NOVELA
Prólogo de
Érika Mariana Valencia-Perdomo
2009
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Óscar Perdomo León
HABLANDO CON LOS MUERTOS
Prólogo de
Érika Mariana Valencia-Perdomo 2009 2
Hablando con los muertos Derechos reservados
© Óscar Perdomo León. © Prólogo de Érika Mariana Valencia-Perdomo Primera edición, 2009. ISBN: 99923-78-48-4 Portada del libro: “Desnudo”, pintura realizada por Miguel Orlando Rivas Montes. Diseño de la portada: Érika Mariana Valencia-Perdomo y Óscar Perdomo León. Collage de la página 2 elaborado por Érika Mariana Valencia-Perdomo; cuyas fotografías fueron tomadas por Renato Flores, Romeo Teos y Óscar Perdomo León. Trabajo de edición y digitación: Érika Mariana Valencia-Perdomo y Óscar Perdomo León.
Comentarios dirigirlos a: operdomo_leon@yahoo.com
Blog personal, LA CASA DE ÓSCAR PERDOMO LEÓN: http://lacasadeoscarperdomoleon.blogspot.com/ Blog que co-escribe con su esposa, LA ESQUINA DE ÉRIKA Y ÓSCAR: http://laesquinaderikayoscar.blogspot.com/
Todos los derechos reservados. No puede ser reproducida total ni parcialmente esta publicación, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, del autor de esta obra.
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ÍNDICE
Página Dedicatoria especial…………………...
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Dedicatoria………………………………
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Citas…………………………………….
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Prólogo (Unas palabras de entrada)…….………
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Capítulo I Un cadáver..................................................
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Capítulo II Esteban........................................................ 12 Capítulo III Jonás .......................................................
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Capítulo IV Isabel y Roberto........................................
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Capítulo V Soliloquio envenenado………………...
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Capítulo VI Salomón……………………………..
43
Rocío
Capítulo VII .................................................. 47
ADN
Capítulo VIII ......................................................... 54
Capítulo IX La muerte de Isabel .................................... 57
Capítulo X Soliloquio envenenado 2...………….................61 Capítulo XI Relato 1 Anastasio Aquino……………………………. 63 Capítulo XII Relato 2 Manuel Enrique Araujo …………………… 66
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Capítulo XIII Relato 3 Roque Dalton……………………………..….. 68 Capítulo XIV Relato 4 Óscar Arnulfo Romero……………………...
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Capítulo XV Relato-Poema 5 Miles Davis…………………………………
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Capítulo XVI Relato 6 La Ciguanaba……………………………...
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Créditos de fotografías……………………..
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DEDICATORIA ESPECIAL A mi madre, Nohemy León de Perdomo, por todo, ese innumerable todo. A mi padre, el inolvidable Óscar Alfredo Perdomo Escobar, porque en mis venas corre su sangre, que me inspira y me recuerda que cada día debo vivirlo con alegría y honradez.
DEDICATORIA A Laura María y Beatriz Perdomo Pacas, mis eternos amores. « ¡Las quiero desde un barranco hasta el cielo!» A mi hermano Mario Roberto Perdomo León, quien siempre ha estado conmigo en las buenas y en las malas. A mi hermana Wendy Perdomo León de Cruz, por alentarme, siempre con entusiasmo desinteresado, a escribir. A mi mejor amiga, mi amada esposa Érika Mariana Valencia-Perdomo, paciente y condescendiente editora de las locuras que escribo. Compañera inseparable e insuperable. Su presencia ilumina mis días y mis noches. A mis amigas, las hermanas Mariana Soledad y Daniela María Guardado Valencia. A la memoria de los fallecidos en Santa Tecla en el alud de Las Colinas, del terremoto de enero de 2001. A Henry Leonel Perdomo Escobar y Ángel Edgardo Perdomo Escobar. A Roberto Cruz, Claudia Sosa, Boris Valencia, Orlando Valencia, Gloria de Valencia, Carolina Valencia y Lissete Valencia. A Salvador Antonio Góchez, Willians Edgardo Perdomo Góchez, Edgar Mauricio Perdomo Góchez, Wilfredo Escobar Escobar y Rafael Alejandro Murga Zavaleta. A Mario Edgardo Romero Cárcamo, Carlos Alberto Romero Cárcamo, Jaime Arturo Salmán, Mayra Ruth Pacheco, Ana Ruth Cadenas, Ana Lizzeth Quevedo Osegueda, Óscar Daniel Arana Arévalo e Hilda Marina Salmán de Cáceres. A Renato Flores, Romeo Teos, Patricia D´Hais, Adrián Benítez, José Alfaro, Miguel Flores, Luís Iraheta, Pablo Santana Alfaro, Glenda de Arévalo, Raquel de Galdámez, Reyes Barahona, Évelin María Gil Barahona, Joaquín Molina Cornejo, Gloria de Molina, Vicente Rovira y María Paula Benítez de Gómez. A Carlos Reyna y Hendrix Barillas, miembros aplaudidos, junto a mi persona, de la logia V.I.B. Al cineasta Luís G. Valdivieso. Al director de teatro Santiago Nogales y a la actriz Rosario Ríos.
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“Lo que llaman amor es un apetito que, como todos los demás, se destruye en el momento en que se lo satisface.” George Bernard Shaw
“No se trata de escribir para los demás sino para uno mismo, pero uno mismo tiene que ser también los demás; tan elementary, my dear Watson, que hasta da desconfianza si no habrá una inconsciente demagogia en esa corroboración entre remitente, mensaje y destinatario.” Julio Cortázar
“I need to be here with you, for without you what am I? Just another fool out searching for some heaven in the sky. Take me closer to believing, take me forward, lead me on through collision and confusion, while there’s life beneath the sun you are the reason I continue so near for lo long, so close, yet so far away... ...Oh this planet of ours is a mess. I bet Heaven’s the same.”1 Greg Lake
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Para información ver la página 80.
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UNAS PALABRAS DE ENTRADA En esta oportunidad Óscar Perdomo León nos presenta su segunda novela, breve, muy íntima, tierna, por momentos erótica, introspectiva, que habla del amor hacia la mujer, de la soledad, del dolor y de la alegría. La muerte impuesta ronda en cada página. Y en un lenguaje pausado ocasionalmente y en otros, envuelto en un clima de cruda violencia, nos introduce en el corazón del ser humano, en toda su frenética pasión. La vida de “Isabel”, la protagonista principal de la historia, contada por “Roberto”, no puede entenderse del todo sin conocer a “Esteban”. En esta novela corta (o cuento largo, si se quiere) hay una novedad: se introducen unas breves narraciones contadas por “Esteban” –el padre de “Isabel”-, acerca de algunos muertos memorables como Roque Dalton y Manuel Enrique Araujo, entre otros. Estos pequeños relatos que enriquecen el presente libro, identificados como relato 1, relato 2, etc. (y relacionados con la idea general sobre la muerte), se encuentran al final de la historia de “Isabel” y “Roberto” y pueden con toda libertad –si así se lo desea- obviarse. En el año 2003 Óscar publicó su primera novela «Diario Prohibido», de la cual Orsy Campos escribió: “...de seguro y sin temor a equivocarme, Diario Prohibido sería uno de esos libros que hubiera formado parte de la lista de los censurados durante la época de la Santa Inquisición; ... resulta ingenioso el recurso de amarrar las experiencias sentimentales y eróticas con los sucesos reales ocurridos en el país... Es una obra de la cual se disfruta la lectura desde sus primeras páginas...” Y Silvia Elena Regalado subrayó: “Su novela es muy fluida y capta la atención rápidamente, lo cual es una de las cualidades más importantes de la narrativa. Me gustó como se entrelazan los acontecimientos en ella.” En el año 2008 publicó una breve reseña sobre la vida de un médico salvadoreño: «De una tragedia una oportunidad». Óscar también ha escrito otros libros, que están inéditos por el momento, como el libro de poemas «En la Intimidad», la crónica «Cómo se rodó Hablando con los muertos»; varios guiones cinematográficos como «Nos conocimos» y «Una casa en noviembre», entre otros. Se encuentran, además, dos libros en proceso de creación, «Los años dorados» y «Sensuntepeque en el arte ». Ha escrito y dirigido asimismo dos películas, el cortometraje homónimo «Hablando con los muertos» y el cortometraje «Mi hermana». Óscar Perdomo León, salvadoreño nacido en Atiquizaya, departamento de Ahuachapán, es Doctor en Medicina. Érika Mariana Valencia-Perdomo
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I
UN CADÁVER
"… y en respuesta ante las víctimas, la Ciudad… conoció una toma de poderes, de los más nobles de su historia, que trascendió con mucho los límites de la mera solidaridad, fue la conversión de un pueblo en gobierno y del desorden oficial en orden civil. Democracia puede ser, también, la importancia súbita de cada persona."2 Carlos Monsiváis
El 13 de enero del año 2001 en El Salvador, un gigantesco derrumbe en una zona de la cordillera del Bálsamo, causado por el primer terremoto de los dos que habría ese año, cubrió un gran número de casas en la colonia Las Colinas, de Santa Tecla. En un par de segundos varios cientos de personas se vieron soterradas bruscamente, de una forma terriblemente inesperada. No sólo en Santa Tecla había habido tragedia, por supuesto; el terremoto había sacudido fuertemente también otras partes del país; pero la magnitud del infortunio de Las Colinas era incuestionable. La medición del sismo había sido de 7.6 en la escala de Richter y con una duración de 45 segundos. Miles de metros cúbicos de tierra del deslave habían caído violentamente sobre 267 viviendas. La cifra de fallecidos –nunca precisadaera entre 450 y 600 personas. Vista desde la carretera Panamericana, esa mañana de enero Las Colinas era un paisaje aterrador. Pero era aún peor al acercarse: bajo los pies podía uno sentir las vibraciones, los golpes y la angustia que bajo tierra producían algunas personas que se encontraban todavía con vida. Era una situación agobiante, como si una zozobra maléfica hubiese querido reinar por unos días, celebrando una fiesta de desgracias. Roberto, un joven médico de San Salvador, escuchó la noticia por la radio y corrió al lugar del desastre, a la zona donde otros salvadoreños sufrieron fatalmente en carne propia la tragedia. Roberto ayudó con pico y pala cavando y acarreando tierra. Intentaba 2
Tomado de la crónica que Monsiváis escribió sobre los terremotos de México, de septiembre de 1985.
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dirigirse por los ruidos subterráneos; pero no conseguía encontrar a nadie. Roberto estaba con los demás voluntarios, unos diez salvadoreños que se solidarizaron con la calamidad, decena que después creció bastante. Buenas personas se acercaban por momentos para regalarles agua o algún trozo de pan. De pronto, caída la tarde, después de incansables excavaciones, se empezaron a encontrar las primeras personas muertas. Eran tres: dos muchachos y una señora de edad. Sus cuerpos fueron colocados unos junto a otros en la improvisada morgue. Muy pronto llegaron peritos forenses, quienes, después de tomar notas y fotografías, ordenaron que los cadáveres fueran envueltos en bolsas negras y trasladados hacia Medicina Legal. Ya entrada la noche Roberto se sentía agotado. Muchos habían empezado a irse. Él quería irse también; pero algo dentro de sí gritaba: «No te vayás, no te vayás». Repentinamente algo pasó. A unos cuarenta metros de él alguien gritó: « ¡Una mano, una mano...!» Todos corrieron para tratar de ayudar. El cuerpo completo estaba enterrado y sólo su mano derecha sobresalía en la superficie; estaba muy pálida y tenía rastros de esmalte transparente en las uñas. Los socorristas alejaron a los otros voluntarios un poco del lugar y hábilmente hicieron su trabajo. Ellos, con destreza, arrebataron de la tierra abrazante el cuerpo de una mujer de unos 30 años de edad; su cadáver fue encontrado sobre la mesa del comedor destruido de una casa, bajo metales retorcidos, trozos de madera y otros escombros; estaba sucio y en las primeras horas de descomposición; pero también había abundante sangre desecada en su cabeza. Roberto no podía imaginar quién era… Se acercó por curiosidad primero; pero también porque le pareció ver algo fuertemente familiar en ella. Cuando vio su cadáver, con el rostro totalmente cubierto de tierra, irreconocible al principio, sintió una aguda estocada en el corazón: era el presentimiento de lo peor. Era la dolorosa corazonada. Eran sus pies, eran sus manos, eran sus labios… -¡Yo la conozco! –gritó Roberto. Observó con atención el cuerpo de Isabel. ¡Y ahí estaba el tatuaje de un colibrí verde, en el muslo izquierdo! Cuando se dio cuenta de que era ella, que era Isabel, Roberto no pudo más que sentir incredulidad. Seca y chocante incredulidad. Las preguntas rondaron como hormigas rojas en su cerebro. « ¿Qué hace ella aquí? ¿Estuvo aquí la noche anterior al terremoto y por eso no llegó a dormir a su casa? »
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-¡Isabel! ¡Isabel! –musitó Roberto casi si fuerzas, desconsolado, junto a los restos de ella. Y luego, con el breve tiempo y la prontitud que se requiere cuando es un ser humano amado el que muere, Roberto se aterró con la noticia y la asimiló con dolor y amargura... La mano de alguien –no supo nunca la de quién- le dio palmadas en la espalda.
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II
ESTEBAN
Con el pasar de los días, con la sucesiva muerte y el nacimiento de la luna y el sol, me remonto inevitablemente a aquellos días en que Roberto e Isabel compartían sus vidas… Roberto e Isabel se encontraban en la cama, acostados el uno junto al otro, sudorosos y jadeantes. Se miraban a los ojos y sonreían. Estaban muy cómodos con la presencia del uno y del otro. Roberto, a la derecha de Isabel, acariciaba con su mano y besaba el tatuaje verde en forma de ave que Isabel tenía en el muslo izquierdo. -Isabel… tu colibrí… En todo momento tengo ganas de besarlo. A veces, en medio de mi rutina de trabajo me acuerdo de él. ¡Cómo me gusta tu colibrí, Isabel! -A mí también me gusta. Forma parte de la historia de mi vida. -¿Tu historia? -preguntó curioso Roberto. Isabel sonrió. Pero a medida que empezó a hablar su sonrisa se fue borrando. -Es un símbolo de la libertad –continuó Isabel-. Siempre he querido volar, volar para alejarme de los momentos amargos que me ha tocado vivir. Roberto acarició con ternura el rostro de Isabel, que ya se había tornado serio. -Isabel… ¿te pasa algo? -No, nada, nada, sólo estoy recordando… E Isabel se vio a sí misma, siendo niña, junto a su padre y a su madre. Los recuerdos cayeron como cascadas cristalinas, interminables…
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Y es que Isabel tenía unas raíces interesantes que deben mencionarse. Y me parece que la mejor manera de empezar es hablando de uno de sus progenitores: Esteban, su inolvidable padre. Él es una persona imprescindible en esta historia. La relación que Esteban estableció con Isabel fue muy firme desde el principio. Desde que era una pequeña niña hasta llegar a su adolescencia, siempre recibió de él su amor y su tiempo. Varias veces a la semana Esteban jugaba con ella y se conectaba a ella con una empatía sin igual. Esteban le contaba a la pequeña Isabel, con pasión inigualable, las historias verdaderas o inventadas más interesantes y alucinantes que ella oiría alguna vez. Él y ella, tenían además tertulias musicales que eran verdaderas clases estimulantes para crear sensibilidad y amor hacia la música; escuchaban una y otra vez incansablemente -¡y con agrado!- el más variado repertorio musical. Este último punto fue crucial para engrandecer el lazo de unión entre ellos. Esteban nació un 12 de octubre de 1940, en la ciudad de Atiquizaya, departamento de Ahuachapán. Su niñez fue alegre y tuvo siempre todo lo que un niño de su edad y de su época podía desear. Creció entre su natal Atiquizaya y la ciudad morena de Santa Ana; pero con frecuencia se iba hacia el campo con su padre, quien era un hacendado exitoso, acompañándolo en sus tareas diarias de dirigir sus prósperos cultivos y su ganado porcino y vacuno. Allí disfrutaba de dos cosas principalmente: de los ríos de los alrededores de la ciudad, en donde aprendió a nadar con habilidad, y de comer de una forma silvestre su fruta preferida, el mango (ya fuera tierno, sazón, maduro o viejita, devoraba sin parar esa sabrosa fruta subido en los árboles). Le gustaba caminar entre las malezas del campo o cabalgar sobre su caballo favorito, «Tormenta»; Esteban tuvo cierto entrenamiento hípico y se instruyó muy bien en el cuido de los agraciados corceles. A veces por las noches, siendo Esteban un niño, su padre lo llevaba a cazar conejos y algunas otras veces se adentraban en las montañas más heladas y tupidas de árboles para, con sigilo y paciencia, cazar venados. Entonces no se pensaba que esos bellos animales estuvieran al borde de la extinción en nuestra patria. Por lo demás, el padre de Esteban cazaba un solo animal en cada travesía y no sentía culpabilidad alguna por eso. Siendo un niño y siendo hijo único, Esteban compartía también mucho de su tiempo con sus amigos, de quienes sólo estaba separado por un par de años. Juntos jugaban plenamente en el agro y aprendían de igual forma a convivir y a desarrollar habilidades agrestes; así como de la misma manera estudiaban y se instruían en el colegio. Para Esteban fue una época vivificante hacia el desarrollo de su imaginación y de su destreza para resolver problemas. Su padre, un hombre entusiasta de la Literatura y con una cultura amplia, le hablaba de Historia pero igualmente de las cosas simples de la vida. Su padre era un hombre bondadoso e inteligente, con una influencia tremenda y positiva sobre él.
