REVISTA 072

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&pnfiol dt Drruhos Rtprogrรกfiros Entidad de Autores y Editores



DIRECTOR:

ANDRÉS SOREL CONS EJO DE REDACCiÓN:

JUNTA DIRECTIVA DE LA A. C. E. SECRETARíA: A. C. E.: cl Sagasta, 28, 5.° - 28004 Madrid Teléf.: 91 4467047 - Fax: 91 4462961 Página web de la A. C. E.: www.acescri tores.com Correo electrónico: ace@acescritores.com Asesoría jurídica: asesoria@acescritores.com Imprime: L. M. S. S. - Depósito legal: M-8872-1980 \. S. N. N. : 1133-2158


«De los diversos instrumentos del Hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensión de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensión de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensión de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la mem,oria y de la imaginación». JORGE LUIS BORGES

JUNTA DIRECTIVA DE U\ A. C. E. PRESIDENTE JUAN MOLLÁ

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ASTURIAS: VíCTOR ALPERI

SECRETARIO GENERAL ANDRÉS SOREL TESORERO: ENRIQUE LENZA ASESOR JURíDICO: JUAN MOLLÁ VOCALES: ANTONIO HERNÁNDEZ MELlANO PERAl LE DIEGO JESÚS JIMÉNEZ JULlÁN MARCOS FÉLIX GRANDE FERNANDO MARTíNEZ LAiNEZ JUAN MANUEL GONZÁLEZ CONSEJEROS: RAÚL GUERRA GARRIDO ANTONIO COLINAS GONZALO SANTONJA GREGORIO GALLEGO RAMÓN HERNÁNDEZ

ANDALUcíA: RAFAEL DE CÓZAR VALENCIA: PEDRO J. DE LA PEÑA TRADUCTORES: MARIO MERLlNO AUTORES DE TEATRO: JESÚS CAMPOS GARCíA SOCIOS DE HONOR: ÁNGEL M .a DE LERA DANIEL SUEIRO FRANCISCO GARCíA PAVÓN JESÚS FERNÁNDEZ SANTOS EDUARDO DE GUZMÁN LAURO OLMO CARMEN BRAVO-VILLASANTE ELENA SORIANO


ÍNDICE 1

TEMAS MONOGRÁFICOS RA ÚL GUERRA GARRIDO Veinticinco allOS en la amistad yen la literatura ÁNGEL GARCÍA RONDA . Las Ilovelas vascas de Raúl Guerra Garrido JESÚS MARÍA LASAGABASTER. Relectura de Lectura insólita

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El

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ANDRÉS SOREL.

de

Capital

Literatura y presagio Novela plural y cinematográfica MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ. «Haz siempre lo que temas» FERNANDO MARTÍNEZ LAÍNEZ. Explorando las sOJllbras de un mundo desgarrado JUAN CRUZ MENDIZÁBAL. Raúl Guerm Garrido: El impacto lumínico de sus cuentos CARLOS AURTENETXE. Ahora que nos hiere el atollo JOSÉ LUIS ABELLÁN. Vil su e/la de la razón F. JAVIER PUERTO. La patria de Raúl Guerra Garrido El deporte en las novelas de R. G. G. RAÚL GUERRA GARRIDO. Las llamas de un illcelldio Bibliograjla de Raúl Guerra Garrido

FÉLIX MARAÑA.

JosÉ MARÍA BALCELLS.

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II

DE VARIA LITERATURA Gómez de la Serna. Entre la mujer y el paisaje PEDRO 1. DE LA PEÑA. La bohemia 1I10dernista MANUEL QUIROGA CLÉRIGO. COllversación COI! Dulce Chacóll Fernando Martínez Laínez. Premio «Grandes viajeros»

JUAN MANUEL GONZÁLEZ.

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III LIBROS - RESENAS FÉLIX GRANDE. Té con pastas. José Luis MOl·ante. VíCTOR ALPERI. Entre los dientes del tiempo. Ramón Hernández. MIGUEL 1. CARRASCOSA. El Albaicín en la historia. Víctor Corcoba. RAÚL DEL POZO. Ciudad levítica. Enrique Dominguez Millán. JUAN DE DIOS RUIZ-COPETE. Narradores andaluces de posguerra Francisco Vélez Nieto. JESÚS SOLANO. Travesía de regreso. Ramón Reig. ENRIQUE LENZA . ¿Merecía la pena vivir así? La cárcel de mis sueíios. Elisa RamÍrez. Tras las huellas de Cirlot. Esther Bartolomé-Pons. PROGRAMA DE AYUDAS ASISTENCIALES INDIVIDUALIZADAS DE CEDRO. CONCURSOS YCONVOCATORIAS.

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FOTOGRAFÍAS Portada: FOTO ROBES. Página 6: FOTCXJRAFÍA DANIEL MORDZINSKY. Villafranca del Bierzo. 1993. Página 12: Primera Junta de la A. C. E. Andrés Sorel, Ramón Hemández, Ángel M: de Lera, Juan Mollá, Raúl Guerra Garrido, Francisco García Pavón y Ángel García Ronda. Página 72: FOTO SISTIAGA. Alain Robbe-Grillet, Raúl Guerra Garrido y José Saramago. En El Escorial. Página 77: FOTCXJRAFíA PACO CAZALLA. Festival de Cine de Huelva. Página 80: NARRADORES EN LEÓN 2000. Jesús Torbado, José M: Merino, Antonio Pereira, Juan Manuel de Prada, Juan Manuel González, Raúl Guerra Garrido, Martín Garzo, Santos Sanz Villanueva, Luis Mateo Díez, Antonio Colinas y Andrés Sorel. Página 98: Presentación de la revista Kantil, Donostia, 1975. Raúl Guerra Garrido es el sexto por la izquierda. Página 108: Equipo juvenil de baloncesto del Real Madrid. Raúl Guerra es el primero de pie por la izquierda. Página 109: FOTO ROBES. Página 115: FOTO ROBES.

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1 Temas monogrรกficos

RAร L GUERRA GARRIDO



Raúl Guerra Garrido Veinticinco años en la amistad y la literatura Andrés Sorel

No son casuales la citas de Borges que ilustran el presente número de REPÚBLICA DE LAS LETRAS dedicado a Raúl Guerra Garrido. Los libros. Con estas palabras podríamos definir la vida del escritor que viaja por países reales para convertirlos en imaginarios en que desarrolla su obra: Madrid, Extremadura, El Bierzo, Euskadi, las Américas. Un recorrido humano y creativo cuyos últimos veinticinco años he compartido de alguna manera. Todo comenzó a la muerte de Franco. Surgían sus novelas, relatos, y se estrechaba nuestra amistad. Fructificaba ésta en la aventura de la Asociación Colegial de Escritores de España, de la que él fue uno de los fundadores. Y en congresos, conferencias, publicaciones, viajes, caminos en los que el verdadero río por el que navegábamos era, en el fondo, siempre, la literatura. La literatura en y de Raúl Guerra Garrido es el leitmotiv del presente número de la revista, cuando hemos iniciado el siglo XXI y los aldabonazos de la deshumanización absoluta amenazan la evolución de la Humanidad. Nunca el diálogo, la tolerancia, la comprensión del otro, la libertad y la desaparición de las injusticias, el combate de la razón por • impedir que los fanatismos y terrorismos de toda índole nos lleven a la edad de las tinieblas, aparecieron con tal diafanidad en el espejo en que hemos de situar al ser humano fiel a sí mismo. Por eso encerrarnos en nuestro mundo literario es respirar frente a la barbarie y la intolerancia, frente al feísmo y el embrutecimiento que por doquier nos acosan. Caminar con Raúl a través de su obra. A la introducción al presente estudio que sobre ella realizan diversos escritores y profesores, yo añado algunas de las líneas que en este último cuarto de siglo publiqué sobre él. Breves referencias que dan cuenta de una amistad real, profunda, en la que su literatura me acompañó siempre. II

EllO de diciembre del año 1978, publicaba en la revista El Socialista un trabajo sobre las primeras novelas de Raúl Guerra Garrido. Un año después, con el título «¿Existe la libertad?», comentaba en El Viejo Topo mis reflexiones sobre su novela Copenhague no existe. Con motivo de


8 este monográfico dedicado al Raúl escritor, recupero lo que escribí entonces en las líneas que siguen, en un ejercicio de memoria, pues, en definitiva, memoria son, esencialmente, amistad y literatura. Un problema y no menor de escritores como Guerra Garrido es el de escribir en castellano en un medio hostil a este idioma, a cuanto con el se relaciona, como es el de Euskadi. Aunque nadie puede negar que su literatura, esté o no de acuerdo con ella, es esencialmente euskalduna, en cuanto busca que personajes, ambientes, situaciones vitales, se enraicen con la realidad que refleja: las costumbres, la historia, la escisión entre nativos e inmigrantes, el problema de la violencia, la lucha independentista, con sus contradicciones ideológicas y humanas, perfil de un difícil mosaico que él intenta recomponer. En ¡Ay! el personaje es un pequeño burgués que tiene mala conciencia ante un mundo putrefacto, de cuyo desarrollo e influencia no puede escapar. El desfase entre los sueños y la realidad. Las noticias que se asumen y digieren en los actos cotidianos donde el hombre vive-muere cada día. El ocultamiento y simulación de las propias convicciones morales . Por un momento la vida cotidiana de Sotero Nespral, jefe de compras de la casa Porre, . en el imaginario pueblo de Eibain, es afectada por la imagen ofrecida por un periódico: el cuerpo de un niño vietnamita rociado con napalm. La rebelión será sólo mental: mujer, hijos, casa nueva, valores de la sociedad de consumo, empresa a la que uno está sujeto hasta la muerte. La novela va entrecruzando el monólogo, que inventa una realidad asumida sólo mentalmente, con descripciones de la realidad que se vive, noticias de prensa y fabulaciones en ocas iones de estas mismas noticias de la prensa: todo entremezclado, entretej ido, en ese día de la vida de este ejecutivo vasco.


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Cacereño es la historia de un emigrante procedente de un pequei'í o pueblo de Extremadura que huyendo del paro se refu gia en Euskadi , y del conflicto humano y laboral que sufre en este medio. Veamos cómo describe el propio Raúl a Eibain, el pueblo de la saga de gran parte de sus nove las: Eibain es un pueblo típicamente gui puzcoano, en el fondo de un valle, con bonitas casas de ladrillo y madera vista, de aleros de aguas des iguales y una igles ia de dimensiones catedralicias en la palie más alta, con un atrio que se prolonga en frontón o parking, según las neces idades. Eso era Eibain hace pocos años; ahora es eso más fá bricas y casas de vecindad, alargándose por el estrecho fondo del va lle, por la faja de telTenQ comprendida entre la vía del tren y la carretera. Fa lta siti o, las casas ya no se venden por pisos, sino por ta ll eres [... l. Los hab itantes nacidos en otras prov inci as, los cacereños, ya son tantos como los autóctonos. Se ha fundado el inevitabl e Centro Gallego [... ]. El Errekabe lta, un arroyuelo, aún conserva su aspecto bucólico, pero el río, el Oria, ya está contaminado por las espumas fétidas de las papeleras [... llas lej ías, taladrinas, sales y detergentes han acabado con la pesca.

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Guerra Garrido ha buscado construirse, a través de sus nove las, un mundo propi o, a la manera faul kneri ana . En Lectura insólita de El Capital, en las primeras pág inas, el industri al Ignaci o Lizarraga Múgica dec lara al escritor que inves tiga el secuestro de su hermano: «Hace ai'í os se publicó una nove la co n base en la fac toría núm ero dos, Cacereño creo que se ll amaba; pues bien, desvirtuaron la rea lidad yeso nos creó ciertas co mpli cac iones; le iba a demandar al autor, pero renuncié, pues fue una to rmenta en un vaso de agua; pasó pronto. En Lectura insólita de El Capi tal, más allá de una anécdota -importa nte- de la obra -e l primer sec uestro de un alto industrial en Euskad i- encontramos los sigu ientes planos significativos: un mosaico que contrapone visio nes de peneuvistas, caciques, religiosos, etan'as, inmigrantes, auto ridades, gentes del pueb lo, trabajadores .. . Dos tácticas: la de los secuestrado res, «la fuerza de l trabajo en armas no es un probl ema racial , sino la lucha de clases», y la de los hue lgu istas, de tendencia más o menos soc iali sta. Y el lenguaje , a través del que se va tip ifi cando a las perso nas.


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Al final de la obra no falta el golpe sorpresa. El discurso literario, sin embargo, queda abierto, tan abierto como la interpretación de la historia del pueblo vasco, cuyo pasado y presente es contrastado en palabras que, a la vez que definen a los personajes, buscan inventarlos en un marco económico, político y cultural lo más diverso y ejemplar posible Mas al final de todos los discursos políticos, queda el fundamental en .. la obra de Raúl, el literario, el de la humanización del protagonista: «ahora sí, podía quitarse la capucha, tiró de la agria tela y el mundo le volteó los sentidos, el marco de la libertad, el campo. Era un hombre libre, un hombre en libertad condicional como todos los hombres, y las lágrimas saltaron la barra de los párpados inundándole el alma y cuando se quiso dar cuenta estaba arrancando a puñados la hierba y metiéndosela en la boca, masticándola por sentir el verde sabor de la libertad y así estuvo voluntariamente, en la noche, llorando y mastican hierba». Publicaría después Copenhague no existe. El escritor y el hombre se confunden una vez más. La novela y el autor aparecen demasiado unidos. Raúl Guerra Garrido vive en Euskadi, pueblo que lucha por recuperar, con su independencia, su historia y su cultura, y dentro de ella su propia literatura. Pero Raúl defiende su derecho a expresarse en lo que para él es una simple herramienta de trabajo. destinolibro Guerra Garrido vive en una sociedad tensio348 nada, conflictiva, que no ha salido aún de las estructuras franquistas: y aquí el hombre, el escritor, que refleja en sus obras la vida de dicha sociedad, sueña también, más allá de la cotidianidad, con la utopía, unida siempre al problema de la libertad. ¿Existe la libertad? Libertad entendida en sentido político y moral. Una constante en la obra de Raúl, que se interroga siempre sobre el hombre concreto de un tiempo concreto, en esta dualidad sexo-política castrados y violencia y límites de la violencia ejercida por quienes aspiran a su liberación. Pero el tiempo devora. Y mientras las leyes apenas cambian, la esperanza se va perdiendo. También el desencanto invade al novelista. La violencia --en la calle, en las instituciones y en la organización económica

Raúl

Guerra Garrido: Copenha9ue no eXiste


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política- continúa. Las cobardías, hábitos perezosos y castrantes, en la organización moral , sexual , familiar, siguen. No hay héroes en la obra de Raúl. Ni esquemas. Diálogos dialécticos. Descripciones precisas que incursionan a veces en el propio subconsciente de sus protagonistas. IV De otras novelas, relatos de Raúl , escribiría en los años siguientes . Pero quiero concluir esta leve aproximación a su narrativa con un trabajo publicado sobre un tema que a mí mismo me apas ionó años, precisamente con el que, tras regresar del exilio en Francia, ya muriendo el Dictador, me reencontré con la literatura: el de Castilla. Castilla ha apasionado a este lector viajero, que le ha dedicado varios libros, sobre todo a la por él tan amada zona del Bierzo. Mas al fin decidió desempolvar una de las historias que muestran la decadencia, frustración de esta región, imperial un día, deprimida durante siglos. Y bajo el título de «Castilla ayer y hoy, sin mar» publiqué en diversos medios una aproximación a su Castilla en canal de la que reproduzco unos breves fragmentos. Un día, este viajero conoció las Andanzas de un poeta por Cast illa la Vieja, del desconocido Nelson García Colombani. Paseaba tierras de Venezuela buscando historias y personajes para su propia fabulación. Regresó a su tierra. Y un día de julio se encontró descansando a la sombra que le brindaba una chopera ubicada a la salida de Melgar de Femamental, cerca de Osomo. Recordo sus propios viajes hacia la tierra donde se extrae el wolfran. Y tuvo un sueño: ¿qué fue, quienes hicieron, por qué murió aquel proyecto del Canal de Castilla? Castilla buscando el mar, el mar cerrándose a Castilla: «Acuciado por la curiosidad iniciaste una alocada exploración bibliográfica. Ibas a seguirlo, querías hacer aquel viaje, recorrer a pie el enigmático canal, y con tal experiencia, si eras capaz, escribir un libro». Sería su primer libro de viajes. Libro como totalidad: narración , búsqueda de datos, ref1ejo de historias de caminos, de personajes. Libro curioso nucleado en ese mundo «que fue la obra más realista y prometeica de la Ilustración». El libro del canalera. Iban a ser 207 kilómetros de camino. y de palabras. Y de lecturas. Y al fin , de reposo, que los literatos también lo tienen en brazos de la más amada mujer, la literatura. «Porque quiere avanzar no a lo largo de un camino material o histó rico sino idealista, porque qu iere caminar en el sentido que originó su nacimiento, o sea, desde el corazón de la Castilla profunda hasta la ori lla de l mar, siempre la mar», esa mar mala mujer que dio título a una de sus grandes novelas. Frente al viajar a ninguna parte - idéntica fotografía para quienes perdieron la imaginación-, Raúl busca el viajar a la historia, a la cultura, al tiem-


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po que se detiene y se piensa y se vive. Se ayuda, entre otros, de clásicos como Sem Tob, el poeta judío de Carrión, de Julio Senador, el de Castilla en escombros, de Ricardo Macias Picavea, el autor de la novela Tierra de Campos. o de la voz de Antonio Machado, los trazados de Madoz, el pensar de Unam uno, y los científicos que soñaron e imaginaron la realización de esta ingente obra o los ya contemporáneos Jiménez Lozano y Jesús Torbado.

v La vida también hiere. El otoño es la estación más sentimental, pro.. funda, diríamos literaria. El otoílO se instala en el pensamiento, en la memoria, también en el dolor que siempre produce la desesperanza. El otoílO es como el paisaje de la seren idad en que el escritor se ha instalado , su último tren a la vida y a la creac ión , el más sens ible. Amari llean los árboles y las hojas alfombran el paso por el que Raúl intenta escapar a la irracional violencia, a la mercantilización de la literatura, a los guifí os publicitarios que la deforman , a quienes no aceptan diálogos y pretenden borrarle los paisajes que sus ojos han recorrido: violenc ia que también a él le hiere, que busca apartar de su vida para recuperar, a través del lenguaje, el diá logo. Con la razón, con la belleza. Raúl continúa escribiendo . Esta es la mejor noticia que puede ofrecernos a quienes desde estas senc illas páginas recreamos hoy los largos caminos de su vida y de su obra.


Las novelas vascas de Raúl Guerra Garrido

Angel García Ronda

¿Cuál es la génesis de estas novelas de Raúl Guerra Garrido? En principio, su asentamiento familiar y laboral a comienzos de los sesenta en San Sebastián. y simultáneamente, sus ojos abiertos de escritor en ciernes ante lo que ocurría en un alrededor que era su nuevo entorno vital. Luego un interés creciente ante lo que era una sociedad muy dinámica en su evolución y, por tanto, capaz de servir de rnateria literaria para muchísimos folios de escritura. Y para construir un corpus novelístico tan homogéneo y complejo como la propia realidad vasca. Y más tarde, crecientemente, un impulso ético que le impidió abandonar a esa sociedad a su suerte sin que se oyera su voz. Porque si al principio hubo en él una voluntad de retrato social -e individualizado en personajes, porque le gusta retratar héroes, contrahéroes y des héroes, y no colectividades en masa, no abstracciones sino concreciones- y de creación fundamentalmente estética, a medida que pasaba el tiempo y los hechos iban siendo más crudos en el País Vasco, fue ganando terreno en él como escritor una marea ética que desde hace ya muchos años no le ha dejado sosegar, especialmente cuando ha situado sus argumentos en la tierra vasca. Aunque incidentalmente otras novelas pueden tocar lo vasco en algún personaje, o en alusiones, o en escenas que se desarrollan en el País, aquellas a las que puedo referirme como «novelas vascas» de RGG son: CacereFío , Lectura insólita de El Capital, La costumbre de morÍl~ La mar es mala mujer, La carta y Tanto s ino centes. Ese es su orden cronológico , que abarca desde 1969 a 1996, má s de un cuarto de siglo que no ha pasado impunemente, si ese es léx ico qu e conviene, como cualquier «aficionado» -no digamos habitante- al País Vasco ha podido comprobar. Esa cronología editori al se corres pond e casi exactamente con la del tiempo al que se refi eren las narrac iones mencionadas, quizá con un solo matiz: los sucesos de Cacereño arran-


14 ca n de uno s afi a s antes de 1969; por lo demás, los hechos que han servido de base o mode lo temático y argumental a esas novelas han sucedido mi entras el escr itor las iba gestando y en seguida publicando. O tro pequeño mat iz : en La costumbre de morir, los hechos causantes son de l tiempo en qu e se escribía, aunque el nove lista traslada sus efectos a l futuro y se sale de la cronología puramente «actual » . Hay, e n el iti nera rio que recorren estas novelas a lo largo de sus años de publicac ión, una evolución que es reflejo de la propia evolu ció n de la sociedad vasca a lo largo de esos años y de la percepción que de esa din ámi ca t iene el autor. Y hay grandes temas de la realidad qu e esas nov e las il um inan con visión certera y que se pueden resumir en el de la degradaci ón, que se expresa en distintos aspectos, todos ellos co nfluentes en la conformación de un agrietamiento en la estruc., tura de esa soci edad; y esos aspectos tocan el paso de los problemas sociales al en con ami ento de los políticos y luego al terrorismo crecientemente extendido inc luso a lo cotidiano; y pintan el trayecto del auge a la decadencia: moral , intelectual, social, económica; y nos hace n transi tar desde la lucidez a la irracionalidad bien servida por la coba rd ía. Analizar una a una estas novelas puede facilitar una exégesis clara, pero creo q ue es más revel ador tomarlas en su conjunto y compararlas , aunque sea po rque eso está más en consonancia con su consideración como ese corpus literario al que antes aludía, y que lo es por acumulación y conexi ón de sus materiales históricos , de sus análisis comunitarios, de sus buceos psicológicos, que van componiendo amplios retratos fam iliares y vecinales, y, por supuesto, de su tratamiento estilístico: du ro, ll eno de nervio , con pocas conces iones al sentimentalismo y nulos hala gos a los tópicos demagógicos. Aquí no hay idas y vueltas a lrededor de un objeto más o menos importante o de ntro de un territorio de apasionante orografía, aquí hay una trayectoria de fe nóm enos q ue empujan y mueven el propio terr itorio, lo co nm ueven y lo hace n temblar; como en la misma realidad de estos pasados dece ni os. Y esa trayectoria -poniendo ejemplos nov elísticos- va de la ilu sión (Cacereño) hasta la depresión (La carta) y la visión negat iva de la co lect iv id ad, en lo político (La carta) y en lo social (Tantos inocentes). En la resaca de la novela soc ia l, RGG lanza la seg und a suya, que bien pod ría adj et ivarse de esa manera y que obt iene una audiencia inm ediata. Y q ue hoy sigue pub li cándose, cuando muchos de los éxitos de antaño, co n vito la sociopro letaria o no , han sido borrados hace tie m po de los fo ndos editor ial es. Primera virtud de Cacereño: se ale-


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jaba del maniqueísmo. Segunda: no era RAUL GUERRA GARB.IDO un reportaje panfletario sobre el obrero hiperexplotado como emigrante -sin negar negras características-, sino su personal epopeya al ir conquistando un territorio que él había elegido y se le negaba. Tercera: al fondo estaba no un industrial de nómina apretada y dientes feroces -abstracto capitalista chupasangres- sino una gente que había ido haciendo (también con los inmigrantes, claro) lo que he llamado repetidamente la epopeya industrial vasca -la única colectiva de ese pueblo, ya que otros logros han sido fruto de individualismos irreductibles. Con ese bagaje, Cacereño ha superado los treinta afios y nos dice muchas cosas. Seis lustros que le han servido para avanzar -no sé si completar defiGL nitivamente- en su mundo literario vasco , compuesto fundamentalmente -fragmentos, capítulos, detalles , personajes de otras novelas aparte- por ésta y otras cinco novelas, con cuatro de ellas siguiendo inevitablemente la línea de la violencia y otra inserta en el mundo del trabajo, de la búsqueda de un objetivo, y ello como aventura, como realización personal en la aventura del esfuerzo. Las cuatro violentas e inquietantes, ya que son crecientemente pesimistas, son: Lectura insólita de El Capital, Las costumbres de moril: La carta y Tantos inocentes, cuatro facetas de lo mismo , que van aiiadiendo grados al hastío, es decir que además de presentar una visión poliédrica, avanzan en el análisis del tiempo histórico y se impregnan del sentimiento de quienes llevan lustros viviendo en la atmósfera pesada e inmóvil de la violencia. Por eso, y aunque las cuatro -e incluso Cacerei1o, do nd e se atisban los gérmenes de los futuros problemas- se adentran en el pesimismo, éste no resulta de consideraciones, apreciaci ones o di scursos del escritor, sino de lo que relata y que es comp robab le día a día en el País Vasco. y La mar es mala mujer forma parte de las novelas vascas , pero simultáneamente de aquellas en que la aventura es el terreno de cumplimiento de la vida personal, de la realización de un destino . En este UHI H . "


16 sentido, las concomitancias con Cacereño son básicas. En las dos se da el reverso individual de la épica: la personal, la del empeño directo , la no colectiva, aquella que satisface a uno y sólo forma parte de ' la historia de la vida privada. Pepe, el cacereño, tiene que conquistar la aceptación y la respetabilidad; Antxón, el patrón de pesca, tiene que alcanzar el trofeo máximo, más allá de lo que ya se le reconoce, antes de que se inicie el declive, antes de que se apague el destello instantáneo en que consiste cada ser humano. Antes de pasar a indagar en este grupo de novelas quiero decir que, a mi parecer, RGG se hace profesional de la pluma en el tiempo que se inicia en la primera palabra de Cacereño y se termina en la última de Lectura insólita del Capital (sic en primera edición). Y lo digo porque en la primera se da la conjunción del deseo de probarse en serio y la caza del tema que le preocupa, conjunción que convierte en necesaria la literatura para el alevín que ha asomado su patita en el pozo de ignota profundidad; y en la segunda, la zambullida es a fondo en otro tema conexo , pero después de haber apartado telarañas con la herramienta de otras cuatro novelas de diversa factura aunque similar dinamismo. Por si alguien lo dudaba, tras ese Nadal 1976 (enero 1977), Guerra Garrido está lanzado sin retorno al mar literario. Y no por el premio, que anima y corona lo ya hecho, sino por el propio volumen fabricado , amasado con el pasado, presente y entonces futuro vasco, a pesar de que muchos se negaron a verlo asÍ. Parecía un episodio y no era más, y sobre todo menos, que la miniatura de toda una época en el País Vasco. Y aunque no fuera por otra cosa, ese buceo a fondo en una realidad con el escalpelo literario colocó a Raúl más allá del período de aprendizaje, al otro lado de cualquier ingenuidad no ya temática o argumental sino formal y expresiva. El secuestro político -tan repetido en la realidad real- tiene en la novela todas las explicaciones: ambientales, terroristas, funcionales, hasta intelectuales. He de decir que es más tragable que los que hemos conocido, y no porque éste sea literario sino también porque sus razones , por detestables que hayan sido, tratan de ser parte de la transformación de una sociedad injusta. La incitación evidentemente ideológica de obsequiar con el libro de Marx al secuestrado implica una curiosa pero inequívoca pedagogía; los secuestradores aún tratan de caminar por el hilo estrecho de la razón y señalan la lógica que ha de con vertir al mundo vasco en un ejemplo de occidental revolución . Todavía el empresario es considerado como formando parte de uno de los términos de la dialéctica, es un elemento vivo y necesario, un término


17 importante del cambio buscado por los activistas armados. Esa guerra tan particular, tan poco deseable, de los terroristas tenía -según la novela, que lo manifiesta con nitidez- el motor de la lucha de clases, no quería salirse de los raíles de la historia . Más adelante, quince años después, La carta nos muestra un terrorismo desinteresado de cualquier transformación social , crecientemente abstractizado o reducida su finalidad a la conformación del País Vasco como reducto independiente. Yen este caso , el sujeto pasivo de la acción terrorista -el am enazado para la extorsión- es un mero suministrador de dinero , ya no forma parte de los elementos de transformación de la sociedad vasca, es un empresario despreciable sal vo por su dinero. El trayecto recorrido de una novela a otra es el del fracaso de una ideología caótica al éxito de la irracionalidad en medios y fines. El novelista ha aplicado la imaginación a los detalles -ni tan siquiera a las c irc un stan cias - porque e l argumento le ha venido dado po r la re alidad. O los argumentos, ya que , en efecto , se han modificado mucha s cosas en veinte año s, lo que permanece es la violencia, com o si fu era e l úni co sostén o ntol óg ico de la histo ri a vasca de la postdictadura . Las dos no ve las revelan esos cambi os, ese paso de la compl ejidad ideo lógica a la pureza irraci o nal de los obj et ivos na c ionali stas. E l nove li sta -y aq uí sí entra su temperamento- no ha resistido la te ntac ión de tratar esa enfermedad - quizá letal- del orga nism o vasco en su s aspectos de las diversas épocas, y sí ha resistido la de alej arse, hasti ado de un problema que se perpetúa y qu e es imposible explorar con fria ldad de historiador. Pero ese te mperamento al que aludía , siempre sensible con la real idad, lo ata a ella y lo obliga a hacer novelas ac erca de lo que detesta como pesadilla difícilmente abordable mediante la herramie nta de la literatura; quizá, la única manera de soportar esa realidad para alguien artísticamente sensible sea conve rtirl a -en un vuelco- en literatura, de modo que ésta sea la nueva rea lidad creada por el nove li sta y la violencia su co mponente subordinado . Así, a mi j uicio, es co mo RGG ha hecho pac ientem ente estas novelas. y la qu e es su complem ento más humano, en cuanto q ue habla de un as reacc iones indi viduales situadas en el más a ll á de la vio lenci a organizada, La costumbre de morir, irónico título q ue revela el d ifí c il acabami ento definiti vo de la v iolenc ia, dado q ue ésta ge nera su propi a continuidad , aunqu e sea meta mo rfoseada en el t iempo y en el espaci o. Aq uí la venganza es motor arg umenta l y redo nd ea e l c irc ui to y ata el cabo que había quedado suelto, cuando un antigu o ej ec uti vo de la violencia y hoy del trabaj o tranquilamente conso lidado excita e l anhelo de cierre de lo que quedó atado y mal atad o.


18 En el trayecto cronológico de estas tres novelas -y más aún si incluimos Cacereño- el deterioro del ámbito moral es evidente; algo ha ido pasando que ha logrado pudrir los espíritus hasta la cobardía y la aceptada resignación de La carta, en la que ya la violencia es tomada como un dato morboso de no mayor relevancia que cualquier enfermedad grave tiene en la estadística. A RGG, a medida que ha ido escribiendo sobre el tema de la violencia -y a medida que ha ido viviendo, ahí está la clave- se le ha oscurecido progresivamente la perspectiva. Por eso, la última novela escrita de temática terrorista, La carta, es la más irritada, la más hastiada dentro de la objetividad con que presenta el problema, ni una pizca más dramática que esa otra novela que la realidad periodística nos presenta con la frecuencia que le s da la gana a los terroristas. La costumbre de morir, desarrollada en un futuro relativamente lejano y con la violencia ya desaparecida aunque e , )J1 sus secuelas abiertas, como fue escrita años antes tiene una perspL'c tiva menos sombría, es el drama que va alejándose y sólo le falta e icatrizar, tal vez cauterizar un tanto dolorosamente; pero de algún modo está trufada de esperanza que incluso formalmente se revela a través del humor intermitente que asoma en sus páginas. Todas estas novelas vascas tienen -y también las que tratan de asuntos no violentos- una gran dureza de enfoque, la lucha está presente capítulo a capítulo, los protagonistas tienen que esforzarse en cada paso, tienen que conquistar cada lado positivo de su vida: la aceptación social , la profesión, la libertad , la dignidad, el valor, el amor. El co njunto de las novelas vascas -ya he dicho que varias otras tie nen alusiones directas a esa tierra- conforma una visión que no es de perspectiva única s ino caleidoscóp ica porque, entreverado con ese pro blema -obsesivo en la realidad- de la violencia, con su génesis y sus co nsecuencias, está el mundo del trabajo , que sigue su camino, condicio nado por la línea violenta, pero también por las diversas coordenadas soc iales y económicas que lo empujan inexorablemente a su des arrol lo -en el crecimiento o en la decadencia- casi al margen de vo luntades políticas más o menos sangrientas. As í, como antes decía, Cacereño y La mar es mala mujer están ligadas por la v isión de la aventura y el empuje ind ividuales , pero tam bién nos muestran el friso de personajes secundarios que hacen la "ida vasca de todos los días, la callada y laboriosa, nunca idílica, sie mpre problemática e incluso tormentosa, pero de senvolviéndose co mo s i la violencia fuera un dato inexorable, inevitable, y, a la postre . poco determinante de la v ida cotidiana. Y nos e nseñan también un


19 'narc o que a veces tiene RAm. GunutA. GAlUUDO 'ragmentos de tangenci a f¡,-:.--.... j)ero tiene distinto tamaño , forma, color y materia que e l marco político y de violencia. Los protagonistas de esas novelas sienten con ellos los pellizcos y las mordeduras del enfrentamiento del nacionalismo a todo lo demás y tambi é n la obscenidad viscosa de la violencia, pero s ig uen su ca min o como fuerzas de la naturaleza preí'iadas de vo lun tad. Desentraí'iar no académica ni filológicamente estas dos novelas es po rm enorizarlas; decir unas líneas so bre su argumento es no decir nada . Estas y otras de RGG se re siste n a la síntesis, requieren la lectura para saber algo de e llas . ¿Qué paralelismos puede haber entre un obrero no especializado, rústico, ignorante e inmigrante en un lugar de férreas estructuras, y un patrón de pesca de a ltura bien situado eco nómicamente pero co n anhelos de más aún? Pues los hay: descúbranlos. Sin embargo, tras dejar abandonados a los lectores de este libro a la lectura de los libros de RGG , no quiero dejar de decir que en La mar .. . hay un sop lo de la soberbia no sé si divina o demoníaca de l capitán Ahad de Moby Dick, y ese esfuerzo admirable en el que todos , aunque sea por simpatía con los más nobl es de la especie, nos sentimos identificados, aun cuando lo sospechamos condenado al fracaso. Tanto él como Pepe el cacereño son de esos hombres que no bordean los muros sino que los saltan por considerar que están hechos para ello. Otra actitud no cabe en esos personajes tal como están dibujados, hay que advertir que al autor no le complace la novela colectivista, el cuadro general, la visió n puramente social, la psicología de las masas si es que eso existe; le gustan las personalidades fuertes y sobre todo


20 bien delineadas y, a ser posible, más audaces que los que les rodean, luchadores, insistentes en sus objetivos hasta la terquedad. Yen cierto sentido, así recobra la novela de la resistencia individual a la sociedad hostil, o indiferente, o capaz de devorar con sus fauces grises a los que pretenden ser diferentes . RGG no se regodea en los antihéroes, a su juicio no merece la pena escribir sobre ellos, o sirven en todo caso como reverso de aquellos que sí mueven su pluma. Probablemente, tampoco la vida merece la pena, según el autor, si no se toman actitudes como las que él retrata con fruición, destacándolas bien sobre el coro general de tonos inciertos, de colores poco nítidos. La tierra, la mina (lo veremos más adelante), la fábrica, el mar, los hielos (también tendrán su hora), son tomados en sus novelas como territorio de realización aventurera de nuestros contemporáneos con madera de luchadores, a veces en zonas exóticas y otras como resistentes en la cotidianidad. La linterna mágica pasada por bastantes novelas de RGG nos da, en destellos, las siluetas de lack London, Kipling, Steinbeck, Verne, Conrad, lean Giono, Farrell, Hamsun e incluso Hemingway. Hay un viento de voluntad, de gran voluntad, hasta de voluntad heroica, recorriendo páginas y páginas, alentando la vida de los principales personajes, de los que a la postre sobreviven. Sí, porque pocos de los que luchan sin tregua mueren en las novelas de RGG: la realidad perdona a los que la cogen por los cuernos; quedan ahí como ejemplo, perdonada su vida, tal vez como premio al vigo r demostrado. Pero, ¡ay!, eso sí, casi siempre fracasados: viven para resistir la accesis de su fracaso , esa que es la más dura de las enseña nzas, y, en estos casos, tienen incluso conciencia de ella. Podría decírsenos que Cacereño o El síndrome de Scott no son un fracaso para sus protagonistas; sin embargo, nadie negará que las experienc ias de sus peripecias son amargas y si esto también se quiere minimizar, entonces se nos obliga a decir que nuestro cacereño está abocado al fracaso en bis siguientes novelas vascas de RGG y que la alegría final de la novela primera era un espejismo; y asimismo se nos empuja a calificar el sustantivo de «ave ntura» aplicado a El síndrome de Scott con el adjetivo de «s iniestra», y tras la cual apenas quedan ganas de volver por esa Antártida desolada que encontraremos más y más sometida a intereses que nos dominan irremediablemente. Vol vemos a las novelas vascas . En dos de ellas, Cacereño y La mar ... , la lucha se cumple superando elementos de no mala voluntad, aunque adversos o rivales o que miran de reojo; son las dificultades naturales y los enfrentamientos personales que surgen en toda andadura humana, con el añadido de estar en una tierra desconocida -sobre


21 todo sociológicamente- para Pepe el cacereí'ío, o en el declive de una vida profesional para Antxón el pescador. Para el autor adivino que es la temática -aunque los temas condicionan las formas y el enfoque expresivo- lo que está en el centro de su voluntad, lo que él elegiría en caso de poder elegir. (Bien sabido, por quienes entienden algo de esto, es que el buen escritor no escoge sus temas, son sus temas -o sus obsesiones- los que lo escogen a él, lo llenan, lo hinchan , lo agobian, lo enloquecen, y el producto de esa alienación y su curación es el libro. El seleccionar, como se hace en un escaparate de lencería , corresponde a los frívolos de la literatura, a los ganapanes de argumentos encargados, a los ampliadores de noticias, a los redactores de tramas, a los ilustradores de retazos de la vida, a los malos autores policiales, a los que escriben para el siguiente libro más vendido, a los convenientemente aconsejados, en fin, a los que se ensucian en la literatura porque ésta no se les entrega y creen que basta ponerse en el mercado con su ofrecimiento crematístico o con chulería de masturbador exquisito para que ella les abra las piernas dispuesta a ser emporcada por su semen infecundo. Y así les va a las vitrinas de las librerías y a los aficionados ingenuos, que tragan aí'íos y páginas mil , inútiles para su crecimiento mental y grises para su placer de lectores. Qué le vamos a hacer). Pero a RGG le salen al paso , a su paso alerta, incitaciones que se le convierten en palancas que lo empujan a decir y decir sobre lo que no le gusta y a echar horas en el papel sobre lo que le es odioso e incluso le hastía, y ahí está la última prueba por ahora: Tantos inocentes, en la que se deja tentar de nuevo por la violencia, ésta ya de colectividad, no de grupo parcial ni de aire político. ¿Por qué? Tengo varias respuestas y, como siempre a lo largo de estas páginas, ellas no pretenden contestar al análisis sistemático sino a la racionalización de mis intuiciones sobre el autor. y la primera es que el autor no ha podido deshacerse de su querencia literaria por la violencia en el País Vasco, a pesar de que lo ha


22 intentado con tenacidad, colocándose en posición de hombre harto de «lo mismo de siempre» y huyendo de los crímenes que nos corroen; pero la atracción del abismo violento es mayor que el deseo de huir de él. En este caso no hay mezcla -o cobertura, o finalidad- política para el asesinato, pero la voluntad impulsora es colectiva, con lo que de nuevo nos encontramos con el monstruo popular, induciendo en este caso, permitiendo o aceptando en otros, el crimen, que también en este caso es aceptado, interiorizado, y queriéndolo hacer pasar como inexistente. Como consecuencia, un retrato social que se repite, o más bien se detalla y amplía novela tras novela para trazar no precisamente un panegírico de la sociedad vasca, sino un análisis clínico de su sangre, orina, esputos y heces, que da como resultado un espectro patológico ya no sé si preocupante o simplemente estructural y, como tal, puro dato poco menos que inamovible o que sólo varía en períodos históricos pero no en el escaso plazo de unas generaciones. De algún modo hay como una objetivación creciente en estas novelas-retrato, que va de los obstáculos relativamente nobles, en paralelo con el sentimentalismo, de Cacereño , pasando por el revolucionarismo casi simpático de Lectura ... , por la comprensible y fría venganza de La costumbre de morir y el desolado desamparo nítidamente delineado de La carta, hasta este cuadro de género -Tantos inocentes- en que el horror no sale del trazo del escritor sino de la secuencia fotografiada , bien es verdad que iluminada convenientemente. El efecto , la impresión final tras estas novelas es que la violencia se ha instalado en tierra vasca, y no por casualidad , no buscada po r los dioses , o buscada por éstos só lo como respuesta a una conc ie nzuda búsqueda humana. Y entonces , las víctimas y los verdugos de a lg ún tiempo , hoy hastiados , tratan de encontrar la fuente de do nd e puede provenir tan venenosa agua y tan insistente y suicida c lamo r que atrajo el castigo divino y este rayo que abrasa sin cesar y sin fulgor. Y caminando hacia atrás, paso a paso, novela a novela, co mo lajas que nos recondujeran a la orilla de donde vinimos, param os en Cacereño. Lean , lean de nuevo ese libro atentamente, y se da rá n c uenta de dónde procede lo que después tuvo que ir explicando e l escritor, que tampoco se dio cuenta de cómo se desarrollaría aq ue l ge rmen de desconfianza con el forastero , aquellas barreras. Pasados los añ os, y porque ya lo hizo a continuación del Nadal, uno ac usa de cand o r a RGG , cuya pluma ninguna culpa tiene , pero cuya espe ranza se co nvirti ó e n pecado de ceguera ; hoy ya RGG es difícil de engai'íar : por eso se ha hecho crecientemente antipático a quienes d ise ñan la corrección política.


23 Un paréntesis no literario. RGG ha oscilado durante años entre la semisatisfacción personal que le bastaba para vivir en la selva de paradojas -unas históricas y otras contemporáneamente sucias- de lo que se llama País Vasco, y la cólera de lo que veía que le impedía vivir personalmente. En una misma conversación, su cardiograma tenía altibajos notorios que hacían saltar chispas en el diálogo y lo esquizofrenizaban a él mismo, haciéndole sociable tan sólo para quien le comprendía. La evolución de su yo-en-el-mundo ha hecho que hoy día ya domine su sociabilidad hasta el punto de abandonar cualquier esfuerzo por entenderse con los que considera indeseables -en el sentido literal del término, mucho más amplio que el de delincuentes. Por muy poco que le guste, este autor se siente atraído por lo tanático, por la dimensión abismal de la muerte provocada. Es curioso ver que apenas hay en su obra muertes «naturales» cuando abundan las «artificiales» y las amenazas de llegar a ellas; parece que -o me parece- huyera de lo morboso y del dolor que siempre suponen las muertes por enfermedad; siempre he observado que esa fragilidad del cuerpo ante la enfermedad le molesta, como si el cuerpo no debiera sufrir y los dramas tuvieran que asentarse en otra parte de lo humano , tal vez en su relación : con otra parcela humana, con la naturaleza, con la tragedia del no-ser o consigo mismo. Pero el padecimiento somático , y esa destilación de la muerte gota a gota que es la enfermedad irremediable, irritan a RGG, que , por más señas, es boticario , pero aseguro que no comparte ese regusto por los tejidos averiados tan común a las profesiones médicas. Al fin y al cabo, un asesinato en un libro -por mucho que sea mímesis de una realidad- es una estampa, un tema, un dato argumental, una sacudida mental , hasta una razón de ser para otros personajes y para el libro como invención. Y tal evento , o su posibilidad, llena de gozo al autor, porque las desdichas o están ahí para cantarlas , según el viejo Homero, que lo sabía todo de literatura por ser invento suyo, o si no, hay que imaginarlas porque o vendrán o podrían venir. Sus últimos inocentes -¿cómo pueden serlo?-, que matan casi sin querer, como una prolongación de su manera de ser y sus insatisfactorias vivencias; que matan a alguien que no se hace querer, digamos de verdad, que es una de esas personas sin virtudes de comunicación, a la que sólo nos puede acercar la vía de la compasión , de una compasión lejana, objetiva, porque la víctima más se acerca a objeto que a cualquier sujeto. y así se va cumpliendo la trayectoria completa desde José , cacereño discutido, despreciado a veces pero como ser humano ; Lizárraga, secuestrado, pero como representante de una clase social y


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representante cual ificado y respetado por sus secuestradores, hasta querer que se vaya enterando de la doctrina marxista; Gonzalo, apurando su venganza como víctima de dieciocho años antes, y su víctima de ahora que muere pero sabiendo por qué, aunque ya en la lejanía en caliente y en frío simultáneos; Luis Casas, amenazado para que pague, instrumento poseedor de un dinero apetecido, sin otra significación; y ahora Martín Otazu, ya no humano, mero cuerpo animal desagradable en el que se descarga la desidia espiritual, la falta de futuro de unos seres ante la contemplación de una sociedad abocada a la disolución y que se agarra, para evitarla, a la solidaridad criminal. Me refería a la trayectoria muy clara de una deshumanización creciente, en la que las personas pierden su percepción como tales y sólo son instrumentos para otros designios, que se pretenden más altos y que han llegado a caer desde la nobleza -desviada por los procedimientos- de la lucha social, despeñándose por la pendiente de la venganza y el abismo del chantaje económico, a la estupidez de ta sinrazón más radical. y así se revela la patología de unos determinados individuos, cuya casi impunidad sólo es posible en el arropamiento de la patología colectiva; y ésta se apoya durante años, como se sugiere, ,en las herramientas del miedo, de la cobardía y de la complicidad con losinjustos y los delincuentes. Eso que algunos pueden considerar fruto impuro de la imaginación del novelista y que seguramente él juraría, pero en voz muy baja, que nada tiene que ver con un análisis de la realidad inmediata, es el retrato de lo que viene sucediendo en la Comunidad del País Vasco desde hace demasiados años. Es cierta la patología colectiva y son de la misma ferretería los útiles con los que se mantiene la enfermedad . Porque el miedo y la inducción de un número creciente de cobardes es algo con lo q ue hemos de vivir cotidianamente, y la solidaridad negativa -la llamaría pecaminosa si no fuera porque los que son funcionarios del pecado la ejercen so capa de neutralidad y tantas veces sin capa- la tenemos bajo los propios pies y en el aire si me apuran, y ejercida frecuentemente por las autoridades vascas, cediendo al chantaje, o «porque si no, es peom, o con escondida complacencia, ya que así se alimenta la connivencia ideológica. En cuanto a la defensa de los delincuentes, a la vista está, y no por vía de abogados elegidos, sino por el camino de los comicios electorales en que un equis por ciento de los votantes -siempre demasiados- se inclina a arropar a los que matan y secuestran. Es una situación de conjunto cuando menos pintoresca, en el sentido negativo de tan estético adjetivo: más aún, es altamente novelesca si uno no se ha hartado de ella ya de manera definitiva y radical.


