REVISTA 071

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Ninguna profesión es tan estéril como la de las Let}'([s. Sin embargo es tan valiosa en el mundo la impostura que, COI1 ay uda de ésta, incluso las Let}'([s llegan a resllltarji-lIct[j"e}'([s. L EOPARDI

GYORGY KONRAD. El papel de los intelectuales en Europa /

ANTONIO HERNANDEZ. El mundo entero /

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JUAN JOSE MIRA. Un «Planeta» comunista



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Nada existe más raro en el mundo como una persona habitualmente soportable. LEOPARDI (PENSAMIENTOS)

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ÍNDICE 1 TEMAS MONOGRÁFICOS MANUEL MANTERO Manuel Mantero ANTONIO HERNÁNDEZ. Manuel Mantero: de lo espontáneo a lo consciente W. DOUGLAS BARNETTE. Luis Cernuda y Manuel Mantero: dos peregrinos sevillanos FRANCISCO J. PEÑAS BERMEJO. La clásica modernidad poética de Manuel Mantero JOHN Ross. El éxtasis sexual como iluminación en la poesía de Manuel Mantero WILL DERSUHA. Amor duro

JULIA UCEDA.

7 15 27 37

49 55

Escritos de Manuel Mantero Hill1no a Eurídice Había una ventana de colores Bibliografía mínima de Manuel Mantero

63

75 103

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LA CREACIÓN Consagrados e inéditos El mundo entero La escritura de vidrio

ANTONIO HERNÁNDEZ. ELENA PALLARÉS.

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III DE VARIA LITERATURA Juan José Mira. Un «Planeta» comunista MARÍA PAZ SANZ ÁLVAREZ. En recuerdo de José Luis Cano VICTORINO POLO. De la lectura y la escritura como pecados veniales GYORGY KONRAD. El papel de los intelectuales en una Europa que cambia JOSÉ LUIS REINA PALAZÓN. Entrevista con Gyorgy Konrad SONIA MOLLÁ. La literatura hispana se abre paso en EE. Uu. RAMÓN SÁNCHEZ LIZARRALDE. Literaturas balcánicas: crisoles de la diversidad

MANUEL BLANCO CHIVITE.

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IV LIBROS - CRÍTICAS LIBROS - CRÍTICAS V ANIVERSARIO DE PRIMA LITTERA 50 RESEÑAS DE LIBROS , PREMIOS y CONVOCATORIAS

Todas las citas de Leopardi han sido tomadas de la obra publicada por Alfaguara con traducción y edición de Antonio Colinas

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No se publican trabajos no solicitados, ni se mantiene conespondencia sobre ellos

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1 Temas Monográficos

MANUEL MANTERO

Autorretrato

El departamento de Lenguas Románicas de la Universidad de Georgia (USA) ha dedicado recientemente un homenaje al poeta español Manuel Mantero, dado su reconocimiento internacional como escritor y en agradecimiento por su larga labor como enseñante en dicha universidad. Cerca de dos docenas de especialistas, catedráticos y docentes ex alumnos de Mantero han analizado su obra poética, critica y narrativa, coordinados por el profesor hispanista John Ross. REPÚBLICA DE LAS LETRAS, en el monográfico que le dedica en este número, publica algunas de las ponencias; junto con varios articulas de escri-


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tares españoles. De la recopilación de dichos textos, a los que acompaña una selección del n~levo libro de l poeta sevillano, Himno a Eurídice, se ha encargado Antonio Hernández, quien fue invitado por la Universidad de Georgia para dictar diversas conferencias y lecturas de su obra así como para intervenir como conferenciante principal en el ciclo. Ma nuel Mantero, ausente de España desde hace treinta y dos años, ha sido Premio Nacional de Literatura «Gustavo Adolfo Bécquer», premio Fastenrath de la Real Academia y Premio Andalucía de la Crítica de la Asociación Andaluza de Críticos L iterarios.

Congreso sobre Manuel Mantero. Uni versidad de Georgia. De izquierda a derecha: José Lui s Gómez-Martínez, Manuel Mantero, Nieves (su esposa), John Ross, y Mari Luz y Antonio Hernández.


Manuel Mantero

Julia Uceda .. Un poeta afirmaba recientt.;¡C;nte que la poesía es cosa de juventud. A I~í me ha parecido siempre que la poesía era cosa de rebeldes, de outs iders , de quienes están fuera, aunque no en contra, de las líneas que en cada momento grupos «académicos» pretenden imponer. Al menos eso creyó Manuel Mantero y con él una parte de su generación, que es la mía. Entendíamos la rebeldía como una especie de cólera inocente que impedía pactos de convivencia y nada tenía que ver con edades ni con domesticados que no se atrevían a arriesgarse por nada. Por esta razó n, en nuestro tiempo , al rebelde se le considera un extraño y su diversi dad -según cree un respetable crítico-, si se erige en categoría absoluta, es decir, en modelo, se convierte en grave problema. Nunca he sabido para quién. Tal vez para el crítico. Me estoy refiriendo, por supuesto, a una rebeldía ética y estética, a la reserva de un espacio paliicular en el que un poeta se arrogue la libertad de disentir y de expresar su disentimiento sin que por ello se le «mate» con el silencio sobre su obra. Esta libertad, ya que no otra, fue a la que nunca renunciamos los poetas de nuestra generación. Tal vez por esto todos fuimos siempre de esos poetas que nunca gozaron de los pocos favores que entonces la Administración dispensaba a la cultura a la que, como dominaba, no era preciso domesticar. Releyendo la correspondencia que Mantero y yo hemos sostenido desde hace lo menos doscientos años, deduzco que los poetas sevillanos de entonces nos ayudábamos y financiábamos mutuamente nuestras pequeñas ediciones porque en una calia del 27 de mayo de 1957 me escribe: «Caramba, Julia, ¿por qué no sacamos nosotros así ROCÍO? Fíjate qué programa: » 1. 0 Homenaje a Julia Uceda porque está en Sanlúcar de Barrameda. »2 .0 Homenaje a Manolo Mantero porque está en Sanlúcar la Mayor. ¡Casi nada! »3 .0 Petición de parné a medio mundo para sacar ROCÍO. »4. 0 Tragedia de Julia Uceda que se quiere meter a monja.


8 »5. 0 Petición de dinero para que Julia Uceda no se meta a monja y buscarle así unenchufillo. »jDios santo!». Aunque todo esto nos haga sonreír ahora, recordando lo que en realidad vivimos, doce años más tarde, en junio de 1974, y comentando unos cuentos míos que él había prologado, concluía Mantero: «Qué tristeza, en el fondo, la de la época de nuestra juventud. Y qué terrible inventario el de esos cuentos tuyos». Nosotros, sobre la base de un tejido ético y moral de origen existencialista -Camus mejor que Sartre-, y sin coartadas de pensamiento débil sustitutorio; estuvimos -y estamos- entre dos fuegos: de un lado, y en su tiempo, el de la censura; de otro -y ahora- el de los nuevos grupos de poder, no muy diferentes a los de la época del franquismo aunque sí con otras características. Pero así como la censura, que todos rechazábamos, paradójicamente estimulaba la oposición y el ingenio, los nuevos mandarines matan con el silencio y con sus desatinados dogmatismos, dando plaza a escritores cuya única preocupación es la de establecerse en las líneas que otros trazaron por ellos. Indro Montanelli, un r~belde de 87 años, avisaba, en el acto en que le entregaron el Premio Príncipe de Asturias, que es más fácil ser rebelde en una dictadura -porque te expulsan- que en una democracia porque en ella, a los que no obedecen, se les corrompe con favores . El compartir esta actitud nos ha mantenido lejos de creer que el individuo pu~da vivir, moralmente, sin ideologías, a pesar de que nunca llegamos a corear la poesía social de hace años sino a aceptarla desde un humanismo, ni nos adherimos, ahora, a otros cultos no menos efímeros. No fue fácil, en la dil.atada posguerra, para los poetas sevillanos, sobrevivir a la Generación del 27. Pagamos el que el centro de la poesía española hubiera sido sevillano y ciertamente andaluz, y algunos, echando a un lado a Juan Ramón y leyendo sesgadamente a Antonio Machado, se establecieron como exclusivos en otras regiones depurando todo lo que sonase a andaluz. En Sevilla, el 22 de marzo de 1962 y en la presentación de alguna lectura mía, Mantero centraba algunos aspectos de lo que fue nuestro grupo: «Nosotros éramos --dijo- unos jóvenes que escribíamos nuestros primeros versos . Nos hallábamos en un panorama desolador: penuria de la sensibilidad, una ciudad perdida en eses de mala cancionería, y unos viejos amojamados en su incapacidad. Recuerdo, eso sí, la mano tendida de Rafael Laffón, la palabra nerviosa de Joaquín Romero, la humanidad de Juan Sierra ... [ ... ] Ahora es fácil escribir en Sevilla. Antes suponía la heroicidad de un Hércules no inventado». Y expresaba sin ambages nuestra indomesticidad, nuestra cordial rebeldía:


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«Basta ya de poesía esteticista, como la inmediatamente posterior a la guerra; basta de los existencialismos poéticos siguientes [ ... ] de los que sólo Bias de Otero y José Hierro se salvan. Basta, igualmente, de poesía social, política o ética». Esta declaración de independencia la encontramos también en el poema «Es una confesión»l y recorre la intención de su obra hasta, por ejemplo, «Delante del café de los escritores» y «Generación del 50 (ó 60)>>2 y, en general, en toda su obra. Ahora, muy por encima de las pequeñas pasiones de entonces, se eleva la solidez de una obra como la que comento. Para valorar lo que dice un poeta hay que conocer su ámbito, su lengua, su tradición y su ética. Mantero es un poeta que habla siempre desde España aunque se encuentre en los Estados Unidos, y me atrevo a aventurar que, como Blanco White, podría dejar de ser español pero jamás dejaría de sentirse sevillano. España, como totalidad histórica, fue para nosotros una turbación y no hay una carta de Mantero, a lo largo de todos estos años, en la que no nos manifieste esa preocupación social y ética. En 1975 nos decía: «Toda la historia de España, desde hace siglo y medio, es un error. Pero España viva, eso sí. Tal nuestra esperanza. ¿Qué hacer desde aquí? Escritores, escribimos. [ ... ] Nosotros, desde luego, hemos de dejar constancia (que es más que testimonio: es continuidad) de la repulsa». Y más tarde, en 1980, desaparecida ya la dictadura, confesaba: «Pongo la radio y me deprimo. Nada ha cambiado». Su disconformidad básica, creo yo, no ha sidQ otra cosa que la necesidad de una patria perfecta. Y la nostalgia de esa perfección que siempre creía encontrar en los lugares que había dejado. Desde Madrid, por ejemplo, en 1960, afirmaba: «Echo de menos Sevilla, pero sé que mi sitio está aquí. En la lucha». Y solía formular preguntas que él mismo, desde lejos, podía respondese: «¿Huele ya en Sevilla? - y yo entendía que hablaba del azahar-o ¿Está tibio el aire?» . y yo también sabía que Mantero hablaba de ese aire que es como el líquido amniótico en el que la piel del sevillano se siente en paz. En la poesía de Mantero se desarrolla, pues, una dialéctica sev ill ana que jamás cesará de discutir dentro de él: «Esa ciudad siempre dormida, entregada a Madrid y al resto de España, viviendo frente a su espejo [ ... ] .En la prehistoria Sevilla estaba junto al mar. .. ¿Por qué no avanzó a tierra en lugar de retirarse?». Y cuando nosotros estábamos en Irlanda y ellos en Estados Unidos: «Hoy comienza la feria de Sevilla, ¿no ? Doce años que no la veo. ¿Os imagináis ahora mismo, las dos de la noche, allí nosotros?» . 1 Tiempo del hombre. Madrid, Ágora, 1960. En Como l/ama en el diamante, 11 , Fundación El Monte, Sevilla, 1996, p. 89. l Poemas exclusivos, op. cit., pp. 137-1 95 Y pp. 144 Y 161.


10 Ya en su primer libro, Mantero sienta las bases de las preocupaciones que impregnan su extensa obra. Éstas evolucionan a través de los años gracias a un trabajo intelectual, emocional y estético, se entretejen a nuevas experiencias en relación con los aquí y los ahora, y representan un constante autoanálisis del sí mismo a través de la reflexión histórica, del valor de nuestra lengua, de la mujer, el vino, la muerte y el amor. Para ilustrar someramente todo esto citaré, entresacándolas de nuestra correspondencia, algunas declaraciones de intención poética. Comentándonos la idea que le había llevado al poema «Reflexiones sobre un idioma muerto »3, nos decía, recogiendo la pena de que el tiempo pase, los cuerpos mueran y lo que hoy decimos no signifique nada después de nosotros, el 14 de febrero de 1976: « ... yo recreo las palabras latinas de amor,· revivo a aquellos amantes, y espero que algún día alguien nos eternice así también a nosotros. Un poema que habla de lo efímero lo he procurado lleno de fiestas; también el vino, donde la tierra constante en mi poesía. Hay algo sagrado en el vino, un fuego nunca provisional , un dios inconsciente». George Steiner -y esto tal vez pueda responder a la pregunta de qué es la poesía, para qué sirve, etc.- cree que las palabras del poeta tienen el poder de conferir vida duradera «porque el poeta ha hecho del habla un dique contra el olvido, y los dientes agudos de la muerte pierden el filo ante sus palabras»4. La muerte, como enigma, está presente en la obra de Mantero lo mismo que el amor. No se trata tanto de la propia muerte como de la desaparición de todo lo amado. Hacia 1981 nos decía, desde Estados Unidos: «Hace siete años planté jazmines chinos -blancos, estrellados . Y había conseguido un jazminero importante que se dejaba guiar por la pared como un animalito. El gran frío de este invierno lo ha matado. Ahí lo conservo, seco, entre tanto verde, sin atreverme a quitarlo, póstumo, engañándome a mí mismo. Y las hojas no se caen. Cuando vivía, se caían». Pero, aunque naciera en Sevilla, el ámbito matricial de Manuel Mantero fue Sanlúcar la Mayor y un caserón, hoy destruido, sobre el que han sembrado bloques de pisos y con el que se han perdido objetos entrañab les. En su carta del 17 de agosto de 1957, Y desde Sanlúcar, me describe el viejo patio, al que regresó, con Nieves y con sus hijos, varias veces desde los Estados Unidos: «La fuente, las macetas, la torre aso-' mada al patio,., Los pájaros están dormidos -los veo- en la buganvilla. Y la luna es una monedita limpia con la que comprar el mundo». ltI ql/iere amanecer. Madrid, Col. Dulc inea, 1975. Segunda edició n: Lautaro Ediciones, SevillaChicago-Buenos Aires, 1988. Op. cit, lIi , p. 46. '. Gcorgc Steincr: Lengl/aje y silencio. Barcelona, Gedisa, 1982, p. 65. J


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Esa casa es la que funda en Mantero su arquetipo de casa como recinto primordial y son sus estancias símbolos que pasan a formar parte de la idiosincrasia del poeta, como después aclararé. Hay un proverbio de los indios navajos que dice que todo sigue vivo hasta que deja de se r recordado. A esa casa, destruida pero viva, también pertenecen otros dos arquetipos de la poesía de Mantero: el del espejo y el de la gruta. Ambos son, en su poesía, arquetipos de identidad. Mantero abre el poema «I ntento de dos justificaciones»5. de Ya quiere amanecer, con una afirmación rotunda: «Yo no soy uno, muchos soy». En efecto, muchos somos si nos tomamos el trabajo de averiguarlo. Grandes zonas de la poesía de Mantero son una indagación en el problema de la diversidad paltiendo de la uniquidad , no sólo como individuo sino como quien lleva al"íadido el oficio de poeta. Los dos signos paradigmáticos de esa búsqueda son: EL ESPEJO , que aparece ya en un poema que me envió desde San lúcar, probabl emente anterior a su primer libro , titulado «Bomba catorce » y que con el título «Od iado espejo» y ligeras variantes incluye en el Memento de difuntos de M isa Solemne 6 ; y La gruta, que guarda relación con el enigmático título , Como llama en el diamante, de su obra completa. El mester y la voluntad de poeta empujan a Mantero por el camino de la indagación hacia todo aquello que trasciende el nivel de la realidad visual y de la emocional, niveles de los que muchos poetas no pasan. La preocupación de Mantero por ese mester, que lo es también por su identidad , se encuentra en sus primeros poemas. ¿Po r qué poeta? ¿Qué es ser poeta? ¿Qué significa la palabra «poeta»? Y ¿por qué poeta aquí y ahora? Él, además de ver « ... el color de un poema por dentro», como afirma haber visto en «Aquel Manuel Mantero »7, intenta definiciones: «Poeta. Es decir, náufrago que grita»,8 o «Poeta , sordo de naci mi ento»9, o « ... el que lidi a con leyendas»lO. «O fici o de poeta , qué arduo eres: / traducir de un lenguaj e / qu e no ex istc»II ... Paralelamente a esta indagación se va desarro llando en su pocsía el símbolo de la GRUTA. La gruta, cuyo té rmino genérico es «cave rna», es un símbo lo matricial lo mismo que la casa. En «La queja querida». d¡; Mínimas del ciprés y los labios, cuyos poemas están escritos entre 195-1- y ' . Op. cit. , 111 , p. 31. ". Alisa solemne. Mad rid , Edi tora Nacio nal, 1966. Op. cit., 11 , p. 109. '. Míllimas del ciprés)' los labios. Arcos de la Fronte ra, Alcaraván, 1958. (OC, 1) p. 65.

'. Ibid ., 1, p. 67. '. La lámpara comlÍn. Ria lp, Madr id, Co l. Ado nais. 1962. «C riti ca de un libro». (OC. 1). p. 126. 10 . )~ quiere amallecel: Ibid . «Inten to de dos just ifi cac iones», (OC, 111 ) p. 3 1. ". Fies/a. Madrid , Endymi ón, 1995. «Tornaso les de una anun ciació n» OC, p. 156.


12 1956, el poeta, «náufrago que grita», desea ser rescatado de su isla; pero cuando arriba un barco «el poeta, en su cueva más salvaje / esperará de nuevo a que se vaya» 12. En este primer caso, la cueva parece representar un reducto en el que la subjetividad, el ser poeta, se defiende de la indiferenciación. Mantero sabe que la poesía viene al poeta, no el poeta a la poesía, y que ésta es más que tradición y mucho más que palabras o belleza. y que por la boca del poeta hablan otras voces muy antiguas que nos ayudan a expresar lo que con un lenguaje denotativo jamás podría ser expresado . En el poema «Después de comen>J3, de Tiempo del hombre, (1959-1960), la cueva se ha transformado ya en un reducto interior:

pero ¿y ahora, ahora que tengo que empujar los ojos hacia la gruta de mi yo, la honda gruta donde mi alma se endurece no sé si para hierro o para joya? De nuevo el dilema, pero esta vez no parece consecuencia de la indecisión sino del azar. Aunque no sea plena la sinominia entre gruta y caverna, en todas las tradiciones se trata igualmente de un lugar subterráneo, en relación con la montaña y hundido en la tierra, y tanto para griegos como para orientales es un símbolo del mundo desde el que, por distintos procesos de acuerdo con cada tradición, se sale a la luz del conocimiento del mundo y del ser. Regresar a la casa de Sanlúcar o recluirse en ese recinto interior al que el poeta llama caverna en ese lenguaje que no existe, significa regresar al origen, a la fuen te primordial, a la raíz como a una forma de renacimiento. También la cueva puede simbolizar lo inconsciente en su aspecto negativo y manifestar los peligros de adentrarse en las zonas oscuras del ser. En la serie titulada «Sueños»'\ de Memorias de Deucalión (1976-1980), se vislumbra ese mundo sombrío y primario aludido en el verbo «reptar», anterior a una era en la que el hombre está lejos de lo que habría de llamarse hombre y del que por instInto natural escapa:

". (OP, 1) p. 67. ". (OC, 11 ), p. 104 . .. (OP, 111), p. 94.


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Desde el suelo ceniza de esta cueva (aquí siempre he vivido y he reptado) , un raro, doloroso impulso eleva mi cuerpo al aire, al aire deseado. La descripción más decantada de este lugar interior la encontramos en un soneto escrito en España, «Será la virginidad» '5, de Poemas exclusivos. La gruta, que ahora representa su poesía total, está definida como ámbito propicio con el que el poeta se identifica y del que no necesita huir:

Mi poesía de ahora es una gruta que contiene una sala silenciosa con un lago sin horas donde escruta mi mente la raíz de cada cosa. Todo está en soledad. Este lugar de paz y meditación se ha ido formando a través de tres décadas y cargando de un contenido metafísico. Ya no es el recinto en el que se endurece el alma ni en el que se repta, sino que , por el contrario, se ha amueblado con tres elementos: un ambiente que protege la meditación -todo está en soledad-, un silencio propicio y un largo sin horas -otro espejo- donde la mente escruta las raíces de las cosas. Esta sala funciona como símbolo de la totalidad del ser en un tiempo, de su individualidad separada, de nuevo, de lo amorfo e indiferenciado pero, sin embargo, unido , a través del lago como ojo de la tierra, a los habitantes del pasado, a los animales y a las plantas. Pero los lagos, en las leyendas -no olvidemos que para Mantero el poeta es «el que lidia con leyendas»- suelen esconder palacios adversos o propicios que unas veces son de cristal , otras de joyas, a veces de diamante y aluden siempre a paraísos artificiales. No es así en este caso ya que la razón, escrutando la raíz de cada cosa , controla las fantasías irracionales y, por tanto , esta agua representa la tran sparencia del conocimiento al que el hombre se inclina . Cabe preguntarse de qué raíz de esa gruta ha surgido el título -Como llama en el diamante- de estas obras completas, pues ya se sabe de dónde procede esta gema que los griegos llamaron indomable y que, si en los cuentos populares representaba el origen de la sabiduría que enge ndraba otras sabidurías, en el Renacimiento se creía dotada de la facultad " (OP, 11 ), p. 139.


14 de liberar el espíritu. La llama, a su vez, podemos interpretarla en tanto el fuego o en tanto luz, pero en su total complejidad es siempre, y en todas las culturas orientales y occidentales, un símbolo de purificación, de ilu.: minación y una imagen del espíritu. Es obvio que la poesía de Mantero exige una interpretación más pormenorizada, pero aquí quedan ya señaladas unas posibles vías de acceso a una obra dificil y rara en la actualidad española aunque se inscriba, sin duda alguna, en la línea trascendente de nuestra más alta lírica.

