KANA HUICHYCA Memorias de Kana Comunidad Muisca de SesquilĂŠ
MINISTERIO DE CULTURA Mariana Garcés Córdoba Ministra de Cultura
María Claudia López Sorzano Viceministra de Cultura
Enzo Rafael Ariza Ayala Secretario General
Juan Luis Isaza Londoño Director de Patrimonio
Adriana Molano Arenas
Coordinadora Grupo Patrimonio Cultural Inmaterial
Luisa Fernanda Sánchez Silva
Asesora Grupo de Patrimonio Cultural Inmaterial
Equipo de trabajo
Asesores del proyecto
Karen Alejandra Bojacá Rojas
SUB/LIMINAL MDL5
Yudisa Mestizo Gómez
Ana Margarita Sierra Pinedo
Windy Vanessa Mestizo Gómez
Coordinación general de convenio
Alejandra Mamanché Quintero
Ana Margarita Sierra Pinedo
Yesica Lorena Mamanché Quintero
Coordinación de proyecto
Carlos Candil Chautá Ivonne Ximena Bojacá Mendez Karoll Selena Bojacá Mendez Jinneth Katerine Rodríguez Bojacá Leidy Carolina Chautá Garzón Victor Manuel Chautá Garzón Juan Alejandro Chautá Garzón Jhuan Pablo Bojacá Rojas Sebastián Chocué Torres
Diana González Calderón
Investigación y coordinación administrativa
Juan Francisco Sánchez-Ramos Fernando Domínguez Pérez Carlos Manuel Hoyos Bucheli. Asesoría procesos de creación
Carlos Alberto Candil Chauta Asistencia de campo
Laura Valentina Álvarez Peña Diseño editorial
KANA HUICHYCA Memorias de Kana Comunidad Muisca de SesquilĂŠ
PRE S E NTACIÓN
Kana huichyca o El recuerdo de Kana es una pieza editorial de
creación colectiva cuya realización estuvo a cargo de un grupo de jóvenes y niños pertenecientes al Cabildo muisca de Sesquilé. Su proceso de construcción tuvo dos momentos fundamentales; inicialmente, la exploración temática y estética se concentró en la identificación, recolección e ilustración de las plantas medicinales de uso cotidiano, presentes en el territorio. Posteriormente, tras una indagación sobre el lugar práctico y simbólico que las plantas identificadas ocupan en la vida de la población muisca, algunas jóvenes integrantes del grupo de trabajo, propusieron alimentar la pieza con la historia de Kana, el niño sembrador. Kana es un personaje presente en la tradición oral y en la memoria simbólica de los muiscas contemporáneos que habitan el Cabildo. Así mismo, los relatos asociados a él y a sus experiencias como sembrador, operan como una suerte de representación alegórica de los legados ancestrales muiscas. El mito de Kana, enunciado así por los jóvenes, se instaló en el repertorio simbólico de la población gracias al líder Carlos Mamanché, quien lo transmitió por primera vez al hoy también líder de procesos juveniles, Carlos Alberto Candil Chauta. De tal manera, la publicación presenta, por un lado, una versión escrita del relato sobre Kana construida a partir de las narraciones orales efectuadas por los integrantes del grupo de trabajo. De otro lado, retrata, desde la ilustración, las plantas medicinales cultivadas en el territorio en tanto estrategia plástica de reinterpretación y apropiación de dicho relato.
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Durante el Kikinixie, que es aquel lugar en el
tiempo donde nuestro pensamiento no llega, existió un niño llamado Kana. Él habitaba un territorio sobre el cual se alzaban grandes montañas, las aguas surcaban ríos y se extendían amplios valles. Kana caminaba por esos valles, escalaba las montañas y cruzaba los ríos. Mientras caminaba recorriendo su territorio, sembraba diversas plantas y árboles. Así, tras su paso, crecían cedros, guayacanes, robles, nogales, tabaco, coca y tijique que germinaban de inmediato una vez Kana aplaudía al ritmo de un fuerte hey emanado de su garganta. De tal forma, cada vez que palmoteaba y decía la palabra hey, una hierba brotaba del suelo como si aquel gesto tuviera sobre la tierra un efecto mágico de fertilidad.
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Tijiqui
Todas las plantas que sembraba eran medicinales, eran hierbas positivas. Estas plantas constituĂan el alimento de toda la fauna del territorio; de ellas se nutrĂan las aves, los venados, los osos, los jaguares y las serpientes.