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Me viene a la pluma el nombre de Dürrenmatt, probablemente el más antidemagógico e inmisericorde -¿con Bernhardt?- de los escritores de este siglo, al ver ese pueblo de Eibain haciendo causa común y cobarde con los homicidas. Además de a la decadencia industrial, Eibain ha llegado a eso: lo que era un camino difícil pero limpio se ha transformado en un sendero fangoso de incierta meta. Dürrenmatt planea al costado de RGG como compaí'íeros que desconfían de los sentimientos y de las actitudes de los pueblos , como escritores sin ilusiones ilu sorias que contemplan lo que hay de cadáver anticipado en sus personajes y en sus paisajes. Volver a Eiba in y encontrarse con eso es más descorazonador que sorprendente : los pasos dados en cada novela del proceso total conducían , si no necesaria, sí naturalmente a esta indeseable y sucia desembocadura. Se detectaban en las otras novelas algunas o muchas irracionalidades tras ladadas literalmente de la vida real vasca, y también muchas indefensiones de los que trataban de asentarse en una convivencia normal , como para que no se deteriorase el intento de integración colectiva; no es posible fabr icar buenas paredes con ladrillos carcomidos; y esa sociedad de la que se ocupa RGG no parece haber tomado las riendas de su propio destino con el coraje necesario y, sobre todo, con la aceptación de la realidad tal como es: mira hacia otro lado y al cabo no le importa ni el crimen: se verá ob ligada a recorrer otra órbita histórica entera para aprovechar otra posibilidad que ahora ha desaprovechado , pero entonces los notarios serán otros escritores; a RGG le ha tocado certificar la derrota. El novelista ha recorrido un camino que , hecho todo él de materiales naturalistas, nos conduce de lo que no tiene más significación que lo en sí narrado a lo que apenas importa por lo que tiene de real idad anecdótica y se reve la entero en lo que tiene de realidad alegórica. De Cacereño a Tantos inocentes hay la di stancia de un vía crucis individual con reacción rebelde a un vía crucis colectivo en que los verdugos y las víctimas se identifican, siendo su rasgo más notorio la pasividad. Hay también el espacio entre la salud individual y la podredumbre social; y el que hay de la mafiana trabajosa pero prometedora a la noche indolente y ominosa. El autor, sin embargo, se resis te a cerrar definitivamente la puerta y parece co mo si cada equi s pág inas pusiera un mínimo de nobleza por vía de confe sión de la verd ad ocurrida , de modo que Saturnino Beldarrain , en medi o de sus dud as, sus debilidades y sus gargari smos , se ni ega a dejarse ir por la alc anta rilla. Otro párrafo en paréntesis y de vida pri vada si no íntim a. RGG, como tantos vehementes de radicalismo inmediato , no saca las últim as


26 consecuencias de sus premisas. Su ira, su generalmente bien fundada cólera, retrocede en el segundo tiempo y se remansa buscando a quien pueda salvar del abismo que aguarda tras la cuesta abaj o por la que la observación se ha lanzado. Tal vez sea por prurito de realismo (<<tiene que haber de todo, no sólo pueden existir tipos negativos e indeseables»), tal vez por mantener la bandera de un cierto idealismo (<<aun que en pequeño nivel, es bueno que haya un héroe, y por tanto bañado si no lleno de pureza»). Y si me refería a vida privada es porque esa actitud es también la personal del escritor, que oscila entre la crítica acerba a instituciones y servidores de las mismas, a la idiosincrasia nacional , a la indolencia general, al empleo estéri l del tiempo, a la inexactitud administrativa, al nacionalismo pretendidamente racional, a los hipócritas , oscila digo, entre e l arrebato sagrado y la aceptación resignada de lo que hay: a lguien recto rodeado de sinuosidad, algún atisbo de luz en una sociedad complacida en la tiniebla. Por eso, pasado ese primer arrebato, va matizando para escarbar en posibilidades positivas; pero siempre, advirtámos lo, sin abandonar un bien adquirido escepticismo, que no forma su temperamento sino que se ha añadido a su manera de ser tras muchas experiencias y que ahora se mezcla a su vitalidad y hasta optimismo naturales. El mundo le decepciona y sobre todo aquel que padece de males curables y especialmente no contraíb les si no es a voluntad. RGG comprende la lucha por la vida, lo que no está dispuesto a aceptar es la violencia inventada, que se cubre con mantos más celestes que los que corresponden a las mezquinas batallas por el poder económico y por el dominio sobre los ciudadanos. Es esa mentira bien arropada por la agresión, como forma irracional de silenciar lo que podrían ser unas relaciones de conviven c ia sin más problemas que los no pocos que se presentan en el transcurso de la existencia y al hilo de los efectos no concordantes. En la relación -ya inevitablemente entrañada tras casi cuarenta años de vivencias- de RGG con el País Vasco no es el tópico y tantas veces real binomio amor-odio lo que dirige la propia re lación, sino otra ecuación de igual fuerza hasta ahora: repulsión ética y atracc ión estética. La náusea por lo real no ha impedido -sino más bien ha sido causa y génesis- el nacimiento de una respuesta literaria que surge cada equis años y siempre con modificaciones sobre la obra anterior, porque, como antes he dicho, las percepciones internas del escritor son distintas a medida de la evo lución de los acontecimientos y del desarrollo de su propia lucidez. Ambas modificaciones inducen verdaderas metamorfosis en la expresión novelística. Y no digo estilística en principio, pero que también, ni técnico-formal sino propiamente novelística.


27 Vuelvo sobre las distintas novelas que RGG ha disparado como contestac ión a la realidad vasca de los últimos cuarenta aí'íos, a la «cosa vasca», en definitiva, a lo que muchos en su fondo consideran la «cosa nostra». E insinuaba que la transformación de la realidad en relato y el relato en frases trenzadas de determinado modo y con más de ciento cincuenta páginas de expansión -lo que para entendernos llamamos novela- era distinta desde aquellos sesenta y siete y sesenta y ocho en que este autor pergeí'ía Cacereño hasta hoy en que nos sirve en bandeja una interpretación del crimen de Orozco, que se convierte en alegoría de todo e l País Vasco. Pues bien , las distintas nov elas son distintas , y s ubrayo la redundancia, ya que son más distintas de lo que les correspondería dada la temática y el talante del autor, que a lo largo del tiempo mantienen una sim ilitud ob li gada por el mundo retratado. En la primera, Cacereño, la narración se funda en un personaje y su peripecia, y el novelista lo sigue sin reposo, en sus vicisitudes y en los meandros de su pensamiento; a su través contemplamos a todos los demás, y cuando no es él mismo , e l novelista se coloca en su lugar sin reparos y sin incomodidad , y poniéndose sus mismos ojos , nos los dibuja para que sepamos cómo ve e l personaje todo lo que pasa y le pesa, y -astucia ideológica del autor- para que no tengamos otra visión sino la que viene de Pepe el cacereí'ío. Por si alguien ti ene la tentación histórico-científica de alegar que en tal caso no hay imparcialidad , contralegaré a mi vez dos argumentos: uno, que no ineluctablemente la contradicc ión de dos visiones arroja la luz necesaria, y, dos , que la razón artística nos aclara más por radicalism o que por exquisita imparcialidad que, generalmente , para en estéril tibieza . Y aún aí'íadiría otro: que nada como las v ivencias de la v íctima y de l sujeto del esfuerzo a contracorriente para iluminar los caminos de la hi storia y de cuantas histori as podam os imaginar acerca de las realidades vivas . Tenemos , por tanto , un personaje , colocado en aria s, en dúo s, pocas veces en tercetos, menos en cuartetos y nunca en di á logo o enfrentado con el coro , que está presente página a pág ina pe ro pega do a l telón de fondo. Es una ó pera de claro protagon is mo ind ivid ua l, donde los otros individuos ba ilan e l mi smo ba il e qu e Pepe, y donde el co ro le marca límites pero no lo ahoga . En la seg und a, Lectura insólita de E l Ca pita l, e l perso naje princ ipal es un sujeto pasivo de la acci ón ese nci a l, aunqu e se va desve lando su vida anteri or, qu e es ta n só lo un a ex pli cac ión de por q ué es qu ie n es y de por qué lo han escog ido para sec uestrar Io. Aqu í e l coro es fund a mental , no provoca pero reacc io na y su rea cc ión es más reve-


28 ladora que el propio hecho básico argumental y que el diálogo -el dúo- entre secuestradores y secuestrado; y este último es un autént ico prisionero del coro, en el sentido de que es quien de verdad nos describe su personalidad , la que su propio mundo -que es por quien es lo que es- forja y percibe del industrial Lizárraga. Los otros carceleros no lo conocen más que como instrumento y como símbolo y bailan dentro del coro y a su paso, aunque crean lo contrario. Hemos pasado , pues, a una ópera coral , donde Lizárraga, de trayectoria individualista hasta que consigue su triunfo como empresario, queda más como cima emergente de esa sociedad formante del coro que como individuo ya independiente, cima azotada por los vientos generados por esa misma sociedad, huracanes que se concretan en esos secuestradores que, como representantes de ciertos guerrilleros y cierta mentalidad de alrededor de sesenta y ocho, mantienen su tono de izquierdas y hasta marxista que da una cierta nobleza universal a su lucha. Algo de eso había en los primeros setenta, deglutido después poco a poco por el impulso puramente nacionalista, hasta desaparecer todo vestigio de izquierda -iY no digamos marxista , que ya no se lleva en casi ningún sitio , y que tanto ha horrorizado s iempre al nacionalismo clerical y al clero nacionalista!- y toda relación con cualquier revolución universal , sustituida por la car idad oenegeísta, que tan bien se da en el País Vasco, cuna de tanta insolidaridad con los más cercanos, de tanto odio aun con los hijos de los pretendidos opresores -fuerzas de orden siempre más pobres que los oprimidos vascos, relación paradójica que nunca se ha dado sino en la retórica política- y de tanta intolerancia con los que no son «nuestros». Tras esta digresión, concluyamos que la novela otorga al lector un punto de vista opuesto a la primera: ésta era desde el individuo que viene de fuera y la segunda desde la colectividad que estaba dentro. Como creo haber dicho , RGG se ha sentido primero golpeado y después atraído por esta idiosincrasia social vasca que da resultados tan hoscos y tan lejanos de la habitual lógica latina. No sólo por las derivaciones violentas que son tan conocidas en la vasta España, sino porque esa violencia -en forma de desprecio, de marginación , de desconfianza, de agresión física- produce menos horror que aceptación , en el sentido de tomarla como normal, y e llo porque la practica un grupo social numeroso que además alardea de esa actitud; y esto no es de estos últimos años, que nadie les engañe induciéndolos a creer que lo de hoy ha ven ido por generación espontánea o porque las cosas son así ahora en el mundo. La génesis de lo que a una sociedad le ocurre no es ajena a la misma soc iedad , y en ocasiones, como ésta, se ha


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fabricado conscientemente; que los lodos sean luego más maloliente s y contaminantes que los polvos con los que se fabricaron , es otro cantar y que tiene mucho que ver con los resultados multiplicadores de la caja de Pandora. ¿Ha comprendido en profundidad RGG eso que se llama el «problema vasco»? Tengo la seguridad de que sí, y lo afirmo porque ya hace muchos años que le oído hablar de ello, acertando -e l tiempo me ha hecho comprobarlo- y empleando desde el lenguaje académico y el más sereno análisis sociológico hasta el exabrupto más airado. Y creo que su honda comprensión se mezcla con la más honda decepción , la de aquel que habiendo elegido un país -sin haber nacido en él, lo que implica el mayor afecto no contaminado por sangre ni prejuicios- es tratado como si nunca pudiera ser un ciudadano indiscutible de él. Pero esa constatación le ha dotado de la mayor lucidez, aquella que ya no hay discurso que pueda confundirla, y de ahí que este escritor ya no responda al patriotismo vasco sino con la inme<fiata náusea, reacción al fin conseguida por los que no tienen escrúpulo en utilizar cualquier arma para alcanzar sus vanos suef'íos y repartir -también y más principalmente aún- el poder y las pesetas sólo entre los suyos, los más inmediatos, los que comparten locuras y rechazos, racismos e irracionalidades. En fin, que el intento de integración, el análisis, la preocupación, la ira, la obsesión, la atracción, la decepción, el hastío y, en esencia, la realidad del choque entre lo que es y lo que pudo haber sido, nos han dado cinco novelas de la pluma-bisturí de RGG En las cinco utiliza técnicas distintas, que tienen que ver fundamentalmente con el retrato que quiere hacer. La tercera perso na -con incrustaciones episódicas de la primera- en narración lineal es la herramienta de CacerePío y La costumbre de morir. La primera, relato del inmediato pasado donde todo debe quedar claro, ya que se trata de desvelar lo que debiera serlo y no lo es; la segunda, relato del pasado lejano con proyección al futuro, que tiene algo de intriga y de investigación pudiéramos decir policial, y que tambié n debe quedar clara. Am bas se desarrollan como un fresco temporal y tiene n -como la vida más o menos cotidiana- altibajos de tensión . Pero a Lectura ... y Tanto s inocentes, ambas de tiempo detenido o circ ular-, les convenía la insistencia. la escalera de caracol, el girar alrededor de un punto, dado que el transcurso es social más que temporal. En la última hubo un suceso -el juicio- espejo de aquel y sobre el que se mueven las almas, no el tiempo ; en la primera, el secuestro, aunque la angustia está hecha de tiempo, se puede decir que


30 detiene el tiempo para el protagonista y víctima, y a partir de entonces las visiones de los demás se refieren hasta el momento en que estuvo presente, y además las reflexiones se hacen intensas en todo el mundo en torno . Por ello, en ambas novelas , la fragmentación según los pensamientos íntimos de los personajes ha sido la técnica elegida por el autor, a quien interesaba dar el cuadro social, la reacción social, la atmósfera humana. El retrato de los hechos en Tantos inocentes y del personaje secuestrado -tan importante y tan simbólico para Eibai n- en Lectura ... , sólo puede hacerse a base del mosaico de pensamientos y percepciones que pululan alrededor. Me había olvidado de decir algo de Eibain, pueblo de mayor entidad industrial y renta per capita que Macondo, donde ocurren cosas poco maravillosas y muy reales a lo largo de las cinco novelas, como el asentamiento, desarrollo, emporio, decadencia y cierre de una importante industria, con todas sus secuelas de inmigración , huelgas y tensiones; donde hay algún secuestro, varios asesinatos , un desentendimiento creciente y una degradación moral revelada en el silencio, la abste nción o la comp licidad con los hechos violentos. Ei bain es casi una ciudad revestida de esperanzas, teatro de las tan reales marionetas de Raúl G. y escenar io polvoriento de pudrimientos y odios . Eibain es un calendario de cuarenta años para el mismo pueblo y para lo s lecto res, porque ya no sé si sobrevivirá a tantos inocentes como lo habitan. Tal vez más adelante tenga ganas de hacer otro inciso so bre este Eibain-Gipuzkoa- Basque Country-Spain, sí, tan Spa in a pesar de inútiles voluntarismos. Para el quinteto nos faltaba La carla y su técnica. En este caso, el golpe de ame naza también parece conge lar el tiempo , y si multán eamente acelerarlo; con lo que el novelista ha optado por uti lizar la primera persona como expresión más directa de la víctima de la amenaza. el tiempo presente que significa quietud pero a la vez dinamismo ya que se trata de lo que está ocurriendo ahora, y una mezcla de reflexión y acción espasmódica en su relación con los demás: unos indifere ntes. otros distantemente condolidos y los más aconsejá ndole de manera pragmática. Y con esos elementos, un mo vimiento envolv ente del espíritu con los temas de la verdad y la mentira, la so ledad irremediable. la inutilidad del esfuerzo de tantos afios, y mil entreveradas al l ~cdotas que comribuyen a la desorientación y a la confusión y tan' bi':n al momentáneo distanciamiento del protagonisLa con respecto ~ su problema elemental en ese momento . El monologo interior de situación es utilizado en esta novela con una densidad como pocas veces he visto en la literatura de los últimos


31 decenios, cefíido al drama, jadeante no en lo físico sino en lo relaciona l, acuciado, como en Faulkner, pero prescindiendo de los lirismos llameantes de éste y añadiendo algunas ternuras burguesas que son las que consuelan a nuestra generación. Luis Casas nos hace seg uirle sin descanso en sus tribulaciones, nos compromete en su mied o, nos acusa sin hacerlo porque sentimos ganas de escaparnos, al fin y al cabo tampoco va con nosotros. Me temo que haya poca gente que ha leído la novela entera línea a línea; he de reconocer su agobio, su insoportabilidad de vuelta tras vuelta de tuerca, pero eso le otorga una calidad que está ganando con el tiempo y que, individualmente, gana en una segunda lectura más sosegada que la inevitablemente apresurada primera. Esta situación mantenida, esta angustia, este a veces sarcasmo al considerar el drama, cohonestan con ese gusto confesado por el teatro de vanguardia de los cincuenta, el realista, el absurdo, Ionesco, Miller, Dürrenmatt, todos ellos te aprietan el gaznate del alma hasta que sudas o solicitas piedad, y todos ellos se ríen de su padre y se burlan de ellos mismos y sus contemporáneos ; y otra cosa: su antidemagogia les hace parecer alejados de toda compasión . RGG la tiene pero no libera a sus personajes del sufrimiento, es más, son el sacrificado instrumento de su retrato de la realidad , y por eso no cabe salvarlos de la cruz, han de beber el cáliz hasta el final, lo contrario sería escamotear el aspecto didáctico de toda novela realista en aras de tranquilizar los espíritus lectores; la trampa, tamaña falsedad no entra en los presupuestos éticoestéticos de RGG , a quien le interesan esos lectores como ve hículo de regeneración, mucho más que como compradores de libros , más como có mplices de lo que él dice que como espectadores de lo que pasa e incluso del retrato novelístico de lo q ue pasa. Dos reflexiones respecto a estas últimas afirm ac iones: una, so bre el carácter mora l de las nove las del au to r, de todas, e inev itable y casi principalmente de las nove las vascas, otra, sobre su ca rácter de narrado r des piadado. La primera, bien desa rrollada, daría lugar a larg uísim o debate s i exa min ara yo y recog iera las caleidoscóp icas posturas en la teoría de las fi nalidades de la novela y de la literatura en general. pero como no ve ngo obl igado a discutir ya que estas líneas las fabrico solo. las guiso y las como sin intervención. pues mi discurso será unilateral. sesgado -¿se dice así?-, sectario de mi secta de la que soy presidente y único miemb ro, y no dará lugar a ser discutido salvo por esc rito y dan do la cara co n el peligro que tiene el que ahora habla . o sea ninguno, sólo los que aguardan a quienes osan decir lo que piensan. Me limitaré, por todo ello . a afirmar un par de cosillas) no apodícticamente, más por observación que por convicción apriorística. RGG


32 no se aparta de un sentido moral en la temática, más aún en los argumentos y sus meandros, y ello de modo natural , traído por el realismo es tricto de sus re latos. Y es que la realidad contiene en sí determinacio nes e incitaciones éti cas cuando se trata de relaciones en tre personas (pocas novelas tan ferozmente interpersonales línea tras línea co mo las de RGG); es inevitabl e la contemplación -y co ntemplar es exp resar en la narrati va- del parámetro ético en los dramas intensamente hum anos e inhumanos de este autor; la dimensión ética no hubi era pod ido se r sos lay abl e en este corpus nove lístico, ni por su prop ia natu ra leza ni po r la mirada voluntaria del escrito r. Y es que él tiene un fuerte se ntido moral que le hubi era s ido imposible no trasladar a sus obras. A mi ver, ya e l realism o impli ca que un auto r ha e legid o que la ética esté prese nte en su obra; y en este caso de una man era s i no ex plícita, sí prese nte en la actuac ión de todos los perso naj es co mo d imensión importante de sus relacio nes v ita les. Cada hecho retratado en las nove las de RGG nos re m ite no só lo a un a ética esc rita, doctrin a l, o bj etiva o derivada de cua lq ui er re lig ió n practic ada, sino -para que no haya pretextos- a la ética de cada uno, a ésa de la q ue no podemos escapar, aunq ue tenga mat ices de fa natismo o de sarcas mo, aun q ue sea distinta en cada cual, aunque sea base de co nfro ntac ión entre diversas percepciones del bien, el mal y sus justificaciones; el caso es que RGG nos sitúa fre nte al juicio de los actos, para él no son indiferentes jamás; antes, durante y después de producirse, el zumbante insecto de la ética bordo nesa a nuestro alrededor y no tenemos más remedio que acudir a su insistente llamada. En estas novelas se producen actos detestables, aceptables o admirables, magnánimos o mezquinos, generosos o renCOl'OSOS, nunca indiferentes; yeso en todas ellas, cuanto más en las «\ ascas», tan sometidas por temática al enfrentamiento entre acción civil y violencia, entre atmósfera noble y miedo. Y el novelista pocas veces -¿ninguna?- duda en plantearnos la propuesta ética, y así lo sentimos, nada hay indiferente moralmente en estos libros, pero no de manera artificiosa sino de modo natural, como -¿lo he dicho ya?- un componente inevitable de los hechos humanos, sin por eso tener una tabla de moral donde inexorablemente se clasifiq uen todas las acciones personales; lejos del autor la computadora que asigne grados éticos, y ni tan siquiera el ábaco; no dud a del imperativo ético, no duda tampoco de los matices temporales y personales de tal imperativo. En suma, Kant con su seg ura sombra, y a su lado, en menor tamafío, como un viejeciilo burgués que tose dubitativo, Scheler. El caso es que a los lectores no se nos permite no opinar. Ahí les dejo, en la inquietud de la colabo ración no solo estética.


33 Otro gran aspecto que se denota en las novelas de esta temática, y que he subrayado con frecuencia, es que destacan la única epopeya vivida en tierra vasca. Porque a lo largo de la historia los vascos han ejercido la aventura -la aventura militar con frecuencia- pero siempre como individuos, en dos formas: al servicio de España o al servicio de la Iglesia, en epopeyas colectivas donde el coraje de algunos individuos señeros se ha destacado; y siempre fuera del País Vasco, en tierras de conquista o de misión. Pero he aquí que nuestros amigos -que diría un folletinista del XIX- se encuentran en los albores de la industrialización y, además de los fenómenos directamente materiales como las minas de hierro o el último comercio indiano rentable, unos enfrentamientos que degeneran en guerra civil -la primera carlista- y sus secuelas de tensiones continuadas, revelan a las fuerzas sociales en progreso que las tradicionales resisten a la evolución que es marea alta en toda Europa y les hacen impulsar un esfuerzo que, curtido en esa guerra más o menos declarada y casi contínua, es de tal magnitud y capaz de transformar al país de tal modo, que se convierte en una epopeya civil , la de la industrialización vasca. Epopeya que se cumplió con el esfuerzo fundamental de quienes corriendo el tiempo -paradojas de la falacia política y de la mentira sobre la historia de todas las alternativas míticas a la verdad- han sido considerados como menos vascos, o menos amantes de lo vasco, por lo que pretenden ser más vascos que los demás, es decir, los nacionalistas; ¿y quiénes eran aquéllos?: los liberales que siempre se habían opuesto al inmovilismo agrario de los carlistas , que habían forzado la apertura social y política a la incipiente burguesía, la unidad jurídica y judicial, y el traslado de las aduanas a las fronteras nacionales. Pues bien, esos fueron los impulsores de la industrialización, y ahora los que protestan contra ellos después de haberse aprovechado del desarrollo económico , pretenden que sus antepasados políticos -carlistas- contribuyeron de igual modo a la epopeya, cuando no fueron sino rémora de ella . Y para más inri de algunos, otro elemento -poco vasco sin duda en origen- ha sido rueda esencial en la carrera industrial del País Vasco: el inmigrante , en varias oleadas: la del último cuarto de siglo pasado, con gentes en general castellanas viejas y riojanas, la del siglo XX hasta la guerra civil, de la misma procedencia más un contingente de navarros, y las dos posteriores a la guerra civil, que además de castellanos , navarros y riojanos añadieron gallegos, andaluces y, en gran cantidad , extremeños ; de ahí el remoquete general de cacereño con que se les co noc ía en los años cincuenta y sesenta.


34 Vamos ahora a otra novela vasca, pero lateral a las anteriores: por tema -soslaya la violencia más o menos política-, por sector -la pesca -y por enfrentamientos- los profesionales, los íntimos, no los sociales. Pero de nuevo un talante épico, una lucha feroz y esta vez marcando la afirmación de sí mismo por parte del protagonista, que no quiere perder los trenes de su vida y menos los que adivina como últimos, y para ello no tiene más que dos procedimientos: el amor y el triunfo profesional. Antxón Elizalde sólo se toma en serio esos dos asuntos, o sea que sólo se toma en serio a sí mismo. De nuevo la épica en este caso la conquista de la cumbre del oficio; y también la lírica erótica, pero ¿cómo lo diría?, una lírica ... objetivada, formando también parte de la conquista épica. Y como actitudes notorias en E lizalde , dos aparentemente contradictorias: el orgullo contínuo y el escudriñamiento contínuo de su entorno. Habitualmente el orgullo es asimismo desdeñoso de lo que ocurre alrededor, de postura despistada ante el mundo, que él pretende dejar en escenografía para su propio monólogo. Por eso creo que Elizalde es más que soberbio un vo luntarioso de la victoria; no un orgulloso per se, metafísico podríamos decir, afirmador de sí mismo al margen de la existencia del cosmos, no; él quiere vencer, estar por encima de otros, conquistar la tierra y -ahí su debilidad-la admiración y hasta el aprecio de su público. Así que está alerta a lo que pasa , a los gestos, a las reacciones, para compensar los que sean contrarios a su finalidad , a los designios de su persona, a ella misma quizá y por si acaso. Tal vez el orgullo y la vigilancia se dan simultáneamente porque se encuentran en el ejercicio de la suspicacia. Pero Elizalde también tiene miedo , un miedo cerval a quedarse en nada , a ser muy poco o nada para nadie, a ser un pescador más, o peor aún, a ser un patrón de pesca de quiero y no puedo; y por eso combate e l miedo a todo con una afirmación de sí mismo minuto tras minuto, que deriva en chulería con cierta frecuencia. Aunque él, para no engañar al lector de La mar es mala mujer, confiesa sus problemas en la primera frase de la novela, y si bien la frase es meramente descriptiva de la situación, se adivina inseguridad en ella. A partir de ahí todo es lucha, más de trescientas páginas de conquista y de tenso anhelo , poniendo la sangre y el alma. Se trata, en el fondo, de ejercer la libertad: en algún sentido triunfar es ser libre y esa meta es como una marca de esos hombres que pueblan las no ve las de RGG Sigamos el hilo de la libertad. Y esa palabra, en la literatura de RGGtiene dos acepciones no en la teoría, sino en la andadura «real» de


35 sus criaturas. Una es la de un sentido casi metafísico pero no fuera del individuo, sino inserto en él: un sentir y un conocer que también es sentir, que tienen como fin a lidad la de conseguir la satisfacción vital; no un abstracc ión pero sí algo inmaterial. Otra es la de la posibilidad palpable de hacer el oficio, el amor o el camino como ellas quieran; algo, pues, aquí sí, material, vis ible , motivo de satisfacciones en plural, de pasos gozosos, imposibles sin la libertad, sin esa que depende del marco político, de la estructura social, pero también del esfuerzo personal. Porque este autor no exime de responsabilidad a los individuos; los coloca, o más bien los observa, en un marco determinado y, por tanto, influidos y condicio nados , pero también los tiene por capaces de reaccionar a partir de sus condicionamientos y aún contra ellos; ni les absuelve ni se compadece especialmente de ellos, les pone a bregar duro contra su suerte, no les admite coartadas soc iol ógicas. RGG sabe que mucha gente es incapaz de salir, o incluso de intentar salir, de su s ituación , por mil razones, unas más y otras meno s ponderables como causas legítimas de queja y resignación; pero esa gente no le interesa como protagonista. Hasta en una atmósfera human a tan deleznable como la de Tantos inocentes, tan podrida y con tan pocos motivos para encontrar algo positivo, lo escaso que ha y de esto último se esco nde en quienes son capaces de actuar, de oponerse, de correr su ave ntura al margen o contra los demás ; el úni co atisbo de nobleza en la basura general es el de Saturnino Beldarrain, que se atreve a ser «po líticamente incorrecto» como se suele deci r hoy. y son esos tipos; los que en algún sentido so n duros, un tanto atle tas de carácter, luchadores, los que atraen a este nove li sta; lo otro es


36 comparsa, terreno blando, flojos para la vida y la literatura, faltos de interés para pensar en ellos y sin valor para sacar adelante este mundo. El País Vasco es tierra novelística de duro ascenso y de peleas inciviles , tierra de trabajos que rinden y de violencias que no terminan, realidad apenas transformada en sus más íntimos argumentos y, por ello, servible sin grandes metamorfosis ni esfuerzos estilísticos por encontrar metáforas que nos la hicieran comprender. Un País Vasco encontrado como país difícil , como país en que todo el drama posible se desarrolla: drama que se pudiera haber imaginado y drama existente , de realidad exacta, sin necesidad de más invención que la que pide el arte para que el escritor nos dé su visión, mejor aún , su interpretación. Un País Vasco que no es apacible sino dinámico , en el desarrollo y en lo espasmódico de sus diversas irracionalidades, que nos pers iguen y persiguen al novelista. Un País Vasco que desde Baraja hasta hoy nadie había retratado tan minuciosamente y tan «al tacto » como RGG. lo ha venido haciendo . Porque son los personajes y el aire que hay entre los personajes, son sus actos, sus imposibilidades, sus miedos, sus arrojos, todo eso, lo que nos retrata el país, y esas pequeñas realidades cotidianas, esos hogares , esas palabras en familia , esos recuerdos, eso s saludos cordiales yesos desprecios , lo que dibuja el perfil de lo que fue en las últimas décadas , de lo que hoyes y de lo qu e tal vez ha de ser. Ese País Vasco, que ha concretado en su Eibain (contracción bien escog ida de Eibar más Andoain) que surca y es surcado por diez novelas. como centro o como periferia, v ivido intensamente o rememorado o aludido . Eibain no es el Santa María de Onetti, fantasma urbano qu e traza su sombra detrás de cada línea del uruguayo; ni es el Maca nd o de García Márquez, v illa lírica en cuyos contornos imperfe cto s e l inmenso narrador-poeta colombiano clava sus protagonistas; miren, se me parece más a Yoknapatawpha, menos antiguo , claro, pero sí en que es esencialmente un espacio interpersonal , en que lo van hac iendo lo s personajes a medida que se mueven y maldicen. Eibain es un a atmósfera de carne y trabajo , de producción y esperanzas, de ilu siones empresarial es y decadencias inevitables, es poco explicable, es só lo comprensible por la lectura o por una mirada de años en parale lo con la de l escritor sobre lo acontecido en el País Vasco (Eibain es G ui púzcoa) en el segundo medio siglo XX . De estas apreciaciones -por no llamarlas «análisis literario» que queda excesi vamente académico- que forma parte de mi ensayo Breve parte de Guerra (Huerga y Fierro, Editores , 1998), nada he de rect ifica r tres años después , sino más bien ratificar hasta que el


37 Tiempo (vamos a llamarlo así) no lo remedie. Bien es verdad que es un corto lapso, si tenemos en cuenta decenios de estropeamiento real. Por otra parte, las obras literarias ahí están, terminadas, congeladas, testigos mucho más certeros de lo que se suele pensar, y que van revelando sus verdades a través de la paciencia de los años. La literatura no es el espejo exacto de la realidad; obviemos la discusión sobre la realidad, y que sea ella, porque es como la verdad, tan caleidoscópica, tan inasible a veces, tan poco describible con frecuencia y mucho menos aún definible. El hecho es que si alguna disciplina es capaz de acercarse a la realidad con profunda exactitud ésa es la literatura, pero como la gente no se lo cree, ésa comprobación sólo la hacen a lo largo del tiempo sus descendientes. En este caso, sólo alguien ignorante por lejano a los sectarios a los que piden los dioses mediante el viejo artilugio de cegarles, pueden negar que este grupo de novelas vascas de RGG presentan una realidad palpable para quien viva en el País Vasco, tanto en el ilusionado punto de partida como en la turbulenta evolución posterior. ¿Qué significan estas novelas dentro de la obra de RGG? Considero que uno de los grandes temas en que podemos dividirla, pero advirtiendo que en el autor ha sido de tal impacto la larga vivencia vasca que ésta tiñe no sólo las páginas que sin ser de temática vasca tienen algo que ver con el difícil país, sino incluso las más lejanas en su ubicación geográfica; hay en todas un hálito adivinable en algunos personajes, en algunos enfoques vitales, en algunas réplicas y en algunas iras, que desvela la enorme impronta con la que Euskadi ha marcado a un escritor cuya atención a la sociedad, a los fenómenos colectivos y a las relaciones interpersonales y de grupo, y también a las interclasistas y de clase, es tan intensa en sus narraciones. Casi puedo decir que el vasco ha sido el país-laboratorio para un autor de sus características .


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Crítica)' Reseüa de Libros


Relectura de Lectura insólita de El Capital

Jesús María Lasagabaster Universidad de Del/sto. San Sebastián

Hablar de «relectura» de la novela no quiere decir simplemente volver a leer un texto ya leído. La actual teoría y crítica literaria tiende a subrayar la dimensión pragmática del texto; es decir, leer un texto literario, según afirma la «estética de recepción», no es simplemente recibir un significado inscrito de manera definitiva en ese texto; leer no es algo pasivo, sino activo; el sentido del texto acontece precisamente en el acto de su lectura. Wolfgang Iser, uno de los fundadores de la «estética de la recepción», distingue a este respecto los conceptos de text -'texto'- y work-'obra'-; la obra es el texto más su lectura ; sólo en la lecturaDer Act des Lesens ('el acto de leer ') es precisamente el título más representativo de ]ser- se carga el texto de significado, es decir, queda determinado como portador de sentido, porque es la lectura precisamente la que «rellena» esos vacíos, esos huecos, esos «momentos de indeterminación» que todo texto literario necesariamente conlleva. Esto quiere decir que es el lector quien, de alguna manera, decide del sentido del texto; lo cual no significa de ningún modo afirmar que cualquier lector puede atribuir cualq uier sentido a su texto ; porque todo texto contiene índices o marcas que condicio nan o determinan la orientación de la lectura; es decir, el lector está de algún modo obligado a atribuir al texto el sentido, o un sentido, coherente con la naturaleza misma de ese texto.


40 Además toda lectura, todo acto de leer, es una actividad «contextualizada» , incluso, diríamos hoy para utilizar un término de moda, «intertextualizada». El territorio de la lectura es una especie de carrefour, un cruce de caminos donde se entrecruzan el texto, objetivado como tal en el momento mismo de la escritura, la propia situación del lector, el momento histórico de la lectura, y ese complejo conjunto de referencias explicitadas o sugeridas desde el texto y que denominamos «intertexto». Afortunadamente , el lector «normal», inocente y no contaminado por la deformación profesional del teórico o del crítico literario, vive el acto de leer en la afortunada y gozosa ignorancia de todas estas disquisiciones académicas con el olor rancio a veces de lo que ocurre al margen de la vida, la vida literaria en este caso, en el ambiente un tanto enrarecido del aula universitaria. Leer es todo eso, pero por suerte el lector no lo sabe, o hace como que lo ignora, para que la lectura de un texto literario, donde lo estético y la hermosura es condición sine qua non de existencia, sea efectivamente una actividad placentera. Es precisamente un teórico y un crítico como el francés Roland Barthes el que en su librito El placer del texto ha reivindicado la dimensión gozosa de la actividad de leer. Sirvan estas consideraciones como justificación y prólogo de la primera afirmación que quiero hacer a propósito de mi «relectura» de la Lectura insólita de El Capital, de Guerra Garrido. Volver a leer la novela - he de reconocer que no había vuelto a hacerlo desde su primera publicación- ha supuesto efectivamente un placer: el placer de leer un texto qu e, más allá del interés y de la actualidad de su contenido, se despliega en la lectura como un «31tefacto», en el sentido etimológico del término, novelesco construido con rigor y con aci erto, y con una lucidez y equilibrio a la hora de someter el tema a un tratamiento narrativo adecuado que evidencian al novelista experto y lúcido que había en Guerra Garrido en el momento de escribir esta Lectura insólita de El Capital -él mismo acaba de señalar que la concesión del Nadal fue como una certificación cuas i ofic ial de ello- y que se ha seguido confirmando después en algunas de sus no ve las posteriores. Pero el crítico, tras disfrutar, o mejor, mientras disfruta con la lectura del texto, no puede menos de registrar, siquiera intuitivamente y de modo un tanto deso rdenad o y hasta caótico, la razón o las razones, del disfrute; y, puesto ante la hoj a de papel, se esfuerza por comunicar a otros, lectores tambié n en última instancia, su personal y compl eja experiencia. No pretend emos aquí sino explicar, en la medida en que se trata de algo «explicable», esa especie de radi ografía de la novela que es ineludiblemente la lectura crítica de un texto literario. Teniendo muy claro desde el principio que ésta que yo llamo «relectura» es nuestra re lectura de la novela de


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Guerra Garrido, que no es por supuesto la única ni la «mejor», pero que es una lectura legítima y aceptable, pat1iendo de la naturaleza semántica plural de la novela como objeto literario y de las características textuales que son como las señales que van marcando el sentido de la circulación por el texto en la travesía misma de la lectura. Esta especie de señalización del texto por el texto mismo se sostiene sobre dos elementos fundamentales. Por un lado, las características narrativas formales del texto de la novela; por otro, lo que más arriba se ha indicado, a saber, que toda lectura es una lectura «contextualizada» e «intertextual izada». Si el contexto -y; en alguna medida, también el «intet1exto»- de la novela se han ido alterando en los veinticinco años transcurridos desde su primera publicación, el texto como tal permanece y por tanto también sus características narrativas formales. ¿Cómo se conjugan estos dos factores y, más en concreto, la variabilidad histórica del primero frente a la permanencia en el tiempo del segundo? Es éste un dato de base que en esta relectura crítica de Lectura insólita de El Capital vamos a intentar dilucidar. EL REALISMO DE LECTURA INSÓLITA DE EL CAPITAL Todo proceso de contextualización es necesariamente diacrónico, histórico; porque lo decisivo, desde una actual perspectiva pragmática sobre la literatura, no es simplemente el texto en su objetiva materialidad, sino la comunicación que el lector establece con él ; y esta comunicación se encuentra sometida no sólo a las circunstancias individuales, literarias, ideológicas, afectivas, etc., del propio lector, sino también al contexto sociocultural en el que tiene lugar la actividad de la lectura. Un proceso de estas características, resulta, si cabe, más decisivo, en el caso de una novela como Lec/ura insólita de El Capital por su naturaleza rea lista. Topamos aquí con un término --{<real ismo»- que en su abundante utilización en la historia y en la teoría y crítica de la literatura no ha dejado nunca de encerrar una manifiesta ambigüedad. No pretendemos de ninguna manera intentar dilucidar las impOt1antes cuestiones teóricas y críticas en torno al realismo en la literatura. Vamos a ser más modestos y nos limitaremos a hacer unas breves consideraci ones en fu nción de l texto concreto que es objeto de nuestro estudio y del sentido en el que lo podemos adscribir a lo que comúnmente en literatura entendemos por «rea lismo». Lectura insólita de El Capita l es una ficc ión y no un documento o un reportaje sobre una determinada realidad o situación de l País Vasco.