Con Antonio Hernández. Uni versidad de Georgia. Congreso sobre Manuel Mantero (marzo de 2001 )


Manuel Mantero: De lo espontáneo a lo consciente

Antonio Hernández

Cuando yo era todavía un adolescente lampiño, noctámbulo y errante por las calles de Arcos y alejaba mis sueños creadores de un tono poético de actualidad embebido en las lecturas de Campoamor o Núñez de Arce, llegó a mis manos un libro, Mínimas del ciprés y los labios, que, por lo pronto, puso el reloj de mi sensibilidad poética en hora. Aquella noticia auroral del poeta sevillano abrió esa puerta tosuda hacia la modernidad y un aire fresco de llovizna en primavera acudió a mí como el prólogo que iría a conducirme por lecturas necesarias y lo que es más importante aún: como el autodescubrimiento de mis potencialidades poéticas. Tras las Mínimas vinieron también como un chaparrón de iluminaciones el 27, la generación de Escorial con Luis Rosales al frente, toda la poesía andaluza mejor de postguerra y, como algo inesperado, el conocimiento personal del poeta, que acababa de casarse y puso en su itinerario de viaje de novios una estadía en mi pueblo. Iba, naturalmente, con Nieves, flamante esposa y bellísima mujer, la cual, de no habernos conocido después a José María Velázquez -un poeta paisano- ya mí más amplia y habitualmente, casi seguro que habría guardado para siempre una sensación de incomprensible e in sól ito hostigamiento. Quiero decir que, desde que nos presentaron a la pareja hasta que Nieves y Manolo salieron de la provincia de Cádiz, fuimos las carabinas de las que posiblemente quisieron desmarcarse con la boda. Tras ellos nos desplazamos a Jerez, donde el poeta leyó ante el clamor de un público entregado parte de su libro Misa solemne, y, desde Jerez, nos orientamos hacia El Puerto de Santa María en uno de los marcajes más férreos que hayan soportado nunca musa y poeta alguno. Creo que, si en los novios dejamos la impresión de ser unos plastas irredentos, también en el hombre una admirativa conducta de


16 apego a su poesía y la aceptación de un precoz magisterio que, a buen seguro , debió de compensar al poeta de persecución tan pegajosa. Ese magisterio , plenamente madurado, persiste con respecto a mí, y de manera tal que, cuando me junto con poetas castellanos y la ingente liba de alcoholes trasegados sin comedimiento nos conduce a lo que no está bien visto si de poemas propios se trata, pero comúnmente aceptado con gusto si son de la autoría de los poetas del 50, inmediatamente alguien de entre los agoreros, con pactada ironía, dice: ¡A que Antonio no lee un poema de Mantero! La verdad es que, si suelo decepcionar a quien así, tan en broma, vaticina, en ocasiones pido dos turnos y completo mi intervención algo liricoetílica con algunos versos de mi paisano Julio Mariscal, que tanto admiró y quiso a Manolo, y a quien Manolo siempre correspondió muy generosamente. Son ellos, junto con Claudia Rodríguez, mis poetas de esa generación, gusto que se podría ampliar con algunos libros de poemas de Gil de Biedma, Eladio Cabañero, Mariano Roldán, Ángel González, y otros. La elegancia, la luminosidad, el estilo diferenciante, la capacidad metafórica y, sobre todo, ese milagro de la intuición en Mantero, por el que se nos conecta no ya con lo que es una idea, sino con la cosa misma que la idea quiere representar. Ahí está el punto fuerte que escasea en la mayoría de los poetas españoles actuales, en la intuición, esa fuente primaria de toda evidencia que supone una suerte de segundo oído, segunda vista, gran olfateo y perspicacia suministradora del contenido original del pensamiento y a cuya falta no habitan nuestro espíritu más que vagas nociones de realidad profunda y palabras sin un punto estable en el que reconocerse y consolidarse. Intuición, claro, y técnica, conocimiento del oficio con el consiguiente despliegue de recursos que originan los efectos sensibilizadores. Y, por supuesto , otras cosas más que iremos viendo, causales y determinantes, desde el nacimiento sevillano del poeta, acaecido en 1930. Pues, bien, partamos hacia ellas. Los sevillanos, por lo general, sue-. len estar muy orgullosos del lugar en donde han nacido y cuando se les pregunta de dónde son responden lógicamente que de Sevilla, añadi endo con suficiencia lo que ya pertenece al chauvinismo más absoluto : «Aunque esté feo presumir». Ya el refranero doméstico asegura sin pudor que la mejor tierra de España es la que el Betis baña, y el Betis, tengo que aclarárselo a ustedes, a los que no tengo que suponerles la condición de adivinos, además del nombre de un equipo de fútbo l español del que Manolo Mantero y yo somos fieles seguidores, es también el apelativo romano o latino del llamado Guadalquivir, rey de


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los ríos para los árabes de hace varios siglos y tan desmesurado en la óptica perdida de los cronistas españoles de la conquista americana que servía de modelo comparativo con las grandes corrientes fluviales como las del Amazonas o el Mississippi, cierto que, si objetivamente una cintilla verde en comparación, cantado nada menos que por Rioja y Juan de Mena, por Jáuregui , Rodrigo Caro, Fernández Andrada y Juan de Arguijo, por el glorioso Góngora y el divino Herrera, por Bécquer y, para no hacer la lista inacabable, por los hermanos Machado. Más ajustadamente a la realidad, Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios Españoles, definió a Sevilla como «la más bella ciudad que mira al sol en Europa», y para que ustedes vean que no es cosa propia de la exageración latina, Jorguito Borroughs se extasió ante su templo madre y Byron con su otra representación del paraíso, las mujeres. El primero escribió que «N uestra Señora de París es un edificio hermoso, pero a quien ha visto las catedrales espaí'íolas y en particular la de Sevilla, se le antoja casi mezquino y sin importancia, y más parecido a una casa consistorial que a un templo del Eterno». El segundo, Lord Byron, al ver a una de sus mujeres musitó simplemente «oh, gloria», más propenso a las bellezas andantes que a las estáticas. Mantero nació allí, muy cerca de ese templo con una torre medio almohade y medio cristiana a cuya contemplación es muy difícil ser pesimista, y en una calle con referencia de azar y olor a azahar, la calle de la Estrella. Los andaluces solemos decir de una persona con suerte que nació con buena estrella y que hay quien nace con estrella y quien lo hace estre llado . Es obvio que Mantero pertenece a los del primer grupo. Para ello lo más coadyuvante es nacer en familia rica , como fue su caso, pero también entran en juego otros elementos ajenos a la fortuna material que vaya evitar enumerarl es de momento. Sí, no obstante, subrayaré esa condición de persona que crece en el seno de una familia acomodada y culta porque de lo contrario su recuerdo no estaría amueblado con un entorno de suficiencia burguesa agraria decididora de una sensibilidad abocada al campo andaluz, tan presente en sus primeros libros y tan determinante de una personalidad, la de Mantero, si matizada posteriormente por su integració n urban a en Madrid y después en los Estados Unidos, con claras raíces en un etotipo de conciencia marcadamente sureí'ío. Valga decir que si hay un reconocido tipo hidalgo castellano, existe también la semilla de un arquetipo de señorío andaluz. Es el campero, universitari o o no , que sigue enamorado de la tierra, cordial sin aspavientos, generoso sin exhibición, recto sin pasarse de riguroso, de· pocas palabras aunque precisas, aficionado a esa austeridad expresiva del cante flamenco y a


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esa traged ia refulgente que es la fiesta de los toros sin que nin gun a de esas manifestaciones folclóricas de hondo calado le haga n olvidarse de sus responsabilidades, de las fae nas del campo y su exp los ión vegetal sensitiva no por ell o renuente a las exqu isiteces ciudadanas u otras ma ni festaciones cul tura les uni versa li zadas y propias de nuestro tiempo. Co noce la tierra amada -" se ha escrito también- y es airoso en la urbe. Tiene temp le agudo de macho y es delicado en el sentir y recio en el jurar. Le sobra sentido del humor sin embargo que alterna con su evidente timidez, reflejo de un ostrac ismo activo que repliega su ternura bronca, pudorosa. No resiste paños tibios. La susceptibili dad de su amor propio en nada contrad ice su ampli a comprensión de los hombres y de los hechos. Huraño de apariencia, abre su corazón a la amistad y es entonces la eclosión de las cordialidades . Es el cabal por excelencia, ése al que le molesta sobre manera el hipócrita y la poesía de los vernaculistas o los recitadores explos ivos . El retrato, claro, es retocable y depende, como en el co lor del cristal manuelmachadiano, de quien le ponga tinta a su vis ión. Como en el muy reciente de nuestro poeta incluido en el libro de Fernando Sánchez Alonso La memoria que ellos me dejaron. Semblanzas de 50 poetas del siglo X,I(, que emp ieza así: «Sev illano replantado en la estado un idense Uni versidad de Georgia, Manuel Mantero es un pelo bruno atirantado hasta la nuca, -unos ojos de un azul firme y escéptico, una boca resumida en un trazo lacónico, como un epigrama o una orden, y una robustez de terremoto inofensivo. Una síntesis, en fin, entre un párroco de aldea y un boxeador sentimental. En cuanto a su temperamento, Mantero antepone a cualquier otro bienestar el de la independencia, porque él, como Hermann Hesse , sólo obedece «a la ley que lleva en sí mi smo». Manuel Mantero nació en Sevilla como hemos visto, pero su nacimiento ocurri ó en la cap ita l hispalense por una mera cuestión de segu ridad en el parto. De no ser su fam ili a una fam ili a más que so lvente, su ven ida al mundo hubiera sido un hecho en la casa de San lú car la Mayor, donde los suyos poseían fincas urbanas y rurales, entre las que se contaba la huerta llamada de Chavarrías, sin duda el nombre en alu sión a uno de sus ancestros vascos, a la que se refiere en un o de los romances de co ntinuos encabalgamientos muy personales integrados en el «ConfiteoD> de su cuarto l'ibro editado, Misa so lemne: Chavarría era la huerta de mi madre. Nu nca supe por qué se llamaba así, vascos son entre andaluces.


19 Chavarrías frutal, fresca de honda acequia o lluvias útiles, profusa en verdes, en pájaros que cantan y no concluyen. De todo había: naranjos, almendros, ciruelos dulces, nogales de acceso rígido, palmeras de fruto impune, uvas tempranas, moreras, geranios rojos y azules, cañaverales, magnolias llenos de inocencia y lumbre. Oh nombres, palabras bellas que hoy poseo: abren y aducen fiestas de color y música, gracia de futuras cúspides. Palabras, palabras nutricias del ayer que iluminarían el tiempo por venir, la naturaleza en fiesta , en explosión de un ser que originará su transfiguración en idea por la mediación del verbo. Inevitable su inclusión en la tradición lírica andaluza -Rioja, Juan Ramón , Cernuda, Ricardo Molina- de una prodigiosa herencia vegetal de tactos y aromas, que da a su poesía carácter de hondo jardín de fragancia fresca y múlt iple por decirlo con palabras del propio Mantero referidas al último poeta cordobés citado. E inevitable, aunque por contraposición ambiental, la rememoranza machadiana: «y todo el campo , un momento / se queda mudo y sombrío / meditando ... ». La ciudad, en efecto , tiene una figura; el campo , un alma. El paisaje es al campo lo que el espíritu al cuerpo , y ese ra yo de inteligencia se metió como una savia de luz en Mantero , lo cual explica su extraordinaria potencia expresiva y, como ha escrito alguien, el que por su raíz honda y distante se escuche el eco vital del campo andaluz, la tierra , el aroma de sus jardines , el agua , la paz, y, añadimos nosotros, el rumor de la infancia en su palabra pura devolviéndonos la nuestra, no importa si de ámbito diferente , similar de pulso:

Yo tenía cinco años y cada noche mi abuelo me subía hasta su silla de montar como hasta un cielo ...


20 El olor de los niños viene del paraíso, pero su grito, del purgatorio, y por eso puede parecer normal el que traigan la poesía. Un poeta muere no cuando lo entierran sino cuando deja de ser niño. Torpe es el poeta en el que no campanea su infancia. Hugo decía que cuando el niño nos mira se siente que Dios nos sondea, y Poe que el niño conoce el corazón del hombre, y acaso porque fue antes que él, lo anunció como la aurora al día.

y mi padre me cogía de la mano. Silenciosos, contemplábamos los astros desde el patio. Con mis ojos recorría la desnuda gravedad de lo remoto, el signo multiplicado del infinito, el absorto misterio inasible. Como el niño anuncia en el poeta la conciencia recién inaugurada de lo recóndito y misterioso, de lo arcano que insta a frecuentar su inevitable abismo, su vecindad con la muerte, el silencio, ese recipiente infinito astral de la respuesta. Tierra y cielo, campo y firmamento . Y el árbol como una escala vegetal y sonora lleno de pájaros entre ambos. En cierta ocasión nuestro poeta dijo que «nunca quisiera que mi poesía pareciera desprovista de frescura, ya que al escribir odio lo que no sea primeramente impulso, acción, pragma. Soy un intelectual, pero no de puro laboratorio. Siempre me gustará más un árbol que un libro». Creo que fue Goethe quien escribió lo de «gris , querido amigo, es toda teoría y verde el dorado árbol de la existencia». El árbol de la vida, la planta de Usnaphisti, el Haoma celeste del Irán, el árbol de Brahma, el Irminsur de los cantos germánicos o el Iggdrasill de los escandinavos, el generador vita l, la vida del hombre y sus frutos. Y, por supuesto, el Sefirot. «En un momento de su infancia -nos dice Francisco J. Peñas-Bermejo-, Mantero sintió la manifestación de lo divino , según recoge su poema «Sefirot de la palmera». La explícita referencia a la Cába la describe la presencia del árbol de la vida (Sefirot) en la palmera del patio de su casa y la experiencia de la luz primordial. Los diez zafiros digitales , que representan los dedos o emanaciones divinas que se inclinaron sobre su cuna, expresan ese ' toque' del que hablan los místicos para expresar la unión con Dios.


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Cada uno de esos dedos divinos que son las ramas del árbol de la luz recibe el nombre de Sefirah , es decir, ' número ' o 'cifra' , y explican la organización matemática del cosmos y del ser humano según afirma la Cábala y también las tradiciones pitagóricas, platónicas, gnósticas , alquímicas ... ». Siempre me pareció una poesía excepcional la de Mantero por su variedad , su riqueza de significados y por su potencia creativa que , como el mítico Anteo , el gigante libio hijo de Neptuno y Gea (la Tierra) , obtenía al contacto con su madre. La leo como quien lee un bosque en cada verso, e incluso, cuando enfrenta y hace transpirar el caos de la gran urbe que universaliza, encuentro en sus notas un perdurable sabor campesino y reagrupo en mi memoria conmovida mis propias vivencias y, desde su tonalidad diferenciada , los versos de don Antonio Machado, poeta de otra rama sensitiva andaluza, pero del mismo árbol genealógico que Mantero: «y algo que es tierra / en nuestra carne, siente / la humedad del jardín com o un halago». Pero dijimos tierra ... y cielo, el aire, la energía o hálito vital , el viento , las tormentas , las tempestades, la electricidad atmosférica creadora, el conflicto en que está orientada toda obra poética de envergadura. Y ahí está el otro Mantero , mezclado , no con el con trario , el complementario, tierno y rudo , transparente y mágico , emoci onado e intuitivo a la hora de las relaciones insospech adas : ... a esa hora en que todos los novios de la tierra aborrecen a Edison y Go ethe agonizantes.

El inventor de la luz eléctrica que delata a los amantes, el hombre/genio que pide luz, más luz, o ese símbolo de la misma y de la paz, «la paloma en su hombro , blanca hombrera dalm ática de fiest a». Cuando lo incluí en mi libro La poética del 50, una promoción desheredada , entre las preguntas del cuestionario a que le som etí con fruición indagatoria de policía en interrogatorio decisivo , afiadí la tópica relativa a una definición sobre e l fenómeno poético. Y me co ntestó que «poesía es el mágico nombramiento de lo real », la paloma en su hombro , blanca hombrera dalmática de fie sta . A eso se. le ll ama imaginación, e imaginación configurante, tan lej os de ese subproducto lírico que es la fantasía. Gracián , el gran Garcián, recomend aba templarla, unas veces ayudándola, otras corrigi éndola, que es todo para la felicidad , decía, y aun ajusta la cordura. Por supuesto qu e hablaba de ese gramo de locura que tiene que tener el poeta sin pres cindir de ese otro gramo de sensatez. Desde este aspecto , una imagi-


22 nación fuerte produce los acontecimientos, origina criaturas nuevas, pero no hay que dejarla decidir. El momento crítico es ese elemento corrector imprescindible y posterior al instante creativo. Juan Ramón Jiménez lo explicaba desde la cumbre de su inteligencia, «somete lo espontáneo a lo consciente». Y ahí es donde entra en juego otra de las cualidades de nuestro gran poeta, el sentido purgatorio del poema, producto a medias de su formidable instinto y de su amp lísima formación. Corrige el estilo, como pedía Horacio, para que la imaginación no resulte la loca de la casa. Mantero es un poeta sumamente exigente consigo mismo y estoy seguro de que cuando decidió vivir en América lo hizo sabiendo que si a partir de entonces lo haría en la nostalgia de España, merecería la pena el sacrificio. Lejos de lo amado, asiste lo vivido; se canta lo que se pierde -otra vez don Antonio Machado- y no hay nada que a la condición poética le venga mejor que la formación integral. En América, aparte de ev itar la fosilización interior, aumentaría poderosamente sus conocimientos como así ha sido, pero, además, en ella, aquí en Georgia concretamente, ha vuelto a respirar Andalucía. Yo tengo cartas suyas en las que el aroma de las flores de Athens me llegan del parque sevillano de María Luisa y el campo preñado de Atlanta amanece con colores de Sanlúcar la Mayor. Y creo que Manolo ahora sí es andaluz universal en cuanto a que el mundo es su representación. Sabe lo que sabe y ello le sirve para conocer lo que es más importante todavía, lo que se inventa, porque el deseo de lo ignorado es lo que de verdad embellece el universo . El hombre es nuevo siempre, es decir, se renueva si el deseo amanece con él. La poesía es útil porque resulta el deseo apenas sensato que nos compensa a medias de las afrentas de la frialdad social. Novalis lo escribió más o menos asÍ.: «La poesía nos cura de las heridas que nos hace la razón». El deseo es la vida, la conformidad es la muerte. Y esa es la sabid uría que Mantero aprendió en la calle y redondeó en los libros. Naturalmente, la sabiduría que nos infunde el convenc imi ento de que lo que no es belleza es simplemente locura. Por supuesto que ello implica una poética propia que se ayuda de temáticas poco dables entre los miembros espaí'íoles de su promoción, la mayoría de ellos todavía sobre las muletas del realismo llámese social o cívico: el psicoanálisis, la metapoesía, el malditismo o demonismo como elemento dinamizante en el transunto histórico , los mitos incard inados en la etopeya de conciencia de la humanidad, el ocultismo como fuente de la gnosis incentivante, etcétera. Con José Ángel Valente, un poeta hacia la mística que abreva en religiones or ientales y mánticas no sé si bien dominadas, Mantero es el poeta de mayor


23 aventura intelectua l, y desde luego el más culto de todos ellos, aseveración ya vertida en una revista española que me ha costado no pocas exclusiones ni parcos anatemas procedentes del poder lírico nacional , ya bastante herrumbroso , ese c lan de alcanfor al que yo llamo de «nuestros inmortales moribundos », parecido al qu e Manolo ret rató e n un café madrileño cuando muy bi e n pudo desplaza r la esce na a la Real Academia Es pañola y aledaños optantes y aunque luego ap untara su versión promocional en «Ge neraci ón poética del 50 (o del 60)>>, pieza perteneciente a su libro Poemas exclusivos:

Míos son vuestra edad, nación, idioma, no vuestro tema. No os entiendo, oh aburrida asamblea monocorde a los pies de los ído los abuelos. Me indago como una espina penetrando un cuerpo, lloro en Dios porque lloro lo que borro, excavo mitos y en sus atrios duermo , mi muerte tiene forma esbelta de ángel no sé si de la guarda o del tormento, mi palabra se afirma entre mis manos golpeada y vertical (Colón y el huevo) y es mi poesía contingencia mágica, moderno aroma, juventud del hueso ... Esta maí1ana, al levantarme, en vosotros pensé. N o os pertenezco. Ángel Crespo escrib ió con respecto a esta actitud que la « incompatibilidad de Mantero con este grupo de poetas -que no con toda su generación- se debe al carácter exclusivamente realista de sus versos, a su aceptación de una herencia positivista cuyo desarrollo se detiene en el psicologismo y, al negar la metafísica, niega también a una axio logía de la trascendencia. Frente a esta estética, Mantero opone la introspección, la axio logía de la religión, el simbolismo y el alegorismo del mito , originadar y renovador de todas las lite raturas, y, en suma, una experimentac ión con lo misterioso (magia), capaz de renovar a la expresión (moderno aroma) mediante su di versificación. Define así, contraponiéndolas, a dos influyentes corrientes poéticas espaí'í o las de posguerra merecedoras de un estudio comparativo que, de hacerse, contribuiría a ac lara r nuestro panorama literario al margen de lo anecdótico y contingente».


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La última fra se no tiene desperdi cio y, abi ertamente o si se qui ere de sos layo, se quej a de un co lecti vo crítico español poco profes ional y ape nas preparado para dilucidar una poesía co mo la de Mantero llena de registros cul tura les subyacentes poco detectabl es para ell a. De ac uerdo en líneas genera les y co n las excepciones pertinentes, só lo que, sa lvo co n los citados Va lente, Claud ia Rodríguez y Caba ll ero Bonald, esa otra línea estét ica más co nnotativa o simboli sta habría que busca rl a, como di ce Crespo, en la posguerra, pero fuera de la generac ión de l 50, o sea, en sus aledafi os, ll ámense Carl os Edmundo de Ory, Manue l Álvarez Ortega, Alfo nso Canales, Ga bino Alejandro Carriedo, Soto Vergés, o él mi smo, no desde luego en Gil de Biedma, Goytisolo, Go nzá lez, Cabañero, Sahag ún o Brines, anclados en su insuperado paso del Ec uador de l rea li smo o el neo rrea li smo elegíaco ep isód icamente proyectado a esferas hedon istas. Pero Mantero es otra cosa y más am bicioso que todos ellos. Se ha hablado de él como de un poeta re li gioso, da igual budi sta que cristiano o lo que sea, de carácter inmanente, y en efecto lo es, pero trasce ndente en cuanto a que conc ibe la vida como algo que tendrá su pro longac ión de alguna manera y el mundo como una armonización .que sugiere sus leyes desde lo recónd ito. El mundo es misterioso y siempre guarda una sorpresa por lo que la eterna cadena de dos es labo nes, la causa y el efecto, no es como para bendec ir el optim ismo. La concl usión lap lac iana de que «debemos considerar el presente estado de l un iverso como efecto de su anterior estado y como la causa de l ven idero» no fue de rec ibo a partir del Principio de indeterminación de He isenberg por el que los sistemas atómicos contrad icen la propia historia de occidente, pero he aquí que el un iverso dec ide en un nuevo zigzag enseí'iar la otra cara de su rostro desconcertante y, de pronto, el determi ni smo científico se hace aparcero del fata lismo oriental. Con el perm iso de la libertad personal y su aportación correspondiente, de repente todo está escrito en un palimpsesto o en un genoma. Pero hay que aprende r a leerlo, a trad ucirlo, y a darl o al lector en el ún ico idioma todavía capaz de transcrib irlo: el de la poesía. Así se fraguó y se mostró La tierra baldía, y en ese sentido Mantero se avecina con Eliot. Mas nuestro poeta, si entra en el dominio de un lenguaje secreto eludiendo el convencional, lo hace con un medio comuni cativo preci so y expresivo a la vez, que escapa a la conceptualizac ión, pero que se actua liza por medio del símbo lo para tratar de aborda r lo consciente, lo inconsciente y lo inexpresable como muy bien explica su exégeta y prologu ista Francisco J. Pe ñas-Bermejo . Sé que a Manuel Mantero no le gustan los encas ill ami entos y sin embargo no puedo esquivarl o como un poeta de raíz pasca liana, es


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decir, paradójicamente como un poeta sin adj eti vo. El corazón tiene razo nes que la razó n desco noce, y en esa lucidez de l sent imie nto la emoc ión - ese respl and or de la ps ique- convierte en transparencia la apari encia sombría de la másca ra, la ilumina. Mantero, frente a los contraes pirituali stas que niegan las voces de otros mund os pos ibl emente afin cados en éste, relata una anécdota acaec ida en su puebl o, de la que es protago ni sta el dueíl o de un a ta berna, ami go suyo , ya desaparec ido , con estas palabras : «Sólo te di ré qu e hay noc hes en que, reve ntado de l tra bajo del día, mi cuerpo qui ere irse a la ca ma, pero no se va; algo qu e es di fe rente de l cuerpo qu iere estar un rato en el pat io, bajo las estre ll as, en sil encio, y acaso el algo difere nte sea el alm a». Esa es su rebe ldía, la de l alm a que dice «aq uí estoy yo , y en desa cuerd o». Los revo lucionari os dejan de serl o cuando se han in sta lado en el poder. Só lo hay una forma de que eso no ocurra: procurand o que no se nos instale en tan estáti co como peli groso sit io. Ya lo mejor po r eso nuestro poeta, Manuel Ma ntero, só lo as pi ra a instalarse en lo que no descansa, en el vuelo de los pájaros de su Alj arafe auro ral, en esa mús ica ta n presente en sus versos , ta n impresci ndibl e en cua lqui er poética. Metafísica que se hace sensibl e, magna combin ació n de poes ía y álge bra o úni co lenguaj e uni ve rsa l, véanl a aquí co mo una sin fó ni ca de pa labras hac iendo retroceder a la mue rte, ganando batalla tras ell a. He de matarte un día y enterrarte en el blanco ataúd de la azucena, hombre de agua y do lOJ~ que alumbra y suena como orilla de alma. He de matarte. A quel beso inmortal no tuvo parte en tu doc ilidad triste de arena. Naciste aSÍ, j inete de la p ena, y -ecuestre y torpe- habrás de conformarte. Porque tu sangre es tu p eor condena no te importe m o ril~ mano en la brida, la mirada clamando en el des ierto. Dentro del corazó n de la az ucena ganarás la batalla de la vida, Cid lunar y andaluz, desp ués de muerto.