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Ruda
Allí mismo, pero en un lugar apartado, habitaba también un ser que sentía una ira profunda hacia Kana y su trabajo como sembrador. Motivado por la envidia, este ser, llamado Negativo, comenzó a sembrar plantas venenosas, hierbas mortíferas y letales.
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Sin embargo, Kana no prestó atención a las provocaciones del Negativo y continuó sembrando con mayor empeño. Al ver que sus acciones no causaban ningún efecto en Kana, el Negativo se enfureció aún más y planeó una treta para dañar al niño sembrador.
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Romero
Organizó una fiesta en su casa ceremonial a la cual invitó a todos los seres vivientes del territorio, pero en especial a Kana. Cuando llegó el día de la celebración, todos los habitantes del territorio, uno tras otro, comenzaron a entrar en la casa del Negativo. Bebían, comían y se divertían mientras Kana observaba con prevención desde lejos. A pesar de su recelo, decidió acercarse a la casa con el propósito de entrar. Cuando el Negativo percibió la presencia del niño en la puerta de su casa, lo recibió con falsa amabilidad y lo incitó a pasar a la fiesta; inmediatamente le ofreció asiento y alimento.
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Romero
Una vez Kana consumió el tabaco y el ambil que el Negativo le brindó como alimento, comenzó a sentirse enfermo, un hipo muy fuerte lo atacó de repente y un dolor en el pecho le cortó la respiración. Casi sin fuerza ni aliento, Kana salió de la casa del Negativo en busca de Chihica, el médico tradicional más sabio que habitaba el entorno. Halló a Chihica en su cueva, un pequeño recinto ceremonial donde habitaba.
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Ruda amarga
Al verlo, Chihica le dijo: “estás muy enfermo, te encuentras muy grave pero yo te haré una limpieza”. Por unos segundos, se internó aún más en su cueva con el fin de buscar las herramientas espirituales para sanar a Kana. Acto seguido, le instaló enfrente siete ollas de barro y le indicó que se sentara en el suelo mientras él entonaba un canto. El trabajo de Chihica provocó en Kana un vómito tan incontenible que llenó, una a una, las siete ollas de barro con la sustancia que su cuerpo expulsaba.
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Caléndula
Después de unos pocos minutos Kana se sintió mejor, sin embargo, Chihica le advirtió que el trabajo de sanación no había terminado y le recalcó que el Negativo había querido matarlo. Una vez dicho esto, Chihica fabricó un tambor con un pedazo de su propia piel y, con uno de sus cuernos, elaboró la baqueta para hacer sonar el tambor. Mientras le entregaba estos instrumentos a Kana, le indicaba que ya no podía seguir sembrando a través del hey y las palmas, de ahora en adelante, tendría que hacerlo clavando en la tierra un bastón que moldeó con su otro cuerno. 17
Ortiga
Finalmente, le dijo que además de usar las herramientas espirituales que le había entregado, debía bañarse en una laguna cada vez que lloviera y enterró las siete ollas de barro en distintos lugares del gran territorio ancestral.
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Tras la fiesta, el Negativo pensó que había matado a Kana. No supo que Chihica lo había convertido en esencia y que seguía sembrando. Desde aquel tiempo y hasta hoy, la presencia de Kana se percibe cuando vemos resplandecer su bastón en el cielo como un rayo y cuando escuchamos su tambor retumbando como un trueno.
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Ruda
Durante muchos años, las ollas permanecieron ocultas en lugares que sólo Chihica conocía, sin embargo, hoy podemos saber los puntos precisos en los que fueron enterradas tres de esas ollas: la primera, fue sepultada en el terreno que ocupó la Calle de El Cartucho en Bogotá; la segunda, en cercanías del río Tunjuelo y la tercera, en los territorios de la laguna de Suesca.
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Sauco
Contamos con esta información debido a que los lugares que resguardaban aquellos entierros se escavaron y las ollas fueron destapadas, hecho que liberó el Negativo en cada una de esas tres zonas. Por causa del Negativo liberado, El Cartucho se convirtió en una calle habitada por el dolor de muchas vidas humanas; el río Tunjuelo se contaminó y la laguna de Suesca comenzó a secarse.
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Totes
Hasta ahora, ninguna de las cuatro ollas restantes ha sido ubicada.
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