42 Ciertamente, hay en la novela muchos elementos, personajes secundarios, lugares, referencias temporales y situacionales que son claramente verificables, es decir, que tienen un referente real fuera del universo verosímil de la ficción. Pero esto no es obstáculo para que se pueda afirmar la naturaleza ficticia --o «ficcional », si se nos permite el galicismo-- del universo, de forma y de sentido, que se construye en el territorio textual de la novela. Y esto lo debe tener muy en cuenta toda lectura -y toda «relectura»- de la novela. Todos los elementos verificables, que son muchos, quedan incorporados por el novelista a un uni verso de ficción , a un nuevo y singular sistema significativo en el que adquieren validez y consistencia novelesca formal y semántica original. Pretendemos con esto salir al paso del riesgo de reducir la ética y la estética de un texto como el de la Lectura insólita de El Capital a un capítulo más, actual y actualizado, de esa terrible y trágica crónica de violencias y ases inatos que, del 77 hasta hoy, no sólo no han desaparecido, sino que se han recrudecido en nuestro país. La nove la de Guerra Garrido quedaría reducida así a una terrible y lúcida predicción de lo que nos empezaba a ocurrir y que, veinticinco años después, nos sigue desgraciadamente ocurriendo. No hay duda de que la novela es también esto, pero es mucho más; por eso precisamente es una novela, más aún, una buena novela. De ahí que el reduccionismo sea el riesgo más previsible que puede acechar a toda re lectura de este texto, tras veintic inco años de literatura, incluida la del mismo Guerra Garrido, y de historia social y política del País Vasco. Por eso cuando hablamos aquí de realismo o de que Lectura insólita de El Capital es una novela rea lista, no queremos apuntar únicamente a la ética de la novela, lo que haría referencia directa a su dimensión semántica, es decir, a su significado; la naturaleza realista del texto dice también relación fundamental al proceso novelesco mismo, que es un proceso de creación de se ntido y no de mera reprod ucción de un sign ificado previamente existente en la realidad extraliteraria y si mplemente mimetizado en la novela; apuntar al proceso novelesco mismo quiere decir poner de manifiesto precisamente aquello que se constituye en fundamento y razón última de la existencia del texto como novela. Es decir, ética y estética no son sino dos caras de una misma y única realidad, dos perspectivas complementarias sobre las que se constituye y legitima la existencia textual de la novela co mo un todo, como un sistema formal portador de significado. La naturaleza realista de un texto como Lectura insólita de El Capital es una clave fundamental para entender el proceso narrativo, novelesco de creac ión de se ntido y para interpretar el sentido creado. Porque ese juego que toda novela supone de «creación de ficción» queda continuamente destruido por otro juego, contrario pero complemen-


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tario, que es el de creación de realidad; ya que, en el caso de Lectura insólita de El Capital se oponen, pero se complementan; se destruyen y se reconstruyen; o, para decirlo con un término de moda hoy en el léxico de la teoría y la crítica literaria, vendrían a constituir un proceso de «desconstrución», que es el que hace posible la generación y la existencia de la novela como artefacto literario «realista». El realismo está así en primera instancia en la motivación; es - utilizando la terminología de Barthes- una «motivac ión realista» generalizada la que permite construir como novela, es decir, como ficción, el universo de Lectura insólita .. . ; porque es la motivación realista la que pone en marcha el mecanismo de la ficción. Y la ficción a su vez genera un «efecto de realidad», que es la base y la esencia misma del sentido de la novela. Lo real-en un sentido amplio- está en el punto de partida de llegada. y entre ambos polos, lo «fi ccional», que es la nove la misma. Y es esto, la novela misma, lo que fundamentalmente le interesa al crítico en su «relectura» de la Lectura insólita de El Cap ital, y no el «antes» -la motivac ión realista-, o el «después» -el efecto de realidad-. EL «CRONOTOPO» DE LA NOVELA El argumento de Lectura insólita de El Cap ital, es simple; pero tiene una origi nalidad denotada ya en el título mismo de la nove la: El industrial y empresario guipuzcoano José María Lizarraga ha sido secuestrado en el marco de una prolongada huelga que mantienen los obreros de su factoría , por razones laborales y sociales. Los secuestradores, con el fin de que Lizarraga entretenga las largas y angustiosas horas de cautividad, ponen en sus manos un ejemplar del famoso libro de Karl Marx, El Capilal. Si el título de la novela parece hacer alusión a las circunstancias especialísimas en las que Lizarraga lee el famoso li bro, el desarrollo de la trama argumental deja en un muy segundo plano el tema específico de esa «insólita lectura». Y aunque en un punto ya avanzado de la novela uno de los vigilantes le dice al empresario «bravo, se está convirtiendo en un fiel intérprete del marxismo leninismo», éste le confiesa que no ha leído el libro y añade irónicamente, pero con indudable sentido común , «seguro que tú tampoco lo has leído; entero no ·10 ha leído nad ie». Hay que señalar que el ejemplar que los secuestradores han puesto en manos de Lizarraga es una edición abreviada. El crítico, que no ha leído El Capital, -y sospecha, a fuer de mal pensado, que el autor tampoco lo ha leído-- piensa sin embargo que esa «lectura insólita» es algo más que un acierto para el título de la nove la y que El Capilal resulta leído en el desarrollo mismo de la trama argumental; quie-


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ro decir que hay de algún modo «una» lectura del famoso libro inscrita, siquiera implícitamente, en la historia que se nos cuenta. Es éste un punto que aquí no se hace más que sugerir, pero que deberá ser tratado con más detalle y profundidad cuando propongamos nuestra lectura --«relectura»- personal de la novela. El «cronotopo», es decir, el tiempo y el espacio que funcionan como coordenadas de la historia que Guerra Garrido nos cuenta en su novela, se inscriben igualmente en ese juego antes apuntado de combinación y contraste de realidad y ficción, según una ley general, la ley de la verosimilitud, que orienta la dilucidación de los elementos con los que se instituye el universo novelesco . Todo es ficción, porque toodo sucede en el territorio de la novela, pero todo es al mismo tiempo, aunque de otra forma, realidad, porque la ficción se sostiene también sobre los numerosos elementos verificables que Guerra Garrido no ya no evita, sino que introduce con una clara voluntad en la integración de su universo novelesco. Más aún, en Lectura insólita de El Capital, los elementos centrales de la trama, el lugar de la acción o el personaje protagonista -Eibain, José María Lizarraga- habían aparecido en novelas anteriores del autor, en Cacereño, por ejemplo, y esta misma novela aparece citada también en una de las intervenciones de Ignacio Lizarraga, hermano del protagonista: ... hace años se publicó una novela con base en la factoría número dos, Cacerei'1o creo que se llamaba, pues bien, desviltuaron la realidad yeso nos creó ciertas complicaciones

No se trata de un recurso original de Guerra Garrido, pero es un elemento más que se añade a ese juego de integración de lo real y lo ficcional, que se constituye en el territorio de la novela; se produciría una especie de mise en abyme de la ficción: porque si Cacereño en cuanto novela funciona como «inte11exto» de una segunda ficción, Lectura insólita de El Capital, la relación de contraste entre ambas novelas adquiere ahora la apariencia de una relación ficción I realidad . Una vez más el autor juega no sólo con una combinación original de los elementos constituyentes de sus novelas, sino también con el lector, cuya complicidad es necesaria, para que decida entrar en el juego y aceptarlo; que es otra de las premisas fundamentales de todo pacto narrativo. Eibain, como lugar de la acción de Lectura insólita de El Capital, es un pueblo industrial o mejor, industrializado por la instalación de la factoría número dos de José Ma 'ía Lizarraga, en la cuenca guipuzcoana del Deba. Es un espacio de ficción y por lo mismo no tendría sentido preguntarse qué


4S pueblo se esconde bajo la máscara literaria de Eibain, aunque su descripción y sus vicisitudes en la novela estén cargadas de referencias que se corresponden con la geografía vasca y más en concreto guipuzcoana de muchos pueblos reales. El propio Guerra Garrido se ha encargado de describirnos con detalle la naturaleza y las características de este espacio que le ha servido como escenario de la trama de varias de sus novelas, así como de hacernos una etopeya mínima del protagonista de la acción: Eibain es mi Macondo particular; no se corresponde con ningún pu eblo concreto por más que su nombre sea la contracción de Eibar y Ando ain ; podría ser cualquier pueblo con tradición industrial , en el Goiherri, en el fondo de un valle y en donde en los años de referencia se instala una gran fábrica . Li zarraga, S. A. es esa gran fábrica (la factoría n. o 2) y don José María Li zarraga su propietario, binomio que en cu anto a modelo de crecimiento podría corresponderse con Orbegozo de Zumárraga, pero qu e en realidad es una mezcla más maliciosa de otros tantos binomios empresa - localidad: la forja ineludiblemente es la de Patricio Eche varría [sic] , la bellota de su marca falsificada con un trébol.'

y Julio Lasa Barriola, historiador y antropólogo y uno de los personajes a los que el autor hace intervenir a lo largo de la novela, dice en un momento que la historia de Eibain ... no se puede escribir sin nombrar a Lizarraga, en este siglo forman un binomio indestructible, por otra parte es un fenómeno muy guipu zcoano esta identificación entre líder y pueblo industrial, así Esteban Orbegozo y Zumárraga, Patricio Echevarría y Legazpia, Aristrain y Olaverría, etc. Quizá marque la pauta de toda una concepción muy sui géneris del mundo fabril.

Este breve texto, en el que podemos verificar cómo el dato objeti vo del historiador da paso a la reflexión del antropólogo, no hace sino confirmar lo que el mismo Lasa Barriola ha escrito en una supuesta Breve historia de Eibain que Guerra Garrido --otro elemento de ese proceso de integrac ión y de supresión de fronteras entre fi cción y realidad- sitúa como umbra l de su novela; dice aSÍ:

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Raú l Guerra Ga rrido. «Anecdotari o inédito», en A los veinticinco aíios de Cacereíio.

Fu ndación AI::ate, 199.¡, p. 32


46 Se engaña uno a sí mismo si cree poder hacer contra el más sencillo hecho histórico sin un ingrediente especulativo. 2 Nos encontramos nuevamente ante un recurso nada original , pero al que Guerra Garrido hace funcionar con coherencia y eficac ia en su novelística. Comparar Eibain con Macondo, por más que se trate de un Macondo «particular», puede parecer un tanto hiperbólico, dada la singu lar magnitud que Macondo tiene en un autor como García Márquez y en una novela como Cien aPíos de soledad. Pero no es la magnitud de las novelas, sino la naturaleza literaria del recurso lo que aq uí se trata de comprar. Macondo es para García Márquez lo que Eibain es para Guerra Garrido, lo que Obaba para Bernardo Atxaga, lo que Región para Juan Benet. .. Se trata del derecho, y yo diría incluso que del deber, que los creadores de ficciones tienen para sacar no ya de la nada sino de su experiencia de la realidad, metaforizándolos, los espacios donde situar el desarrollo de sus tramas narrativas. Pero además Guerra Garrido ha convertido Eibain en un verdadero topos, en su sentido etimo lógico de «lugar común», de sus universos narrativos; y no tanto porque ese pueblo de ficción se conv ierta de manera recun'ente en el espacio de las historias contadas, sino porque la recurrenc ia espacial misma termina por hacer del lugar geográfico y humano todo un símbolo de las últimas significaciones de la novelística vasca del autor. Eibain, más allá de su condición de espacio en el que se desarrolla la trama novelesca, espacio ficticio o verificable, poco imp0l1a, deviene así el territorio simbólico de la peripecia humana, individual y co lectiva, de los héroes de la novela de Guerra. No es simplemente la comodidad de un recurso que, por repetido, vend ría a formar paI1e de los «tics» narrativos del novelista. Más allá de esto, se puede afirmar, desde la perspectiva del crítico, que hay una voluntad, siquiera implícita, de hacer del espacio geográfico de la ficción un territorio, un ámbito de significado. No es ya el espacio sostenido por la función mimética de la estética realista que sirve de fundamento a Lectura insólita de El Capital, sino que lo espacial recurrente, contemplado en esa relació n intertextual que se establece entre los diferentes textos y universos narrativos en los que el novelista sitúa la trama en Eibain, funcio na como proceso de intensificación del significado, en una clara transición de lo denotado o mimetizado a lo connotado o simbolizado. La caracteri zación que de Eibain hace el propio autor, desde la misma configurac ión del nombre hasta la descripción de las principales caracterís, Leclura insólila de El Copila!, p.8, Barce lona, Destino Libro, 198 1, p.8. En ade lante se cit ará por Uc.


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ticas que lo identifican para su funcionamiento en la novela, se inscribe también en lo que más arriba hemos denominado «motivación realista», y está resuelto conforme a la más rigurosa ley de la veros imilitud estética. Cuando Eibain, en el proceso mismo textual y a lo largo de la trama, sugiere referencias muy claras a «cualquier pueblo de tradición industrial en el Go iherri», cumple una clara función semántica de «efecto de realidad», lo cual no supone de ninguna manera que la novela, en su ni ve l semántico, pase de lo ficcional a lo documental ; porque es precisamente ese efecto de realidad» lo que le permite a la novela remontar su vuelo significativo hasta el territorio de lo simbólico. Toda esta reflexión , sobre la que habrá que volver, no tiene aq uÍ otra razón de ser que salir al paso desde el principio de ese reduccionismo interpretati vo según el cual Eibain «sería» un determinado pueblo, o al menos sería «como» un determinado pueblo, agotando en esta vu lgar y mecánica referenc ia su capac idad de sign ificado. En el texto de Lectura insólita de El Capital abundan también las informac iones referidas al tiempo de la acción; de manera implícita cas i siempre, por alusión a momentos, datos o situaciones históricas fác ilmente databies; su conj unto contribuye a situar también en el tiempo, un tiempo actual, contemporáneo prácticamente al tiempo de la escritura, la trama de la novela. Pero desde este primer eje tempora l, marcado por los días que dura el secuestro de Lizarraga, se genera un tiempo segundo, que frente al carácter cronológ ico de la duración del encierro , es de natural eza ps ico lóg ica, porque aparece generado desde la conciencia y la reflexión de los personajes que interv ienen; pero es también un tiempo histórico, porque es toda una historia, la de la saga de los Lizarraga, la de la factoría número dos, la del proceso vasco de industrialización, etc. , la que resulta contada, novelada, al hilo del desarrollo de la peripecia principal de la novela -el secuestro del industrial. Esto quiere decir que desde la perspectiva de la organización narrati va del tiempo, en la Lectura insólita de El Capital el proceso de dilatación o expansión del tiempo de la ficción es un recurso importante en la estructurac ión narrati va de la nove la. No se trata de un tiempo lineal , sino que el desarrollo de la trama queda desdoblado en dos temporalidades, que se superpo nen y se complementan. Hay un tiempo primero, el de la peripecia que pone en marcha el mecani smo de la narración , que es el secuestro de José María Lizarraga: ese tiempo primero de la ficción se desarrolla desde esa noche en que el empresario y su muj er Libe son sorprendidos en su casa por la pareja encap uchada de raptores -«esto es un rapto» , le dicen- , hasta la esce-


48 na final , en que Lizarraga, en la clínica del doctor Piñeiro, se repone de la herida en la cabeza producida por el tiro de uno de sus secuestradores, el hijo precisamente de su amigo Olaso, el otro «Jenti» , desenmascarado e identificado por el empresario; y mientras pasa los ratos aburridos de la convalecencia soñando unas vacaciones en Canarias, la vuelta al mundo en un crucero de recreo o un safari fotográfico en Kenia, se cansa también con la lectura «de mi buen amigo Carlos» , que a pesar de su dificultad, le relaja, porque se ha convertido en un acto mecánico, como «contar ovejas o piezas troqueladas». La lectura « insólita» de El Capital, iniciada en esa situación excepcional que es el secuestro, se continúa ahora en este tiempo , insólito igualmente, de los días cansados de la clínIca. Pero esta línea temporal del rapto, los días del secuestro, la liberación, el descubrimiento del hijo del «Jenti » como uno de los secuestradores, el tiro y el hospital , un tiempo lineal que se sucede en un orden cronológico riguroso , aunque no se mida de modo explícito su duración, va generando al hilo del discurso novelesco un segundo tiempo, un tiempo pasado, que es el tiempo de la historia recordada y contada por los personajes, un tiempo que podemos calificar de psicológico, porque surge desde la conciencia, y no sólo en esos pequeños momentos resueltos narrativamente en forma de monólogo interior de Lizarraga, sino en los recuerdos y los relatos de los demás personajes. Es ev idente que si definimos este segundo tiempo de la ficción como ti empo psicológico, tiempo del recuerdo y de la conciencia, estamos señalando que su tratamiento narrativo no es lineal como el relato del secuestro y las peripecias que se suceden a continuación; no es la lógica de la cronología lo que lo estructura, sino esa otra lógica interior de la reflexión o de la interpretación hecha por los numerosos personajes cuya voz se va escuchando en la novela, al ritmo de las preguntas o de las inquisiciones de un anónimo entrevistador. Pero esta dilatación de la ficción, este ensanchamiento ilimitado casi a l ti empo hasta abarcar una especie de historia total del país vasco da al re lato un a capacidad significativa que supera con creces la peripecia indi vidual de José María Lizarraga, de su factoría número dos, de su protagonismo en el desarrollo de la prosperidad de la vida colectiva de Eiba in , a pesar de las injusticias y los conflictos. Porque el recuerdo de los hec hos y su interpretación en el relato de los mismos son los dos pilares so bre los que se asienta la historia ; la de Eibain, según la opinión del pe rso naj e Juli o Lasa Barriola, en su supuesta historia breve de Eibain , y la h istoria mode rn a de l pa ís vasco , que resulta contada a lo largo de la nove la.


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PERSONAJES Y NARRADORES Recuerdo y relato constituyen esa especie de espina dorsal narrativa que va vertebrando los diferentes acontecimientos con los que se estructura la intriga de Lectura insólita de El Capital y que al mismo tiempo materializan en la ficción y en la narración la actividad narradora de los personajes, esa caterva de personajes que desfilan por las páginas de la novela. Sería sumamente interesante hacer un catálogo de personajes de Lectura insólita de El Capital, con una mínima caracterización social e ideológica sobre todo de los mismos. No es éste el momento de hacerlo; pero sí se hace necesario señalar al menos, siquiera de una forma genérica, ese amplio fresco de la historia de Eibain que configuran los personajes. Junto a la figura central, José María Lizarraga, y su familia, su mujer y sus hel111anOS, una amplia galería de los empleados de la factoría número dos, desde los colaboradores más directos del empresario hasta los simples obreros, amigos y enemigos, que también los tiene, de Lizarraga, autoridades o profesionales importantes de Eibain, cura, alcalde, médico, boticario, etc., personajes de ideologías políticas y sociales diferentes, población autóctona e inmigrante, personajes anónimos y que el autor en más de una ocasión designa como tales -Anónimo 1, Anónimo n, IlI, etc.- ... ; y completando el cuadro, esa especie de «clones» que son los secuestradores de Lizarraga y que el novelista califica con un único nombre seguido de un numeral - Albebat, Abelbi, Abeliru ...-; y cuando en el momento del secuestro Lizarraga pregunta qué significa «lo del Abel», ésta es la respuesta que recibe. Si tú eres el caín nosotros somos los abeles. Ya va siendo hora de que cambie el curso de la historia.

Es evidente que el amplio número de personajes que el novelista hace desfilar por las páginas de Lectura insólita de El Capital no es un mero dato cuantitativo; más allá de las pequeñas «biografías» individuales que configuran, siquiera de fOnTIa implícita, los recuerdos, relatos y opiniones de los diferentes personajes, el conjunto del cuadro adquiere una representatividad y un significado social; el conjunto aparentemente abigarrado de los numerosos personajes de la novela constituye una unidad social, una colectividad, la de un pueblo industrial como Eibain, que se retrata, movido por ese resorte que altera la existencia colectiva y que es el secuestro del individuo más significativo y decisivo de la vida económica y social del pueblo. Como el tratamiento del espacio y del tiempo, también el de los personajes eleva la peripecia de la novela a un plano más alto de significación histórica y social.


50 La expansión del nudo argumental, gracias al tratamiento novelesco que Guerra Garrido da a la anécdota de la novela, se materializa de modo que el espacio de Eibain es una imagen del País Vasco, el tiempo de la aventura --el secuestro de Lizarraga- es también el tiempo de la historia moderna vasca y más en concreto el proceso de industrialización, la guerra y la posguerra, el capitalismo vasco y sobre todo el guipuzcoano; el personaje, más allá de su soporte biográfico individual, funciona como tipo de un espacio social e histórico. EL PERSPECTIVISMO NARRATIVO DE LECTURA INSÓLITA DE EL CAPITAL Esta transición de lo individual a lo social, de lo anecdótico a lo histórico --en lenguaje crítico, ¿o «críptico»?, diríamos de lo meramente denotado a lo connotado-- se asienta de manera fundamental en el punto de vista o perspectiva narrativa adoptada por Guerra Garrido para contarnos de esa lectura «insólita» de El Capital. El novelista ha optado por una pluralidad de perspectivas narrativas, que se combinan a lo largo del discurso novelesco. Hay un narrador externo, que situado fuera de la historia, cuenta en tercera persona algunos momentos de la misma. Se hace presente intermitentemente en la novela, siendo los momentos más relevantes de su presencia el arranque de la novela, es decir, la escena del secuestro en la casa de Lizarraga; pero aunque el narrador es externo, la narración está focal izada desde el personaje, desde el propio Lizarraga, recogiéndose de manera pormenorizada sus pensamientos y reflexiones interiores, al hilo de los avatares del secuestro, utilizando en la reflexión final con la que concluye el capítulo la primera persona gramatical en un breve monólogo interior. La misma técnica, incluidos los breves monólogos interiores, al final de la novela, para narrar la escena de la liberación del empresario. Además, las breves escenas que en los lentos días del secuestro tienen lugar en el reducido cubículo en el que está encerrado Lizarraga entre éste y sus secuestradores, son contadas también por ese mismo narrador externo y con las mismas características de focal ización a través del personaje. Pero el punto de vista predominante en la novela es el perspectivismo que resulta de dar la voz directamente a los personajes, a todos los personajes, en sus respuestas a un supuesto entrevistador y sus comentarios sobre Lizarraga y su familia, Eibain y la factoría número dos, la problemática social y política que el hecho del secuestro remueve y arroja a la superficie.


51 El discurso de la novela como género literario es definitivo, sobre todo a partir del ruso Mikhail Bakhtine\ como un discurso esencialmente polifónico. El elemento más característico es lo que el autor ruso llama la «dialogización», uno de cuyos componentes fundamentales es precisamente ese carácter «polifónico, plurilingüe y plurivocal» del lenguaje de la novela, constituido por unidades estilísticas diferentes y por diferentes voces armónicamente combinadas: la voz del narrador -podríamos decir que es una especie de «voz cantante»- y las voces de los perso najes, a los que el narrador introduce y dejar, mediante la utilización del estilo directo. En Lectura insólita de El Capital Guerra Garrido ha renunciado prácticamente a esa «voz cantante» del narrador externo, y desde luego a su tradicional (<omnisciencia», para dar la palabra casi exclusivamente a los propios personajes y hacer que sean éstos precisamente los que le hayan contado al lector la práctica totalidad de la aventura. Esto supone llevar hasta el límite el perspectivismo narrativo, multiplicando de manera casi indefinida el número de personajes narradores cuya voz es oída a lo largo del discurso novelesco. No se trata ni mucho menos de un recurso original del autor; por citar nada más un ejemplo muy próximo, el de otro novelista vasco , bástenos recordar el caso de Las ciegas hormigas, del vizcaíno Ramiro Pinill a. La novela es así una especie «puzle» narrativo; y de todos es sabido que cuanto mayor es el número de piezas, más difícil y laborioso es es el trabajo de casarlas y recomponer el modelo. Pero eso lo que hace de alguna manera original y narrativamente diferente el perspectivismo de Lectura insólita de El Capital es, incluso por encima del número de los personajes narradores , y precisamente a causa de ello, la complicada estructura perpectivística que el nove lista ha decido crear y el rigor y el acierto con que la desarrolla y res uelve. Tanto en el plano meramente narrativo _. el plano del rel ato- , como en el plano de la función semántica que mediante esta técnica perspectivista el novelista consigue lograr. Ello no hace sino de mostrar la madurez de Raúl Guerra Garrido como escritor de no velas, cuando en su Lectura insólita de El Capital renuncia a la sencill ez narrativa de un narrador externo, focal izado o no , y decide sustituirlo por un abigarrado conjunto de narradores internos. Este es el dato . Pe ro más allá del dato está su interpretación, algo que el crítico no ) Cf, entre las obras de Bakhtine, sobre todo Es/h éliqu e e l Ihéorie du roman, Parí s, Gallimard , 1978.


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puede hurtar en un comentario mínimamente totalizador sobre la novela. Frente a la unilateralidad aplastante del narrador único en tercera persona, y más si es omnisciente, el perspectivismo narrativo pone en evidencia la complejidad de lo real, la imposibilidad de agotar su estructura y su significado desde una única visión, y la necesidad de multiplicar las visiones para tener una noción, siquiera aproximada de esa difícil naturaleza compleja de la realidad. La renuncia a que el narrador tenga siempre «la última palabra» supone dejar esa palabra última a la discreción del lector. Es éste en definitiva el que, combinando las diferentes perspectivas desde las que los personajes narradores enfocan sus diversas perspectivas desde las que los personajes narradores enfocan sus diversas partes de relato, se hace su propia composición de lugar, es decir, unifica los elementos que se le proponen, si no dispersos sí al menos separados, para construir su propia lectura, su interpretación de la totalidad. y esto es exactamente lo que ocurre en Lectura insólita de El Capital. La «insólita» multiplicación de voces, de personajes que hablan, relatan y comentan , tenía un riesgo evidente: que la polifonía ll evada hasta las últimas consecuencias convirtiera el discurso de la novel en una especie de algarabía donde el lector llegara a sentirse un poco perdido. Creemos que Guerra Garrido ha superado con éxito la prueba, aunque debemos reconocer que el lector común, ese lector inocente que ante el texto no está «corrompido» como lo está el crítico, puede encontrar dificultades para seguir no ya el hilo de la peripecia de José María Lizarraga, sino para ordenar en su mente y en su memoria el largo catálogo de personaj es narradores y sobre todo para estructurar las diferentes intervenciones de cada uno y la visión global que entre todos aportan efectivamente a ese complejo universo de significado que es la novela. No queremos decir con esto que Lectura insólita de El Capital sea una novela difícil. Sí es una novela compleja, a pesar de la aparente sencillez de su estructura narrativa, resuelta por otra parte por el escritor con un rigor y una lógica dignos de subrayar. Pero lo sencillo aunque complejo de la trama no significa que en la lectura de la novela nos tengamos que quedar en el nivel de lo anecdótico, de la materialidad del argumento convertido en intriga novelesca, el hecho del secuestro y las vicisitudes de la cautividad, salpimentada con ese añadido original de la lectura esporádica del famoso libro de Marx, sin hacer la necesaria transición interpretativa hacia esos otros niveles más profundos y universales a la vez, y que el tratamiento narrativo de la trama hace, como hemos intentado mostrar, no sólo posibles, sino también manifiestos.


53 PERSPECTIVISMO NARRATIVO Y SEGUNDA PERSONA GRAMATICAL El particular perspectivismo narrativo de Lectura insólita de El Capital ofrece además otra característica que debemos tener en cuenta. Las intervenciones de los personajes narradores están dirigidas a una segunda persona, un «tú», o mejor, un «usted», que se supone que interroga o entrevista. Expresiones como Ponga mi nombre, ¿por qué no?, no tengo nada que ocultar ni de qué avergonzarme, lo mismo le digo a usted que a los periodistas, que a la policía

El personaje que habla así es un tal Mauro Fernández Álvarez, un sindicalista asturiano, de Mieres, que defiende la resistencia y la huelga de los obreros de la factoría número dos. El interlocutor de los personajes permanece en el anonimato , no sabemos quién es y su voz no se escucha jamás a 10 largo de toda la nove la. Por las palabras del sindicalista citadas, no es un policía ni es tampoco un periodista. Es simplemente una instancia narrativa que provoca e l surgimiento en la novela de la voz de los diferentes personaj es. La ausencia de todo rasgo que permita una mínima identificación nos obliga a definirlo como instancia de narración, que «hace hablar» a los personajes, y éstos, en sus intervenciones, parecen responder a preguntas o ruegos no explicitados, pero que el lector fácilmente deduce : «Pasar, si la familia quiere recibirle, puede pasar» , «Disculpe, pero de nombres nada», «Sí de verdad, han pedido un rescate astronómico, no me tire de la lengua», Bueno, joven, el camino más largo entre dos puntos, en la banca y en el bosque, es la línea recta», «Me costó un disgusto y es la primera vez, ¿me comprende?». Este tipo de expresiones se multiplican hasta el infinito a 10 largo de las páginas de la novela. Fuera de algunas expresiones de carácter apelativo, como ese (~oven» de una de las citas, no hay ningún dato más explícito que permita una mínima no ya identificación, sino descripción, ni física ni moral o psicológica, de ese anónimo entrevistador. Su presencia, por tanto, queda reducida al plano de la narración, --«hacer hablan>, como ha señalado alguno de los personajes-, sin tener la más mínima parte en e l ni ve l de la historia narrada. De ahí que 10 hayamos calificado como «mera instancia narrativa», por 10 que no tendría ningún sentido preguntarse quién es. Como tampoco 10 tiene preguntar quién es ese narrador externo que instaura la narración en algunos pasajes de la novela, como más arriba ha quedado señalado.


54 Este perspectivismo múltiple utilizado por Guerra Garrido, haciendo intervenir como narradores parciales a todos los personajes, se enriquece mediante la utilización de la segunda .persona anónima, porque permite hacer más explícitas la relaciones de intersubjetividad en las que se inscriben las intervenciones de cada narrador. Estas diferentes perspectivas utilizadas en la novela, se jerarquizan, por orden de su función en la instauración de relato, a partir del narrador del comienzo de la novela, y que al contar sin formar parte de la historia decide foca lizar su relato desde el personaje de Lizarraga; es a partir de esta primera instauración de la historia cuando se hace posible su continuación, introduciendo a ese anónimo entrevistador, que se explicita en la narración como un «tú» anónimo, pero sin voz. Y en su función de impulsión de narración, y por tanto de ficción, se inscribe --como «yo»- la intervención perspectivista de los diferentes personajes. EL PERSPECTIVISMO COMO VALOR EN LA NOVELA Tras esta pormenorizada descripción del punto de vista narrativo utilizado por Raúl Guerra Garrido en Lectura insólita de El Capital, se impone la pregunta: El perpectivismo narrativo utilizado en la novela ¿limita o enriquece el universo novelesco? Creo que es Saramago el que en algún momento, que ahora no podría verificar, ha dicho que la utilización de la primera persona narrativa, es más cómoda, facilita la narración, pero limita la visión sobre lo narrado. Esto es más evidente en el caso del narrador omnisciente, del «sabelotodo» que tiene un dominio absoluto sobre la ficción; pero desde que a partir sobre todo de las teorías de Henry James se adoptó la técnica del «punto de vista», los narradores fueron conscientes de que debían renunciar a esa artificiosa omnisciencia tradicional, y tener la humildad de contar historias con la limitación del punto de vista adoptado. No se trata de caer en el maniqueísmo de pensar que una novela de narrador omnisciente es menos moderna o menos perfecta que una novela co n un punto de vista narrativo limitado. En definit iva, el «realismo» o la «verosimi litud» que inspiraron las teorías de James o de los primeros tratadistas del punto de vista no se pueden elevar a categoría estética preceptiva, porque tanto éste como cualquier otro recurso narrativo debe justificarse no desde la preceptiva, sino desde el texto mismo en el que es utilizado y de la justificación y función que en él recibe. Cuando Guerra Garrido decide utilizar en su novela un punto de vista perspectivista, de modo que sean los propios personajes los que cuentan, si no el secuestro de José María Lizarraga y las vicisitudes internas de los días


55 de cautividad, sí desde luego las circunstancias que rodean este hecho, la vida de Eibain, y no sólo en el presente, sino también en un pasado relativamente próximo, así como la historia social, industrial y política del País Vasco, lo hace a mi juicio por tres razones fundamentales. La primera es que habría sido un tanto «artificial» dejar en un narrador externo moderno la responsabilidad única de contar la totalidad de la histori a que resulta contada en la novela, sin caer en una crasa omnisciencia. Y es natural que un novelista moderno, maduro y lúcido como Guerra haya rechazado esta solución. En segundo lugar, el novelista ha podido esquivar así esa falsa pero frecuente identificación que se tiende a hacer entre el narrador externo y el propio autor. Es evidente que en cualquier novela todos sus elementos, personajes, situaciones, juicios de valor, etc., significan, siquiera de manera implícita, referencias más o menos directas al autor, que es en definiti va el que ha creado ese mundo de la ficción . Es lo que de manera paradigmática expresó Flaubert cuando dijo «Madame Bovary c ' est moi». Por supuesto que el personaje es siempre, además de una mediación, una pantalla que marca distancias con el autor, pero es éste el que lo crea, a su imagen y semejanza, por muy realista que sea la estética de la novela, y es, también el autor, en un caso como el de Lectura insólita de El Capital, el que decide y elige, y por algo, los personajes que va a crear y los define y los echa a vivir, también como él quiere, en el mundo de la novela. En definiti va, todos los personajes novelescos tienen algo del Augusto Pérez de la unamuniana Niebla y todos los novelistas tienen igualmente algo del don Miguel que se asoma descaradamente a las páginas de su «nivola». Pero dejando que sean los personajes los que hablen, cuenten y opinen, parece que el autor «se libera» siquiera en apariencia de cargar sobre sí mismo, aunque sea por la mediación de un narrador externo, la responsabilidad de la visión que se da sobre el universo novelesco creado . Seguramente es también ésta una de las razones que han llevado a Guerra Garrido a resolver como lo ha hecho en su novela la cuestión capital del punto de vista narrativo. Pero la conciencia de las ventajas, supuestas ventajas, que puede tener para un novelista contar la historia a través de sus personajes, supone también como contrapartida la misma conciencia de los inconvenientes. No es lo mismo, como ocurre en toda novela, servirse del di álogo en estilo directo, dando la palabra a los personajes, en algunos momentos de la intriga. Porque en la novela se cuenta no sólo lo que los personajes hacen, sino también lo que dicen. El diálogo y el monólogo interior, directo o indirecto, son las técnicas que los narradores utilizan para contarnos las palabras de sus personajes.


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No es tan sencillo el caso de la novela que comentamos. Los personajes no dialogan, porque no se puede llamar diálogo a sus intervenciones, aunque se generen, como sucede en la mayoría de los casos, a partir de una segunda persona que funciona como catalizador de la palabra, de todas las palabras. Tampoco es un monólogo, en el sentido estricto del término; esta utilización híbrida ~iagonal en la forma, pero monologal en el contenido-- no es una creación original de Guerra Garrido; tenemos ejemplos en la novela española, el famoso texto de Delibes Cinco horas con Mario, sería una especie de paradigma del recurso, y también en la novela eusquérica, en Egunero hasten delako, de Ramón Saizarbitoria. Algunos autores utilizan para esta técnica que combina elementos del diálogo y del monólogo el término «monodiálogo». Es cierto que en los dos ejemplos citados los elementos propiamente dialogal explicitados en las intervenciones de los personajes son mucho más numerosos que en el caso que nos ocupa, donde la presencia de la segunda persona o de elementos claramente apelativos es mínima. Pero más que buscar una definición para la técnica perspectivista de Guerra Garrido en Lectura insólita de El Capital, interesa sin duda dilucidar su función estilística y narrativa. Desde el punto de vista del estilo, entendiendo aquí por estilo la naturaleza narrativa del discurso novelesco, es indudable la complejidad y la dificultad, que entraña la decisión tomada por el novelista, al decidír dar la máxima relevancia, más aún, el protagonismo del relato a los propios personajes. Esto quiere decir que sobre ellos, sobre sus «voces» descansa todo el esfuerzo de construcción de un universo novelesco que se sostenga estilísticamente y que sostenga al mismo tiempo el universo semántico de la novela. Porque si es difícil, como ya ha quedado señalado más arriba, resolver de forma coherente ese complicado «puzle» que es el perspectivismo de la novela, más complicado resulta salir airoso del trance en una novela que está construida desd el comienzo hasta el final sobre la base de una estética rigurosamente realista. Porque dejar que hablen los personajes es hacerles hablar de aquello de lo que deben o pueden hablar y de la forma y en el estilo que les corresponde. Una de las características de la novelística de Guerra Garrido es no ya simplemente el cuidado que pone en el lenguaje, sino el esfuerzo por hacer que el lenguaje utilizado por el personaje sea efectivamente el suyo, el del prop io personaje, y no el del autor. Una novela que apareció el mismo año que Lectura insólita de El Capital, Pluma de pavo real, tambor de piel de perro, es un buen ejemplo de lo que venimos diciendo. En Lectura insólita ... el escritor se disfraza de todos sus personajes y se obliga a hablar como ellos, es decir, a conseguir que sus voces no suenen,


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como sucede en tantas novelas, a un monocorde discurso de autor, sino que adquieran la singularidad lingüística y estilística que en rigor les corresponde; y no sólo en lo que dicen, sino en el modo de decirlo . Este acierto en la utilización de un perspectivismo complejo y estilísticamente difícil da veracidad y viveza al discurso novelesco ; en esa compleja sinfonía de voces que constituye el texto de Lectura insólita de El Capital la drástica supresión de la «voz cantante» del narrador/autor, esa especie de dejar solos a los personajes para que digan lo que quieran es un riesgo que Guerra Garrido ha querido correr; seguramente porque le convenía, pero también porque era coherente con la novela que quería hacer. Veracidad estilística, por supuesto, pero también veracidad semántica. Queremos decir que son los personajes los que van haciendo la novela; en su forma , como discurso novelesco, y también en su contenido. Naturalmente, el crítico no va a caer en la ingenuidad de pretender ignorar que el texto novelesco, desde el título hasta la última palabra, es una creación consciente y lúcida del autor. Pero esa aparente paradoja o contradicción entre libertad de los personajes y dominio, y hasta «dictadura», del autor queda resuelta en la confesión de García Márquez, a propósito de Cien años de soledad, cuando declaraba a un periodista: Yo no me enteré de que el coronel Aureliano Buendía había estado en Macando hasta que lo leí en mi novela.

No es, aunque lo parezca, ninguna boutade. García Márquez se refiere sin duda a esa autonomía que va adquiriendo la obra literaria al ritmo de la propia creación; es decir, ese universo de texto y de sentido va adquiriendo exigencias y leyes propias de funcionamiento, que el escritor, el buen escritor, desde luego, intuye y decide respetar. Pienso que Raúl Guerra Garrido ha sido coherente en el tratamiento narrativo de su novela y respetuoso con lo que ésta, desde su propia dinámica interior, le exigía. Es evidente que todo esto, como cualquier juego de prestidigitación, «tiene trampa», o mej or, hay un pacto, siquiera implícito, con el lector. según el cual éste decide aceptar y situarse en el terreno en el que el autor le obliga a jugar; el lector juega siempre «fu era de casa», es dec ir en el campo del autor; pero el lector avisado lo sabe y lo acepta; ésta es en el fondo la razón de ser y la justificación de la ficci ón; el lector quiere ser «engañado», porque necesita de ese engaño para disfrutar con el texto, para senti r el placer de la lectura y responder a esa necesidad que tiene de al1adi r a su experiencia de la realidad y de la vida la experiencia también original y nueva de los universos de la ficci ón.


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El perspectivismo narrativo, tal como acabamos de analizarlo, es, pues, la piedra de bóveda de todo el edificio novelesco de Lectura insólita de El Capital. Y no sólo en el nivel de la narración de la forma de contar la historia que el autor ha adoptado sino en la historia misma; diríamos que el perspectivismo decide la naturaleza no sólo de la enunciación sino también del enunciado. Si es una novela, en cuanto texto literario, todo es funcional y afecta no sólo a la forma, sino también al significado, en el caso de la novela de Guerra Garrido que estamos comentando este dato se fundamenta, ya que el perspectivismo, si por un lado ayuda a subrayar el carácter multiforme y poliédrico de lo real, por otro, lo relativiza. La renuncia, por una parte, a la «sabiduría» de un narrador omnisciente y por otra al punto de vista uniforme de un narrador externo, permite que el universo de ficción de la novela no quede «fosilizado», no adopte una posición estática de «foto fija», sino que se mueva, en sentidos diversos y hasta contradictorios, según la mirada y la opinión de los personajes. Y es el lector el que controla en última instancia este universo aparentemente despiezado y hasta caótico, restableciendo su unidad, es decir, convirtiendo la estructura narrativa perspectivista en un sistema de sentido. RELECTURA y SENTIDO Toda relectura de Lectura insólita de El Capital empieza naturalmente por el título mismo de la novela. Y el elemento más definitorio del título es, como quedó señalado al comienzo, la referencia intertextual a un texto anterior, que es la famosa obra de Karl Marx, Das Kapital. Es interesante analizar cómo se materializa esta relación intertextual explicitada ya desde el título mismo de la novela a lo largo del proceso novelesco y en la constitución de la aventura que se cuenta en la novela. En coherencia con la estética en la que se asienta una novela como Lectura insólita de El Capital, la razón del intertexto está en lo que más arriba hemos denominado la motivación realista, inscrita en el marco mismo de la trama argumental de la novela. Para distraer de alguna manera el aburrimiento y la zozobra de las horas interminables de cautiverio, Lizarraga pide algo para leer. Y los secuestradores ponen en sus manos un ejemplar de esa especie de teoría y catecismo a un tiempo para revolucionarios que es la famosísima obra de Marx, buscando, si no la «conversión» del «cerdo capitalista» que es José María Lizarraga, sí al menos la expectativa de que en la inevitable reflexión a que dan lugar las horas lentas de cautividad, la lectura provoque la confrontación de las ideas del famoso filósofo e intérprete de la historia con la práctica de empresario capitalista de Lizarraga, su comportamiento como


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patrón y su manera de entender el mundo de la empresa y las relaciones con los asalariados. No hay que olvidar que el objetivo del secuestro es fundamentalmente social y que se ha producido en el marco de una prolongada huelga que los obreros de la factoría número dos mantienen en defensa de sus reivindicaciones laborales como medida extrema de presión para determinar la solución del conflicto en el sentido de la voluntad de los obreros. De hecho, mediante la amenaza del tiro en la nuca, obligan al industrial a firmar una carta dirigida al Consejo y Dirección de Lizarraga, S. A. en la que se compromete a cumplir las exigencias que para la factoría dos plantean los secuestradores. El hecho de poner en manos del empresario «raptado» una lectura como esa responde por tanto a la misma ley de verosimilitud de la trama novelesca, aunque, en cierto modo, la iniciativa es del propio Lizarraga, quien, por otra parte, reconoce que leer o escribir no son sus deportes favoritos; cuando el vigilante le dice «un libro sí puedo traerle», al empresario le sale --«fue algo instintivo», se apunta- El Capital, ante la sorpresa del Abel de tumo, que exclama «No joda». La finalidad del secuestro y el marco ideológico en que la acción se inscribe quedan muy claros, ya avanzada la novela, cuando el entrevistador anónimo que cataliza las diferentes intervenciones de los personajes consigue llegar hasta un «miembro liberado» de la organización que tiene secuestrado al industrial , y que pertenece a la llamada «sección culturai» . En el larguísimo parlamento en que Abelbost -así se llama en la novela- hace una justificación histórica e ideológica de la organizaci ón, aparece con claridad el alcance socialmente revolucionario del secuestro de Lizarraga y la retórica grandilocuente y en el fond o vacía con la que trata de justificarlo y explicarlo. La cita merece la pena, aunque resul te larga: La operaci ón Caín la lleva ETA, yo soy de ETA, pero como la contradicción principal de nuestra lucha revo lucionaria es la que enfrenta a las clases popul ares vascas con las burgues ías monopo listas españo la y francesa, ya sabes, ex isten unos lazos de uni ón comunes pero no idénticos que detemlinan el carácter no meramente proletari o de la revolución pendiente en Euskadi, pretendemos hacer una exhibición anticap ita lista junto con los compañeros de la plataform a democrática que se han atrev ido, por eso no la re ivindicamos y la dejamos abi erta, el FARE es un nombre de paja, un ensayo para un hipotét ico día D, as í les enseñamos las ventajas de nuestro sistema de lucha y al mismo tiempo resolvemos un caso concreto, la afinidad de nuestros intereses revolu-


60 cionarios se ve por la ex istencia de una opresión nacional común a la clase obrera y a los arrantzales, administrativos, pequeños propietarios , intelectuales y asalariados en general, en esta operación demostraremos que somos capaces de golpear al capitalismo sea donde sea». (L1C, 228).

Ya el primer día del secuestro, en un diálogo entre el empresario y uno de los «Abe les» que lo vigilan, habían quedado definidas las respecti vas posiciones ideo lógicas: -Usted es capital ista. - Lo que quieras, pero vasco. - y nosotros somos la fuerza del trabajo en armas, esto no es un problema racial , sino la lucha de clases. -Cuando hayá is trabajado la mitad que yo podréis hablar de representar al trabajo. -Usted pertenece a la inefable raza de los capitalistas españoles que, con sus miniempresas no competitivas, son tan nefastos para la clase obrera como los señori tos andaluces de los latifundios que ambos desprec iamos. (L1 C, 55).

La lectura de las páginas de Marx, verdaderamente insólita por las circunstancias que la aco mpañan, podría haber funcionado como continuado punto de referencia en el desarrollo de la intriga novelesca; pero no es asÍ. En rea lidad, el texto de El Cap ital apenas aparece aludido y menos todavía citado a lo largo de la novela . Incluso el propio Lizarraga, que está leyendo una ed ición abrev iada pero «inacabable» comenta que «entero no se lo ha leído nadie»,' y en ese mismo pasaje apunta un poco más ade lante: «a ver si me entra sueño con este rollo ». Sin embargo, él mismo no desiste, una vez liberado, de acabar la lectura de El Capital, junto a proyectos como un crucero de recreo o un safari fotográfico en Kenia. Cuando uno contempla a José María Lizarraga en su forzado encierro leyendo sin ninguna gana las aburridas páginas de El Capital, no puede menos de pensar, salvando todas las distancias, que son muchísimas, en otra lectura, menos insó lita, pero también excepc ional, que es la que otro vasco hizo, en el encierro forzado tras las heridas sufridas en Pamplona, de vidas de santos, a fa lta de novelas de caballerías. Si la lectura en Ignacio de Loyola lleva a la conversión, en Lizarraga apenas sirve para cubrir pequeños ratos de su aburrido encierro. En Lectura insólita de El Capital no hay moraleja. Guerra Garrido ha tenido perspicacia e instinto narrativo para no caer en ningún tipo de moralismo; ni en un sentido ni en otro; un desenlace «moralizante» habría sido


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una fácil y débil concesión a los ingredientes más rudimentarios de una vulgar novela de tesis. En Lectura insólita de El Capital no hay tesis; ni a favor ni en contra. Ya la perspectiva narrativa, que ha supuesto, como hemos visto, la renuncia casi total a la voz del narrado r/auto r hacía muy difícil , por no decir, imposible, la servidumbre ideológica y el esquemati smo psicológico de una novela de tesis; por otra parte, entre esa caterva de narradores que son los personaje de la novela, aunque unas intervenciones do minan, al menos cuantitativamente sobre otras, ninguno de esos personajes / narradores tiene relevancia, ni narrati va ni temática, como para sostener por sí mismo una supuesta «tesis» subyacente al universo de la ficción. Como antes ha quedado señalado, en ese conjunto aparentemente disperso, pero bien estructurado, de las diferentes piezas que constituyen el texto novelesco en Lectura insólita de El Capital es en última instancia el lector el que tiene las claves de la unidad, porque él es el legitimado para hacer la interpretación, «su» interpretación de la novela. Por encima incluso, aunq ue también esto pueda parecer paradójico, del propio autor. Se podría decir, con ironía pero en serio, que lo único a lo que tiene derecho un autor literario, una vez publicado el libro, es a lo que se llama precisamente «derechos de autor»; y esto si el libro se vende y la editorial le abona el porcentaje correspondiente. El texto, cuando se publica, cae en las manos del lector, que es quien ejerce, mediante el hecho de la lectura, la función de atribuir sentido al texto; el autor es, en este momento, un lector más, todo lo cua lificado que se quiera porque al fin y al cabo lee lo que previamente él mismo ha escrito, pero lector al fin y a la postre. En una novela como Lectura insólita de El Capita l, ausentes los elementos narrativos sustanciales sobre los que puede descansar la clave determinante de la lectura, es el lector el que tiene un espac io más ancho y una mayor capacidad de decisión a la hora de hacer una interpretación de l texto novelesco. Ya hemos visto la función narrativa y semántica que desempeña el título, en su condición de intertexto y en su valor referencial , dado el carácter de re ivindicación y exigenc ia social que el hecho del secuestro significa. La expans ión del espacio -Eibain- y el tiempo - los pocos días que dura el encierro de Lizarraga-, que ya ha quedado estudiada en su momento, se convierte, por su tratamiento en la novela, en una verdadera y rica expansión del sentido. Lectura insólita de El Cap ital no es simpleme nte la crónica de un secuestro ; es eso, pero mucho más que eso; es la hi storia de una sociedad, de una colectividad vista desde la perspectiva de su creci miento económico y «complejificación» soci al y cultural. al ritmo de un desarrollo industria l fren ético y acelerado.