Sevi ll a. Mayo, 2000.


Luis Cernuda y Manuel Mantero: dos peregrinos sevillanos W Douglos Bornelle * Ball State Unil'ersitv (Indiana)

El destierro en la poesía española de pre y posguerra es un tema que continúa siendo de interés. Espaí'ía, junto con Rusia y Alemania , cuenta con numerosos escritores exiliados en el siglo XX (Ugarte 330). Se podría nombrar a varios poetas de la Generación del 27 y de la Generación del 50 que sufrieron, por una razón u otra, el ex ili o. Mi estudio se centra en algunos aspectos del desti erro qu e tiene en común la poesía del exi lio de los sevillanos Luis Cernuda y Manuel Mantero. Luis Cernuda (Sevilla , 1902-México, 1963 ) re sidi ó en Gran Bretaíla durante la Guerra Civil Es pafíola, parti ó en 1947 para lo s Estados Unidos, donde vivió la mayor parte de su vida , y muri ó en México en 1963. Manuel Mantero (Sevilla, 1930) se autoex ili ó a lo s Estados Unidos en 1969 por razo nes que tuvieron qu e ver co n la censura oficial y semioficial que reinaba en la posguerra del rég im en de Franco . Según Francisco Rui z Soriano , el afí.o 193 9 abre un nu evo período de la historia de Espa ña qu e «les costó a algunos poetas el destierro [ ... ]; para otros, una es pec ie de ex ilio inter ior, una sensac ión de ' inoperancia '» (11). A primera vista parece in só lita la comparación de los dos poeta s. Vienen de diferentes áreas de Sevilla -Ma ntero de familia acomoda da y Cernuda de familia burguesa. Ya de j ove n Ce rnuda reconoc ía su homo sex ualidad en su poes ía mi entra s que Mantero in siste en su poesía en una mujer de carne y sexo. Octavio Paz proclama que «sería difícil encontrar en lengu a castellana un poeta cristiano» (158) que Cernuda mientras que a Mantero se le da el extraílo e inm erec id o apodo de «poeta católico» po r su Misa solemne (1966; Poesía y prosa, 45). En este estudi o me limito a analizar alg un os poemas de los dos poetas qu e mue stran los efectos en comú n del sí ndrom e del destie-

* Jefe del

departamento y profesor de Literatura Española.


28 rro. No será mi intención aquí enfocarme en la obra completa de cada autor, sino el hacer resaltar en poemas representativos de los dos poetas lo que se podría denominar el síndrome del exilio. Como componentes parciales del llamado síndrome, se notarán: (1) una visión compleja de la patria chica y de España; (2) el proceso poético, especialmente en aquellos poemas que exhiben no sólo momentos de alejamiento de sus promociones poéticas, momentos de extrema frustración al pensar en su propia eternidad, sino también en el porvenir de sus versos; (3) la liminalidad, otro comportamiento común a casi todo escritor desterrado, vocablo empleado siguiendo la terminología de la antropología de Pérez-Firmat, comportamiento que significa el estar en el cruce de dos culturas, en transición entre un mundo y otro , muchas veces reñido con la política del país abandonado o con la promoción poética y la literatura contemporánea, y (4) lo autobiográfico, porque el poeta siempre quiere decir la verdad de los hechos desde su punto de vista (Ugarte 227). Finalmente, termino con un poema intrigante de Mantero dedicado a Cernuda y titulado «Encuentro de Luis Cernuda con Verlaine y el Demonio». Lo primero a lo que se enfrenta el exiliado de manera afirmativa o negativa es a la cultura del nuevo país donde vive. «Mucho enseña el destierro de nuestra propia tierra» (179) , dice Cernuda . El choque nórdico de Gran Bretaí'ía hizo que Cernuda aclarara sus propios sentimientos acerca de su patria y que pensara en otra Espafía que la que en ese momento estaba en conflagración. Curiosamente, en Las Nubes, su primer libro de poemas fuera de España, Cernuda levantaba los ojos a la España imperial de Felipe II e idealizaba El Escorial, su gran monumento , en el poema «Un ruiseñor sobre la piedra». Aquí Cernuda compara la indolencia española y la inutilidad de El Escorial con el mundo utilitario del angloparlante y concluye: ¿Qué vale el horrible mundo práctico y útil, pesadilla del norte, Vó mito de la niebla y elfastidio ? ( 181)

Sebastian Faber enfatiza la ironía de la poslclon política de Cernuda en sus primeros aí'íos de exilio, afirmando que: «tanto los republicanos como los franquistas pretenden que Espafía se convierta de nuevo en guía moral de Occidente; además, muchas veces intentan apropiarse de los mismos elementos culturales e históricos» (739).


29 En la poesía de su madurez Cernuda ataca ferozmente a su tierra, a su familia, a sus contemporáneos y a todo lo que pudiera ser un tópico espafío!. Sirva de ejemplo entre muchos el poema «D íptico», cuya primera parte se titula «Es lástima que fuera mi tierra» y la segunda, «B ien está que fuera mi tierra», los dos de Desolación de la quimera. En la primera palte, después de criticar a los que le catalogan como «poeta del exilio», haciendo recordar al lector y al crítico que «hablan en el poeta voces varias» (328), repite la palabra «muerto» varias veces, refiriéndose al silencio de los espafíoles y también al olvido de los derechos humanos: Así ocurre en tu tierra, la tierra de los muertos, Adonde ahora todo nace muerto, Vive muerto y muere muerto; Pertinaz pesadilla ... (329)

La Espafía que prefiere Cernuda -a veces evocada por medio de referencias a Cervantes, Galdós o Lorca- muestra el poder de la lengua materna de impedir al poeta cualquier alejamiento de su cultura:

Si soy español, lo soy A la manera de aquellos que no pueden Ser otra cosa: y entre todas las cargas Que, al nacer yo, el destino pusiera Sobre mí, ha sido ésa la más dura. No he cambiado de tierra. Porque no es posible a quien su lengua une, Hasta la muerte, al menester de poesía. (330) En cambio, el distanciamiento de Espafía para Mantero osc urece pero no borra los recuerdos que el poeta mantenía con la madre patria. En el bello poema «Fe» nos cuenta Mantero: Porque de ti estoy lejos, Tanto, España que ignoro Si te he visto o inventado En ti creeré lo mismo Que el ciego en la luz, lleno De sospechas más bellas que la luz. (165)

La realidad del exi li o en un mundo inglés hizo que los dos poetas crearan no sólo un concepto de Es pafía sOÍlada, sino también una


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vlslon de la patri a chica muy particular, prefiriendo , en el caso de Cernud a, el habl ar de su Sansueí'í a, y en el de Mantero , el idealizar su Sa nlúcar la Mayor. Aunque les sirve n de consol ación Sansueña y Sanlúcar, ambos lugares no podrían ser más di stintos. Para Mantero los recuerdos de su abu elo materno en Sanlú car, en esa «A ndalucía dram ática y fl orida», (An thropos 12), como nos di ce Ma ntero, le ense ñaron a «meditar amánd olo de cerca y ll enand o mi im ag inac ión de ternuras de ori gen» (12) . Habl ando de su experi encia a los cinco años en Sanlúcar la Mayor, en el poe ma «M i abu elo y yo, a caball o», de Misa so lemne, Mante ro sub raya el mi steri o del lugar y có mo le co nduj o a una temprana preoc upac ión por la mu erte: y siempre, cuando pasábamos Delante del cementerio, El caballo se paraba y maldecía mi abuelo. Para mí empezó la muerte Con el jazmín entre el viento Con los rosales abriéndose Donde term inan los muertos. El terror tenía aroma: El de la ¡Zar sobre el hueso Invadiendo el horizo nte Desde mis ojos abiertos. (Tomo 11 , 14)

En cam bio, Sans ueí'í a, qu izá Má laga, qui zá Méx ico , ex istía só lo en el deseo de Cern uda de apre hend er su juve ntud y no se basaba tanto en la rea li dad , aun que algun os han tratado de ad ivin ar el ori ge n de la Sansueí'ía de Ce rn uda. Seg ún Ja mes Va lender: «Nac ión perdida, ti erra pe rdida, infa ncia perdida: todo se rec upera a través de la visión mítica con que Cern uda va co nvirtiendo a Méx ico en Sansueí'ía» (104) . Añade Va lender: «Al reco nocer, a pesar de la larga domin aci ón españo la, la vigorosa co ntin uidad de las trad iciones indíge nas, Cernuda dec ide abandonar la visión hi stór ica , susti tuyé nd ola por la idea de un parale lismo cultural (México co mo ti erra ind o lente andaluza)>> ( 106). El estar lejos de su patria y el vivi r entre dos mundos dan ocas ión a unos poemas en los que los poetas criti can a su pro pi a ge neración poética y debaten si comparten todav ía características de una promo- _, ción literaria.


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Podemos ver el disgusto de Mantero al considerarse miembro de la Ge neración del 50 en el poema «Generación poética del 50 (o del 60)>>, de Poemas exclusivos (1967- 197 1), que cito en su totalid ad: Míos son vuestra edad, nación, idioma, no vuestro tema. No os entiendo, oh aburrida asamblea monocorde a los pies de los ídolos abuelos me indago como una espina p enetrando un cuerpo, lloro en Dios porque lloro lo que borro, excavo mitos yen sus atrios duermo, mi muerte tiene forma esbelta de ángel no sé si de la guarda o del torm ento, mi palabra se afirma entre mis manos go lpeada y vertical (Co lón y el huevo) y es mi poesía contingencia mágica, moderno aroma, juventud del hueso. Esta mañana, al levantarme, en vosotros pensé. No os pertenezco. ( 161)

Ma ntero confiesa el porqué de su comportamiento al habl ar de la gé nes is del poema: «M i despego de tal generación del 50 y de sus temas de real ismo socia l y político viene de antigu o». (Anthropos, 19) .En Tiempo del hombre (1959-1960), en el poe ma «Es un a co nfesió n», invoca la voz poética a los poetas anteriores a 1950: «Co n vosot ros estamos / en deuda. Pero digo / que mi generación / tiene un signo distinto» (Tomo 1, 89). Este di stanciamiento ayudó a Mantero a ed ifica r «nuevos sueí'íos y mitos» (Tomo 1, 89). Gran palte de la llamada leyenda cernud iana nos ha llegado a través de las descripciones que de él hicieron mi embros de la Ge neración de 1927. Fue alumno, en Sevi ll a, de Pedro Sa linas, que tanto hab ría de ayuda rl e después en su carrera literaria pero que desafoltunadamente le dio el apodo de «Licenciado Vid riera», una de las causas principales, según el poeta, de la supuesta leyenda. La fría recepci ón de su primer libro de poemas y la supuesta influenc ia en él de Jorge Guill én hizo di fíc il la am istad entre los dos. Cernuda atacó incluso a Dámaso Alonso en el poe ma «Otra vez con sent imiento», de Desolación de la Quimera, ll amándole «sapo». Dos poemas que se ase mej an en su intensid ad de fu ri a y di sg usto con los coetáneos dejados en Espal'í a so n el último poema de La reo-


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lidad y el deseo, «A sus paisanos», de Cernuda, y «Contra los que dijeron mal de Manuel Mantero », de Poemas exclusivos. Cernuda, «sin tierra y sin gente» (367), escribe:

Contra vosotros y esa vuestra ignorancia voluntaria, Vivo aún, sé y puedo, si así quiero, defenderme. Pero aguardáis al día cuando ya no me encuentre Aquí. Y entonces la ignorancia, La indiferencia y el olvido, vuestras armas De siempre, sobre mí caerán, como la piedra. Cubriéndome por fin, lo mismo que cubristeis A otros que, superiores a mí, esa ignorancia vuestra Precipitó en la nada, como al gran Aldana. (366) En «Co ntra los que dijeron mal de Manuel Mantero» el poeta deja bien claro a quiénes está dedicado el poema al dirigirse a «mis queridos enemigos de intenciones oblicuas / y lenguas hechas de tempestades en un vaso de agua, ese que bebéis tras el/litúrgico café sin porvenir» (155). Sus colegas son «jueces inapelables» y «v iejos como tatarabue los de momias españolas que se parecen a los versos de / algún poeta de la Generación del 25, o quizá del 27 (que es ardua / cuestión fundamental)>> (Tomo II, 155). Los dos poetas, al temer el olvido y el maltrato que les pueda acaecer a l estar fuera del país, reaccionan con una sátira que contiene elementos sarcásticos. El distanciamiento les ha dado la libertad , además de la razón, para atacar. Otro aspecto del destierro, lo autobiográfico, se ve en Historial de un libro, de Cernuda, y «A utobiografía intelectual », de Mantero. Los dos se preocupan por el futuro de sus versos , pero de manera bien distinta. Mantero tiene razó n al decir que Cernuda «se mat1irizaba a diario con el fantasma del destino de sus versos» (Poesía y prosa, 43). Pero Mantero, en cuanto al futuro de sus propios versos, opina: «el poeta se salva como poeta, si se salva, por la palabra y después por lo que la palabra signifique a nivel de concepción del mundo »

(Poesía y prosa, 43). Dos poemas que recalcan la angustia de ser poeta y de tener que ganarse la vida en un país extranjero son « Días de Deucalión» (1077) , de Mantero, y «Noct urno yanqui», de la colección Con las horas contadas (1950-1956), de Cernuda. Los poetas, que al componer sus respectivos poemas acababan de cumplir más de cuarenta atlos, se cuestionan continuamente acerca de su oficio de poeta y de su futuro.


33 «Nocturno yanqui» retrata a un Cernuda cansado y triste. Usando estrofas de pie quebrado al estilo manriqueño, la voz poética examina su vida de «veinte y pico» años de trabajo, y añade:

y profesas pues, ganando Tu vida, no con esfuerzo. Con fastidio. Nadie enseña lo que importa, Que eso ha de aprenderlo el hombre Por sí solo. (287) Sigue diciendo: «Lo mejor que has sido, diste, / Lo mejor de tu existencia, / a una sombra» (287). Al final del poema la voz poética está exactamente donde había estado al comienzo de su soliloquio: «contigo / y sin nadie» (288). «Días de Decaulión» de Mantero también tiene un formato circular. Sirviéndose del tropo del desdoblamiento , Mantero se vale de una dialéctica con su Dopplegiinger, mostrándonos la dicotomía entre el poeta creador y el procreador de familia. En un largo diálogo el yo auténtico y la voz poética discuten un día rutinario. Por todo el poema vemos una división apolínea/dionisíaca entre el profesor y el creador. Esta jornada simboliza, en su sentido más amplio, el viaje de Everyman desde su nacimiento hasta su muerte. En medio de este poema hay valiosos comentarios sobre la frag ilidad de la poesía.

Libros: atajos. Se go bierna el hombre Por intenciones hacia un fin que elige. ¿Quién en sufin no persevera obseso ? ¿ y cuál menos venal que el poeta? Toda su vida pende de palabras Frágiles signos en papel más frágil. Humilde acoso junto a la evidencia De la escultura o la pintura, ante Cuya materia del inmediato vence. (130 ) El papel de poeta y sus versos se asoc ian con lo temporal , cuando se comparan con las otras artes más tangibles. Cernuda en el corto poema «So ledades », también de su colección Con las horas contadas, que cito en su tota lidad , dice acerca de su obra:


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¿ Para qué dejas tus versos Por muy poco que ellos valgan, A gente que vale menos? Tú mismo, que así lo dices, Vales menos que ninguno, . Cuando a callar no aprendiste. Palabras que van al aire, Adonde si un eco encuentran Repite lo que no sabe. (300) En «Noche del hombre y su demonio» Cernuda nos presenta un diálogo con su demonio sobre el valor de la poesía en el que el poeta ataca la opinión del demonio de que «ha sido tu palabra tu enemigo» (223).

Hoy me reprochas el culto a la palabra. ¿ Quién si no tú puso en mí esa locura? El amargo placer de transformar el gesto En son, sustituyendo el verbo al acto, Ha sido afán constante de mi vida. (223) Siendo poetas y profesores de casi la misma edad al escribir estos versos, Cernuda y Mantero muestran el cansancio de la vida y rutina burguesa y el aburrimiento de autoevaluarse constantemente como poeta. Las palabras que cierran «Nocturno yanqui», de Cernuda -«Mata la luz, y la cama» (288)-, reflejan un abrupto fin del soliloquio sobre su so ledad y, como en el caso de Mantero, indican una unión de la otredad y el poeta, por lo menos hasta el día siguiente. Cernuda tuvo gran influencia en la promoción de Mantero como un poeta fiel a sus creencias y como un escritor en la tradición becqueriana. Mante ro apreció la fuerza de carácter de Cernuda y le dedicó un poema en 1964, poco después de su muerte en México, que incluyó en Misa solemne (103), en la división del misal «Memento de difuntos», con el título «Encuentro de Luis Cernuda con Verlaine y el Demonio». En este poema la voz poética hace que Cernuda descienda después de su muerte, supuestamente al Infierno -Mantero juega aquí con el lector y lo deja en suspenso y sin aclaraciones-, y allí se encuentra con Verlaine, quien le dice a Cernuda que Rimbaud no está presente. Entonces, como nos recuerda Ángel Crespo, como a los condenados de Dante (38), «Verlaine le pide a Cernuda que le hable del mundo, pero el poeta sevillano calla» (38).


35 Aparece el Demonio -fijese que Mantero no dice «Diablo»- porque Mantero sabe que para Cernuda el Demonio es parte integral de la Otredad en su poesía y, a mi parecer, no quiso Mantero confundir la iconografía cristiana en el poema, al emplear la palabra «diablo». «Demonio» es más bien una referencia al poder daimónico de la poesía cernudiana, quizá al famoso duende andaluz. Cernuda recibe la bienvenida a una nueva Sevilla «para ti guardada / hecha a tu cálida medida» (104). Este poema concluye con las palabras enigmáticas de Cernuda: «Dios mío» (104). ¿Por qué están presentes Verlaine y Cernuda y no Rimbaud? Quizás porque estos dos poetas habían seguido su propio destino y, para Mantero, era de admirar el carácter ético de Cernuda y Verlaine. Tal vez porque Rimbaud ya había pasado por su propia «saison en enfer». Aclarece Ángel Crespo: «Los contrarios se anulan en el más allá de la poesía, que es también, y por lo mismo, su más acá, ella misma Infierno y Paraíso; condenación y salvación dejan de tener sentido, queda frente a sí mismo el hombre que a sí mismo se acepta» (38). Quizá la nueva Sevi lla que le espera a Cernuda en el poema sea simbólica de la ciudad de posguerra que anhelaba Mantero (Crespo 38). Hemos bosquejado sólo unos aspectos del complicado tema del exilio poético. A pesar de la distancia generacional que separa a Mantero de Cemuda, ambos comparten una sólida obra poética en la que las muestras del síndrome del destierro afectan mucho a la poesía de su madurez. Comparten también algo no mencionado pero importante, los espléndidos versos en prosa de Ocnos, de Cernuda, y erales de Tebas, de Mantero. Queda por estudiar el mundo mítico, tan asombrante y lírico, de ambas obras poéticas. Paradójicamente, el exilio enriqueció la poesía de los dos sev ill anos, dejándonos , parafraseando a Octavio Paz, «en todos lo s sentidos, una obra edificante» (160). OBRAS CONSULTADAS BARNETTE, W. DOUGLAS : A Study ofthe Works ofManuel Ma ntero. Lewiston , N. Y., The Edwin Mellen Press, 1995. BARNETTE, W. DOUGLAS: «Manuel Mantero y el proceso poético», en Manue l Mantero. Una p oesía indagatoria de la Oll·edad. Anthropos, 11 6 ( 199 1), pp. 27-32. BARNETTE, W. DOUG LAS: El exilio de la poesía de Luis Ce rnllda. El Ferrol, La Coruña, Ediciones Esquío, 1984. BARNETTE, W. DOUGLAS: «Cultivando el ocio: La poesía de Luis Cernud a». Sa lina (Tarragona), número 9 (noviembre 1995), pp. 131-135. CANO, VICENTE : «Los Poemas exclusivos de Manuel Mantero: transición y choque con la real idad americana». Ma nuel Mantero. Una poética indagatoria de la Otredad. Anthropos 116 ( 1991 ), pp . 49-54. CERNUDA, LUIS: La realidad y el deseo (1924-1962). 4" ed. México, Fondo de Cu ltura Económica, 1970.


