MEDIOS
¿Telepresidente? • Antonio Brambila Ramírez
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Política televisada Con el afianzamiento de la sociedad de masas y la revolución de las comunicaciones (Era de la Información), los medios se han convertido en un agente más de la socialización, como la Iglesia, escuela, partidos, entre otros. Ya que, para llegar al gran público, el sistema político
necesita a los medios, negocia con éstos los tiempos, modalidades y, cada vez más, contenidos. Al cabo del tiempo, toda la política debe pasar a través de los medios para influir en las tomas de decisiones. Esta situación, que para Touraine significa una crisis del sistema de representación político, ha sido bautizada de diferentes formas, como “política de la imagen”, “mediatización de la política” o “política informacional”. Dicha comunión entre medios y sistema político cambia de una latitud a otra, en nuestro caso, el gran beneficiario ha sido Televisa. En México, durante el auge del autoritarismo (19461988), el sistema mediático (Telesistema Mexicano-Televisa) y el régimen político operaron con una abierta colusión de intereses, en el que a cambio de beneficios económicos, políticos y técnicos de parte del gobierno, la televisión ofrecía lealtad y apoyo al régimen (“Soy un soldado del PRI”, dijo Azcárraga Milmo). Con la transición política dicha relación se complejizó, pues la televisión, como otros poderes fácticos, capturó ciertas parcelas de poder e incrementó considerablemente su influencia. Ahora, ya no le debe lealtad al régimen; como Furcia, su amor lo vende al mejor postor (“La democracia es un buen negocio”, aseguró Azcárraga Jean). En esta nueva relación, Televisa (que controla el 48 por ciento del espectro y el 70 por ciento de la audiencia) lo mismo recibe altas sumas de dinero de los partidos y candidatos de la izquierda que de la derecha, no tiene ideología, sólo intereses. Dan cuenta de ello las andanadas millonarias de dinero etiquetado como publicidad política, el mercado negro de tiempo aire, entre otros. Aunque antes gozaba de una buena cantidad de prerrogativas, ni en sus mejores años, los ancestros de El Tigrillo Azcárraga imaginaron tanta prosperidad y riqueza. Al parecer, acomodaticia como es, la ganadora de la alternancia es la empresa familiar de los Azcárraga, como prueba destacan las siguientes: licitaciones a precio de ganga, control en los mercados de la televisión abierta, por cable y satelital, participación en los jugosos mercados de la banda ancha y telefonía móvil,
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n medio de un agudo conflicto poselectoral, que revisita los fantasmas del autoritarismo y de la polémica elección de 2006, el candidato de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador, denunció que la elección fue inequitativa. Las razones, según el tabasqueño, no se limitan al "cochinero" durante la jornada electoral (y documentado ampliamente en redes sociales), sino también a problemas estructurales que escapan a la contienda electoral, tal es el caso de la intromisión, poder e influencia de la televisión, particularmente con el apoyo abierto y desenfadado que mostró por un candidato. Aquí y allá, tanto en la comentocracia cuanto en la comidilla de sobremesa, de las redes sociales a las consignas y pancartas en las marchas (“Queremos escuelas, no telenovelas”), se ha convertido en lugar común la insistencia de que en México el Gran Elector son las televisoras pues, se argumenta, en un mercado tan concentrado como el mexicano (uno de los más concentrados de América Latina), dominado solamente por dos empresas, el poder de este medio escapa al control institucional del Estado. Por tanto, para buena parte de la población resulta creíble que el duopolio televisivo (especialmente Televisa) impuso a un telepresidente, Enrique Peña Nieto, el Golden Boy. No obstante, dicha afirmación se ha simplificado a tal grado que no sólo pierde su profundidad explicativa, sino que también obvia y subestima otras variables (voto de castigo al partido gobernante, caudal de recursos del priismo, perfil de los contendientes…) igualmente importantes. Por tanto, es necesario preguntar: ¿realmente Televisa impuso a Enrique Peña Nieto como virtual presidente de México?
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Moisés Pablo, Cuartoscuro
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La resistencia contra el fraude.
