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Los Aviones 1a Parte - Rita Lozano

Era un domingo nublado y al resonar de las vías, el tren tuvo que bajar la velocidad ante un cruce inminente.

De un lado, las vías y del otro una colonia, como tantas otras que habían pasado desde que los vagones comenzaban a atravesar la Ciudad de México...

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De pronto, el vagón se estremeció con estrépito

-¿Y ahora qué? -No lo sé

¡ Cuas! – se oyó un fuerte estruendo que nadie atinaba a saber porqué era. En ese instante, como aparecidos de la nada, tres policías con garrotes subieron de pronto al vagón... de los indocumentados, unos guatemaltecos y otros salvadoreños, algunos saltaron a las vías y echaron a correr; los policías, por la fuerza, alcanzaron a sujetar a dos de ellos adentro y los demás empezaron a subir como pudieron al techo del vagón.

-¡Órale! ¡Bájense!, ¡están arrestados! ¡Tu no te muevas Cabrón! – le dijo el oficial al

- chico de 16 años que inmovilizó contra la pared del vagón, mientras éste casi con lágrimas en los ojos le respondía

- Pues... si no me estoy moviendo.

El tren comenzaba a ir más rápido, con tanta confusión, el sonido de las ruedas del ferrocarril sobre las vías avanzando cada vez más rápido se oía por momentos incesantemente fuerte, y por segundos, lejano, como en un sueño o en una pesadilla.

Francisco, como los otros dos que alcanzaron a subir las vías, no tuvieron tiempo de agarrar sus morrales o mochilas, y el miedo a ser deportado pudo más que cualquier otra cosa. Francisco no lo podía creer, pero de repente se encontraba saltando por entre los techos de los vagones de uno a otro, perseguido por un policía, como en las películas del cine.

Y de reojo alcanzó a ver cómo un pequeño enjambre de hombres detenían a los compañeros deviaje que se echaron a correr por las vías... él ya no podría escapar por allí.

El tren de carga estaba a punto de llegar a su fin e iba cada vez más rápido.

Al frente iba un mulato atlético que al ver que ya no quedaba mucho hacia donde seguir saltó por encima de una barda hacia un baldío que había en la colonia por donde pasaban, en ese momento, el policía alcanzó al último de la fila y lo sostuvo como pudo.

-Oh, ¡estate quieto! ¿qué no ves que nos caemos?

Ese era Román y había salido de Huehuetenango, Guatemala, junto con Francisco, quien en ese momento no sabía si regresarse a ayudarlo o seguir corriendo. Estaba a punto de regresarse, cuando los forcejeos de Román con el policía por zafarse casi los tiran del vagón y cayeron sobre el techo estrepitosamente.

Francisco entendió que no podía hacer nada por

Román y al sentir la brisa en sus cabellos y oír nuevamente el ruido ensordecedor de las vías comprendió que posiblemente tampoco podría hacer nada por sí mismo, tres vagones más y se acababa el tren......... si el otro pudo, yo también – pensó-.

Y raspó en los brazos, los codos, así como la frente y mal cayó todo chueco en el jardín de una casa. Era alto, así que la mujer que lavaba la ropa ese domingo en su casa se asustó de sobremanera, no reparó en la mirada dulce de aquel joven, sólo atinó a ver la sangre escurriéndole por la frente y que inminentemente se le acercaba sin decir palabra. dejó caer su cuerpo como pudo tratando de alcanzar el otro extremo de una barda blanca, se

Estaba tan aturdido que no podía ni hablar y los gritos de la mujer le hicieron reaccionar.

-Auxilio, ¡Auxilio! Aaaaaaaaa – -Cálmese señora ...yo solo quiero salir a la calle

Por fin la fémina horrorizada en medio de su miedo encontró la calma, se llevó una mano al rostro y con la otra le señaló el pasillo que daba hacia el frente.

Francisco iba a empezar a correr cuando una viejecita le salió al paso, casi la tira y en medio de su aturdimiento la alcanzó a detener

La mujer del patio de atrás pensando en que aquel hombre no se iba, reanudó sus gritos -Auxilio, ¡Auxilio! Aaaaaaaaa –

La vieja le entregó un vaso con agua y le dijo: -llévatelo y córrele que no tardan en venir los policías por tí, no le hagas caso a mi nuera, ella no vive acá y no sabe que esto a veces pasa.