62 Aquí situaríamos lo que a nuestro juicio constituye la carencia o ellímite más visible de la novela. Ya ha quedado señalada antes la importancia decisiva, tanto narrativa como semántica, que tiene la motivación realista que cruza el territorio novelesco de parte a parte y en la que el autor insiste, en ocasiones tal vez con exceso. Guerra Garrido ha tenido especial cuidado en que el lugar de la acción y los personajes de la ficción no sean verificables, aunque las correspondencias con lo real resulten evidentes y el propio autor las ha confesado. Pero a partir de aquí hay una insistencia machacona en elementos de la realidad, espacios, personas, acontecimientos históricos, etc., como si el autor quisiera decirle otra vez al lector que él no se ha inventado nada, y que también, como el Julio Lasa Barriola de la novela, un mero historiador de ese Eibain que se metaforiza en la novela y se convierte en imagen del País Vasco. En la novela hay un héroe --«héroe problemático», diríamos, utilizando la terminología de Lukacs y de Goldmann-, cuyo liderazgo en el desarrollo industrial y económico en ese espacio convertido en símbolo novelesco que es el pueblo de Eibain adquiere un protagonismo trágico con el hecho del secuestro. Y es este hecho el que funciona como referente general del significado de la novela; todo el proceso de creación de sentido parte de esta anécdota principal, pero no se queda en ella, por esa dinámica que el texto novelesco tiene de expansión del espacio y el tiempo de la ficción , convirtiendo la anécdota en historia, la peripecia individual en aventura colectiva y social. Pero la pregunta que surge en este momento es ¿hasta dónde llega esa capacidad de producción de sentido que tiene toda novela y que tiene, como lo estamos viendo, un texto como Lectura insólita de El Capital? EIBAIN ENTRE LA HISTORIA Y LA HISTORIA Los estudiosos de la novelística de Guerra Garrido han ·señalado repetidamente como característica general la capacidad de las novelas, y en concreto de la que ahora nos ocupa, de trascender el significado anecdótico que la peripecia argumental tiene para convertir los elementos fundamentales con los que se constituye el universo significativo en arquetipos capaces de sostener un sentido trascendente. Este sería también el caso de Lectura insólita...

Aníbal C. Barrios señala que Guerra Garrido pretende -y logra- convertir la situación concreta de lo vasco en arquetipo trascendente


63 y también Es, en definitiv a, una seria meditaci ón sobre el Hombre con mayúscul a y la Hi storia como su máx im a ex pres ión, a propós ito de un a situac ión parad igmáti ca.

También José Ángel Ascunde insiste en este ni ve l de trasce ndencia en el que llegan a hacerse significati vos los héroes nove lescos de Guerra Garrido: .. .se comprueba cómo la temática simbóli ca de Raúl Guerra Garrido se mueve por los derroteros del más rabioso ex istenciali smo. In cluso las novelas de orientación social recal an siempre en cuestiones ex istenciales 5.

Es verdad que la novelística de Guerra Garrido tiende a llevar hasta el límite situaciones ex istencia les del vivir cotidiano. Es un elemento sustancial que Juan Cruz Mendizábal señala en el título mismo de un interesante estudio sobre la novelística de nuestro auto¡-6. Esta apreciación es manifi esta en la Lectura insólita de El Cap ita l. La cotidian idad habitual de la vida co lectiva de Eibain se ve alte rada en un pri mer mo mento por la huelga dec larada por los trabajadores de la fac to ría número dos, en defensa de una serie de reivind icaciones labo rales . La te nsa situac ión creada en el pueb lo por la larga duración de la huelga y la resistenc ia de las dos partes en confl icto a ceder en sus posiciones, se rompe dramáticamente con el secuestro de l dueño de la factoría, José María Lizarraga . Estos dos hechos que han convertido lo cotidiano en situación lím ite co nstituyen el punto de partida en la nove la, de modo que el desarro llo de la trama argumental es prec isamente lo difíci l de la ex istencia en esa situación límite en que se han convertido la co nvivencia co lectiva en Eibain por un lado y la vida misma del secuestrado por otro. La mi sma imbricación que en la estructura narrativa de la nove la veía1110S entre la real idad y la ficción , la una lleva a la otra y viceversa, se da ahora en el plano de l sign ificado de la novela entre lo que constituye la cotidianidad de la exi stencia y la situac ión lími te a la que llcvan hechos concretos de naturaleza excepcional. Los acontec imientos que determinan el tránsito de lo cotid iano a la situación límite pueden ser de naturaleza dife rente. En el caso que nos \ «A modo de resum en», en A los veinticinco [/Il0S de «Cacereíio», fund ac ión ¡\ Izatc. 1994. p. 78. " er. Lo Cotidiano y la Situación Lílllite: La Narrativa de Raúl Guerra Garrido, Mad ri d. Ensayos J úca r, 1993.


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ocupa, ya lo hemos dicho, son una huelga y un secuestro. A partir de aquí, la vida de la colectividad, en mayor o menor grado según su implicación en esos hechos, se altera sustancialmente hasta adquirir en el caso del secuestrado el carácter de una incierta pero trágica alternativa entre seguir viviendo o morir. Cuando los secuestradores le conminan a firmar las dos cartas por las que se acepta las condiciones impuestas por los huelguistas, la pregunta de Lizarraga «¿Qué pasa si me niego?», obtiene esta lacónica y contundente contestación: «Le ejecutamos. Un tiro en la nuca». Se trata de una especie de filo de la navaja sobre el que el novelista hace deslizarse dramáticamente la vida de los vecinos de Eibain y con tintes de tragedia el destino inminente del secuestrado. Es ev idente que es la existencia misma lo que Lizarraga se juega en el envite y en ese sentido se puede calificar de «existencial» la naturaleza de la situac ión por la que se avocado a pasar; pero esa situación no viene determinada desde la propia cond ición humana, desde la contingencia o el absurdo del ser, sino desde unas condiciones sociales muy concretas: las reivindicaciones laborales de los obreros en huelga y el secuestro del industrial como medida extrema de presión para obtenerlas. El «héroe problemático» que es Lizarraga no lo es como lo son los héroes de la novela existencialista clásica --el Roquentin de La nausée, de 1. P. Sartre o el Mersault de L 'etrangel~ de A. Camus. No, la problematicidad del protagonista de Lectura insólita de El Capital tiene una indudable y manifiesta raíz social y la contradicción, o contradicciones, a las que se ve avocada su existencia no nacen de su conciencia de contingencia, de «ser para la muerte», etc., sino del conflicto entre su comportam iento individual como patrono capitalista y los derechos y las exigencias de sus trabajadores. Abelbost lo ve así con toda claridad, cuando trata de explicar el por qué y el para qué de una acción como el secuestro, cuyo carácter revolucionario se inscribe en la lucha de clases. No hay espacio en la novela, ni en la escasa voz del narrador ni en la de los otros personajes, ni en los diálogos de Lizarraga con sus secuestradores, para una reflexión más trascendente. que afecte a la «Existenci a» con may úscula, a la condición humana como tal. Lizarraga no es, a mi juicio, un arquetipo del «Hombre» ni Eibain un parad igma de la «Historia». El significado de la novela supera claramente el nivel semántico de la anécdota de la que se parte, para situar el sentido en un plano histórico-social. aplicable a todo el País Vasco y su historia: el proceso de industrialización desde el XIX hasta hoy; el problema de la inmigración, con los conflictos sociales y culturales que ello provoca, tema al que Guerra había ya dedicado con anterioridad su novela Cacereño, el nacimiento y el desarrollo del nacionalismo vasco, los primeros años de ETAy su utopía revolucionaria ...


65 Más aún, a ve inticinco años de distancia, el desarro llo de los acontecimientos políticos en Euskadi y la persistencia de la acti vidad terrorista de ETA, en una escalada de violenci a y crueldad crecientes, podría hacernos pensar que Lectura insólita de El Capital ha sido una trágica premonición, porq ue Guerra Garrido contaba en su nove la no só lo lo que estaba ocutTiendo, sino lo que seguiría por desgracia sucediendo ve intici nco años después. Por eso sigue siendo actual, por su signi ficado hi stórico, soc ial y político, más allá de lo meramente anecdótico, al cabo de ve inticinco atl aS lo que se nos cuenta en la nove la ... Pero es un significado cuyo referente fundamental no es la condi ción humana, no el «ser» en el mundo, sino el «estar» en un País Vasco, coexistiendo con una problemática social urgente y aguda que, si puede ser típica de toda sociedad industrializada, aq uí se encuentra trágicamente agravada por la amenaza y el dato violento del terrorismo. y es este ni ve l y esta problemática socio-política de nuestra hi storia contemporánea la que queda lúcidamente expuesta en Lectura insólita de El Capital, mediante la construcción de un uni verso nove lesco en el que Guerra Garrido ha sabido en todo momento dosificar, desde una estética rea li sta, los elementos de ficc ión y aquellos otros tomados directamente de una realidad vivida y documentada. Si el resu ltado es una novela de indudab le calidad literaria y res istente fo rmal y semánticamente al paso del tiempo, no es sin embargo, a nuestro juicio, un texto que consiga aupar el significado de la aventura al ni ve l de l símbo lo trascendente, del mito, en una palabra. Si Lizarraga es arq uetipo de un grupo social típicamente vasco, el industrial emprendedor y luchador, que se ha hecho a sí mismo y que ha hecho a su alrededor, con todas las contradicciones que se qui era, un Illundo de trabajo y de prosperidad económica y social, no es un símbolo del «hombre», en la uni versidad de su contingente y contrad ictori a condició n humana. No es un defecto de la nove la; es, en todo caso, un límite, que viene necesariamente marcado por las fronteras que el nove li sta, pienso que conscientemente, ha puesto a su texto. Si antes decíamos que Lectura insólita de El Capita l no es una nove la de tesis, hay que dec ir ahora que Guerra no ha querido tampoco hacer una novela «metafísica». Si una nove la hi stórica -en el sentido de que la aventura ind ividual adquiere el carácter de testiIllonio de una historia- y sobre todo social , con las implicac iones po líticas que lo socia l tie ne siempre, y que, en este caso, quedan ace ntuadas y singularizadas por la presenc ia y el pape l de ETA en la trama nove lesca. Dos son a mi j uicio los elementos principa les que di señan las fronteras de universo semántico de Lectura insólita de El Capital en la interpretac ión - la «relectura»- que venimos haciendo en estas pági nas. Por un lado el


66 afán, tal vez excesivo, de «referencialidad». Es cierto que se evita la caída en la mera crónica o en el documento, y el resultado es un «arte-facto», es decir, un producto artístico, literario, de una calidad lingüística, estética y narrativa indiscutible. En segundo lugar, habría que aludir al punto de vista utilizado y ya detenidamente analizado, es decir, el perspectivismo narrativo; como hemos visto, hay una drástica reducción al mínimo de una voz primera, como podría haber sido la de un narrador externo; además, la voz del protagonista, el propio Lizarraga, sólo se escucha directamente en las breves conversaciones que mantiene con sus raptores y los escasos y breves monólogos interiores a los que se hace sitio en la novela no son espacios para una reflexión profunda y generalizable .. En cuanto a las voces de los personajes narradores, se circunscriben a comentar el hecho del secuestro mismo, o a explicar y proyectar, desde una visión personal de las cosas, el contexto histórico, social y político en el que este suceso y toda la vida de Eibain quedan inscritos. A MODO DE CONCLUSIÓN Ya hemos señalado anterionnente que la «relectura» de Lectura insólita de El Capital es «nuestra» relectura; ni la única, ni tampoco la mejor; pero es una lectura no sólo posible, sino también aceptable, por coherente con el texto al que se aplica y porque lo «satura» en su práctica totalidad. Por eso, en el momento de poner el punto final a este trabajo, y a fuer de caer en lo repetitivo, vamos a insistir en una idea anteriormente expuesta; y es simplemente leer la novela desde la novela misma y no desde una mecánica y vulgar relación de referencialidad con la realidad que en el País Vasco seguimos viviendo, veinticinco atlOS después de Lectura insólita de El Capital. Sería lo más fácil , incluso lo más vistoso; pero negaríamos al texto de Guerra Garrido aquello precisamente que lo hace singular y estéticamente consistente: su carácter de texto literario. La novela, en cuanto obra estética, habría seguido siendo igualmente válida y significadora, si ETA y sus acciones terroristas hubieran sido hoy -y cuánto lo hemos deseado-- una trágica y triste historia pasada. Por desgrac ia no ha sido así; pero flaco favor le haría al escritor el lector que tras la lectura de la novela no sacara más conclusiones que pensar que «ya lo dijo Guerra Garrido hace veinticinco años». Por la poderosísima razó n de que Raúl es un novelista, y no un profeta.


Literatura y presagio

Félix Maraña

Hay tres novelas de mar, cuyos escenarios, autores, semblanza y te mple discurren en un espacio atlántico que nos viene, de pronto, a co nformar un marco de referencia donde el País Vasco se aparece y rep resenta. Se trata de Las inquietudes de Shanti Andia, de Pío Baroja ( 191 1) , Gran Sol, de Ignacio A ldecoa (1957) Y La mar es mala mujer, de Ra úl Guerra Garrido (1987). En los tres libros se recrea el mundo mágico, heroico, prosaico y misterioso de tiempos diversos y próximos a la vez con el ma r como escenario, nunca como excusa. La incorpo ración de los asuntos marinos a la narrati va espa ñol a, en un pa ís rodeado de oceanía por todas partes , resulta en todo caso escasa, por paradoja. Aparte otras referencias comunes , que no es caso se ñalar ahora, en las tres novelas se aprecia de principio la interve nción decidida del escritor, expresando un a querencia que determina el curso narrat ivo: en Baroja, porq ue siempre soí'íó con ser piloto de altura o pirata de bergantín; en Aldecoa, porque mareó personalmente en la ruta del bacalao a Te rranova, para construir su experiencia narrativa; y, en Raúl Guerra Garrido, que surcó de joven los mares, y viene en esta novela a explotar la conducta de un héroe que se resiste a morir de vida, mi entras co ntempla cómo se le desvanece un amor (Ainara) . A ntxon Eli zalde, un pesca de Pasajes con experienc ia, al que le escuece la aparición de un opositor, en el amor y en el trabajo (Josean) , se debate en una lucha sin par, para que la técnica y la juventud de un patrón diplomado en la Escuela no le arrebate el control, dominio y disfrute de dos amores: la mujer y la mar. Co mo Aldecoa, el surco de las aguas de este patrón de altura será el Gran So l. Y, como en el caso de A ldecoa, también la nove la de RGG ha sido llevada al cine por Ferrán Llagostera. RGG ha repetido en diversas ocasiones qu e «no hay experienc ia sin dolor», invocando por cierto una consideración de l propio Baroja,


68 que es trasunto de una actitud muy noble; se trata de la herencia que se cosecha del propio esfuerzo, de la vivencia material y directa de la experiencia acumulada en carne. Una vindicación del trabajo como factor de educación humana, que se desvela en toda la conducta del protagonista principal de La mar es mala mujer. En Baroja el mar se representa en muchos casos como el espacio que sólo produce catás trofes , tragedias y derrotas -muy en consonancia con su tiempo , como en el caso de Antonio Trueba, que veía en el mar todos los signos de la perversión y el mal-, algo así como si el mar fuera sólo un liquidador de vida. En Aldecoa también se retrata y resalta el desgaste del medio para con sus protagonistas, que han de batirse a fondo para hacer la faena , mientras ésta les consume y deteriora. El patrón de Gran Sol, Simón Orozco, que morirá en la travesía, recordará en un pasaje al amigo muerto en otra singla'dura, 4ue entendía «todos los días de la mar eran malos ». .. '\.... - . ' ."..'+ Mala es también la mar, en la novelade 'Rt1G, pero de otra manera . En RGG , por el contrario, el mar se constituye como escenario en el que se afirma la vida. Si en la realidad y en la ficción se certifican tragedias, luchas, derrotas parciales o totales, no es sino como trasunto de la misma lucha por la vida: Elizalde sólo piensa «en ser e l mejor»; en su código no se contempla la derrota. Los héroes marinos de RGG se mueven en el mar a sus anchas, no dudan en afirmar su comp licidad y conocim iento del medio marino y de su profesión, y se sienten, como E li zalde, orgullosos d~l embarque: «Ya estoy en la ma m, se ufana. «Ya estoy en la mar - afirma Eliza lde en uno de los momentos más notables de la novela- , en la vida que merece la pena viv irse , en el lugar sin límites del que uno reniega cuando lo sobrenada y lo añora hasta la desesperación cuando no lo respira, se me dilatan las aletas de la nariz, abro la boca para tragarme el infinito, dejo que mi ro stro se empape de las finas gotas pulverizadas que flotan en e l ai re y saboreo su salitre , es una ilusión renovada como el paisaje, un o y múltiple , siempre el mismo , jamás igual a sí mismo , proporciona una confortable sensación de plenitud ». El barco aparece así como la reproducción de la vida que surca el tie mpo, pero no al vaivén de las olas o de los demás (un amor que no cuaja, o un joven que v iene a quitarle protagonismo), sino por la actitud, experiencia, decisión de cada uno en gobernar el timón, los timones. Los ga rbo s aventureros de los marinos de Baroja, se toman en RGG en gente inmediata, trabajadores que cotizan a la Seguridad Social del Mar, porque la aventura no les permite otra vida: es precisamente su vida la aventura. La mar es mala mujer es un estudio de situaciones, donde la psico-


69 logía de los protagonistas se debate en esa lucha de dipolos (amor-desamor, experiencia-inexperiencia, madurezjuventud, muerte-vida) en que toda experiencia se conjuga. RGG hace retratos excelentes y continuos de la cond ucta inteligente de Elizalde, cuando no tiene más remed io que reconocer que Errandonea, joven y «puñetero», es un buen profesional, Raúl Guerra Garrido para añadir de inmediato que «en el El otQño siempre mar es siempre de agradecer el buen ofic io de quien te acompañe a bordo», lo que agranda un sentimiento de odio hacia el joven en el viejo patrón. Habría que hacer un estudio de los protagon istas de las novelas de RGG a la luz de la Psicología, porque la variab les situacionales en que el autor dibuja a sus personajes son ricas en verdaderos logros de perfiles, sentimientos y conductas . Podía decirse que en todas las obras de Guerra Garrido se da una ex ploración consentida, una excursión al deseo, una intervención en el tiempo del protagonista (singular o plural), pero también una introspección o recreo en la memoria, vivida, sentida o soñada, del narrador. Y es que esa excursión del narrador, del escritor que desvela pasión y energía en el discurso del tiempo, como hace RGG, es una co nstante que explica y dibuja el proceso por el cual la novela viaja en busca, no del tiempo perdido, como nos dice el clásico, sino de su reconq uista: el tiempo ganado. RGG parece discurrir en un viaje , en el que lo individual - la tarea del protagonista que decide- es el motor de la acción, aunque en la obra de este escritor sea importante en muchos casos e l sujeto narrativo plural, el eco de la acción conj unta, el retrato de usos , miradas , sentimientos y afanes del colectivo. Este sentido sociológico -también, la soc io logía-, la consideración co nstante de la interacción de grupo e individuo, es una de las aportaciones más cons istentes que la narrativa de este autor hace a su tiempo histó rico. Bastaría para ratificarlo con acercarse a Cacereño (1969) o Lectura insólita de El Capital (1979), o El otoño siempre hiere (2000), por só lo citar tres, donde tiempo personal y tiempo histórico se imbrican


70 de manera ejemplar. Pero, por resolver la invocación constante de RGG al tiempo como tratado de razón, memoria (individual y plural), convendría señalar que no hay novela que más se parezca desde tantos parámetros a La mar es mala mujer (1987) como El otoño siempre hiere (2000). Por ello, resulta de principio tan vidrioso el asunto de la clasificación temática en la obra de este autor, pues si esta última novela se representa en un escenario berciano, y aquélla en un teatro atlántico y vasco, la raíz de su intrahistoria narrativa está en la excursión que el escritor hace por el declive, por el proceso vital desde el cual uno presiente que la cuesta de la vida, sujeta a término, se inclina, tanto hacia arriba, como hacia abajo, cosa que le importaba bien poco por ejemplo, al protagonista, cacereño y joven, de Cacereño. Y si en La mar es mala mujer RGG encarga esa tarea heroica a Antxon, en El otoño siempre hiere parece que es el propio narrador quien se presenta como más cercano al protagonista, aunque todo parecido no sea más que un recurso literario. Es cielio que afirmar que la literatura es un recurso literario no parece una declaración solemne, por lo que mejor será convenir que la narrativa de RGG expresa, con fuerza y razón suficientes, ese diálogo que deriva de la interacción de épica y crítica, de escenario donde las situaciones discurren y su encuentro, querido o inevitable, con el modo en que se conforman. Por tanto, y a la manera de Baroja -que a veces clasificó las trilogías o tetralogías tiempo después de escribirlas-, podríamos abrir una clasificación de ciclo narrativo en RGG, que se denominara genéricamente «Otoño», y en él incluir, de inmediato, con propiedad, estas novelas:

1) La mar es mala mujer 2) El otoño siempre hiere 3) Cuaderno secreto (en prensa) Para poner tan sólo tres ejemplos, que hay más, aunque no dejarían de ser al mismo tiempo una simplificación, porque en estas novelas hay una sinfonía plural, que no es declive, sino intuición, presagio , manera de vivir, lucha por la consecución de un objetivo, que tiene más tonos primaverales que otoñales. En el mar de la vida de los personajes de RGG no hay aventura por aventura, como en las novelas marinas de Baroja, sino desvelo, como decimos, de la misma ventura o desventura vital. Pero no podemos pararnos en un recurso formal, sino para decir que toda la narrativa de RGG, que siempre se ha reclamado como


71 «contador de historias», discurre en un plano extenso, pero envolvente, donde los escenarios interiores del mundo narrativo de sus protago nistas se entrelazan con eficaz acierto en los espacios sociales en que se desarrollan. Uno escribe más para explicarse que para explicar, aun que a veces sea lo mismo , por lo que el escenario es sólo el pulso de otras batallas, y en RGG es más evidente e imperiosa la «explicació n» de la conducta o las conductas del individuo que el trasunto geog ráfico. En esto la narrativa de RGG se parece a la de Conrad, a quien sin duda preocupan más las gentes del mar, que el mismo mar. Pero La mar es mala mujer tiene, por demás , el mérito aí1adido de oc uparse de esas psicologías y conductas y sentimientos del marino , al tiempo de conjugar una envolvente «presencia de mar», escenario de vida y representación de contrarios. No sé si debemos fijar en esa conducta del narrador lo que podíamos llamar la tentación heroica, que se expresa en muchos de los protago nistas de las novelas de RGG. Pero nuestro novelista no envía a los protagonistas al mar, por ver qué pasa, a conseguir su aventura, o a resolver un problema vital generado en tierra firme . El narrador co noce el mar, sabe del mar, ha navegado incluso en su primerajuven tud en petroleros. A Baraja, Pío , como a su hermano Ricardo, que tambié n escribió sobre aventuras marinas, el mar era el espacio soí1ado: ambos se veían, quisieron ser, como piratas en el mar, participar en primera persona, eso que ahora se llama experiencia, y siempre se ha ll amado vida. La mar es mala mujer es una bella parábola sobre el tiempo , sus ca mbios, su discurso, su imparable inclinación , su término. Por no es só lo un ejercicio moral para recomponer la forma en que la técnica y sus progresos interfieren en la psicología de los contemporáneos, sino un ejercicio narrativo en el que resalta, como en tantos trazos de la no velística de Raúl Guerra Garrido, cierta actitud y querencia vital del propio narrador, que se resiste a contemplar el mundo , los mundos, co mo meros espacios donde todo se consume según designios ignotos. Pa rece como si el novelista, una vez más, quisiera arrebatar al tiempo ya su implacable conducta voraz una brizna de confianza en la acción hu mana, en la creencia, el convencimiento decidido de que ha y cosas, se ntimientos, razones por las que mereció vivir, esforzarse y resistir a todos los impedimentos. Porque en la narrativa de RGG como si no se quisiera contemplar, y menos asumir, ni por asomo , la derrota . Acaso sea esta la transferencia más eficaz del escritor a su tiempo , en una nove la en la que imágenes, símbolos , tonos y palabras se conjugan a la vez en un mismo escenario: la dignidad.


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Novela plural y cinelnatográfica José María Balce lls Un ive rsidad de LeólI NOTICIA MíN IMA

Ra úl Guerra Ga rrido nac ió en Mad ri d en 1935 , y viv ió su infa ncia en El Bierzo, concretamente en Cacabelos, lugar de nac imiento de sus padres. Después de haber viajado por numerosos países, contin uando as í la vocación viajera que heredó de su progeni tor, puso casa en San Sebast ián. Como escri tor, su dedi cación cas i exc lu siva ha sido la narrat iva , con la pub licac ión de cuentos, as í los reunidos en un libro como M icrófono oculto ( 1981), y sobre todo una quince na de nove las, desde la que en 1974 iniciaba su trayectoria literari a co n el título de Cacereño , una obra pretextada por la inmi grac ión rec ibi da en el País Vasco . Desde entonces, Guerra Garr ido ha logrado di ve rsos premi os , y algunas de sus obras han si do adaptadas al cine y a la telev isión. Con todo, siempre fig urará como uno de los hitos de su carre ra literari a la obtención, en 1976 , de l Nadal por su nove la Lectura insólita de El Capi ta l. En la bibliografía de Guerra Ga rrido hay dos obras muy relacionadas con las tierras leonesas, específicamente con El Bierzo . Hacemos referencia a Viaj e a una p rovincia del interior (1990) y a la nove la El ario del lFÓ 1ji-c1l11 , publicada en 1985. A estas se añade una te rcera, El otoFío siempre hiere ' . RAíc es De LA eSC RITURA

Puede relac ionarse El otoño siempre hiere con una línea nove lísti ca bastante culti vada en los últim os afios por narrado res caste ll anos y leoneses, la referida a la ficciona lizaci ón de la infancia del escritor, el cual la rec rea, reinventándola, a través de qui en narra el relato. Y así oc urre en la novel a que nos ocupa. cuya voz narrati va se ha concedido a un novelista que, tras recib ir una ll amada telefo nica desde El Bierzo comunicándo le que su tío Demetrio está a punto de Callecer. se pone en ma rcha en automóvil hacia Cacabelos, se hospeda en el Parado r de Vi lIaCra nca, y se ree ncuentra co n fa m ili ares cercanos y co n sus rec uerdos de infa ncia en aquell a loca lidad. en aque ll " geografía, y en aquella Raú l Guerra Garrid o. El '257 pp .

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s ielllp re hiere . Ba rce lona: t\l lI chnik Ed itores, :!OOO,


74 Casa Larga cuyo centro era el abuelo, hombre de gran reciedumbre y de acusadísima personalidad, y que, por eso mismo, dejó huella indeleble en el nieto que se había hecho novelista. El nuevo contacto del narrador con los aires de sus ancestros y de su nii'íez podía haber sido campo propicio para que la escritura se viera afectada por el sentimentalismo, pero no es así, porque es un sentir hondo, un sentimiento tan profundo como interiorizado y contenido el que siente quien cuenta un relato en el que se nos descubre como privilegiado conocedor de la realidad cultural berciana, y cuando decimos cultural estamos diciendo histórica, gastronómica, vinícola, así como de la realidad geográfica y paisajística, e igualmente de la realidad caracteriológica, de la idiosincrasia de El Bierzo y de los bercianos. Entre los rasgos que singularizan a esa zona leonesa, el narrador destaca la faceta lúdica, y la tendente a liberarse por la fantasía. Unas citas valdrán como muestra de ese parecer. Respecto al ludismo, comenta el hablante en la secuencia trece que: «Los hábitos consuetudinarios del Bierzo son fuente inagotable de sorpresas, casi siempre divertidas si no te afectan» (pág. 118). Y con relación al talante fantasioso, que es en el que más se insiste en la novela, se lee en la secuencia catorce: « ... la fantasía es la piedra angular del Bierzo; sin ella se hubiera diluido en páramo nada más iniciarse la reconquista» (127) . Y ahora otros dos ejemplos, espigados respectivamente en las secuencias ocho y en la trece. Dicen como sigue: « ... en este valle toda irrealidad tiene su asiento» (70); «Éste es mi Bierzo, el lugar donde la fantasía se cotiza en bolsa y la realidad carece de valar». (121). Deben de ser veraces sus afirmaciones, porque pueden avalarse por distintas vías, una de ellas la de los creadores que constantemente surgen en ese ámbito, entre los cuales hay que incluir, naturalmente, a Guerra Garrido, pese a su nacimiento en Madrid. En efecto: se ha dicho a menudo , y con bien fundada razón, que la patria de un escritor es su infancia. Siendo así, como de veras es, la patria de Guerra Garrido como novelista es El Bierzo, es decir, que El Bierzo está en la génesis de su literatura, y parece digno de autor bien nacido como autor ese retorno a las fuentes de su escritura que supone El otoño siempre hiere. CONTRAPUNTOS VAR IOS

Una escritura, la de esta obra, en la que el novelista se nos ofrece en la plenitud de un arte narrativo que ha ido cuajando más y más de novela en novela, y que en ésta ha alcanzado un punto de sazón literaria verdaderamente descollante. Obra de impecable factura lingüística, en ella se acredita su autor como consumado perito en múltiples estrategias técnicas que


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ponen de relieve su magisterio en el género, y captan a los lectores desde el comienzo, manteniendo su interés hasta el punto final del relato. El inveterado recurso del viaje, en este caso el viaje desde el País Vasco hasta El Bierzo, desencadena la trama, una trama que avanza merced a diversos contrastes y alternancias. Contrastan secuencias narrativas breves, y aun brevísimas, con otras más dilatadas; se contraponen el presente del viajero y su pasado en El Bierzo, y en otras latitudes, contrapos ición que da pie a la que estimamos más sustancial del libro, y a la que vo lveremos a referirnos, la de la infancia y la vejez. A este contrapunto entre un hoy en progresiva decrepitud y un ayer pletórico de vida se suman otras antítes is, así las que se producen entre la experiencia del campo, y la urbana, entre los perímetros terruñeros y domésticos, y las rutas foráneas internacionales. Y podríamos ir desgranando todavía más elementos enfrentados, pero só lo vamos a alargar esta relación mencionando un contraste que los articula a todos, el del continuado entrecruzam iento entre ficci ón propiamente dicha y ficción presentada con visos de rea lidad. El novelista y el narrador del relato se encargan de establecer este vaivén entre lo fictic io y lo real , convil1iendo en ficción lo autobiográfico, y en autobiográfico lo ficcional. No hay, por tanto, páginas autobiográficas estrictas en El otoño siempre hiere, aun cuando pueda parecerlo, sino que Guerra Garrido se vale en esta obra de la autobiografía aparente como recurso, como el principal de los recursos narrativos del texto. Y es que ac udir a la autobiografía pura y dura para apoyarse en ella sin reinventarla no sería sino, como proclama el protagonista de la novela, un síntoma de impotencia novelística, y aq uí estamos justamente ante todo lo contrario, ante una novela de acrisolada técnica, e incluso de densa hondura filo sófica. DIMENSIÓN METAFÍS ICA

He dicho filosófica , pero sería más preciso si dij era metafís ica, a teno r de la decisiva importanci a que rev iste el discurrir temporal en la conc iencia del protagonista, quien nos participa con reiteración sus pensamientos respecto al paso del tiempo, la vejez y la muerte. Si juntásemos los pasajes sobre esta temática, podríamos confeccionar un breve ensayo de gran enjund ia sobre materia tan sustantiva, y enfocada desde un originalísimo punto de vista existencial. Atento al discurrir del tiem po, el narrador percibe ese transcurso en cualquier pequei'ío evento de la vida, y al respecto sefíala, casi al término de la secuencia número ocho: «Entre plantear un concepto y desarrollarlo, entre la pregunta y la respuesta, entre dos pa labras consecutivas, por simultáneas que parezcan, siempre se desliza un tiempo irreversible, irrecuperab le sean cuales sean


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las raíces de las que proceda. Susurros de una pasión inútil , ninguna verdad ha conseguido ni conseguirá detener el tiempo» (71). Reflexiones como ésta, y otras varias que se pueden leer a lo largo de la obra, autorizan a subrayar la dimensión metafísica de una novela en cuyo título ya se preanuncia la dinámica inexorable del irreversible paso de los días. La utilización de los ciclos climáticos como símbolo de períodos de la vida humana trae a la memoria al Baltasar Gracián de El Criticón, y por consiguiente el vocablo «otoño» hay que entenderlo como alusión a aquella fase de la existencia caracterizada por la caída de las hojas y el declinar irreparable. Un declinar que nos deja heridos y maduros para la muerte. Entre los distintos asedios a la vivencia del tiempo que nos asaltan en la novela, uno resulta particularmente conseguido. Nos referimos al pretexto de los espejos en los que no nos reconocemos ya porque nuestro aspecto físico cambia de un tiempo a otro tiempo. Guerra Garrido apela a este subtema especular en más de una ocasión. En la secuencia que hace ocho, por ejemplo, el narrador se mira en el espejo, y va descubriendo cómo, debajo de su rostro, emerge el rostro de su padre, de modo que en su propio deterioro se le revela de raíz su identidad. Y aquí cabría acordarse de Quevedo y de uno de sus tópicos predilectos, el de las muertes sucesivas que lleva sobre sí cada individuo, en cada una de sus edades. NOVELA y CINE MATOGRAFÍ A

Nove la de la infancia, novela de viaje, novela metafísica, pero igual mente novela cinematográfica, porque éste es el referente estructural que tiene más peso específico en la narración. Trazar las diferentes relaciones de El otoño siempre hiere con el cine requeriría demorarnos tal vez demasiado en este comentario, porque el cine está gravitando sobre y en la novela de manera como pocas veces hemos comprobado en la narrativa espaílola contemporánea. El hablante del relato refiere títulos, personajes y escenas fílmicas por doquier, y alude a técnicas cinematográficas específicas, amén de valerse de ellas. Yen tanto que voz del discurso confiesa, en una confesión que debe desviarse hacia el propio Guerra Garrido, que «el cine es el lenguaje narrativo en que me hubiera gustado contar mis historias» (82). Yese interés hacia el cine por parte del novelista queda atestiguado también por textos suyos, no novelescos, que lo corroboran, así por ejemplo las reflexiones contenidas en «Un caballo al galope». Quien lea El otoño siempre hiere podrá constatar fehacientemente que en el narrador hay una casi obsesiva fijación en lo cinematográfico. Aquí y allá evoca imágenes procedentes de películas, como cuando, en la secuencia cuatro, alude a una inquietante muchacha adolescente llamada, no sin


77 acaso, Lolita, sin duda por la de Nabokov, diciendo de sus muslos: «me recuerdan los de Sharon Stone, el juego de piernas puede ser el mismo» (26). El narrador no menciona, por bien conoc ido, el título del celebérrimo fi lm que elevó a la citada estrella al firm amento de mito erótico de fi nales del siglo XX, en pa11e gracias al impacto del famoso cruce de piernas de la actriz en uno de los momentos más memorables de la cinta. La comparanza de los muslos de Lo lita con los de Sharon no pasa de ser una vi nculac ión comparatística escueta si la re lacionamos con otras de la nove la, así la más alambicada que trae la secuencia trece, en la que el narrado r nos explica, ante un suceso berciano que, por eso mi smo, linda con lo inverosímil , que el hecho en cuestión «es como si Woody Allen se saliera de la pantalla para sa ludarme en el patio de butacas pero con una vuelta de tuerca más, no que se saliera de La rosa púrpura de El Cairo sino de la película que no esté rodando hoy en Las Médul a~ para rec lamarme (quizá con un revó lver en la mano) una deuda q« ¡'i~ontraj e con I~ mafi a pero que el padrino le ha encargado sa ldar» (122). Y si recordamos ahora que más arriba se asoc iaba El Bierzo con el di ve11imento y la sorpresa, no puede extrañarnos que se haya hecho referencia a Woody All en a propós ito de una situación berciana punto menos que surrea lista .

.. r.

Se trata de la co nfe renc ia in augural del c ic lo «U n sig lo de Ci ne Iberoa mer ica no» de l XX Festi va l de Cin e Iberoa merican o de I-lu elva . La pronun c ió e l 19 de nov iembre de 1995.

~


78 El Bierzo, la patria del escritor Guerra Garrido en tanto que escritor, es la patria que quien narra desea como pueblo propio atávico y profundo, y tras incomodarle la condición de forastero asumida durante muchos afios, y justificada en una cita de contenido nada tópico, y en la que se asocia el cine con la problemática personal identitaria: «S i naces en Madrid y vives en Bilbao, cuando toda tu familia es del Bierzo, está claro que no eres de ningún sitio. Quizá sea hacer literatura, pero creo que la secuencia suprema de los westerns, el duelo a quién desenfunda antes, decidió mi identidad. Decidí ser el forastero, entre otras cosas porque del forastero es de quien se enamora la chica [... ]. Siempre, hasta hace poco, me fue cómoda tal condición. Hasta que empezaron a sonarme los huesos. Ahora, cuando e l derrumbe de mi fortaleza física es ostensible, comienza a crecer el embrión de otra enfermedad más peligrosa, empieza el gusanillo del confonnismo a tantear con sus antenas en mis convicciones, creo, y cómo me cuesta el asumirlo, que me encantaría ser de mi pueblo». Otros muchos factores cinematográficos hay en El otoño siempre hiere. Entre ellos, sei'ía laré determinados modos de escritura que remedan el escueto estilo de conformar un guión que ha de llevarse a la pantalla. Un fragmento de la novela empieza de esta forma: «CANAL DE LA MANCHA. EXTERIOR. NOCHE». Otro comienza así: «CÁMARA DE COMERCIO, INDUSTRIA Y NAVEGACIÓN. INTERIOR. DÍA». Aquel acaba con la expresión «Fundido en negro» (14). Este con esta otra, no menos ad hoc: "Primer plano de tus manos despegando la dobl e página con el croquis del velero bergantín" (82). Abundan ejemplos parecidos. Pero finalmente vamos a señalar un pasaje, de la secuencia dos, que se desarrolla de una manera sensiblemente se mejante a cómo lo presentaría una cámara en el cine, es deci r, ava nzando y mostrando sucesivamente lo que el ojo va viendo. Es un momento de la novela en el que el autor evoca cómo, cuando era niño, recorría las estancias de la casa de sus abuelos. Lo hace con estas palabras: «S iempre constituía una ceremonia el recorrer de recién llegado el larguísimo pasillo , esencia del mágico realismo de la casa. Una pue rta tras otra, a derecha e izquierda, desfilaban los cuartos de estar, los de coser, los que nunca se abrían, las habitaciones para niños con vari as camas cada una, la cocina, el comedor, que bien pudiera ser salón de baile con aproximadamente los mismos metros cuadrados que mi hoga r madri\e¡'io [... ]; seguían los dormitorios de matrimonio para invitados, el de Ovid ia (la criada, como de la familia, otro detalle de la época), el cuarto de bai'ío con el milagro del agua corriente gracias al pozo de la huerta, el cuarto oscuro, un despacho y, ya al final , las habitaciones de los abuelos» (16).


«Haz siempre lo que temas»

Miguel Sánchez-Ostiz

He leído varias veces en los últimos meses un texto literario que me parece sobrecogedor, que trasciende el momento en que fue escrito, que no envejece, que desgraciadamente es algo más que una mera referencia literaria y se me figura un acicate para la reflexión sobre la barbarie de nuestra época, la que más cercana tenemos, sostenida en el tiempo , un eficaz recordatorio. Me refiero a Corto viaje hacia la muerte, de Raúl Guerra Garrido. Es el suyo un relato intenso , vibrante, de lo vivido tras el asesinato, ahora hace poco más de un año, de su amigo el periodista José Luis López de la Calle, y que aparece publicado de nuevo en un libro de once escritores castellanos (ni un o más) titulado Tierra de silencio. Sé, lo supe con retraso , que a Raúl Guerra Garrido le hicieron un merecido homenaje en Madrid. Lástima, hubiese ido. Valgan estas líneas como mi pequeí'ío homenaje. Digo lo de merec ido porque Raúl Guerra Garrido , en estos tiempos de miseria y de borrasca , no se ha callado y ha padecido por ello muy se rios empujones. La quema de su farmacia en San Sebastián fue el últi mo de una larga serie . Y todo por haber cometido un imperdo nabl e pecado: hablar, hablar claro, pero a su aire. El que según Thom as Szasz es el peor de los pecados. Hace falta coraje, y una entereza rara para sostener lo que de verdad se piensa , para ejercer la libertad de concienc ia , esa que sin ejercicio no significa ni va le gran cosa. Sobre todo cuando vienen mal dadas , cuando esas palabras tienen un preci o cie rto. Hace falta coraje cuando se sabe que eso, tus palabras, pueden costarte la vida. «Haz siempre lo que temas», le dijo a Raúl Guerra, hace muchos años , en el Bierzo , su abuelo. Tre mendo acertijo que encontré agazapado en un libro precioso que publicó Raúl Guerra hace unos meses , El otoPío siempre hiere, que es un libro de viajes y un libro de la mem oria, de una intensidad y una emoción poco COIl1Unes, de mucha sabiduría, que tiene detrás mucha vida, donde la de s-


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cripción del paisaje es de puro paisaje del alm a, autorretrato casi, y las historias son briznas de una historia mayor, destellos de una mirada limpia de ver la vida. Hacer lo que más tememos suele ser hablar con arreglo a nuestra conciencia, ser de verdad libres, jugárnosla, arriesgarnos al descrédito y a perder el favor de la tribu, ponernos al margen de las convenciones y de esas conveniencias que ponen antifaces y mordazas en el más templado. Y tal vez sea ésta la cuestión más candente de nuestra época , la que más a menudo va a ir saliendo a las palestras literarias , la que Raúl Guerra ll eva más de media vida poniendo de una manera tan callada como ejemplar en su escena, al margen de las modas, de los ruidos mediáticos y del aplauso de la cuadrilla, en el lugar de la verdadera escritura: ejercer la libertad de conciencia, pensar por cuenta propia , al margen de la tribu y de sus leyes.


Explorando las sombras de un mundo desgarrado

Fernando Martínez Laínez

¿De dónde le viene a Raúl Guerra la afición al género negro? Si se entra en su obra novelística, creo que no resulta dificil responder al interrogante. Se trata de un escritor con sentido crítico, al que le duele la injusticia. Pero, además, siempre busca en sus libros mostrar la otra cara de la realidad aparente, esa cara oculta, oscura, que deja al descubierto el tantas veces engañoso panorama de las primeras impresiones. La captación del elemento «negro » de la existencia, en definitiva. Sin ¡'odeos, podemos decir que Raúl emplea los dos ingredientes básicos de ¡;ualquier relato de Série Naire que se precie: la crítica de lo establecijo y el foco de rayos X que permite ver al trasluz lo que se esconde en ~ l interior de esa anormal normalidad repleta de desajustes y crímenes --cas i siempre impunes- en la que nos movemos y morimos a diario. Añádase a esto una voluntad de estilo con fondo claramente realista, cj ue prevalece sobre la variedad de recursos técnicos formales empleado s, para disponer de la panoplia de elementos predestinados a dar ''a rma a· cualquier novela negra. Quizá de manera intuitiva, poseedor de estos recursos , Guerra se lanzó al ruedo de la nove la de intri ga sin darle demasiada importancia al asunto , lo cual no deja de ser un signo de co rdura frente a tanta falsa pretensión de originalidad. Así, de un a ¡nane ra un tanto tangencial, pero sin abdicar en absoluto de las reg las ~)á s ica s que rigen el género, este autor puede ser considerado actual mente como uno de los grandes novelistas «negros » españoles. Algo qu e -por si alguien no lo recuerda- quedó reconocido plenamente r.L1 ando la Semana Negra de Gijón , hace tres atlos, le otorgó e l Premio ~Zo do lfo Walsh a la mejor obra de no ficción inspirada en un suceso cri ni na l por su libro Tantos Inocentes, la historia de un asesinato co lecti 'JO, una alegoría de la locura ciega del grupo extermin ador cuando se :3nza co ntra cualquier individuo señalado como inocente y v íctima, y (lesti nado por tanto al sacrificio.