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Su madre era muy amable y muy entregada a su cuidado y siempre se la pasaba muy pendiente de los pequeños detalles de la casa, la cual lucía limpia y ordenada. Era una mujer con una tendencia fuerte en dirección a la religión cristiana, aunque no hacia los ritos, sino más bien hacia su esencia. Así que “amaos los unos a los otros” era su código profundo de vida y ella se consideraba a sí misma como una especie de «católica liberal». Esto penetró sin duda en el corazón de Esteban. Su madre solía ser además una cocinera maravillosa; era una especialista en comidas típicas como el chilate, el atol shuco, los tamales dulces y salados, el atol de elote y las pupusas. Y su sopa de patas era un verdadero manjar. Esteban desde niño enfrentó las faenas del campo con alegría y coraje, tal como enfrentaba los retos que le presentaban la escuela y la ciudad. Nada parecía amedrentar al niño Esteban y casi nada parecía tampoco poder arrebatarle el buen sentido del humor. A veces se mostraba polémico, pero generalmente lo hacía de una forma propositiva y tranquila. Durante su adolescencia fue un estudiante tenaz y muy inclinado a la lectura, en cierta forma guiado por su padre. Su voz profunda, con un aire de natural autoridad, siempre alumbraba palabras adecuadas al momento; lo mismo podía expresar un concepto científico ante sus familiares, así como una pícara respuesta ante algún vecino. A Esteban le gustaba también, durante sus días de pubertad, departir con sus amigos en las esquinas, mientras escuchaban música, a través de un pequeño radio de transistores; en esas reuniones no faltaban las bromas y las risas sonoras. Regularmente algunos de ellos visitaban al «viejo Juan», un anciano sabio de la ciudad, quien, siendo un amante nato de la música y un cultivador incansable de ella, les tocaba la marimba, la concertina o el saxofón y después, bajo la luz pálida del «parque Viejo», les contaba remotas anécdotas de principios de siglo. Esos días compartidos con el músico eran días como tesoros, en los que ni la radio ni la televisión (ese invento nuevo que sólo unas pocas personas tenían en la ciudad de aquellos días) se interponían entre el concierto musical en vivo, el lenguaje oral y el ávido y paciente oído. A mediados de los años sesenta, Esteban era un joven de veinte y cinco años de edad, con la piel curtida y requemada, cabello ondulado y ojos de un verde oscuro, con un iris que, si se lo miraba de cerca, parecía estar formado por pequeños pétalos de flor. Y al alcanzar la adultez, Esteban fue un hombre muy complejo; pero muy accesible. Conversaba abiertamente con todos; pero constantemente meditaba sobre el porqué y el para qué de la vida. Y su conclusión había llegado a ser muy simple: que la vida servía para compartir, ayudar y ser feliz. Era y se sentía muy respetado y querido por sus vecinos. Siempre estaba de una u otra manera involucrado con la comunidad. Para él eran tiempos de regocijo y asimilación del mundo. Es conveniente también dejar claro que Esteban vivía entre dos mundos: el urbano y el rural. Y él estaba muy conciente de ello. En la ciudad vestía de traje formal; en el campo, de botas, sombrero y machete. En el campo trabajaba bajo el sol entre sudores y
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plantas, entre barro y cabezas de ganado; en la ciudad trabajaba con las ideas y las palabras. Esteban podía descifrar el canto de los pájaros y el lenguaje del viento; conocía las huellas de los animales y los mensajes del clima. Pero también podía ser muy agudo y sensible en el entendimiento del arte y lo abstracto. Por eso al regresar a su casa, abría los libros más fascinantes y los leía con anhelo de niño. En su modesta biblioteca heredada de su padre y alimentada por él mismo, no faltaban Borges, Henry Miller, Stevenson, Neruda, Nietzsche, Salarrué, Arturo Ambrogi, George Bernard Shaw, Fiodor Dostoievski, J.J.R. Tolkien, Claribel Alegría, Roque Dalton, Claudia Lars y William Shakespeare, entre otros. Así como también libros de historia, geografía y leyes. No obstante, sus favoritos durante mucho tiempo fueron los libros de Jorge Luís Borges, tanto que la noche que releyó una y otra vez «El inmortal» y «El jardín de senderos que se bifurcan», resultó tan satisfecho de esos cuentos que pensó que ya no quedaba nada más por leer en el mundo; esa noche Esteban durmió muy intranquilo. Por supuesto que al día siguiente ya estaba sin escape enredado con el libro de algún otro autor. Y sin embargo, siempre regresaba a Borges, con transparente lealtad. También la combinación de música y literatura era una cosa fascinante para Esteban, como el cuento «El perseguidor», de Julio Cortázar. Además amaba los libros, con la manía de los coleccionistas, no sólo por su contenido, sino también por su presentación, por el arte con que habían sido editados. Uno de sus libros más apreciados era uno de pasta dura, de hojas de papel de cebolla, de tamaño casi de bolsillo, editado e impreso en Madrid en 1953: Los hermanos Karamazov, con traducción directa del ruso, prólogo y notas de Rafael Cansinos Assens. Del mismo modo, Esteban entendía con claridad la música; era un melómano sin remedio y disfrutaba de un amplio arco iris sonoro: desde las más sencillas rancheras hasta las obras de Beethoven y Stravinsky, pasando por los más variados músicos de Jazz. Algo interesante de mencionar es que Esteban recibió de su padre, con mucho orgullo y alegría, una vieja partitura musical escrita de puño y letra de la mano de Agustín Barrios Mangoré: “La Catedral”; el padre de Esteban la adquirió directamente de las originales manos del guitarrista genio, con quien había trabado amistad en San Salvador. Esteban guardaba con recelo el texto musical en un cofre, bajo llave. De entre todos los músicos sus favoritos eran Miles Davis y Ludwig Van Beethoven, por razones un poco objetivas y con mucho de subjetividad (como muchas de nuestras más sinceras preferencias), de quienes tenía numerosos discos de 33 y 78 revoluciones, en su mayoría traídos desde Los Estados Unidos. Pero por supuesto, como ya había mencionado antes, no sólo tenía discos de Jazz o de música académica. Un ejemplo era su colección de música afro antillana y de boleros, discos de Gardel y de Pedro Infante, así como también el disco Abbey Road de Los Beatles, que era una de las grabaciones a las que más le tenía aprecio. Con el tiempo su colección crecía. Le gustaba, por ejemplo, Leo Dan, porque sentía que en su música y en sus letras sencillas, directas, sin una gota de poesía, había una belleza muy grande; y por otro lado, sentía que en la poesía de la música y las letras de las canciones de Silvio Rodríguez, había otro tipo de belleza, nada menor, por supuesto.
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Pienso que una de las razones para que Esteban amara tanto la música y tuviera una visión bastante desarrollada de ella, era que en su casa siempre había habido música sonando y que además su padre había fomentado en él su natural inclinación artística, así que Esteban podía tocar guitarra, “traveseaba” un poco el piano y tenía nociones básicas de solfeo, conocimientos aprendidos en Santa Ana con un profesor de música privado y en Atiquizaya a través de su coterráneo el «viejo Juan». Otro amor indiscutible de Esteban era el billar. Tenía una mesa en su casa con varios tacos, tizas y guantes, y un pequeño minibar junto a la mesa, con algunas bebidas como ron, tequila y uno que otro vino. Jugaba al menos tres veces por semana y su hija Isabel era una aprendiz aventajada. Pasaban horas y horas platicando y jugando bola negra, mirando los esféricos correr, fluir y golpear, entrar en las buchacas y romper, como una embestida salvaje y feroz, el triángulo de coloridos y sólidos globos pesados. Isabel miraba y observaba a Esteban. Había una belleza casi poética en él, reclinado sobre la mesa de billar, agazapado, acechando la bola número 15 ó la número 1 como un leopardo a una gacela, con la mirada dispuesta al ataque, en actitud de serena disputa. Y el ruido de las pelotas de marfil, chocando unas contra otras, era casi una música primitiva, pero elegante. Eran, por otro lado, recurrentes los viajes de Esteban a San Salvador, donde se reunía con antiguos amigos y amigas de la universidad, con quienes compartía sus gustos y preferencias. Aunque con el pasar de los años eran aún más frecuentes las reuniones con otros agricultores y gentes del campo, a la luz de fogatas y conversaciones, en su hacienda «Las Margaritas», entre comidas y bebidas típicas, en donde no faltaban las tortillas, los frijoles y los chicharrones, el chaparro y la chicha; aunque Esteban prefería con moderación casi siempre beber ron. En las manos de muchos siempre había una humeante taza de café, cultivado en sus tierras. Pero las tardes de 1971, cuando Esteban estaba en una de sus mejores épocas, son dignas del recuerdo. Los paisajes azules y anaranjados en el cielo, el verde, el gris y el café en la tierra lo atrapaban emocional y artísticamente. Aun cuando esas tardes habían sido tan cálidas, casi insoportablemente: un vapor caliente picoteaba la piel y los ojos. Así que todos estaban esperando ansiosamente la estación lluviosa, especialmente los campesinos. Sin embargo Esteban, aunque le interesaban sus cosechas, esperaba el invierno por una razón muy urbana: la agradable sensación de ver llover, la poesía de las gotas en el rostro, la infantil alegría de pisar charcos. Porque, según Esteban, esa era la diferencia básica entre los hombres y las mujeres: el hombre nunca deja de ser niño, por eso su fantasía siempre está despierta; en cambio las mujeres están más interesadas en los asuntos prácticos y triviales de la vida. Por supuesto que estas ideas lo llevaron a tener choques inevitables con las féminas. No se puede negar que sus pensamientos, salidos de ese intenso corazón que tenía, resultaban atractivos y fuertemente atrayentes. Pero estas ideas con respecto a la mujer cambiaron radicalmente cuando nació su hija Isabel, en noviembre de 1972. En realidad él esperaba un varón; pero no sintió decepción alguna al saber que era una niña. Es más, su nacimiento se celebró con una fiesta campestre, con mariachis, tamales pisques (o ticucos) y sopa de gallina india.
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En ciertas cosas Esteban era un excéntrico; siempre que visitaba la ciudad vestía, como ya dije, de traje completo y limpio. Ya en esos días era muy poco frecuente que los hombres usaran traje formal, a no ser para asistir a una boda o a un funeral; pero Esteban no estaba interesado en las modas, sino más bien seguía sus propias costumbres. Amaba ciertas cosas, como amaba la música y la literatura y, de la misma manera, amaba la ropa, casi de una forma intemporal. Además daba clases «ad honores» de Literatura dos veces por semana en el bachillerato, a un selecto grupo de estudiantes interesados en la materia y así es como le gustaba vestir en sus clases. En realidad no eran clases formales en el sentido estricto de la palabra, sino más bien, eran un compartir, eran una intensa motivación para que los estudiantes leyeran y que entendieran y disfrutaran lo que leían. Tenía una bonita casa en la ciudad; pero a veces se quedaba a dormir en la casa grande que estaba en el casco de su hacienda. Una mañana se levantó temprano, como cada mañana, se bañó, se vistió y dirigió hacia Atiquizaya. Llegó a la pequeña urbe con un aire de alegría inocultable y vestido de traje totalmente blanco. En el parque San Juan, camino a la principal tienda, se encontró a unos jóvenes irreverentes y amantes del alcohol. -Buenos días, don Esteban, que temprano se le antojó hacer la primera comunión. Sólo le falta la candela -dijo en tono de burla uno de ellos, mientras los demás se reían. -¡No, si aquí te la traigo! –respondió Esteban, tocándose los genitales. Las risitas explotaron en verdaderas carcajadas. Otra de sus actuaciones memorables (y que explica la razón fundamental que le confirmó el querer trabajar las tierras que heredara de sus padres), fue un par de años antes: el día de sus exámenes privados para optar al grado de doctor en Jurisprudencia. No se puede negar que en su actuación en ese caso hubo en él algo de insolencia, pero también, estoy seguro, mucha sinceridad. Lo que pasó es que cuando el jurado que lo examinó terminó de interrogarlo, estupefacto por el hecho de que Esteban no hubiese fallado ni una tan sola de las preguntas del examen oral, fue embestido por las palabras seguras de Esteban: -Ahora me toca a mí preguntarles a ustedes –les dijo, siendo el joven impetuoso de siempre, con una sonrisa en los labios. Y el jurado, conformado por tres prominentes abogados, aunque de mala gana, aceptó el reto de Esteban. Para vergüenza de tan sobresaliente sector profesional, el jurado falló un 40% de las preguntas. Así que el día de la graduación, Esteban se presentó a la universidad y al recibir el diploma, lo rompió en varios pedazos en frente de todos y preguntó, con una sonrisa de libertad: -¿Y ustedes me van a dar un título a mí? Y se marchó, con serenidad, ante un público estupefacto, que no sabía si aplaudir o maldecir la afrenta del graduando.
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Creo que en el fondo esta arrogancia de Esteban demostraba claramente una cosa: él nunca quiso ejercer como abogado. Se dedicó desde entonces de lleno a la agricultura y al ganado en las fértiles tierras de Atiquizaya y se fue a vivir unos días en la ciudad y otros días en el campo. En la hacienda remodeló la casa grande, dotándola de casi todas las comodidades de la metrópoli. Desde entonces Esteban no creyó más que en la auto enseñanza y se insertó verdaderamente en los libros infinitos. Unos años después de “su graduación” en uno de los viajes de negocios a Santa Ana, Esteban se enamoró y casó en 1966 con una mujer de apariencia bellísima: Rocío. Sus primeros años de matrimonio fueron muy armoniosos y llenos de amor. Rocío y Esteban habían conseguido una compenetración mutua muy grande. Pero en este punto y por otra parte, quiero adentrarme junto al lector en una circunstancia muy importante que unos años más tarde hubo de afectar el equilibrio emocional de su hija Isabel. Fue una cosa casi innombrable que la atormentó abismalmente. Y esto que ocurrió y que un poco más adelante contaré con explícitos detalles, inició, se podría decir, mucho antes de que Isabel naciera. Fue a finales de 1970. Quiero que se entienda que fue algo que fue creciendo poco a poco y con los años. Todo comenzó cuando Esteban, ya con tres años de matrimonio junto a Rocío, empezó a recibir las visitas de Salomón, un ex compañero de escuela. Fue una alegría reencontrarse. Compartían hablando de música y sobre cuestiones de agricultura y ganadería. Recordaban emocionados sus días de infancia y de escuela. A veces salían juntos los tres, es decir, Esteban, Rocío y Salomón, a comer y a tomar cerveza. De tal manera que una relación también de amistad empezó a gestarse entre Rocío y Salomón. Incluso a veces hablaban por teléfono, con tal suerte que la confianza fue ascendiendo más y más entre ellos. Cuando Salomón llegaba a la hacienda “Las Margaritas” ella se desvivía en atenciones hacia él y Esteban con su característica ingenuidad y seguridad, no pensaba que hubiese nada malo en ello. Sin embargo Candelaria, la empleada doméstica y Eustaquio, el caporal, habían percibido una cierta malicia en esa “amistad” y realmente no les gustaba que Salomón visitara la casa. No obstante, como empleados que eran, nunca se atrevieron a decir algo a Esteban. Y así fueron pasando los años, entre visitas y salidas, entre lecturas y fiestas, entre el pan y el vino compartido de vez en cuando. Convendría tal vez hacer una breve pausa para hablar un par de líneas sobre la vida de Salomón. Este hombre nacido en Apaneca era hijo de un hacendado de la región, originado de una relación fuera del matrimonio. En varias ocasiones, durante su niñez, tuvo problemas con otros compañeros, debido a que Salomón era de una personalidad un tanto pendenciera. Esteban y Salomón estudiaron en el mismo colegio durante algún tiempo y los roces entre ellos fueron ineludibles, pero nunca tan importantes. Debido a su conducta casi anti-social y de rebeldía, así como debido a su origen bastardo, Salomón fue prácticamente excluido por su padre, un hombre serio y conservador que lo desdeñaba de cierta manera. Y por lo mismo nunca le dio el trato que le dio a sus otros hijos: sólo le heredó un pequeño terreno cerca de Ahuachapán y una suma de dinero no revelada y que le sirvió para invertir en una empresa de un primo suyo, por la cual obtenía ciertas ganancias mensuales. Pero principalmente Salomón se ganaba la vida trabajando en la agricultura y comprando y vendiendo cabezas de ganado vacuno. Por supuesto sus ganancias no se comparaban con la cantidad de dinero que tenían sus hermanastros.
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Aclaremos también en este momento algunas cosas sobre Rocío. Era, tengo que repetirlo, una mujer bellísima. Y era innegable que la mujer tenía un espíritu con inclinación a lo fogoso de la carne. Ella era el sueño de todo hombre. Pero no había perversidad deliberada en ello, era sólo su natural forma de ser. Su caminar, la manera en que se tocaba el cabello, la forma y el color de sus ojos, toda ella era un símbolo de lo femenino. Su irreversible genética. Espero que no me malinterpreten, pero prefiero redundar: no es que ella fuera una mujerzuela; al contrario, era una mujer honesta y que respetaba sus votos matrimoniales. Pero es un hecho que las personas cambian, mudan sus sentimientos, para bien o para mal, es lo habitual y una constante de la existencia. Al parecer de Candelaria y Eustaquio, veían en los gestos de Rocío y en su manera de conducirse, algo que se alejaba mucho de los convencionalismos de la región. Y como es sabido hasta por el más ignorante, la complejidad de la mujer en el área sexual no depende ni se rige bajo las mismas reglas que las del hombre. Y como bien se sabe, los amores entre el hombre y la mujer son caprichosos cometas, breves relámpagos que iluminan el cielo de sus almas. Cuando aparecen son una delicia de observar, cuando se van sólo les dejan una oscura tormenta, un sordo dolor partiéndoles el pecho y que algún día, por fortuna, también se va. Porque de eso están hechos los hombres y las mujeres. De golpes a cada paso. De lágrimas como ríos insatisfechos. De viento crudo y frío. Pero de cada moretón que les crece en el alma y de cada grave caída en la cual se pierden en las profundidades, se curan milagrosamente y se levantan cada vez más fuertes. Y sin embargo, nunca dejan de ser vulnerables. Se pasan la vida tratando de aprender a vivirla. Así que en forma similar a la tragedia de Shakespeare, en la que Otelo y Desdémona terminaron fatalmente, así también concluyó la historia de Esteban y Rocío; aunque en circunstancias y desenlace diferentes. He aquí lo que sobrevino. Ese día del año 1984, le fue asignada una tarea al caporal Eustaquio, empleado de confianza y amigo de muchos años de Esteban:
-Necesito, Eustaquio, que vayás a mi casa y traigás el machete nuevo que está en el armario del comedor. Si no lo hallás, decile a Candelaria que te lo busque -dijo Esteban, con amabilidad, pero con la firmeza del que manda. -Ahorita mismo, patrón. Eustaquio, un hombre de más o menos 50 años de edad, se había iniciado siendo casi un niño en los trabajos del campo a las órdenes del padre de Esteban. Así que en la relación de trabajo entre Eustaquio y Esteban había también cierto aire de familiaridad, de confidencia y cordialidad. Eustaquio era un hombre fuerte pero de pequeña estatura, impulsivo y
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valiente, de temperamento enérgico. Era también servicial y trabajador, muy compenetrado en sus labores. De tal manera que Eustaquio se marchó muy obediente cabalgando un hermoso caballo negro. Unas nubes oscuras en el cielo anunciaban la lluvia que se avecinaba. El viento empezaba a soplar con más fuerza. Eustaquio llegó a la casa de la hacienda y amarró a un árbol al oscuro rocinante. Unas pequeñas gotas de lluvia empezaban a caer. Entró a la casa con naturalidad y se dirigió al comedor. Ya con el machete en la mano se disponía a salir, cuando unos gemidos femeninos de placer en el dormitorio le llamaron la atención. Intrigado, caminó hacia el dormitorio con sigilo. Los truenos empezaron a retumbar afuera de la casa; el viento agitaba con fuerza una ventana; la lluvia entonces cubrió la casa como una túnica arrolladora. Eustaquio abrió la puerta del dormitorio de golpe. Sorprendido, encontró desnudos sobre la cama a Rocío, la mujer de su patrón, con su amante Salomón. El caporal, al ver la inesperada escena, sintió que la sangre le corría caliente por la cara. Eustaquio conocía muy bien a Salomón y siempre había sentido desagrado hacia él y al verlo, su ideología conservadora, su rígida moral y su propia visión del mundo se vieron golpeadas. Una ira incandescente envolvió su cabeza. Un instinto violento levantó cercos alrededor de su razonamiento. Fiel como un perro y sin pensarlo mucho, Eustaquio sintió la afrenta de otro como suya propia y sacó entonces de la vaina con un criterio indomable el machete filoso para agredir al amante de la esposa de Esteban. Aquel desenfundó también su machete, el cual tenía a la orilla de la cama y se defendió con agresividad. Se desencadenó una batalla frenética y casi primitiva. La mujer se interpuso entre ellos tratando de detenerlos. Trozos de carne y borbollones de sangre –¡explosivos en siniestros caminos!profusamente saltaron como perdigones por un lado y por otro. Rocío pegó un grito desgarrador, de dolor intolerable. La batalla fue breve, pero inclemente. Eustaquio cayó muerto al suelo, con el rostro rayado de heridas y semidecapitado; su miembro superior izquierdo estaba cercenado en el antebrazo; tenía además una herida profunda en el abdomen. Salomón, por su lado, con heridas en el tórax, los brazos y el rostro sangraba copiosamente. Lejos del casco de la hacienda los truenos y el viento se escuchaban también con ferocidad. La lluvia se precipitaba aceleradamente. Las ramas de los árboles se mecían con fuerza y Esteban se inquietó. No había donde protegerse de la lluvia y Esteban montó su caballo blanco. A galope suelto se dirigió a su casa del casco de la hacienda. Su inquietud iba en aumento. La lluvia era un manto transparente. En la lejanía Esteban parecía un jinete mágico, un cuerpo viril y veloz, una sombra brillante poblada de misterio y eternidad. Prácticamente había venido pisándole los talones a Eustaquio. Esteban llegó bajo la lluvia pertinaz al casco de la hacienda con una sensación como si un instinto o corazonada inexplicable lo empujara hacia el camino. Bajó del garañón domado y notó que el caballo de Eustaquio estaba pastando cerca. Entró con rapidez a la vivienda.