36 CERNUDA, LUIS: Prosa Completa. Ed. Derk Harris y Luis Maristany. 2" ed . Barcelona, Barral Editores, 1977. CRESPO, ÁNGEL: «Etica y estética en la poesía de Manuel Mantero». Manue l Man tero. Una poética indagatoria de la Otredad. Anthropos, 116 ( 199 1), pp. 32-42. FABER, SEBASTIAN: «El norte nos devora: la construcción de un espacio hispánico en el exilio anglosajón de Luis Cernuda» . Hispania , 83 (diciembre 2000), pp. 733-744 . HERNÁNDEZ, ANTONIO: Una promoción desheredada: la poética del 50. Madrid, Zero-Zyk, 1978. MANTERO, MANUEL: Como llama en el diamante. Las poesías completas de Manuel Mantero. Sevilla, Fundación El Monte, 1996. Tres tomos. MANTERO, MANUEL: Poetas españoles de posguerra. Madrid , Espasa-Calpe, 1986. MANTERO, MANUEL: «Poesía mía y poesía de mi época», en Man uel Man tero: Poesía y prosa (A ntología) . Suplementos 24. Barcelona, Anthropos , 1991 , pp. 43 -46. PAZ, OCTAVIO: «La palabra edificante», en Luis Cernuda: El escritor y la crítica. Ed. Derek Harris. Madrid, Taurus, 1977, pp. 138-1 60. PÉREZ-FIRMAT, GUSTAVO : Cincuenta lecciones del exilio y desex ilio. Miam i, Ediciones Un iversal, 2000. PEÑAS BERMEJO, FRANCISCO: «La pluralidad del 'yo' en la poesía de Manuel Mantero». Introducción a. Como llama en el diamante. Las poesías de Man uel Mantero. Sevilla, Fundación El Monte, 1996. Tomo 1, pp. 7-40. RIMBAUD, ARTHUR: Poésies. Deniers verso Une saison en en/e/: flluminations. Paris, Le Livre de Poche, 1973. RUIZ SORIANO, FRANCISCO: Ed., intr. y notas a Primeras promociones de la posguerra. Antología poética. Madrid, Clásicos Castalia, 1997. UCEDA, JULIA: «El sitio del hombre en la poesía de Man uel Mantero». Ínsula , 192 (noviembre 1962), pág. 13. UGARTE, MICHEL: Shifting Ground: Spanish Civil War Exile Literature. DurhamLondres, Duke University Press, 1989. VALENDER, JAMES: Cernuda y el poema en prosa. Londres, Támesis Books Limited, 1984.

Manuel Mantero y Ángel Crespo en San Juan de Puerto Rico.


La clásica modernidad poética de Manuel Mantero

Francisco J Peñas-Bermejo Profesor de Literatura Española. Universidad Dayton (Ohio)

Una parte de la crítica literaria actual se inclina hacia la búsqueda de espacios de ensanchamiento de la expresividad discursiva mediante la potenciación de las fluctuaciones comunicativas derivadas del carácter intermediario del texto. Por ello, una crítica que quiera reconocerse dinámica, según manifiesta Antonio García Berrio, necesita sondear enérgicamente la proyección psicológica de creador y receptores para lograr la efectividad imaginaria del texto artístico: «La comunicación del autor con los lectores en términos de significado estético es posible sobre todo porque existen impulsos imaginarios de naturaleza homogénea que recorren, a través del esquema material del texto, el espacio completo de la comunicación literaria y artística en general» (J 5). En este ámbito de ampliación expresiva en el que desempeña un papel esencial la virtualidad comunicativa en diferentes niveles entre poeta y lectores puede establecerse uno de lo s criterios de aproximación a la lírica de Manuel Mantero. El poema abre recintos en los que se participa de un entendimiento emotivo , de «una intuición compartida con el lectom, como expone Mantero (<<A utopercepción intelectual », 25), apoyada en secuencias universalizables que , sólo más tarde, mediante un proceso consciente de estudio textual se traducen desde un lenguaje artístico a uno más convencional. El impulso hacia la totalidad comunicativa entre autor y lector a través del texto supondría una tarea infructu osa ya que, como Mantero reconoce, en sus versos hay varios niveles de lectura y la última quedaría reservada exclusivamente a su intimidad , según escribe en el poema «A l lector, 2» ( Fiesta, IlI, 152):1

I Todas las citas de poemas provienen de Como llama en el Diamante. Poesías completas.


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Digo mi palabra y todos entienden lo que yo digo. Alguno, haSta entiende el canto de mi pájaro de símbolos. Pero nadie sabrá nunca el vuelo, el árbol, el nido. 2 Con estas premisas, y con un enfoque distanciado de las vertientes re lativistas del significado), es posible ·proceder provisionalmente a indicar algunas de las coordenadas estéticas que aú nan clasicismo y modern idad en la poesía de Manuel Mantero. Para ello, tomaremos como referencia inicial el espléndido «A nticipación y brindis», último poema de su libro Fiesta (lIl, 178):

Hacia Ti voy en mi carro de oro, tirado por yeguas cuya piel astral despide un sudor de inteligencia. Lo que pienso y lo que eres se confunden en mi lengua. Riges, inmóvil. Si el Uno te llaman o el Tres, te niegan, Dios, mi Dios innumerable, inocente de apariencias. «No puedes existir -dicen-, pues del hombre no te acuerdas». Si tuvieras Tú recuerdos tendrías pasado y pena. ¿Eres, tan puro, lo inútil, como el agua en las tabernas? ¿ Tan impuro como el agua en las tabernas ? Cuando al rayo me acostumbre te fallaré, me hallarás. Mientras, entre la noche y el día, me encamino hacia tu Esfera. Mantero expli ca en su «A utopercepción intelectual »; «En mi poesía, generalmente, hay varias lecturas, todas válidas. La primera es obvia y literal para el lector. La segunda, para el lector que avance en el entramado simbólico y de relaciones contextuales. La tercera, para mí so lo, poesía de últimas claves personales» (24). J Véase en este contexto el poema de Mantero «La bomba de un discípulo de Jacques Derrida mató al unicorni o», en Fies ta, IlI , 154-155 .

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39 U na de las preocupaciones reincidentes en la lírica de Mantero es el misterio de lo divino, según ejemplifica este poema. En su afán por interpretar y expresar su aprehensión de lo real, el poeta sevillano uti liza un lenguaj e sostenido por el símbolo y por las representaciones míticas, un lenguaje que traspasa las fronteras del tiempo para actualizar su vigencia cu ltural y significativa. El título, «A nticipaci ón y brindis», sugiere un marco temporal trascendido en el que se celebra desde el presente una certeza futura, el encuentro totalizador con la divinidad: «Hacia Ti voy». La imaginería de este poema, al igual que parte de su proyección metafísica, rinde tributo al legado cultural de Parménides (c 515-c 450 a. C.) y, además, expresan una fiel asimilación y re iv indi cación de sus ideas. En los fragmentos conservados del filósofo de Elea, se presenta en versos la descripción de un a expe riencia v isi onaria que Ma ntero retoma sistemáticamente en «A nticipación y brindis», aunque ya antes esté disem inada y matizada con un sello personal por un amplio territorio de su obra. En el alegórico proemio de su poema , Parménides relata su viaje en un carro conducido por yeguas al que las Helíades (las hijas del Sol) guían las regiones de la oscuridad y la luz. Mantero también en su poe ma ha emprendido un camino de contemplación interior en su si mbólico «carro / de oro, tirado por yeguas / cuya piel astral despide / un sudor de inte ligencia» . . La caracterización del carro de oro al que gobierna la inteligencia sugiere que el vehículo por medio del cual se articulará su trayecto desve lador es la expresión poética, ya que al carro lo tií'\e la luz solar de Apo lo, dios de la poesía, y la meta del viaje será la fus ión mística en el So l, el Ser. Pero, además, la inteligencia actúa como mecanismo de reflexió n y de discurso racional parajuzgar la verdad de lo real , tema en el que profundizará Mantero a partir de los argumentos que Parménides form ula en su poema por medio de la voz de Dice, la diosa de la Justicia. Con la imagen de las yeguas y del carro, Mantero potencia, por una parte, el dinamismo del viaje y de las fuerzas racionales e irracionales que el auri ga --él mismo- debe equilibrar y diri gir. Por otro lado, en estos versos se establece un vínculo emocional y expresivo, un común impulso metafísico de Parménides y Mantero, ante un tema universal como es la auscultación de lo divino y la capacidad del intelecto, del simból ico auriga, para traducirlo desde el ámbito de lo inefable al de la expresión: , La autorrepresentación en el carro qu e aparece en el poema de Parménides puede interpretarse también como análogo al encontrado, posteriormente, en el mito de la procesión de las almas elaborado por Pl atón en Fedro, aunque aquí auriga y caballos sean alados .


40 El filóso fo de Elea descr ibe su subida hasta la morada de los dioses, reflejo convencional del ascenso a los cielos o de la bajada a los infie rnos en que el héroe adquiere una nueva perspect iva y conocimiento sobre su destino individual y, a la vez, so bre el destino colectivo del ser humano. Como se puede apreciar en el poema de Parmé nides , el elemento femenino constituye el principio revelador. Las yeguas, las He líades, la diosa Dice, posibilitan el abandono de lo terrenal, es decir, de los aceptados co nve nciona li smos sobre la realidad inmed iata para recorrer un camino «a lejado de la ruta de los mortales» (fragmento 1) Y que, por tanto, requiere un entend imiento inu. sual. La llave que permite el acceso a las regiones del día está en poder de la diosa y ella le in struye en la vía de la ve rdad y le alienta a que «juzgue» o «exam ine» la ve rdad a través de su intelecto. Aunque no está exp lícitamente la presencia de la diosa en el poema de Mantero «Anticipac ión y brindis», sin embargo , la refe rencialid ad parmenídea es evidente y el poeta sevillano co nvierte el principio femenino en uno de los ejes centrales en su obra como goz ne de cons trucción de signifi cado y de esclarec imi ento de lo real, según manifiesta en el poema «Últ im a declaración de amor» (Poemas exclusivos, 11 , 166): «Femen ina / es la luz que me aclara lo creado». 5La presencia reveladora de la diosa en el proemio de Parménides coi ncide co n el deseo de Mantero de ascende r a un «cielo universal y femenino» en su poema «S ubi r, así, en mi so la madrugada» (Memor ias de Deucalión , IlI , 101). En otras compos iciones también aparece una encarnación femenina que le sirve de guía u orientac ión en su interpretaci ón de ángulos parciales de la realidad, pero con la pluralidad exp resiva de perspectivas transculturales , como es el caso de la manifestación de lo di vino en la materia a través de la im agen de la Sheki na en la tradición mística de la Cába la (<< Sefirot de la palmera», Fiesta, III, 167 168), la figura de Afrod ita (<< Ante la estatua de Afrodita Calipigia», Fies/a , 111, 160) o la de la gran diosa Isis en la mitología egipc ia (<<A modo de hieros gamos», Fies/a , Ill, 144). El papel revelador de la mujer parte, sin embargo, de un a co nstatación física y emociona l que propu lsa un alcance trasce nd ente. No se rá, por tanto , el «maniquí de yeso» cantado por Francesco Petrarca (<<A Francisco Petrarca». Ya quiere amanecer , 111 , 20) , sino la mujer de ca rne y hueso, la inmediatamente física, sexual, que enarbo la su ;. Se puede asimi smo interpretar que la diosa en el poem a de Parmén ides es un a representac ión clásica del éter, es decir, de un círculo de fuego o luz que penetra y gob ierna el un ive rso fí sico. Desde esta perspect iva, los versos de Mante ro «feme nina I es la luz que me ac lara lo creado» toman maym realce.


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cuerpo y su terrestre origen para otorgar sentido a lo caótico y ofrecer coherencia a un mundo consumista y deshumanizado. El acto sexual y la belleza del cuerpo femenino propician, por un lado, el regreso al origen, como describen los versos de «Lo encantado »: «Dos centros tengo, tú y mi tierra. Un centro: / entro en mi ayer cuando en tu cuerpo entro» (Fiesta). El amor, primero de los dioses creados , según aparece en el fragmento 13 de Parménides, y su expresión sexual , se convierten , entonces, en acto totalizador que renueva el latido de la ra za y de las fuerzas creativas que empapan el universo visible e invi sible. También materializan un puente que conecta lo divino y lo mortal para reafirmar la aceptación de una transitoriedad humana , al mismo tiempo que una revelación numinosa de su naturaleza eterna , como manifiesta el radiante poema «Exculpa de la manzana» (JCt quiere amanecer , I1I, 25): La primera vez que te vi desnuda, supe que una mujer es más que su apariencia preciosa. Es el aire nocturno con su techo transparente, es el barro heredándose, es la llama anunciándose en el tigre, es la lluvia mojándonos: primavera del ser y una manzana anonadó a la nada. En los anteriores versos se sei'íala cómo la mujer «es más que su apariencia preciosa» , pues ella transfiere el vislumbre de la totalidad .6 El tema de las apariencias frente a una última realidad será reincidente en el discurso de Mantero , como ejemplifica «Anticipaci ón y brindis», al dirigirse a ese deseado encuentro con el Dios « inocente de apariencias». En la misma línea refle x iva que Parménid es (fragmentos 1, 8) , el poeta sevillano ti ene conciencia de qu e lo rea l inm ediato, es decir, las apariencia s, no es sin o un cúmul o de ve los qu e oculta la unicidad del Ser. Además de res ist irse a la co nformaci ón social y a las obligac iones impuestas po r un mund o co nve ncio nal y aparente , Mantero aboga po r descub ri r la aute nti cidad en el ser humano y por cuesti onar el sentido de la mu erte y de l tiempo. Por ello , distingue , dent ro de la mo rada ilu so ri a en qu e vivimos, entre apariencias benéfic as, co mo la fo rma feme nin a o la prim avera . y apa riencias ne gativas , co mo la muerte o el tiempo, seg ún exp li ca cn su (, Mantero manifiesta en su «Percepc ión intelectual»: «E l ade ntram iento físico , el acto sexual , ¿qué más ocasión para la mostrac ión de lo ine fab le y el traspasam iento del mundo aparencial ? Me ace rcaba as í a la divin idad, me sigo acercando». (17)


42 «A utopercepción intelectual » (25). Entonces, resulta imprescindible elevarse a un plano imaginativo y reflexivo desde el que desasirse de las restricciones de los sentidos y de las apariencias para alcanzar un a sagrada osc uridad o ceguera como la de Homero, Cupido, o la simbólica de Mantero, que potencie la creatividad y que permita auscultar la verdadera Realidad : «Entre la s sombras, de verdad yo era. / Vino la luz. Yo, simplemente, estaba» (<<De ucali ón canta». Me morias de Deucalión, 1Il, 88). Una de las apariencias más arra igadas en el ser humano es la concepción de la muerte como f initud . Según Man tero, la muerte no existe y así lo declara a José Espada Sánchez: «Lo que más me hiere de la vida es la muerte , esa gran farsa» (244). En su poema «Ze nón de Elea», Mantero retoma la idea de la impo sibi lidad de alcanzar a la tortuga y la adapta a su co ncepci ón sobre la mu erte: «E l hombre , que con pie veloz avanza, / ¿sabrá que llama muerte a esa tortuga / y que jamás encontrará la muerte? (Fiesta, Ill, 162). Recreando y combinando el talante anda luz, la niitología egipcia, en la que el amuleto verde representa la inmortalidad, y un ritmo de seguidill a, Mantero incide, de nu evo, en la aparenciabilidad de la muerte en el poema «Inscripción del impuntual sobre estela de piedra verde». (Fiesta , tll , 174):

Porque los andaluces llegamos tarde a todo, nos proclaman de fría sangre. El ocio es nuestra herencia, y más que nadie sangre ardiente tenemos, sol de inmortales. Nos citará la Muerte en su honda calle y no estará, al llegar nosotros tarde. Otra de las aparie ncias enra izadas en la percepción humana es el paso del tiempo. Para Mantero, éste no existe, pero el hecho de enfrentarse con él genera una dialéctica entre tiempo externo e interno, entre e l convenc ional discurrir de los días y la lúcida rebelión con-


43 tra su engaño sensorial, según comenta en Ojáncano: «Odi o el tie mpo, esa farsa de lo aparencia!. Tengo (perdón por el neologismo) misocronía , detesto el engaño del tiempo» (73). En el poema «A Cro nos , o pa labras de un ebrio » (Me morias de Deucalión , TI I, 116-11 7), Mantero expresa la traición que el tiempo es para la eternidad y có mo la consideración inamovible del discurrir temporal asienta la creencia en la mortalidad del ser humano. Esta noción aparencial del tiempo se coordina con la abolición del es pac io. Luga res y mome ntos no so n estáticos ni tienen vigencia absoluta porque , tras lo aparencial , reside una unidad espacio-temporal qu e se materializa mome ntáneamente. De ahí que sea posible para Mantero, mediante el míti co beso que despierta a la muerta , dar vida a Sevilla y a las dos bailaoras sev ill anas pintadas por Gustavo Bacarisas en 1917 y entrar en un baile que eterniza a su tierra y a él como parte de ella (<<Ante un cartel , con dos bailaOl'as de tamaño natural , de las Fi estas Primaverales de Sevilla, afio 1917, que pintó Gustavo Bacarisas», Fiesta, 111 , 173-174). Y también se virtual iza una conversación con el monje Cipriano de Valera , quemado por la Inquisición (<<Me presentan y hablo al monje Cipriano de Valera, quemado en efigie por la Inquisición en Sevilla», Fiesta, 111 , 172-173), o con Emily E. Dickinson en 1847 a ritm o de so leares , como en los siguientes versos de «Aquella noche con Emily Eli za beth Dickinson en Amherst», Fiesta , JIl , 171): Yo me acerqué hasta tu trono rodeado de fronteras concéntricas de gladio los. Ni siquiera me miraste cuando te invité a bailar. Pero no me rechazaste. Después, no recuerdo más que una ola silenciosa y una ara Pía de cristal.

En los ve rsos de «A nticipaci ón y brindis», Ma ntero aboga por descubrir al Gran Ente , o Ser Puro\ tras las apa ri enci as como la muerte .

' . Véase el poema «Zenón de Elea», Fíes/a, 111, 68.


44 el tiempo o las formas. En concordancia con las ideas de Parménides (fragmento 8), el poeta sevillano intuye al Ser único como inmutable, eterno , indivisible y esférico, el Dios «que en todo está, comprensor e incomprensible».8 Frente al Dios indiferente de Spinoza, al que parece aludir el verso «pues del hombre no te acuerdas» , que no tiene conciencia de sí mismo y, por tanto, tampoco de los seres humanos y, también , frente al dolor existencial generado por el paso del tiempo y la inevitavilidad de la muerte, Mantero concibe un trayecto transitorio y apariencial hacia la verdadera eternidad del ser humano. Esta eternidad se vislumbra, por medio de la contemplación interior, en la conci liación de opuestos (la pureza o impureza del agua en las tabernas) generado s por las creencias de los mortales , como revela la diosa a Parménides (fragmento 8). El fil ósofo de Elea afirma qu e el Ser es y el No- Ser no es (fragmento 2) para ll egar a la conclusión de que lo que hay, lo que existe, ha de ser único, o sea, un a única realidad ocultada por las apari encias (frag mento 8). Por medio de «la vía de la verdad » o del «lagos», Pa rm énides establ ece el principio de que aquell o que es concebible rac ionalm ente debe ex isti r ya que no pod emos referirno s a algo sobre lo que no se puede habl ar o pen sar (frag mento 6) . Mantero acoge este pr inci pi o aunque se dé cu enta de la difi cultad, dentro de las limitaciones de un lenguaje, para expresar a ese Di os úni co: «Lo que pi enso y lo que eres / se co nfund en en mi lengua». Es dec ir, es pos ibl e un a ap roximac ión al Ser a través del pensar, del dec ir y, por tanto, por medio de la im ag inac ión creadora,9 co mo hace Mante ro en sus versos al exp lorar lo sagrado, lo fa mili ar, lo sex ual, lo simbólico, lo literario, lo nat ural, lo pa ranormal, lo trasce nde nte con el fin de superar las aparienc ias y penetrar en el mi sterio: «P ri sionero de lo hum ano / yo quisiera conocer / otros ba lcones del ser / para mirar lo lej ano» (<<Sueños», Memorias de Deucalión, III, 92). En la medida en que, si se puede concebir racio nalmente o pensar algo, entonces existe, se funda menta el que lo pos ible sea real y que la unidad tota lizadora sea la matriz en que res iden todas las potencialidades. La conciencia de fragmentariedad del ser hu mano obedece al hecho de que, como expl ica Parménides al fi nal del frag mento 1, estamos reco' . Mantero, «A utopercepc ión intelectual», 25. ". No en vano Mantero pone la cita de William Carl os Williams «Only the im aginati on is real» al fre nte de su sección «Encuentros y porm enores» del poemari o Me morias de Dellcalión. As imi smo resulta ría in dicado comparar esta noci ón escl arecedora de lo real a través de la creac ión y el lenguaje con la teoría isomorfa, o del lenguaj e-retrato del mundo que expone Ludwing Wittge nstein en su Tralacllls Logico-Philosophiclls .


45 rriendo las cosas a través del Todo y, por tanto, apreciamos algo del Todo como externo a nosotros y algo como parte nuestra. De ahí que, desde un entendimiento particular del mundo, se presente una separación de entidades, cuando lo cierto es que las impregna el Todo. Pero, a la vez, cada interpretación personal crea uno de los posibles mundos, como escribe Mantero en «Con la estrofa de Spensen>: «Si interpretas el mundo, ya has creado otro mundo» (Fiesta, IlI, 156). En este sentido, la función del interpretador u observador resulta fundamental en la materialización de una de las múltiples potencialidades o estados cuánticos que la física subatómica postula. Por otro lado, la multitud de mundos generados responde, dentro de la teoría cuántica, a la tesis conocida como «ramificación de los universos», demostrada matemáticamente por Hugh Everett III IO. Además, la noción de totalidad absoluta, esa plenitud parmenídea oculta las apariencias, se corresponde con la propuesta de David Bohm de la existencia de un orden implicado, único , desde el que se manifiesta el orden explicado o inmediato de los sentidos. La plenitud sin fracciones incluye, por tanto, la consideración de la aparienciabilidad del espacio y del tiempo como categorías absolutas y la posibilidad de acceder a una totalidad espacio-temporal , como se lO . La teoría de la ramificación de los universos propugna, como explica Alastair Rae (7583), que, cada vez que se produce una observación cuántica, el universo se ramifica en tantos componentes como sean posibles los resultados de la observación y, por tanto, postula la existencia de miríadas de universos que, por definición, ocupan el mismo espacio (no pueden converger sino en especialísim as circunstancias) o residen en otras dimensiones desconocidas. Allan F. Randall discute la proposición de Everett y mantiene que ex isten coincidencias conceptuales entre Parménides y la teoría cuántica, señalando, además, otros temas comunes: «Others, including myself, beli eve that a Parmenidean so luti on is the only one that can explain the evidence of quantum phys ics without introducing unjustified, ad hoc additions to the theory. As physici st Stephen Hawking has suggested, what more natural boundary condition could there be than there is no boundary condition? In fact, some of the things that Hawking and others have suggested are alm ost qu otes fro m Parmenides (for instance, that globally the uni verse has zero mass energy, and that fin ite amounts of matter and energy we experience are merely local phenomena). The idea of many worlds co-exist ing equally, and someho\V cance ling each other out a more obj ective level, is remarkably consistent with modern quantum cosmology» . ". En la técnica fotográfica, un ho lograma es una im agen tridimensiona l que se fo rm a cuando la luz de un láser es dividida en dos rayos y el pri mero, tras reflejar el objeto de la fo tografia, colisiona con el segundo y se prod uce una inte rfere ncia que queda impresa en una placa fotográfica. Aunque aparentemente la im agen de la placa no tenga nada que ver con el obj eto fotografiado, una vez que se il umina con un rayo láser, la imagen tr idimensional del objeto original reaparece y puede verse desde disti ntos ángulos. Lo que realmente resulta significati vo, sin embargo, es que si este holograma es fraccionado repetida mente, cada uno de los fragmentos, tras ser iluminados por un rayo láser, reproduce de nuevo la totalidad del objeto.


