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Perros policías •
U
Federico Campbell
Mayo 2012
Serge Halimi.
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na de las diatribas más leídas (ha sido traducida a seis idiomas) y polémicas de los últimos años es el breve texto de Serge Halimi, Los nuevos perros policías (periodistas y poder), que apareció en París en 1997 bajo el título de Les nouveaux chiens de garde (haciéndo honor al famoso texto de Paul Nizan escrito en 1932: Los perros guardianes, un violento ensayo contra la filosofía tradicional). La traducción podría ser también “Los nuevos perros guardianes”, pero a estos cuadrúpedos en México más bien se les conoce con el nombre de “perros policías”.
como atontados consumidores de una mercancía que se llama información. Piensa que hoy más que nunca se mantiene el cordón umbilical entre el poder y la prensa.
Mercenarios en la TV Los nuevos guías espirituales de la nación ya no son los sacerdotes ni los intelectuales: son los locutores de televisión. Sostiene que por definición las informaciones son volátiles, caducas, tanto las radiofónicas como las televisivas y las impresas: son efímeras, y quienes viven de transmitirlas conllevan tales relaciones de poder con los dueños de las
Los nuevos guías espirituales de la nación ya no son los sacerdotes ni los intelectuales: son los locutores de televisión. Halimi, especialista en medios, es profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Berkeley y director de Le Monde Diplomatique. Su panfleto —dicho sin connnotación moral ni peyorativa, más bien en el sentido que a esta palabra se le daba en los tiempos de Paul-Louis Courier— enfoca sus baterías en contra de la nueva clase de periodistas que han proliferado, sobre todo en Francia. El autor francés hace una amarga e irónica denuncia de los “comunicadores” y su transformación actual en cortesanos del poder que no ven a los lectores como ciudadanos sino
grandes empresas que hoy en día se han convertido en sus propagandistas y defensores. Estos “mercenarios”, como Halimi los llama, manipulan, ocultan información, siguen las directrices que sus patrones les marcan y procuran legitimar lo que se conoce como “pensamiento único”. Se benefician de canonjías (casas baratas, boletos de avión, vacaciones pagadas, regalos, negocios, automóviles) y llegan a creerse importantes, tanto como los políticos lo decidan —al tomarlos en cuenta— para condicionarlos y utilizarlos como pregoneros de sus intereses. Además, ya en su escritorio
y frente a su computadora, plagian con toda impunidad: se roban ideas y frases ajenas. Mientras en Estados Unidos, por ejemplo, el plagio es causa de desprestigio profesional y en las universidades puede justificar el cese del estudiante o del profesor, en la prensa francesa el periodista plagiario disfruta de una total impunidad. La técnica consiste en sustraer los análisis y las investigaciones del artículo de algún colega, hacerlos propios, y citar al desgraciado una sola vez, en un tramo perdido y accesorio del texto. Por si lo atrapan en falta, el plagiario tiene la audacia de citar al autor como prueba de su buena fe, pero escondiendo mucho su nombre, ocultándolo como sólo saben hacerlo los periodistas. Toda esta decepción, según Halimi, significa que el periodista se ha venido a poner al servicio de los intereses de clase. La proximidad con ciertos dirigentes, la frívola propensión a un estilo de vida cortesano, la disponibilidad para trasmitir una visión conformista de la realidad, han metido al periodismo en un sistema de casta. Las consecuencias más visibles son la pérdida de la credibilidad, la disminución de los lectores, y el emprobrecimeto de la dialéctica social. Mientras tanto, los llamadas códigos deontológicos —un simulacro, una máscara— no podrán modificar la coyuntura, que se ha vuelto un sistema.