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Al entrar a la infausta casa escuchó sonidos extraños. Caminó entonces hacia su dormitorio y encontró casi en el umbral de la puerta el cadáver desangrado y tibio de Eustaquio, sobre el suelo teñido. Levantó la mirada y sorprendió a Salomón herido de gravedad, quien, al ver a Esteban, no vaciló en sacar su revolver 38 y dispararle sin previo aviso, directo al corazón. El sonido del arma fue una especie de reverberación opaca. Esteban alcanzó a ver a Rocío semidesnuda y se desplomó instantáneamente sobre el suelo. Aunque yo supongo que sí, no sé si comprendió las razones exactas del porqué se le disparaba, porque todo fue muy rápido. Esteban murió casi en el acto. Escondida tras la puerta y observándolo todo estaba la empleada doméstica, Candelaria, callada y envuelta en lágrimas y miedo. Repentinamente Isabel, de 12 años de edad, se acercó a la escena de la tragedia; Candelaria la alejó inmediatamente, pero la niña, temeraria, se le escapó de las manos y corrió hacia adentro del dormitorio. -¡Isabel! -gritó impotente Candelaria. *** Continuaré diciendo, sobre el impactante hecho, que minutos después, Salomón ensangrentado y peligrosamente herido fue recibido en la Emergencia de un hospital privado de Santa Ana. Una doctora lo atendió con rapidez y a los pocos minutos se acercó a la mujer que lo acompañaba para interrogarla y conocer los detalles sobre lo que había ocurrido. Pudo ver que era una mujer elegante y con apariencia de cierta solvencia económica. A las palabras de la doctora ella no contestó nada, sólo bajó el rostro y sollozó. Su mente era una tormenta con rayos y truenos. Los recuerdos frescos de violencia eran como grandes olas saladas sacudiéndole la conciencia. Como la doctora entendió que Rocío no le contaría nada y además la vio llamativamente manchada de rojo, le preguntó: -¿Está usted bien? Y la mujer, cubierta con un suéter, no respondió nada otra vez; sólo se descubrió un poco para mostrar su miembro superior izquierdo aún sangrante, protegido por un apretado torniquete, con la mano totalmente amputada. -¿Y -preguntó sorprendida.
la la
mano? doctora,
Y a la par de la mutilada mujer, sin responder
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tampoco nada, la niña que la acompañaba, extrajo de su mochila la cianótica mano salpicada; la chiquilla de 12 años de edad, con el rostro petrificado, como perdida en un sórdido sueño, se la entregó a la doctora. Esa pequeña niña era Isabel.
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III
JONÁS
El día del funeral de Isabel atardecía en el cementerio. Jonás, su esposo, estuvo acompañado por numerosas personas. Hubo llanto y congoja. Se cumplieron los ritos y ceremonias usuales. Sobre el ataúd cayeron los múltiples y largos dedos de la tierra, que se apoderaron finalmente del cuerpo de Isabel. Roberto no pudo evitar asistir al sepelio, pero clandestinamente, guardando una prudente distancia. Rocío, quien había entrado a El Salvador hacía unas pocas horas, veía como Candelaria sostenía en sus brazos a Martita, su nieta. Con lentes oscuros y con el rostro inmutable como estatua de cera, Rocío pensaba que regresar a su país para mirar a su hija muerta no era la manera en que ella se lo habría imaginado nunca. Jonás, parado frente a la tumba de su esposa, depositó, mostrando tristeza, un ramo de flores. Algunas personas se acercaron para darle el pésame. Una señora de la tercera edad lo abrazó. -Lo lamento mucho, Jonás. Isabel era una mujer tan buena, tan joven. Jonás, con lentes oscuros, se mostró serio y sereno. Entonces las voces casi simultáneas de las mujeres empezaron a cantar: “Hay que morir para vivir, hay que morir para vivir, si el grano de trigo no muere solo quedará; pero si muere en abundancia dará un fruto eterno que no morirá. Hay que morir para vivir…”.
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Una de esas mujeres tenía especialmente una voz muy bella y afinada. Otras tenían voces viejas y carrasposas; pero todas unidas sonaban bastante bien. Roberto, escondido, al escuchar los cantos católicos derramó unas lágrimas. La música «a cappella» desgarraba al viento. Y Roberto se preguntó cómo era posible que estas fuertes mujeres pudieran cantar esas coplas sin llorar y manteniendo sus voces firmes. Desde lejos, conmovido, Roberto se limpiaba las lágrimas y observaba la escena. Por su lado Jonás sintió por un instante como si alguien lo observara, así que miró instintivamente hacia atrás, hacia donde estaba Roberto: pero no llegó a verlo, ya que éste se escondió detrás de una estatua que estaba sobre una tumba. Al terminar los paleadores de echar tierra sobre la tumba, las voces cantantes callaron. Y un silencio poderoso se apoderó del cementerio. Luego la gente se fue alejando lentamente. El sol era ya rojo y las nubes se adelgazaban coloridas a su alrededor. Roberto se alejó entonces de prisa.
*** Seductor y manipulador, Jonás era para entonces un hombre de aproximadamente 50 años de edad. Había llegado con el tiempo a ser un planificador brillante y audaz. Y aunque en apariencia se viera tan serio y bueno, a veces caía en la vorágine de la perversidad, como un esclavo de sus pasiones, hondamente extraviadas. Tenía varios negocios exitosos, entre restaurantes y ventas de ropa. Era amistoso con sus empleados, aunque en el fondo no se interesaba por su bienestar; era también efectivo para presionarlos y sacarles el jugo en el trabajo. Cuando se trataba de firmeza era frío en el pensamiento. Provenía de una familia de escasos recursos económicos. Su abuelo, originario de Sonsonate, trabajó como hojalatero durante un tiempo y luego como sastre. Su madre, quien murió muy joven, hacía tortillas para vender. Es curioso pensar que Jonás pudo no haber nacido. En el año de 1932, en Izalco, su padre fue arrestado y acusado de comunista, junto a miles de indígenas (que se habían levantado contra el régimen opresor del general Maximiliano Hernández Martínez), pero muy a tiempo fue salvado de la masacre por uno de los concejales de la Alcaldía de la ciudad, quien le dijo a los guardias que aquel hombre era “una persona que no se metía en política”; su padre fue liberado y poco tiempo después se vio envuelto en matrimonio, producto del cual nació Jonás. Su padre se mudó a San Salvador siendo muy joven. Era un hombre tosco, iletrado, muy machista y con una inclinación irresistible hacia las bebidas alcohólicas. Murió de cirrosis hepática cuando Jonás era apenas un niño de 10 años. Pero entonces Jonás tuvo la suerte de ser adoptado por unos parientes de su madre que se apiadaron de él y que tenían una condición económica bastante desahogada, por lo que no le faltó educación, comida ni casa. A diferencia de su padre, Jonás fue siempre un hombre ambicioso y trabajador, inteligente y perseverante, con un ímpetu envidiable en todas las empresas que se proponía, con un frenesí desquiciado que por momentos podía incluso atravesar los límites de lo deseable para convivir.
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Se hizo comerciante a mediados de los años ochentas, a partir de un negocio sucio de armas y luego expandió su negocio a otras áreas más aceptables, legalmente hablando. Con el éxito económico que alcanzó rápidamente, le era fácil conquistar mujeres. Era posesivo con ellas y no aceptaba el rechazo. Era caballeroso en apariencia pero enfermizamente dominante, violento en esencia e incluso asfixiante. Tenía un lado oscuro con el que se sentía muy complacido y a gusto. Las prefería jóvenes, delgadas y que fueran muy cuidadosas con su apariencia física. Pero una vez que las muchachas lo aceptaban pasaban por un proceso que casi se le había vuelto rutina y que consistía en adoración, obsequios caros, sexo continuo, sodomización y finalmente desprecio y despecho. El haberse casado con Isabel no cambió para nada su conducta y su proceder; excepto que lo del desprecio se revirtió hacia él.
*** En la década de los ´80, en esos tiempos de guerra como los que vivía El Salvador, la mayor obsesión de Jonás era su lucha anti-izquierdista. Una anécdota de su juventud que lo dibuja claramente podría ser esta: Una noche de agosto del año 1984, cuando el día estaba opaco y el invierno social había sembrado sus garras heladas en San Salvador (y la guerra civil tenía una mecha encendida de sólo apenas tres centímetros de largo), Jonás manejaba su vehículo con la mente totalmente plagada de ideas, ideas de las cuales estaba convencido hasta la médula. Jonás nunca había sido soldado ya que habiéndose criado, como ya dije, en una familia acomodada de la clase media nunca fue reclutado; pero estaba fascinado con las armas y su relación con los militares había sido a través de Gilberto, un capitán con ideas ultraderechistas y que había sido compañero y amigo suyo de la adolescencia. Esta actividad a la que estaba entrando la realizaba de una manera esporádica, pero con gran placer. Esa noche Jonás se estacionó. Bajó del carro y tocó el timbre de la casa que lo esperaba. Gilberto le abrió la puerta y entraron a una bodega. Ahí revisaron las armas que usarían. Revisaron el plan. Cenaron juntos y platicaron de cosas triviales. A las once y treinta de la noche se dirigieron a su objetivo. En el camino recogieron a dos sujetos más. Se detuvieron en un barrio pobre de los alrededores de San Salvador. Se pusieron sus máscaras pasamontañas. Se bajaron del vehículo tres de ellos y el conductor se mantuvo adentro. La calle solitaria los amparaba. A lo lejos se escucharon un par de detonaciones. Tocaron la puerta por costumbre, pero en realidad abrieron a golpes la puerta que no esperaba visitantes. En medio de los gritos de terror de sus hijos y de su esposa, un desafortunado individuo de unos 56 años de edad fue sacado a la fuerza, vendado de los ojos y sujetado de sus manos por la espalda. En el camino fue golpeado varias veces con la culata de los fusiles. Se detuvieron junto a un basurero. Lo bajaron a empujones y ya en el suelo, con sangre
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en el rostro, Jonás le quitó la venda de los ojos, le apuntó con una escuadra en la cabeza y se quitó él mismo la máscara pasamontañas. Esta era, en cierta forma, su manera de probar su fidelidad al Escuadrón de la Muerte. -¡No me matés, Jonás, yo fui tu profesor en la escuela! Jonás sólo tuvo una respuesta a la súplica: haló con frialdad el gatillo. La explosión firme y seca penetró en la frente y reventó la región occipital…
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IV
ISABEL y ROBERTO
-Ya no creo más en Dios. -¿El qué? –preguntó Roberto, intrigado. Isabel y Roberto estaban acostados el uno junto al otro. Esto ocurrió casi un año antes de la fatídica muerte de Isabel. -Me pasó algo fascinante –continuó Isabel- en un día inolvidable, en un día cargado de amor y de sana locura. Me la he pasado pensando tanto. Me siento como liberada, como un ratón que logra escapar de la trampa y al salir de ella se da cuenta que en su corazón hay un león salvaje, un majestuoso delfín o un sagaz halcón. Isabel, parecía estar en místico trance o como perdida en el tiempo y el espacio, y a su vez, su discurso era extrañamente lúcido. Roberto guardaba silencio, mientras la observaba bajo la luz de la luna, deslumbrado por su belleza. (Como telón de fondo sonaba suavemente «Réquiem», de Branford Marsalis: la percusión casi oculta, el bajo adecuado, el bellísimo solo de piano y el saxofón tenor se entremezclaban con las palabras de Isabel). Con los ojos brillando, hizo una breve pausa mientras acariciaba la mano de Roberto y continuó. -Me he pasado, la mañana y la tarde pensando, durante varias semanas o quizás meses o talvez años –continuó Isabel, esta vez casi en un susurro- y ya no creo más
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en Dios. Nunca nadie sabe cuando empiezan en el subconsciente a removerse piezas que creíamos rígidas y fijas, piedras o estelas, rocas duras y ásperas; nunca nadie sabe cuando un volcán despertará en lo más profundo de nuestros corazones. Y estas ideas no sólo son mías; sino también de mi amiga Marisela. ¿Te acordás de ella? Sus ojos miraban con ternura y tranquilidad a Roberto. -Sí me acuerdo de ella, hablé un par de veces con ella en la universidad. ¡Cómo olvidarme de esa activista antirreligiosa que le gustaba tanto ir al Lago de Coatepeque! Pero, Isabel ¿ya no creés más en Dios? ¿Te molestan las religiones? -Bueno -le contestó-, no quiero que me malinterpretés, no soy enemiga de las iglesias o de las religiones; mi ateismo es diferente al de Marisela. Por ejemplo yo admiré y sigo admirando mucho a algunas grandes personas creyentes, como Mahatma Gandhi o monseñor Óscar Arnulfo Romero. Pero lo que te quería decir es que Dios sólo existe en la mente humana. Dios es voluntad, inspiración, fuerza de espíritu. Es decir, yo he logrado abandonar la idea de que Dios existe, tal y como comúnmente se conoce o se cree conocer –un ser sobrenatural, omnipotente, omnipresente, etc.-; fue algo así como un viaje oblicuo, una mirada de lado y hacia arriba, un espacio que se abrió, una luz nunca vista, en plena madrugada, un espacio abierto que daba alegría y asombro al saber que existía un viaje torcido en el que el temor desaparecía; todo adentro de mi cabeza, pero todo en relación con el medio ambiente exterior. La cortina que ocultaba lo prohibido cayó arrugada; levanté la cortina y vi que aunque ya no podría ocultar más lo que solía esconder, era una bella cortina, llena de pasado y riqueza espiritual, era una tela de colores que muchos todavía quieren seguir teniendo y mirando y eso está bien si es eso lo que ellos desean. Yo por mi parte ya no tengo miedo de morir aunque no quiero morir; pero comprendo lo natural del proceso. Las plantas y los animales, los humanos, el sol y las otras estrellas, cada uno vive la vida que le toca y de la forma que quiere, cada quien vive el tiempo corto o largo según la especie y el género. Como dijo un gran escritor: “El chantaje del cielo ya no me conmueve”. Los seres humanos nacen, lloran y respiran, húmedos, tras su traumática salida a través del canal del parto, llenos de líquido amniótico y de sangre, buscando el aire desesperadamente; luego crecen, juegan y aprenden, piensan e inventan dispositivos, crean música, escriben libros y se embriagan con todas las demás artes, que como dijo Roque Dalton: “oh momento mágico, oh poesía de hoy, contigo es posible decirlo todo” y Shakespeare por su lado expresó: “el corazón del hombre es como un pequeño reino presa de la insurrección” y Pablo Picasso emitió con fuerza su palabra diciendo: “el arte es una mentira que nos acerca a la verdad”. Y enfrentados a la verdad de la vida los seres humanos trabajan y comen, comen y trabajan, trabajan, comen y duermen, tienen sueños y pesadillas, despiertan, trabajan y comen y luego nuevamente a trabajar, a soñar y a pensar. Muchos buscan afanosamente divertirse de las más variadas formas, en los sitios más concurridos o en las abandonadas tardes de una esquina cualquiera o buscan sólo perder el tiempo plácida o dolorosamente, disfrutan su gozo, disfrutan su pena; muchos otros se aburren inevitablemente por falta de ingenio y entre todos los seres vivos primitivos o complejos, los seres humanos son al mismo tiempo valientes y admirables, viles y cobardes, realizan las hazañas más increíbles como ir a la luna, derrotar de una pedrada a Goliat o sacar a los Ingleses de la India a través de la resistencia pacífica, y así también los seres humanos ensucian
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su conciencia y la belleza ejecutando los más inconcebibles atropellos, como llevar a la hoguera a Juana de Arco (y a otros miles de hombres y mujeres), como exterminar a ciento cincuenta millones de negros durante la esclavitud en Estados Unidos o asesinar sistemáticamente en la década de los ochenta en El Salvador a quien no pensara igual que uno. Y entre la grandeza y lo diminuto, entre la hipocresía y la sinceridad, los seres humanos continúan con su rutina y se continúan endrogando con todo tipo de sustancias materiales o espirituales y casi-casi también como los animales buscan su alimento y buscan sus parejas; los machos humanos son atraídos por las feromonas (y por otras delicias sexuales) hacia las hembras y éstas se ven fascinadas por el poder y el dinero o por las dulces palabras y los actos amables de los machos y luego, unos y otros, hombres y mujeres, copulan por placer o por amor. Comen, copulan y trabajan, se reproducen a mares una y otra vez y una y otra vez copulan y trabajan y vuelven a trabajar, hasta que el tiempo de la carne llega al punto de la flacidez y la soledad, al turno del olvido, la memoria y la nostalgia, a la estación del llanto y del dolor... y cuando la carga crece como una montaña en sus corazones humanos, la muerte aparece como un rico manjar ensordecedor e implacable, incolora y sin sabor, la esperada muerte que alivia todas las penas y dolores y arrebata así también toda la alegría y la felicidad del recuerdo; es el morir tan necesario como el nacer; morir es transformarse, es ser alimento de otros, es renacer, totalmente inconsciente, en mínimos fragmentos, en la sangre y en las células de otros... Entonces Isabel guardó silencio. Todo eso se lo dijo a Roberto con una sonrisa en los labios y una franca serenidad en la mirada. La luna seguía alumbrando. El contorno de la piel deseable y plateada de Isabel, bajo la incesante luz que irrumpía a través de la ventana, le hacía guiños y sonrisas a Roberto. El sudor de su piel, originado al hacer el amor, se secaba lentamente con la brisa fresca que penetraba a la casa. -Isabel, yo crecí en una familia católica. Hablar de Dios de la forma en que vos me lo estás planteando suena a blasfemia; sin embargo creo que no lo es y no siento miedo. -Talvez no sos tan católico ni tan creyente como creés. -¿Estás tratando de destruir mi fe? -Yo no estoy tratando de destruir nada. Sólo estoy perfilando lo que pienso. Si no te dijera esto, entonces yo sería una hipócrita. La confianza que me has inspirado hizo que yo te lo contara. Roberto le sonrió y guardó silencio. Estaba fascinado con sus ideas y sus palabras. Se sentía envuelto en una atmósfera extraña y placentera. No tuvo más remedio que amarla más, que enamorarse más de Isabel, como un saludable desequilibrado. Pero... ¿cómo amarla más si ella no se dejaba plenamente, si se alejaba como podía de Roberto en cada oportunidad? Isabel parecía un cometa que Roberto podía disfrutar fugazmente. Un cometa. Fue así desde el primer día en que ella entró en el dormitorio de Roberto.