46 comentó anteriormente en ciertos poemas de Mantero. Algunas teorías subatómicas entienden el universo como un holograma totalizador en el que se puede calar desde una fracción, una parte" , representada por lo individual al alcanzar un estado holotrópico 12 , o modo de conciencia distinto del habitual. De esta forma, el pasado mantiene su vigencia, o la mujer particular invoca el arquetipo femenino , como en la última estrofa saficoadónica del poema «A Pirra en bicicleta»: «Canto el impulso y la victoria canto / de un alma muda ante el ciprés, y un cuerpo / eternamente maternal de frutos / maravillosos» (Minimas del ciprés y los labios, 1, 82). También, desde la contemplación interior, según Meister Eckhart, la centella, que es el intelecto y que reside en el alma humana, es el reflejo de la luz o conocimiento divinos . Por tanto , esa centella es esencia de Dios, es una con Él , y mantiene una interdependencia sémica apoyada en el símbolo al fundirse en la Totalidad en que deviene la experiencia mística: «u n centro que se irradia en universo» (<<Con mis excusas en la noche», Fiesta , 111, 167). De ahí, la íntima declaración de los últimos versos de «Anticipación y brindis». En ellos, el poeta continúa con su viaje hacia el sol, hacia la luz interior última, expandiendo su intelecto en un proceso de «acostumbrarse al rayo» y de rechazar las apariencias , «la noche y el día», para preconizar una final celebración del encuentro con el Ser único: «me encamino hacia tu Esfera». Sin embargo , esta unión totalizadora sólo puede alcanzarse por voluntad de la gracia divina, como transmite el fragmento 1 de Parménides. Mantero sintió esta gracia en un momento de su infancia, según los dos cuartetos de «Sefirot de la palmera» en los que su simbolismo (flor de la luz, árbol de la vida, cifra) armoniza tradiciones pitagóricas, platónicas, gnósticas, alquímicas y cabalísticas, generando una extraordinaria concentración expresiva (Fiesta, 111 , 167-168):

Entre las torres del amanecel: .Árbol, tus diez zafiros digitales. Céfiro en savia y círculosjlorales, frutales, que ninguno pudo ver salvo yo . .Árbol de luz que se inclinaba sobre mi cuna y pequeñez dormida. Yo no sé si el primer amor se olvida. Sé que el sueño primero nunca acaba. 12.

Utilizo la terminología de Michael Talbot.


47

Antonio Hernández caracterizó co n certero pulso crítico a Manuel Mantero en 1978 por medio de las siguientes palabras, que manti enen pl ena vigencia todavía: «Poeta cardinal. sensorial , imaginativo, líri co y épico , simbo li sta y realista en difícil y lograda simbiosi s, es un a de las voces más personales e importantes de nuestro momento poético y una de las tonalidades más abiertas a nuevas singladuras» (195). Esa simb iosis aúna clasicismo y modernidad , pues los versos de Mantero integran excepciona lm ente una interpretac ión del Ser y de la exi ste ncia con una perspecti va metafísica por medi o de un criso l de trad iciones cultural es y filosóficas que convoca n una potenciación del sign ificado. El ámbito clásico convive con el eg ipcio , el cri st iano , el alq uímico , o el de las últimas teorías de la física , como es observado en este trabajo , para reactivar el mensaje del mi to y del símbolo co n el objetivo de buscar la máxima expresiv idad en la desvelación del Se r, ya que, como Parménides destaca, el pensar y el decir se in scriben en el Todo. Además, Mantero mantiene en su poesía un eq uilibri o apo líneo-dionisíaco que concilia emoc iones y experie nci as primordiales del ser hum ano para trascendentaliza rl as y di semin arlas dentro de la discip lina del ritmo y del verso. En este sentido, Man uel Ma ntero co munica un mundo enr iquec ido de perspectivas y ori gina lm ente perso nalizado que le convierte en un a de las voces más profundamente meditadas y sugerentes de la lírica contemporánea. Su viaje hac ia el Ser totalizador está emprendido. El encue ntro queda anti cipado: Só lo una inmensa esfera cristiana yen ella un rostro de indecibles ojos que me contemplan como un mar tranquilo (<< Espero », Memor ias de Deucalión, 111, 9 7). OBR AS CITADAS BOI-IM , DAV ID: Whole ness and the Impli cate Order. Londres, Routl edge & Kegan Paul , 1980. EC KI-I ARD, MEISTER: Selections. /vleister Eckhart, Teac her and Preache¡: Edi ción de Bernard McG inn co n la co laboración de Frank Tobin y Elvira Borgstadt. Prólogo de Ke nneth Northcott. N ueva York , Pauli st Press, 1986. ESPADA SÁNC HEZ, JOSÉ : «Manuel Mantero. Conversac iones en dos actos y un poe ma fin al». Poe tas del S lIr. Madrid , Espasa-Calpe (Selecci ones Austral), 1989. 235 -258 . GARC ÍA BERR IO, ANTON IO: Teo ría de la li tel'Cltll ra (La constr ucc ión de l significado poético). Madr id , Cátedra, 1989. HERNÁNDEZ, ANTON IO: «Manuel Mantero», en Una pl'OlII oción desheredada: La poé tica del 50. Madrid , Ze ro, 1978 . 193-209, 3 17-3 18. MANTERO, MANUEL: «Entrevista: Manuel Ma ntero» . Ojáncano 4 (octub re, 1990,70 76) .


48 MANTERO, MANUEL: «A utopercepción intelectual» . Man uel Ma ntero. Una poética indagadora de la Qtredad. Anthropos 116 (enero, 1991 ), 11-25. MANTERO, MANUEL: Como llama en el diamante (Poesías completas). 3 tomos. Introducción de Francisco J. Peñas-Bermejo. Sevilla, Vicerrectorado de Relaciones Institucionales y Extensión Cultural, Fundación El Monte, 1996. Parménides. A Text with Translation, Commentary, and Critical Essays by Leonardo Tarán. Princeton; Princeton University Press, 1965 . Plato 's Phaedrus. Translated with Introduction and Comentary by R. Hackforth. Cambridge: Cambridge University Press, 1952. RANDALL, ALLAN F.: «Parmenedis Principie». http://home.ican.netlarandall/Parmcomment.html(3-3-200 1). RAE, ALASTAIRE 1. M.: Quantum Physics: JIIusi on or Reality? Cam bridge, Cambridge Un iversity Press, 1986 . TALBOT, MICHAEL: The Holographic Uni verse. Nueva York, Harper Co llins Publishers, 1991. WITTGENSTEIN, L.: Tratactus Logico-Philosophicus. Traducción de D . F. Pears y B. F. McGu inness. Introducción de Bertrand Russel. Nueva York, Humanities Press, 1961.

Con Ángel Gonzá lez, en San Francisco. Los dos representaron a España en el Eurofestival de Poesía. (A bri l de 200 1).


El éxtasis sexual como iluminación en la poesía de Manuel Mantero

Jo/m Ross Que Manuel Mantero es poeta de amor ya es una observación patente, dado el éxito de su gran libro de poesía amorosa Ya quiere amanecer, de 1975. Sin embargo , el tema del amor ha sido una constante clave en su obra desde sus poemas iniciales. En el título de mi estudio, «El éxtasis sexual como iluminación en la poesía de Manuel Mantero», se podría haber sustituido la palabra «éxtasis» con «acto », por supuesto, con el éxtasis implícito en el acto. Pero ¿qué tiene que ver el amor erótico con la iluminación? Y ¿qué quiere decir el concepto de iluminación para Mantero? Es imprescindible que se aclaren varios aspectos de la orientación espiritual-filosófica del poeta antes de entrar en este discurso. Primero, Manuel Mantero es un poeta metafísico (aficionado a los metafísicos ingleses Donne, Keats y especialmente Shelley) , un arcaísmo , quizá, en una época que, por la mayor parte, ha dejado de pensar en Dios . (Crespo, 39). O puede ser que la formación espiritual de nuestro poeta vaya adelantada a la de sus contemporáneos , y que su obra constituya los inicios de una nueva ola de poesía metafísica. Creemos que esta segunda opción es la más probable. De todas formas, Mantero cree en una conciencia trascendente a la nuestra que es creativa, curiosa, probadora y amante en su esencia . Además, cree que cada ser viviente recibe, en el instante de su creación , una chispa divina del ser trascendente. Esta chispa es, en términos más ortodoxos, el espíritu del ser, y tiene en sí los rasgos de su creador. Leo del poema «Antes del sueño» (Tiempo del hombre , pe, Vol. 1, 112):

Me golpeaste, Dios mío, en/re los ojos, dejándome morado el en/recejo. Derribado quedé en el polvo, pero feliz porque tenía para siempre una señal de Ti sobre mi cuerpo.


50 Esta marca, es decir, el espíritu de cada persona, es distinta, y el carácter, la proyección del espíritu, por consiguiente, es también distinto para cada individuo. Hasta este punto, la visión de Mantero se enlaza bien con la tradición judeocristiana, y con la mayoría de las tradiciones deístas. Su definición de la iluminación tampoco se halla distanciada de la de los místicos judaicos de la Cábala o de los místicos cristianos como Santa Teresa o San Juan de la Cruz. La iluminación es una sensación de absoluta seguridad, paz total y entereza que procede de haber estado en la presencia de la suprema conciencia del universo. Lo que es insólito en Mantero, y lo que quiero desarrollar en este estudio, es su vía hacia el ser trascendente. Una vía que incluye como su foco principal el amor físico con el ser amado. Ángel Crespo confirma que, para su compañero poeta, al « lugar del eros [ ... ] se lo considera sitio propicio para la búsqueda de un conocimiento trascendental». (33) Mucha de la originalidad de esta visión se basa la singular índole de este poeta. La naturaleza distinta e independiente de Manuel Mantero se revela en su aproximación a la vida y la poesía. De hec ho , Anton io Hernández sugiere que la independencia del poeta es una enorme ventaja para el artista y su creación cuando nota que «la independencia [de Mantero][oo.] resulta, aparte de una manera de dignidad personal, un estímulo creativo que aleja de amansamientos castradores» (19-20). Y, libre de las opiniones de los demás , el poeta cultiva una manera muy única de enterarse del mundo. Es escéptico en cuanto a todo de lo que haya tenido experiencia personal: sea el dogma religioso, la retórica filosófica o la lógica empírica. Cuestiona todo y casi nunca la dirección de la mayoría. Por instinto , va en la dirección opuesta a los demás. Mientras otros trazan y retrazan las arrugas viejas en la piel de una pregunta, Mantero huye hacia las áreas lisas de los márgenes, donde se derrama sobre la superficie, entrando en los poros invisibles. Experimenta la pregunta desde dentro. Su inteligencia indaga, pero no es sólo eso: su emoción reacciona a la experiencia; pero hay aún más: en su esencia, donde las ironías y las paradojas, la amarg ura y la razón pierden su dominio codicioso , allí su intuición quita las capas de la lógica y disuelve los confines de historia y retórica. Pedro Rodríguez Pacheco lo resume así: «Mantero aúna experienc ia personal con intuición universal». (40) Este proceso, difícil de exp licar, forma el eje del acud id o esencialismo Manteriano al que tantos han. aludido al discutir su obra, y por el cual descubre nuevas contestac iones a las ant iguas preguntas, un rasgo importante del


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poeta que Andrew Debicki ha comentado sensiblemente en su libro Poetry of Discovery. Yen el espacio interior de la esencia del poeta, muchas ideas están experimentadas, y por consiguiente, rechazadas. Por ejemplo, desde el punto de vista artístico, Mantero rechaza la noción de que la amada debe ser objeto de idealización o divinización por parte del amanteartista. Para él, el ser amado es de carne y hueso, el amor a esa persona se basa justamente en la riqueza de su humanidad, no en la gloria hiperbólica ofrecida a una figura endiosada. (33, 40) Es algo que nuestro autor explica en el prólogo de Ya quiere amanecer, y lo confirma en el poema A Francisco Petrarca, cuando expone la artificialidad y el desatino del poeta que eleva a la amada al nivel divino, y así anula su humanidad. Mantero odia cualesquiera obstáculos, como la idealización, que prohíban la unión física, consumidora y absoluta de los amantes. Es porque intuye el poder de tal unión carnal, como es evidente en las palabras introductorias de la antología Poesía (1958-19 71): «Yo no soy un poeta amoroso en el sentido de oficio, pero el hecho sexual, aun en sus manifestaciones menos directas, ha suscitado en mí una incesante inquietud muy por encima de la interpretación casinera». (12) Otra idea a la que renuncia es la del pecado original, cuy o manto de culpabilidad pesa hasta ahogar al espíritu humano . La tradi ción de vergüenza, debilidad e inferioridad asociada con el amor sexual, promulgada por San Pedro, los gnóstico s y Ag ustín , es totalmente recusada por Mantero. (.4nthropos, 116, 14, 24) La idea del amor erótico como un acto salvador, exaltado y creador se realza en su poesía. En poemas como el soneto «¿Q ui én no peca si habita un · paraíso?» (Fiesta) y «Exculpa de la manzana» (Ya quiere amanecer) condena rotu ndamente el pecado original. De este segundo ejemplo, cito: La primera vez que te vi desnuda supe que una mujer es más que su apariencia preciosa. Es el aire nocturno con su techo /ramparen/e, es el barro heredándose, es la llama anunciándose en el tigre, es la lluvia mojándonos: primavera del ser. Yu na manzana anonadó a la nada. (pe, Vo l. 111, 24)

En la imagen de la «manzana» que «[anonada] a la nada» resalta la opinión del poeta de que no sólo no hay validez en la doctrina del pecado original, sino que es por la mujer que ocurre la creación (<<el barro


52 heredándose») y que ella eleva la vista del amante hacia la esfera trascendente, haciéndose «un techo transparente» en la noche; y finalmente, es ella, que, en lugar de causar la condenación mortal al hombre, lo salva, siendo su «primavera del ser» . Como Douglas Barnette confirma, «Mantero busca su eternidad en la tierra y la halla en la mujer». (115) La idea de que mediante el amor físico existe la posibilidad de llegar al divino emergió muy temprano en la formación del poeta. En su primerísimo libro La carne antigua, escrito antes de que él tuviera veinte años , dejó en el pequeí'ío prefacio estas líneas reveladoras : Pero mi poesía sigue siendo trino trascendental , empapado de Dios. Porque yo no amo al verso , sino a la Poesía, aunque de él necesite. Como no amo a la noch e, sino al Sueño. Como no amo a la mujer, sino al Amor [con mayúscula] que ella me ofrece a través de sus ojos . (7)

Ya como adolescente intuía el amor trascendente que le esperaba en el amor de la mujer. Está claro que en esta declaración no quiere dec ir que no va a amar a la mujer, sino que justamente por medio de amarla va a hallar el amor trascendente . En aquellos años de la sociedad ultraconservadora, ultracatólica y ultrapuritana de la posguerra, es dec ir, una época poco amena a tales ideas tan impúdicas, se destaca la novedad audaz de ligar lo erótico con lo divino. En las décadas siguientes a aquel inicio casi olvidado, Mantero nunca deja de cultiva r este tema, como quiero señalar con los próximos ej emplos . Es difícil disminuir la importancia que Mantero da al papel de la muj er, principalmente su mujer Nieves, en su visión de la vida. La presencia persi stente de la mujer en su conciencia es clara en poemas co mo «Últim a declaración (de amor) >> (Po emas exclusivos), en donde confiesa : «Fem enina es la luz que me aclara lo creado» (pe, Vol. 11 , 166). Hay varias referencias positivas de este tipo en poemas como «Tacto ma ra vill oso» (p e, Vol. 1, 68) , «Negac ión de la luz» (Mínimas del ciprés y los labios, p e, Vol. 1 69) , «Encendida de lenguas» (El tiempo del hombre, pe, Vol. 1, 96-97), y «Epístola 1» (Misa solemne, p e, Vol. 11 , 35-36) . En estos poe mas el amor físico de la mujer purifi ca al ama nte , reve lándole la vía hac ia la iluminac ión. Hay ejemplos representativos en toda su obra que expresan la idea del amo r erótico que conduce al amor trasce ndente. De M isa solemne hay el cuarto «Evangelio», que confirma que «cada vez que ama el hombre, I lo ete rno se provoca y se comprueba». (p e Vo l. 11 , 53) . Del libro Ya quiere amanecer hay los poemas «Literatura» y «En definiti va». Concluye el segundo ejemplo con este verso clave: «Inm ortal en tus ojos me con-


53 templo» (pe Vol. I1I, 51-54). En «Literatura», Mantero describe cómo los amantes llegan a la eternidad por el acto sexual:

f. ..} Amar es confundirnos con el rojo latido de la tierra, entrar en la materia universal y olvidados vivir en el origen de una gracia eterna. (pe, Vol. III , 31 ) El tema continúa en Memorias de Deucalión , en tonos más callados, pero de igual hermosura y sensibilidad que los poema s ya mencionados. Los versos más citables que apo yan la idea del amor erótico que lleva a los amantes a la orilla de la eternidad y la trascend encia vienen del poema «Oráculo de Lebadia»:

Basta que un cuerpo cálido se extienda sobre un cuerpo extendido por amor de la eflmera apariencia, para siempre dejar de ser eflmeros. (pe, Vol. 1Il , 105) El poeta resume su formación hacia el amor sexual y lo trascendente en su «Autobiografía intelectual » de 1991 diciendo: El adentramiento físico , el acto sexual , ¿qué más ocas ión para la demos tración de lo inefable y traspasamiento del mundo aparenci al? Me ace rcaba así a la divinidad, me sigo acercando así. [ .. . ] Y la unión sex ual ¿no es como un viaje, sin fatiga ilusoria, en el que se conocen siempre países nuevos , mañanas imprevistas, para que la obstin ación de se r se res uelva en éxtasis repentino? De pronto, la escondida faz nos presenta su se creto inolvidable. Es decir, olvidable, para que se repita y no s inmortalice. ( 17)

Su libro más reciente, Fiesta (1995), muestra una pl enitud de influencias metafísicas con hallazgos de la alquimia , el pitagori smo, el paganismo, el misticismo cabalístico y el misticism o cri sti ano, entre varios. De estas diversas fuentes , el poeta ha descubierto var ias conexiones entro lo erótico y lo trascendente, especialm ente en sus versos a la diosa de amor, Afrodita , co mo en «A nte la estatu a de Afrodita Calipigia», pero no hay una clara referencia al ac to sex ual como la vía a lo trascendente. Sin embargo , las alusiones a los cultos paganos del amor erótico, como el culto de Afrodita, en que los iniciados valoraban el acto sexual como divino , perfuman las pág inas de Fiesta. La falta de la explícita apariencia del éxtasis sexu al qu e co nduce a la iluminación no disminuye las indagaciones del poeta en lo místico. En el poema «Anticipación y brindis» está la descripci ón de


54 la anticipada unión del autor con Dios en la absoluta iluminación, pero no menciona el amor erótico, aunque es una corriente por el libro entero. En conclusión, Manuel Mantero, temprano en su carrera poética, propone la idea radical en el contexto cultural e histórico en la España de los cincuenta de que, por el éxtasis del acto sexual, el amado puede experimentar la iluminación mística sobre Dios y su naturaleza. Su desarrollo persistente del tema a lo largo de casi cincuenta años de meditación y creación tal vez nos proporcione una visión de una nueva y rica época de pensamientos metafísicos. OBRAS CITADAS BARNETrE, DOUGLAS : «Manuel Mantero. Fiesta (Canciones, 1986-1995). Madrid, Endymión , 1995». Alahc, año XXVIII, números 1 y 2 (primavera-otoño 1996), pp. 114116.

f

CRES PO, ÁNGEL: «Ética y estética en la poesía de Manuel Mantero ». Anthropos, 116, (enero 1991) , pp. 32-42. HERNÁNDEZ, ANTONIO: «Manuel Mantero y sus Poesías Completas». La Estafeta Literaria, VII época, 1, 1997, pp. 19-20. MANTERO , MANUE L: «Autopercepción intelectual de un proceso histórico / Autobiografía intelectual ». Anthropos, 116 , (enero 1991), pp. 11-25. MANTERO, MANUEL: La carne antigua. Sevilla, Manuel Soto, 1954. MANTERO, MANUEL : Como l/ama en el diamante / Poesías completas. Volúmenes 1111. Sevilla, Fundación El Monte, 1996. MANTERO, MANUEL: Poesía (/958-197/). Barcelona, Plaza & Janés, 1972. RODR ÍGUEZ PACI-IECO, PEDRO: «Como llama de diamante». Cuademos del Sur / Diario de Córdoba (27-111-1997), pág. 40.


Amor duro

Wi II Derusha SOlltheast Missollri State University

Es una noche osc ura. Tal vez fría y tempestuosa. Estás leyendo muy tarde en la biblioteca. Ta l vez meditando , tal vez edita nd o versos obses ivos a la luz de una so la bombilla eléctrica que parpadea en la penumbra . Ideas, sentimi entos , posibilidades se derraman en busca de tinta que rime, que interprete tus propias experiencias en el amor. Ráfagas de llu via dan go lpecitos en los crista les mientras los versos dan vue ltas en esp irales de deseo y vergüenza. Es como si estuvie ses absoluta mente a so las en el mund o, envue lto en los versos que vas tejiendo -despojado in clu so de la mujer fatal por quien tanto sufres-, cuando suena el teléfono. Tal vez te sobresaltes. Una voz de hombre te murmura aquel nombre irresistible junto con la direcci ón de un motel cercano. Sa les corriendo por la lluvia y te encuentras con una mujer ll orando desn uda y borracha en la habitación . La muj er a quien tanto adoras ... Se dirige este tú -por anacrón ico que sea- a Francisco Petrarca, el gran poeta italiano del siglo XIV. Con una escena más evocadora de las conve ncione s del cine negro que del amor cortés, Manue l Mantero abre su magnífica oda «A Francisco Petrarca», uno de los poema s cl aves del libro Ya quiere amane cer , publicado en 1975. 1 Di go qu e poema clave porqu e en el prefacio a esta colección el poeta denomin a Ya quiere amanecer co ri10 un libro de amor; y sigue: Aunque en cada un o de mi s li bros hay poemas amorosos, dos recoge n más exc lu sivamente el tema, Mínimas del ciprés y los labios, prim er lib ro

1 Cito la edi ción dc 1988, pág inas 32-36. Es idéntica la ve rsión de 1996 publi cada en Como /lama en el diamante (Poesías comp letas) , sa lvo la correcc ión de una errata sin importanc ia: se emp lea la forma aprop iad a del potencial en ital iano «ca nt erci» cn vez de «can tarei».