82 Porque Guerra trasciende el ámbito del drama individual en sus novelas para sumergir la acción en el plano más genera l de las relaciones interclasistas y sociales. Lo que la mayoría de las novelas negras del autor ofrece es, sobre todo, una visión de los entresijos de una sociedad que parece condenada a la ruina por su propia inercia, por su propia incapacidad y cobardía para reconocer el mal que la cerca y atenaza y actuar en consecuencia. En la perspectiva de Raúl Guerra, por lo Raül Guerra Garrido menos en las obras de última hora, como El síndrome de Scott Tantos Inocentes, La carta o El síndrome de Scott, no existe esa indefinición tan vaga y socorrida de colocar en el mismo nivel a víctimas y verdugos, añadiendo así un punto más a la gran ceremonia de la confusión de valores (esa palabra ya casi innombrable) que caracteriza a la postmodernidad de nuestro mondo cane actual. Ya desde Lectura Insólita de El Capital, Premio Nadal 1976, Guerra tiene los arrestos de no salirse por la tangente y dejar constanc ia del tumor político social (siempre en aumento) que afecta no sólo a las personas de forma individual sino a toda una sociedad con no mbre y apell idos , la vasca, de cuya evol ución el novelista ha sido testigo honrado., y por tanto repudiado, boicoteado y amenazado. «La verdad -dice Saturnino Beldarrain, uno de los asesinos de Tantos Inocentes- es un ácido corrosivo que también salpica al que lo maneja y su búsqueda es fuente inagotable de desgracias». Raú l Guerra es un novelista cUyú inmersi ón en el género negro ha hecho de su propia vida un relato negro. Algo, desde luego, que pocos novelistas pueden contar, y que le asim ila al idealista para quien la verdad científica y la honradez profesionalidau van más allá del riesgo personal que implica mostrar las cosas tal y come· son , o por lo menos tal cual uno las ve honrada y razonadamente. TRAYECTORIA PROFÉTICA Puede considerarse que la trayectoria «negra» de Guerra comi en za en Lectura insólita de El Cap ital y culmina en la mencionada


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Ta ntos Inocentes. En medio quedan otros títulos notables que rozan el género criminal o entran claramente en él , como son La Carta, El año del wólfram (finalista del Planeta en 1984), Escrito en un dólar , La costumbre de morir y El síndrome de Scott. Sobre Lectura insólita de El Capital se ha dicho que «es la no vela de la enfermedad que no sólo se reproduce sino que empeora cada día»l. Enfermedad que afecta a un ámbito social simbolizado en el imaginario pueblo de Eibain y su Factoría nO 2, y tiene su diagnóstico en el «cáncer político y social que afectará no solo a las pe rsonas sino en definitiva al buen desarrollo del pueblo» . La novela -que fue calificada por la revista El Urogallo como una de las diez mejores desde 1939- es la historia del secuestro de un empresar io, y está estructurada en fragmentos de una serie de entrevistas co n los familiares, los obreros y los convecinos de Eibain. La multi plicidad de visiones ofrece un cuadro de desconcierto , deterioro mo ral , inseguridad e irresolución de todo un conjunto social que pa re ce presagiar proféticamente lo que vendría (y aún queda por venir) unos años después. Guerra es uno de los pocos escritores espaí'i o les contemporáneos que se han atrevido con el tema del terroris mo, una persistente realidad que a estas alturas sigue haciendo de España un país diferente y excepcional en Europa , con una carga añad ida de dolor, miedo y angustia que en muchos casos prolonga situaciones de guerra civil de las que con ingenuo orgullo nos creíamo s vacunados. Un escenario claramente descrito en La Carta , donde se relata la historia de un comerciante del País Vasco condenado al gota a gota del terror al recibir un mal día la temida misiva de l « impuesto revolucionario » . El autor aplica en esta ocasión -sin conces iones- la visión pesimista del que ha visto de masiad o, sabiendo que lo que cuenta es la realidad autodestructiva que todos cono cen , pero que la ley del silencio impide nombrar. Como se dic e con sorna en la primera página: «Los personajes y los hech os qu e e n esta novela se describen son ficticios. Todo parecido con la realidad es una coincidencia inevitable» . El ambiente opresivo de esa novela contrasta con otra po sterior de neto encuadre en la línea del thriller, como si el autor se hubi ese qu erido dar un respiro o tomarse unas vacaciones literarias po r un pai saje ta n exótico como la Antártida . La obra en cue stión es El síndrome de Sco /t, un relato detectivesco , con ribetes de ave ntura viaj era, cu ya Eibaín: de /0 gloria a /0 decadencia. Juan Cru z Mendi zábal. n° 65.

LETRAS,

R EPÚBLICA DE LAS


84 acción se desarrolla en el marco opresivo del helado desierto antártico, en el seno de una pequeña comunidad científica. Además de sus méritos descriptivos, la novela evidencia un gran dominio del vocabulario científico, tan raro en la tribu escritora, y un notable manejo de la intriga, con un final en el que las piezas del enigma quedan perfectamente ensambladas, algo difícil de conseguir en este tipo de obras. La cumbre de la narrativa de signo criminal de Raúl Guerra es , sin duda, la novela Tantos Inocentes, premiada en la Semana Negra gijonesa. Aquí, Eibain es ya un mundo desmoronado, y la otrora próspera Factoría nO 2 está para el desguace. Leandro Mendizábal Arana, uno de los personajes, lo describe de esta guisa a la luz de crepúsculo: «Todo en Eibaín parecía sometido a una paulatina e irremisible devaluación. Sin necesidad de asomarse a la ventana vio un a vez más las apagadas luces de los hornos, las del tren de laminación , las de forja y las del resto de las naves de la no hacía tanto tiempo refulgente factoría nO 2 de Lizarraga. El pueblo entero parecía ap agarse poco a poco; la inmigración era un recuerdo del pasado, apenas nacían críos , y el último censo municipal, por primera vez desd e que se había instalado la siderurgia, había dado un crecimiento neg ativo » . Una visión crepuscular, triste y oscura, que parece trascend er la evidente alusión al enclave vasco para referirse a algo más gen eral y lejano. Quizás una manera de vivir dentro de la propia Españ a, un mundo falto de ilusiones, sin perspectivas de trabajo estable , qu e bien pudiera apuntar incluso a la propia Europa, tan insegura y vac ilante. LAS RAÍCES DEL MAL

Tantos inocentes relata con una prosa escueta y contundente, de ecos judiciales, la investigación de un suceso que evoca el llamad o «crimen de Orozko» en versión libre y novelada. Una especie de Fuenteovejuna espeluznante en un pueblo donde se produjo el linchamiento a palos de un pobre hombre en plena fiesta , y a la vista de cas i todos los vecinos, que luego, en analogia con la ley mafiosa del punto en boca, dijeron no haber visto ni oido nada. Guerra aprovech ó e l suceso para metaforizar una situación general y profundizar en las ra ice s de la violencia y en las vísceras del Mal, siempre al acech o. es perando la ocasión de asestar su zarpazo en cuanto la brutalidad humana se lo permite. La narración aporta fundamento a uno de los planteamientos básicos del ideal literario de RGG, para quien la


85 novela, como el arte en general, debe suscitar los afectos del hombre movilizando emociones «a través de un estilo generador de imágenes y de una anécdota con categoría de metáfora, es decir, capaz de trasce nder lo inmediato del hecho narrado ». La novela mencionada indaga en el más común de los planteamientos criminales: ¿Q uién mató a Martín Otazu?, y a partir de ahí el relato, a caballo entre el presente y el pasado, se va desenvolviendo en diferentes planos y situaciones co nectadas con los protagonistas , que en este caso son la víctima y los ases inos. El libro arranca de un axioma. La definición del hombre como objeto «frágil e irrepetible, sobre todo frágil» , algo sumamente fác il de destruir: «lo destruye el napalm , un virus resistente a lo s ant ibióticos, el vencimiento de una letra , el hambre , el colesterol de una dieta desmesurada, el filo de una navaja, la muerte de un ser querido, la convivencia con los seres queridos, la trayectoria de un proyectil de 9 milímetros Parabellum , un bastonazo en la base del cráneo, un paseo en coche [ ... ]. Todo aquello susceptible de lograr cierta de nsidad, rapidez o emoción puede fulminar al hombre » . Luego , a medida que la acción va desvelando poco a poco los hechos al lector, con maestra dosificación de los recursos del género negro, aparece el crime n con todas sus aristas, tal como los asesinos lo recuerdan , sin llegar a admitirlo realmente en su interior tal y como fue , sacando a fl ote sus obsesiones y buscando excusas que les permitan deformar la re alidad para tranquilizar un tanto sus conciencias. Estudio combinado so bre la culpa, la inocencia y la maldad , Tantos Inocentes es un a de las novelas criminales de más calado y mejor escritas desd e el re surgir del género negro en Es paña a partir de 1975 . N o hace mucho , en estas mismas páginas, el propio RGG mencionaba las querencias literarias que más afectaban a su actual propen sió n narrativa. Una de ellas, la social y política ; otra, el léxico del le ng uaje español americano; y la tercera , «e l gusto por el relato 'legro, policiaco , criminal o como quiera llamárselo». El resultado , la próx ima cosecha de esta inclinación venturosa para el género, es una anto logía inacabada de relatos cortos, intitulada de momento Gente

de gatillo alegre. Es peremos que nos llegue pronto el alboroto.



Raúl Guerra Garrido: el impacto lumínico de sus cuentos Juan Cruz Mendizábal Universidad de Indiana, Pennsylvania

Raúl Guerra Garrido es ante todo narrador y tiene historias que contarnos porque siempre está atento a los sucesos que cada día ocurren a nuestro alrededor. A los que seguimos la trayectoria de su mundo literario nos admira tanto la novela como el cuento, el cuento literario. Al decir «s u mundo literario» se quiere expresar esa situación límite entre lo real y lo irreal , entre sueño y realidad, tan caracte rística en él. Es la vida diaria en la que uno se sorprende de tantas situaciones que no quedan delimitadas como uno quisiera pero que las ve mos trascender hasta llegar a la sorpresa de lo inesperado. De la novela de Guerra Garrido se ha dicho bastante, no lo suficiente , pero que sí se reconoce en él al creador de un mundo que refleja la s ituación político-social de un pueblo, Eibain, y sus luchas humanas y aún deshumanas . Es e l novelista que también redescubre el Bierzo y su olimpo, de donde han descendido los distintos personajes que pueblan sus muchas novelas . De los cuentos literarios podemos decir que los hay que son boceto s, ejerc icio previo a la creación de un cuadro. A lgo semejante a Picasso con su Guernica, que antes de darnos el cuadro pinta los distintos bocetos e ideas que luego habrán de aparecer en la pintura fi nal. Otros cuentos son descanso agradable del escritor después de haberse debatido en la brecha novelística . Hay cuentos que son piezas de un puzz le, con vida y valor independientes. E n todos los cuentos enco ntramos , como característica, la luz del relámpago que ilumina en breves segundos la realidad oculta en la oscur idad de la noche o en la tormenta que nos abate. Así es como define Raúl Guerra Garrido lo que es el cuento: «debe ser obra abierta, o sea, un sesgo, un punto de vista, el relámpago de una tormenta ... Es la pieza con significado original e independiente del resto del puzzle». (Entrevista con Ortiz-Alfau).


88 Estas características están, no cabe duda, revestidas de un estudi ado y trabajado estilo, una estructura que va acompañada de una narración que deleita y fluye clara, sin obstáculos. La narrativa corta, el cuento literario, ha sido admirado pero no cultivado en España como lo ha sido en otros países. Sin embargo , goza de un atractivo especial tanto para los escritores ya reconocid os como para los que se lanzan a la carrera literaria. Es que el cuento, como género, tiene la ventaja de ser breve y, por otro lado , ha suscitado la eq ui vocada idea por parte de muchos lectores, e incluso críticos, de creer que la brevedad impide la profundidad , el desarrollo del tema y la elaborac ión de est ilo . Lo breve y lo intenso no están rei'íid os y so n características de l poema. Por eso se dice que e l cuento está más cerca de l poema que de la no ve la. Precisamente, hay cuentos qu e no tienen nada de relajantes , pero tienen, sin embargo, la virtud de dejar a l lector perplejo como queda uno asombrado y conmovido por la repentina e intensa luz del relámpago en una tormenta. En la narrativa de Raúl Guerra Garrido nos encontramos con un fenómeno que más que repetido es parte de la esencia misma de sus esc rito s. Es la sit uación límite .en la que se encuentra el hombre, la mujer, e l ser hum ano , en la circunstancia presente, considerando pre se nte lo que va de los años del comienzo de la «democracia» española hasta e l día de hoy. E l hombre que da el paso hacia la transición o «en» la transición tiene que mantener e l equilibrio en la cuerda de la vida, por lo común , difícil de tran sita r. La perspicacia, el análisis, la penetración en el alma hum ana junto con una deliciosa ironía, son los co ndim entos de la c uentísti ca de Raúl. La obsesión , el sueño, la pesadilla, están prese ntes en una serie de cuentos en los que los protagonistas andan , balanceándose, por la cuerda de la situación lími te, perp lej os ante una cruel realidad que no pu eden aceptar co mo tal y deviene en pesadillas, sueños y obsesiones . Protagon istas , seres humanos, qu e son o bj eto de una opresión qu e los atemoriza y los rebaja a la categoría de seres sin voluntad. Realidad de entreve la trág ica; situac ió n límite. En esta categoría podemos inc luir cuentos como : «Con tortura», «El sucio vue lo de la tortura» y «To rtura y muerte de José Saramago, escritor comprometido» . Son var iac iones del mismo tema en las qu e el escritor narra los efectos destructores de la tortura, desde la física y co rporal hasta la inte lectual y psíquica de l hombre comprometido . Hoy, quizá más que nun ca en alguna región de nuestra penínsul a, res ulta de un a actualidad aterradora lo que se narra en estos cuentos. El compromiso del escritor, la vo luntad de convivencia de distintas


89 ideologías y posiciones políticas, sociales o religiosas, se ven acometidas por la amenaza del terror, por la tortura de la incertidumbre, por el miedo constante a perder el equilibrio en la situación límite. Es el arte de saber mantener el balance sabiendo que puede perderse el equilibrio a causa del miedo y el terror. Torturas corporales y torturas mo rales. Torturas psicológicas y sociales; todas ellas dentro del marco de la cuentística de Guerra Garrido. En la entrevista con Ortiz-Alfau menciona Raúl dos característi cas que creo son explicación clara de lo que debe ser el cuento para nu estro autor: «El relámpago de una tormenta», la «pieza con significad o original e independiente del resto del puzzle». Dos definiciones-explicaciones que pueden aplicarse a cada uno de sus cuentos. El relámpago , en su duración de segundos, ilumina la oscurid ad que trae consigo la tormenta dándonos una imagen difusa, azulenca , que nos permite vislumbrar, en un instante , el instante de la vida . Esta es la maravilla del cuento , el captar el momento inesperado. Es el impacto del segundo , la luz de ese particular instante de la vida. Todos los cuentos literarios de Raúl Guerra Garrido tienen la cualidad de lo breve, de lo intenso , de lo impactante, como lo es el rayo que conlleva la intensidad visual del in stante. «E l hombre co sificado» es la narración que, con otras del mi smo te ma, revela la sociedad de hoy día , la transformaci ón del homo sapiens en homo res. En breves rasgos , iluminados por el fogon azo de una realidad casi olvidada para la mayoría, el lector queda sobresaltado por el impacto de una verdad que se acepta sin obj eción . Es un hecho real , es un a actitud cómoda y aceptada sin rechistar por un a ~ ra n mayoría apática e indiferente el qu e otros prog ram en nu estras vidas y nuestros caprichos; qu e otros juzguen y di sci ernan por noso tros . El sapi ens, el fab er, qu eda así reducid o a res. Raúl insi ste sob re este tema en cuentos como «¿ Por qué disparé ?», o en «Las voces de :;us amos», fácil de entender el tema , e inclu so en «604. 800», todo un símbo lo del hombre hecho núm ero y que viv e «e n» esos núm eros . La \ ida libre contada en núm ero de segundo s. El personaje anónim o en mu chos de sus cuentos intensifica la uni ersa lidad de l fe nómeno degrada nte de l paso del hamo sapiens al !Joma res debido a un estudi ado márketing, a la po lít ica , que tran sforIllan al ser-humano en anónim o ser-núm ero . Pero , co n todo , hay un a ráfaga de luz interi or en estos anónim os protago nistas que los hace pro testa r de ta maña degradac ión. El pil oto del cuento «604 .800 », (',' presa co n nostalgia lo que qui siera se r. «En un a semana -604.800 ,cgundos- quiero normalizarme, convertirme en un se r normal co mo


90 este que hace manitas con la chica de pechos ceñidos porque le sobra tiempo para tocar fondo, no está condicionado a ningún 604 .800». La normalización en este caso es la reconversión a horno sapiens como elemento de cambio, cambio a la normalidad , a la liberación de la opresión del tiempo, de la anonimidad del número como identificación. Alivio de poder sentirse vivo. Otra manera de considerar el cuento es verlo como pieza individual e independiente del puzzle total. Sentirlo con vida propia. Como en el caso del relámpago, esta definición-explicación insiste en el valor de la pieza como tal, independiente de la totalidad. No es sólo la luzfogonazo impactante, sino la historia vivida independiente del resto del puzzle. Esta clase de cuento es lo que Raúl llama también entrenamiento. Un ejercicio literario que tiene la fuerza y libertad de poder vivir por sí mi smo aunque luego encaje entre las distintas piezas de la obra mayor, la novela. Entre los cuentos literarios de Guerra Garrido que luego forman parte de una novela podemos destacar «Cace reño» , cuento que se desarrolla a las afueras de San Sebastián, donde, en condiciones de inferioridad con respecto a los nativos, viven medio hacinados los así llamados despectivamente. Cacereí'íos. Cuento conciso, breve, impactanteo Escena que se nos ilumina a la luz del relámpago. Luego ven drá la novela Cacerefío, donde se amplía el personaje cacereño y, en lugar de ser un barrio de San Sebastián el centro de acción, surgirá Eibain , creación de Guerra Garrido a modo de un Macando vasco . No vela deliciosa, ll ena de optimismo, de ansia de superación. La imagen del cacereño en el cuento es doble: el cacereí'ío que ha dado el salto a Alemania y v uelve en su Mercedes con un fajo de billetes -poderoso caballero es don Dinero- deteniéndose en San Sebastián para vis itar a sus paisanos, que no han sido lo suficientemente coraju dos para cruzar la frontera y por tanto incapaces de superar su estado de servidumbre. Pero los cacereños donostiarras, cansados de tanta chulería, matan a golpes a su compatriota, que presume de «cerdo rICO » .

La sem ill a, la pieza independiente de la vida del cacereño en el País Vasco re su ltará luego en el admirable puzzle con todas las luces y sombras, dificultades, obstáculos y zancadillas por las que pasa el protagonista hasta lograr ser aceptado y convivir como uno más entre los obreros e incluso entre los jefes en la fundición Lizárraga de Eiba in . Dentro de esta característica de cuento-entrenamiento podemos incluir también «La balada del Napalm», que se incorporará más tarde


91 a la novela ¡Ay! , donde Sotero Nespral, economista y químico , lee La hoja del lunes, y queda impresionado por la cruel realidad de la foto , «un muchacho apenas de trece años, sus manos, lo que queda de ellas, sostienen un bebé [ ... ]. La sangre de los dos hermanos encharca el suelo», efecto destructivo del Napalm en Vietcong. En el cuento se nos narra la ironía de la creación de la bomba para la paz, una paz armada, una paz destructora. ¡Ay! nos muestra al hombre, al único ejecuti vo que después de ver la foto del niño vietcong se vuelve loco y quiere crear, a toda costa, la li ga pro-paz-no-armada, ante el desprecio e insultos de su s compañeros y amigos que han llegado al estado perfecto de indiferencia del homo res. Cuento y novela hacen pensar al lector e inclu so tomar pos iciones sociales y éticas. La destrucción del Napalm y la fri aldad de los que lleva n a cabo la operaci ón son hechos esca lofri antes . En ¡Ay" nos damos de ll eno ante otro fen ómeno tan destructor como la bomba, la indiferencia y apatía de la mayo ría, que tac han de loc ura la reacción pacifista del «impres ionabl e» econo mi sta. Diez atlOS más ta rde de la publi cació n de ¡Ay! escribe Raúl el cuento «Vida y muerte de un fumador de pipa». La vida del doctor Sotero -otro Sote ro-. que se escapa a diario de la rea lidad de la vida. la de ~ u profesión médica, consciente de las injusticias y desc uidos llevados él cabo en el cuidado de los enfermos. Recurre al club para gozar de la paradisíaca isla donde ha) camareros que le sonríen. le sirven \\ hisK) ) puede gozar de la pipa adormecido y envuelto por el humo azulado de «la mezc la Cavendis h de virginias aromáticas». Sin embargo. un buen día, el escape se ve violado por tres jóvenes que no son los habituales camareros y que en vez de las bandejas de \\hisky llevan en sus manos «la legendar ia Ma ri etta M- 10, el arma ideal para llevarla al cine, un subfu si l plegab le co n sil enciador, capaz de disparar diez tiro s en un seg undo». Esta es otra pieza del puzz le qu e refleja un aspec to de la soc iedad que Raúl pinta en blanco y negro pa ra qu e el lector apreci e mej or y no se distraiga con tantos distinto s colore s innecesari os. La guerra y sus co nsecuencias; muerte para dar vida. La búsqued a de un a paz sin armas que la mayoría interpreta como locura. La vi da irrea l del que cree escaparse de las responsabilidades com un itarias bebiendo whisky y fumán dose una pipa, pero que , inesperadamente, se encuentra de frente con la realidad del ataque de unos melenudos que acaban con la farsa. Raúl ha puesto de manifiesto el aislacionismo del club y la apatía de sus socios. Allí se olvidan las injusticias, la complicidad. Se fomenta una apatía justificada y se olvida la realidad que ex iste fuera de las cuatro paredes del club. Todo un símbolo de la vida real.


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Si es frecuente que de un boceto, de un cuento, se pase a la novela, no lo es tanto el caso contrario, ir de un a novela a l cuento . De la imagen del puzzle completo, se saca una de las piezas y se le da vida para que viva por sí misma, es decir, se le otorgan las características de cuento que le corresponden. Es e l caso de «La mano izquierda de Verónica», que proviene de la novela corta Dulce objeto de amor. En la novela, Fé li x y Verónica, transformada ésta en Berenice, recorren el ca mino del amor desde su com ienzo hasta la cu lmin ación y destrucción. Tanto en el cuento como en la novela, es el juego de los sentidos lo que domina la narración y en particu lar e l del tacto, quintaesenci a de los sentidos en el juego erótico del amor. El tacto, que , como lo ha repetido muchas veces Guerra Garr id o, s iendo el más vulgar de los sentidos alerta a los demás confundiéndose con el los hasta llegar, incluso, a la mirada táctil. En la novela hay tres partes fundamentales , inicio , juego y conclusión del amor. En e l cuento encontramos tam bién tres partes que corresponden a los tres encuentros del joven an ónimo con Verónica, viuda y madre de la joven Beren ice, que es de la misma edad que el protagonista. Éste la deja de lado , prendado como ésta de los encantos de su madre , Verónica. Tres encuentros que lo dejan perplejo y embobado. La mano izquierda de Verónica tiene un poder de atracción al que no puede escapar el joven enamorado. En el relato breve la interacción de los dos personajes nos recue rda a la de Fé li x y Berenice . En Dulce objeto de amor, hay un constante intercambio sensorial y erót ico de personas experimentadas. En «La mano izqu ierda de Verónica», hay una progresión de acontecimientos. No es sólo la curiosidad obsesiva del joven la que mueve la histori a, lo es también la mano izquierda de Verónica, que en su deseo de ense¡lar al chico pretende, indudablemente , consegu ir a lgo también. Hay interacción, pero es de maestra a a lumno. Interacción que e l protagonista denomina : «Los dos, cómplices desfallecidos». La complicidad ll eva consigo un estado de mutua conformidad . E l juego no ha sido más que un reconocimiento de algo útil y bueno, agradab le y lleno de sublime goce para los dos. Tanto en la nov e la co mo en e l cuento no se da el goce egoísta. Lo que hace espec ia l esta mutua interacción , la mutua complicidad, se explica con las últimas palabras del relato, el final de la aventura, de la lección, de la búsqueda a dúo: «sabíamos que e lla era mi primera mujer y también que, ay, yo era e l último cap ítulo de su juventud próxima a aband onar la treintena». En la cuentística de Guerra Garrido hay otros relatos en los que la luz del relámpago nos permite observar situaciones sociales que tantas veces pasan desapercibidas para la mayoría de las personas. La


93 pobreza es ya un tópico que sólo impresiona cuando las imáge nes televisadas o las fotos de los periódicos nos muestran esos ojos grandes , inocentes y de profundo dolor y abandono de unos niños que se mueren de hambre. Al men os por unos segundo s nuestra «compasión» les hace compaí'íía. También Raúl contribuye con su acos tumbrada ironía, tan eficaz en casos como estos , a descubrirnos la si tuac ión de «El niño pobre», que observa embel esado y hambriento los pasteles, dulces y demás co nfi tes navideños en el escaparate de una confitería de la que es despedido con un palmetazo en la cabeza por no dejar ve r bien los productos ta n apetec ibles, debido al vaho de pobreza y hambre que em paña la vitrina. No es ese el sitio apropiado para un niñ o pobre y harapiento. Cada mov imiento, cada decis ión que toma, cada lu gar que pretende ocupar so n interpretado s en sentido negativo. ¿Q ué se puede esperar de un nií'ío pobre? Sospechas. Por tanto , mejor separarlo, aislarlo , que no provoque sensibilidades. Por una de esas conciencias del cuento, el niño se encuentra co n que tiene a su lado un paquete que contiene un a bomba nuevecita, sin estrenar todavía. Es el regalo de Reyes. Guerra Garrido pasa, en este mo mento , de la fantasía a la realidad. ¿O es a la inversa? Enumera lo que se podría hace r con el dinero malgastado en un a bomba destructiva: «cinc uenta hospitales de cien camas comp letamente dotadas ... O cien bloques de cien viviendas hab itabl es y amuebladas. O un kilo de choco late con ave llanas para cada uno de los cuarenta mill ones de nillos a los qu e en todo el mund o se ob li ga a trabajar ilegalmente». Pero la bomba se le cae de las manos al niñ o pobre y produce «una ll ama de un kilómetro de altura, mil veces más brill ante que el sol ». El niño queda atemor izado, aterro ri zado , no por la exp losión sino por los dedos que lo ap untan justicieros : «¿Ha sido él! i Ha sido él! ¡H a sido él! ». Ante la polícia el nillo tiembla y dice aco bardado que se le cayó de las manos y exp lotó . Era su regalo de Reyes, a lo s que les había pedido una seña l, «una prueba de que existo y tengo derecho a existir». Pobreza, anon imato , desprecio y rep udi o por parte de los que ti enen poder eco nóm ico. Sufrimi ento y soledad de l niño que debía gozar de la vida, de la infancia, de la ilusión. Raúl no para aquí. En «La dulce mirada de Tom », nos va a dar una imagen opu esta a la del niño, !a de un a muj er a la que nada le fa lta. Eco nómicam ente puede permitirse los caprichos que quiera. Tiene un marido con muy bu ena pos ició n soc ial y sus hijos están ya colocados. No depend en de ell a. ¿Consec uenci a? Una profunda so ledad , tan profunda que la ll eva a


94 pensar seriamente en el su icidio. En esta narración, no hay harapientos. La mujer, anónima como anónimo es el niño pobre, es elegante y se desenvuelve en la alta sociedad de San Sebastián. Todo ha ido acumulándose en la vida de la mujer, todo, incluso el tedio, el aburrimiento de conseguir cualquier capricho y la nostalgia de un tiempo pasado en el que fue útil a su marido e hijos. Su vida está ya reglamentada por una rutina deprimente, llevada con absoluta fidelidad . La relación con su marido está estancada. Su presencia física aumenta aún más su soledad. El relato va in crescendo hasta llegar a la cima de las emociones. El ascenso socioeconómico en la vida y en las comodidades que conll eva está en relación inversa a las satisfacciones y al entusiasmo por vivir. Ante el asombro de su íntima amiga, ésta sí tiene nombre , se llama Coro, le confía sus intenciones de suicidio. Coro, sorprendida, le increpa: «Pero si no te falta de nada». Contraste entre «El niño pobre», el harapiento que nada tiene y todos rechazan abandonándolo en la soledad con sus sueños inalcan zables, y esta mujer a la que nada le falta pero que se siente también aislada de todos, deprimida en su soledad. La angustia de vivir es la misma , aunque las causas en ambos sean distintas. El niño requiere de los Reyes Magos una señal de su existencia. La mujer llama a las puertas del suicidio para hacerse notar, para convencerse de que exi ste o para que los otros se percaten de su apático y absurdo existir. El miedo, sea individual o colectivo, es un tema que Raúl ha tratado tanto en la novela como en el cuento. El miedo es motivo de sometimiento y puede tener diversas causas. Todas conllevan la aniquil ación de la persona. La novela La carta es, sin duda, la novela del miedo , en la que Guerra Garrido narra los efectos físicos y sobre todo psicológicos del miedo que luego genera el pánico hasta llegar al terror. En los cuentos, hay también personajes amedrentados que sufren una tortura interior del calibre del protagonista de La carta. «A veira do mar» es el caso de sumisión a la que arrastra quien impone su voluntad valiéndose del poder persuasorio del miedo. Miedo que destruye la alegría de vivir, y el goce de la familia . Es la fuerza del cacique, al que no le hace falta más que mostrar el bulto de la pistola al cinto para ejercer sobre la víctima un efecto devastador. El protagonista del comienzo del cuento no es el mismo que el del final, al que el pánico destructor le hace ir muriendo poco a poco, y sin saber cómo, a manos del capricho caciquero de don José Outeriño. Tema este de una actualidad desgraciadamente trágica . Raúl ha sido valiente y de los pocos que han descrito lo que es vivir con el


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miedo a cuestas, ante la incertidumbre de lo que pueda pasar un mo mento más adelante . Llevaría mucho espac io pasa r por cada uno de los cuentos de Guerra Ga rrid o. Se hace inj ust icia al escri to r comenta ndo superfic ial mente lo que es una obra de profundo análi sis de la soc iedad, del hombre en su situac ión lím ite entre va lor y debilidad. As í se hace un iversa l la narrati va de Ra úl Guerra Garri do. Quizá por esa razó n en la mayo ría de sus cuentos los protago nistas so n anónimos. Se les puede apli car el nombre y apellid os de cualquier nac iona lidad o en cua lqu ier situació n socia l, tan rea les y vá li dos hoy en día como lo será n en el futuro. No se puede dej ar de mencionar, sin embargo, dos amo res de Raú l expresados li tera lmente en for ma de cuentos: Es paña y América. Dos de los cuentos nos dan el anve rso y el reve rso de Espaíia : «Madre, me es panta Es paña» y «Madre, me encanta Es pañ a» . Ac ti tud litera ri a muy natura l, po r otra parte, puesto que el do lor del espa nto prov iene de l amor profundo por la Espaíi a ete rna y moderna. Con agudeza e ingenio va repasando los nombres de pueb los que son el carnet de ident idad de sus hab itantes. Historia e intrahi sto ria de nuestro pueb lo español. Culminac ión de estos paseos por puebl os de Espaila es Casti ll a en cana l, libro de and anzas , confir mado po r el diari o patear por todos y cada uno de los kilómetros de l ca nal en busca de l sueí'ío luminoso y ambic ioso de Casti ll a de comun icarse con el mar. De América podríamos deci r que es una querencia de Raú l, un sin cero cariño y admiraci ón por los pueb los que se extienden por el con tine nte americano de norte a sur. Es exp lorador, pero , como nos dice él mismo: «la se lva que me propongo expl orar es la de su lengua, la de sus in fi ni tas va ri acio nes [ .. .]. La se lva lex ica l-tropical del espaíiol que habl an los ameri canos es lo que a uno le atrae co mo el fulgor hipnót ico qu e la poli semi a de sus palabras emi te, un bri ll o superior al del res plandec iente ve rde de sus ce ibas, pa lm as y fl amboya nes». De este entu sias mo por Amé rica nace el libro América. Antología de re latos según una idea de Raú l Guerra Ga rrid o, con diecisiete re latos en sus lenguajes propios, co n el característ ico de cada país y regió n represe ntados. De los diec isiete relatos, cuatro son de Raúl, que se lanza a dejarse impregnar de l vocab ul ario bril lante de paíse s como Ve nezuela, «Las torres de l Silencio», Santo Domingo, «Boca chica, ca ma grande», y Guatemala , «La chi ca de Chichicastenango». El cua rto relato se ll eva a cabo en N ueva York, «Reina de Queens», zona puerto rriqueí'í a, co n el pec ul iar sabor de la mezcla de inglés y cspal'ío l riqu eíio. No es que sean d ife rentes los te mas que trata en estos


96 cuentos Guerra Garrido con respecto a los anteriores. Aquí, es también el hombre el protagonista y son sus pasiones las que lo vital izan. Lo que varia es la pincelada, el color, el brillo del habla que es lo que diferencia a cada uno de los relatos en los que se bandea muy bien nuestro autor. Este breve viaje panorámico, que no es, claro, exhaustivo, del cuento literario de Raúl Guerra Garrido nos ha permitido tocar algunas características de su cuentística. Se ha podido percibir la calidad narrativa que ha dejado a los lectores la pluma de Raúl. Más que pluma es el pincel que pinta el alma humana movida por sus pasiones. Vitalidad narrativa debida a la temática, pero también, con el mismo grado de tensión , a la estructura, al estilo literario de los cuentos. La aparente naturalidad es el esfuerzo de buscar la adecuada estructura para cada cuento y el uso del lenguaje que le corresponde. Si en todo ello se percibe la presencia de la situación límite es porque la vida nos la está exigiendo. En todos los cuentos observamos también el efecto impactante de la luz del relámpago que nos permite captar con intensidad el momento humano, a veces tan trágicamente in-humano . Puzzle completo o pieza independiente, los cuentos y novela de nuestro autor son la imagen de una sociedad que, por ser humana, es tan compleja, tan vibrante en emociones y pasiones. Son estos cuentos, relatos que nos ponen entre la espada y la pared , nos remueven la conciencia y la pasividad ante trágicos aconteci mientos que los aceptamos como simple noticia diaria que les ocurre a los demás , o como otra injusticia más aceptada sin reacción por insensible masa de la sociedad. Relatos que llegan al hondón del alma y que hacen recapacitar al lector sobre el pasado y el presente, con la penetrante crítica irónica con la que salpica sus relatos Guerra Garrid o, maestro del cuento literario.


Ahora que nos hiere el otoño Carlos Aurtenetxe

De aquellas ya viejas amistades, de aquel tiempo lejano en el que compartimos tantas horas, tantas nociones de la vida -no todas, claro, ni falta que hace para el efecto, me viene ahora al recuerdo de , 1ho ra que nos hiere el otoño, la singular manera de afrontar la exislencia de Raúl Guerra Garrido. Esa misma mirada rápida, incisiva, antisentimental (puede que más ,~ n la apariencia que en el fondo), del que sale suelto, tras el embiste, ~ I choque con el caballo de pica, herido en lo más alto, buscando suer'es mejores, o menores engaños, en la dura fiesta , el juego cruel , la 'arsa breve que no s fue encomendada, nadie sabe por quién. Acatando lué ley o qué discurso que nos juegue, para solaz del otro, allí, esconlido, a la sombra de qué fiesta nacional o de qué agravio, cortada ya a flor de toda inteligencia. A la luz o la sombra de la ley del más fuere. Ahora que la Lectura insólita de El Capital ha dado tantas vueltas , aque lla cuesta arriba se ha vuelto cuesta abajo. Ahora, al hilo , al encuentro, al reencuentro de tan varias cosas, del \migo, de nosotros mismos, ahora que nos hiere el otoño de forma sin" ular, Raúl nos explica, entre la impaciencia y la nostalgia, el cedo y 1no quiero ceder, la resistencia del fino astado ante la burla , los tras.o s de matar, la cita de la vida (bajo el aplauso de algún público s in ostro). Bu rlona la sonrisa, escéptica, un poco cínica la frase, divertido el :ngenio , esa pizca de insolencia en el decir, el tono impertinente de la ¡' is to ria , del relato , del otoño siempre hiere de Raúl Guerra Garrido , lOS lleva a la memoria de la buena, de la mejor novela norteamer icana, negra o no negra. Ese tono entre hiriente y herido , que nos recon,' ilia co n algo tan importante , a mi entender: frente a la falsa moral o 'a fa lsa conciencia, saber no ser forzosamente pertinentes en la vida.


98 Ese sabor agraz, agreste , que te queda en la boca tras la lectura de lo auténtico. A caso el toro sueñe, en su locura, que a fuerza de ser noble en la embestida puede ser indultado, devuelto vivo al chiquero. El hombre, en su locura, no cree , sino que sabe que , haga lo que haga, embista como embista, no será perdonado. Más allá de las simplificaciones o las mareas colectivas, aciertos o errores , más allá de todo gesto irreversible, inaceptable, falsas excu sas o pretextos , valga aún algo el intento -fallido o no- de la digni dad del individuo , en el camino de la vida, cuando hiere el otoño, y declina la luz sobre todos nosotros . Otra cosa es que de aquel hilo de lana alguien haya tejido , haya sabido tejer, haya sido capaz de tejer una prenda de abrigo para nuestro desnudo radical. Ahora que hasta nuestros efectos se van acom odando a nuestras pequeñas conveniencias, se van haciendo quebradi zos , leves, calculados, cuando hiere el otoño, y la astucia va sustitu yendo a la inteligencia de forma inapelable. Quede, aquÍ, este breve, sencillo testimonio de mi allegamiento, de mi remembranza, cuando la bola de lana rueda por la pendiente del vivir, y ves que su tamaño, su diámetro decrece, según una simple, implacable ley numérica, es una magnitud finita, y que se desmadej a, y que se desov i lla aquello que se fue (de los verbos «ser» e « irse»). Lo que el tiempo consiguió de nosotros. Lo que el tiempo no co nsiguió de nosotros de manera alguna.


Un sueño de la razón (So bre Castilla en canal, de Raúl Guerra Garrido)

José Luis Abellán

Cuando hablamos de los monumentos de Castilla, todos pensamos en catedra les , castillos, acueductos, puentes, alcázares, pero ¿quién se detiene en el Canal de Castilla? Es cierto que, en nuestro trasiego por Tierras de Campos o el norte de Burgos, con frecuencia hemos topado con el anuncio «Canal de Castilla», ahora nombrado a veces con la evocación del famoso regeneracionista «Macías Picavea», pero no dejaba de ser un relámpago en el cuentakilómetros de su automóvil. Ja más detuvimos nuestros pasos ante unas escl usas, presas, sifones, embalses o hicimos el camino de sirga conveniente, acuciados por la curiosidad. Es ésta precisamente la que ha servido de acicate a Raúl Guerra Garrido para dejar de ser escritor sedentario y convertirse, por una temporada, en canalera, primero, y guía, después, del no menos \.. urio so lector, que le acompaí1a alucinado en estas páginas, descu brie ndo una ignorada hazaí1a castellana que muy poco tiene que ver "on el Cid Campeador o con el inolvidabl e romancero. El autor es testigo de un escondido impulso prometeico en el cora¡:ón de Castilla, y nos ofrece el testimonio de su plasmación en la reali dad a través de un apasionante itinerario que comienza en Medina de í{ioseco o en Valladolid y se prolonga hasta Alar del Rey. Es inevitable el recuerdo de los del 98 y su evocación machadiana : «Castilla miserable, ayer dominadora / envuelta en sus andrajos , desprecia cuanto ignora». El aislamiento castellano -cantado por Azorín, Baraja, Unamuno- tiene su contrapunto en este grandioso empeí10 'n ic iado en pleno siglo XVIII para abrir el granero de Espaí1a, a trav és de l puerto de Santander, al comercio con los países de ultramar. Castilla quiere romper su aislamiento secular y abrirse al horizonte lll arítimo, comunicándose con el mundo. Siempre lo quiso , y ahí reside uno de sus anhelos más profundos, como lo demostró ya en el siglo XV Isabel de Castilla cuando le otorga a Cristóbal Colón credenciales


100 para qu e realice su viaje por la Mar Océana y después sea almirante de sus tierras descubiertas. Los hombres que ya en plena era ilustrada acometen el proyecto no tienen la menor duda de que su obra «hará memorables a los que la empezaron y a los que la sigan y concluyam>. Sin embargo , la obra no fue concluida, y el canalera tiene que dejar de serlo para convertirse en simple automovilista. Desde Aralar del Rey hasta Suances transcurren «veinte leguas intransitables», las montañas hicieron imposible que el magno proyecto se convirtiese en realidad . Quizá la genial inventiva técnica de Agustín de Betancourt lo hubiese conseguido, si éste no se hubiese marchado a Rusia, donde, al servi cio del gobierno de los zares, realizó importantes obras de ingeniería. La gran hazaña se convierte en un sueño de la razón ilustrada, que no por irreal izada merece menos admiración y visita; lo que en otra época fueron esclusas , presas, sifones , son ahora molinos, aceñas, batanes o fábricas de harina, que no por eso dejan de exigir atención . Al curioso le puede resultar interesante que hagamos una breve descripción del itinerario. El total son 207 Km de longitud y, aunque no es navegable, se mantiene en pie y en funcionamiento para las tareas que hemos descrito antes. El itinerario tiene la forma de una Y invertida con los tres canales que esa imagen comporta. El Canal del Norte tiene 87 Km de recorrido, desde Aralar del Rey, en que recoge aguas del Pisuerga . hasta que se subdivide en dos ramales distintos: el Canal de Campos, pOI tierras de Palencia hasta morir en Medina de Rioseco; y el Canal del Sur con 54 Km de recorrido, que muere en Valladolid. El autor hace un reco rrido por los tres canales, con cuya descripción deleita al lector y le trans mite cierta sana envidia, que puede acaso servir de acicate para seguir sw' pasos el día de mañana. Estamos ante un libro de viajes como los tal conocidos de «andar y ver». Pero, siendo su autor un hombre cu lto, m deja de tener también mucho de libro de historia. El canalera revive un< epopeya que forma parte de «la España que pudo ser». Precisamente porque tiene mucho de libro de historia, resulta ine vitable el recuerdo de la generación del 98 al que antes aludíamos pero el autor no se fija en los grandes nombres de la misma, salvo par; una evocación de pasado, sino en un epígono como Julio Senador, e famoso notario de Frómista, autor de Castilla en escombros (1915). A ' parecer este hombre dejó al morir un libro inédito con el título de E hueso roído, que los herederos no quieren publicar. Estaría bien qu di eran su brazo a torcer, pues el libro puede ser un documento inapre · ciable como testimonio de una Castilla degradada, que hoy -unida ;, otras regiones españolas- ha empezado a regenerarse, movida por !. más larga etapa democrática que hasta ahora hemos vivido en España.


101 Así lo espera el autor de este libro, al que no le falta la valentía, como ha dem ostrado varias veces a lo largo de su vida. Al comienzo de su libro, que no deja de ser un libro esperanzado, Raú l Guerra levanta su voz y se diri ge a los frívolos de todas las espec ies para com unicar con tono iracundo el discurso retórico que les envue lve cuando se refieren a esta región que no duda en llamar terra incognita. Como estamos de acuerdo con su proclama, la reproducimos íntegra: Venid, vosotros, lo s politicastros de un régimen podrido que , sin saber s iqui era cómo se hace un a estadística, discutís sobre riesgos o arance les; y luego cuan do

Raúl Cllerl"ll Corrido

Viaje a una provincia interior

~MB ¡ TO

vuestra propia in ept itud os acorra la sa lís del paso con ditirambos a l solar del Cid; y vosotros , los patriarcas de la vac iedad periodiquil que, ta n pronto sin respeto a la miseria ajena, perpetráis a lguna rev ist ill a de sa lones, como sin otro bagaje inte lectua l que un henrygeorgismo de a 3,50 os ingerís en congresos agrarios para hablar de ojos-puñales o proponer telegramitas de adhesión a cua lquier caciquillo despreciable ; y vosotros , los representantes de la vaga y amena literatura que, sin tener noticia de dónde concluye el Guadarrama, fingís admirar a esta tierra como semillero de héroes y plantel de santos ; y vosotros , los poetas de flor natural y veinte duros que, sin haber pisado un surco representáis la pantomima de embriagaros con la fragancia de estas mieses ; de embelesaros contemplando este cielo fu lgurante; de sobrecogeros ante la inm ens idad de estos espacios vacíos donde los pasos del cam inante resuenan graves y solemnes como bajo las bóvedas de un, templo ; y donde la mirada, resbalando sobre el llan o interminable, llega con trabajo al último confín del hori zo nte y se pierde en transparentes lontanan zas . Dejad los unos , aunque sea por poco tiempo, la música celestial de vuestras tarariras; enfundad los otros el caram ill o y la zampoña: ¡venid a ver lo que es este país por dentro! Ante vuestros ojos van a desfilar estos bosques asolados por el hacha, estos viñedos asesinados por la filoxera , estos pueblos en


102 ruinas , estos cultivos semibárbaros, esta incomunicaCión, este abandono , este analfabetismo, esta ferocidad, esta hambre, que son vergüenza de España y afrentas a la civilización de nuestro siglo. Cuando hayáis visto todo esto, seguid si os parece bien. Sólo correríais peligros de consideración si el pueb lo despertara; pero no despertará. Ya procuraréis vosotros adormecerle con embustes; envenenarle en las plazas de toros. Que luego, para enorgulleceros de lo que entre todos habéis hecho, siempre os quedará una satisfacción : la de saber que el pueblo que fue capaz de conquistar a punta de lanza un imperio veintidós veces más grande que el de Roma en tiempos de Trajano hoy, desquiciado y vencido, se pudre al sol como un cadáver insepulto.

En breves momentos de su andadura el canalero se convierte en «filántropo meditabundo », y nos ofrece el resultado de sus reflexi ones sobre la Ilustración, puesto que el Canal de Castilla es un producto ilustrado emblemático del XVIII español. Esas meditaciones se realizan en tres momentos claves de su andadura, que son las respectivas terminaciones del recorrido de los tres ramales. Al final del Canal del Sur, el viajero interrumpe su marcha, se fuma un Condal del n.O 4, y piensa en los «fulgores» de la Ilustración; la palabra «fu lgon>, desde luego , hace juego con la palabra «luz». Pero lo que en otros países son Lumiéres, Aojkf¿irung o Enlightment aquí se limitaron a ser «fulgores ». Aún así el entusiasmo de la razón no dejó de transmitirse a una minoría que fue la protagonista de la epopeya civ il ; «el pueblo -nos dice Raúl Guerra- bastante tenía con soportar los problemas del pan nuestro de cada día». Ahora bien, lo que en otros países fueron Immanuel Kant o sus semejantes, en España la equivalencia de aquellos textos grandiosos de las tres Críticas se limitarop a ser manifiestos transgresores como la Carta filosófica médico-química (1687), de Juan de Cabajiada, o el Informe de expediente de Ley Agraria (1795), del gran Jovellanos . A través de aquellos libros u otros semejantes se formó la minoría española ilustrada - equivalentes de los philosophes franceses- , que se contagió de la europea exa ltación de las vías acuáticas. Nuestro canalero se hermana ahora con Jovellanos y escribe: El Canal de Castilla, junto con el de Aragón, son los dos grandes próyectos que se ponen en pie de obra; despertaron tal entusiasmo que hasta una persona tan comedida como Jovellanos, en su famoso Informe, se deja ll evar por una fantasía. Puede que lo contemplara desde este mismo observatorio, piensas . «Este canal en todo su pro ..