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A Roberto lo hechizaba la actitud fascinante y desinhibida que Isabel tenía por momentos, esa especie de indiferencia al pudor natural. Una noche se paró frente al espejo y desnuda hasta la cintura puso sus manos en su rostro, sus labios y sus mejillas y luego se palpó los pechos, como sosteniéndolos y, vanidosa, volteó la mirada hacia Roberto y le sonrió con picardía… Hicieron el amor inevitablemente, como dos jadeantes salvajes, como dos adolescentes en celo irrefrenable. Roberto, agotado y feliz, durmió sin preocupaciones largamente toda esa noche. Eso ocurrió muchas otras noches. Pero siempre después, Isabel, la mujer casada, la chica con ideas liberales, pero casada, se marchaba de prisa, sin planes, sin adioses y sin hasta prontos. *** Numerosas veces Roberto e Isabel tuvieron sexo sin censura, infatigablemente durante la oscuridad o durante el calor del mediodía. Pero al terminar Isabel siempre desaparecía. Creo que su deseo por Roberto se había sumado a su sentimiento indómito de buscar la libertad. Pero hablar de amor, lo que es amor-amor, no me parece que sea lo más adecuado. Amor, de eso que uno nunca duda cuando se siente, creo que no. A veces le decía que lo amaba mucho; pero luego se esfumaba durante días. Marcharse así es algo inusual en las mujeres, que necesitan en esencia el contacto físico posteriormente al acto sexual; parecía como si ella sintiese culpabilidad de estar con Roberto y huyera de él como tratando de alejarse de ella misma. O probablemente esa evasión era la declaración de su desamor. Su amado cometa…
*** Roberto, médico de profesión, nacido en San Salvador el 20 de octubre de 1970, era un hombre alto, de complexión fuerte, cabello negro y piel trigueña, ojos profundamente brunos; tenía una sensibilidad peculiar hacia la música, lo cual fue un punto esencial para su conexión con Isabel. Le gustaba jugar baloncesto una o dos veces por semana. Tenía una forma inconfundible de mirar a los ojos y aunque era atrayente con su mirada brillante y atenta, tenía una imagen levemente demacrada, con sus ojeras y sus inyecciones vasculares, debido a los desvelos habituales. Su caminar era sereno pero como impulsado por un motor de eterna gasolina. Era un librepensador absorto y tenía una curiosidad nata, que lo llevaba a la investigación de otros temas no relacionados con la medicina. Sus amigos lo percibían como jovial, aunque serio en su trabajo y con una dedicación que casi tocaba lo obsesivo. Tenía una memoria excelente y una imaginación atolondrada pero abstraída. Le molestaba el fanatismo, ya fuese religioso, político o racial. Otra cosa que le fastidiaba, por su injusticia intrínseca, eran las largas horas de trabajo que tenía que cumplir como médico general en un hospital de segundo nivel, ubicado en uno de los departamentos de El Salvador. Tenía un horario realmente extenuante:
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trabajaba de siete de la mañana a tres de la tarde, de lunes a viernes, y además cada tres días hacía jornadas de siete de la mañana de un día a tres de la tarde del siguiente día (sumando un total de 336 horas mensuales), de tal manera que sus días libres se limitaban a algún sábado o domingo en que no le cayera turno. Las horas extras no se las pagaban. Quizás por eso había una tendencia en él a tener períodos de cansancio y casi de depresión. (Hay un decir popular por ahí bajó la mesa, medio en broma medio en serio, de que todos los que se comprometen a estudiar medicina tienen inevitablemente un rasgo psiquiátrico; unos más, otros menos). Bueno y es que no sólo el exceso de trabajo y las pocas horas de sueño influían en el hueco físico y emocional de Roberto, sino que además en su familia había habido personajes con todo tipo de enfermedades mentales, desde sencillos individuos ansiosos, pasando por hipocondríacos suicidas y obsesivo-compulsivos, hasta una tía francamente psicótica. No se vaya a creer que toda la familia de Roberto en la actualidad es una sarta de «locos», sino más bien que esto se había visto a través de la historia en su árbol genealógico; porque, además, para ser justos, debo mencionar que también ha habido en su ascendencia seres con gran desempeño en nuestra sociedad, como hábiles comerciantes, profesionales universitarios, un músico destacado en la sinfónica nacional y otros sujetos así por el estilo; algo tenía que heredar Roberto de toda esa gama de genes que había caído sobre su humanidad al nacer. Una anécdota interesante es la que se solía contar en las reuniones familiares, acerca de que Roberto había tenido unos antepasados inolvidables, tres generaciones antes, quizás no ilustres pero sí muy peculiares, y era el caso de tres hermanos, todos con su respectiva catalogación definitiva. Uno era “el hombre más fuerte del mundo”, el cual era capaz de de levantar una carreta cuando se atascaba en el lodo o de doblar con sus propias manos metales sólidos con una gran facilidad; este fuerte tío abuelo de Roberto falleció cuando, montando a caballo, chocó en plena carretera contra un camión en marcha: el vehículo motorizado quedó totalmente destruido e inservible y él permaneció moribundo un par de días. El otro hermano era “el hombre más terco del mundo”, el cual una vez se enojaba o tomaba una decisión era imposible tratar de cambiar su estado o convencerlo de lo contrario; en cierta ocasión, siendo un niño, después de que su madre lo reprendiera con regaños y un par de nalgadas, el impúber testarudo se metió debajo de la cama y en varios días nadie pudo sacarlo de allí; lo halaban de los pies, lo puyaban con palos o le arrojaban agua y él sólo contestaba con un gruñido animal; lástima que esa obstinación, que tenía este otro tío abuelo de Roberto, no la haya ocupado y orientado en cosas positivas. Y el último, que fue el abuelo de Roberto, era “el hombre más inteligente del mundo”, el cual habiéndose quedado huérfano a la edad de siete años, al igual que sus otros dos hermanos logró, a base de trabajo constante y mucho esfuerzo, construir un
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imperio –si se me permite exagerar- de negocios de agricultura y venta de accesorios de vestir. Pero dejando atrás todas esas referencias familiares, se podría decir que Roberto era un hombre bastante cuerdo y adaptado a su tiempo, accesible y responsable, que llevaba una vida normal (si se la puede llamar así), en espera, a mi parecer, de un brote psiquiátrico dentro de su lúcida cabeza, si la fatalidad lograra en algún momento tener éxito. A veces durante la madrugada y el peso del cansancio se le veía a Roberto por los pasillos del hospital como un zombi, caminando de un lado a otro, de la Emergencia a las Salas de Hospitalizados, de la Pequeña Cirugía a la Sala de Operaciones. Parecía un oscuro espectro, una cansada sombra que hacía surgir la luz al atender a sus pacientes. Suturar el cuero cabelludo de un niño que se había herido al caer de su bicicleta o correr a realizar una cesárea a una paciente embarazada con prolapso de cordón umbilical, eran casi una rutina ineludible y desgastante. Sin embargo Roberto continuaba trabajando de esa manera, porque la emoción que produce la adrenalina cuando baña a la sangre, es como una deliciosa sensación primitiva, como una droga de placer que golpea y arrastra, una adicción intensa difícil de dejar, aunque corroyente. Y Roberto, al igual que todo médico que ha vivido en los hospitales, sabía lo deteriorador pero también lo gratificante que podía ser el chocar en la Unidad de Urgencias con un grupo de macheteados o con una muchedumbre de heridos de bala, para tratar de ayudarles. *** Isabel, de profesión periodista, nació en Santa Ana en 1972; vivió durante sus primeros –y tan importantes- años de vida en la pequeña ciudad salvadoreña de Atiquizaya, en donde las particularidades del lenguaje ingenioso y burlón, ofensivo y atacante, vulgar y sabroso, le habían llevado a tener, en medio de San Salvador, entre tanto capitalino, una expresión verbal singularmente original, producto no sólo de las palabras –o palabrotas- que usaba en sí, sino también del acento característico que les daba, esa especie de tono en la voz como quien habla con cierta indignación pero en la cual no hay indignación alguna en absoluto. Durante los años de inicio de la guerra civil salvadoreña, Isabel era prácticamente una niña; todos esos años los vivió alejada hasta cierto punto de la violencia fratricida. Por supuesto que todos y cada uno de los salvadoreños que vivieron esa época fueron afectados por la violencia de una u otra manera; pero Isabel vivió esos días con cierta paz e inocencia, hasta que se presentó en Atiquizaya la muerte de 6 estudiantes en 1980. El caso es que los jóvenes entre 11 y 14 años, quienes se habían inscrito inocentemente como miembros del MERS3, fueron sacados de sus casas por la noche por los Escuadrones de la Muerte; sus cadáveres aparecieron asesinados y con señales de tortura en las calles y en diferentes partes del municipio de Atiquizaya. Las exequias al siguiente día fueron impresionantes y desgarradoras. Isabel, sin entender muy bien el por qué de los homicidios, grabó en su memoria aquellos acontecimientos. Durante su adolescencia, Isabel, que era una mujer muy bella, tuvo muchos pretendientes; tuvo una que otra relación de noviazgo, pero nada en serio.
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MERS: Siglas de Movimiento Estudiantil Revolucionario Salvadoreño.
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Es justo que diga que su pubertad estuvo llena de amor e instrucción; especialmente en el tiempo que pasaba con su padre; sus conversaciones eran siempre muy ricas y estimulantes; las historias de Esteban siempre le revelaban, sin fronteras, algo de nuestro país El Salvador o del mundo; ellas le hacían ver también las preferencias y gustos de su padre. Cuando empezó a verse con Roberto se podría decir que los encuentros entre ellos habían sido suaves colisiones frecuentes y que habían entablado mutuamente una relación fluida y constante... Habían hablado mucho y se sentía que entre ellos había crecido una confianza franca; así que se habían contado recíprocamente muchas cosas de su vida. Por eso la muerte de Esteban y la forma en que ocurrió, fue uno de esos traumas pesados y que cicatrizan grueso en el alma. Y ese queloide emocional y amplio que llevaba Isabel podía casi palparse cuando contaba su historia… Una vez Isabel le contó a Roberto como esa terrible tarde del crimen de su padre ella regresó sola a su casa. Entró como quien entra en otra galaxia, como quien ingresa en una pesadilla desmembrada, confusa y malévola. Recordó como se lanzó sobre el cuerpo de Esteban y desahogó todo su llanto, en un abrazo último. La escena era abrumadora, espeluznante, como sacada de un cuento de terror, sangrienta, inhumana, febril, macabra y convulsionante... los adjetivos y los conceptos se me agotan al pensar en ella. Con un trapo blanco Isabel limpió como pudo la sangre del pecho de Esteban y lloró desconsolada sobre el cuerpo ya sin vida. De pronto escuchó suavemente un llanto seco y reprimido y levantó su rostro. Se puso de pie y abrió el armario. Con inmensa sorpresa encontró a su madre, Rocío, acurrucada. Allí estaba ella con los ojos opacos y los labios temblorosos. En un pasillo de la casa, miró también a Salomón, quien se había arrastrado con mucha dificultad, tratando de salir de la casa. Isabel se enjugó las lágrimas y su mirada se perdió en la nada... Entonces comprendió todo. Pero Isabel no juzgó a su madre. Sólo la auxilió, la acompañó al hospital y le dio soporte psicológico; ella, que apenas estaba entrando en la adolescencia, que sólo era casi una niña, era en realidad casi una mujer en cuerpo y mente. Candelaria, siempre atenta y servicial, ya le había colocado el torniquete a Rocío en el antebrazo izquierdo y luego había salido a buscar ayuda…
*** Una de esas noches de amor insaciable también Isabel le contó a Roberto que años después de muerto su padre, buscó a Candelaria, testigo del asesinato de Esteban, para que le relatara paso a paso, detalle a detalle, todo lo que había acontecido esa noche de 1990.
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Candelaria, una anciana bondadosa, de piel y hueso, supersticiosa, discreta al hablar y al actuar, siempre con una sonrisa arrugada en su rostro, presta a trabajar y a servir, tenía ese no sé qué de sabiduría que tienen nuestras viejos de pueblo, que en una frase sencilla pero que se ha venido añejando con los años, expresan una verdad de la vida. -Niña, no haga que recuerde lo que no debieron ver mis ojos ni los suyos. -Candelaria, sólo usted puede ayudarme a saber. Tengo que acordarme y saber todos y cada uno de los detalles de la muerte de mi padre. -¿Para qué, niña Isabel? Eso sólo le va a trozar más su dolor. -No, Cande, usted no entiende. Sólo voy a curar este dolor cerrando ese capítulo de mi vida y mientras ignore detalles no voy a descansar. Este capítulo de mi vida quiero abrirlo sólo cuando yo quiera y no cuando a él se le antoje abrirse. -Vaya pues, niña –contestó Candelaria, con tristeza en los ojos-. Se lo voy a contar. Lo que pasó esa noche fue que… A lo lejos podía verse una bandada de zanates y clarineros que caían sobre un árbol de fuego, erizándolo. Un árbol de Cortés alumbraba con su vivo amarillo. Un árbol de Maquilishuat, con su flor rosada, era testigo de lo que se contaba. En la lejanía podía verse, junto al árbol de Fuego encendido de flores y de pájaros, a las dos mujeres hablando cercanamente. La pavorosa escena de violencia emergía y crecía en las palabras de Candelaria, con grotesca vitalidad… Lágrimas amargas brotaban sin parar de los ojos de Isabel, mientras escuchaba y revivía toda la historia de los labios de Candelaria. (Así mismo volvió a llorar cuando se lo contó todo a Roberto, como si el asesinato de Esteban acabara de suceder. Aún hoy sería difícil olvidar el dolor de Isabel expandiéndose hacia el alma de Roberto). Sin más palabras Isabel y Candelaria se abrazaron fuertemente. El árbol de fuego –testigo callado- seguía encendido de flores y de pájaros…
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V
SOLILOQUIO ENVENENADO
“Estoy sentado en una banca del camposanto, protegido por la sombra y la esperanza de un anhelado momento. En estos primeros días del año 2002 todo parece correr y correr en San Salvador; las acciones parecen embestir al tiempo y al espacio y la gente ya no escucha. De tal manera que conocer a Isabel y su voz tranquila, hábil al contestar, paciente al escuchar, me dio un regocijo refrescante”. Roberto hace una breve pausa y continúa: “Al otro lado de esos frondosos árboles un hombre con sombrero y botas fuma con placer un cigarrillo. Hace un par de meses yo hubiese dicho indignado: me entran unas ganas estúpidas de fumar (yo que no concibo un cigarrillo más que como un compañero solitario en una noche de música desgarrada); pero desde hace unas semanas estoy fumando como una chimenea y sólo me queda un cigarrillo. No hay una tienda cerca donde comprar. Se puede olfatear desde aquí el humo gris y casi puedo palpar la ceniza recién nacida; creo que me siento embrujado por el humo o quizás por el recuerdo de Isabel... Creo que voy a encender mi último cigarrillo; estaba guardándolo para más tarde, pero no importa. Aspirar el humo y expirarlo es un placer lento. En cambio la evocación es el medio de transporte sin duda más rápido y efectivo. De eso no hay duda. Es maravilloso como puedo recobrar, con precisión casi matemática, a Isabel y a cada una de sus palabras, esas que me dijo con una emoción sincera una noche clara y desbordante, después de hacernos el amor en mi casa: «Ya no creo más en Dios». “En ese ayer, Isabel y yo, concertamos una cita, inspirados por el compartir de una música que a los dos nos gustaba, embebidos en un plan de común acuerdo, decididos por fin: «Acepto huir e irme a vivir con vos, Roberto»; ella y yo, jóvenes de corazón, llenos de una atracción espontánea y oculta, esperanzados en un futuro compartido por ambos, un futuro que cambiaría nuestras vidas para siempre.
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“Desde el primer día que nos conocimos, hace dos años atrás, nos sentimos arrebatados por una lujuria no declarada, una salvaje inclinación que las normas sociales trataban de serenar, una atracción que ella intentaba esconder pero que sabía que yo la intuía, así como también yo sabía que ella descubría poco a poco que yo sentía lo mismo. Cuando la encontré por primera vez la percibí cercana y conocida, con la sensación de saberle secretos y rutinas, con la firme seguridad del instinto. Su rostro me era tan familiar; me recordaba el rostro de la novia de un hermano mayor, cuando yo era apenas un niño; me recordaba los rostros alegres y bellos de las modelos de mediados de los años sesenta, con el maquillaje típico de la época, esas pestañas gruesas y con el cuerpo de esas actrices de las películas del actor mexicano Mauricio Garcés; su cara me recordaba también la inocencia y la tradición. Y -al mismo tiempo- el deseo de libertad, de fumar marihuana y de sexo libre. El primer día que la vi, su mirada, sus labios, su rostro en general, provocaron un chispazo musical en mi memoria, tres canciones sonaron claramente en mi cabeza, una tras otra y casi simultáneas: «Little wing » de Jimi Hendrix, «The sounds of silence» de Simon y Garfunkel y «Somos novios» de Armando Manzanero. Isabel tenía un rostro magnético y peculiar. Así que cuando fuimos presentados, estreché su mano con naturalidad, como si fuera la primera vez que la veía, aun cuando en numerosas ocasiones ya la había visto de lejos; así que al estrechar su mano me encontré sintiendo inexplicables vibraciones en todos mis huesos, como una especie de presentimiento, que oculté como pude. Sus ojos me miraron con extrañeza, como quien está a punto de preguntar algo y se queda a medio camino, indeciso... A medida que la fui conociendo, me sentí fuertemente empujado hacia ella. (¿Qué puedo decir? Soy un imprudente fanático de las mujeres de belleza extraña.) Isabel no sólo era una mujer bonita. Su piel era trigueña, de ojos negros y cabello negro, brillante y ondulado, camino en medio. Poseía una mirada preciosa, era una mirada tan insinuante e inocente al mismo tiempo; parecía tener siempre una sonrisa en la noche de sus ojos. Su nariz era recta y de tamaño perfecto para su contorno facial; sus facciones rememoraban de alguna manera a una princesa maya. Tenía también la sonrisa a flor de piel y la voz dulce. Sólo tenía 29 años y me sentía sumamente atraído hacia ella. Sólo así puedo explicarme que vea el campo santo tan verde en esta época del año y al mismo tiempo, la vea a ella claramente adentro de mi cabeza, sonriendo y mirando con sus ojos delatores, tan maliciosos, tan deliciosos… Casi le habló y ella casi me contesta, intento tocarla y ella empieza a tocarme la mano y la espalda y ahora yo le estoy tocando la mano y nos abrazamos y casi puedo acariciar sus pies tan perfectos y le digo que la quiero y ella me habla al oído las perversidades amorosas más deseables... Nos encontramos en un beso y luego nos miramos tan de cerca que aspiro su respiración... («...los primeros meses quería decirte te quiero pero temía hacerlo...») su voz suena, mi mente sueña, sus ojos pestañean y yo sonrío...”