56 mío, publicado en 1958, y Ya quiere amanecer. [.. .] Dos libros «de amor» que supo nen más que simp les testimonios apasio nado s. ( 11)

El libro representa la culminación de casi veinte años de vIvir y escribir poesía amorosa. L ibro , pues , de amor, y la oda a Petrarca enfoca implacab lemente un as pecto central del amor en el mundo occide ntal: a saber, la idealización de la muj er de que han sufrido tantos poetas a través de la hi storia literari a desde la época med ieva l. Idealización que destroza el hablante de esta oda med iante un acto sexual bastante brutal, ta l vez violento, segurament(, cruel, en el empeí'ío de superar esta especie de amor, el intento de redimir a Petrarca de su locura y su éxtas is . Volvemos a la escena del cr im en. La tradición amorosa que surgió de los trovadores provenzales del sigl o X II se extendi ó a lo largo de las li teraturas románicas hasta ll egar, la mañana del 6 de abril del año 1327, a la iglesia de Santa Clara en Av ií'í ón, en la que vio -por vez primera- un italiano joven y sens ibl e, si no neurasténico, a la muj er que iba a dominarle en cuerpo y alm a a partir de ento nces. Esta es Laura de Noves, la muñeca divina que conociste en la iglesia de Santa Clara cuando abril pone en Aviñón su aliento y transforma al olivo en candelabro ya la orilla del Sarga en altar con rocío. (33)

Que se llame una especie de amor. Amor casto. Ta l vez aséptico. Aunque murió la mujer agotada de partos y el poeta italiano engendró a dos hij os naturales, Laura y Franc isco nunca compartieron ni un besito. De hecho, nunca se hablaron. Posiblemente, la muj er no supo que existiera Franc isco : tú, implorando un menor ademán, algún signo cordial para orlarlo de fe, pobre Francisco idiotizado en el crepúsculo provenzal de las viñas, de pelfil contra un sol de rayos cínicos tendidos en unción platónica. cándido Francisco imaginando versos con lazos de luto y castos zafiros que expresaran la historia minuciosa de un desdén. (33-34)

Petrarca al trasluz, coronado de rayos que le bendicen por el amor pl atónico , casto , puro , la parodia icón ica de un santo púd ico, en loqu ecido por el éxtasis de la abstinencia.


57 En el prefacio a la colección , Mantero singulariza a su «a dmirado» Petrarca entre paréntesis como jugador perverso en el campo de amor: Ya quiere amanecer está dedic ado a una mujer concreta, cuyo nombre a nadi e importa sino a mÍ. Mujer real, no inventada [ ... ], aunque bi en sé que han existido ilustres poetas hábiles en in ve ntar amadas y engo lfa rse en un ludismo que me parece repugnante. Lo mi smo que han ex istido siempre quienes ideali za n a una muj er y practican otro ludi smo no menos ant ip ático y mentiroso, el de una feroz sumi sión a lo ce leste y sin sexo (ver el poema qu e dedico a mi admirado Francisco Petrarca). (12)

Los comentarios que así caracterizan el amor petrarquesco ponen en tela de juicio la autenticidad de tal amor; efect iva mente, Ma ntero no lo denomina como amor, sino como ludi smo, es decir, como recreo, escap ismo , evas ión. No quiere esto decir que sea grato el jugar. Co inciden Mantero y Petrarca con qu e el ll amado amor resulta ser, pese a sus cumbres extáticas , un abismo de locura. La lírica petrarquesca, como la que heredó de la tradición cortés , no tiene si no un so lo tema: el amor, y éste descontento , fracasado y no correspond ido; al contrario , el amor ha de ser perpetuam ente insatisfecho e in cumpl ido. La historia del amor petrarquesco no tiene sino dos personajes: el poeta que reitera su queja ochocientas, novecientas, mil veces , y la mujer -la «donna»- que siempre contesta que no (Ro ugemont 75) . O simplemente no contesta. En el caso de Petrarca, la mujer se ll ama Laura , nombre que conlleva lo s juegos de palabras que se basan en las sí labas y la etimo logía: laura como el árbol, laura co mo el oro , laura como la brisa , laura como el alba, laura co mo el verbo «loam , etc . La histori a del amor - mejor dicho, de la obsesión- se expresa en la colecci ón que y se titula diversamente Rime sparse - ' rimas di spe rsas ' Canzoniere - ' el cancionero'- . Como el poeta más enferm o de amor de toda la historia occidental, Petrarca pa só la ma yo ría de la vida escr ibi endo y organi zando los so netos . madri gal es, sex tin as y estancias de la colección , hasta el punto en qu e e l archi vo se ntim ental se presta al análisi s c ientífico, co mo mues tra el artícul o dete ni do de Sergio Rinaldi en una rev ista de matemát icas apli cad as . La originalidad del canc io nero no es temáti ca, si no expres iva. Petrarca sigu e el repertori o tradi cional; en los términos lúdicos que emplea Mantero, el poeta italia no sie mpre j uega seg ún las reglas. El protocolo incluye las siguientes co nve nciones entre otras muchas:


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• el amor es un flechazo a primera vista, • la víctima exhibe anhelo obsesivo y enfermedad de amor, o sea, locura; • el admirador vive constantemente frustrado y reprimido ; • el amor se da a conocer por fin como idolatría; • el adm irador se arrepiente y renuncia al amor. La tradición insiste también en que la muj er se conforme con las reglas, entre las cuales se destaca la neces idad de que la «donna» sea idealmente casta -al menos en relac ión con el admirador; la mujer suele tener esposo e hijos que resultan irrelevantes-; es prec iso que la mujer sea idealmente honrada e idealmente hermosa, la querida del cielo, incluso milagrosa en algún sentido, pero predestinada a morir joven. No obstante, el enfoque de la lírica petrarquesca tiene poco que ver con la mujer, por adorada que sea; la preocupación central reside en la psicología del amante. La mujer se ve red ucida a una imagen mental que fue grabada en la fantasía a través de los ojos, en el instante en que el poeta se enamoró, imagen que sigue operando como tal a pesar de la ve rdadera vida humana que lleve a la mujer de carne y hueso. Hasta cie110 punto, pues, la mujer es espejismo, delirio, alucinac ión que a la vez intensifica y refuerza la enfermedad del ad mirador. Quien, en algunos casos, muere enfermo de amor. Espej ismo, delirio, alucinació n que interpretaría Petrarca como «idea» neoplatónica, imagen menta lmente percibida de algo más real, más allá de los sentidos de nuestra esfera de ser. En realidad, el poeta hace de la mujer una ocasión de atormentarse; lo que ap recia y neces ita y busca es el martirio. Desde la perspectiva psicológica, el éxtasis del poeta no resulta de la experiencia amorosa, sino de su carenci a, perversión o distorsión ; o sea, del masoquismo sexual. Fantasía masturbadora. Además de las consideraciones temáticas hay que co ntar también con el plano formal de lo que se denomina en la literatura espaí'íola como petrarquismo. Qu ien abr ió el terreno en caste ll ano, desde lu ego, es Garcilaso de la Vega escr ibi endo «a moda itálica» a comienzos del Siglo de Oro. Los que sigue n a Garcilaso en el Sig lo de Oro -y son muchos y brillantes: Fray Luis de León , San Juan de la Cruz, Lope de Vega, Luis de Góngora y Francisco de Quevedo no ofrecen sino una muestra muy selecta- se aprop ian tanto el lenguaj e convencional como el est il o: la ag udeza, el juego de palab ras, la estructura farrago sa de Petrarca se elaboran cada vez más hacia el conceptismo y el cul teranismo. Pese a las diferencias entre los participantes, el petrarquismo se reve la forma lm ente en el control de los recursos poéticos: el contro l del verso , espec ialm ente el predominio del endecasí labo y las


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minuciosas reglas de acentuación que impera n; el co ntrol de la estrofa , en que predominan cuartetos , serventesios y tercetos; el contro l del plano fónico , particularmente la rima consonante al final del verso , pero abarcando también la rima interna y la aliteración. El co ntrol se ext iende al plano léx ico con su afán de un registro elevado y refinado, y en el empleo de quiasmo, paradoja, antítes is e ironía; mientra s el plano gramatical pone a la vista toda manera de hipérbaton , asínd eton , zeugma y oraciones retorcidas. La estructura más libre del petrarquismo español - la silv a- se basa en los mismos elementos formales comentados: el endecas ílabo y el heptas íl abo, la rima consonante , el lenguaje refinado; la diferencia procede de un sistema un poco menos reglamentado . ¿Cómo ll ega Manuel Mantero, poeta de la promoción española de los cinc uenta, a interesarse por Petrarca y el petrarquismo ? Porque , en primer lugar, Petrarca ocupa una de las cu mbres de la po esía occidental; Mantero sí lo admira co mo poeta y, debido a una estancia en Roma para estudiar literatura italiana, sabe bien el idioma en qu e escribió Petrarca sobre el amor. Además, el amor petrarque sco , o sus convenciones, siguen influenci ando el sentimiento , el pensamiento y la conducta en la cultura occidental. Fin almente, por el llamado garcilasismo, estilo neoclásico tan popular en la primera posguerra española , Mantero empezó su carrera literaria reaccionando contra la superreg lamentac ión formalista que él mismo ha caracteri zado como «poesía inerte» (Poetas españoles, 43). ¿Cómo sería nacer en un mundo de Petarcas mediocres? Mantero comenta en otro texto el ambiente de posguerra en que quiso comunicarse: «Desde mi prim er libro supe que mi decisión de escribir lo que yo pensaba y se ntía y no lo que sentían y pensaban otros me iba a colocar en difícil situ ació n» (<< Poesía mía», 45). El libro }-C-[ quiere amanecer representa a un poeta que pie nsa y siente en una manera absolutam ente pro pia. Ma ntero ha escrito un libro de am or, sí, pero rechaza los tóp icos románticos -y medievales- en bu sca de la rea li dad del amor a fines del siglo XX. So n versos de gran vari edad rít mi ca, un a g imnástica de poder expresivo tanto en el plano fónico como en te mática, versos siempre sorprendentes. a veces difíci les y desco ncertantes, un estilo que recurre a «la re combativa y la pureza inquieta», como lo califica Antonio Hernández (196). No se trata de otro Amor de los (l/nares. El poeta encabeza cada poema con una cita de La Ce lestina , de Fernando de Rojas. y como nadie ignora , la relación entre Calixto y Melibea acabó muy mal para todos .


60 La oda a Petrarca se anuncia como una especi e de homenaj e en el cente nario de su muerte. Afirm a Douglas Barnette que Mantero intenta im itar el estil o alamb icado del poeta italiano (86-87). Pero si es verdad que esta oda rinde homenaje, es un homenaje ca beza abajo. Tampoco se hace eco del formali smo petrarqu ista. Más bien, Ma nte ro pi sotea violentamente el amor idea li zado, el campo de l «Iudismo» petrarquesco, a la vez que desarma la pl ataforma de convenciones te máti cas y fo rmales . En cuanto a la forma, el aspecto que más se destaca en el Petrarca ori ginal -el co ntro l de los recursos fó nicos- lo rechaza Mante ro por compl eto. La oda presci nde de la opción por el endecas íl abo. El primer verso corre a través de la págin a con ve inticuatro sí labas ; el segundo se extiende hasta veintiocho. En algún ve rso el número de síl abas cae a cinco, pero hay un sistema de versificació n. Tampoco hay siste ma estrófico: la primera estrofa tie ne diez ve rsos polirrítm icos, la segunda consta de cuatro , la tercera de ocho, la cuarta estrofa ll eva ve intidós ve rsos, etcétera. En cuanto a la rima fi nal, sim plemente no ex iste ésta, aunque Ma ntero no se puede res istir a la al iterac ión inte nsifi cadora. Po r ejempl o, la j ota y la erre en el verso «jugando al ajed rez y enfre nte alguien de arrugado rostro», y también la repetición de voca les tó ni cas, como el sonido de la á en el verso «tú, im plorando un menor ademán, algún signo cordial para orlarl o de fe». Con respecto a la te mát ica , Ma ntero no enfoca só lo la ps ico log ía de l poeta, sin o ta mbi én la degradac ión de la j ove n y as í menoscaba la co nvenc ión im presci nd ibl e qu e cimi enta el amor petrarqu esco. Perturbadora es la pr im era im age n de la mujer: Laura arrastra sus cabellos por el suelo, los arrastrará para siempre empapados de vergüenza, etemalllente llorará, porque era necesario que llorara como una fulana y verla tú del modo que ahora te la muestro, desnuda en el umbral de este cuarto de motel, con la boca amoratada y las ingles oliendo a whisky y derramándose, presente aún el eco de sus palabras rojas como hachazo en amapolas, manchada de tabaco y unfalso tatuaje obsceno en cada muslo. Míafue la voz que llamó por teléfono mientras leías en la biblioteca para que aquí vinieras y tocaras el barro tembloroso de tu ídolo. (33 )

Llorando con la cabeza baj a. Empapada de whi sky. Una fulana cualquiera, una puta des nuda en un mote l cualquiera, manchada de tabaco, amoratada, temb lorosa de frío y verg üenza . Es despecti vo el lenguaj e med iante el cual el ha bl ante se refiere a Laura a lo largo del poema: fra-


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ses como «ídolo de barro», «la muí'íeca divina» y el «maniquí de yeso» la privan de calor, sentimiento, autenticidad e inteligencia; mi entras el sarcasmo inherente al uso de «el ánge l», el «espíritu gentil », «la estrella», «e l tras unto es pumoso de la Idea» la despoja de todo rasgo trascendente. Incluso cuando aparece Laura en su mundo medieva l, la image n es la de una joven mimada, aburrida y desdefíosa cuyos pensami entos se alejan de la ve lada y dan vueltas alrededor de la masturbac ión. Al mismo tiempo, tal perspecti va es mucho más normal , sana y atracti va que la Laura ful ana al principi o y al fin al, sin habl ar de la Idea trasce nde nte co n que se mutila la hombría de Petrarca.

Vengado estás. Por ti la he besado, pensando en ti la he poseído, porque era necesario que la amaras, aunque júese a través de mí, pobre Francisco que ahora me contemplas con estupor de palo IVtO en la puerta del cuarto de motel ya Laura miras, a sus cabellos de trigo tirado y su vientre de guitarra resonando todavía, donde dejé el a/1101; la justicia y la pena. La mancha del ve ngador, co mo el semen del vio lador, profa na para siempre el vientre, e l templ o sac rosanto , del ído lo. Claro que Fra ncisco, frente a la destru cción del culto, no reacc iona con entusiasmo. La image n de «me contempl as co n estu por de pa lo roto » sugie re la repentina pérdida del vigo r sex ual; ta l vez sea Fra ncisco des de entonces otro ca ndid ato para la Viag ra. En tota l, resultado s desastrosos : La ura estro peada y avergo nzada, Fra ncisco apla stado. Por lo menos Petrarca ya no sufre de loc ura ni de éxtasis . Está librado. Sin embargo, parece un caso de éstos en qu e la terap ia es peo r que la enfe rmedad. El habl ante es cruel, ta l vez sadi sta al entonar: «Más que a ti me ha do lido arra ncarte / la venda de los ojos inocentes» (35). Estas pa lab ras parecen insinc eras tras un comp lot de ve nga nza ta n intrincado , tras una as ignac ión de sexo y whi sky. Aparte el moti vo de l hab lante , ¿es preciso penetra r a través de toda ilu sión loca o extáti ca y chocar contra la verd ad por fea o violenta qu e sea , si querem os amar de ve ras, si qu eremos se r de veras c! Otros poe mas de Ya quiere (IIJ7([necer trata n el am or desde una pers pecti va más hum ana , pero no es pos ible dejar pasar el sad ismo de la oda . Ma nte ro no pide di sculpas. Como ha escrito: «Mi poesía entera es una med itació n continua so bre el desti no humano, sobre la libertad [ ... ]. Si en ciertos poema s parezco crue l, lo prefie ro. ¡H ay ta ntos poetas me losos! » (Hernánd ez. 3 18) . Ta l vez la m iel de locura y éxta sis qu e nos cierra los oj os a la ve rdad.


62 OBRAS CITA DAS BARNETTE, W. DOUGLAS: A Sludy of Ihe Works of Ma nuel Ma nlero: A Me mber of Ihe Spanish Generalion of / 950. Lew iston (NY), Me ll en, 1995. HERNÁNDEZ , ANTON IO: La p oé lica del 50: Una promoción des heredada. Madrid , End ymión, 199 1. MANTERO, MANUEL : «Poesía mía y poes ía de mi época». Anlhropos, 24 (199 1), 43 -46. - Poelas espaí10les de posguerra. Madri d, Espasa-Ca lpe, 1986. - Ya qu iere amanece!: Sev ill a, Lautaro Edi to ri al Ibero-Amer icana, 1988. RI NA LDI, SERGIO: «Laura and Petrarch: An Intringuing Case of Cyc li ca l Love Dynamies». S/AM J ournal of Applied A1alhe11l alics , 58.4 (agosto 1998) , 1.205 -1 .22 1. ROUGEMONT, DEN IS DE: Love in Ihe lVeslern 1V0rld. Nueva York, Harp er Co loph on, 1974.

Manu el Mantero y Andrés Sorel en Athens, Georgia.


MANUEL MANTERO

Himno a Eurídice

(De /libro Primavera del ser, de próxima aparición)

Halló entrada en los re inos del espanto 1.

DE ARCUIJO

Alles Ve rgángliche ist nur ein Gleichnis GOET!lL


,

ยก'ยกAtHi H .. ""Hi-!:!

i\1lSA SOLEMNE \

~g~ '_JI I.II~~ r .