103 yecto se extiende al RAÚL CUERR" GARRIDO territorio de Campos y a CASTIl.I.A gran parte del reino de León, y seguramente EN C,\NAL presenta la más importante y gloriosa empresa que puede acometer la nación. Supóngase esta comunicación tocando ... ..; ... . _ •..:.. . .. por una parte con la falda del Guadarrama, y por otra con Reinosa. Supóngase abierto un camino carretil al mar más inmediato a este punto, y a los fértiles países que abraza del Vierzo [sic] , la Bañeza, Campos, Zamora, Toro y Salamanca, y se verá cómo un a más activa y general circulación anima el cultivo, aumenta la población y abre todas las fuentes de la riqueza en dos grandes territorios, que son los más fértiles y extendidos del reino, así como los más despoblados y menesterosos». El transporte acuático , por agua dulce o salada, era algo imprescindible». [ ... ] Algo se desliza por entre las sombras de las aguas del canal. Al final del recorrido del Canal de Campos, los «fulgores » se han conv ertido en «pe numbras». El canalera se fuma ahora un Condal del 11. ° 4 Y su filantropía se ensombrece. El gran proyecto va a encontrarse co n graves obstáculos: la estructura absolutista del régimen, los privileg ios de las clases dominantes, anatemas de la autoridad eclesiástica, mientras la mayor parte de la población sigue hundida en el atraso económico, la desigualdad social, el analfabetismo y el oscurantismo relig ioso . Una vez más el incomprendido Agustín de Betancourt reaparece como alma salvadora; un informe suyo sobre el Canal de Casti lla permite que las obras se reanuden. Es el influjo de su legendari a capacidad técnica que obra el milagro; precisamente había dedicado gran parte de ésta a resolver los problemas de la navegación terrestre, intentando una famosa esclusa de émbolo-buzo para salvar desniveles o una ingeniosa máquina para cortar la hierba que nace en los fondos y riberas, así como una curiosísima draga de vapor ... Pero r~,,_..1!-.


104 su talento de ingeniero no le ocultaba las dificultades financieras de fondo , y así lo hace saber en este párrafo premonitorio: «Las empresas de los canales, o se deben empezar con unos fondos capaces de seguirlas con actividad , y ver pronto su conclusión, o no se deben emprender; pues mientras no estén corrientes de un extremo a otro, no pueden producir ni aun para las reparaciones más urgentes de sus obras, y al cabo de algunos años se hallan invertidos una multitud de millones, de los cuales nunca se puede sacar más que un interés sumamente limitado» . Pero las llamas revolucionarias de Europa se juntarán ahora con los problemas crematísticos de la Hacienda española y las guerras hacen su aparición en los pueblos donde se jugaba su destino el Canal de Castilla. El canalero no se da, sin embargo, por vencido y emprende el cam ino por el Canal del Norte para apurar las «cenizas» de la Ilustració n, que en este caso se conjugan con las de un Montecristo n.O 4. Las di fi cultades de todo tipo se agudizaron para conseguir que la salida al mar se hiciese imposible. Desde luego , las de la naturaleza áspera y abrupta no fueron las menores para que el proyecto concluyese felizmente. Pero a ellas hay que añadir las ya sabidas de carácter financiero , q UE ahora se juntan a otras nuevas. Los horrores de la Revoluci ón Francesa hicieron que nuestra minoría ilustrada quedase invadida por el páni co, despertando a esa besti a negra que nunca se duerme del todo en Espaíia: vuelve la Inquisición y el misoneísmo , remitiéndonos a los tiempo s en que toda «manía de pensar» era funesta . Así lo co n·' fi rm a A ntonio de Campmany, que en s u panfleto Centinela contra f ran ceses, se congratula de que la España tradicional vuelva por sus fueros -tras la acom'etida de los «afrancesados»- haciendo que «l a falta de lectura de nuestro pueblo la haya preservado de este contagIO» . A hora bien, el misoneísmo no fue el único peligro. A él se unió, & mediados del XIX , la expansión del ferrocarril. En 1960 se funda 1" co mpañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, que pone er. marcha el trazado Madrid-Irún; cuando en Venta de Baños se establece un enl ace para el trayecto de un ramal que conducirá directamente a Santander, meta final del proyecto ilustrado, se le ha dado a éste el puntill azo final. Raúl Guerra dice que esto fue «mortífero para el Canal». Desde luego , no podía ser de otra manera: los trayectos eran paralelos y las tarifas fe rroviar ias eran muy inferiores a las fluviales. La sentenc ia estaba di ctada: el tráfico de trigo, cereales y carbón disminuyó por e l Canal; su modernización y mantenimiento se descuidó. La descri p-


105 clOn es incontestable: «En 1874, con sólo 486.480 reales, su destino como vía de navegación quedó definitivamente sellado . En 1919, cuando tuvo lugar su reversión al Estado, diez eran las barcas que surcaban sus aguas, más o menos las mismas que a comienzos del siglo XIX ». Una vez más España había llegado tarde al tren de la historia, aunque esta vez el viaje se hubiera realizado precisamente en tren. El canalero no da por ello su brazo a torcer, y continúa su viaje hasta Santander por esas «ve inte leguas intransitables», a las que al principio hicimos alusión . Ello le da ocasión para seguir ejerciendo de fi lántropo y meditar sobre esa Ilustración « insuficiente» que ha sido , en gran parte, nuestra historia. El canalero ha recorrido un camino que es paradigmático del «e nigma histórico» que nos caracteriza. Quizá el cruce emblemático de ese enigma se produjo en Frómista cuando Canal de Castilla y Camino de Santiago se convierten en encrucijada. Mie ntras el peregrino que transitaba por éste termina su andadura en el Pórtico de la Gloria, nuestro canalero dará fin a su aventura frente al solitario mar de Suances. Apura nuestro canalero el paralelismo hacié ndonos ver que muchos peregrinos compostelanos continuaban su andadura prosiguiendo la marcha por su cuenta y riesgo hasta alcanzar el mar en la Costa de la Muerte. Pero ¿no son nuestras vidas «los ríos que van a dar a la mar»? Al final del recorrido, la evolución de l autor -amante de la salada deidad- es inevitable: « Hombre li bre , siempre querrás al mar, el mar es tu espejo, en la sucesión infini ta de las olas tu alma se refleja y tu espíritu no es un abismo menos amargo. Aquí, con tu itinerario , no termina un canal, sino e l sueño del Canal de Castilla». ¿Y no es también toda vida «un sueí'ío de la razón »? Canal, Camino, Río, Mar, Vida ... , todo unido.


La patria de Raúl Guerra Garrido F Javier Puerto Universidad Complutense, Madrid

Hace ahora, poco más o menos, veinticinco años que a Raúl le concedieron el premio Eugenio Nadal por la Lectura insólita de El Capital. En esta época velaba uno sus primeras armas en la universidad, contento con una beca miserable, luego de haber finalizado los estudios de Farmacia y abandonado los de Filosofia y Sociología. Desde adolescente deseaba ser escritor, pero la tradición familiar, la profesión y el negocio del padre, del abuelo, me inclinaban por el camino de la botica. Acabé, de alguna forma, convertido en escritor y sin el negocio, pero esa es otra historia. La obra de Raúl me brindaba un nuevo rayo de esperanza: se podía haber estudiado ciencias y ser un magnífico novelista laureado. Pese a ello, pronto llegaron las dudas. Unos decían que Raúl era farmacéutico. Otros, que químico de una industria pesada. Los más que simplemente escritor. . . No sé ... La segunda duda que me surgió respecto a Raúl tiene que ver con su procedencia. Por su aspecto físico fuerte, por su carácter, a medio camino entre la timidez y la osadía, por sus ideas rotundas y por su fond o generoso, sentimental, con un sentido del humor y de la ironía a toda prueba, parecía el prototipo de la imagen que los castellanos teníamos del vasco. Sin embargo, algunos me dijeron: -iQué va, hombre! Es un maketo. Extremeño, de Cáceres. Otros, aparentemente más avispados, les corregían: -Cacereí'ío ... , cacereño ... iDe Madrid de toda la vida! Alguna compañera me aseguró: es castellano , pero medio gallego . No sé ... Otro día, en una tertulia, el enterado de turno me espetó: -¿ Raúl Guerra Garrido? Ni se llama Raúl, ni Guerra, ni Garrido. -No me digas -le contesté-o No sé ... Poco a poco, empecé a comprender que la patria, las señas de identidad de Raúl, el Estado en donde se desarrolla su vida, es la Literatura. De ahí las dudas. En esa patria recibió un merecido reconocimiento, hace veinticinco años, la Lectura insólita de El Capital. El libro es excelente. Fácil de leer, entretenido y además comprometido con el problema de la tierra en donde vive, que luego se ha convertido en el de todos los españoles.


107 El título, magnífico y sugerente. Desde luego, en esa época, era insólito leer El Capital. Todos lo poseíamos y citábamos, como hablábamos del Ulises de Joyce o del Paradiso de Lezama Lima, pero muy pocos leían esos libros, a no ser, los de contenido marxista, en los manualillos de Marta Harnecker. Más insólito aún es que los secuestradores de un industrial vasco lo hubieran leído y se lo dieran como lectura, o sutil forma de tortura, durante su secuestro, para discutirlo con él. Sabemos hoy que aquellos jóvenes fanatizados , a lo mejor algún día leyeron El Capital, pero, sobre todo, se formaron en la lectura de Mi Lucha, de Adolfo Hitler, acaso en los Cánticos de Maldoror o, más seguramente, en la aceptación ágrafa de consignas panfletarias y en la oscuridad de los cines en donde se proyecta El Padrino. De una realidad beata, en poco tiempo pasaron al paganismo, pero no al paganismo civil, laico y responsable de la Ilustración, sino al paganismo de los mayas, previo a los conceptos de compasión , prójimo o dignidad humana, en donde dioses terribles, innombrables e inexistentes, exigían cada noche un sacrificio humano para hacer salir el sol al día siguiente y de manera periódica el riego de los campos con la sangre de los mejores, para asegurar su fertilidad. Los mayas, por su crueldad , entraron en decadencia antes del descubrimiento. De su civilización apenas se conservan vestigios pétreos y misteriosos. Algo de eso se vislumbra en las páginas de este libro y todo se plasmaría en La carta, del mismo autor. Con el tiempo me fui dando cuenta de que, para ser escritor, no basta con redactar correctamente, ni con ser capaz de contar historias y encontrar quien te las publique. Para ser escritor la ortografía y la sintaxis son secundarias en muchos casos. Para ser escritor hay que estar dispuesto a dejarte la vida, ajugártela en una jugada, tan rápida y al tiempo tan lenta, como lo es el parpadeo de ojos que dura una existencia humana. Por eso tan pocos tienen el pasaporte de la Patria de la Literatura. En el caso de Raúl, no sé si allí nació, pero allí vive asentado con esfuerzo y sin desmayo. Por patriota se ha jugado la vida en numerosas ocasiones y su juego, últimamente, ha dejado de ser una metáfora literaria para convertirse en una amenaza terrible e injustificable. La patria de Raúl es la Literatura y esa nación se asienta en el territorio de la Libertad, en donde otros muchos confluimos desde ámbitos diferentes . La patria de Raúl es de acceso difícil y esforzado. El territorio en donde se asienta, por el contrario, es abierto, aco gedor y accesible a todas las gentes de buena voluntad. Sería insólito, pero deseable, que todos pidiéramos asilo en el territorio en donde se asienta la patria de Raúl.


El deporte en las novelas de R. G. G. En la foto, el equipo del Real Madrid de baloncesto juvenil de 195?, en la cancha del frontón Fiesta Alegre, antigua sede social del club. Raúl es el primero por la izquierda de los que están de pie. Como buen deportista, los deportes están presentes de forma casi constante en sus novelas, son un modo de entender la vida y con ellos traza un paralelismo fuente de inagotables imágenes. La anécdota deportiva siempre se utiliza como metáfora del conflicto argumental (superación , catarsis, transferencia, etc.), valga de ejemplo la canasta contra los Crazy Dogs en Escrito en un dólar. La canasta, el momento de encestar, es imagen que se reitera en varios títulos. Memorables son el concurso de sokatira en Cacereño, el campeonato de pala corta en La costumbre de morir, la partida de tenis en Copenhague no existe y la Vuelta a Francia que a punto está de ganar el Tigre de Eibain en Hipótesis. Su libro de viajes Castilla en canal es la gran apología del senderismo. Yen su última novela, El otoño siempre hiere, la peripecia de «el gol del cojo» se inserta como punctun focal de toda una biografía. Las citas referidas a deportes varios no son infrecuentes en su obra, s irva de muestra el apotegma: «El golf es el fin » .



Las llamas de un incendio *

Raúl Guerra Garrido

Llamas como blasfemias de fuego. Cuando a las cuatro de la mañana suena el teléfono, la desgracia ya es inevitable. Primero llamó la central de alarmas , después la policía municipal, casi de seguido los bomberos, algo más tarde la policía autónoma y a continuac ión debieron de llamar muchos amigos con los que me fue imposible hablar porque ya no estaba en casa. La farmacia, sita en el número diez de la calle Arrizar de San Sebastián, ardía por sus cuatro costados, los dos que conforman esquina urbana y los dos que se apuntalan en el interior del edificio. Lenguas de fuego escupiendo su viscosa lava sobre bálsamos y jarabes. Por las ventanas de los primeros pisos salían bocanadas de humo nauseabundo y gritos desgarradores, los ertzainas estaban desalojando a los vecinos. Atravesé la cinta con que se suel e limitar la escena del crimen y me vi rodeado de variopintos uniformes e insignias; me pidieron algunos datos y me cedieron un a escueta información: «Cuatro hombres jóvenes, encapuchados, huyeron haci a el puerto». Toda la noche oyeron pasar pájaros, una deflagración tras otra mientras reventaban los envases de extractos, elixires y productos químicos. Se interrogaba, más bien se tranquilizaba, a posibles tes tigos. No detendrán a nadie, nunca lo hacen. El perito del consorci o de seguros avanzó su pronóstico: «siniestro total». La lonja que fu e oficina de farmacia semejaba un horno crematorio. Traté de ingresar en ella, no sé muy bien con qué intención, la de salvar el recetario o secuestrar algún recuerdo, pero me sujetaron por los hombros, me hicieron un blocaje de rugby y al 11 quedé inmóvil, contemplando cómo los bomberos salían del local tosiendo como perros a pesar de sus máscaras antigas. Sus botas chorreando el espeso Napalm de los medicamentos derretidos. El cartonaje de los envases azuleando las

* Capítulo de la obra en marcha de título provisional Cuaderno secreto.


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llamas, jugando a cometas con las ce nizas. Ni un papel de muestra. Fichas, recetas, formularios, farmacopeas , revistas, todos los papeles cenizas voladoras. Así salió de mi vida el cuaderno del abuelo intitulado Personalia. No esperé a que las llamas se apaciguaran en humeantes rescoldos , con su calor abrasándome la espalda y la esperanza abandoné aquel campo de desolación. Como quien se desangra. El fuego exterminador no había surgido meteorológicam ente del cielo sino de las manos de unos oligofrénicos a quienes algún canalla con poltrona política, y sueldo de los presupuestos ge nerales del Estado, había convencido de que lo heroico es nocturnidad y alevosía. «Misterios dolorosos del Santísimo Rosario , por los que están en el Infierno sin haberlo merecido»: es cita del abuelo. No habían atentado contra la farmacia sino contra su titular, por haber tenido la osadía de escribir unas cuantas novelas en donde todo parecido con la realidad, con la brutalidad cotidiana, era coincidencia inevitable. Por haberse opuesto a su irracionalidad en un foro cívico con el suficiente coraje como para gritar ¡basta ya! Porque al pensamiento escrito sólo saben oponer las pistolas, los puí'íos o, como en este caso , los cócte les molotov. Eran cuatro uniformados con Adidas, vaqueros Levi 's y pasamontaí'ías de Armani. Con barras de hierro golpearon en la blindada mirilla del servicio de urgencia , media hora larga de un ruido infernal, el de los golpes y la alarma, hasta que consiguieron abatirla ante el amedrentado espionaje de los vecinos a los que el estruendo había despertado. Fugaces miradas a través de rendijas. A partir de ahí la maniobra fue muy simple, un bidón de gasolina, tres cócteles moloto v y salir por piernas. Entonces sí, se abrieron las ventanas y sonaron los teléfonos. Quizá la vida de un escritor sea una guerra empedrada de continuas batallas perdidas e incierto desenlace. Quizá puedan de stru irle, pero si sigue escribiendo, jamás será ve ncido en la batalla ti na l. Quizá la vida de un farmacéutico debiera ser más tranquila , ciencia, conciencia y cojera detrás del mo strador. De entre tantas pérdidas, puede que la de lo s recuerd os del abue lo fuese la más dolorosa , al meno s sentimentalmente . La destrucci ón del ma nuscrito y los albarelos (Sangre draco , Opium. Raíz hipecacuana) la sentí como una fractura muy íntima. Una quiebra injusta e intolerable. Dolorosísim a. Cuando mi prima Nila. Augusta Petronila, me entregó el cuaderno no pude imaginarme su cruel destino. Mi interés fue só lo el de la lectura, pero ahora, bajo el resplandor de las blasfemas len guas de fuego , mi voluntad es perpetuarlo. rescatar su mcmoria esc ribi endo un palimpsesto, el de las evocacioncs del nieto so bre las anotac iones del abuelo. Scripla manenl, esa es la fuerza de la pala-


112 bra. A él le encantaría la idea y a mí me serv irá de consue lo, además de ser un placer. Aunque será un difícil recordatorio, son tantas y tan heteróclitas las heterodoxias anotadas. Esa extraña edafología de Magaz de Arriba, en donde sean cuales sean las semil las que se siembren todos los pimientos terminan siendo picantes, fenómeno que no se da en Magaz de Abajo. El sign ifi cado , si es que existe, de por qué de las casi cien vírgenes de las Angust ias que a lo largo del Camino de Santiago se alinean , sólo la del Camino de León y la de Cacabelos sostienen a Cristo sobre su brazo izquierdo. La inverosímil envergadura de la verga de Militos medida ante notario, veinte patacones en estado de reposo (más vale no calcu larlo en centímetros), que dejaría en ridículo al mismís im o cipote de Archidona, la polla récord. La exótica cartografía berciana por donde el arriero sufre y disfruta tentaciones varias en el tercer capítulo del Gil BIas de Santullán (no de Santillana), la novela picaresca de Lesage. E intercaladas en una pági na sí y en otra también , sus no siempre oficinales pero sí magistrales fórmulas para sobrellevar la enfermedad y resguardarse de la intem perIe. Esos cuatro j ó venes de cerebro rapado y Rh negativo , aspirantes a una Magnum de 9 mm Parabellum , saben que nada fascina tanto a su s mayores como un auto de fe libresco , la quema de libros como sím bo lo premonitorio del tiro en la nuca a periodistas , filósofos , poetas, infame turba de escribidores. Un intelectual muerto , eso es hac er patria. ¿Con qué nombre calificarlos? En un capítulo recogía el abu elo los alias más populares del Bierzo, apodos para todos los gustos. De los motes peyorativos recordé Merdán, Malapinta, Mangabragas, Pocopeito, Poucapolla, Lebiorrachao, Caquito , Cobardón , Marraná n, Mam acochas , Puto , Dienteputo , Putriquín , Perrachica, Meao, A lma seca ... Sin duda alguna el que mejor casaba con sus carenci as era e l de A lmaseca . Cuatro almas secas emulando las hazañas del Farenheit 451 de Bradbury. En su día les dio ejemplo Jon Castañares, alcalde nacionalista de Bilbao , quemando todos los vo lúmenes del Epi/afio del desalmado Alcestes Pelayo, de J. J. Fernández de Retana, po r co ns iderarlo antipatriótico. Estos cuatro encapuchados o sus facs ímil es , los clonan , habían incendiado en múltiples ocasiones la librería Lag un , hasta conseguir su cierre definitivo , y ahora acababan de incin erar el Personalia de don José Garrido Ojeda. Atónitos comprobarán su resurrección en este Cuaderno secreto y todo lo más q ue puede ocurrírseles es echar mano de nuevo a la gasol ina. Pero tendrán qu e echar mano de algo más sólido si quieren evitar que siga publ icando libros, alguno de los cuales sí les va a concernir.


113 Es tan dura la realidad que contarla siempre parece exageración. Es éste un tiempo difícil de creer para quien no viva en las Vascongadas. ¡Si hasta para animarnos recurrimos a las canciones de la resistencia antifranquista! Al amigo BIas: «Temblando está tu nombre en un papel. Vendrán por ti, por mí, nos matarán a todos». Ya han matado a dos amigos míos veteranos luchadores por la libertad , pero no vaya renunciar a nada, ni a la memoria del abuelo ni a ninguna otra, porque quien teme padecer padece ya lo que teme: tener miedo no es cobardía, sólo es cobarde quien se doblega. Abomino a los sicarios y a sus cómplices instalados en las poltronas parlamentarias que, cual Groucho Marx en las carreras, suelen dirigirse al pueblo preguntándo le: «¿a quién vas a creer, a mí o a tus propios ojos?». Pero más me repugnan los ciudadanos de la mayoría silenciosa que no creen en sus oj os y simulan no enterarse de lo que a su alrededor sucede; en una situac ión límite e injusta, el neutral es el más canalla de los cómplices. En un tiempo así, ¿quién habla de victorias?, lo importante es so brevivir. Pero no en silencio, «nos queda la palabra». Me veo de muy niño, espiando al abuelo en la rebotica. Huele a alcanfor y bálsamo de Tolú. Escribe con parsimonia, insinuando una leve so nrisa, quizá esté rememorando el veraneo en el San Sebastián de cuando la ciudad era le criterium des élegances et des plaisirs y los fuegos sólo artific iales. La playa, los restaurantes, pero sobre todo, como buen berciano, la ruleta del Gran Kursaal. Me veo hoy, con pecas en las manos, en mi estudio tan próximo a los cubos del Kursaal , a punto de iniciar este cuaderno, e insinúo una muy diferente sonrisa. El incendio de aquella noche, la del 21 de julio de 2000, clausuró la saga farmacéutica de los Garrido. Jamás imaginé una jubilación tan llamativa. CITAS FUERA DE TEXTO - Haz siempre lo que temas. - Ser original es cada día más difícil, todo está plagiado. - La propiedad intelectual es la única propiedad que se socializa en todo el mundo porque jamás los políticos escrib ieron algo que mereciese la pena. - Una ciudad no existe si su nombre no es un rostro de mujer. - Manzana no es el femenino de manzano. - En una situación injusta, el neutral es un cómplice. - Más falso que un seguro de vida. - El problema no es si existe vida después de la muerte sino si existe después del nacimiento.


114 -La libertad quizá no exista, pero sí existe un camInO hacia la libertad. - La curiosidad es el común origen de arte, ciencia y placer. - La primera parte del Quijote y el segundo principio de la termodinámica no son incompatibles. - Un amigo es alguien con quien puedes enfadarte a diario. - La novela se nutre de la mentira, pero no soporta el error. - Puedo creer en un escritor que no escriba, pero no en un escritor que no lea. - Si la meta es el éxito público, el éxito es un íntimo fracaso. - No hay estímulo como un «prohibido el paso» a tiempo. - El asesinato de un intelectual es la eutanasia política del sicario. - Poesía o cómo alfabetizar un suspiro. - Novela o cómo transformar la ficción en realidad. - Cine o cómo traducir la imaginación a imágenes. - El cineasta inepto recurre a los efectos especiales, el político vis ionario a la violencia. - Nada más peligroso que vivir ... - El horno sapiens es un animal copulativo: es esto y aquello y lo de más allá. Sólo los integristas son disyuntivos: son esto o aquello. - Por encima de la libertad de expresión está el libre pensamiento. - Ser tan individualista como solidario. - Lo mejor del hombre es la mujer (tamb ién lo supongo a la recíproca). - El otoño siempre hiere.



116 BIBLIOGRAFÍA DE RAÚL GUERRA GARR IDO Las obras se en um eran por ord en crono lógico de su primera ed ic ión. Entre paréntesis figura e l núme ro de ediciones, que no siemp re correspo nden a l m ismo se ll o editoria l.

NOVELA -

Cacereño. Alfaguara. Madrid . 1969. (5" ed ic.). ¡Ay' Richard Grandío. Oviedo. 1972. (2." ed ic.). Hipótesis. Destino. Barce lona. 1975 (2: edic.). Pluma de pavo real, tambor de piel de perro. G rijalbo. Barce lona. 1977. Lectura insólita de El Cap ital. Destino. Barcelona. 1979 (8: ed ic.). Copenhague no existe. Destino. Barce lona . 1975 . (3.' ed ic.). La costumbre de morir. Cátedra. Madr id. 198 1. (3." ed ic.). Escrito en un dólar. Planeta. Barce lona. 1983. (3: edic.). El año del lVolfram. Planeta. Barcelona. 1984. (7.' edic.). La mar es mala mujer. Mondadori. Madr id, 1987. (7" ed ic.) . La carta. Plaza-Janés. Barce lona. 1990 . (3." edic.). El síndrome de Scoll. Espasa Ca lpe. Madrid . 1993 . (2." edic.). Tantos inocentes. Espasa Calpe. Madrid. 1996. (2." ed ic.). El otoño siempre hiere. Muchnik . Barcelona. 2000.

NOVELACORTA -

La sueca desnuda. Noega. G ij ón, 1983. (2." ed ic.). Micrófono oculto. Mondador i. Mad ri d, 1989. (5: edic.). Dulce objeto de amO!: Mondadori. Madrid, 1989. (3." edic.). Viaje a una provincia interior. Ámbito. Val lado lid, 1990. (2.'1 ed ic .). Miento. Huerga & Fierro. Madr id, 2001.

RELATOS - «Cacereño». Antología Premio Ciudad de San Sebastián. Veteres. S.S., 1967 . - «La balada de Napalm». Antología Hucha de Oro. Conf. Cajas de Ahorro. Madrid, 1968. - «Cinco litros dc sangre». Ant. Hucha de Oro. Conf de Cajas de Ahorro. Madrid, 1970. - «Co n tortura» . Papeles de Son Armadans. Febrero, 197 1. - « El hombre cosificado». Revista de Occidente. Octubre, 197 1. - «Me machacará». El Urogallo. Marzo, 1973 . - «E l círculo vicioso». Oarso, 1973. - «Phallus implldicus ¡¡. IÍlamo . Febrero, 1974. - «Vacaciones prohibidas». Antología I-Iucha de Oro. Conf. Cajas de Ahorro. Madrid, 1974. - «La heíencia del Nobe l» . Oarso, 1974 . - «604.800». Kllrpil. l. 1975. - «Por qué di sparé». Pasargada. l. 1976. - «La trata de Blanca Muñpz». Revista de Occidente. Nov iembre, 1976. - «S úper hasta arriba». Om'so, 1976. - «E l niño pobre». Deia (22- 12- 1977). - «Vida y muerte de un fumador de pipa» . Nueva Estafeta Literaria. Julio, 1982. - «Las voces de sus amos». Cuadernos Hispanoamericanos. Septiembre, 1983 . - «E l suc io vuelo de la tortura» . Radio Nacional de España, 1985.


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Anto logías personales: - Con tortura. Ciencia y Cultura. Madrid , 1977. - Obra corta completa 66-79. Ediciones Vascas. Donostia, 1979. - La sueca desnllda. Noega. Gijón, 1983. - Antolog ia de cllentos. Cl ub Internacional del Libro. Madrid, 1984. - Micrófono oClllt o. Mondadori . Madrid , 1989. - Alllérica. I-[uerga & Fierro. Madrid, 1994.

EN SAYO Y VIAJES -

Medicalllentos espaPíoles. Dopesa. Barce lona, 1972. El telemirón. CA P. Donosti a, 1982. Mis más bellas derrotas. Libertarias. Madrid, 1994. Esto no es IIn ensayo sobre Mir ó. Marfil. Valencia, 1994 (2." edic.). La mllga en el hori::onte. BBK. Bilbao, 1996 (2." edi c.). Castilla en canal. Muchnik. Barcelona, 1999. (4." edic.).

\U DIOVIS UA LES f//llje r. -

El sllcio vllelo de la tort llra. Vi sión para un rad io-teatro del cuento «Con tort ura». Terranova . Cogui onista de la seri e de telev isión basada en la nove la La lIl ar es lIIala

Dirigida por Ferrán Ll agostera. El aPío de l 1Volfram. Cogui oni sta de la versión cinematográfica de la nove la del mismo título. Director: Miguel Hermoso. En producción.


solos . pero se defienden entre todos.

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II

DE VARIA LITERATURA

GÓMEZ DE LA SERNA ENTRE LA MUJER Y EL PAISAJE

Juan Manuel González LA BOHEMIA MODERNISTA

Pedro 1. de la Peña CONVERSACIÓN CON DULCE CHACÓN

Manuel Quiroga Clérigo FERNANDO MARTÍNEZ LAÍNEZ, PREMIO «GRANDES VIAJEROS»



Gómez de la Serna entre la mujer y el paisaje

Juan Manuel Gonzalez

La disparid ad y la amplitud so n dos de las características básicas de la obra de ese pequeño-gra n genio que fue Ramón Gómez de la Serna. Siempre atado a un deseo de vanguardismo, y siempre tan favorec ido por la acog ida de públicos selectos co mo torpedeado por los núcleos de poder, Gó mez de la Serna ha quedado inevitablemente co nfi gurado co mo uno de los autores más originales e imprev istos de nu estras letras contemporáneas. Por ello, y por los registros tan diferentes que pueden ha llarse en su obra, hacer valoraciones totalizadoras de ésta resultaría hoy tarea agotadora y hasta cierto punto pretenciosa y casi ridícula. A l margen de a lgunos estudios acreditados, entre ellos Ramón y las vanguardias, de Fran c isco Umbral , y Ramón Gómez de la Serna en sus obras, de José Camón Aznar, es difícil encontrar aproximaciones rigurosas y creativas a l legado ramoniano en su globalidad. En consec uencia, suele ser más reco mend able acercarse a éste a través de observaciones sob re a lguna de sus múltiples parcel as y recovecos. Uno de esos territorios acotados en los textos de Gómez de la Serna es la peculiar relació n que é l establece entre la muj er y e l paisaje, en línea con un tardomodernismo que el trabajo creativo del escritor termina por superar pa ra adentrarse en los confines del surrealismo. Co n una estét ica que nos parece primero a trechos deudora del trasfo ndo de la escenografía prerrafae li sta, y también de la plástica de Romero de To rres y otros si mbo listas sure ños, y desp ués lindera con los ens ueños y pesadillas de la mexicana Frida Ka hl o, Ramón Gómez de la Serna enlaza un a percepción sens ual y mórbida de lo femenino con el goce placentero de paisajes personales, ya domesticados y umbríos, ya solemnes y enjutos, pero siempre etéreos, metafísicos y nostál gicos de la fert ilidad libre, si n cercas, co nve nc iones, moralinas ni arriates. Uno de los textos tempranos de Gómez de la Serna que muestran la inclinación hac ia la muj er es «A lm a», publi cado en Prometeo el año de 19 11. Co nceb ido como un ca nto al desnudo femen ino, este trabajo se conforma a modo de pausada y acaric iante de scripció n paisajística de un des nudo de mujer. Una descripción que va recorriendo todo el cuerpo desde la cabeza a los pies, co n frases de factura tan s ingular como las


122 dedicadas a las caderas, «res piración a la angostura de la cintura, son so l itarias, testarudas y cometen adulterio sin di stinción, con una constancia inusitada», o a los senos, «dos caracoles dichosos que sacaran sus cuernos canelas y retraídos al so l». En realidad, y además de servir de gé nes is a su posterior libro de Senos, «A lma» es una visión muy peculi ar del ay untamiento entre lo es piritual y lo carnal, con especial detenimiento en unas sec uencias de se nsualidad «mística», y algún que otro detalle relativo a una transgresión de tono panteísta, surgido éste últim o al comparar la materialidad del desnudo femenino con elementos como e l agua y el aire. La li gazón entre paisaje y mujer se conjuga claramente en el volumen titulado Tapices, ed itado en 1913 y cuyas pág inas se reúnen varios ensayos breves. El principal de éstos, denominado Moguer, ofrece un ensueño en el que su autor se inventa -con resonancias estilísticas de Gabriel M iró- un supuesto Moguer, lleno de contornos vegetales, y por dond e pasea con una luna «co mo un empa rrado de esos que abovedan una gran distancia, muy tupido y muy racimado de plata». El narrador penetra al a lba en ese Moger ideal, tras esperar al clarear en un jardín, y percibe a la población como un tapiz sereno y seductor. Para é l todo está repleto de jardines, lleno de plazoletas y arbo ledas, mientras se a leja el plenilunio. En esta ciudadela de belleza sosegada tamb ién mora un misterio sedente, y junto a éste las mujeres, vírgenes o semivirgenes modernistas de negro o gris plata, que esparcen su sexo por el CÍrculo de paisaje. Con sus pechos recubiertos de terciopelo oscuro, con el cabello suelto y el rostro tocando los cristales de los ventanales de los palacios . . . Después de Moguel~ en este mismo Tapices Gómez de la Serna retorna a comb inar la noción de cuerpo --en esencia femenino- con una descripción propia de trazos de paisajismo, dentro del texto llamado El misterio de la Encarnación. Aqu í el escritor lleva a cabo una especie de estud io fisiognómico , deteniéndose en segmentos del cuerpo, caso de la mirada: «somos el ámbito de la mirada, nada más», las manos, que para él reúnen el sentido de l crimen y de la caricia, o la boca, que desgarra y «se siente como el com ienzo de una gangrena que se propagara». Tras estos apuntes necesarios para fOljar su estética dual entre muj er y pai saje, Ramón Gómez de la Serna ap lica buena parte de su visión al respecto en la novela El secreto del acueducto, publicada en 1922, y en la que al ca lor de un homenaje personal a Segov ia quedan de manifiesto paralelamente muchos de los claroscuros, luces y tinieblas, de la Castilla contemporánea. En esta novela -tal y como subrayó en su momento Camón Aznarel acueducto es entrev isto simbólicamente a modo de «entrada princi pal


123 de Castilla la Vieja» y a la vez «portada para el futuro». Símbo lo, pues, de tradición y modernidad, esta obra romana s irve además de umbral a toda una serie de descripc iones y estampas de paisajes humanos y artísti cos de la ciudad: desde la catedral y la feria del Azogejo hasta el convento de c lausura de las carmelitas descalzas . Yen el núcleo de la narración y de esos paisajes se halla la mujer, en su aspecto más infiel y peliurbador, junto a un aparente protagonista con tintes de funcionario y fragmentos de hidalgo pobre: el segoviano Pablo. Fuelie y solitario -con mujer distante e hija monja-, este «protagonista» habla habitualmente con el acueducto, apuntando en su cuadernillo de hule negro las meditaciones que le sugiere el monumento, algunas tan logradas como las que hacen referencia a que éste y «s us piedras de poros abielios y como impregnadas son las esponjas del tiempo », o su consideración como «gran cordillera de arcos» o «cedazo del tiempo», e incluso la afirmación de que «e l cielo se esmalta con azul vidriera de catedral al pegarse a sus ventanas». Fe lizmente viudo, el viejo recobra su sexualidad y se une a su so brina, la cual al cabo se desliza hacia el adulterio y le traiciona; momento en el que Pablo encuentra únicamente cobijo en la locura y su enfermiza adicción al antiguo monumento romano y sus secretos. Así, el paisaje de la ciudad en sus diversas secuencias se funde con uno de sus escenarios clave, el acueducto, para aliarse a una figura sensual de mujer y co nveliirse ambos en eje de la novela y justificar su trama. En realidad, las consideraciones primero modernistas y luego surrealistas de Gómez de la Serna acerca del paisaje y de la mujer se alimentaron inicialmente de su proximidad a un a de las variantes del simbolismo europeo : el prerrafaelismo británico. Afición ésta -poco divulgada- que compartiría con Valle-Inclán, Miró, Salvador Rueda, Manuel Re ina, Amado Nervo, Ricardo León y hasta el joven Unamuno, y qu e manifestó con claridad en su ensayo de 1913 Ruskin el apasionado. Es éste -como adelanta su título- un texto hermosamente partidario, un a especie de biografía apasionada del crítico y pensador británico , de las más documentadas y paradójicamente menos científicas de las construidas por Gómez de la Serna. Se abre con un magistral capítulo , El cuadro, en el que se describe el amb iente y paisaje de un puerto , donde se desarro llará la biografía. Luego habla de la infanci a de un niñ o a l que su madre había dedicado a Dios antes de nace r, que poco a poco cobra visos de héroe romántico y -en la estela de Byron y tantos otros- recorre Europa para formarse. Con el pretexto de evoca r la personal idad de John Ruskin , su amor inacabado con una joven prematuramente muerta y la pro pia desaparición final de aquél frente a un ocaso, nuestro escritor defiende la sencillez «primitiva» de Giotto y la posterior actua li zació n


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de ésta a cargo de los prerrafaelistas. A partir de tal declaración estética, Gómez de la Serna menosprecia a los pintores del paisaje por el paisaje; realza a Turner, y resalta la técnica y el espíritu de las cabezas visibles del movimiento prerrafaelista: recuerda a Dante Gabriel Rossetti que, al ser también poeta, «compone como un retablista literario», y a William Holman Hunt, quien funde la tradición lírica y la veta histórica, a Sir John Everett Millais, combinación de serenidad y vitalismo, y a Sir Edward Burne-Jones, el pintor más dramático de todos ellos, que engarza la luz con cauces sólidos y narrativos. Y lo que es más importante: advierte que en los prerrafaelistas hay impulsos anteriores y posteriores al tiempo de cada cuadro, es decir, que, junto a la captación de lo eterno que hay en el presente, recogen tanto sabidurías y pálpitos precedentes como premoniciones y visiones de futuro; todo ello mediante una intuición simbólica y artísticamente multidisciplinar, propia de lo poético en su acepción clásica. Una intuición que, como ocurre en gran parte de los mejores textos de Ramón Gómez de la Serna, tiene a la mujer, mitad es píritu, mitad sexo , y al paisaje, al tiempo telúrico e inmaterial , como entramado , gozne y sedimento del trabajo creativo.


La bohemia modernista

Pedro 1. de la Pe Pía

Una de las etapas que más interés ha despertado en la literatura española ha sido precisamente la transición entre el siglo XIX y el siglo XX. Esa etapa es la llamada «literatura finisecular», en la que se han derramado ingentes montañas de tinta especulando sobre distintos aspectos como son las fronteras entre el modernismo y la generación de l 98, las crisis literarias estéticas y políticas sucedidas a partir de la Guerra de Cuba y la caída de la Restauración y, por supuesto, el clima cultural nuevo que se produce como resultado del desprestigio del li beralismo y de la estética realista a la que dio lugar. La huella de todas estas polémicas y discusiones obligaría a perderse al más erudito de los investigadores. Por eso es necesario centrarse en alg unas de las tendencias más caracterizadoras de esa generación tan significativa del fin de siglo, como puede ser la actitud bohemia que mantuv ieron muchos de sus más distinguidos representantes. Tampoco la bohemia es una novedad en los finales del siglo XIX. Ya la generación romántica conoció al tipo de poeta marginal que luchaba po r un pequeño reconocimiento literario a costa de la comodidad de su prop ia vida. La existencia de algunos de nuestros románticos sería un exponente de esa actitud. Y me vienen, a bote pronto, personalidades de amarga vida como pudieron ser el Padre Arolas, Enrique Gil y Carrasco, Pab lo Piferrer etc., y, desde luego. los dos máximos representantes del romanticismo español: José Zorrilla y José Espronceda . La obra de Murger La Bohemia, que el músico italiano Puccin i tras ladó a la ópera, es un reflejo muy conocido de ese modo de vivir a la intemperie en el que se po'nen de manifiesto bastantes de los condic ionamientos negativos que tuvo que soportar el mundo del arte y la li te ratura en su lucha por la supe rvivenci a , Lástima que los modernistas no tuvieran en cuenta el punto de vista del propio Murger, expresado en el prólogo de su libro como un axio ma en donde dice:


126 La bohemia ignorada no es un camino, sino un callejón sin sa lida. Es convertir la vida en una quisicosa que no conduce a ningún fin. Es una miseria embrutecedora en medio de la cual se exti ng ue la inteligencia como una lámpara en una habitación sin ai re; donde e l corazón se petrifica en una misantropía feroz y donde las mejores naturalezas se convierten en las peores. Si se tiene la desdicha de permanecer en e lla por largo tiempo y de internarse demasiado en este laberinto, no se pu ede salir ya de é l o se sale por brechas peligrosas l

E l en lace de esta bohemia con la cultura antib urg uesa de finales de l siglo XX es manifiesto. Ya desde la primera ge neración de ros modernistas españoles, surgida hacia 1885 con poetas como Manue l Rein a, Sa lvador Rueda o Rafae l Gil , se manifiestan postulantes de un a idea de arte puro que arremete contra las sec ue las del naturalismo y busca una expresión espiritual, inquieta y vital ista que les libere de las ten dencias cotidianas. Esa actitud no sólo se mantendrá a través de la revista La Diana sino que se profundizará en e ll a de manera insi ste nte en los distintos ecos portavoces del modernismo, como Renacimiento, Elios o Juventud. Las voces de nuevos e inspirados creadores como Francisco Villaespesa, Emilio Carrere o Valle-Inclán estarán impregnadas de esa admiración hacia los prototipos del bohemio que encarnaba un personaje ta n real como insól ito : Alejandro Sawa. Claro que hay que distinguir entre dos tipos de bohemia radic almente distintos. Murger llama a los bohemios de a lta clase social «afi c ionados» . Un bohemio aficionado es un señorito rico disfrazado de pobre , que se esfuerza en pasar las miserias de los artistas por encontrar en ellas no se sabe qué maravillosos aspectos de la felicidad y que está dispuesto a imitar e l ab ismamiento y la dureza de una vida mi se .. rabie como un ejercicio ascético en e l que se complace y del que saca una experiencia insólita de la v ida. Pero junto a esa bohemia aficionada, existiría esa otra implacab le rea l, en donde las mínimas necesidades son negadas al creador al no reconocerse su talento sino después de un a penosísima intemperie q ue frecuentemente acaba con la vida del art ista antes de que su obra sr va lore moralmente o se cotice econó micamente. Es esta segunda

Murguer Henri : La Bohemia. (Cásicos Universales. J. Pérez del Hoyo Ed. Madrid 1969 , pág. 15).