*** ENERO DE 2000 El primer día que Isabel y Roberto se conocieron, éste la acompañó a su casa. Caminaron lentamente y platicaron. Isabel le contó cosas de su vida y de su familia. Era una madre casada, pero casi soltera, casi abandonada. En sus gestos y en su voz había una dignidad sincera, envidiable, como si estuviera resignada felizmente a la soledad.
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Pero sé muy bien que Roberto sabía que todo eso no era del todo cierto. Si se le miraba con fijeza, se podía leer en sus ojos otro mundo. Esa era de algún modo una premeditada pose de actriz. ¿Pero y quién no la tiene? La mayoría de personas suelen ir por ahí a sus trabajos, a las fiestas, a cualquier parte, mostrando uno y otro rostro. Varias caras como máscaras efectivas. Y sólo durante breves e inusitados períodos de tiempo las gentes muestran un semblante auténtico, sin temor, creativo, bello y rebelde. Desnudo. Pero eso no es nada extraño. Es sólo parte de la naturaleza humana. Esas efímeras fases son como explosiones insospechadas. Por eso Isabel tenía otra cara. No hay duda de que había otra vida detrás de ese bello rostro. Y Roberto no ignoraba del todo la situación. “Sospecho –continúa Roberto- que ha dormido hace poco y de vez en cuando con su esposo, Jonás, de quien está separada desde hace seis meses. El sujeto es un empresario, muy bueno, tengo que aceptarlo, que lleva una vida continua de trabajo, de viajes al exterior y reuniones sociales; pero Isabel permanecía mucho tiempo sola. “Antes que yo conociera a Isabel, Jonás la conoció en una fiesta. Percibió inmediatamente su belleza y su soledad, su vulnerabilidad a raíz de la muerte de su padre y de los sucesos que la rodearon. Y no tardó en conquistarla –o aprovecharse de ella, que sería otra manera de decirlo. “Isabel dice que ya no tiene nada con él; pero un día, mucho antes de conocerla, los vi juntos -continúa en serena condición Roberto-. No niego que me sorprendí al sentir celos. Porque yo empecé a amarla mucho antes de que ella siquiera supiera que yo existía. Pero hay algo interesante, creo que eso paradójicamente me atrajo más de ella: saber que podría tener un tercer rostro para mí o un cuarto o un quinto. No es que me guste la mentira, sino el misterio o, quizá debería decir, el nadar contra corriente en su delicioso océano. En la complejidad de la esencia humana. Acaso por eso el día en que la vi hablando con su esposo, sentí la misma sensación entonces con la que me tropecé desde el primer día en que hablé con ella: ¿Cómo serán –pensé en primera instanciasus ojos en la intimidad de un dormitorio? ¿Y sus manos? ¿Serán tan bellos sus pechos desnudos tanto como lo son cubiertos? “Desde el primer día como pude toqué el tema sexual y ella fue muy abierta al conversar sobre esa área. Había una sinceridad incuestionable en sus respuestas, así como una actitud desinhibida. Pensé que una puerta se me había abierto. Yo supe muy bien entonces que ella sabía que yo trataría de entrar. “Así que estando sentado en esta banca del camposanto, tengo la alucinación de estar tranquilo y sereno; pero yo sé que una tormenta se desarrolla en mi corazón. El viento me toca la cara. El recuerdo de ella me araña el corazón. “A mi alrededor la rutina del mundo gira y sigue. Puedo ver desde aquí a una anciana con un canasto sobre su cabeza y pregonando su venta; puedo ver a dos jóvenes acaramelados, creyendo que están lo suficientemente ocultos, besándose como quien come sorbete; hay unos sujetos que trabajan con afán, a unos cien metros de mí, cavando con pico y pala; más lejos hay un grupo de personas, de luto, entre ellas algunas llorando…
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“Mirar este parque verde, desde la comodidad de esta banca gótica me hace parecer como el espectador indiferente, el casi invisible, la sombra nebulosa que apenas respira. Yo, que básicamente soy el nocturno, el amante de la tiniebla y del insomnio, el bello noctámbulo que se apropia de la oscuridad, yo, que me siento fuera de mis territorios en una mañana radiante, me asombro del brillo con que me entero, bajo el sol ardiente, de los detalles de todo lo que pasa a mi alrededor y de lo que pasa en mis recuerdos. “En otra ocasión en que Isabel y yo caminábamos juntos le pregunté: “-¿Cómo llegaste aquí? “-Mi mamá, quien nació en Santa Ana –me contestó Isabel-, se casó con un abogado de Atiquizaya que nunca ejerció. Luego al morir él me vine a vivir aquí a San Salvador con una tía; así que yo no llegué aquí, estoy aquí en San Salvador desde que abrí los ojos a la cruel verdad de la vida. “Y seguidamente, sabiendo que soy médico y como queriéndose olvidar de su pasado, Isabel me preguntó: “-¿Te gusta entrar a Sala de Operaciones? “-Sí, pero no sé porque es poniéndome los guantes estériles y siento un prurito irresistible en la nariz (que entonces ya no puedo rascarme). “-No te preocupés, no es nada malo, es sólo el amor a lo prohibido... respondió con una sonrisa pícara”.
–me
“El amor a lo prohibido... Era casi como una invitación para que yo me diese un chapuzón en su cuerpo, para olfatearle el cuello, besarle un pezón, tocarle las piernas...” “Eso me recuerda que el segundo día que me encontré con ella, ambos nos sentamos a la mesa de un cafetín y ella me estuvo mostrando sus anillos y su pulsera de oro; esta última era delgada y delicada. Le sugerí colocársela en su tobillo. Y lo hizo de una forma tan inocentemente sensual que me quedé casi sin aliento. Luego se colocó en la mano izquierda un anillo de piedra que cambiaba de color según la persona que lo usara. Me tomó la mano para ver cómo me quedaba. Un escalofrío seco me sacudió el alma. La tomé de la mano y la atraje hacia mí, muy cerca y le besé brevemente los labios... ella me correspondió... La piedra del anillo se volvió verde... “El deseo a lo prohibido. Todo fue realmente muy breve. Aunque bien sabía yo que había cruzado con un pie el umbral de una puerta...”
“-¿Qué otros cantantes te gustan?
*** -le pregunté esa segunda tarde que salimos
juntos. “-Ella Fitzgerald y Shakira.
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“-Dos cantantes tan diferentes. A mí también me gustan. ¿Te gusta Shakira? – insistí. “-Sí, en mi opinión cuando canta la canción «Inevitable» es la cantante más honestamente nostálgica que he escuchado. “-Bueno -le dije- deberías oír a Carol King y su canción «So far away». Para mí ella es una especialista en nostalgia. “-¿Y de Rubén Blades, que opinás? –me preguntó Isabel, con un ataque inesperado. “-¡Ah, ahí estamos hablando ya palabras mayores! -Y luego le pregunté, para atacarla por el flanco izquierdo- ¿Y, aunque no es cantante, te gusta John Coltrane? “-Prefiero la época «Cool» de Miles Davis -me contestó sin pensarlo mucho, lanzándome una limpia estocada por el flanco derecho. “-Bueno –dije- al menos estamos conectados. Porque fijate que un día un amigo me dijo: «A mí me gusta el Jazz porque me relaja.» Pero yo te digo, Isabel, que a mí el Jazz no me relaja; por el contrario, me estimula, incita mi inteligencia, incrementa mi sensibilidad al arte. “-A mí también –me dijo Isabel, con una amplia sonrisa-. Esos que dicen que el Jazz los relaja son los que no lo entienden. “Y luego Isabel agregó: “-Es extraño. Estos juegos también los hacía yo con mi padre…” *** Roberto se detiene un momento a mirar los árboles que tiene cerca y ve las arrugas centenarias y las gruesas raíces como dedos gigantescos que protruyen desde la tierra y entonces declara con una voz que es como un murmullo: “Bien recuerdo esa plática que tuvimos. Y bien evoco que después a Isabel la mirada se le perdió en el horizonte... Y ahí estaba su debilidad, encontré la rendija por donde se filtraba el agua, porque su amor hacia el Jazz era una cosa fuerte dentro de sí que está ligada al recuerdo de su padre. Él fue quien le abrió los oídos y el amor hacia ese género musical, él fue también quien le abrió los ojos hacia el deleite de la poesía. Con amor paternal, fue él quien le contó las historias que sonaron tanto en sus oídos. “Pero no puedo tampoco dejar de pensar que –por otra parte- fue Jonás quien le despertó el amor sensual y le arrebató tantos besos y, como si fuera poco, fue Jonás también quien le abrió el himen y le comió a dentellada feroz el corazón. ¡Maldito abusivo! “Y aún así, odiándolo como lo amaba o amándolo como lo odiaba –¡qué sé yo!-, con toda la contradicción de un divorcio en proceso y una necesidad de volver a ser aquella mujer que se sentía amada, aún así, ella me coqueteaba sutilmente y me entregaba sus labios y sus pechos, su monte de Venus y sus manos...
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“Y me cedió también su destino para compartirlo conmigo…”
*** “Esta banca del camposanto –prosigue Roberto- tiene una estructura gótica, metálica, color marrón. Abro una revista que traigo conmigo, que habla a cerca de la influencia de Bill Evans sobre los pianistas actuales de Jazz y sobre su revolucionario trío (bajo, batería y piano) y entonces un amplio mundo musical se abre de golpe en mi mente: música intensa e inteligente, emocional y emocionante suena fuerte en mi cabeza, sigue, continúa, se desliza como un arrollo zigzagueante, húmedo y numeroso, que crece hasta volverse un ancho río que arrastra troncos oscuros, verdes barcazas, peces rojos y delfines plateados y luego repentinamente se desborda en una catarata colorida, una caída de transparente agua con arco iris cuyo fondo es el rostro de Isabel... Veo el rostro de Isabel, multifacético, sonriendo, pensativo, resplandeciente, triste, en blanco y negro, en una silueta con marco dorado y luego percibo su rostro a colores y al mismo tiempo suena fuerte en mi cabeza una improvisación de Jazz, un solo desvelado y sincero de trompeta, unos acordes de piano que son como una construcción surrealista, impresionista o malévola, tierna y acariciante, un saxofón alto y uno tenor que se liberan y se expanden, se enrollan, como todo un país hirviendo y burbujeando y luego congelándose y volviéndose líquido... y un saxofón barítono sigue y continúa sin parar... ¡todo el mundo sonando fuerte en mi cabeza mientras pienso!. Sonando fuerte...”
(PEQUEÑO DELIRIO INEVITABLE). “Estoy seguro que, para Isabel y para mí, nuestra casa ideal sería un amplio cuarto equipado con un estéreo para cinco discos compactos, dos caseteras y radio de onda corta; una venta de discos sería nuestra galería de arte; y nuestra noche de éxtasis sería escuchar sin parar toda la música que se nos antojara sin restricciones ni censuras, después o antes de hacer el amor incansablemente, por supuesto”.
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*** “Estoy al tanto que lo que sé de Isabel es mío ahora y para siempre –piensa Roberto. Ese pasado terrible y bello de Isabel lo fui conociendo poco a poco. Al principio hablábamos más de nuestro presente que de nuestro pasado. Pero una vez tocamos el pasado, fue como una caída libre, como lanzarnos al vacío sin vuelta atrás. Su historia familiar me conmovió. Ahora bien, conversar de nuestra adicción a la música fue otra especie de caída libre. En una ocasión en que Isabel y yo andábamos juntos en mi carro, con un trasfondo lleno de centros comerciales y vehículos ansiosos en dos carriles, me contó que era una fanática de la música de Joan Manuel Serrat. ¡Casualidad! Yo tengo 15 discos de Serrat. Aunque, a decir verdad, la herencia musical de Isabel era tan amplia como la de su padre, por lo tanto su registro de memoria musical iba desde las rancheras que dan cólera, pasando por Serrat y otros cantautores hispanos y cantautores de habla inglesa hasta los compositores de música académica del siglo XX. No nos quedó otra opción más que oír música en su casa. “Su casa era una morada amplia y ordenada, con una sala llena de luz natural y con pequeñas plantas naturales. Isabel tenía un equipo de sonido básico, suficiente para el espacio, con salidas claras y limpias. La música empezó a sonar. Cuando ella puso: “Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa...”, nos miramos satisfechos, con una sonrisa cómplice y discreta. Ese día conocí a su hija, Martita; es una pequeña de cuatro años de edad, con la voz dulce y cariñosa; no es nada de huraña; recuerdo que me regaló una cuenta de un collar roto y me la dio con el desprendimiento sincero y puro de quien no le duele dar. Cuando unos minutos más adelante Isabel puso: “De vez en cuando la vida, nos besa en la boca y a colores se despliega como un atlas...”, salió una pequeña amiga de su hija (seis años) y se acomodó sin invitación junto a nosotros; me miraba con desconfianza y recelo; creo que a ella, por el contrario, no le simpaticé nada. Después de unos minutos me fui; sonaba para entonces: “Uno de mi calle me ha dicho que tiene un amigo, que dice conocer un tipo que un día fue feliz...” En el umbral de la puerta Isabel me dijo: “-Regresá por favor, ¿sí? A las once en punto. “Sólo sonreí y asentí. “Cuando regresé por la noche a la hora acordada, pude ver desde afuera una luz tenue encendida. La calle era silenciosa. Toqué suavemente la puerta. Inmediatamente Isabel abrió y me tomó de la mano para que no me perdiese en la oscuridad. Me llevó hasta su habitación y me habló de algunas anécdotas de Miles Davis, de su música, de su original genialidad y de sus vicios. Yo disfrutaba de la presencia de Isabel tanto como de la conversación. Luego ella me besó con un deseo transmisible y arrastrante. Muy suave al fondo sonaba la música de un viejo disco LP, el «Kind of blue», de la colección discográfica de Esteban, su padre. “Tomé a Isabel por la cintura, le acaricié el cabello, le besé la boca y los pechos. El suave colchón cobijó dos cuerpos en llamas. La mano de ella y la mía tocaban mutuamente nuestros sexos. Nuestros labios no paraban de besarse. Ella se humedeció como el más bello de los inviernos. Y yo la penetré sintiéndome dueño de todas las estaciones climáticas. Libidinosamente se mezclaron el sudor, la saliva y otras secreciones. Finalmente Isabel gritó sumergida en el deleite y me arañó la espalda. Ese dolor fue un placer para mí… ”
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La luna a través de la ventana besó los cuerpos desnudos. El amor era una tempestad y una fiesta. El tiempo dejó de ser un prisionero del reloj y sólo se medía a través del cansancio de ellos... Más tarde el sueño, bajo el calor de la sombra, los abrazó con lentitud y ternura. A las cinco de la mañana ella aún dormía con plenitud y Roberto salió de su casa, en sigilo y a escondidas...
*** “Un viento cálido me toca el rostro –prosigue pensando Roberto-. Pero al pasar los minutos y tener conmigo a Isabel,, me lleno de ansiedad. Empiezo a ver el reloj cada dos minutos y me empiezo a sentir frustrado. Pero estando aquí sentado en esta banca del parque, hundido en la franqueza del pensamiento, no puedo evitar creer que Isabel era en cierto modo mi reflejo, mi alma gemela, la amante musical que siempre quise. Quiero hacer el amor con una mujer que vea la música como yo la veo e Isabel parecía ser esa mujer. Por eso me alegré tanto cuando Isabel me dijo que sí, cuando le propuse que nos fuéramos juntos a vivir a otro país. Ya hallaríamos algo que hacer allá...”
Pero sobre esta historia hay todavía más que decir. ¿Qué pasó con Salomón y Rocío?
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VI
SALOMÓN
Hablemos ahora de un hombre que influenció, aunque de una manera indirecta, la vida de Isabel. Todo empezó una tarde cuando Isabel era una adolescente. Todo empezó el día en que murió Esteban. Ella había visto en muchas ocasiones a aquel hombre y un día antes de la muerte de Esteban, en 1984, había intercambiado unas pocas palabras con él. Ahora bien, muchos años después, en una noche de 1993, el hombre llegó a la casa de Isabel, con marcadas arrugas en la frente y hondas patas de gallo, ojos oscuros y profundos como cuevas, barba canosa y desaliñada. Tenía dos cicatrices en el rostro que no podían pasar desapercibidas. Ella abrió la puerta y la sorpresa golpeó su rostro. -¿Qué hace usted aquí? -Por favor, Isabel, dejame entrar. Tengo que hablar con vos. -No tengo nada que hablar con usted. Es con la policía con quien tiene usted que hablar. El hombre parecía un fantasma emaciado, caquéctico. Toda la energía de su juventud se había disipado. Sus ojos de color pardo estaban apagados. Su piel morena y requemada era el fondo perfecto para su angustia. Los estragos del tiempo parecían haber obrado con éxito. Cansado de huir y esconderse, parecía un infeliz inadaptado. Afuera, en la calle, llovía copiosamente. -Por favor, Isabel. Es lo más importante que tengo que hacer antes de morir.
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Isabel, al escuchar esto, dudó, hizo una pausa y por fin lo dejó pasar. El hombre entró lentamente y, sin que se le ofreciera, buscó una silla. En su mirada había una hambrienta ansiedad y sus manos terrosas parecían dos antiguas piedras. Era Salomón el hombre, era el ex amante y luego esposo de Rocío, el sujeto que asesinó a Eustaquio en defensa propia y a Esteban a sangre fría. -¿Qué es lo que quiere? –preguntó Isabel, intrigada, con un enojo que no se esforzaba en reprimir. -Mirá, Isabel, vos bien sabés que tu madre y yo vivimos juntos algún tiempo. Y lo nuestro no era algo nuevo. Yo siempre estuve enamorado de ella y siempre la amé en secreto. Nuestra relación es más vieja de lo que te imaginás. Ella -lo sabía yo muy biennunca me quiso en realidad; pero aún así yo acepté nuestra relación con una mezcla de resignación, placer y dolor. Salomón tosió e hizo una breve pausa. Isabel escuchaba atenta; pero con desconfianza. -Quiero que sepás que yo estoy muy enfermo y estos son mis últimos días... Mirá Isabel, cuando tu madre quedó embarazada de vos, Esteban se había ido una semana para San Salvador por cuestiones de negocios... Lo que te quiero decir es que tu verdadero padre soy yo, Isabel. -¡No! –gritó Isabel-. ¡Usted miente! -Tengo cáncer de pulmón y ya no tengo tiempo para mentir, Isabel. Y tampoco miento si te digo que estoy arrepentido por la muerte de Esteban. Te pido perdón de verdad. Yo no llegué ese día pensando en matarlo. Ese día fui atacado por Eustaquio y los maté a él y a tu padre en defensa propia. -No puedo creer que mi padre lo haya atacado. -No lo hizo, pero yo en ese momento pensé… Salomón bajó la cabeza y se hundió brevemente en su alma. Sintió que haberse guardado ese secreto había sido un grave error. Había perdido un precioso tiempo para compartir con Isabel. Y ahora por lo menos tenía que hallar el perdón de ella, su comprensión. Se sintió sinceramente culpable de haberla ignorado durante tantos años. Salomón emergió de su efímero ensimismamiento y levantó la cabeza; miró a la joven y buscó algo de él en ella. Isabel derramaba lágrimas en silencio. Salomón siguió hablando con una voz que era como la de un muerto viviente. -Isabel, vos bien sabés que tu madre y yo nos casamos en 1993... -Ese matrimonio no es más que la oficialización de su adulterio -interrumpió Isabel-. El juramento que le hizo mi madre a usted el día que se casaron, es el mismo que ella ya le había hecho a mi padre antes. Ese amor es tan falso como ustedes dos...