No pudo siquiera darle las gracias, tuvo que salir corriendo con el vaso en una mano y oyendo a lo lejos unos silbatos; cuando llegó a la esquina el vaso ya se había vaciado a más de la mitad, pues con la carrera había derramado casi todo el líquido. Tomó el resto como pudo y tiró el vaso, precisamente en el baldío donde minutos atrás había saltado el atlético mulato.

A menos de una cuadra había un mercado sobre ruedas, al ver tanta gente, supo que al llegar ahí tendría una oportunidad de confundirse entre la gente. Y corrió con todas sus fuerzas.

Apenas y se podía caminar entre tanta gente y con su altura, Francisco ya no sabía cómo le haría para pasar inadvertido... como niño asustado miraba para todos lados y oía cada vez mas cerca los silbatos.

Entonces una mano lo agarró fuertemente del brazo y su primer impulso fue zafarse y volteó la mirada asustado. Era uno de los marchantes.

-¡Cálmate!, que estás asustando a la gente... ven.

¿Vienes con el moreno de playera amarilla? –Francisco asintió con la cabeza.

-A ese lo agarraron en la otra esquina. Escóndete abajo de mi puesto y no hagas ruido. Shhht!

Y metió a Francisco más a fuerza que de buena gana abajo del puesto hecho de fierros y cubierto por una lona.

Pasaron los policías y pasaron casi como tres horas y Francisco apenas y se atrevía a respirar. Después de ese tiempo, el marchante le dijo:

-Ora sí, parece que ya se fueron manito...ya salte de ahí.

Todo entumido Francisco casi se desenrolló y le dio las gracias al vendedor. Como se había quedado sin dinero y sin pertenencias, intentó pedirle trabajo al vendedor.

-No, eso sí cuate, yo ya te ayudé, pero trabajo no te puedo dar. Ora sí estás por tu cuenta.

En ese momento Francisco caminó a sabiendas que no tenía rumbo alguno, le dolía todo el cuerpo y los raspones le seguían sangrando un poco... supo que no podía ir a atenderse a ningún hospital, porque lo deportarían a Guatemala, así que buscó una llave de agua en un parque y lavó como pudo las heridas, mientras pensaba:

-Yo lo prometí, dije que iba a llegar a los Estados Unidos y les iba a mandar dinero. ... No me van a deportar... No me van a deportar.

Y con esa idea se aliñó como pudo y comenzó a caminar, tenía que alejarse de donde lo andaban buscando los policías, caminó hasta que ya no pudo más y no sabía en donde estaba, esas casas le parecían más extrañas que nunca y la gente se le quedaba mirando.

Por ahí de las nueve de la noche que se cansó de caminar, comenzó a pedir trabajo, pues ya las tripas le gruñían. Sin embargo, estaba tan maltrecho que nadie le dio trabajo esa noche y tuvo que dormir debajo de un puente, para resguardarse un poco del frío.

Al otro día comenzó con los trabajos... o las chambitas, como le llaman allá en la ciudad, barriendo, lavando platos, a veces la paga era el plato de comida en la fonda donde ayudaba y fue juntando los pesos, hasta que un día en que iba caminado absorto con la mirada en la palma de su mano contando y recontando los pocos pesos que tenía tropezó casi con el local en donde solicitaban lavacoches.

Ese trabajo le permitió en poco tiempo tener un lugar fijo donde dormir y comenzar a ahorrar de

nuevo para reanudar su viaje, para reemprender su sueño que tenía un sólo nombre “dólares” que a bien tendría mandar a su familia para que nunca más les faltara de comer.

Casi sin querer pasaron seis meses más y no supo ni en qué momento, sólo que el dinero que contaba todos los días antes de dormir un día por fin le alcanzó para el pasaje a Tijuana, así como lo que le habían dicho que cobraban los polleros por pasarlos de un lado a otro de la frontera.

Ya de su pasado sólo le quedaba una identificación que había permanecido en el bolsillo de aquel día en que tuvo que saltar del tren y subió a la micro que lo llevaría hasta la central de autobuses del norte mientras apretaba con fuerza la mochila que sus amigos lavacoches le habían regalado el día que se despidió de ellos... tratando de recordar cualquier cantidad de consejos que le habían dado.

Miró las rejas amarillas de la escuela que estaba casi al llegar a la central y alcanzó a ver una pareja que retozaba en la hierba en el jardín más alejado del plantel, pero sin importarles que todos los transeúntes de la avenida les viesen... pensó en su querida Rosa y su hijo Paquito, que para esas fechas estaría por cumplir el año.