..ndUt

~~~.

i.'\1a1'luel j\;IanterQ

r/l QlJIERE

C111UJneCer


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1

Lo que es ¿ cómo podrá dejar de ser? ¿Por qué llamamos muerte a lo que vive, lo oculto a quienes no saben mirar? ¿ Que sólo ansía que lo busquen, llenos de fe, esperanza y claridad? Si oculta penabas, diosa mía, te encontré, te rescaté, y ahora aquí presides donde solías, tú, la inmarchitable: eternidad contagias a los tuyos. Ya el ejército aguarda tu mandato: una devastación que es nacimiento desde un dolor que fuera servidumbre. Noche del mundo. Reino de la luna. Son sexos femeninos las estrellas. El rocío en la tierra se hace espejo y escribo en sus imágenes mi nombre. Rayos de luz compiten en tus venas, sangre de luz universal danzando, leche de virgen derramada en orbes tan claros como el brillo de fu espada.


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JI

Era la dicha donde tú vivías. Donde el olivo con sus frutos frágiles daba paz poderosa. Donde el vino abría el sueño a las revelaciones. Donde la miel se transmutó en la sal. Donde el búho, el delfín y la paloma. Donde el lirio y la plata copulando. Donde la almendra derrotó a la orquídea. Donde al gallo la rosa silenció, el mirlo al cuervo. Donde blanco y verde. Donde el azahar te coronó de aromas y fuiste madre de la primavera. Donde toro y león obedecieron la norma de tu voz. Donde gacelas. Donde turbantes, zocos, alquerías. Donde mosaicos, pórticos, jardines. Donde nací y crecí. Donde me hiciste esposo tuyo junto al mar del mito una noche con música de albogues, címbalos, arpas, sistros. Y una lira, la mía. Entré en tu cuerpo y olvidé, hasta sentir que en ti no estaba: era.


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111 Te perdi. Recorrí nuestra tierra buscándote en vano. Se burlaban. Anduve dias, noches, y nadie me escuchaba. Se reían. La rosa yacia deshojada por el pico del gallo y me envolvia el sol en úlceras de oro. Te lloré, te busqué. Desde las altas cimas que vieran a los dioses vencer a los titanes, hasta la ansiosa espuma que acogió la visita de Dionisias guardado por panteras y ménades. Tierra donde brotó sangre en lugar de trigo y el azul de los cielos se vendió a los halcones. Tierra impura, maldita. En costumbres de siesta tornaron el vivil~ en chiste la alegría. Puta fue la doncella y prohibida la luna. El rito más sagrado, la danza de tus hechos, fue un batallar de botas o una res torturada ante masas fonéticas, fanáticas, frenéticas . Mi canto fue una historia ignorada por nií'1os.


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IV

De los labios de un niño la verdad supe. El niño descansaba a la sombra de una cruz: el poniente. Su carcaj y su arco, rotos sobre azucenas. Sus ovejas pacían estiércol de rocío. Él te vio desolada, él oyó tus lamentos. Tú corrías, corrías delante de quien era una desnudez bronca de lujuria, unos labios ávidos de medir tus distancias más íntimas, un sexo estrepitoso. Pero no te alcanzó. No te gozó . Qué libre, qué mía ya, mi diosa. Y entonces la serpiente, segura entre la hierba, obró. Mordió. Mató. Eso dijeron, muerta. Y vino el tiempo horrible: suplantada la diosa por el dios carnicero de grandes barbas blancas, la vida júe un aullido de amenazas y amenes. ¿Nunca más la delicia de tu evidencia, nunca mi sum isión diaria a tu aliento sagrado, cuando sobraban signos o lámparas de fuego? Pero ¿por qué llamamos muerte a lo que está oculto, oculto para aquellos que no saben mirar? El niño, de la mano me llevó a los umbrales de la gruta, y entré cantando en los infiernos.


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v Al escuchar mi música, Cerbero sus tres cabezas humilló, permisos afirmando. Y pisé carbunclo, ortiga. y al escuchar mi música, los vientos dejaron de escindir como cuchillos. y entre sí las montañas no chocaron. y se olvidaron Triptolemo y Minos de juzgQl~ y los reos de su culpa. Yo seguía, cantaba. Ya las sombras transparentes por ti inquirí, mi Eurídice, y no querían que me fuera. Y vagas antorchas el camino sugerían. y subí a ro cas de pelfil de abismo y bajé a estepas abrumadas por la lenta mierda blanca de la nieve. y paré el llanto de los condenados. y tuve que explicar en salas viles la magia inexplicable de mi canto a rostros vaciados de futuro, y al escuchar mi música, el destino se modeló en sus rostros. Y las hadas, que tejen odio y bañan al que nace en la espiral del Agujero Negro,


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a su aleteo maligno renunciaron. Y encanté a un oso y un madroño. Y pude ilusionar a un río ya caduco, y respiró la estatua del fantoche entre los soportales de una plaza. y se pasmó el harén del travestido, y el ángel turbio interrumpió su misa, y su Oda al Puro Laborar del Estro pajo borró en lejía el ruin beodo. Y atravesé más nieve y más desierto, y floreció un verano al yo pasar, al yo cantar. Y abominó su engaño la arquitectura de los leviatanes, y palpitó en su estéril permanencia el cementerio de los automóviles. Yen cuevas de color parpadeante anulé el altavoz que emparejaba descoyuntadas marionetas tristes. y las solares águilas dejaron de alimentarse de dineros verdes, las erinias de azotar al loco, al hierofante, al viejo, al diferente . y otra vez tuve que explicar mi magia inexplicable a rostros, rostros, ros/ros. y sus ojos salvados reflejaban la dirección final de mi camino, mi laberinto. Yante el alto trono de Perséfone y Hades, veneré. Ypedí de rodillas que escucharan. y nunca fue tan mágico mi can/o.


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y la hija de Deméter, la graciosa reina de los infiernos, sonreía. y pedí recobrarte, y sonreía. Y accedió, pero un acto me exigió de fe: que te guiara yo, mi Eurídice, a través del viaje de retorno sin volver mi cabeza hasta salir de sus fríos dominios. Sin fiar más que en mi fe. Yentusiasmadamente dije que sí a la madre de Dionisias, la re ina juvenil de los infiernos. y llamaron tu nombre, y adorables murmullos a mi espalda oí. Y silencio. y partí, y el silencio me acechaba más que el humo tenaz de las antorchas recién extintas. Y fié en mi luz, la que en mi frágil corazón ardía, y apretaba mi lira contra el pecho. ¿ Cuántos años de duda, cuántos siglos de alma pasaron por mi mente? ¡No verte, no oírte, sólo presentir la constancia gradual de tu figura y anticipar con nudos de recuerdos la conjunción de nuestra eternidad! y no volví, mi diosa, la cabeza.


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VI

Lo que es ¿cómo podrá dejar de ser? Más allá de las formas y la muerte, de lo visible y lo invisible, eras. eres. Te rescaté y aquí presides donde solías. Primera y Última, Una y Trina, María, Ariadna, Eurídice, Sacrificada, Resurrecta, Madre del Tiempo que no muere nunca, Virgen Engendradora del Rocío, Virgen de la Amargura Jubilosa, Virgen de la Regla Nueva, Virgen de las Angustias Olvidadas, Virgen de los Dolores Aplastados, Virgen en Cinta de otro Sol más Puro, Fuente de Vida, Hermana Agua, Hermana Tierra, Hermana Luna, Placer de Humanos y de Dioses, Vaso Lleno de Gracia, Santa Sabiduría, Madre Admirable, Madre Cristo,


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Madre Dionisios, Madre Orfeo, Espejo de Justicia, Casa de Plata, Zarza Vibrante de Mercurio, Saliva de Colmena, Jardín Sellado, Palmera de Almas, Jardín Abierto, Vientre Bordado de Azucenas, Mirto Salado, Útero Lúcido, Nardo Secreto, Loto Bendito, Vid de Milagros, Granada de Abundancias, Manzana Melodiosa, Concha del Viento del Espíritu, Mar de Alegrías, Nuestra Señora de la Primavera, Madre Perpetua de las Cosas Mágicas, Cesta Estelar de los Misterios, Espiga de la Última Visión, Conjuradora del León y el Toro, Destructora Lunar de la Serpiente, Una y Todas las Diosas y los Dioses, Madre de Todos, pero Esposa Mía.


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y VII

Andalucía tiene todo el aire lleno de libertad.

F.

GARCÍA LORCA

Noche del mundo. Reino de la luna. Son sexos femeninos las estrellas. Te bañas en el mar. ¡Cómo deslumbra, purificada y purificadora, tu visión, su relámpago inefable! El ejército aguarda tu mandato: una devastación que es nacimiento desde un dolor que fuera servidumbre. Te vestimos, despacio . La armadura. El casco, irrepetible don de Hefestos. En esta santa cima de olivares tú contemplas, solemne, pensativa, cómo el amanecer se extiende sobre la patria del martirio y la miseria, patria de la serpiente y la ponzoña, de la túnica rota y repartida, del magno corazón colonizado. Hora de epifanía, de cumplidos oráculos. Piafantes, los caballos. Fervoroso, el ejército. La espada pongo en tu mano que venció a la muerte, la espada antigua de la libertad.


75

Había una ventana de colores (Memorias y desmemorias 1930-1969)

Madrid, 27 de junio de ¡ 963. Día de su boda. Vicente Aleixandre en la foto, que firmó como testi go .


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Tres poetas sev ill anos: Manuel Man tero, Rafae l Montes in os y Juli a Uceda. (Casa de América. Verano de 1999).

Man uel Mantero co n Dálll aso Alonso y la esposa de éste, Eul ali a Galvarriato.


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CALLE ESTRELLA Según dice el Certificado de Inscripción de Nacimiento, nací en Sev illa el 29 de julio de 1930, a las 3 .30, en la calle de Estrella, núm ero 5. Así, calle «de Estrella» . La gente no coincide en la de cal le Tal, calle de Talo calle de la Tal. Recuerdo que en Cuenca, en 1986, dije mi s ve rsos en un acto donde Ángel Crespo y Eugenio de Andrade también leyeron los suyos, y al aludir a Cernuda señalé que había vivido en la calle Aire, no calle de l Aire. En Sevilla nadie la conoce por el «de » . En ac to posterior, Pablo García Baena se refirió a Lui s Cernuda como viviendo en la calle «del » Aire, y lo dijo con cierto énfas is y con cara de broma. No desafiaré al estupendo poeta cordobés a causa de una proposición. Por cierto, la calle de Cernuda y la mía están muy cercanas, cas i tocando el barrio de Santa Cru z, en la parte más elevada de Sev ill a y la más antigu a. Entre nues tras do s calles se encuentra la ll amada Mármoles, por unas columnas despoj adas de su siesta subterránea y que pertenecían al templo de Hércules . Yo nací, pues, enc im a de la mismísima igl esia de Hércules. Los nombres que me pusieron, de ac uerdo con el mismo documen to, son: Manuel, Alfon so y G uill ermo . Cinc uenta y un años después, en 1981, mi padre moría en Sevi lla ex actamente a la mism a hora de mi nacimiento. A la misma hora, y en otro 29 de julio.

CALLE ESTRELLA (2) Bastantes años después, me llegué a la calle y entré en el zag uán de la casa. Durante unos minutos estuve contemplando e l pequeño patio y el arranque de la escalera. Ya me marchaba cuando un voz me llamó. Me volví. -Soy e l dueño de esta casa y me ha ext rañado verlo en el zaguán . Me parece que usted no tiene pinta de turi sta ¿Se le ofrece algo? Sonreí.


78 -Muchas gracias . Pero lo que yo quiero es muy difícil de conseguir. Lo que se me ofrece no puede usted devolvérmelo: más de sesenta años de vida desaparecidos. Yo nací aquí. El hombre, sorprendido, generoso, habló: -Entre y sube. Le dará alegría. Y yo le daré una copa de vino. -No, muchas gracias. Me cambiaría mi pintura mental para siempre.

EL COLEGIO Estaba en la calle Pajaritos y por eso todo el mundo le decía el Colegio de Pajaritos. Tan cerca de casa, que voy y vuelvo solo, orgulloso de que me dejen ser un adulto. (En ese colegio es taba tambi én, diez años mayor que yo, Rafael Montesinos). Un día, al salir, cuatro o cinco hombres muy grandes nos gritan ante la puerta del colegio: -¡ Niños, decid «Viva la República»! Llevan una bandera grana, amarill a y morada, y beben de un a botella. Yo tengo sed y avanzo, le tiro del pantalón a uno de ellos. -¡Hola, señorito! ¡Mirad, este señorito se ha enfadado con nosotros! - Yo no estoy enfadado. -¿No? Entonces ¿qué quieres? -Quiero beber de esa botella. -¡Ja, ja, ja! ¡El señorito quiere vino ! ¿No te lo dan los jesuitas, el vino de la misa? -Tengo sed. ¿Puedo beber? -Primero, di muy alto «Viva la República». -¿ Viva la qué? -¡La República! -¡Olé los señoritos republicanos! ¡Una mierda para los jesuitas! No me dan de beber y empiezo a llorar. -¡Quiero beber! ¡Tengo sed! ¡Viva la República! Se ríen mucho. - ¿Cómo te llamas? -Manolo, pero dame de beber. -¡Olé! ¡Manolo, como Azaña!


79 MI ABUELO DE SANLÚCAR LA MAYOR El padre de mi madre se llamaba Antonio. Antoni a se llam aba su mujer, Antonio, mi abuelo paterno. Menos mal que mi abuela paterna era Purificación, toda una purificación de tanto Antonio . Salvo San Francisco de Asís, ningún santo le gana en popularidad a San Antonio de Padua, San Antonio el Portugués: no había nacido en Padua. Fue mi abuelo alcalde del pueblo, y más de un a vez . Cuando surgían problemas, lo requerían y no sabía negar. Entonces, estos cargos no eran como ahora, costaban mucho dinero y muc ho ti empo. Mi abuelo había estudiado abogado en Sevill a. Conservo pape les de sus estudios. Tuvo que pagar por el título de Bachiller c incuent a pesetas en metálico, un sello de póli za de quinc e pesetas y adem ás cinco por gastos de expedición. Total , setenta pese tas, que no es taba mal para la époc a. Empezó la carrera de Derech o en 1882. Ejerció de abogado sin cobrarle a nadi e. Ni falta que le hacía e l dinero, pero la generosidad era tan evidente como m al agradec ida. Tenía bastantes fincas, sobre todo olivares, que solía pasear a caball o. Me llevaba en algunas ocasiones , y yo , en la sill a de montar, gozaba co n el ritmo del caballo y la conversaci ón de mi abuelo (¿qu é me diría?), hasta llegar a casa medio dormido. Cuando nos juntábamos en la casa de Sanlúc ar los ni etos, ve inte nada menos, solía enseñarnos a los más es pabil ados ilu strac iones de libros lujosos. Su biblioteca era grande, no tan escog ida, pues no sabía dec ir que no a los vendedores. Sus simpatías iban haci a los liberales, y e l partido le prop uso meterse en política en Sevilla y Madrid . F ue ami go de Rodríg uez de la Borbolla. Pero nunc a qui so dejar e l pue bl o. Como dive rsión , sacaba un a faj a negra mu y larga, rega lo de Rafae l el Gallo, y no s la ponía en la cintura, vueltas y vue ltas, entre el jo lgorio infantil. De vorab a los libros. C reo qu e de é l he sacado esa ans ia de lector infatigabl e, que puede es tarse horas y ho ras hasta el amanecer sobre un libro. Se sentab a e n el si ll ón de l despacho ab ierto al patio en verano, al calor de la chimenea en inv iern o, en otro mundo y en este mundo tan am ado , tan co ncreto de vida tranq uil a y natural. ¿Por q ué, entonces, si yo lo amaba, la barrabasada de aquel día de verano? Yo conte mp laba el patio desde el balcón que coronaba la puerta de cristales de l despacho, mi cabeza entre los hierros verde s, cuando vi salir a mi ab uelo y detenerse a oler las flores del patio.


80 Estaba atardeciendo. Hermoso patio, con su ciprés, su palmera enana, y los claveles, los jazmines, las rosas, las arreboleras, las yerbaluisas, y el busto de Cervantes presidiendo en su pedestal. La calva de mi abuelo brillaba esplendorosamente, perfecta, dolorosa de tan perfecta. Un hada depilatoria debió de haberle pronosticado en su nacimiento tanta suerte. No pude soportarlo, saqué el pito y me oriné encima de la calva.

LA MALA MEMORIA Heredé de mi padre la mala memoria. En la España de la posguerra, donde los estudios tenían por base la memoria (éramos loritos declamando las lecciones), sufrí mucho, debía pasar mucho más tiempo que los demás aprendiendo estúpidamente los detalles que iba a olvidar después. No sé si ha existido nunca país con culto mayor a los ídolos de la memoria. La inteligencia aparecía en España como una perrita doméstica secundaria. Horas y horas diciéndome a mí mismo, en alta voz, textos, textos, textos. Masturbándome el cerebro, el espíritu. Aniquilándome. Mis amigos me dicen que mi memoria es grande. Mis alumnos, lo mismo. Pero es que yo he leído mucho y algo queda. La memoria, además, es muy selectiva. ¿Por qué decide retener unas cosas y desechar otras? Misterio. Para García Lorca, la buena memoria les es necesaria a los poetas. No estoy de acuerdo. Antonio Machado era un desastre como memorioso, y qué gran poeta resultó. He conocido a personas de poderosa memoria, como Vicente Aleixandre. En mi familia, mi hermano Alfonso también es dueño de una envidiable memoria. Y mi mujer. Un estudiante me dijo un día que acaso fuera injusto que yo gozara de estupenda memoria. Le pregunté que por qué. Me contestó que sería demasiado, con mi inteligencia. Eso se llama dar coba. Nunca hice caso de remedios para tener buena memoria. Ni tomé rabitos de uvas pasas como recomienda el vulgo, ni me unté con bilis de perdiz las sienes como aconseja San Alberto Magno (al pobre le achacan infinitas barbaridades semejantes), ni hice caso de los trucos mnemotécnicos de Cicerón o los endiablados amuletos de los Magos del Renacimiento, con Giordano Bruno a la cabeza. ¿Qué fueron sino verdura de las eras las hipótesis de William Proust, la clasificación de los reptiles, los afluentes del Ebro, Pedro


81 Guillén Segovia, los factoriales, las globigerinas, los pliegues sinclinales, la lista de los reyes godos, la litología de Aragón, las caras del icosidodecaedro, las verdades formales y las materiales, la Leuctrica Calamitas, el interferómetro, construir la curva «y=x-sen X», José María Lacarra, la escritura visigótica, los hijos de Lope de Vega, la vida de San Ignacio de Loyola, los combates de Temerlán? No creo que tener una gran memoria sea ventajoso. Es como si ser millonario significara gastar mejor el dinero. Y tanta memoria es una carga. ¡Qué gozo, olvidar números, imágenes , palabras que no se necesitan! y recobrar, renovándolas, las cosas. El mundo se vuelve posibilidad mágica, albedrío. Lo que olvido me viene en incesante nacimiento. Películas, libros que reveo y releo con calidad de estreno. La vida, siempre nueva. Es un don, no un defecto la mala memoria. En la religión grecolatina, los muertos, al pasar al famoso Otro Lado (el Infierno) regido por Hades y Perséfone, bebían del agua del río Leteo y olvidaban. Eso me OCUlTe a mí, a muchos recuerdos míos. Se fueron para no volver. Pero, en la misma religión, las almas ya purificadas bebían de la misma agua, olvidaban su tiempo pasado en el Otro Lado y regresaban a nuestra existencia para reencarnarse. Supongo que también les ocurre así a muchos de mis recuerdos: se purificaron y se me presentan con sus cuerpos nuevos. Han resucitado. Me referí a Antonio Machado. Hay dos versos suyos que dicen: De toda la memoria sólo vale el don preclaro de evocar los sueíios.

Yo los recreo: De toda la memoria sólo vale el don preclaro de quien no la tien e.

(Y que me perdone Machado la modificación).

EL NIÑO ESTÁ MUY DELGADO «Muy delgado», repetía mi madre. Y me daban vasos y más vasos de leche. Hervían la que se ordeñaba de las vacas en el corral chico, y a mí me daban ganas de vomitar. Qué olor. Mi estómago era un desastre .


82 «Muy delgado », repetía mi padre. «Muy delgado», ¡'epetían parientes y amigos de la familia. Tuve que beber aceite de hígado de bacalao. Y jarabe de genciana con vino. Y ferroquina. Y tisana de bellotas. ¿Qué más? Infusión de corteza de naranjas amargas. Pero el hambre no me volvía. '«Habrá que llevarlo a las aguas ». Yo pensaba en las aguas del mar y me alegraba. Mi padre se refería a otras aguas. De Lanjarón , de Marmolejo. A tales sitios viajaba much a gente. «El niño está anémico». Yo no estaba anémico. Pero no me volvía el hambre. -O comes, o te quitamos el camaleón. Eso sí que no. Yo adoraba a mi camaleón , le proporcionaba moscas. Me impresionaba su larga y veloz lengua. y adoraba a mi cernícalo; yo le escogía el pitraco. No , el camaleón y el cernícalo eran intocables . Como mis gu sanos de seda. Transigía. Si alguien me hubiera preguntado entonces qué única cosa me llevaría a una isla desierta, el camaléon sería el vencedor. A lgunos años después, yo habría contestado que me llevaría a una muj er. Pero ahora que lo pienso, con una mujer en la isla, a los nueve meses, la isla no ib a a seguir desierta.

UN CABALLO CON COJONES «Tie ne más cojones que el caballo del Cid». Los cojones de este caball o son típi camente sevillanos, como el gazpacho , la aceituna de mesa, las saetas de la Seman a Santa, la Giralda, la Macarena, el burlador Don Juan, el torero Pepe Luis Vázquez, la monja Ángela de la Cruz, esc up ir e n el río al pas ar el puente de Triana, o las iracundas lluvias otoñales. La estatua ecuestre del Ci d separa la Se villa céntrica de la que se ex ti e nde por el Parq ue de María Lui sa y los terrenos de la Exposición Iberoamericana de 1929, has ta E l Porveni r, Tiro de Línea, etc. Por allí debía de irse el Cid con su caballo, galopa que te galopa, hasta perde rse de vista para siempre jam ás. El Cid parece un rejoneador, al anceante, do mi nador violen to de un a de las ex pl anadas más seductoras de Sev illa. Su lanza ame naza a la anti gua Fábrica de Ta bacos - l a de


83 Carmen- , edificio convertido en universidad. ¿Merecerá un lanzazo la universidad? y ¿qué pinta la estatua del Cid en Sevilla? La estatua de San Fernando tiene su lógica, el rey conquistó Sevilla, aunque habría que discutir si para mejor. Algo está claro: en el caso de que hubiera que echar a pelear las dos estatuas, San Fernando perdería. Sentado tristemente en su caballo tranquilo, como en reposo médico -un caballo que parece donnido de pie-, el santo saldría al fin en busca del Cid y lo primero sería dejar la Plaza Nueva y pasar el ayuntamiento sin novedad. Yeso no lo ha hecho nadie . ¡Pasar el ayuntamiento sin novedad! La estatua del Cid fue un regalo de la escultora norteamericana Anna Hyatt Huntington a Sevilla con motivo de la Exposición Iberoamericana. La escultora estaba casada con el muy millonario Archer Milton Huntington, fundador de la Hispanic Society oi America de Nueva York y que editó y tradujo al inglés el Cantar del Mío Cid. En la Hispanic Society oi America se puede ver la misma estatua del Ci d. Yen Buenos Aires. Y en San Diego. Yen San Francisco. Una estatua clonadísima. Esa señora también regaló una estatua ecuestre de Pizarro a Trujillo, lugar natal del conq uistador. En la Ciudad Universitaria de Madrid -otro regalo- se encuentra «La antorcha de la victoria», repetida en la ciudad de Hoboken, frente a Nueva York; la enorme ciudad se ve asustante y misteriosa más allá del río Hudson. Por cierto, Hoboken -patria de Frank Sinatra- es la ciudad más fea que he conocido en mi vida, sórdida, de casas como hospitales de batall a . .. .De batalla. Volvamos al Cid, ese mercenario idealizado por un poema genial. A los sevillanos les importa poco el Cid, pero lo s testícu los del caballo son testículos altamente recom endables. Si un torero triunfa en la Maestranza a fuerza de valor, exclaman: «¡Tiene más cojones que el caballo del Cid!». Si un político dice la verdad: «¡Tiene más cojones que el caballo del Cid!». Cuando el Cardenal Segura se enfrentó al dictador gallego, decían igual: «Tiene más cojones que el caballo del Cid». Y el colmo. Lo he escuchado referido a una mujer. Un manigero me dec ía, en un descanso de la faena de recoger aceitunas en un olivar de mi fam ilia, mientras se señalaba el ojo morado: -Esto me lo hizo mi señora anoch e, cuando llegué a casa de madrugada. (Así suele aludir el campesino andaluz a su esposa: mi señora). Y añadió con admiración: - ... Mi señora es que tiene más cojones que el caballo del Cid.


84 AMORES DE PEPE EL MORENO Qué bruto era. Fuerte y mal hablado, el peor mal hablado de nuestra pandilla del pueblo. Admirábamos su repertorio de vocablos inompibles, como admirábamos su fuerza. No había manera de ganar echándole un pulso. En el canal de la casa de Sanlúcar organizábamos de vez en cuando corridas de toros, mejor, ge vacas . Aunque no eran bravas, genio si tenían. y más después de quitarlas de sus pesebres. Nos denibaban como a muñecos. El más resistente era siempre Pepe el Moreno. Un día fuimos de excursión a las riberas del Guadiamar y Pepe el Moreno desapareció. Buscamos, gritamos. Súbitamente, allí estaba . Al pie de un eucalipto, gimiendo, fornicando con un macho cabrío . El an imal no se movía, parecía petrificado. El otro escupía, empujaba. Terminó. Su cara sonreía como un sol embelesado. Nos burlamos de él. Qué barbaridad, hacer el amor con un macho cabrío. Qué bajo había llegado. Su contestación vino rápida: - ¿Q ué queréis? No había ninguna cabra. Pepe el Moreno, con el tiempo, dejó los animales, prefirió las personas. Llegó a ser el perfecto tetrasexual: fornicó con las mujeres, con los hombres, con los hombres homosexuales y con las lesbianas. Murió de muerte natural, natural en él, de una puñalada en el costado cuando unos señoritos intentaron camelarle el efebo que lo acompañaba en una venta flamenca y venérea de las afueras de Sevilla.

EL VERANO Tiempo el más feliz del año, fuera de usos y cenojos, el verano (<<el soberbio verano», que decía Nerval) era para mí la salvación en la naturaleza, lejos del colegio donde las flores que había, estaban cortadas. La aceitun a se multiplicaba en los olivos y la uva ya mostraba su agrupado disponerse a punto. El día estiraba su luz hasta muy tarde, y volvíamos de las huertas cantando, o del río Guadiamar, el Menaba de Francisco de Rioja. El padre de Rioja fue albañ il y nació en Sanlúcar la Mayor. Yen sus riberas, ver a las niñas -no tan niñas ya- bañarse junto a nosotros . Cómo me gustaba mirarlas riendo, saltando, nadando bajo el sol voraz. La infancia se había alejado de mí (¿o yo de mi infan-