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Las palabras de Isabel sonaron como un eco intermitente en la cabeza de Salomón. Recordó como siempre había amado a Rocío y que el haber huido con ella al extranjero y haberse casado con ella, sólo arruinó el deseo que se habían tenido mutuamente. A los pocos años se separaron entre disputas y acusaciones. Solo, enfermo y agotado, Salomón había sentido la fuerte necesidad de decirle la verdad a Isabel. Esa verdad que había tenido escondida durante tantos años en su corazón. Arriesgándose a que lo atrapara la policía había entrado a El Salvador de una forma clandestina. La acusación de asesinato que pesaba sobre él estaba en los tribunales. Habían pasado nueve años desde entonces; un año después la acusación ya no tendría valor, según las leyes salvadoreñas.
*** Quizás en este momento valdría la pena hacer una pequeña digresión sobre el pasado de Salomón. Provenía de una familia de mucho dinero, poseedora de grandes extensiones de tierra y numeroso ganado vacuno. Pero, como ya lo había dicho antes, era un hijo fuera de matrimonio. Así que durante su infancia Salomón fue un niño de alguna manera rechazado. Nunca tuvo los privilegios de sus hermanos nacidos dentro del matrimonio. Y al llegar a la adolescencia se convirtió realmente en un joven rebelde, con causa pero mal orientada, malcriado, sin buen quehacer e improductivo. Estudió bachillerato a regañadientes. Casi siempre estaba involucrado en algún desorden público; y no pocas veces chocó y destruyó los vehículos de su padre. Era adicto al alcohol y a la marihuana; pero cuando estaba «cruzado» era ingeniosamente divertido. Si no estaba parrandeando, estaba en alguna esquina de la ciudad contando anécdotas o chistes, rodeado de fulanos vagos, sin oficio e impulsivos. Nunca vistió las mejores ropas y tampoco usó jamás los vehículos último modelo que usaban sus otros medio-hermanos. Casi siempre le faltaba el dinero; pero eso no le impedía ser una especie de «don Juan»; tenía un atractivo y un talento natural para conquistar a las mujeres. Le gustaban todas las adultas sin excepción; pero en Santa Ana se enamoró perdidamente de una bella mujer, una hembra que fue su novia durante algunos meses, pero que poco después se casó con Esteban. Sólo se responsabilizó Salomón cuando su padre le dio su herencia para que hiciera lo que quisiera de su vida. Por su parte, Rocío se había convertido -¿por amor, por conveniencia, por locura?- en cómplice al esconder a Salomón y no denunciarlo a las autoridades. Pero es que esto sólo lo sabían Candelaria, la empleada doméstica e Isabel, quien nunca se lo contó a nadie. Y al principio la acusación había sido contra Eustaquio, el capataz de la hacienda, con más razón porque ya había fallecido. Pero poco después se supo la verdad a través de Candelaria, quien escondida y calladamente había presenciado ese día el espantoso acontecimiento. De tal manera que Isabel puso la denuncia en los tribunales pertinentes.
*** Así que volviendo una vez más a esa noche de abundante lluvia, Isabel, que no dejaba pasar un solo día sin pensar en la muerte de Esteban y que conocía muy bien la
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vida de Salomón, fue inflexible en su decisión. Con enojo y dolor, con los ojos vidriosos y la voz en un hilo, Isabel le dijo a Salomón: -Usted no es mi padre. Mi padre siempre fue y siempre será Esteban. Usted asesinó a mi padre y es todo lo que entiendo. Lamento lo de su enfermedad; pero le exijo que salga de mi casa. Afuera la lluvia había escampado con lentitud. Salomón no habló más y se marchó, cabizbajo. La puerta se cerró con fuerza en su espalda. Un silencio sepulcral llenó toda la casa por un par de segundos. Entonces una voz fulminantemente rompió el aire y la violenta tranquilidad. Era el grito de Isabel: -¡¿De quién soy hija realmente?!
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VII
ROCÍO
Rocío, la madre de Isabel, una mujer siete años más joven que Esteban, nació en Santa Ana el 8 de enero de 1947. Tuvo siempre con Isabel una relación de lejanía emocional, a veces casi una relación de indiferencia, predominantemente de Rocío hacia Isabel. Bueno, talvez indiferencia no sea la palabra correcta. No es que no quisiera a Isabel; pero es que Rocío era ese tipo de persona que es en cierta forma fría en sus relaciones interpersonales de madre a hija. Cargada de un egoísmo que rozaba lo patológico, Rocío sentía que Isabel era una carga que estorbaba el desarrollo de su libertad. Probablemente por eso con frecuencia Rocío tenía esa actitud de acusador y juez hacia Isabel, que no hacía otra cosa que crear una distancia entre ambas. Eso las llevó a mantenerse en cierta forma como extrañas conocidas, especialmente durante la adolescencia de Isabel. Pero Isabel era una joven de corazón puro. Nunca guardaba rencores contra Rocío y siempre trataba de acercarse a ella; pero desde su nacimiento Isabel sintió en su subconsciente cierto rechazo, desde el principio en que Rocío no quiso amamantarla, con el pretexto de que no le salía leche. Rocío creció Santa Ana. Allí tuvo una niñez feliz y muy sana, hasta que ocurrió un feo asunto con su tío, el cual mencionaré un par de líneas adelante. Como estudiante siempre fue muy aplicada. Disfrutaba mucho de los deportes y tenía cierta tendencia a gozar con las matemáticas. A la edad de 11 años perdió a sus padres, que murieron en un accidente de tránsito (su vehículo fue arrollado por un camión de carga. Murieron instantáneamente.) Así que Rocío vivió su niñez con una tía cariñosa, de mente rígida, responsable y ordenada, conocedora de mil y una medicinas naturales, que le proporcionó educación y
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una vida sin muchas dificultades, económicamente hablando. Pero le alcahueteaba desde siempre todos sus deseos, aun los más profanos durante su adolescencia. Rocío tuvo estancias frecuentes, durante sus vacaciones, en México D.F., en la casa de una hermana de su madre. Allá recibió pequeños cursos de pintura, arte que siempre la acompañó durante toda su vida, aunque siempre como un pasatiempo. Desde su pubertad Rocío fue muy liberal en cuanto a los asuntos sexuales. Quedó embarazada a la edad de diez y siete años de un compañero de estudios; completó su embarazo en Guatemala en la casa de otra tía. Inmediatamente después del parto dio al bebé en adopción a una familia anónima guatemalteca que tenía sus comodidades y no supo más de él. Rocío regresó entonces a El Salvador para continuar con su vida, como si nada hubiese pasado. Al año siguiente quedó nuevamente embarazada; pero esta vez abortó en las primeras semanas. Rocío estudiaba y le ayudaba a su tía en lo que podía. Pero su belleza era como una maldición y siempre estaba involucrada con uno y otro hombre. Y es que Rocío era el sueño de todo hombre, soltero o casado. Ella era una persona muy sensual y necesitada de amor carnal, de ser tocada y de ser ensalzada en su belleza física. Quizá porque desde su niñez le fueron tolerados sus caprichos y berrinches. Quiero reiterar que su belleza física era sin duda resplandeciente. Cuando lo deseaba intensamente, Rocío podía ser la mujer más bella y deseable del mundo. Y casi siempre anhelaba esto último. Porque de que era una mujer hermosa, lo era. Tenía unas grandes pestañas y unos ojos oscuros brillantes. Sus labios deseables como una manzana roja, eran la perdición de quien los veía. Y su cuerpo era la admiración de todos los hombres de la ciudad. No obstante, cuando se lo proponía podía del mismo modo ser una mujer horrible; a base de intrigas y de juegos sucios conseguía todo lo que se proponía, sin importarle a quien hería. Los seres humanos son muy complejos. Y Rocío era una fémina que sentía que tenía que ser feliz a toda costa y en el camino se cruzaba con una secuencia desordenada de numerosos colores conductuales y emocionales. El resultante de todo eso era un comportamiento mucho más que ambiguo, una especie de mundo extensivo y multilateral. Rocío era la complejidad con toda la energía desbordándose. Pero todo eso en parte tenía un origen en su niñez arrebatada. A la edad de 11 años fue abusada sexualmente por un tío en varias ocasiones. Quizás por eso ella siempre guardó una ferviente relación de amor-odio hacia todos los varones. Durante el tiempo que vivió el abuso, su vida fue muy triste y ensimismada. A diferencia de sus años anteriores, en que ella se mostraba muy amigable y extrovertida. Debido a la casi esclavitud de los empleos de sus padres (la sobrecarga de trabajo, los horarios, etc.) y a la muerte de ambos ese año, tuvieron muy poco tiempo para enterarse de lo que le pasaba a su hija. Eso le creó a Isabel un sentimiento de soledad y abandono muy grande, que superó con el pasar de los años gracias a su fuerza de carácter.
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A Rocío le gustaba viajar y conocer lugares. Bailar y trasnochar eran consubstanciales a su naturaleza. Pero escuchaba la música –a diferencia de Estebancon la superficialidad y la apatía con la que un zapatero ve la aritmética, le servía para un rato. Gozaba del campo, pero sólo para estar una tarde de domingo descansando en una hamaca, ya que prefería la vida de las ciudades grandes como San Salvador y Santa Ana. Rocío conoció a Esteban en la fiesta de un amigo en Santa Ana. Quedó fascinada con su conversación; pero más atraída se sintió de la comodidad económica que él reflejaba –y realmente tenía-. Esteban, con su corazón inocente como de niño, se enamoró de Rocío de una manera ciega y sincera. Tuvieron un noviazgo relativamente corto antes de casarse. Pero al pasar de los meses, Rocío comprendió que había sido un error casarse con Esteban. Ella no quería esa vida que Esteban le ofrecía y su infelicidad se multiplicó. He aquí una breve anécdota que refleja el sentir de Rocío en aquellos días. Esteban estaba muy orgulloso de su caballeriza; Rocío la visitaba muy raras veces. -¿Te gustaría ir al establo a ver el nuevo semental que compré? entusiasmado Esteban.
-preguntó
-Sí -respondió Rocío en voz alta. Pero en voz baja, sin que la oyera Esteban, con todas sus contradicciones burbujeando por dentro de ella, musitó: -Aunque preferiría ver una docena de sementales humanos persiguiéndome por toda la casa… *** HUIR DE EL SALVADOR Después del asesinato de Esteban, Rocío se fue para Estados Unidos donde trabajó duramente y un par de años después se radicó en Guatemala, en donde abrió una casa de citas y una barra show, ambos muy exitosos, con los cuales hizo mucho dinero. En ambos negocios Rocío se sentía muy cómoda. Años atrás, cuando Rocío, salió de El Salvador, ayudándole económica y estratégicamente a Salomón a burlar a la justicia, se sentía feliz por tener que huir de esa manera del país que le había negado la felicidad. Se sentía contenta, aliviada con todo y consigo misma; así que se dijo hacia sus adentros que no le importaba abandonar su país, que daría las gracias al cielo una vez que pisara tierra extranjera. Sin embargo, cuando el avión despegó y desde la lejanía Rocío vio el volcán de Izalco, las lágrimas se vaciaron saladas e inevitables desde sus ojos; lloró y lloró sin parar hasta que las nubes ocultaron el paisaje salvadoreño. Salomón, sentado junto a ella, la observaba callado, con sedada empatía.
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Rocío no había entrado a El Salvador desde que se fue huyendo con Salomón; llamaba muy raras veces a Isabel por teléfono y le había escrito unas pocas cartas, que Isabel había contestado; sin embargo la relación entre ellas lejos de mejorar, empeoró. Con el pasar de los años Isabel se resignó a la idea de no tener comunicación con ella y dejó de escribirle. ¿Se escribirían alguna vez nuevamente?
*** UNA CARTA Es preciso decir que, por otro lado, Isabel se sentía muy alterada con la visita y la versión que recibió de Salomón. Ella no podía creer que él fuera su padre. Pero, por supuesto, sabiendo los antecedentes de aquel triángulo amoroso entre Esteban, Rocío y Salomón, no podía más que tener dudas. Así que le escribió una escueta carta a su madre.
Querida mamá:
20 de abril de 1999.
A pesar del tiempo y la distancia que nos ha separado, a pesar de las terribles circunstancias que nos han mantenido alejadas y a pesar de que casi nunca contestás mis cartas, yo siempre te sigo amando. Yo sé que estás, a tu manera, muy bien en Guatemala. Y reconozco que vos sabés amar a tu manera. Te escribo porque necesito tu ayuda. Salomón vino esta semana a mi casa y me tomó por sorpresa. Vino a decirme que él es mi verdadero padre. ¿Pero que descabellada mentira es esa? Madre, en mi corazón Esteban fue y ha sido siempre mi padre; sin embargo, escuchar a Salomón hablarme con tanta seguridad me ha llenado de dudas. ¿Tenías ya una relación con Salomón antes de que yo naciera? Espero con ansiedad tu respuesta. Isabel. Al terminar de escribir la carta Isabel recordó con los ojos llenos de lágrimas sus inolvidables días junto a Esteban. Pensó en aquella noche en que mientras Esteban le contaba una historia y ella era apenas una niña de 7 años de edad, a él lo llegó a buscar alguien. -Esperame un segundo Isabel. Ya regresó –le dijo Esteban. Isabel estaba acostada en su cama. Treinta minutos aproximadamente después Esteban regresó y encontró a Isabel adormitada, luchando contra el sueño, con el
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tocadiscos encendido: la música de Los Beatles, a quienes Isabel relacionaba inmediatamente con Esteban, sonaba suavemente. Isabel recordó claramente a Esteban entrando al dormitorio, parándose frente a ella, sacando una sonrisa franca y derramando una lágrima… -No te has dormido por estarme esperando, hijita linda. Te quiero mucho. Y se acostó junto a ella y la abrazó. Entonces Isabel se quedó dormida en sus brazos.
*** OTRA MISIVA Pasaron los días e Isabel divagaba entre libros y música, se perdía hondamente en su trabajo y esperaba con ansiedad cada día la respuesta de Rocío. Hasta que dos semanas después encontró bajo la puerta de su casa la carta esperada. 27 de abril de 1999.
Querida Isabel: Me alegró recibir tu carta, aunque lamento que me hayás escrito bajo esas circunstancias. Voy a ser todo lo sincera que se puede ser. Hija, Salomón fue mi novio por un corto tiempo, antes de que yo conociera a Esteban. En los primeros días de 1971 reinicié mi romance con Salomón. Y nos es que no quisiera a Esteban, pero es que a veces me sentía muy sola y abandonada, vacía del corazón. Y Salomón vino a darme un soporte. Ya he hablado con vos antes de estas cosas. Pero vayamos al grano. En esos días en que quedé embarazada –no puedo mentirtetuve intimidad con Esteban y con Salomón. Empero, muy dentro de mi corazón, hija, yo sé que tu padre es Esteban. Alejá las dudas de tu corazón. Yo también te amo mucho, hija, y deseo que seás feliz. Te aconsejo que ya no pensés más en eso. Con amor, Rocío. Posdata. Disculpame si no te he contestado algunas cartas, pero ya me conocés lo haragana que soy para escribir. Isabel terminó de leer la carta de su madre y quedó aún más insatisfecha. “…muy dentro de mi corazón, hija, yo sé que tu padre es Esteban”. Aunque sintió que su madre le había hablado con palabras de sinceridad, algo faltaba.
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Así que decidió hacerse la prueba de ADN y pedirle a Salomón que se la hiciera. A través de Rocío contactó a Salomón y éste aceptó colaborar. Habló telefónicamente con él y la conversación fue muy breve. Salomón se mostró en todo momento abierto a colaborar. Para entonces él se encontraba ingresado en un hospital de Guatemala; pero según tengo entendido, el tipo de cáncer que lo estaba acosando era una de los más agresivos y su salud se había deteriorado profundamente.
*** UNA CUEVA (Que pretende ser un dormitorio... 3:20 a.m.) El insistente teléfono sonó dolorosamente y Roberto levantó el auricular con cierto desgano. -Aló… -Disculpame, por favor, Roberto, no pude llegar, tuve un contratiempo ineludible... -No importa, Isabel, no hay problema... -¿Estás enojado? ¿Cómo te sentís? -No sé... Me siento bien y me siento mal. No sé en realidad. Es algo parecido al infierno, como estar a pleno sol en medio de una trabazón vehicular. Y al mismo tiempo siento como estar entre las piernas de quien se ama. No sé... Me siento adolorido pero también me siento grande, sereno, me siento tierno y me siento original... ¿Has oído la composición Cassandra del disco Réquiem de Branford Marsalis? -Sí, es una de mis favoritas. -Bueno, entonces ya tenés una idea de cómo me siento. -Sí, sí, trato de entender, Roberto, estoy tratando de entender... Pero dejame que llegue a tu casa. ¿Estás solo, verdad? Quiero ir a tu casa. Es más, ya voy para allá. Te quiero abrazar y besar y... quisiera estar más, mucho más cerca de vos... -¿Más cerca? ¿Más aún de lo que estás en mi cabeza y en mi corazón? -Sí, Roberto. Te quiero... -Yo también te quiero, Isabel. Te espero entonces... Roberto, mareado y confundido, pensó automáticamente unas palabras que estaban entre el sueño y la vigilia: “Gris y negro, perla y rojo, azul oscuro y gris azulino. Una niebla plateada y espesa ciega mis ojos. Un enorme tambor suena en mi cabeza y un olor agrio y húmedo me
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inunda y me golpea... Caries dentales arriba y abajo, tumores malignos creciendo, abscesos sanguino-purulentos se derraman, fiebres agotantes galopan como fieras salvajes, dolores artríticos deformantes se pegan como hiedra a la piel y a los huesos, lluvias torrenciales que inundan casas y derrumban paredones, calientes sequías debilitantes, besos falsos y promesas rotas, terremotos destructores... Arrugas. Llanto. Juventud cortada de filo bruscamente. Impolutas rosas se marchitan. Amores que eran para siempre, se desvanecen como el humo en el aire... Todo lo devora el tiempo. Absolutamente todo. Y todo lo devora tu partida. Estoy rodeado de mil personas y la soledad que me carcome es más real y ardorosa que todo el monótono bullicio. Chet Baker toca «Autumn leaves» y «The wind» y las toca para mí, para mi alma, para mis largos dedos que no te alcanzan, Isabel. Cráneos, tierra y barro pegados a la piel. La muerte toma a varios de un solo tajo. Despierto entonces aterrado y sudoroso, con la boca seca… Cada noche o madrugada entre pesadillas y sueños, vos, Isabel, te me aparecés como un chispazo fantasmagórico. Un cigarrillo encendido corrompe el aire. Aspiro profundamente y el humo llena mis pulmones. La luz del foco que dejé encendido parece un sol y mis ojos tienen llamas... Roberto, sudoroso y agitado, abrió sus ojos. Miró su habitación colmada de soledad. Isabel no llegaría…
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VIII
ADN
Al pasar el tiempo apropiado Isabel recibió el sobre con la respuesta de la prueba del ADN4. Lo abrió con ansiedad. Esta fue una gran noticia para ella. Los ojos de Isabel se abrieron cuando vio el resultado de la prueba. -Ya no hay dudas de quien es mi verdadero padre –musitó Isabel. Y entonces, con el pasar de los días, Isabel sintió la necesidad de estar cara a cara con Salomón y hablar con él sobre toda la verdad. Así que decidió viajar a Guatemala e irlo a ver al hospital. Y así lo hizo. Al llegar habló con el médico encargado quien le hizo ver lo grave del caso. A Salomón sólo le quedaba, a lo sumo, un par de semanas de vida. Isabel entró a la habitación y lo vio postrado, con sueros endovenosos en ambos brazos y un aparato que marcaba su ritmo cardíaco y su presión arterial. Con una voz que parecía venir del más allá, Salomón, sorprendido, dijo: -¡Isabel! -Don Salomón, vine a verlo. ¿Cómo se siente? -Por tu presencia y el tono de tu voz, deduzco con alegría que ya tenés el resultado de la prueba del ADN. -Es usted muy perspicaz. -Bueno, no me he muerto aún… 4
ADN: Acido desoxirribonucleico. Contiene la información genética de los seres vivos.