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y ¡hasta una telebancada de cerca de 20 legisladores!, entre otras linduras. No obstante, esta subordinación del sistema político a la pantalla (especialmente a Televisa) no significa que los medios hayan sustituido a la política, o que le hayan arrebatado las funciones propias del sistema político (gobernar, dar seguridad…), pues la política mediatizada no es sinónimo de gobierno de los medios. Pero acaso, ¿puede la televisión, en medio del auge de la mediatización de la política, imponer un presidente? Telecandidato El caso de la presunta imposición de Enrique Peña Nieto por Televisa no es único, pero en México, al igual que en otras partes —como en 1989 el apoyo de Globo TV (la Televisa de Brasil) a Fernando Collor de Melo, o en 1994 la proyección que le dieron las cuatro principales cadenas televisivas de Italia (que juntas controlan el 90 por ciento de la oferta televisiva) a su patrón, Silvio Berlusconi, para llegar al poder— dicha situación es posible toda vez que este medio es la principal fuente de información política y el que goza de mayor credibilidad entre la población. Una noche sí y la otra también, como “estadista” cuyas acciones son todas noticiables, Peña Nieto apareció en el noticiero estelar, el de Joaquín López-Dóriga; las más de las veces lo hacía con motivo de nimios actos administrativos, otras, dando declaraciones sobre el Teletón o las inundaciones, el motivo era lo de menos. En 2007, según un informe elaborado por la Cámara Alta, del 1 de septiembre al 15 de diciembre de 2007, Peña Nieto apareció 700 veces, es decir, ocho veces por día. Como se aprecia en el informe, todos los legisladores de todos los partidos estuvieron muy
lejos de tener la cobertura que tuvo el gobernador del Estado de México: el priista Manlio Fabio Beltrones, 29, seguido del coordinador del PRD, Carlos Navarrete, con 11, y el presidente del Senado, el panista Santiago Creel, con 8 (Reforma, 29 febrero de 2008). La proyección de la candidatura de Peña Nieto —como ha documentado profusamente el periodista Jenaro Villamil en estas páginas y en la revista Proceso y Jo Tuckman en el prestigiado rotativo inglés The Guardian— no se limitó a las apariciones y menciones en noticiarios, sino a toda una estrategia integral: a la introducción al mercado de un producto chatarra, según López Obrador. Durante su gestión como gobernador, Enrique Peña Nieto realizó encomiablemente (¿como su mandato en el Estado de México?) todo tipo de teleoficios. Como principal juez del concurso de baile, en Tlalnepantla, en junio de 2005, regaló un refrigerador y un televisor, dos lavadoras y cinco extractores de jugos a las parejas que bailaron al son de la "caja idiota". Igualmente, apareció como locutor, comediante y cocinero. En ese tiempo también acaparó las principales revistas del corazón, en las que presentó a sus hijos, lució diferentes atuendos y sonrisas de modelo y presumió a su novia, la actriz Angélica Rivera, la popular “Gaviota”. En noviembre de 2010 se casó con ella y el resto es historia (o cuento de hadas, según sea el caso).
Con el afianzamiento de la sociedad de masas y la revolución de las comunicaciones (Era de la Información), los medios se han convertido en un agente más de la socialización, como la Iglesia, escuela, partidos, entre otros.
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discurso de la imposición, se basa en el favoritismo de la televisión (también de la radio, especialmente Radio Fórmula) hacia el candidato priista. Al respecto, cabría precisar que ni en la impugnación ni entre la opinión pública y publicada se ha ponderado lo suficiente la influencia de la televisión durante la contienda electoral pues, sin ánimo de menospreciar los efectos que este medio puede tener sobre el electorado, la evidencia empírica disponible tanto para esta elección cuanto para las dos anteriores (2000 y 2006) no sustentan dicha afirmación. Asimismo, la imposibilidad de aislar la cobertura televisiva del resto de las variables que afectan el voto (filiación partidista, relaciones personales, otras fuentes de información…) hace aún más difícil emitir un veredicto concluyente. Por una parte, las apariciones del candidato de la izquierda en los noticieros estelares del duopolio (“El Noticiero” de Televisa y “Hechos” de Tv Azteca), así como en emblemáticos programas de opinión (“Tercer Grado” y “Entre Tres” trasmitidos por el "Canal de las Estrellas" y "Canal 13", respectivamente), entre otras, evidencian que el presunto “cerco informativo” que aludió (y alude) el candidato de las izquierdas responde más a una estrategia electoral que a una denuncia sólida sobre el comportamiento de los medios. Por otra parte, el modelo de comunicación política vigente garantiza el acceso gratuito de todas las opciones políticas a la radiodifusión, de tal suerte que el electorado conoció (por medio de una descomunal andanada de spots) los mensajes políticos que rojos, azules y amarillos emitieron durante la campaña. Así pues, no es completamente cierto adjudicarle a la pantalla una influencia ilimitada y sistemática (es decir, en contra de un candidato) durante la elección.
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La televisión y sus límites La impugnación que el 12 de julio presentó el candidato de las izquierdas ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) descansa en una serie de evidencias que van de la compra y coacción del voto (cerca de cinco millones, según el documento que está conformado mayoritariamente de un compendio de notas periodísticas hilvanadas con argumentos legales) hasta el rebase de los topes de campaña, pasando por la influencia de encuestas (“copeteadas”) que presuntamente no retrataron el sentir del electorado y un largo etcétera; sin embargo, buena parte de la argumentación de dicho documento y, en general, del
Emilio Azcárraga Milmo, el soldado del PRI.
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La impugnación que presentó el candidato de la izquierda ante el TRIFE descansa en una serie amplia de evidencias.
