 historias de golpes de Estado, su cerebro en la planificación, coordinación, formación, armamento y apoyo financiero para derrocar gobiernos, hacer detenciones masivas, torturas y asesinatos en masa. En su juventud, Helms fue periodista y se mostraba orgulloso de haber entrevistado a Adolfo Hitler en 1935. No se trató de una simple encomienda periodística. Helms se conectó con el general Reinhard Gehlen, famoso espía nazi que fue contratado por Estados Unidos para organizar redes de miles de agentes para operaciones encubiertas en Europa del Este en la posguerra. De

hecho ambos trabajaron para la OSS (agencia estadunidense que precedió a la CIA y que coincidía en sus siglas con las SS hitlerianas) para combatir con cualquier método al comunismo. Helms puso a funcionar el Programa Phoenix en Vietnam, orientado a localizar y ejecutar a decenas de miles de ciudadanos en una operación “quirúrgica” paralela a los bombardeos y ataques del ejército que dejaron entre tres y cinco millones de muertos. Estuvo también al frente de la “guerra secreta” contra Laos, en la que se lanzaron cientos de miles de toneladas de bombas. Y, en 1963, entronizó a Saddam Hussein y al Partido Baas al poder en Irak, mediante una violencia extrema que incluyó asesinatos políticos, encarcelamientos masivos y torturas. En resumen, Helms aparecería involucrado en el derrocamiento y asesinato de Salvador Allende en Chile, en 1973. Dulles no, pues un cáncer le arrancó la vida en 1969.

De titiritero a títere El libro de Morley exagera cuando le atribuye a Scott ser el segundo hombre más poderoso de México en tiempos de Díaz Ordaz. Pero esa percepción describe, por sí misma, la relevancia que este matemático convertido en espía profesional, hombre de mundo, amante de las mujeres, el dinero y el poder que adquirió en sus trece años de estancia en México. Su estrecha relación con Díaz Ordaz y Echeverría pudo haber distorsionado sus análisis sobre la coyuntura que revolucionaba la realidad mexicana. Scott creía a pie juntillas las convicciones de los hombres del poder en México, según las cuales había una conjura comunista


menos contundente, quizás por los lazos que en más de una década había establecido aquí: “El gobierno ya no está buscando una solución de compromiso con los estudiantes (es decir, había un rechazo tajante al diálogo, público o privado), sino más bien poner fin a todas las acciones estudiantiles organizadas antes de que empiecen los Juegos Olímpicos (se inaugurarían el 12 de octubre)… Se supone que el objetivo (oficial) es cercar a los elementos extremistas y detenerlos hasta que pasen las Olimpíadas.” Eso fue exactamente lo que ocurrió el 2 de octubre, pero matanza de por medio. Y no se retuvo a los líderes del movimiento sólo durante la celebración olímpica, sino que salieron varios años después y expulsados de su propio país (a Chile, sobre todo). Pudieron regresar a México hasta junio de 1971, menos de una semana antes de la siguiente matanza de estudiantes.

Lecciones de la historia Algo más que cabe destacar, por lo que hace al movimiento estudiantil de 1968, es que: –La embajada de los Estados Unidos calculó entre 150 y 200 los muertos el 2 de octubre en Tlatelolco, cifra que fue comparada por la NSA (Archivos de Seguridad Nacional) y Doyle con la masacre de la Plaza de Tiananmen, en Beijing, China. En cambio, el gobierno de México aceptó que hubo menos de 40 muertes. –Los generales mexicanos Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial, y Mario Luis Ballesteros Prieto, jefe del Estado Mayor de la Secretaría de la Defensa Nacional, habrían desobedecido “deliberadamente” las órdenes del entonces jefe del Ejército, Marcelino García Barragán, reportando directamente a Luis Echeverría, secretario de Gobernación, y a través de él al presidente Díaz Ordaz. Las instrucciones de García Barragán eran enviar tropas

para rodear la Plaza de las Tres Culturas “y observar lo que pasaba y prevenir que las manifestaciones estudiantiles se extendieran a otras partes de la ciudad”. –“Lo que prácticamente nadie supo hasta treinta años después, fue que (el general) Luis Gutiérrez Oropeza había apostado en el piso superior del edificio Chihuahua a hombres armados y les había dado órdenes de tirar sobre la multitud”, escribe Morley. Google

para desestabilizar al país en vísperas de los Juegos Olímpicos. Morley concluye que “el titiritero se convirtió en títere” y que Scott se creyó todo lo que le vendían el Presidente, el secretario de Gobernación, el director de la Federal de Seguridad y otros funcionarios de la época. Esa es la moraleja del periodista e investigador, pero en sus mismos escritos apunta a una realidad diferente, en la medida en que había otros interlocutores de Estados Unidos que tenían acceso directo a las decisiones y reuniones del gabinete. Por ejemplo, el embajador Fulton Freeman reproducía el ánimo preocupado y al mismo tiempo belicoso del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz: “implícitamente acepta que esto (el crecimiento y la persistencia del movimiento estudiantil) va a acarrear víctimas”, apuntaba ominosamente. Lo escribía a finales de septiembre, después de la ocupación de Ciudad Universitaria por parte de varios miles de soldados, cuando “los dirigentes de la agitación estudiantil han sido y están siendo llevados a la cárcel”. Díaz Ordaz pensaba que la única solución era la fuerza, interpretó con exactitud Freeman, o así se lo comunicó explícitamente el gobierno; está documentado que por los mismos días le informó que sería perseguido el dirigente Heberto Castillo: “La política gubernamental que está actualmente en curso se propone desactivar los levantamientos estudiantiles y hace un llamado a la inmediata ocupación por el ejército y/o la policía de cualquier escuela que esté siendo ilegalmente utilizada como centro de actividad subversiva. Esta política continuará siendo aplicada hasta que prevalezca la calma total”, era lo que reportaba el embajador a Washington. El súper espía Scott describía la represión que estaba fraguándose en las altas esferas del gobierno de una manera

Allen Dulles.

Hoy nos enteramos que pudieron haber sido hasta 350 francotiradores, el famoso Batallón Olimpia, el de la mano izquierda cubierta con un guante blanco o con un pañuelo del mismo color. Y, tal como confirmó la investigadora Ángeles Magdaleno –una de las primeras en hurgar en los archivos secretos mexicanos–, allí estaban ya presentes Los Halcones, el grupo paramilitar que actuaría de nueva cuenta en la matanza del Jueves de Corpus de 1971. Después vendrían lustros de guerra sucia –tres momentos de una sola represión continuada– que se tradujo en persecución, cárcel, exilio y desaparición de luchadores sociales. jreveles@prodigy.net.mx

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