Así con sentimientos mezclados de miedo, tristeza, amor por su familia, valor y emoción ante lo desconocido, llegó a la central camionera... había mucha gente, demasiada, y una imagen muy grande de la Virgen de Guadalupe a la mitad del vestíbulo en donde tendría que decidir qué camión tomar.

¿ Cuál le había dicho Pedro, el lavacoches?... ah si, se apresuró al mostrador de la línea que sabía iba para nogales directo.

Una vez que compró el boleto y se enteró que la siguiente corrida salía hasta después de la media noche, por ser semana santa y haber muchos viajantes, pensó... -Pinche Pedrito, aquellos salen cada hora.

Y buscó un lugar para sentarse, todo estaba lleno y atinó a sentarse en el piso como tantos otros, cerca del mostrador.

Había un muchacho chaparrito, despeinado y con sombrero claro.

-quiubo wach, ¿tu también vas para nogales, verdad?, yo voy para allá.

-... Sí (Francisco recordó que le habían dichos sus compañeros que no hablara con nadie, pero qué daño podría hacer ese muchacho como de 20 años, que se veía tan solitario como él entre tanta gente y que iba al mismo lugar).

-Hola, me llamo José Juan, soy de Santa Clara del cobre, en Michoacán, ¿también vas para el otro lado? -... Si, ¿tu también? -Si pués. Allá en mi pueblo por más que trabajas no ganas bien y tengo que mantener a mis hermanos y este año me quiero casar... oora sí, esa Marianita no se me va viva este año... mira - y se le acercó demasiado a Francisco- cambiamos nuestras medallitas de bautizo porque prometimos casarnos, ya sea que me la lleve para allá o que regrese yo en navidad. -... que bien hermano.

Y después de un rato se animó a acabar de desobedecer a sus amigos lavacoches. Yo me llamo Francisco.

- Y después de la media noche, subieron al camión con el desconsuelo de las luces blancas del andén y los ruidos de las llamadas por el micrófono anunciando los camiones que llegaban y partían, y hasta le cambiaron su lugar a una señora para quedar juntos.

Llegando a Nogales ya eran los grandes amigos, tantas horas juntos, que ya cada uno conocía casi como la palma de su mano el pueblo de donde venía el otro y era como si Francisco conociera a Marianita y José Juan a Rosa y a Paquito.

Ambos dejando todo atrás en pos del “mentado american dream.”

De Nogales viajaron en una camioneta a Altar porque les dijeron que allá los polleros si los pasaban y que ahorita la border patrol estaba muy pesada y disparan a matar, hasta por la espalda.

Al llegar a Altar, todo parecía fiesta, había varios viajeros, muchas camionetas con comida rápida en la noche.

-¿No traes hambre Pancho? No hermano... y no me digas Pancho, soy Francisco -

- Esta bien, pero yo creo que si me ando echando una de esas tortas No gastes tu dinero, que luego no te va a alcanzar.

- No te preocupes Francisco... que el secreto para llegar del otro lado... está en los aviones. Has venido diciendo eso desde que estamos en - el camión -Los aviooones, Panchito, los aviones.

Allá en la madrugada los contactaron con el pollero que les cobraría 3 mil dólares por pasarlos de un lado a otro.

Tuvieron que dar mil dólares cada uno y los subieron a un trailer vacío, allí había como 20 personas, en su mayoría hombres de todas las edades y una señora con su hija como de trece años.

Se cerró la caja del trailer y quedaron en absoluta penumbra. José Juan tenía una cajita de cerillos y después de un rato no se aguantó las ganas y encendió un cerillo para ver las caras de todos.

-No sea pendejo. -alguien le dijo y sólo sintió el madrazo en la cabeza, que no ves que si algo no le parece al pollero nos baja a todos en el camino y si nos encuentra la policía nos regresan.

Como estuvieron a oscuras no sabían cuantas horas habían recorrido, pero el camión seguía andando

-Mamá, ¿que no van a parar?- le dijo la niña a su madre- -Pus no sé hija

-Es... que quiero ir al baño

-Hija, pus aguántate -Es que ya no aguanto mamá.

.

Nadie se atrevía a decir nada

Un señor gritó desde el otro lado del trailer -¡Ya que se haga ahi!, total no se ve nada, pero ya cállense chinga!

La niña comenzó a llorar de vergüenza, pero sin aguantar más, sólo sintió las lágrimas en sus mejillas y unos tibios hilos de líquido escurriendo por sus tobillos.

Y pues ninguno de los varones había dicho nada, pero todos se estaban meando entre el susto y las más de 6 horas de viaje y a tientas buscaron una esquina e hicieron lo propio.

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