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Ya en campaña el tiempo que la televisión le dedicó al priista fue similar al de sus contrincantes (en noticiarios: Peña Nieto, 31 por ciento; Vázquez Mota, 27 por ciento, López Obrador, 26 por ciento), pero el duopolio, especialmente Televisa, cubrió buena parte de la contienda de tal forma que operaba como un periodismo de “control de daños” que buscó, como en el viernes negro de Peña Nieto en la Universidad Iberoamericana, el 11 de mayo, omitir y manipular la noticia para favorecer al priista a la vez que dejar de lado la información que dañaba su imagen. Así pues, la intromisión de la televisión enrareció la contienda electoral, a tal grado que la razón de la indignación y el objetivo de la batería de reclamos de jóvenes universitarios fueron la objetividad informativa y la pluralidad mediática. Al paso del tiempo, las continuas protestas en Chapultepec 18 (la sede más emblemática del emporio televisivo en el Distrito Federal) y los señalamientos públicos en contra de esta televisora dieron frutos inigualables, tales como trasmitir el segundo debate por medio de los dos canales de mayor cobertura en el país (con poco más de 22 puntos de rating nacionales, la cifra más alta en la historia de los debates), entre otros. No obstante, para entonces, argumentan aquéllos que creen que la televisión pone presidentes, el daño ya estaba hecho, pues la construcción mediática de la figura de Peña Nieto, así como la cantaleta del inalcanzable primer lugar (a cargo de buena parte de las casas encuestadoras del país), ya habían hecho estragos en el electorado. Ante tal afirmación, cabría ponderar los alcances y límites de la televisión durante la contienda electoral.
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Por tanto, las razones que explican los 19 millones de votos que recibió Enrique Peña Nieto habría que buscarlas, primero, en un voto de castigo al partido gobernante. Tras un periodo lo suficientemente largo como para mostrar sus magros logros, pero sobre todo sus vicios, el partido en el gobierno, PAN, recibió un voto de castigo. Dicho voto tiene sus razones: por una parte, dilapidar el bono democrático que Vicente Fox y el partido recibieron en el 2000 y así, junto con las peores prácticas del ancient regime (corrupción, impunidad, amiguismo…), propiciar el empantanamiento del proceso político que derivó en una democracia de baja intensidad que coexiste con una serie de parcelas autoritarias de poder (entre ellas el duopolio televisivo). Por la otra, el estrepitoso fracaso de las administraciones panistas en temas económicos y de seguridad, los más importantes para el electorado, que desembocaron en el crecimiento de la pobreza y en el baño de sangre en que el presidente Felipe Calderón deja el territorio nacional (¿las armas nacionales o importadas se han cubierto de gloria?).
Resulta fuera de proporción argumentar que la televisión (o una televisora) haya impuesto a un “telepresidente”, pues la influencia de ésta es acotada y las funciones del Estado no serán suplidas por la telecracia. En segundo lugar, el caudillismo político que la izquierda arrastra en la figura de López Obrador (antes era Cuauhtémoc Cárdenas), quien, en contra de todos los pronósticos, tuvo una votación similar (en millones) a la del 2006, pero que también activó una buena cantidad de votos de panistas o indecisos que con tal de no ver en la Silla del Águila a quien, según ellos, representa autoritarismo y populismo, decidieron darle su voto al tricolor. En tercer lugar, el caudal de recursos que Peña Nieto gozó antes y durante su campaña electoral, que es producto, principalmente, de una serie de negociaciones políticas que desembocaron en disciplinar a los gobernadores priistas para que destinaran cuantiosos recursos al Golden Boy. Estrategia que no se materializó ni en 2000 ni en 2006 y que en esta ocasión responde a un fino trabajo político que hubiera sido imposible para un telecandidato producto del marketing político. Ejemplo de cómo la realidad rebasa al teleestereotipo.
El discurso de la imposición se basa en el favoritismo mediático.
En cuarto lugar, la generalización de las prácticas del ancient regime, es decir, un esfuerzo constante por parte de todas las fuerzas políticas por reproducir las peores prácticas que antes se identificaban con el priismo, tales como corrupción e impunidad. Al parecer las tepocatas, alimañas y víboras prietas, que tanto criticó el primer presidente de la alternancia, ya no son privativas del tricolor (véanse al respecto los casos de los tristemente célebres Bribiesca, Bejarano, Gordillo, Mouriño, Godoy, entre otros…). En suma, resulta fuera de proporción argumentar que la televisión (o una televisora) haya impuesto a un "telepresidente", pues la influencia de ésta es acotada y las funciones del Estado no serán suplidas por la telecracia; no obstante, lo que sí es cierto es que el favoritismo de los barones de la televisión hacia Peña Nieto se cobrará durante la próxima administración, quizá en especie, en millonarias licitaciones y legislaciones a modo, entre otras facturas, que afecten principalmente al ciudadano. No se trata, pues, de un presidente de los medios, sino de uno para los medios, es decir, que gobierne para ellos (cualquier parecido con Salinas, Fox o Calderón es mera coincidencia). @jabrambila jabrambila@itesm.mx