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-No diga eso. -No quisiera ser tan directo, pero así es como creo que debo ser en mis últimas horas. Isabel, al ver a Salomón tan cerca de la muerte empezó a sentir compasión por él. Un cambio obró dentro de ella. Confirmó en su corazón la compasión que sentía no sólo por él, sino por cualquier ser humano. Entendió que Salomón, a pesar de su crimen, creía que ella era su hija. Y ahora solo y enfermo, estaba realmente sufriendo. Y ningún ser humano merece eso. Así que decidió algo. -Don Salomón, efectivamente he venido a decirle el resultado de la prueba. -¿Soy o no soy tu verdadero padre, Isabel? –interrumpió con ansiedad Salomón. -Sí, usted es mi padre. Y en lo que pueda ayudarle… -Sí, hay algo en lo que me podés ayudar
–volvió a interrumpir Salomón.
-¿En qué? -Necesito que me perdonés, por todo Isabel… -Lo perdono de veras, don Salomón. Isabel le tomó la mano y comprendió que mentirle sobre el ADN era una mentira piadosa en el lecho muerte. Entendió también con satisfacción que ella al perdonar se había liberado de un verdadero peso y al hacerlo, no sólo curaba el alma de ese pobre enfermo, sino también el de ella misma. También sonrió porque le satisfacía que Esteba fuera su verdadero padre. Salomón falleció tres días después.
*** ISABEL y su temor. ROBERTO y su propuesta. Isabel regresó a El Salvador y siguió viéndose con Roberto. Un día Roberto e Isabel salieron a cenar y de regreso detuvieron el carro y sin salirse del vehículo el cual estaba estacionado en una calle desierta, en una colonia del sur de San Salvador hablaron lo siguiente: -Roberto y cuando decís que pensás en mí… ¿en qué pensás? -Pienso en todo momento en hacerte el amor. ¿Y vos? Isabel sonrió.
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-Pues, te confieso que en tus ojos. Pero es que siento que somos tan diferentes. Isabel hizo una pausa y su sonrisa empezó a borrarse. -Tengo miedo, Roberto. -¿Tu esposo ya sabe lo nuestro? -Ya sospecha algo –respondió Isabel, con los ojos húmedos. Roberto abrazó a Isabel. La mirada de Roberto era pensativa. Después del abrazo Isabel encendió un cigarrillo y lo aspiró con energía. Mirando primero hacia fuera del carro y luego mirando a los ojos a Roberto, le dijo: -Mirá, Roberto… Jonás es capaz de cualquier cosa... Roberto tomó la mano de Isabel y la apretó suavemente. Hizo una pausa, aspiró profundo y le dijo: -Isabel, he decidido irme a los Estados Unidos. ¿Por qué no te vas conmigo? Isabel lo miró asombrada y se levantó de la mesa. Pensativa, Isabel dudó. -¿Y qué vamos a hacer allá? -Allá vamos hallar algo qué hacer –le respondió Roberto-. Pero donde no tenemos futuro es aquí en El Salvador. -¿Y tu trabajo? -Te va a parecer una locura; pero en la lógica del corazón no manda nadie, sino el mismo corazón. Me siento cansado de ser lo que soy. Quiero expandirme. Quiero crecer de otra manera. Cualquiera diría que ya estoy muy viejo para esto; pero en realidad me gustaría experimentar en otras áreas y tengo el poco dinero necesario y la voluntad para hacerlo. Una nueva vida. Otro clima, otro lenguaje. Otra cultura. Isabel mientras lo escuchaba derramó una lágrima.
*** Por la noche Isabel volvió a llorar. Pensó en El Salvador, su país, su terruño, su cordón umbilical de amor y recuerdos, su pasado y su presente. El lago de Coatepeque, el Tazumal, el Salvador del Mundo, el monumento a Roque Dalton, la Catedral de Santa Ana, la Chulona, Joya de Cerén, la Catedral de San Salvador, el monumento a Monseñor Romero… su casa, la ciudad donde había nacido, su barrio… y una lista interminable de lugares salvadoreños le atravesaron la cabeza… Isabel pensó: “Me duele dejar mis país, aquí está todo mi pasado. Aquí está mi identidad. Aquí se vivieron las historias que mi papá me contaba…”
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IX
LA MUERTE DE ISABEL
La vida es extraña e ilógica. Cuando uno busca demasiado el amor, no lo halla. Pero cuando se va por ahí distraído, con la cabeza en las nubes, inesperadamente se tropieza con el amor... o con la muerte. Roberto, en su ilusión de enamorado, había creído que el tiempo y el espacio no importaban si Isabel no había llegado a la importante cita que habían concertado (un día antes del terremoto); iba con la mente puesta en Isabel hasta que escuchó en la radio de su automóvil lo que había pasado en la colonia Las Colinas de Santa Tecla. Era esa la mañana en que ocurrió el terremoto que sacudió nuestro país. Fue entonces que Roberto voluntariamente se presentó al lugar de los hechos. Lo que encontró allí ya lo sabemos. Lo que no sabremos ahora más adelante es un detalle muy importante sobre su muerte… Roberto trató de hablar temprano con Isabel en la mañana del 13 de enero de 2001, llamó a la casa de Isabel y la empleada doméstica le informó que no había llegado. Le dijo que Isabel había recibido una llamada telefónica temprano en la mañana y que había salido, sin regresar desde entonces. -¿Sabe usted quién la llamó? -Creo que mencionó al señor Jonás.
*** Ese día, 12 de enero, Jonás se había comunicado telefónicamente con Isabel. Fue una conversación breve pero esencial. -¿Aló? -Hola, Isabel, habla Jonás. Necesito verte.
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-Pero yo no quiero verte. -Escuchame, por favor, Isabel. Lo he estado pensando bastante… y te voy a dar el divorcio. En estos momentos va un abogado para la casa de las Colinas de Santa Tecla. -¿Y por qué no me lo dijiste antes? -Porque ha sido difícil para mí decidirme. Pero vos sabés que una vez que tomo una decisión no me echo para atrás. Te espero en una hora -dijo, Jonás, tajantemente. Unos minutos después de la llamada Isabel salió hacia la casa que era propiedad de Jonás, y que estaba ubicada en la colonia Las Colinas II de Santa Tecla. Esa casa permanecía en general vacía y Jonás sólo la ocupaba para reunirse con Isabel o con otras mujeres, en diferentes horarios por supuesto. Pero antes de salir de su casa Isabel escribió una carta para Roberto, la cual guardó en uno de los bolsillos de su vestido. Isabel llegó a la casa y Jonás ya la estaba esperando. Tocó la puerta y Jonás abrió. -Hola Jonás. -Entrá -respondió, Jonás, secamente. Cuando Isabel entró miró hacia todos lados y no vio a nadie más. -¿Y el abogado? –preguntó Isabel. -Ya sé lo de tu amorío, Isabel. -¿Y a vos que te importa? Vos y yo tenemos seis meses separados. -Pero todavía sos mi esposa, adultera de mierda
-exclamó Jonás con un grito de
rabia. La ira se apoderó de la mente de Jonás. Entonces sin reprimir su fuerza golpeó con su puño el rostro de Isabel, derribándola al suelo. Isabel trató de levantarse del piso; pero Jonás le impactó el abdomen con un puntapié que llevaba odio. -¿Y vos me vas a dejar a mí, puta barata? Y sin darle tiempo a reaccionar Jonás sacó su arma de fuego y le apuntó en la cabeza. Pero cambió de parecer y guardó el arma. Había decidido matarla con sus propias manos. Se abalanzó fríamente sobre ella y la tomó con fuerza por el cuello. La apretó con todas sus fuerzas, mientras Isabel luchaba por su vida. Jonás, teniéndola en sus manos, la observó agonizante y sintió un desahogo en su rencor. Isabel dejó de moverse.
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Jonás se sentó un momento en un sillón amarillo y se quedó mirando la escena. Luego quitó de la mano de Isabel el anillo plateado que Roberto le había regalado. ¿Qué hacer con el cadáver? Pensó sacarlo durante la madrugada, pero luego pensó en otros asuntos que debía atender y creyó que no habría problema si regresara al siguiente día para deshacerse de él. Jonás sonrió. Sería una especie de nuevo placer. A la mañana siguiente, estando ya en Santa Tecla, Jonás no alcanzó a llegar a la casa, pues se desató el terremoto. Observó desde lejos como cantidades enormes de tierra enterraban las numerosas casas de La Colina II. -¡Mi casa! –gritó Jonás. Pero luego se dio cuenta que la tragedia y destrucción que estaban ocurriendo eran sus mejores aliadas para deshacerse del cuerpo de Isabel. Volvió a sonreír. Con el pasar de los días Jonás no quería que las cosas terminaran ahí. No le bastaba con haber asesinado a Isabel, sino que deseaba decirle algo a Roberto, dejarle un mensaje o algo así. De tal manera que decidió dejar colgado el anillo plateado en la puerta de la casa de Roberto. Sorprendido, Roberto, quien llegó a su casa casi en el justo momento en que Jonás se estaba yendo, descolgó el anillo de la puerta y lo tomó en sus manos. Lo reconoció inmediatamente. (Cómo no lo haría, si ese anillo había sido el regalo que él le había dado a Isabel como símbolo de su amor). Roberto miró para todos lados y alcanzó a ver el automóvil de Jonás que se alejaba a toda marcha.
*** El médico forense llamó a Roberto para mostrarle la carta que había hallado en el vestido de Isabel y además para explicarle que Isabel había muerto, estrangulada, 24 horas antes del terremoto.
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Esta es la carta en cuestión:
“12 de enero de 2001. “Adorado Roberto: Ante todo quiero decirte que te amo; y por lo mismo me siento muy perturbada por lo que ha estado ocurriéndome. O lo que he estado propiciando que ocurra. Roberto, aunque me he enamorado de vos, quiero que entendás que no se puede dejar de amar de golpe a alguien que ha estado con uno durante tantos años. Pero ahora estoy segura de que te amo sólo a vos y no a Jonás. Él me acaba de llamar por teléfono y voy a ir a verlo a la casa de Las Colinas, en Santa Tecla, para terminar con todo esto. Me dijo que me va a dar el divorcio. Me voy a ir con vos para Estados Unidos. Escribo mis sentimientos porque por ahora no sabría como decir ante tus ojos lo que he escrito. Te pido perdón por no haber sido más decidida desde el principio. Espero que me comprendás. Espero que después de leer estas palabras comprendás cuanto te quiero. Espero que el amor que me tenés sea más grande que el que yo he podido demostrar. Sinceramente, Isabel.”
Roberto terminó de leer la carta y no pudo retener una lágrima. Sintió ganas de golpear a alguien; sintió ganas de gritar. Luego sintió conmiseración y lloró crecidamente. Y poco a poco organizó en su corazón el sentimiento de compasión por el fatal final de Isabel.
Roberto ató cabos y denunció en los tribunales de justicia a Jonás como sospechoso del asesinato de Isabel. Con las pruebas recabadas Jonás fue apresado por la policía. Dos años después fue encontrado culpable de asesinato en primer grado.
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SOLILOQUIO ENVENENADO 2
“Un año después aquí sentado en esta banca recuerdo cual fue el contratiempo ineludible de Isabel para plantarme aquella tarde. Quisiera estar feliz porque al fin un caso de feminicidio se resolvió y la justicia salvadoreña actuó como siempre debería actuar. Pero ella ya no está aquí, a mi lado. Siempre sueño que ella vendrá; pero despierto cada día a la realidad. Por eso mismo, un año después aquí sentado en esta banca, veinticuatro meses después, trescientos sesenta y cinco días después, diez y ocho mil setecientos sesenta horas después... sentado en esta misma banca –¡en la misma!- de este mismo parque de difuntos, en este cementerio que alberga de una forma moderna a la antigua muerte, a los muertos de este y del pasado siglo, a los heridos fatalmente con la ausencia de la respiración, yo aquí, sentado y alejado de ella, me doy cuenta que perdió para siempre Isabel su oportunidad de abrir sus pétalos al sol, de extender sus ágiles alas a través de las selvas tropicales, de sembrar una semilla hacia el futuro. Sus rasgos físicos eran un tributo a la perfección y todos se han ido ya. Aunque por supuesto tuvo defectos. Pero ¿quién es perfecto? Y yo la amé con sus virtudes y con sus vicios. La amé hasta donde fue plenamente posible. Y no tengo arrepentimientos, remordimientos ni odio francamente. Y como esas partituras engavetadas de los grandes músicos salvadoreños, que no han alcanzado el estudio de grabación; separado de Isabel como de esos libros hermosos y amados de los escritores salvadoreños que no han conseguido la imprenta... Así como esa música y esos libros asfixiados, yo, doliente y lúgubre, empañado y oscuro como una sombra, abro mis ojos, limpio de culpas limpio mis lágrimas, recuerdo la verdad que Isabel me dio y me dijo, recuerdo el amor –poco o grande, ¡que sé yo!- que Isabel me entregó y que extraño ahora tanto... y deposito estas flores rojas sobre su tumba… ¿Me amó de verdad alguna vez Isabel? A través de mis memorias he tratado de responderme esa pregunta. He recorrido muchos senderos y rincones en mi cerebro. Hubo vericuetos que condujeron mis palabras hasta los escondites más secretos. ¿Me amó de verdad alguna vez Isabel? Creo que sí. Yo también la amé… La amé con todas las fuerzas de mi alma y de mi cuerpo. Y eso es lo que me importa ahora. Y como los sobrevivientes del terremoto,
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así también yo prosigo con mi existencia, esta supervivencia que se enriquece cada día con cada experiencia, con cada vida y con cada muerte. Con toda la pureza o con toda la agresiva y negativa energía. Con este breve lapso en el que respiro en medio del infinito universo. Sonrío llanamente con mis ojos hacia el horizonte y sigo mi camino, recordando a Isabel mientras me toca con su mano la espalda, mientras llena con su lengua mi boca, sonriéndome con sus ojos pardos de gata en celo, diciéndome al oído que la ame como si fuese la última vez que la tendría en mis brazos…”
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XI Relato 1
ANASTASIO AQUINO
Valle de Jiboa
Esteban tenía el don de la palabra. Y cuando Isabel tenía doce años Esteban le contó un sueño sobre un sueño que tuvo con el indio Anastasio Aquino:
«-Isabel, te voy a contar algo… «-¿Sobre qué? «-Sobre alguien que fue fusilado. Ese día de la ejecución el ambiente estaba cubierto por una neblina fresca y espesa como la de la ciudad de Apaneca… Isabel escuchaba atenta.
«Es 24 de julio de 1833. El pelotón de fusilamiento eleva, perpendiculares a los cuerpos, sus armas de fuego. Pero testigos del hecho afirman que, unos segundos antes, el indócil sentenciado sonreía mientras intercambiaba unas palabras con el sujeto que le vendaba los ojos. -«¿Quieren jugar de gallinita ciega? sarcasmo.
–preguntó Aquino, con
«El sedicioso es físicamente fuerte, de cabello lacio y comúnmente usa caites de correas gruesas y una capa sin mangas, adornada con seda roja.
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«Semanas antes, mientras guardaba prisión en Santiago Nonualco, después de haber sido capturado tres meses atrás en su escondite del cerro el Tacuazín, una noche Aquino se durmió profundamente. Ingresó, con la fuerza de ánimo acostumbrada, a un sueño (que bien puede llamarse frustración o pesadilla), un sueño que –conjeturo- es otra poderosa forma de la realidad. El escenario era una casa de adobe cercana al Valle de Jiboa, rodeada de árboles de fuego y de amate. Frente al proscrito Aquino se encontraba un rostro conocido y familiar, y ahora odiado. Aquino quiso golpearlo; pero también quería entender porque había sido traicionado. Se contuvo. Y mientras con la mirada lanzaba un filo como de obsidiana, abrió el sincero diálogo: «-Lo que pasó, pasó. Ahora sólo hay una cosa en el mundo de la cual me arrepiento: debí cortarte las venas cuando pude, en vez de sólo expulsarte de mi ejército. «-Vos tuviste la culpa, por tratarme mal -respondió Cascabel, con un ligero temblor en la voz. «-Vos querías abusar de aquellas mujeres. Sos un depravado. O algo peor que eso, un soplón cobarde, un infame delator -sentenció Aquino, con palabras lentas y tono enfático. «La claridad de la mañana se apoderaba con decisión del rancho y de los ojos de ambos hombres. Los clarineros gritaban y saltaban entre las ramas de los árboles. Una niebla densa se colaba intermitentemente al interior de la habitación única. Y era como la materialización de los sentimientos que maniataban el alma de los interlocutores... era gris y era fría. «Cascabel, con la mirada turbia puesta sobre el suelo, interrumpió el breve silencio con unas palabras que querían ser valientes: «-Yo no me arrepiento de nada. Puedo hablarte con la verdad y decirte lo fácil que fue informarles a los hombres del Presidente Prado el lugar de tu escondite. «-Mirá -dijo con serenidad, Aquino-, yo sé que te han dado dinero los ladinos. Ya sé que los traidores como vos, se conforman con pequeños pagos y no entienden que todo los que existe en la extensión de estas tierras pertenece a mis indios. Pero si tenés un poco de vergüenza, deberías meditar en las consecuencias de tu estupidez... «-¿Y qué acaso creíste que podrías vencer a los blancos sin la ayuda de los mestizos? -interrumpió Cascabel-. Yo no te traicioné sólo porque vos me golpeaste y sacaste de tus filas. El odio que te tengo por eso, 64
únicamente aceleró lo inevitable. Y ahora lo que más deseo en la vida es olvidar tu nombre. «Aquino, que escuchaba atento, fue cambiando su dura mirada por ojos de reflexión. Observó con la vista perdida el techo de paja... y el odio que sentía hacia Cascabel, cuyas palabras quizás eran verdaderas, fue opacado por la duda. Después de un lapso de treinta segundos, Aquino miró a Cascabel fijamente a los ojos y declaró con lucidez: «-Nadie va a olvidar mi nombre. Y vos, menos. Eso te lo aseguro. «La espesa niebla persistía tercamente en ocultar fragmentos de los cuerpos. Sin embargo, todo tenía un significado tan grande, digo, todo lo que concierne a los ojos y a las palabras, que si alguno ocultaba un arma era imposible saberlo... «Aquí termina el sueño y volvemos a la hora final. «El pelotón está listo. Las armas suenan, como la voz de una tormenta breve y letal. El corazón santiagueño se detiene. A alguien no le basta eso y el hacha, que también mata árboles, corta el cuello del cadáver y la cabeza rueda ensangrentada. Se dice que será exhibida, dentro de una jaula, en un borde de la Cuesta de los Monteros.»