1


127 bohemia la que aquí nos importa, aunque la primera no esté tampoco carente de interés sociológico . El rastreo de ese modo de vivir puede seguirse a través de una extensa bibliografía en la que podemos destacar las memorias de Pío Baroja, los esperpentos de Valle-Inclán, o las numerosas referencias de los propios coetáneos como pueden ser Ramón Gómez de la Serna, Carmen de Burgos, Pedro Barrantes, Luis Bonafoux, etc. Si alguien quiere conocer una bibliografía más reciente y suficientemente explícita y monográfica sobre los temas esenciales de la bohemia, sin duda debe remitirse a algunos textos relativamente recientes como son las referencias de Rafael Cansinos-Assens en sus tres tomos de La novela de un literato (Alianza Editorial, Madrid, 1982- 1987), el libro de Jo sé Esteban Los proletarios del arte (Celeste Ediciones, Madrid, 1998), o las biografías más o menos apócrifas de algunas figuras secundarias de ese Madrid paupérrimo que se analizan en el libro Desgarrados y excéntricos (Biblioteca Breve, Editorial Seix Barral , Barcelona, 2001), de Juan Manuel de Prada. Esta bibliografía nos introduce en los personajes más caracterizadores de ese aguafuerte que fue la bohemia finisecular. Allí encontramos a poetas como Pedro Luis de Gálvez, Heliodoro Puche, Fernando Vi llegas, Alfonso Vidal y Planas, Xavier Bóveda, Felipe Sassone o, el más miserable y triste de todos los desahuciados: Armando Buscarini. Independientemente de la calidad de estos artistas, lo que nos interesa es su actitud . En un momento en que los hermanos Quintero suponían la fotocopia falsificada de la alegría burguesa, los poetas modernistas nos presentaban la otra cara de la luna: la vida de la prostitución , el alcoholismo, la hamponería, el dolor de los hospitales , los manicomios y, definitivamente, la muerte. Entender esta actitud del modernismo como simple «golfemia» , ería una simplificación banal. Los modernistas no representaban en su arte sólo la escabrosidad y la mugre , sino precisamente la poes ía rjue surgía de esos ambientes miserables. Poemas como «La musa del arroyo » o «Barrio latino matritense» serían esencialmente [la plasma~ ió n artística de] una actitud que pretendía sacar lo más hermoso de la vida de las esquinas más turbias de la existencia. Y esa conjunci ón de 10 desolado , lo patético y lo triste elevada a poes ía terminaría por cuajar en un alegato tan impresionante como El mal p oema dond e Ma nu e l Mac hado hace su retratol de poeta de cadente 2 En ese texto se con-

2 Mac hado , Manuel: El Mai Poema (ed. Lui sa Coto ner, Editori a l Mo ntes in os, Barce lona, 1996, pág. 102) .


128 densan todas las enseñanzas que casi un cuarto de siglo de poesía ha ido dejando como saldo en el vivir madrileño que va desde 1885 a 1925 , fecha en la que ya se atisba a la generación del 27. Desde entonces podemos hablar de dos hechos significativos: que el modernismo intentó sacar poesía de la prosa de la vida cotidiana. Ennoblecer, co n . su altivez y su desdén , el mundo de lo miserable y lo canallesco . Pero también que el modernismo no sólo se representa por esa falsa belleza de los «poetas madrileños», sino que, como muy bien expresó Cesar Vallejo, los modernistas fueron auténticos «Heraldos Negros» llenos de lúgubres pesadillas. A partir de ahí podemos hablar de un auténtico placer por el horro r y su náusea que en su día llamé El feísmo modernista (Hiperión , Madrid , 1989). En ese libro publicado sobre este tema monográficamente , se hace una recopilación de poemas escritos sobre las cárceles, las mancebías , los hospitales o los cementerios , que son un a auténtica representación de todo lo sórdido que puede ofrecer la vida, desde las tabernas más agonizantes hasta los pálidos mercadillos del amanecer. Esa decoración de negras orlas en torno a la poesía mantiene su vigencia a lo largo de toda la etapa modernista. Y la vemos reflejada tanto en el Himno a la carne, de Salvador Rueda, que es de 1890, como en el Ars Moriendi, de Manuel Machado, de 1921. E incluso hasta en el soneto dedicado al Salón de los Muertos, de Agustín de Foxá, que es ya posterior a la Guerra Civil Española. El siglo modernista es un siglo de sombra y luz, un siglo de claro oscuro como lo fue el propio barroco. Al dandismo, a las buenas maneras, a la elegancia chic de los modernistas burgueses que hab la de rosas , cisnes y cigarrillos turcos muy en la onda de un Luis Antonio de Villena actual hay que oponer ese otro modernismo sangriento y sangrante que nos hace ver, bajo el decorado del esplendor, las mi serias ocultas como heridas gangrenadas del incorformismo. E l modernismo no es por eso un manifiesto estético, no consiste en una simple alteración técnica del poema con nuevos metros y ritm os con búsqueda de vocablos exóticos, o con una actitud renovadamen te aristocrática. Es algo mucho más profundo: bajo el friso cosmopolita de un mundo de hermosa ficción a lo Rubén Darío, existe en el modernismo ese otro mundo de la juerga flamenca, el folklore prostituido, la reye rta callejera o la vomitona del alcoholismo, que son su otra turbadora expresión emocional. Poemas terribles como el «Canto a la gangrena», de Salvador Rueda, «Miserere», de Francisco Villaespesa, «Elogio de las ram e-


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ras», de Emilio Carrere, «Las amantes del miserable», de Juan Ramón Jiménez, «Ve latorio », de Pedro Luis de Gálvez, «La casa hosp italaria», de Pedro de Repide, «Desde mi soledad», de Armando Buscari ni , etc. serían una amplísima exposición de esa otra España que simulaba una ficción de alegría con la que enmascaraba la realidad de su tragedia. La bohemia modernista fue en realidad la radiografía profunda de la España tenebrosa. Esa España que Baroja retrató en su trilogía La lucha por la vida sin la menor piedad, y que desmoronaba, a partir del hampa y del suburbio, todos los universos ideales. Y que fue pintada por Julio .Romero de Torres o por Solana en cada una de sus dos vertientes, siendo esta última la parte más significativa del modernismo , por su inequívoco carácter de corrosión social. Pero es también, sin embargo, la menos conocida. Las revistas del modernismo bienpensante como Blanco y Negro reciclaron el modernismo dándole un carácter de actitud estética que salvaguardaba la belleza del arte como una isla en el mar de la vida brutal. Lo innegable es que, en realidad, el modernismo se origina a partir de la influencia de poetas como Baudelaire en Las Flores del Malo poemas como El Cuervo de Edgar Allan Poe. Su actitud malditista, contestataria, incluso antisocial es lo que más debemos poner de manifiesto para poder entender la grandeza de su denuncia. Los testimonios abudantísimos de la bibliografía ya mencionada vendrían a ser una perfecta manifestación de intenciones. Todo consiste en que sepamos entender la intención de la palabra «bohemia». y como se indica en el libro Los proletarios del arte: La verdadera bohemia no es vivir de una manera andrajosa y de extrema penuria (esto puede ser una de sus consecuencias), sino una condición espiritual, un aristocratismo de la inte li gencia. Se asume voluntariamente, porque el arte ll eva acompañado el dolor, o la malehur, que dijo Baudelaire. La verdadera bohemia se vive, por tanto, como experiencia marginaL Para los bohemios el tiempo no es oro, sino ocio artístico (lo que decía Rubén del tiempo de destruir y construir), culto a la belle za, búsqueda de «paraísos artificiales», bien con el alcoholo la droga. Es tomar una actitud profundamente antiburguesa, singularizarse y sentirse fuera de la mediocridad reinante. )

) Esteban, José y Zahareas, Anthony N.: Los Proletarios del Arte (Biblioteca Bohemia, Celeste Ed, Madrid 1998, pág. 12).


130 Las tintas ocres y los olores acres no son quizá lo mejor del modernismo , pero sí con toda evidencia su lado más reivindicativo. El oci o que conduce a la pobreza se entiende como algo mucho más digno qu e la pobreza espiritual del trabajo sin expectativas. Y de esa forma los modernistas fueron haciendo una poesía del subsuelo, desgarrada, morbosa, maldita como la misma vida que se obligan a llevar por su irrenunciable vocación literaria. Los barrios de Madrid vieron pasear insomnes bajo las farolas a estos ambulantes de la noche, a esta gentes sin casa y sueño y, por supuesto, sin cena, que sabían que su final era un hospital de caridad y un entierro en la fosa común. Mendigos y pedigüeílos de la gloria que ni siquiera obtenían la lumbre de unos pocos lectores aficionados, pero sí se convertían en la irrisión de todos los autores bienalimentados. En la macabra mueca de ese modernismo percibimos un fulgo r ceniciento que quizá no nos consuela pero sí nos identifica: un suci o escaparate en donde se muestran todas las carencias culturales y espi rituales de nuestro país. Lo soez no es lo que ellos denunciaban , sino el desprecio que merecían de los demás por su denuncia. Ante su gran deza humana empalidecen muchas obras de éxito que tuvieron de su lado a un público tan ciego ante las evidencias como secuestrado por las falacias literarias de la moda. La bohemia modernista fue , en definitiva, la mejor expresión para definir un siglo en decadencia que se inició con la pérdida de un imperio colonial y rebrotó con una terrible guerra civil. Esa guerra civil fu e la muerte del modernismo y también la muerte de esa bohemia que lo representó durante medio siglo.

Mirar el río hecho de tiempo yagua y recordar que el tiempo es otro río, Saber que nos perdemos como el río y que los rostros pasan como el agua. Sentir que la vigilia es otro sueño Que sueña no soñar y que la muerte Que teme nuestra carne es esa muerte De cada noche, que se llama sueño. El hacedor JORGE LUIS BORGES


Conversación con Dulce Chacón

Novela y Poesía describen univesos distintos

Manuel Quiroga Clérigo En este mundo de violencias y corrupciones diversas, siempre hay algún amor que mata, alguna tragedia particular arrinconando a seres indefensos. La escritora Dulce Chacón (Zafra, 1954) escribió una no vela titulada precisamente Algún amor que no maté (Plaza & Janés , Barcelona, 1996) donde una mujer, Prudencia, se configura como un se r sin futuro , como la víctima inexorable de una sociedad que permite crear seres enfrentados a su propia soledad, seres sin futuro. En su segunda novela , Blanca vuela maí1ana (Plaza & Jan és, Barcelona, 1997) otra mujer se ve en la necesidad de huir de l hombre al que amó y encontrar otra relación . Blanca ha vivido cerca de un a pareja que ha hecho del afecto más puro una delicada historia . Asi ste a la mu erte de Ulrike , ve cómo se desmorona Heiner, su compafíero, y, cas i s in darse cuenta, comienza a huir de Peter y, tal vez , de un as geog rafías poco cálidas, que van de Amsterdam hasta distintos puntos


132 de Alemania. Son los momentos de la caída del Muro de Berlín y todo ello va a llenar de metáforas la existencia de Blanca, que ve en la llegada de José algo cercano a los ámbitos de la pasión. Así es como la separación de Peter, el reencuentro con su hermana y sobrinos en Madrid y una vuelta a José , nos sitúan en un panorama de delicadas obsesiones para la mujer que busca alguna plenitud en su existencia. Dulce Chacón ha escrito varios libros de poesía, donde destaca Contra el desprestigio de la altura, que obtuvo el Premio Ciudad de lrún 1995, y ahora está empeñada en una trilogía narrativa, de la que son exponente las dos novelas citadas. Ello nos induce a reflexionar a su lado acerca de la «s ignificación de la obra literaria» , según expresión de Juan Ignacio Ferreras.

-Para una escritora que ya tiene cierta experiencia en el ambiente editorial, ¿qué es la novela? -Yo creo que la novela es la creación de un mundo, la recreaci ón de un mundo.

- Bien, ¿cómo comienza un autor a crear ese mundo, cómo se propone mostrárselo a los demás? -C uando se encuentra el tono de la novela, es cuando se comie nza realmente a escribirla, es decir, cuando el autor se encuentra a gusto con lo que está escribiendo, cuando los personajes comienzan a deci r cosas, en lugar de ser el autor quien les haga hablar.

-¿Se parte de la experiencia o el autor toma como punto de partida la imaginación, esa memoria que comienza a analizarse para ofrecerla al futuro lector? -Entiendo que al hablar de la imaginac ión nos referimos a mezc lar aquello que se encuentra en la memoria. La imaginación es para mí una mezcla de experiencias. De otra manera no existe. La originalidad consiste en mezclar unas ideas con otras.

-¿Existe alguna diferencia entre la novela escrita por un varón o una mujer? ¿ Ves tú alguna diferencia entre autor o autora? -No. -Yen cuanto a la elección de temas, desde las escritoras clásicas a las actuales, ¿encaran la historia con algún rasgo especial? -Yo veo a la mujer siempre abriéndose camino en el mundo literario. Pero tanto la mujer como el hombre tienen aún un largo trec ho que recorrer. En ese sentido sí puedo ver alguna diferencia: hay más hombres que mujeres que triunfan o han triunfado en la literatura.

- ¿De qué puede depender la mayor o menor aceptación de autoras o autores por parte del público lector? -Tal vez dependa de que sus personajes sean creíbles, identifica bles.


133 -¿No puede ser que en los grandes nombres, en los autores ya míticos, se abre paso la calidad, que nos fijamos más en el valor de sus obras que en el sexo de sus autores? -La aceptación de un mito, de un escritor mítico, tiene lugar cuando el lector comienza a reflejarlo en el mundo que ese escritor le ofrece. En ese momento es cuando el lector comienza a ser fiel a un autor, a un determinado autor, es decir, cuando ve que se puede encontrar a sí mismo en el libro que está leyendo. -¿La novela tiene mucho de amor, de afecto, o tiene mucho de vida, de realidad, de cuestiones cotidianas? ¿No será la novela una permanente lucha contra el olvido, usando un símil ahora que andamos entre poetas? -La novela tiene un poco de todo. Ha de contener amor y, por supuesto, los ingredientes de la memoria. - y, preguntando a la mujer que escribe poesía, ¿ cómo ves la novela que se escribe hoy, como una simbiosis entre la lírica y el mundo de la realidad o como algo diferente? -Tal vez la novela sea algo bastante diferente a la poesía. La novela me parece más bien el desarrollo de una idea. La poesía es todo lo contrario, es la síntesis de un pensamiento. Creo que poesía y novela describen universos distintos. La novela parte más de una historia, la poesía parte de una sugerencia. Supongo que se trata de mundos di stintos. - ¿Podríamos considerar a la poesía como algo fruto de la inspiración y a la novela más un asunto de trabajo, algo más elaborado y capaz de lograr una reconstrucción de esa realidad que el autor se impone al comenzar a escribirla? -No lo veo exactamente así. Se pueden escribir novelas inspiradas, aunque pueda existir poesía sin inspiración. La inspiración es algo que te tiene que llegar trabajando, como dijo alguien ... - Picasso. -Creo que es distinto el mundo creativo, el que surge en el momento de idear una historia. Ese momento creador es algo más largo en el mundo de la novela y, por ello, más complicado , porque a veces te pierdes. Pero a mí concretamente me resulta más difícil escribir poesía que novela, aunque me gusta más la poesía que la novela. - Vamos a tu obra en concreto. Tu primer título, Algún amor que no mate, tiene una especial protagonista, Prudencia, que es una mujer frente a todo. ¿Podríamos decir que, desde tu punto de vista, es así la mujer o tu protagonista es sólo una de las muchas mujeres


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que aparecen en los libros y en la vida, como ya es diferente el protagonismo femenino de Blanca vuela mañana, tu segunda obra narrativa? -Prudencia es una mujer, no es la mujer. Es una mujer que, desgraciadamente, existe. Cierto que cada vez existe menos, pero también puedo decir que, para mí, es muy real.

-y la figura del varón de tu primera novela ¿es también real o está un poco retocada? -Todos los personajes están retocados. Al fin y al cabo se trata de arquetipos, pero , también, son personajes que existen. En el caso de los varones, por ejemp lo, son varones que existen. -Siguiendo con Algún amor que no mate debo decir que me sor-

prendió una figura que es la de la prima, que a mi entender tiene un papel -muy cinematográfico- de sibila, de componedora, de celestina, de bruja casi ... -Sí, la prima es la gran cotilla, la gran cocinera, que cocina tod as las salsas , que lo mezcla todo. También es un personaje que existe, que está siempre cerca. -Tras Blanca vuela mañana y con la perspectiva de una tercera

obra, el interrogante sería: ¿ Tus novelas intentan tener una vida propia o pretendes que sean prolongación de determinadas cuestiones? -A lgún amor que no mata y Blanca vuela mañana se acaban en sí mismas, pero, efectivamente, forman parte de una trilogía, que es la trilogía de la huida. Prudencia se enfrenta al desamor y a la rotu ra de una determinada manera y, en el caso de las protagonistas de Blanca vuela mañana y del siguiente título, veremos historias de otras mujeres que se enfrentan a sus particulares circunstancias de manera diferente.

-¿ Te consideras feminista o, simplemente, una mujer que escribe, una escritora más? ¿ Qué sería para ti el feminismo? -Creo que no hay que poner adjetivos a las personas y muchísi mo menos a las profesiones.

-¿ Te parece que los ámbitos de la novela son extensos, amplios? ¿ Crees que hay grandes temas o que en cada obra todo queda circunscrito a la situación que va desarrollando un guión previo, una iniciativa concreta? ¿ Qué ideas tienes tú, por ejemplo, para contemplar la trilogía? -Tal vez el tema en la novela sea lo de menos. Es más importante cómo lo enfoca el autor, cómo se va contando la historia. Si hablamos de un secuestro lo podemos enfocar de distinta manera, sin embargo García Márquez lo ha enfocado de una manera paJiicular. Temas hay siempre . ..


135 ~¿ Qué obras te parecen ejemplares, qué títulos o nombres son a tu parecer dignos de ser destacados aquí y ahora?

-¿De la literatura española?

-Sí, pero refiriéndonos a la actualidad, al panorama más cercano, al que conocemos. Podría ampliarse la pregunta con la interrogación de si se escribe demasiado, se publica demasiado, vale la pena lo que llega a las librerías, qué autores merecen seguir teniéndose en cuenta. -Se publica mucho, pero tal vez sea necesario que así sea para que, luego, pasado el tiempo, quede lo que realmente merezca la pena, lo que realmente deba permanecer.

-y nombres, ¿ nos darías nombres, los de aquellos escritores considerados como tus maestros o quienes mejor representan una forma de escribir o de afrontar esa realidad que es la escritura? -Julio L1amazares es un escritor del que se puede aprender mucho. Augusto Monterroso es un magnífico cuentista. Luis Landero es un escritor a tener en cuenta ...

-y de mujeres, ¿podríamos anotar algún nombre especifico? -Las mej icanas me llamaron mucho la atención en un momento dado, por ejemplo Ángeles Mastretta ... - Tal vez por Arráncame la vida más que por Mal de amores ... -Sí, Arráncame la vida es una obra que me gustó muchísimo. También me impresionó Laura Esquivel con esa novela magnífica que es Como agua para chocolate. -Sin embargo, parece que su segunda obra, La ley del amor no res-

pondió a las expectativas que se habían creado en torno a ella. Y otras escritoras, aquellas que podrían considerarse portentosas, como Simone de Beauvoir, etc., ¿representan unos valores excepcionales para la literatura o se trata de casos aislados con determinadas particularidades? ¿Se considerarían un ejemplo para las demás escritoras o cualquier novelista puede ser ese ejemplo, en un momento dado o con una obra determinada? -No es preciso que nos fijemos en si es un hombre o una mujer quie n escribe, quien crea . Cualquier novelista puede llegar a ser un buen ejemplo.

-¿ Cómo ha tratado la crítica literaria tu trabajo? ¿ Trata bien, a tu juicio, las novelas escritas por autores primerizos? -A mí particularmente la crítica me ha tratado bien , demasiado bien .

-¿No ha habido alguien que haya destacado tus posibles defectos? -Sí, pero es importante que el crítico sea sincero.

-¿Podemos considerar a la crítica actual como seria y constructiva o como algo que se hace para salir del paso, cosa de gacetilleros?


136 - La crítica literaria tendría que ser un poco más analítica. Que el crítico no diga sólo si le gusta un libro, sino por qué. Analizar el estilo y otros aspectos de la obra en cuestión. -¿Crees que en España se lee realmente además de que la gente compre más o menos libros? -Sí, yo creo que se lee. De lo contrario no se publicarían tantos libros al año y las editoriales se dedicarían a otra cosa. -Terminamos con una pregunta personal: ¿Has dejado la poesía ahora que ya tienes dos novelas en las librerías? -No, no. Sigo escribiendo poesía. -Tal vez la poesía sea algo básico para un escritor, por esos rasgos concretos que tiene al ser algo que participa de la inspiración, de la memoria, de los sentimientos ... - Yo lo que deseo es que la poesía no me deje a mÍ.

[ ..} un libro es más que una estructura verbal, o que una serie de estructuras verbales; es el diálogo que se entabla con su lector y la entonación que impone a su voz y las cambiantes y durables imágenes que deja en su memoria. Este diálogo es infinito ...

JORGE LUIS BORGES


FERNANDO MARTÍNEZ LAíNEZ, PREMIO «GRANDES VIAJEROS» Fernando Martínez Laínez ha resultado ganador del Prem io Gra ndes Viaj eros 2001, convocado por Ed ici ones B y la compañía Iberia, con la obra Tras los pasos de Drácula-Las dos caras del diablo. El premio, que tiene una dotación de cinco millones de pesetas, más una vuelta al mundo en pasajes de Iberia, ha contado en esta cuarta edición con un alto índice de participación de autores españoles y latinoamericanos, con 122 originales presentados. En el acta del fa llo, el jurado exp licó que la obra premiada -que sal drá editada en noviembre- destaca por «la originalidad de la idea, la actua lidad del escenario sociopo líti co y el interés de un relato que nos interna en una Europa desconocida». Tras los pasos de Drácula cuenta el recorrido de Martínez Laínez por tierras de Transi lvania, donde se sitúan las andanzas del histórico príncipe Drácula, apodado el Empa lador, y el conde Drácula, figura mítica de la literatura y el ci ne, creado por la nove la de Bram Stoker. El autor, que cons idera a Drácula el mito más pers istente del siglo XX, ha declarado que el libro ganador es la clásica narración de un viajero que «llega a un sit io, cuenta lo que ve, y a la voz reflexiona sobre los acontecimientos histór icos que allí han suced ido, vinculándolos a la vida de ambos personajes, el Drácula real y el surgido de la ficción literaria» .


138

Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros,· hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua,· en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros. A lo largo de la historia el hombre ha soñado y forjado un sinfin de instrumentos. Ha creado la llave, una barrita de metal que permite que alguien penetre en un vasto palacio. Ha creado la espada y el arado, prolongaciones del brazo del hombre que los usa. Ha creado el libro, que es una extensión secular de su imaginación y de su memoria... .. .En las páginas iniciales del Quijote, Cervantes dejó escrito que solía recoger y leer cualquier pedazo de papel impreso que se encontraba en la calle. Cualquier papel que encierra una palabra es el mensaje que un espíritu humano manda a otro espíritu. Ahora, como siempre, el inestable y precioso mundo puede perderse. Sólo pueden salvarlo los libros, que son la mejor memoria de nuestra especie. JORGE LUIS BORGES


III LIBROS - RESEÑAS FÉLIX GRANDE:

TÉ CON PASTAS

José Luis MOI'ante

VÍCTOR ALPERI :

ENTRE LOS DIENTES DEL TIEMPO

Ramón Hernández

MIGUEL 1. CARRASCOSA: EL ALBAIcíN EN LA

fIISTORIA

Víctor Córcoba

RAÚL DEL POZO:

CIUDAD LEVíTICA

Enrique Domínguez Millán

mAN DE DIOS RUIZ-COPETE: NARRADORES ANDALUCES DE POSGUERRA

Francisco Vélez Nieto

JESÚS SOLANO:

TRAVESí/\ DE REGRESO

Ralllón Reig

ENRIQUE LENZA:

¿MERECíA LA PENA VIVIR Así? LA CÁ RCEL DE MIS SUEÑOS

Elisa Ralllíre;:.

TRAS LA HUELLAS DE CIRLOT Esther Barrololl1é-Pons

PROGRAMA DE AYUDAS ASISTENCIALES INDIVIDUALIZADAS DE CEDRO CONCURSOS Y CONVOCATORIAS



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FORMAS DE AMAR Félix Grande. Té con pastas. Ed. Regional de Extremadura. Mé.-ida, 2000.

Desde los primeros años sesenta, cuando obtuvo el prestigioso Adonais con Las piedras, Félix Grande (Mérida, 1937) ha sido una voz de primera línea en el devenir poético del último medio siglo, con entregas tan celebradas como Blanco Spiritual, Taranta, o Las rubáiyatas de Horacio Martín, Premio Nacional de Literatura en 1978. Pero la producción literaria de quien fuera durante más de una década director de Cuadernos Hispanoamericanos no podría entenderse sin prestar atención a sus obras en prosa, que agrupan ensayos, artículos de opini ón y narrativa. Té con pastas, subtitulado Cualro historias de amor, antologa ficci ones que proceden de libros anteriores. El primer texto , «Como una flor vieja», es una meditación crepuscular escrita en primera persona sobre el desgaste del amor. Un verso de Holderlin, colocado como pórtico del relato, preludia el clima refle xivo de un cuento escrito bajo formato epistolar. Desde la conci encia del desamor y en un tono autobiográfico, una mujer evoca una separación. Sus palabras rescatan una anécdota que justifica el miedo y el sufrimiento. Ambas heridas con servan un dolor extraño, nunca calcinado, que se va descomponiendo como una flor vieja. «Sara» desmadeja un triángulo amoroso en el que está presente la perturbación mental. Un psiquiatra, su mujer - una antigua enferma, zarandeada por la angustia- y un amigo --que también fue paci ente en el pasado y ahora es víctima voluntaria del deseo- son los tres vértices de un relato donde la locura, con voz autoritaria y prepotente, di storsiona planos, siembra espej ismos en los sentidos y conduce a un laberinto cuya naturaleza participa, al mismo tiempo, de sueño y rea lidad . Reiterativo y denso, el relato que da título al conjunto, «Té co n pastas», es un viaje cuyo punto de partida es la mem ori a. En 1967 una muj er enamorada se somete a un aborto. Des pués el olvido disfraza los ree ncuentros de normalidad. Aquel pasado común se va di so lviendo hasta que cada cita se convierte en una ceremonia burguesa para degustar un té con pastas, bajo el humo de lo que fueron. «El marido de Alicia» obtuvo en 1994 el Premio Fe lipe Tri go de narración corta y se publicó más tarde en Sobre el amol' y la separación.


142 Es un relato sobre el tránsito hacia la vejez y sobre el desconcierto que provoca suplantar identidades sucesivas. Una circunstancia física , las cefaleas, van erosionando la serena madurez de una convivencia que só lo encuentra en la huida del ahora un cierto bálsamo. Alicia es el pasa- . do , el placer de la carne, las expectativas de una felicidad perenne, su identidad perdida de muchacho. Es también la ternura y la certeza de una v ida en común en la que ya no hay descubrimientos sino complicidad ante tantos enigmas sin respuesta. E l nexo común de las narraciones es el amor, pero los puntos de vista desnudan al sustantivo de esa falsa grandilocuencia del romanticismo. La epidermi s del amor se con vierte en una materia de tacto complejo qu e res pira fisi ología y violenci a, dolor y placer, angustia y desengaño, emoc ión y co nflicto, sensaciones efím eras que acaban acumulándose en el callej ón sin sa lida del ti empo .

JOSÉ LU IS M ORANTE

El joven, ante el libro, se impone una disciplina precisa y lo hace en pos de un conocimiento preciso; a nús años, toda empresa es una aventura que linda con la noche. No acabaré de descifrar las antiguas lenguas del Norte, no hundiré las manos ansiosas en el oro de Sigurd; la tarea que emprendo es ilimitada y ha de acompañarme hasta el fin, no menos nústeriosa que el universo y que yo, el aprendiz. Elogio de la sombra JORGE LUIS BORGES


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Entre los dientes del tiempo Víctor Alperi Los días y las sombras. Diario. Ediciones K.R.K. Oviedo.

Excelentemente publicada por Ediciones K.R.K. nos llega una de las últimas obras de Víctor Alperi, titulada Los días y las sombras - o el final del siglo-, la cual adopta el fondo y la forma de diario (en este caso del emblemático año 2000), cuyas páginas se inician y concluyen con dos citas referidas al Tiempo del poeta uruguayo Herrera y Reissig. La primera alude a la mítica danza de las horas, presididas por el arcano dios de la fugacidad de todas las cosas; y la segunda, en versos desnudos de toda retórica, nos convida a considerar la banalidad de la existencia, convertida a la postre en estéril desierto. Dividido el texto en doce capítulos -correspondientes a los doce meses del afio-, e ilustrado con interesantes fotografías del autor, solo o acompañado de otros escritores, familiares y amigos, se nos ofrece como una crónica intensa e íntima, a menudo confesional, de la honda y compleja personalidad de este escritor asturiano y universal que, nacido en Mieres en las vísperas de la II República, habría de entregarse con vocación apasionada a la Literatura, a la par que, durante un tiempo, compatibilizara ésta con sus estudios de Medicina y Doctorado en Derecho. De él y de su pasión literaria podría decirse algo semejante a lo que, hablando de sí mismo, manifestara Oscar Wilde: «Libé en todas las flores que adornaron mis caminos y de su néctar quedome la agridulce fragancia de un placentero dolor». De su pluma ha nacido más de medio centenar de obras de narrativa y ensayo, a las que hay que añadir numerosas antologías, ediciones críticas, prólogos e innumerables artículos de prensa, principalmente sobre temas literarios y artísticos. Escritor de amplio espectro, Víctor Alperi ha obtenido diversos premios, entre los que cabe destacar el Premio Lengua Española, de la Editorial Plaza y Janés, por su obra Dentro del río, el Premio Ruta de la Plata de Periodismo, por su libro Viaje por la vieja ruta; y el Premio Hoz del Huécar, por su relato Cuenca, el viento y los recuerdos. Vasta trayectoria literaria que se inició en 1952, en Mieres , su ciudad natal, con el poemario La sombra y la llaga, en el que ya Alperi da muestras de ese peculiar estilo, aparentemente sencillo y directo pero que tiene sus más hondas raíces en un claroscuro de connotaciones existencia listas, no exentas de una difusa esperanza de carácter reli gioso . Características fundamentales evidentes en la mayoría de sus obras,


144 pero, de forma muy especial, en la que consideramos su mejor novela, La batalla de aquel gt:neral, editada en 1963 por Alfaguara, y por Plaza y Janés, en 1977 y 1978. Texto de amplios horizontes temáticos y estilísticos en el que Alperi, al tiempo que desgrana el devenir de una familia bajo un prisma muy similar al utilizado por Lampedusa en 11 Gatopardo, nos ofrece también el colatorio de una tesis hispánica plena de referencias históricas, cuyas conclusiones, a pesar de su lejanía, siguen teniendo vigencia y actualidad narrativa y argumental pues, como afirmara Proust, «sólo permanecen las ruinas y la nostalgia que su evocación nos produce». De cualquier modo, no parece oportuno enumerar todos y cada uno de los títulos de su amplio catálogo de obras, pero sí citar algunas de ellas que, por su temática o belleza formal, nos parecen más interesantes. Nos referimos a Como el viento, Sueño de sombra, Agua india, Cristo habló en la Montaña, El rostro del escándalo (finalista del Premio Planeta), Una historia de guerra, Dorado palacio de Lisboa y el homenaje a su madre, titulado Madre de Salvación. A éstos habrían de sumarse otros tantos libros de ensayo sobre los más diversos temas, como son Los Papas del siglo XX; Asturias, paisaje con figura s, Doce pintores y un viaje, Galería breve de pintores asturianos, numerosos textos sobre gastronomía y, especialmente, el diario que hoy nos ocupa, Los días y las sombras. De este diario dice su autor en el prólogo que es «una melancólica mirada, muy personal , a un año que termina, un siglo que fenece dentro de un milenio cercano y lejano al mismo tiempo». Su escritura comienza un sábado, el uno de enero, en el que el escritor sale a la calle para comprar los periódicos sin advertir que, al comienzo del año, al inicia rse el tiempo, las noticias no existen, pues las rotativas permanecen mudas tras la larga noche de fin de afio. Todo un símbolo del Ser y de la Nada, del Cero y del Infinito, del volver a empezar a cada instante, «s iempre lo mismo , igual hasta la mue¡1e», como escribe el propio Alperi. Obsesiva sensación de ser devorado por la fugacidad de todo que, tres días después, nos confirma con el patetismo de unas frase s extraordinariamente elocuentes: «Compro una porcelana para mi colección de gatos, y un cuento titulado 'El ratón vanidoso' -paradoja dramática, decimos nosotros-, que tiene un final muy normal: el ratón termina en las garras del gato, de la misma forma que el hombre acaba entre los dientes del tiempo». Trágico flash del que el autor escapa un día después al referirse a la noche de la Epifanía o de Reyes, a la que denomi na (<noc he mágica o algo parecido», autodenominándose «falso morali sta» antes de dar el salto en el vacío del tiempo: «Cierro los ojos tratando de recordar mi infancia en la vieja casa familiar de Mieres [ ... ]. Los lIan-


145 tos y los gritos gozosos parecen resonar ahora mismo en mis oídos, dentro del cascarón apolillado de la casa, cercana a un río, frente a una montaña tenebrosa, con la Casa del Miedo en la ladera, entre la arboleda verdosa, del mismo color en todas las estaciones». Imágenes evocadas que, como una egregia constante, preside siempre la figura de su madre, «que no desaparece jamás. Una melancolía clavada en lo profundo, en lo más profundo [ ... ]. Toda mi familia parece que llega esta noche [ .. .]. Todos llegan y se marchan, se confunden, se mezclan con la tenue luz de la lamparilla de noche». Dulce compañía para el hombre solitario que es Víctor Alperi , enraizado en el viejo museo literario de su casa de Gijón, escuchando en la poblada soledad de su mente la voz maternal que le llama «desde el umbral de la puerta del salón, desde el pasado, desde la otra orilla». Iniciáticas notas de un diario de días y de sombras, subtitulado «El final de un siglo, el cual , según su autor supone buscar en el pasado [ .. .]. y significa, por mi parte, condenar todo el siglo por sus terribles guerras, sus infamias, sus dudas espirituales y su materialismo galopante. El siglo XXI tiene que ser un siglo religioso, espiritual, o no será nada [ ... ]. También el siglo XX quiso ser espiritual, casi místico, y resultó ser el tiempo de los modernos bárbaros con la bomba atómica, el sacrificio en los hornos crematorios de millones de judíos; millones y millones de soldados muertos, hambrunas, cóleras y todas las pestes imaginables». Apocalíptico pórtico para un diario nacido con vocación amable, pero que, debido al auténtico compromiso ético del autor, no puede ni quiere silenciar ni el fugaz destino de los seres humanos frente a la Muerte ni las locuras colectivas que, entre luces y sombras, constituyen muy a menudo nuestras señas de identidad. Después, como un largo viaje, Alperi entroniza al lector a otras vitrinas nostálgicas; en él, las piezas que se exponen son siempre de un cuidado diseño literario. Evocación del Madrid de su época de estudiante de Medicina en el viejo Casón de San Carlos y su Museo de Fetos ... : «U n tiempo lejano y recordado ahora, después de regresar a la Universidad de Oviedo, al Derecho y a la Filosofía, a la Literatura, la planta ponzoñosa y carnívora que me devoró para siempre». Andadura de un año de referencias, el diario nos deja también el perfume de Colette; la lealtad de Alperi hacia la noble figura de Dolores Medio, la escritora que legó a Asturias la fundación que lleva su nombre para el fomento de las Letras; su labor periodística; sus continuos viajes con el inevitable retorno a sus ra íces más íntimas, al laberinto de los libros y las palabras. Testigo y cronista de un tiempo próximo, el autor de este diario rinde homenaje a través de sus páginas a mudas figuras literarias y artísticas, entre las que destacan César González Ruano, el ilustre columnista que creara un esti-


146 lo; Pessoa y Saramago, Lanza del Vasto, González del Valle, Juan Mollá, poeta y narrador con el que escribió y publicó algunas obras en colaboración; Mario Lacruz, escritor notable y editor ejemplar; Fray Luis de León; José Luis Garci, Turgueniev; Cansinos Assens; artistas del cinematógrafo como Marlene Dietrich; Oscar Wilde y Pavese; José Ángel Valente, el poeta «fustigador de muchos nombres famosos», como Rafael Alberti o Ángel González; el mítico George Gershwin y su ópera Porgy and Bess; Alex Guinness y David Niven; el Papa Juan XXIII; la poetisa Pureza Canelo; la monja portuguesa Mariana Alcofarado y sus «c inco cartas de amor únicas en su género»; Rainer Maria Rilke y Franz Kafka; Homero; Gil Vicente; Shakespeare; Rubén Darío; Gabriela Mistral; Marcel Proust; Pablo Casals y Emil Ludwig; Plauto y Moliere; Patricia Highsmith; Clarín, y muchos más. Todo un universo dedicado al Mundo del Arte y la Literatura pasa e ilumina las páginas de este diari o en cierto modo insólito en el panorama de nuestras letras, tal y como el propio Víctor Alperi comenta en el prólogo de su libro al citar a la actriz norteamericana Tallulach Bankhead, la cual decía que «sólo las buenas chicas llevan un diario personal. Las chicas malas no tienen tiempo». Erudición sin alardes, tan vasta y lúcida que el texto no sólo informa, sino que ilustra y motiva al lector a través de una prosa natural y fluid a, engrandecida siempre por el existencialismo básico del autor y su fino humorismo, ingredientes ambos que distancian las palabras haciéndolas dignas de permanecer en el tiempo y ajenas a la anécdota fácil. De ese modo, el autor vaga, como un distinguido y ordenado bohemio, de metáfora en metáfora, de ámbito en ámbito . Lisboa le fascina y nos lo dice a menudo: «Lisboa una vez más [ ... ]. Lisboa es una ciudad que trepa sobre la tierra y sobre la leyenda, navegando en aguas líricas, con poetas que se sientan en las terrazas de los cafés en figuras de bronce, en fantasma s amados por los visitantes, por jóvenes estudiantes europeos o americanos; y decadentes escritores y homosexuales que suspiran con lecturas de Pessoa». Y Asturias siempre, su región, su vida misma, a la que vuelve de continuo el autor, sabedor de que en ella está su infierno y su paraíso, sus luces y sus sombras. Náufrago en un mar de libros, sin embargo, Alperi es el nauta que navega afirmando y creyendo constantemente en su ego literario. Nostálgico de los años sesenta, sabe que nuestro controvertido siglo XX es el siglo de Kafka, de Juan Ramón o de Rilke, tres vanguardistas. Su sarcasmo también le salva, le protege. Como evidencia al comentar ahora algunos escritos suyos de la primera época y a los que tituló Perfume para los pies de Jesús: «Los perfumes se parecían, así lo creía yo en el lejano tiempo, al libro Oraciones para leer por la calle, con los perfumes lo que se podía conseguir era un tropezón en la


147 acera o un go lpe contra una farola o un árbol. Y hablaba de arenas del desierto, con aguas entre palmeras [ ... ]. Las arenas, las aguas y las palmeras, llegarían más tarde, en mis viajes al norte de África; el misticismo había desaparecido y las palmeras eran palmeras y las aguas estaban turbias» . Un humor a la inglesa preside siempre sus referencias a sus gustos gastronómicos, tan dados a la vida, dulzura, y esperanza nuestra: «Compro un bizcocho encargado para celebrar la Pascua. Lo dulce es un pecado que vive y germina dentro de mí [ ... ]. Entre tartas, bizcochos, pasteles de todo tipo, mermeladas , arroz con leche y otras golosinas, me he comido toneladas de azúcar» . Pero, una vez y otra, la melancolía y el dramatismo del recuerdo se filtra en cada página de este diario, consciente el autor del imposible regreso. Es el bumerán de la realidad que golpea, el determinismo frío e inmisericorde de la condición humana lo que queda. Noviembre, día primero, miércoles: «Hace unos días, en el panteón de mi familia , al lado de la tumba de mis padres, deposité unas flores azuladas; algunas veces, de tarde en tarde por desgracia, me desplazo a Mieres con la misma misión. El regresar a lo imposible, a lo terminado, al pasado que no puede retornar». Sin embargo, a pesar de todo, aún queda, tenaz tambi én, la indomable esperanza con la que concluye este hermoso diario escrito por un gran autor: «Lejanos quedan los días de luz, la flor de la mim osa, proclama de un nuevo año». Libro intenso, preclaro, auténtico , culto. Ejemplar y aleccionador, lírico y dramático a la vez, consciente de que si todo es polvo, será «polvo enamorado», como cantara el poeta. RAMÓN H ERN ÁN DEZ

[ ..} A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara. El hacedor JORGE LUIS BORGES


148 ANDALUCÍA EN LOS LIBROS

El A lb aicín en la historia. Miguel J. Carrascosa Salas. Proyecto Sur de Ediciones, S. L. Granada, 2001. 308 páginas. «El Albaicín lo merecía», dice Miguel 1. Carrascosa Salas, al presentar este primer tomo, de una obra imprescindible, sobre un entorno que es hoy patrimonio de la humanidad. El citado estudio aborda este conjunto histórico-monumental desde diferentes puntos de vista, siempre rigurosos, e integrados en una colección de cuatro volúmenes diferenciados, aunque conexos: (1) El Albaicín: Datos para la historia. (11) El Albaicín en la ley enda, las tradiciones y la literatura. (111) El Albaicín y

su patrimonio. (IV) El Albaicín y sus monumentos. En este primer volumen, que nos ocupa - El Albaicín en la historia. el autor ha conseguido sintetizar, con un lenguaje que es tanto obra de arte como obra de pensamiento histórico, los aspectos memorables más significativos e importantes que definen y caracterizan la personalidad y la biografía de este singular barrio de encrucijadas, miradores y cármenes. No es casual --como nos recuerda el prologuista, Federico Mayor Zaragoza-, que un albaicinero como Miguel se haya dedicado a estudiar el barrio donde vive y donde desarrolló una apasionante aventura educativa: «Los amigos de una escuela mejor». Como fruto de su dedi cación y de su esfuerzo, generado por el amor que siente hacia este paraÍso enclavado en la ciudad -o la ciudad en él- germina la palabra co mo nace la oratoria de ideas. Migue l 1. Carrascosa Salas, diplomado en Psicología y en Ciencias de la Familia, es un hombre de voz que tiene el don de la poesía en e l alma; por ello, en sus libros es fácil encontrar desarrollos metafóricos , po r medi o de los cuales se asedia la realidad de las cosas: dado qu e « la verdad es supralógica, ha de ser captada y expuesta poéticamente» . En líneas generales cabe afirmar que la intuición metafórica es ge rm en de la idea lógica. Así nos lo participa el propio escritor en la intro du cción: «No olvidemos , de paso , que el escritor, dramaturgo o poe ta - cuando es honrado- puede llegar a ser transmisor persuasivo de la verdad , esa verdad machadiana a la que todos tenemos el derec ho y el deber de conquistar para que podamos vivir en libertad. Así de sencillo y así de grande» . En 1994 Miguel 1. Carrascosa consiguió aunar voluntades y recursos para fundar en Granada el Centro UNESCO de Andalucía, en cuya comu-


149 nidad autónoma viene trabajando, de modo incesante, para difundir en ellá los fines, objetivos y actividades de la organización. En 2001 nos presenta una singular tesis ensayística que hemos de conocer si queremos adentrarnos en los entresijos históricos del Albaicín; y reforzar así un mayor conocimiento de tan extenso e intenso legado cultural en todas sus vertientes. Sólo conociendo el pasado, la raíz de su identidad, podremos tener más claro el futuro. En este libro primero - El A lb a icín en la historia- se expresa el alma del pueblo: «El Albaicín ibérico, el romano, el tardorromano y visigodo, el islámico, el musulmán y el cristiano, el de nuestros días y el del futuro» . El esfuerzo de Miguel por equilibrar la carga intelectual de sus ensayos con la claridad popular es impecable e implacable. Junto a ese paseo fidedigno por el tiempo, el centenar de páginas restantes se encamina al Albaicín de nuestros días, que ha sido -al parecer- uno de los objetivos prioritarios del autor al plantearse el volumen. Y así acomete la tarea de informar y reflexionar, a través de un planteamiento secuenciado y objetivo , acerca de determinados aspectos que han merecido y siguen mereciendo la atención no sólo de los albaicineros y granadinos defensores de su rico patrimonio histórico-monumental , sino también de los andaluces , españoles y extranjeros que lo visitan y admiran en la actualidad. Responde este proceso estilístico a la voluntad de un escritor que enseña sin dogmatismo, que estimula, mediante simples sugerencias al lector, para que por sí mismo avance en el conoc imiento de la realidad. El que una conciencia crítica como Miguel 1. Carrascosa ocupe la presidencia del Centro UNESCO de Andalucía, con sede en la Universidad de Granada (Facultad de Ciencias de la Educación), ha servido para que un núcleo de personas de reconocido prestigio y peso en el histórico barrio, y en la ciudad, se hayan incorporado, de modo permanente, a determinadas tareas de apoyo, promoción y reivindicación. En ese mismo paralelismo, este volumen contribuye a esclarecer --desde el estudio serio y responsable- determinadas situaciones. La pretensión del autor no puede ser más saludable: «Esperemos que su difusión contribuya a que el Albaicín de las «azoteas en cal», de la artesanía heredada de moriscos y repobladores y del cante jondo hecho plegaria en el agua oc ulta que llora, no se nos siga muriendo entre la añoranza de unos y el olvido incomprensible de otros». ¿O no? Yo, que entiendo el comentario a los libros, más que como crítica, como forma periodística enraizada en la conversación, en el coloqui o, como intercambio de sentimientos y juicios, lo que traslaticiamente, quiere decir «verter de uno en otro recipiente», confieso que este libro


150 me atrapó desde el primer momento de su lectura. Está bien estructurado, mejor cuidado, y sobre todo, es una obra auténtica e ingeniosa, abrazada a tres pilares: la historia, el lirismo y la elocuencia; cuestión que acrecienta el interés de manual necesario o «instrumento de inestimable valor», como refrenda Federico Mayor Zaragoza. Si el lector aún me permite una conclusión final , diré sobre El Albaicín en la historia que es algo más que un caminar por las edades del tiempo; su amplia trayectoria como escritor que sabe mirar y ver -y enjuiciar para compartir sin el olvido de la escucha- fructifica en un libro donde la claridad realista hace que no aburra, y que uno busque la página siguiente. Y cuando se llega al final del libro, también uno espera reencontrarse con el siguiente volumen para seguir recreando la verdad de lo que dice, aunque a veces nos entristezca. Es como citarse en el mismo marco del Albaicín, y estar allí con un ilustrado amigo. El excelente estudio de Miguel Carrascosa cumple, y aun rebasa, su objetivo: hacernos meditar sobre el gran poema que mana -y emana- desde el níveo lienzo albaicinero. Lo hace con inteli gente honradez, escuchando la música ancestral albaicinera fermentada por el silencio. Tiene el escritor un plus de trascendencia: es tam bién poeta . En el Albaicín, entre todos los sonidos, hay que dejar qu e hable el silencio. Y luego uno escribe, porque a poco que uno se dej e atrapar, se hace poesía. Si, además, es un cultivador del culto a la cul tura, pues da luz a genialidades como la que comento. Es un libro sobre el Albaicín escrito desde el Albaicín, sintiendo el Albaicín. ¿Qué más se puede pedir de un libro? Sí, acaso una cosa más: que acudamos a él de vez en cuando para entender mejor el espíritu albaicinero. Seguro que así respetamos más el entorno. VíCTOR CORCOB A

Yo siempre estoy escribiendo el mismo cuento,' tengo tres o cuatro argumentos de cuentos, pero esos tres o cuatro cuentos los someto a tratamientos distintos, los digo con inflexión distinta, los sitúo en distintas épocas, en otras circunstancias,' y luego, ya son nuevos. JORGE LUIS BORGES


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LA CIUDAD SIN NOMBRE Ráúl del Pozo. Ciudad Levítica. Planeta. Barcelona, 2001. El enfrentarme en estas páginas al último libro de Raúl del Pozo -Ciudad Levltica- me permite realizar ese ejercicio, siempre gratificante, aunque siempre melancólico, que es volverse a mirar el pasado. En ese pasado, ya desgraciadamente bastante lejano porque ninguno de los dos somos jóvenes, están las raÍCes del popular novel ista y de este su comentarista de ocasión. Y por supuesto, la raíces de nuestro mutuo conocimiento. No es cierto, como tantas veces se ha dicho, que cualquier tiempo pasado sea mejor. Somos nosotros quienes éramos mejores porque poseíamos el tesoro de la juventud, porque teníamos los ojos y la mente en actitud de permanente estreno y porque vivíamos en el «hábitat» de las ilusiones. Todo esto era bueno, era mejor que la experiencia, cargada de cansancio y de escepticismo, a que después hemos llegado. Por eso el pasado se mira siempre con nostalgia. EL AUTOR Y SU CIRCUNSTANCIA Hablo de un pasado de casi medio siglo. Corrían los afios cincuenta, cuando la ferocidad de la posguerra empezaba a disminuir y los que habíamos sido nifios en la contienda atisbábamos un paisaje de esperanza. y he de hablar de un escenario -la ciudad de Cuencaque marca inevitablemente a los que allí nacen o viven. Cuenca era una ciudad cerrada, estrictamente provinciana , replegada en sí misma, esclava de esa moral hipócrita propiciada por el nacional-catolicismo de la época. Sólo un pequefio grupo de intelectuales encarnábamos una especie de heterodoxia, tolerantemente consentida por los que mandaban, tal vez por considerarnos ingenuos e inoperantes, es decir, nada peligrosos. Capitaneaba el grupo un hombre poco sospechoso para el régimen , aunque sí molesto por su inconformismo y su crítica aguda y mordaz: el poeta Federico Muelas. Y nos servía de habitáculo el casi mítico Café Colón , cuya tertulia literaria y artística se reunía todas las noches, en invierno como en verano , hasta la madrugada. Fue por entonces cuando hicieron su irrupción varios jóvenes a los que, por su capacidad , augurabamos desde el primer momento un


152 futuro prometedor: Diego Jesús Jiménez, Raúl Torres, José Luis Collo ... y Raúl del Pozo. Raúl del Pozo venía del campo. Había nacido en Las Torres, una aldehuela de la Serranía, y traía un aire un tanto montaraz, mitigado por un pOlie elegante y un habla inteligente y suti l. Cuando se le trataba, se descubría en él a una persona de grandes inquietudes, repleta de ideas, de sueños y de nobles ambiciones. Una persona a la que el marco de la pequeña ciudad se le iba quedando estrecho a ojos vistas. No era difíci l adivinar que acabaría, como tantos otros, dando el salto hacia horizontes más amplios. y así fue. Había puesto cátedra en Cuenca César González Ruano . Tanto en el Café Colón como en su casa de la calle de San Pedro recibía cordialmente a quien se le acercaba y cultivaba con naturalidad su imagen de gran seí'íor sobreimpresa a una leyenda de escritor aventurero y bohemio. Para aquel puñado de incipientes literatos conquenses, César fue como un deslumbramiento. Veían en él un modelo que superaba, amplísima y brillantemente, todos los moldes provincianos. Pero también un asidero para posibilitar -como hizo efectivamente con algunos de ellos- su asentamiento, más o menos seguro, en Madrid. Para Raúl del Pozo llegó ese momento decisivo capaz de transformar radicalmente una vida. Fue el momento de romper amarras y lanzarse a navegar por todos los mares que el destino pusiera en su singladura. Cuando Raúl del Pozo llegó a Madrid tenía muy clara una cosa: que todo escritor que pretenda vivir exclusivamente de su escritura tiene que echarse, antes o después, en brazos del periodismo. Hacia el periodismo fueron sus pasos y es el periodismo qui en le ha deparado fama, popularidad, posición y prestigio. Se inició en e l diario Pueblo , aquella singular escuela de buenos reporteros y periodistas que dirigía el polémico Emi lio Romero. Trabajó luego en Diario 16, en Interviú , en Mundo Obrero ... , en revistas, en radio y en televisión. Años y años de ejercicio profesional: como reportero, como enviado especial, como corresponsal , como comentarista. Hoy escribe su columna diaria en El Mundo, una de las más leídas de la prensa nacional , y es uno de los teliulianos de la radio más escuchados. La suya puede decirse que es una vida entregada en cuerpo y alma, en capacidad y en entusiasmo, al cultivo del periodismo en todas sus facetas. Pero Raúl del Pozo no ha olvidado nunca que lo primero en él fue la vocación de escritor. Entre mis libros más entrañables conservo la primera novela escrita por Raúl antes de salir de Cuenca. Es una novela cOlta, pero e laborada con una pulcritud admirable y rezumando un lirismo tan evidente que la convierte casi en un poema. Se titula Hay gorrio-


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nes en la tumba de Judas y ya el título permite adivinar mucho de su carga poética. Pero ser un buen novelista requiere muchas cosas. Requiere haber vivido intensamente y haber observado hasta el mínimo detalle la vida propia y las vidas ajenas. Por eso Raúl se puso a vivir, a descubrir ambientes. Su desgarrada bohemia, a la que se entregó durante varios años dentro y fuera de España, más que una actitud vital fue un aprendizaje. Raúl conoció patrios de monipodio y ámbitos marginales, pero también las timbas de los cómicos, los estudios de los artistas, los gabinetes de las damas descocadas, los despachos de los políticos y los salones de los aristócratas decadentes. Y cuando ya se hubo doctorado en conocimiento del alma humana y en sabiduría de los estamentos y los entresijos sociales, se decidió a escribir su primera novela larga. Fue esta novela, titulada Noche de tahúres, la que le dio a conocer ante el gran público como narrador. Era un relato duro, de crudo realismo, muy distinto de aquella novel ita conquense escrita desde la intuición y la ingenuidad. Raúl se revelaba como un novelista experto, seguro, buen conocedor del mundo que retrataba y en posesión de un bagaje expresivo tan certero como eficaz. La novela fue un éxito editorial y recogió una extensa cosecha de críticas elogiosas, si bien la consagración definitiva vendría con el título siguiente, La Novia, libro primorosamente trabajado en el que se unían una aguda crítica social, una asombrosa penetración psicológica y una gran belleza formal. Sus títulos posteriores -Los reyes de la ciudad y No es elegante matar a una mujer descalza- no han hecho sino confirmar la talla de Raúl del Pozo como escritor y justificar el destacado puesto que hoy ocupa en el panorama de la narrativa española contemporánea. 'CIUDAD LEVÍTICA'

Raúl del Pozo acaba de sorprender a sus lectores con la publicación de una novela que se separa radicalmente de su obra anterior. Si hasta ahora su producción se había caracterizado por un reali smo ca si fotográfico , en la línea de los novelistas norteamericano s del género que él tanto admira, de pronto da un giro de ciento ochenta grado s y pasa de lo real a lo mágico , de lo verdadero a lo fantá stico . Tal vez no sea exactamente esto . Más exacto sería decir que fund e realid ad y magia, verdad y fantasía , hasta tal punto que resulta difícil prec isar dónde acaba un elemento de esta dicotomía y empi eza el co ntrari o. En un alarde de equilibrio y de mesura , Raúl del Pozo log ra lo imposible: que convivan lo real y lo irreal , lo vivido y lo soñad o, la lóg i-


154 ca y el absurdo, sin que se destruyan mutuamente. Tal logro es la mejor prueba de su maestría. Bien es verdad que esto sólo puede suceder cuando se toma por escenario una ciudad en la que ese juego de contrastes se da a cada paso. Me estoy refiriendo, naturalmente, a la ciudad de Cuenca, ciudad de cumbres y de abismos , de luces y de sombras, tierna y dura como ninguna otra, cuya áspera realidad golpea con fuerza en los sentidos, pero donde la magia y el misterio se palpan de continuo y provoca n en quien la contempla un especial escalofrío. Ciudad en la qu e nada es lo que parece ni nadie parece lo que es. Ciudad a contrapelo de leyes físicas y normas morales. Ciudad en la que nunca ocurre nada, pero que está repleta de historias secretas e increíbles. En realidad es ella la que protagoniza la nueva novela de Raúl del Pozo, aunque ni una sola vez el autor cite su nombre . Cuenca es, en el relato, una ciudad sin nombre, pero todo lo que en cada página se afirma o se describe nos está hablando de ella. A ella se refiere el mismo título : Ciudad levítica. Creo que fue don Pío Baroja quien la definió así por el carácter clerical de su casco viejo, donde se alzan la catedral, el palacio episcopal, el seminario y multitud de iglesias y conventos y donde tienen su domicilio buen número de canónigos y sacerdotes. Pienso que lo que realmente ha pretendido Raúl del Pozo al escribir este texto es ir a la búsqueda de sus raíces, al reencuentro con su tierra. Es este un impulso que sienten, casi sin excepción, todos los conquenses que, por el motivo que sea, han tenido que abandonar su ciudad. Aunque no piensen volver, viven sofíando en el retorno, aguijoneados por la nostalgia. Llevan en e l alma el estigma de la ciudad, están marcados por ella y en ella tienen enraizados, si no los deseos, sí al menos los recuerdos. De recuerdos y deseos está hecha la historia que Raúl del Pozo narra en su novela. Raúl se vuelve a mirar el pasado, un pasado en el que están su ciudad y su infancia, dos firmes pilares de su personalidad. Y como no se puede mirar al pasado si no es desde el presente, se inventa un argumento de hoy para escarbar en el ayer. Un guionista y una productora de televisión buscan en la ciudad levítica, en la memoria de las gentes y en los archivos inquisitoriales, las huellas de Eugenio de Torralba, aquel mago y nigromante conquense que, en el siglo XVI, viajó en una sola noche desde Valladolid a Roma, volando en un bastón de caña, para presenciar e l saqueo de la ciudad eterna por las tropas de Carlos V, quedándole tiempo para regresar a la corte vallisoletana en esa misma noche. Lo prodigioso, además del hecho y del personaje, es que uno y otro se van repitiendo como en sucesivas «reencarnaciones» hasta llegar a Miguel, compañero de infancia de David, el guionista, quien reparte su


155 tiempo entre la investigación de lo esotérico y la lucha por poseer a su compañera televisiva. Sobre este leve cañamazo se van insertando las historias inverosímiles que sólo el carácter mistérico de la ciudad hace creíbles. Historias vividas por personajes de existencia real, como el propio Ton'alba, el rey Alfonso VIII , la reina Leonor Plantagenet, los hermanos Valdés, el obispo D. Inocencia y un largo etcétera. O por personajes inventados, pero que pudieron ser reales, como Miguel Lucero , María Lozoya, Elipando, Zaratustra, doña Susana Mendoza, el canónigo don Trifón ... y David y Celia amándose y esquivándose, buscando en los demás la razón de sí mismos y tratando de hallar el anillo mágico que sellará su entrega. Desde la lejanía de los tiempos, desde que Sánchez Vera escribiese su In illa tempare, Cuenca venía necesitando un escritor de raza que pusiera en letras de molde su lirismo y su épica, su extraña naturaleza y su insólito acontecer. Por fin, lo ha encontrado. Ha encontrado al hombre capaz de recoger sus esencias, salvar su rostro, dar testimonio de su identidad y fijar los hitos de su andadura de siglos . Todo antes de que lleguen los trenes de alta velocidad y el turismo de masas la inunde de frivol idad y de horterismo. Ese escritor, ese hombre, se llama Raúl del Pozo . Con Ciudad levítica lo ha demostrado sobradamente. ENRIQUE DOMÍNGUEZ MILLÁN

Toda nú vida he sido un escritor más o menos secreto, Cuando han comenzado a leerme tenía más de cincuenta años. En Argentina no me tomaron en serio hasta que decubrieron que había sido traducido al francés. Creo que soy un escritor con imaginación más que con oficio. La f ama, como la ceguera, me fue llegando gradualmente. Fue como un lento atardecer de verano. JORGE L UIS BORGES


156 Juan de Dios Ruiz-Copete. Narradores Andaluces de Posguerra. Historia de una década (1939-1949). La continuidad de los trabajos de crítica y ensayo de Juan de Dios RuizCopete suma a estas alturas una obra publicada que, si por fortuna, en estos tiempos de imagen y fachada, no tienta a las multitudes de los grandes alma- . cenes (departamento de libros), por otra palie bien es verdad que disfruta de un reconocimiento en el mundo de las letras por el rigor, la investigación y sobre todo la honestidad. Palabra que, junto a la de «ética», cada día que pasa está resultando más minoritaria, tanto, que a veces uno se pregunta si no llegará el día en que sea proscrita y por tanto declarada enemiga de lo «políticamente correcto». Si a principios de 2001 nos sorprendió con un magnifico y completo libro sobre la vida y obra del poeta arcense Julio Mariscal: El poeta y su obra, ahora nos ha llegado la primera entrega de lo que el propio autor considera su mayor empeño: la Historia de la narrativa andaluza, que en este reciente volumen aborda la década de la novelística del Sur desde 1939 a 1949. Año difícil el lejano 1939, como los siguientes, que Ruiz-Copete no oculta, todo lo contrario, los tiene muy en cuenta a la hora de analizar autores y títulos; lo opuesto sería soslayar uno de los factores más influyentes y dramáticos para la creación por razones históricas muy conocidas, las cuales, aunque aventadas por la desmemoria histórica de la transición, por fortuna, como actualidad literaria, son de primer orden para un perfecto conocimiento de aquella deséliica etapa sin caer en lo anecdótico o paliidista. En la primera página del prólogo el autor quiere dejar muy claro que estudiar más de sesenta años de literatura andaluza del pasado siglo no tiene nada que ver con el andalucismo comercial que, para desgracia de esta tierra, se padece como enfennedad crónica en manos de los más burdos y mediocres mercaderes que tienen apresada la literatura. El objetivo es «dejar constancia de un período, que con todo lo que en cielio momento -y sigue suscitando-- de enconada polémica -nos referimos a lo que no sin cierta soma por parte de alguno se dio en llamar boom de la nueva narrativa andaluza» para señalar a continuación que «más parecía -si no lo era en efecto-- una maniobra comercial, un producto del marketing editorial, que un auténtico fenómeno geoliterario y, sobre todo, que para una abarcadora y responsable estimación faltaba una imprescindible perspectiva». Es muy importante señalar esto ya que la apuesta de este documentado autor es llegar hasta fmales de 2000, un serio esfuerzo de investigación y crítica que con el rigor que lo caracteriza apoliará a la investigación -y también a la curiosidad literaria- un panorama de gran valor sobre la creación literaria de los autores andaluces a paliir de la llegada al poder de los sublevados en 1939.


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Porque lo cierto es que, en el transcurso de estas seis décadas, el mundo de la prosa en Andalucía ofrece un crecimiento y unos valores a tener muy en cuenta. La galería de narradores, que en esta primera salida es de por sí interesante como punto de partida al mostramos, comparándola con el presente, que la luminosidad poética de la tierra no ha decrecido -todo lo contrario-, disfrutando en la actualidad de la grata compañía de una novelística en alza [sic]. Si la transformación --{;on todas sus matizaciones al carácter de la comunidad y su indolente leyenda del ideal andaluz en el campo social- viene viviendo una importante transformación [sic], de ninguna manera puede estar la creatividad literaria disociada de dicho proceso. La creación, en todos sus campos, no puede permanecer al margen del fenómeno transformador y de desarrollo en cualquier sociedad. En la docena de autores que presenta -aunque brevemente hace referencia a muchos otros-, el crítico advierte que: «De ellos, como se puede fácilment colegir, no todos tienen idéntica importancia intrínseca, aunque eso sí, en un período de sequía nall'ativa como fue aquella década en este territorio, la suficiente a efectos de este ensayo, que aspira ser, por encima de todo panorámico». El libro lo abre Manuel Andújar (1913-1994) y lo cierra Muñoz Rojas (1909). El primero, olvidado pero no ignorado, representa al escritor andaluz en el exilio, un trastell'ado, como a él le gustaba calificarse, que refleja en su obra, escritura hellnética y barroca, la sociedad espaí'íola anterior a la contienda, el desgarro del exilio y retomo junto al desencanto propio de todos aquellos escritores cuyo concepto de la idea y el compromiso por una Espaí'ía diferente jamás fue sobomado. Es el ensayo más extenso, yo diría que con justicia, de todos los que componen el libro. Distinto es el caso de Muñoz Rojas, estudiado desde otra perspectiva literaria y social interior, aunque no con menos respeto y reconocimiento. Los demás autores, algunos de ellos sacados del foso del total olvido, componen el cuadro, la aventura literaria de la prosa de autores andaluces de una dificil década analizada con una perspectiva de futuro paralela al devenir social y político --{;omo ya seí'íalo- de la propia transformación del Sur. Es necesario seí'íalar que este primer tomo de Los nan'adores andaluces de posguerra en verdad debería o debe considerarse el segundo de esta larga serie, ya que, por razones editoriales el primero de esta historia crítica, aunque salga posteriormente en fecha próxima, al tratar extensamente a los prosistas andaluces de la generación del 27 antes de la guerra, le correspondía el toque de salida. Pero esto es una simple apreciación que el mismo autor señala. Lo importante será que las próximas entregas se publicarán con garantía de continuidad por la Universidad de Sevilla, que ya anuncia para primeros de 2002 el tomo dedicado a la década 1950-1960, donde el proceso creativo es ascendente. FRANCISCO VÉLEZ NI ETO


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UN VIAJE INTERNO ESENCIAL Jesús Solano.

Travesía de regreso. Corona del Sur. Málaga, 2000. Jesús Solano (Aguilar de la Frontera, Córdoba, 1942) es un poeta editorialmente tardío si tenemos en cuenta que su primer libro aparece en 1986: A orillas del bronce. Sus primeros pasos públicos fueron inseguros , pero Solano tiene una virtud esencial: la de la humildad y la permeabilidad a las críticas y a los consejos. Poco a poco, su ofici o ha ido asentándose hasta llegar a una expresión notable de madurez co n el poemario que aquí se comenta. Además, quien conozca bien a Jes ús Solano sabe que escribe por el puro placer de hacerlo (lo mismo le pasa con su actividad como músico) tratando de entrar en los litigios mundanos que de la actividad lírica poética se desprenden. Su madurez como persona le hace contemplar a la poesía como satisfacción personal y no como pugna, todo ello dentro de una dinámica creadora multifacética (poesía, estudioso del flamenco , creador de estro fas propias de este campo , impulsor de montajes musicales que unifi can música, poesía y teatro , etc.) . Cuatro partes enlazadas componen el presente libro, la primera de las cuales otorga título genérico al poemario: Travesía de regreso, Tiempo desnudo, Introversos y Pasión libre. Travesía de regreso es un viaje introspectivo y lírico a la vez. Un viaje que precisa una parada en el tiempo para trazarlo desde e l recuerdo , la imaginación y el papel. En el viaje comprobamos la angustia existencial: «y acaricias mi edad para agostar / las ruinas de un pasado» (p. 17); resonancias musicales: «milonga, son, adagio, a ires con melodía de piano rotundo » (p. 37); el transcurrir del tiempo co n la sospecha o la certeza de que se quedan asuntos por el camino de forma irremediable ; el desaliento ante el vacío con que la sociedad nos hiere y nos deja solos: « llego a sitios donde recibo el flujo de miradas que no acarician» (p. 20); el retrotraimiento sobre uno mismo para llenarse de compañía y acompañar al prójimo: «Ocupa el hueco que hay junto a mi lumbre» . En la segunda parte, Tiempo desnudo, el poeta parece deleitarse con la contemplación intro-externa y buscar en ella el necesario sosiego . Aparece un deseo filantrópico, invita a todos y a sí mismo a ejercer un carpe diem preciso: «Besa el momento y huye de la luna / que nos dej a


159 las páginas en blanco» (p. 34). Solano desnuda en este Tiempo desnudo una amargura interna, una sensación de derrota interior que aparece por otras partes del libro, en una especie de tira y afloja, una lucha interior del poeta por sobreponerse a este sentimiento que no es sólo existencial (metafísico) sino que aparece razonado en una especie de derrota literaria por equivocación del poeta: «El silencio hace más daño que el insulto I El hábito de andar con necios I te dispuso a creer I que tus versos tenían el calor I que adormece la música» (p. 36), Y que lo lleva a creer que ya no hay vuelta atrás, que la soledad es quemante: «Les hablas a los espejos I porque sabes que ya no te responden» (p. 39). Esta segunda pa¡1e es un intenso adagio frente al allegro ma non froppo que es la primera. En Introversos aparecen remembranzas en este viaje introspectivo, el pasado que se ve más cálido y más mítico en el presente tal vez porque ni gusta el presente ni el futuro que uno siente y observa: «calle empedrada, aromas de café, música de campanas» . El autor confiesa cansarse de decir las mismas cosas siempre, pero a la vez reconoce que precisa hacerlo. Se observa en esta tercera parte una carga de sinceridad lírica mayor que en las anteriores y unas claves en el lenguaje que encierran un contenido muy íntimo. La franqueza y el hastío se detectan en ve rsos como estos: «Me canso del aliento que vomita el dolor I y de la vida que se llena de escoria» . Es un doble cansancio: uno es emocionalmente puro; el otro está provocado por lo externo que incrementa el pesimismo de existir. Esta tercera parte es un adagio molto: el poeta observa, siente y escribe: Hay parásitos que devoran órganos completos I y pobres ultrajados con heridas abiertas l. Hay poetas infelices esperando la tarde (p. 5\). Escribo los quebrantos de la ausencia I [ .. .]. Todo cada vez más cerca y más lejos (p.54). El silencio despiertol y una frialdad con manos llenas de asti llas I queriendo consolar las horas que conforman I e l ritmo del crepúsculo» (p.56. Hay que sefíalar que, por lo general, el poeta no pierde su compostura literaria dejando que ésta se vea afectada por los sentimientos: nos los transmite pero con oficio de escritor, del poeta maduro que ya es (el lib ro es rico en metáforas y lo encontramos trabajado, buscando la frase y el giro para comunicarse con el receptor). Además, esta tercera parte contiene tími das denuncias soc iales (<<m urmullo de rezos hipócritas») y parece quedar abierta a otras historias aún por desarrollar. La cuarta parte del te xto, Pasión libre, ofrece una mayor profusión de imágenes y requiere más esfuerzo del lector, porque el autor lanza mensajes explícitos pero sobre todo implícitos, como c lav e. Hay ras-


160 gas «panteístas» en relación con la omnipresencia del amor: el agua se crece en tropel para «cantar amor» (p. 67). «El corazón palpita y se desgrana / por los troncos nudosos que sorprenden/ a la cálida mano acariciante» (p. 69). Esta cuarta y última parte rompe en gran medida el tono considerablemente amargo de la segunda y la tercera. Incluso la ausencia se ve con una carga de esperanza y de vida plena: «y te respiro aún en la ausencia de cartas / recordando tus manos» (p .71). «Pobre de hojas el árbol canta con respiración de trémolo / porque sabe que sólo la frescur al de su encuentro refuerza el latir en la ausencia» (p. 73). Las tormentas, los nublados, la dicha de una tarde, el deseo apasionado de perdurar en el tiempo, la soledad , todo aparece ahora tratado con un tono más gozoso y abierto a la dicha. Se trata de un canto no a la vida sino a sentirse felizmente vivo (con algún pellizco de lamento). En definitiva, este último poemario de Jesús Solano es un concierto con cuatro partes bien perfiladas: 1. Allegro ma non troppo; 2. Malta Adagio; 3. Adagio y 4. Allegro. Esto da lugar a un libro bien estructurado que nos deja impacientes y con la mente y el corazón abiertos a posteriores aportaciones del autor.

RAMÓN REI G


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Enrique Lenza. ¿Merecía la pena vivir así?; La cárcel de mis sueños. La Avispa. Madrid,2001. La Editorial La Avispa acaba de publicar dos piezas de Enrique Lenza escritas en 1990 y 1994 respectivamente: ¿Merecía la pena vivir asi? y La cárcel de mis sueños. La primera de ellas -definida por su autor como tragicomedia- presenta a dos personajes de edad avanzada y achaques imaginarios, recluidos física y emocionalmente en la burbuja del miedo al dolor, a la enfermedad, a la vida, a fin de cuentas. Una casa donde los balcones no se abren nunca en la metafórica jaula en la que voluntariamente han ingresado los protagonistas, siempre juntos, siempre temerosos, venerando a sus difuntos, que observan desde su panteón fotográfico colgado de la pared el eterno extatismo de la pareja. Se aparecen entre nosotros quizás como representantes de una generación que ha vivido la penuria económica de su país, la guerra, la enfermedad, la superstición. También podemos ver en ellos un eco de un personaje universal , el avaro, el ermitaño, el cascarrabias ajeno a todo tipo de disfrute vital, que Lenza materializa en dos personajes obsesionados con la salud, lo que les lleva a la reclusión y al aislamiento. Probablemente, si hubiéramos de trazar un dibujo de sus vidas, quedaría una línea en blanco desde su nacimiento hasta su muerte ... o casi , porque el autor arroja un elemento nuevo a esta manera de vivir (o de «desvivir»), con la que da pie a una reflexión y a un diálogo en el que se cuestiona «¿merece la pena vivir así?» ;longevidad frente a intensidad vital, miedo frente a riesgo, cobardía frente a arrojo, sobriedad frente a pasión ... Junto a ellos, como contrapunto cómico de raíces populistas, el personaje de Amalia, la criada, incapaz de comprender la mentalidad hasta cierto punto castrense de sus señores, salerosa en sus comentarios, desmedida en sus comparaciones, ligeramente irrespetuosa con tanto enclaustramiento y tanta decrepitud existencial. Lenza plantea una trama sencilla, sin fatuos laberintos estructurales ni alardes escenográficos, en el más clásico sentido dramatúrgico donde puede decirse mucho con pocas palabras. Tiene esta obra, además, el mérito afíadido de dos giros inesperados que probablemente abrirán en el lector o espectador inquieto varias preguntas sobre el sentido de la existencia. Ello con un lenguaje salpicado de comicidad en un estilo que no nos es desconocido del todo, ya que, como afirma Jerónimo López Mozo en su prólogo a la obra, «recoge nuestro dramaturgo la antorcha que encendiera Mihura y alimentan autores como Tono, Carlos L1opis, Álvaro de la Iglesia y, más recientemente, Alonso Millán».


162 Con respecto a la segunda pieza, La cárcel de mis sueños, su autor ha escrito: «Los personajes de esta comedia están inspirados en la realidad de sus vidas, con quienes el autor compartió la suya. Por tanto, cuanto se dice en ella es real y nos recuerda un tiempo pasado en el Madrid de la posguerra espafíola. Si el autor ha pretendido conectar con el tiempo presente, lo ha hecho a través del personaje de Raquel, para acercar al espectador de hoya la sociedad que vivimos. Pasado y presente juegan en esta obra un papel importante de nuestra historia contemporánea». En una familia espafíola de clase media varios personajes se reúnen para celebrar el cumpleafíos de la más joven, cuya forma de vida y proyectos más inmediatos entran en conflicto con la mentalidad de sus padres, arraigada en otros valores y creencias; un enfrentamiento generacional que retrata el que de hecho se produce en nuestro país en este momento, y cuyas causas Lenza apunta con precisión, superando la apariencia de los desencuentro s entre jóvenes y menos jóvenes para preguntarse por los porqués de dichas discrepancias. A pesar de presentarse como comedia, la pieza posee un trasfondo trágico en el que apenas queda lugar para la esperanza, ya que los personajes ven destruidos sus suefíos, o su presente anc lado en las desgracias del pasado. Tan sólo la joven Raquel parece capaz de vivir de acuerdo a una libertad aún proscrita por ciertas mentalidades, y es ella quien deja la única puerta abierta a la ilusión, mientras que e l resto de los personajes quedan limitados en su resignación, su anclaje en el pasado o su arrepentimiento . En palabras de Jerónimo López Mozo: «sus protago nistas reflejan la frustración de quienes vivieron la guerra civil espafíola y los difíciles aílos de posguerra, dos experiencias lejanas que han dejado en ellos, como en buena parte de la sociedad espafíola, imborrables secuelas . La vitalidad de la joven que simboliza un presente muy d istinto, con nuevas formas de vida que les resultan extrafías, pone de manifiesto la dificultad para romper con el pasado» . Como puede verse, no es casual la reunión de estas dos piezas en un mismo volumen, pues ambas dan cuenta de una misma inquietud por la libertad y realización personal , cuestionándose algunos de los principios más férreos de una generac ión o sometiendo a juicio todo tipo de dependencia, superstición o miedo. Una inteligente postura crítica hacia todo hábito impuesto.

EUSA RAMÍREz


Tras las huellas de Cirlot A mi buen amigo Jos é Manuel de la Pez uela, que dentro de tu propia esf era ya has entrado en el espacio infinito donde abrazas el aire. Te echaré de menos.

Esther Bartolomé-Fons En las largas tardes de verano, antes de que salgan las estrellas, algunas veces me acerco hasta el monasterio de Sant Cugat del Valles, la ciudad donde vivo , a contemplar sus capiteles omados de animales fabulosos' o pasear por el claustro. Suelo recordar, entonces, sucesos revividos por asociación. Imágenes oníricas mezcladas con su formulación verbal (la idea sólo se transforma en hecho cuando se expresa correctamente) vienen a acompañarme en la remembranza o la premonición. La más lejana en el tiempo quizá sea junto a aquel extraño sueño en color de unos ojos azules asomb rado s, tan reiterado- la de un ensayo sobre lo negativo que escribí a instancias de unas lecciones de filosofía fenomenológica que escuché en la universidad. Pero mayor impacto y frecuencia tienen las impresiones suscitadas por una película misteriosa que debí de ver por los mismos años en que tuve el sueño y redacté el ensayo y cuyo título no pude recordar hasta mucho después: El Señor de la Guerra 2 • Y lo recordé precisamente un buen día en que leí, como por azar, unas páginas, cuya autoría ni siquiera miré, donde se hablaba del mito de Bronwyn. Sombras, sueños, mitos ... Otras imágenes iban y venían a mi encuentro: el cine de Bergman (El Séptimo Sello y El manantial de la Doncella\ sobre todo), las narraciones de Edgar Allan Poe y J. P. Lovecraft, Gershom Scholem y la mística judía, la Shekináh y e l Santo Grial, Tristán e Isolda, el Pájaro de Fuego , el misterio de las catedrales, los símbolos oníricos, la simbología , el símbolo ... Mi primer encuentro «real » con Juan Eduardo Cirlot fue a través de su Diccionario de sÍmbolos 4 • Luego vendría todo lo demás. I Véase Marius Schneider: El origen musical de los animales-símbolos en la //litología y la escultura antiguas (Barcelona, 1946). 1 Dirigida por Franklin Schaffner en 1967 y protagonizada por Charlton Heston y Rosemary Forsyth. 1 De 1956 y 1959, respectivamente. 4 Editorial Labor, Barcelona 1982, 5" edición.


164 Todo lo demás es la respuesta a tantas preguntas dormidas en el subconsciente. Sueños, visiones, círculos, estrellas... y Bronwyn, mejor dicho, El Señor de la Guerra. En mi cabeza vivía flotando una novela que giraba sobre el mismo tema (El árbol de Beershevá, escrita en el más puro est ilo de autoexigencia bartlebyana, como diría Vila-Mata, es decir, no esc rita), donde la muerte es la zona oscura de la vida y sólo a través de sucesivas reencarnaciones puede llegar a vislumbrarse la luz de Shekináh. El deseo es el motor del movimiento y la carencia la causa del deseo .. . Regreso a casa contemplando el cielo estrellado . La casualidad no ex iste. Todo está escrito allí arriba y aquí abajo, en el aire que respiro igual que en la piedra que piso. Estoy bajo la férula inevitable de un presagio que desconozco, pero presiento. De nuevo Abrahal)1 Abulafia y su Sefer ha-Shem (Libro del Nombre) se me aparecen en el horizonte. En casa me esperan dos libros ; uno, antiguo y esotérico como la cara oscura de la Luna (o del yo); el otro, primicia reciente de un poeta que habla directamente al subconsciente. Los autores so n la misma persona, claro, Juan Eduardo Cirlot. Las obras: el cuaderno de reflexiones gnósticas Del no mundo (1969)5 y los poemas en prosa de El libro de Cartago (1998Y. «¿Eres verdaderamente cartaginesa?» , pregunta Cirlot al comienzo del Suceso onírico que dio origen -dos años después del sueño (visionado hacia 1944) que moti vó la escritura de este texto- a El libro de Cartag0 7 y se repite al principio y al final de sus siete poemas centrales, dando lugar a una estructura cerrada y circular (<<epanadiplosis» es el nombre que la retórica da a la figura); lo que en otro lugar llamé, sin pensar entonces en Cirlot, «los círculos crecientes del poema en prosa»8. Terrible interrogación que no espera respuesta (aunque la obtenga), que es una afirmación en sí misma. El círculo, emblema solar que nos habla de la unidad-tras la multiplicidad, símbolo de la perfección y de la eternidad, a l girar sobre esta pregunta retórica, me sobrecoge el ánimo. El libro de Cartago se abre co n un «Pró logo» y una «Despedida», ambos en verso, donde Cirlot, además de hacer gala de su perfecto Editado por Anton io Beneyto, primero como cuaderno suelto en su colección «La Esquina» en 1969; luego, junto al poema experimental Skara Sra-E, formando parte de la recopilación Narraciones de lo real y fantástico (Ediciones Picazo, Barcelona 1971 , co lecc ión «La Esquina», n.o 2), pp. 151-168. (, Ed iciones Igitur (colección Poesía, n.O 5), Barcelona 1998, 102 pp. Edición de Victoria Cirlot y prólogo de Carlos Edmundo de Ory. 7 Esc rito entre los días fin ales de 1946 y los primeros de 1947 en el Café de las Ramblas de Barcelona (véase, en la ed ición citada, la «Nota a la edición» de la página 17 y el comentario inicial de Victo ria Cirlot en sus «Notas a El libro de Cartago», página 85). , Esther Bartolomé-Pons: Los círculos crecientes de poema en prosa, «Ínsula» (Barcelona), n.o 454 (1984), p. 19. ') Véase Ju an Eduardo Cirlot: Diccionario de símbolos, ed. cit., pp . 130-131. 5


165 dominio del endecasílabo, en el primer poema (algunos de sus sonetos figuran entre los más hermosos de la lírica hispana del siglo XX 9), y del alejandrino, en el segundo, explica la deuda que tiene este libro con Suceso onírico (en Prólogo) y se recrea en ese juego de guiños permutado res que le es tan afín (en Despedida). Permutaciones, repeticiones, reincidencias sobre esa Dama del Horizonte aludida en la Despedida y que da título al primero de los poemas en prosa que siguen al prólogo y que no es otra cosa que una variación actualizada del Suceso onírico. Esta Dama del Horizonte, esta «cartag inesa» o doncella de Cartago (como también la denomina en «Tres fragmentos de la ciudad de la nada», primero de los Poemas de Cartago que siguen a El libro de Cartago en esta edición) es una más de las transfiguraciones heterónimas de Bronwyn o Daena o la Reina de las Tinieblas. Siguen a Dama del horizonte otros siete poemas en prosa numerados donde Cirlot despliega esta advocación dolorosa y circular (el siete es símbolo del dolor, el número que expresa el ciclo completo 10) a su cartaginesa, su víctima (él se adivina un guerrero romano redivivo) y su destino. Su Bronwyn. Su Shekináh. Es la eterna búsqueda del hombre que se sabe demediado, del hombre o la mujer incompletos desde el momento de su creación , del ser humano que intuye esa otredad (no precisamente el ideal) que necesita para sentirse pleno . «Nada me acompaña, pero yo no estoy solo», afirma Cirlot en el tercer poema en prosa. Y más adelante, en el sexto poema, pone en boca de su cartaginesa la siguiente afirmación: «Yo soy tu alma; la ciudad de la nada de tu alma. No sueñes con Cartago. Cartago no ha existido jamás. Si algo estuviese realmente vivo, no podría morir». Completan este volumen los Poemas de Cartago 11 , título que abarca tres poesías versificadas que demuestran la pervivencia, veinte años después, de una obsesión. En ese hombre de grandes obsesiones que fue Juan Eduardo Cirlot, el tema de Cartago (su sombra , su doncella) alcanza la categoría de un símbolo ambidextro: de la nada y de sí mismo l2 • Cartago es la ciudad de la nada, pero también el lugar \O Véase, por ejemplo, Tres sonetos para Gloria, en «Barcarola» (Albacete), n° 7 (abril 1981 , pp. 11 - 18 ; o los 44 sonetos de amor (Ed icion es Península, Bacelona 1993). 11 Véase Juan Edua rdo Cirlot: Diccionario de símbo los , ed, cit. , p. 330. 11 Publicados inicialmente en «Papeles de Son Armadans» (Palma de Mallorca), CLXV (diciembre 1969). 1) «La cartaginesa es la civilización que menos ha dejado como testimonio de su poder y larga duración», escribió en la Nota Preliminar para una Antología inédita preparada por él mismo en agosto de 1970 (cito según las «Notas a Poemas de CarlagOi! de Victoria Cirlot para esta edición, p. 98) .


166 donde «mi corazón oscuro me recuerda / perdido entre cadenas y relámpagos». La idea recurrente y obsesiva de Cartago es el síntoma que, actuando como proustiana magdalena, le lleva a recordar que un día «fui de los destructores de Cartago / y es inútil que mienta o que me finja / esclavo, fugitivo o moribundo, / blanco montón de huesos entre huesos». En el último poema de esta trilogía de 1968/69 , «Retrato de M'Nerca», Cirlot da, por fin , nombre a la doncella del mito. M ' Nerca -como Daena, como Shekináh, como Bronwyn- es un símbolo (el mismo símbolo) de esa otredad inalcanzable -porque si se alcanzase, ya no sería otredad ni deseo- que torturó (y alimentó) el pensamiento de Cirlot todos los días de su vida adulta. Pues el deseo (y su carencia) es el motor del movimiento ... Juan Eduardo Cirlot nació en Barcelona en 1916, el mismo año y la misma ciudad en que nació mi padre, que al igual que él tanto amaba la literatura y el cine , aunque su gran pasión fuese la fotografía. También mi padre sabía de mitos y de espacios vitales , y prefería el sueño a la prosaica realidad. También a mi padre le aterrorizaron si empre los saltamontes. No sé por qué sus respectivas imágenes (la de Cirlot y la de mi padre) se me han cruzado en uno de mis paseos por los alrededores del Monasterio de Sant Cugat. Tal vez porque aquí anticipo el final de mi propia peregrinación, de mi particular esfera. Tal vez porque aquí he tenido la visión de los cuerpos celestes que , al alcanzar el espacio infinito, recuperan su o tre dad, su totalidad antigua y pnmlgel11 a.


PROGRAMA

DE AYUDAS ASISTEN CIALES INDIVIDUALIZADAS

CEDRO Centro Español de Derechos Reprográficos Entidad de Autores y Editores


168 Ayuda a domicilio. Es una atención de carácter personal, doméstico y social en el propio domicilio.

Ayuda para adaptación de la vivienda Eliminación de barreras arquitectónicas dentro de la vivienda.

Ayuda de teleasistencia. Teléfono de emergencia 24 horas conectado a una terminal telefónica.

Ayuda para material ortopédico. Material destinado a mejorar la calidad de vida y la autonomía personal.

Ayuda para tratamientos no atendidos por el INSALUD. Cuando el tratamiento o intervención no esté comprendido en el campo de acción del rNSALUD, o la demora sea muy grande.

Ayuda de baja por enfermedad o accidente. Cantidad económica destinada a cubrir el período de baja de los escritores autónomos.


169

Ayuda para estancia temporal en un centro residencial.

Por urgencia o convalecencia.

Ayuda destinada al pago de un colaborador profesional.

Pago temporal de los servicios de una persona que ayude en la actividad creativa.

Ayuda en situación de desempleo.

Prestación frente a la carencia de trabajo.

Ayuda de urgente necesidad.

Ay uda destinada a reso lve r situaciones puntuales e imprev istas.

• Ser miembro de CEDRO con una antiguedad mínima de seis meses. • Remitir la documentac ión necesari a. • Los ingresos del so licitante no deben superar los límites que se estab lezcan para cada ay uda.

Para más información:

Área As istencial Asce nsión Sanz Romano Te ls.: 9 1 308 63 30 / 93 272 04 44


170 El Programa de Ayudas Individualizadas es el instrumento que permite dar una cobertura asistencial desde CEDRO para paliar situaciones de urgencia o necesidad que se les puede presentar a los autores miembros. Las 10 diferentes ayudas asistenciales son el resultado del estudio de las necesidades del colectivo de autores de CEDRO, con las cuales se pretende abarcar el máximo de situaciones de carencia o de necesidad que se les pueda presentar. No obstante, si su demanda fuera distinta a alguna de las contempladas en el programa, puede también presentar la correspondiente solicitud. Debe quedar claro que las ayudas que se presenten a la Entidad se concederán por períodos determinados, nunca superiores al año, pudiendo ser renovadas. Estarán supeditadas a la disponibilidad presupuestaria de CEDRO para el ejercicio económico de que se trate.

Centro Español de Derechos Reprográficos Entidad de Autores y Editores

Monte Esquinza, 14 - 3. 0 dcha. 28010 Madrid Te!': 913086330 Fax: 91 30863 27 Correo electrónico: cedro@cedro.org http://www.cedro.org

Delegació CEDRO Catalunya Aragó , 295 - 6·, 1a 08009 Barcelona Te!': 93 272 0445 Fax: 93 272 04 46 Correo electrónico: cedrocat@cedro.org


171 J CERTAMEN

DE RELATO CORTO ENCARNA LEÓN

Ciudad Autónoma de MeJilla Consejería de Educación , Juventud y Mujer Viceconsejería de la Muj er

Bases

l . La Co nsej ería de Educac ión, Juventud y Muj er, Viceconsejería de la Muj er, de la Ciudad Autónoma de Me lilla, convoca el I Certamen de Relato Corto «ENCARNA LEÓN» 2. La temáti ca será libre, aunque se valorarán muy especialmente aquellos trabajos que traten sobre la Mujer en lo referente a su aportación en el campo soc ial , familiar o ed ucativo. 3. Podrán participar cuantas personas lo deseen, excepto las que sean miembros del jurado, independi entemente de su nacional idad, siempre que las obras estén escritas en caste llano. Se presentará un solo trabajo por autor. 4. Los origi nales deberán ser inéd itos y no estar premiados con anteri oridad. Se presentarán mecanografiados a un espacio por una sola cara y en formato DI N A4 encuadernado. Los relatos tendrán una extensión de 5 a 15 folios . 5. Se entregarán cuatro ejemplares, sin firmar, constando en ellos sólo el título, adjuntando un sobre cerrado que contendrá en su interi or:

* Nombre y apellido o seudónimo. * DNI o pasaporte. * Dirección completa y teléfono.

* El título del

relato.

6. Se remitirá todo el material citado anteriormente en un sobre cerrado a la siguiente direcci ón: I Cert,\men del Relato Corto «ENCA RNA LEON» de la Consejería de Educación, Juventud y Mujer, Viceconsejería de la Mujer, de la Ciudad Autónoma de Melilla, e/. Genera l Prim, 2 - 52001 Me lilla. También puede entregarse en los registros oficiales referidos en el artícu lo 3S.4 de la ley 30/92 Ley de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimi ento Ad mi nistrativo común, con la indicación expresa en el sobre «Para el I Certamen de Relato Corto ENCARNA LEÓN» de la Consejería de Educac ión, Juventud y Mujer, Viceconsejería de la Muj er.

7. El plazo de presentación fin ali zará el día 3 I de diciembre de 200 l. S. Se establece un primer premio de I.S03 euros (300.000 ptas .), segundo premio de 902 euros ( 150.000 ptas.), y tercer premio de 300 euros (50 .000 ptas.). 9. La Co nsejería de Educació n, Juventud y Muj er designará el jurado. Su compos ici ón se hará pública al emitirse el rallo, siendo éste inapelable. El jurado no conocerá los nombres de los autores y autoras, tan sólo el título de los relatos. 10. Los premios podrán ser decl arados des iertos si a criterio del jurado ningún relato poseyera los méritos necesari os para ser premiado. As imi smo, el jurado estará facultado para reso lver toda cuestión de su competencia. 11. La Consejería de Educación , Juventud y Muj er, podrá ed itar una publicación con los relatos premiados y otros que por su interés sean suscept ibl es de ser publicados . 12 . La relación de los autores y autoras y la entrega de premios se darán a conocer a los di stintos medi os de com unicación. Tendrá lugar a lo largo del mes de marzo de 2002. 13. Los trabaj os no premiados se devolverán en el plazo de un mes contando desde el día del fa llo del jurado. Se recogerán en la Consejería de Educación, Juventud y Muj er, c/. General Prim , 2. Los que no fueran recogidos en dicho plazo serán destruidos. 14. Los autores y autoras de los relatos premiados deberán as istir en persona , o med iante represen tante acred itado, al acto de entrega de premios. Consejería de Educac i ón, Juventud y Muj er Viceconsej ería de la Mujer c/. Gral. Prim , 2-5200 I Melilla Teléfo no: 952 6S1 950 - Te lefax: 952 6S4 32S




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Director. AHDRES SOREL Consejo de Redacción Junta Directiua de la A. [ E Sagasta . 28. S ' - 28004 Madrid - Te!.. gl 446 70 47 - Fax gl 446 2g 61 Página web de la A [ t

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CON EL PATROCINIO DE CEDRO Entidad de Autores y Editores


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