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XII Relato 2
MANUEL ENRIQUE ARAUJO
Esteban le contó muchas historias a Isabel y entre ellas le refirió la quimera de su presidente favorito, el Dr. Manuel Enrique Araujo:
«El hombre salió confiado y feliz de su casa. Y aunque era el presidente de El Salvador, caminaba solo y sin guardaespaldas por las calles de San Salvador, saludando a los transeúntes que se encontraba, asombrados de ver al señor presidente caminando entre las calles como si fuera un ciudadano más, común y corriente, y le contestaban el saludo con una reverencia digna de su persona. Se dirigía al concierto nocturno del parque Gerardo Barrios. El concierto estaba por empezar. «El presidente recordó incrédulo con una sonrisa las advertencias de su esposa, de que no asistiera al concierto, ya que ella había tenido una terrible pesadilla. «En el parque había una algarabía no tan intensa, y que le daba al ambiente un toque de tranquila festividad.
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«-Siéntese aquí, señor presidente, donde está la mejor vista. «Era el año de 1913 y la música de la orquesta militar sonaba tan apropiada para la época... y para los hechos que estaban por venir. «El presidente gozaba con serena alegría de la música. «De pronto, unos inesperados zumbidos metálicos le golpearon la cabeza y el cuerpo. La sangre abundante se derramó por todas partes. «-¡El presidente está herido! -gritó la voz de uno de sus allegados. «Tres sujetos armados con machete, odio y una encomienda atroz, se habían abalanzado con verdadero fervor criminal sobre el cuerpo y el alma del desarmado gobernante. La confusión y la sorpresa fueron descomunales. «Cinco heridas por arma blanca, tres de ellas en la cabeza y una herida por arma de fuego en el hombro izquierdo eran el saldo ingrato de aquella agresión. «El presidente, herido como estaba, logró caminar una larga cuadra, ensangrentado, hasta que unos amigos lo subieron a un carruaje y lo llevaron hasta una cama, en donde al acostarlo perdió la conciencia, momentáneamente. «Cinco días después, tras iniciar una mortal infección de las meninges, el presidente falleció en su casa. «Los autores del magnicidio fueron fusilados diez días después de la muerte del presidente y el cuarto individuo involucrado, que fue quien disparó al hombro del presidente, se suicidó, supuestamente, en la celda. «Nunca se supo con exactitud (que es obvio que los hubo) quien o quienes fueron los responsables intelectuales del hecho.»
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XIII Relato 3
ROQUE DALTON
«Pienso que Dalton no creía en la vida después de la muerte; pero sí en la inmortalidad... » Así empezó Esteban, quien no desaprovechaba la oportunidad del ambiente de una noche lluviosa, con truenos y relámpagos, para contarle anécdotas a Isabel. Así fue como le narró en 1983 la historia de las últimas horas de uno de sus poetas favoritos, Roque Dalton.
«El hombre disfrazado con lentes y un bigote espeso regresó en 1973 a El Salvador, después un largo exilio, con el pseudónimo de Julio Dreyfus Marín. Su regreso –aunque él no lo sabía- era definitivo. Sus pocas maletas estaban llenas de libros aún por terminar y de sueños grandes que miraban hacia el horizonte. «Absolutamente todo en él estaba proscrito en El Salvador. Pero tenía repleto el corazón de ímpetu y su decisión de lucha y su amor por su país eran irrevocables y más grandes que todo.
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«En medio de la clandestinidad y bajo la amenaza de uno y otro lado, Dalton miró hacia atrás y encontró todo un mundo de experiencias, desde su humilde cuna, sus estudios, su familia y sus vivencias políticas, hasta la creación de sus obras literarias escritas casi con sangre. Todo ese extenso mundo dejado atrás, le afirmó el rostro y pudo ver su propia su identidad, serenamente: su sincera lucha había sido siempre por los pobres y desposeídos de El Salvador. «Sin embargo, dos años después, el 13 de abril de 1975, sus propios compañeros de armas los habían apresado, a él y José Armando Arteaga, conocido como Pancho, su amigo y camarada, y los acusaban de ser enemigos. La casa donde los habían capturado, era un antiguo lugar de reunión de célula. «Casi un mes después, en mayo de ese mismo año, sucedió lo terrible. Las voces que Dalton creía que eran sus aliados, no hacían más que acusarlo y amenazarlo. «-¡No sos más que un agente de la CIA, cabrón! «-¡Eso es totalmente falso! -respondió Dalton, con la voz firme y la mirada seria. «-Ya tenemos revolucionario…
información
de
que
no
sos
un
verdadero
«-¿Así que ustedes se fían más de las falsas acusaciones sin pruebas, que de los hechos? Pero yo sé bien que es lo que está detrás de todo esto. «-¿Así? Deberías confesar mejor toda la verdad, así talvez podríamos arreglar las cosas. «-¿Arreglarlas? ¿Cómo se podría si sus intenciones son otras? ¿Y saben qué? Estoy seguro que después que hagan conmigo lo que van a hacer habrá una fractura en el ERP. ¿No entienden que nuestra desunión sólo favorece a nuestro verdadero enemigo? «-¡No hablemos más! ¡La decisión ya está tomada! A los traidores hay que ajusticiarlos y vos no sos más que un traidor. «-¡No! –gritó Dalton, golpeando con el puño una mesa. ¡Esta es una injusticia! «-Que no se hable más -dijo uno de los hombres. ¡Llévenselo!
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«-¡Esperen! -interrumpió Dalton-. Antes de que esto termine quiero decir algo. «Hizo una breve pausa, mirando hacia un lado, pensativo, y dijo: «-¡Toda mi vida la viví con el pecho abierto, rompiendo de frente todas las adversidades! ¡No hubo temblor en mis manos entonces! ¡No hay temblor en mis manos ahora! Siempre he sido fiel a mis creencias y ahora sé bien que no añoro lo mismo que ustedes. «Y luego, lanzando una mirada filosa y pura hacia sus captores, preguntó: «-¿Por qué ansían tanto el poder hasta el punto de eliminar a un camarada? ¿Por qué temen tanto enfrentarse a las nuevas ideas? Ahora van a asesinarme; pero les digo que no tendrán la satisfacción de verme sufrir. ¿Saben una cosa? Nunca logré contener la risa. Y dentro de mí hay una carcajada grande, burlándose de ustedes... «Los sujetos no supieron que contestar. Sintieron cierto miedo, que ocultaron tras sus armas, de este hombre sin temor. «El día parecía interminable y el cielo quería tornarse gris. «Todos callaron. «En medio del atardecer unas sombras tenebrosas apresaron dos cuerpos llenos de energía y los empujaron hacia el patio. Unas palabras apuñalaron el breve silencio con una pregunta feroz: «-¿Y con éste qué hacemos? -señalando a Pancho. «-¿Cómo que qué hacemos? ¡Lo mismo, le toca lo mismo! «-¡Lo que van a hacer es una injusticia! -gritó Dalton. «Al llegar al patio Dalton y Pancho, alguien les apuntó por la espalda. «Unos disparos perdidos en la noche se escucharon roncos y pestilentes. Era un sábado 10 de mayo. «-¡Desháganse bien de los cuerpos! ¡Que nadie los encuentre...!»
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XIV Relato 4
ÓSCAR ARNULFO ROMERO
Esteban no podía dejar de relatarle a Isabel una de las historias más desgarradoras para la conciencia nacional.
«Monseñor Romero había llamado, un día antes de la fecha fatal, a los cuerpos de seguridad del gobierno a parar la violencia contra el pueblo, desde su púlpito en la ceremonia dominical. Y el 24 de marzo de 1980 celebraba una sencilla misa en la capilla del hospital La Divina Providencia. «Oculto lo observaba, fríamente, un francotirador. Monseñor levantó el cáliz. El asesino apuntó, Monseñor cerró los ojos y el matador haló el gatillo. Un brusco y repentino disparo, certero como la muerte, alcanzó el corazón del hombre.
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«Su cuerpo se desplomó como una catedral demolida. Las páginas de la Historia Salvadoreña se salpicaron con sangre martirial. Los gritos y el llanto se desbordaron en los ojos de la gente sencilla. El mundo entero se horrorizó del magnicidio. «Un día después, frente a la catedral metropolitana, un mar de gente, acudió dolorosamente al sepelio. La indignación popular chisporroteaba en el alma. «Inesperadamente, ese mar, indefenso en su mayoría, se volvió un caótico maremoto al convertirse en víctima de una numerosa descarga de balas de armas de fuego, ejecutadas por francotiradores apostados en los techos de los edificios. Cuarenta personas murieron. «Al llegar la tensa clama, en una tierra marcada por una geografía volcánica, numerosos volcanes de calzado quedaron abandonados en las calles…».
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XV Relato-Poema 5
MILES DAVIS
Otra noche, en que la luna estaba tan grande y redonda, tan plateada y brillante, como las noches que hicieron soñar a Galileo Galilei, Esteban le habló a Isabel a cerca de uno de sus músicos favoritos, Miles Davis:
«En su piel la noche se había visto en un espejo. Y en su alma, toda una raza se vio a sí misma. «Su trompeta no toca, sino que canta, había dicho un amigo. «Su corazón no late, sino serenamente grita, diría yo. «Hijo de un odontólogo neoyorquino, se le impuso la tarea de estudiar y tocar música académica. Pero una música intensa que iba pegada a su piel, como sudor, como perfume luminoso, como sangre sobre los cuerpos, decantada, extraída con violencia de los moribundos, de sus ancestros sometidos y oscuros, recogida y elevada con dignidad, a fuerza de instinto y belleza, explotó
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en una sola palabra: Jazz.»
*** «Sueño imposible: 02 de Marzo de 1959. «Una mano oscura y fuerte se posó sobre mi hombro y de los labios de él salieron las palabras inesperadas pero esperadas una y otra vez: «-Tengo prisa, pero quise venir a saludarte. «-¿Adonde vas, Miles? «-A intentar grabar con unos hermanos. «-¿Standards o algo nuevo? «Y mostrándome unas partituras hechas de prisa y con fuego, me contestó: «-Algo nuevo. Hace apenas unas horas he compuesto esto. Está inconcluso; pero los muchachos y yo lo resolveremos en el camino. «Y luego Miles Davis agregó con humildad: «-Ellos tendrán que hacer la mayor parte...»
*** «Hermosa oscuridad brillante, trompeta volando sin alas y divina, aniquilador de barreras, constructor de edificios musicales, he sabido escuchar tus lamentos y tus alegrías, digno Miles, te he entendido, te he escuchado. Te he visto tocar, maravillosa negrura, con una mano el cielo y con la otra el infierno... Le has dado a mis días 74
y a mis oídos felicidad y alegría inagotables.»
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XVI Relato 6
LA CIGUANABA
No se puede concluir este humilde viaje sin el último relato contado por Esteban, el narrador de historias, el relator. Ese hombre que fue parte de la interesante dimensión que significó conocer la historia de Roberto e Isabel. Y en este último relato Esteban quiso hacer la conjunción de un hecho histórico con una alegoría mitológica salvadoreña. Y así se lo explicó a Isabel la noche que se lo contó. El brevísimo resultado fue La Ciguanaba, en el cual Esteban imaginó a un anciano, sobreviviente del levantamiento campesino que se desencadenó en 1932 (y que fue aplastado por las fuerzas militares del general Maximiliano Hernández Martínez), narrando su anécdota personal, entre el sueño, la locura y el terror. Isabel estaba fascinada, llena de curiosidad. Y por lo mismo, grabó en su memoria, aunque incompleta, la voz de Esteban:
«... a todos se oye hablar de ella. Yo tengo aún en mi memoria, por las noches, su espantosa voz a lo lejos. Su nombre fue 1932. «Al acercarme aquel día –recuerdo- parecía ella una campesina adornada por dieciocho veranos, olorosa a claro nacimiento de agua o a cañaverales azotados por la brisa. Recuerdo bien que su boca era el primer paso en el camino del sexo y su cabello negro y liso era la misma noche abrazándome. Su piel daba –aunque yo por eso estuviese ardiendo- la sensación de perfume y frescura. Dos atractivas consignas de las que se
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escuchan en las manifestaciones callejeras eran sus ojos café-claro. Y sus pechos desnudos encendíanme las ganas de todo... «Pero cuando por fin el beso -nuestro besohizo parir inevitablemente la alegría y una secuencia de emociones y deseos, su belleza, cuidadosamente hecha, se volvió un mar de arrugas y de gritos; sus ojos eran entonces dos candiles incendiándome de miedo y el genocidio histórico de mi pueblo corrió como una tenebrosa película exhibiéndose en mi sangre... «La inmortal Ciguanaba reía horriblemente –lo recuerdo bien claroal verme correr, tropezando, entre el río y las flores muertas, en algún lugar del occidente de mi país... »
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CRÉDITOS DE FOTOGRAFÍAS Todas las fotografías en blanco y negro han sido extraídas del cortometraje del año 2005 “Hablando con los muertos”, escrito y dirigido por Óscar Perdomo León, y de otras fuentes que se especifican en la siguiente página.
Fotografías extraídas del mencionado cortometraje. Página 10: mano de “Isabel” (interpretada por Rosario Ríos). Página 11: camilleros de la Cruz Roja (interpretados por los socorristas Nelson Gálvez, José Mauricio Retana y Nery Anthony Medina) cargando a “Isabel”. Página 12: primer plano de “Roberto” (interpretado por Santiago Nogales) besando el tatuaje en el muslo de “Isabel”. Página 19: “Esteban” (interpretado por Edgar Mauricio Perdomo Góchez) da órdenes a “Eustaquio” (interpretado por Renato Flores). Página 21: retrato de “Rocío” amputada (interpretada por Wendy Perdomo León de Cruz) y de la “doctora” (interpretada por Verónica Torres). Página 22: fotografía de “Isabel niña” (interpretada por Laura María Perdomo Pacas); ésta y la foto anterior, tomadas de escenas que los editores del corto “Hablando con los muertos” borraron en la edición final. Página 23: “Jonás” en primer plano (interpretado por Romeo Teos), en el cementerio es observado a escondidas por “Roberto”. Página 27: “Roberto”, admirando el tatuaje en el muslo de “Isabel”. Página 34: tres fotografías: la de arriba muestra a “Salomón” (interpretado por Zenón Burgos), atacando con su machete; a la izquierda, “Eustaquio” recién asesinado a machetazos; el retrato de la derecha muestra a “Esteban” recibiendo un balazo en su pecho. Página 57: “Roberto” y el cadáver de “Isabel”. Página 59: “Isabel” es estrangulada por “Jonás”. Página 60: “Jonás” es arrestado por la Policía Nacional Civil (el agente policial es interpretado por Nelson Cerén Canizales). Página 61: “Roberto” dentro de un vehículo observa a “Isabel” –fuera de foco-. Los ojos de él están también en el espejo retrovisor.
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Fotografías de otras fuentes. Página 9: fotografía del deslave sobre Las Colinas, extraída de un video proporcionado por el periodista William Meléndez, de Canal 12. Página 26: fotografía tomada por Renato Flores, en un ensayo del cortometraje, de “Jonás” apuntado su arma en la cabeza del “profesor” (Gonzalo González). Junto a ellos está otro miembro del Escuadrón de la Muerte (interpretado por René Serrano). Página 30: fotografía tomada por Óscar Perdomo León, modificada con Corel PHOTO-PAINT X4. Modelo anónima. Página 35: fotografía tomada por Óscar Perdomo León, de una máscara prehispánica Maya, propiedad del Lic. José González. Página 40: “Roberto”, pensativo. Fotografía tomada por Óscar Perdomo León. Página 43: fotografía de “Salomón” apuntando con un arma, tomada por Renato Flores. Página 47: fotografía tomada por Óscar Perdomo León, modificada. Modelo anónima. Página 54: fotografía del volcán Chingo, tomada desde la ciudad de Atiquizaya, Ahuachapán, por Óscar Perdomo León. Página 63: fotografía del Valle de Jiboa, en San Vicente, tomada por Óscar Perdomo León. Página 66: fotografía (modificada) del ex presidente Dr. Manuel Enrique Araujo, extraída de la página 171 del libro “Panorama de la literatura salvadoreña”, de Luís Gallegos Valdés. Página 68: fotografía de Roque Dalton en Praga, tomada por Salvador Carreget (modificada); extraída del libro “El ciervo perseguido”, de Luís Alvarenga. Página 71: fotografía tomada por Óscar Perdomo León a la pintura de Monseñor Romero que encuentra en la capilla de la Universidad Centroamericana, UCA. Página 72: Fotografía de la masacre del día del entierro de Monseñor Romero. Obtenida de una página del MUPI en el ciberespacio. Página 73: fotografía de Miles Davis, extraída de su disco “Milestones”, de 1958, producido por CBS JAZZ MASTERPIECES. Y página 75: dibujo de Miles Davis hecho por Vanessa Holley, tomado del libro “Jazz para principiantes”, de Ron David. Página 76: fotografía tomada a la pintura hecha por Salarrué, “La Ciguanaba” -personaje de la mitología cuscatleca. Página 81: Fotografía a colores de Óscar Perdomo León tomada por Ana Luisa Barrera.
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Traducción del poema-canción de Greg Lake. Extraído de “Works”, 1977. 5
Necesito estar aquí a tu lado, ya que sin vos ¿quién soy yo? Sólo otro tonto buscando el paraíso en el cielo. Llevame más cerca de la creencia, llevame hacia el frente, llevame hacia delante, a través de la colisión y la confusión ya que mientras haya vida bajo el sol vos sos la razón por la que continúo, tan cerca y por tanto tiempo, tan cerca y aún así tan lejos… Oh, este planeta nuestro es un desorden. Apuesto que en el cielo ocurre lo mismo.
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Traducción libre hecha por Óscar Perdomo León.
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Óscar Perdomo León
HABLANDO CON LOS MUERTOS ISBN: 99923-78-48-4
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