85 cia?), y me parecía que mirar aquellos cuerpos era salir de mí mismo ; de mi soledad. Cuerpos nunca iguales, ante ellos se extasiaba mi alma yendo migratoriamente de uno a otro. Las mujeres siempre han ejercido gran atracción sobre mí: me moriré sintiendo lo mismo. La atracción no es solo física, es espiritual. Criaturas mucho más sensibles, más delicadas que los hombres, restos adorables de un mundo perdido donde ellas imponían sin querer su pacífico y armonioso hacer; aborrecidas o ignoradas por nuestro cristianismo histórico, que intentó declararlas «sin alma» oficialmente, burladas criaturas, arrinconadas criaturas, cachondeadas criaturas en nombre de la violencia masculina y de la desobediencia mítica del Edén, uno de los mitos más tenebrosos e injustos de que haya noticia. Para Boccaccio, las mujeres son «animales sin inteligencia». Y objetos de ridículo. En aquella adolescencia mía recuerdo haber leído una seguidilla (una sevillana) que dice así:

Son iguales los libros que las mujeres: a poco de empezadas, aburren siempre. El autor de estos versos, el inculto autor de estos versos no estaba ni está solo en su misoginia. En el verano, bajo el amarillo perverso del sol a la hora del mediodía, supe que las mujeres no aburren «a poco de empezadas», como tampoco me aburren los libros de verdad . El verano significaba la libertad, la mujer, las frutas, las flores. De re torno en mi casa, dominaba el olor de las rosas, los jazmines, los claveles, las arreboleras. Estas, las arreboleras, me olían a media de mujer. Ese aroma me llevaba de pronto a vislumbrar una imagen crispada y temblorosa que yo mismo abría en un mojado espacio femenino con lentitud de puñal.

LA MUERTE El 30 de octubre de 1945 me llamó el director del colegio salesiano de Utrera, don Claudio Sánchez (así. se les decía, con el «don » al estilo italiano de don Bosco), y me dio la noticia de que mi herman a María Pepa había muerto. Dos días antes, para ser exactos , aunque eso


86 lo supe después, y por mucho tiempo le otorgué a mi hermana dos días más de viva. Yo tenía quince años y mi hermana veinte . Lloraba yo sin parar. En ~l comedor, los compañeros me miraban apenados . El mismo día 28 había soñado con que me encontraba junto a la cama de mi hermana moribunda. Mis padres nunca pudieron recuperarse del hachazo. AcUdieron a Dios. Yo, no. Tras la muerte de mi hermana pasé mucho tiempo (¿dos, tres años?) con rencor de Dios. No encontré mucha ayuda en el colegio, como tampoco la encontraba antes entre los jesuitas. Me hablaban de Dios y querían que yo hablara de Dios. ¡Cuánto me hubiera gustado que me enseñaran a hablar «con» Dios y no «de » Dios! Caí enfermo de los nervios, aunque disimulé y aguanté. Nadie lo supo. La muerte -tan cercana- me había mostrado el lado brutal de Dios. Dios, ese incesante, tenaz contemporáneo de todas las efímeras generaciones humanas. Empecé a pensar en mi propia muerte y me preguntaba: «S i yo me muriera ahora mismo, ¿qué ocurriría?». Me imaginaba a mis padres, su sorpresa ante la muerte de otro hijo, y lo que dirían mis hermanos, mis parientes, mis amigos. Me entretenía imaginando qué sería de mi cuerpo y adónde iría mi alma, si yo tenía un alma. ¿Al paraíso, bello como un jardín florido? ¿Al infierno, frío como la soledad? Los jesuitas y los salesianos me habían llenado el pensamiento de llamas eternas y unánimes alaridos. Yo sustituía el ruido por el silencio y el fuego por hielo. Rencor de Dios, ese Ser que no muere, que no se equivoca nunca. Cuando en la capilla del colegio nos sermoneaban a propósito del Juicio Final, yo deseaba ser el Juez, el juez de Dios, y que Dios pidiera perdón por haber creado el dolor, la injusticia, la muerte. Empecé a simpatizar con los dioses paganos, con la seductora luz retrospectiva de su presencia. En la Biblia se dice -me parece que por Moisésque no se debe adorar a los astros, sino a lo invisible. Pero ¿cómo podía entender esto la gente normal? Yo no quería nada con un Dios que hacía los hombres para deshacerlos . Me acordaba de un zapatero de Sanlúcar que, al llevarle yo un día un os zapatos míos , inservibl es a poco de ser arreglados por él , me dijo: «Dile a tu madre que no es mi culpa; si Dios no creó nada eterno en el mundo , ¿se iban a salvar unos zapatos?». Cuando en 1981 enterramos a mi padre en el panteón familiar del cementerio de Sanlúcar, por falta de sitio se metió el ataúd en donde antes se metiera el de mi hermana. Un sepulturero me comentó que de mi hermana quedaban sólo alg unos fragmentos de hueso, que él echó contra el fondo del nicho ... , y un zapato. ¡Un zapato! No sabía que


87 habían enterrado a mi hermana con zapatos. De modo que los zapatos duraban más que los seres humanos. Me hablaban de Cristo, que murió en la cruz por todos nosotros . Pero a mí la muerte de Cristo no me consolaba de la de mi hermana. Además, mucho sermonear sobre el pecado original, pero ¿por qué muere un árbol? ¿En qué había pecado un árbol? Y más pensaba: ¿Es que acaso un árbol cree en Dios? Antes, yo amaba a Dios aunque no lo entendía. Ahora seguía sin entenderle, y no lo amaba. Sus representantes en la tierra, los sacerdotes, llegaron a convertírseme en sombras insoportables. Por eso: porq ue eran sus representantes, sus «traductores» oficiales, y porque parecían verdugos. Antes de la muerte de mi hermana, en cada instante de la vida estaba la vida entera. Después, nunca he dejado de sentir la mutilación.

SERVICIO MILITAR En Cádiz, en el verano de 1989, vi un letrero pintado en la cal de una tapia, que decía: El servicio, ni civil ni militaJ: El servicio, pa meaJ:

Yo, con diecisiete años de edad, sospecho que no hubiera podido escribir versos tan buenos, aunque sí más estéticos. Lo que yo tenía muy claro a mis diecisiete años es que no quería hacer el servicio militar. Mi padre era Jefe de Meteorología de la Región Aérea del Estrecho. Ya mi padre le daba asco el que, tras la gueITa, hubieran militari zado la Meteorología. Mi padre fue teniente coronel , lo máximo que se le permi tía a los civiles convertidos a la fuerza en militares . Situación rarísima esa división civil/militar de identificación equívoca, como centauros o sirenas del Régimen. Yo no recuerdo a mi padre vestido de militar. Se podía hacer el servicio militar en Meteorología como voluntario, a los diecisiete años. De la instrucción no se libraba nadi e, ni de jurar bandera. Mis hermanos Antonio y José María pasaron por e ll o y después cumplieron la duración del servicio como informadores de Meteorología.


88 Yo me negué a vestirme de soldado. Me negué a coger un fusil. Me negué a jurar bandera. Mi padre estaba desesperado. Mi odio a la guerra, a vivir -corno los militares, con el pensamiento en la posible guerra, era tan definitivo, que mi padre no tuvo más remedio que ceder. Los animales no se declaran la guerra unos a otros. ¿La guerra, herencia del pecado original , esa fábula inventada para hacernos a todos responsables de una condición destructiva? La guerra siempre lo es por motivos económicos, aunque no 10 parezca, incluso las guerras religiosas, pero a la gente se la engaña imaginando cruzadas. Los que siempre triunfan en las guerras son los que, al terminar, se lucran económicamente. En nuestro continente no se conocía la guerra cuarido lo invadieron los indoeuropeos del sur de Rusia. La conquista esta-' ba terminada ya sobre el año 3000 antes de Cristo. No me vestí de soldado. No hice la instrucción. No juré bandera. En los papeles se documenta que sí, que llevé a cabo todo ello. Se me dio la cartilla militar. El 7 de febrero de 1948 fue la fecha de la entrega. Mi especialidad, informador de Meteorología. Debía realizar observaciones en la garita meteorológica de la azotea de la universidad, y las realicé. Para mí era un pl acer subir por la escalera de caracol hasta la azotea enteramente mía; no se pemitía subir a los demás. Desde la antigua Casa de la Compañía de Jesús yo dominaba gran parte de Sevilla, y podía ver la elevación, al oeste, de mi querido Aljarafe. Pasé oficialmente a situación de reserva elide septiembre de 1950. Si hubiera estallado 'otra guerra, yo no habría acudido a matar gente o a que me mataran defendiendo los intereses de tantos cobardes sin rostro. Me hubiese ido a otro país, o sencillamente hubiera dicho que no. En aquell a España, decir que no ¿qué diccionario del Régimen lo admitía? No .

SEIS SANTOS PATRONOS DE SEVILLA Los patronos son: San Fernando, que conquistó Sevilla. San Isidoro, el arzobispo, que luchó como un chacal contra los arrianos, Aunque quiso que 10 enterraran en Sevilla, se llevarían el cadáver a León. Santa Justa y Santa Rufina, las dos hermanas que vendían cosas de barro y atacaron a una estatua procesional de Ven us .


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San Hermenegildo, que se empeñó en luchar contra su padre el rey Leovigildo, pagándolo muy caro. YSan Geroncio, otro mártir. Obispo de Itálica. Rodrigo Caro, en su famoso poema a las ruinas, se ocupa al final de San Geroncio y estropea los versos, que tan naturalmente fluían. Seis santos patronos de Sevilla. Fernando, Isidoro, Justa, Rufina, Hermenegildo y Geroncio. Si quitamos a San Fernando, ¿qui énes ponen los otros nombres a sus hijos en Sevilla? Y cada vez hay menos Fernandos. Isidoro es más pasable, pero no conozco a ninguna persona en mi tierra con ese nombre; oficialmente, se da la cara: Parroquia de San Isidoro, calle San Isidoro , Instituto San Isidoro. «Sabe» a nombre de Castilla o León, y los sevillanos quieren ser sevillanos. Desde luego, Geroncio, ni a mi perro.

REYES LA DEL TÉTANO En un bar que había en el pueblo cerca del cementerio, en la carretera de Huelva, acostumbraba reunirse gente semirrespetable con fulanas de Sevilla, y a veces con la puta oficial del pueblo, la Nati. La Nati apenas salía a la calle; cuando lo hacía era con actitud tan sumisa, que daba (al menos a mi) pena. Como un pecado andando. La prostitución me extrañaba: un toro ya antes toreado en el campo , se arranca en la plaza, no a la tela, sino al cuerpo del matador ; un cigarro puro que se deja apagar y se enciende luego , no sabrá lo mismo. ¿Por qué una muj er, mi entras más penetrada, más apetecibl e? Alguien me dijo que cierta puta de Se villa acudía en ocasiones al bar, reclamada siempre por un semirrespetable llam ado don J uan, y siento que el nombre evoque el míti co del gran conqui stad or, porque el semirrespetabl e no pasaba de me tro y medi o y tenía un a calva como un culo de niño. Y ese alg uien me dij o que la puta de Sev ill a se llamaba Reyes, Reyes la de l tétano . Lo del téta no no aludía a ninguna enfermed ad, sino a un par de tetas descomuna les. Aunque habría que escribi r, no teta-no , mejor teta-sí. La fama de semejantes atributos pectorales ¿estaría justificada? Una noche, el camarero del bar me avisó de que Reyes la del tétano estaba all í. Yo llamé a un amigo para ver el prodigio. Al llegar nos dijo el camarero que la puta se encontraba dentro, en un reservado, con el men udo don Juan. Bebimos . Coñac, anís. Más anís. Era ya medianoche


90 cuando pudimos admirar a la puta. Su don Juan se había esfumado. Pidió ella un taxi para volverse a Sevilla, pidió un martini con seltz. Mi amigo y yo queríamos hablar con ella, pagarle el vermú; imposible, estábamos paralizados. Era verano, el calor del día no había amainado mucho, y la puta abría un dadivoso escote. Paralizados ante aquellos dos senos. Me vino a la memoria lo que le sucedió a Gulliver en el país de los gigantes, gigantes para él, convertido en diminuto. Una adolescente desnuda colocó a Gulliver en su pezón y lo obligó a moverse, a jugar. (Después lo colocaría en otra parte). Daban ganas de pasearse por las tetas de Reyes, jugar en ellas, esquiar, de cualquier cosa daban ganas menos de hacer el amor con la ninfa. ¿Cómo podría uno acercarse a su cuerpo, al resto de su cuerpo, con tamaño obstáculo? Don Juan sí, ya lo creo, era tan bajito, las tetas serían como un formidable techo para él. Mamillas entrevistas las de Reyes, oscurísimas como círculos d~ alTOZ manchado, y pezones que se le dibujaban en la blusa igual que muelas de molino. Por fin salimos de la parálisis. Ella nos sonrió. Nos dio las buenas noches: su voz, delgadísima, evocaba el pío pío de un pollito. Su estatura, algo avejentada, y talle fino. Las tetas ofrecían tal contraste con la voz y el resto del cuerpo, que debían producir risa, pero nadie se reía ante aquello. Más sorpresas. Del reservado salió otra prostituta, ¡una negra! Así que a don Juan le gustaban las escenas lésbicas y de café con leche. Pensamos que estaba desnuda, pero no, llevaba sostén y bragas de cómplice color negro. Sus senos, normales. Nos sonrió también. Reyes le dijo que se vistiera, que ya se marchaban. y entonces comprendí, entre los olores del alcohol y de la carne usada, que las tetas de Reyes no eran ll evadas por la mujer. Las tetas la llevaban a ella como una doble anunciación planetaria.

HABLAR EN MADRID Ya había estado en Madrid en 1952; no me causó la tristísim a impresión que le causara a mi paisano Bécquer cuando vio la capital por primera vez, aunque tampoco me entusiasmó. En marzo de 1954 volví y me gustó más. Y «hablar en Madrid» parecía importante, Madrid ataba y desataba en relación con la literatura, como en otras cosas. ¿España era un laberinto? No para el que se situaba en su centro. Hablé en el Círculo de Sevi ll a, de la calle Preciados. Tras la lectura hubo copas, y unas tapas al estilo sevi llano. Comí vorazmente. Uno


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de los que habían acudido a escucharme me observaba sorprendido, se me acercó preguntándome si tenía mucha hambre. Le dije que sí. Se ex trañó. Total, que me sonsacó lo ocurrido. Le conté que al llegar a Madrid, me dediq ué a pasarlo bien y me gasté el dinero. Sólo me quedaba para pagar la pensión e n donde dormía. Bueno, el billete de vuelta a Sevilla, en tren, ya lo había pagado. -No me dirás .que no has comido nada estos días. -Sí, he comido, aunque no demasiado. Le expliqué mi manera de comer. Me iba al Parque de l Retiro por la mañana y buscaba alguna criada joven que estuviese con niño no demasiado avanzado; lo importante es que llevara comida para él. Siempre encontré alguna criada amable, y la conquistaba. El tiempo, además, no era muy frío. Total , me comía parte de los ali mentos del niño o la niña, y hasta bebía, aunque fuera leche . Por la tarde resultaba más difícil ; el Retiro lo ocupaban parejas anullándose, y no les iba yo a pedir un beso . Se reía el otro escuchándome. Sacó su cartera y me ofreció dinero. Le dije que no. Le dije que se lo devolvería. No, ni hablar. Me metió a la fuerza los billetes en la mano. y así es como pude terminar felizmente mi estancia en Madrid, gracias a la generosidad de una gran persona, de un gran matador de toros llamado Antonio Bienvenida.

UN CANÓNIGO José Sebastián y Bandarán. Pelillo blanco, gafas . Largo. Amojamado . La Avenida, desde la Puerta de Jerez hasta la plaza Nueva, era al anoc hecer lugar diario de la ju ve ntud sevillan a. Arrib a y abajo, los jóvenes y las jóvenes se cruza ban, se ojeaban, se piropeaban. D igo «se piropeaban» porque a veces las desconocidas nos lanzaban tambié n a los varones improvisaciones ag radabl es . Si los celosísim os po li cías mun icipales lo hubieran sa bido, mal año para ellas. Don José Sebasti án y Bandarán se paseaba por la Ave nida, sa lu daba a sus conocidos, arriba, abajo, con su impecable uniforme negro de canón igo salivado de rojo , su bonete negro orinado de verde, ¿miraría a las muj e res?, ¿nos envidiaría a los hombres?, parecía un pariente de don Quijote, fantasmón hierático, capaz de enfri ar los entus iasmos más eró ti cos con su presencia pajarraca.


92 Don José Sebastián y Bandarán era persona importante en Sevilla. Cape ll án de la Ciudad, Predicador de la Ciudad, Patrono del Museo de Bellas Artes, Secretario de la Real Academia Sevil lana de Buenas Letras, etc. La Academi a se reunía los viernes y los periódicos se cuidaban de informar a los píos lectores de que la sesión se abría «co n las preces de rigor», preces que rezaba -naturalmente- Sebastián y Bandarán. Un año, se realizó una encuesta entre los sev ill anos sobre las diez personas más antipátic as de Sevilla, esas que entrarían perfectamente en la memoria inmediata al exc lamar : «¡Me cago en diez!». Pues bien, el canónigo figuraba en la lista con todos los honores . Lo que no recuerdo es el puesto que alcanzó entre los cagables; estaría de los pri meros. Símbolo de una Sevilla inculta, hipóc¡ita y vegetal, el canónigo de alma esquin ada nunca se acercó a un pobre, su cielo no pertenecía a los pobres. Creo que sí, que cuando se paseaba diariamente por la Avenida, languidecía de deseo mirando a las se~ i1l a n as o qui zá a los sevillanos. Tipo de brujo que era su propia escoba, forma parte del retablo más ilustre de la otra Sevi lla, esa que nunca morirá porque la estupidez no tiene vencimiento a plazo fijo . Don José fue retratado por Alfon so Gro sso, el pintor preferido de la aristocracia sevi ll ana. Sus retratos estreñidos y s us bostezados interiores conventuales están en muchas casas de Sevilla, probando que el mal gusto tiene el co lor del dinero.

CARTA A JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Querido y admirado maestro: El otro día, mientras yo hablaba a los estudiantes sobre la poesía de usted en mi universidad georgiana, me preguntaron si le había conocido en persona. Respondí que sí. Fue exactamente el 6 de junio de 1958. Yo era un novicio de la literatura y usted era, bueno, era un ángel , un monstruo, demasiado lo sabe, una bocanada permanente de gracia para aque l joven escritor que se aproxi mó a usted y que balbuceó algunas palabras emocionadas . Le dije a usted mi nombre y cuánto le adm iraba. Le dije , rodeados de mucha gente, que usted era el escritor más importante de España en


93 nuestro siglo y que debía regresar a España a imponer orden. Nuestra literatura -le comenté a usted- había descendido a extremos imposib les . El Premio Nobel que le concedieron a usted en 1956 sólo había servido para que el Régimen y el gallinero cultural presumieran con él ¡y cómo presumieron! Después ha ocurrido lo mismo, admirado Juan Ramó n, con los otros Nobel, Vicente Aleixandre y Camilo José Ce la, qué carnaval montado a s u costa. En fin, los países que más pregonan a sus Nobel son los que menos reciben el premio. No es justo. Le dije a usted que estaba de moda atacarle, porque su obra no se ajus taba a la horma alpargatera que suponía el realismo social y político de la literatura de entonces , y que con su muerte la cosa iba a ponerse peor. Mucho peor. Se le negaría hasta la inclusión en las antologías. Algunos andaluces luchábamos por usted. Los insultos, con el tiempo, se irían acumulando , y así el vasco Gabriel Celaya escribió que usted era el «padre putativo del lirismo» y que se miraba «e l ombligo entre suspiros», lo llamó además «el gran masturbador» . Le ec hó en cara no haber tenido hijos . Como si nosotros , los jóvenes poetas andaluces, no fuéramos sus hijos. ¿No había llamado a los andaluces otro vasco, Miguel de Unamuno, «degenerados, con pasiones de invertidos sifilíticos y de eunucos masturbadores?» . Más recientemente, Jaime Gil de Biedma afirmó que usted era un «mezquino y malicioso señorito de casino de pueblo de Huelva» . También Gil de Biedma se metió conmigo. Qué honor. y llegó el centenario del nacimiento de usted, en 1981 . Nuestra patria es profundamente diacrónica y funeral , aprovecha los aniversarios para lucimiento de buitres y promoción de lo vermiforme; el despl iegue desde entonces no ha cesado. A ntes lo despreciaban , ahora nos dejan sin usted a los andaluces. Los hi span istas recortan pedazos de su sombra noble y los críticos desbarran porque ignoran que a usted hay que entenderlo a través de un modo de ser y ver andaluz, y qué gran andaluz era usted, andaluz en el cariño del detalle, el ali ento de lo espo ntáneo y la intransigencia de la belleza. Por favor, maestro. Venga a poner, a imponer orden de una ve z; los mue rtos pueden mucho, y más un muerto como usted . Acabe con el carácter incestuoso de nuestra crítica . Co n la publicación de poemas que suenan a lata y son una lata. Con los novelistas que c hu pan de lo que Freud o Derrida ex plic aro n sob re la vida, en luga r de chupar e llos direc tamente de la vida . Acabe con los autores teatrales que no exceden sus trucos de oficio. Us ted tenía fama de no morderse la lengua.


94 ¡Cómo le añor amos, qué fa lta nos hace para acabar con la fasc in ac ión que ejerce la impotencia en el público ! Aquel día de primavera de 1958 , yo le dije lo mismo que le digo hoy: venga a limpiar el prostíbulo de nuestra literatura, lo esperamos, no todos comercian con la fa lsedad . Pero usted, maestro, no me con testó. Recuerdo como en sueños a otras personas que estaban conmigo: el profesor López Estrada, Joaquín Romero Murube, Enrique Sánchez Pedrote , Manuel García Viñó, Aquilino Duque. No , usted, maestro, no me contestó. No podía. Estaba muerto aquel día del Corpus de 1958 , expuesto en su ataúd, allí en la iglesia sevillana de la An unci ac ión, muy cerca de los restos de Bécquer, en etapa improvisada camino del cementerio .de Moguer. El Gobierno había esparcido la consigna de que no se hablara mucho de usted, pero no sirvió. Usted estaba muerto y expuesto a un público repentino y popular, nada «literario », miles y miles de personas que se iban transmitiendo la noticia de su llegada y que contemplaban su cuerpo maravillosamente embalsam ado , su cara ruboros a. Usted volvía de Puerto Rico a Andal ucía, y yo creí que me escuchaba. Todavía lo sigo creyendo.

FRANCO,FRANCO,FRANCO Franco protagon izaba much as conversaciones (y mu c hos silenc ios) en España entera, pero en la capital más; tocaba cerca. Los madril eños son tan locuaces y exagerados como dicen los andaluces. Tan in ventivos. Sobre Franco corrían historias o bulos de todas clases. Que desde el yate Azor había pescado una ballena. Que cazando no era peor, y en un solo día mató cinc uenta ciervos. Que no hacía el amo r con su mujer. Que trabajaba hasta las cinco de la madrugada, por el bien de España. Quizá estos desvelos influyeran en el parco y aparcado débito matrimoni al. Que se enamo ró de la Perona, Eva Duarte, cuando fue a Españ a en 1947. Que salvó de la muerte, por intercesión ante Hitler, a un millón de judíos. (El apellido F ranc o es c iertamente judío). Que no sólo había escrito e l arg umento de la películ a Raza (194 2) bajo el pseudónimo «Jai me de Andrade», sino el de otras películ as,


95 corno ¿ Dónde vas, Alfonso XIII? (1958) o El ruiseíior de las cllmbres (196 1). El que los guiones de estas películas los firmaran, respectivamente, Gabriel Peña y Jaime García-Herranz -correspondían a seres reales , no pseudónimos-, no le importaba al pueblo. Y este nombre, Jaime, se repetía en dos de las tres películas. Que en los Consejos de Ministros no dejaba ni fum ar ni beber alcoho l ni ir a mear ni toser. Que (volviendo a Hitler) , durante la famosa entrevista de Hendaya en 1940, Franco riñó al Führer y le regaló los Ejerc icios espirituales de San Ignacio de Loyola. Que (volviendo a la caza) una escopeta le exp lotó al disparar y se quedó sin el testículo derecho. (Vaya por Dios , esa supervivencia de una cosa izquierda). Que leía a Rubén Darío, a Rosalía de Castro y a José María Pemán. Q ue Santa Teresa se le aparecía frecuentemente para darle consejos de buen gobierno . Sabido era que el Papa autorizó que le cortaran un brazo al cadáver de la santa y que el Caudillo lo mantuviera cerca, en un re licario, sobre la mesa de su despac ho. Que no sólo Santa Teresa, también la Virgen del Pi lar se le aparecía. con su pil ar y todo. Eso me lo dijo a mí un taxista madrileño, tan convencido. Yo le contesté que no, que estaba eq ui vocado, la Virgen no se le había aparecido a Franco. El taxista me miró con mala fe. Y yo: -No, la Virgen del Pilar no se le apareci ó a Franco. Fue el Caudillo qui en se apareció a la Virgen del Pilar. Me echó del taxi. Los bulos sobre un Franco dado a faldas debían de ser inventos de sus seg uidores para prestigiarlo ante e l pueblo. Pero eran bulos destinados a un fracaso temprano. Franco, en esto, se separaba de otros dictadores: Mussolini, Hitler, Peró n o Truji ll o. De éste, Trujillo, me contó un día Luis Recaséns Sic hes que escogía muchachitas en ga las ofic iales para que se las mandaran a la cama. Bien lo sabía é l, Recasé ns, porque llegaban sin parar reclamaciones de las familias afecta das a las Naciones U nidas , donde Recaséns oc up aba un cargo en la Comisión de Derechos Humanos . Franco no era Trujillo. Aquello de su enamoramiento de la Perona voló corno las serpentinas de colores que en Carnaval arrojan desde los balcones. Serpentinas alegres sobre la imagen del general Franco, un F ranco disfrazado de tunantón simpático de la Comedia de l Arte.


96 CARA DE 'CALLEJERO' Siempre he tenido la desgracia de que la gente me pare y pregunte por alguna calle, pero nunca me ocurrió tanto como cuando vivía en Madrid. ¿Por qué el destino me señaló para ese sacrificio? ¿Qué tengo yo en la cara, que la gente se me viene como abejas al panal? Hay caras de tener dinero, cejas altivas y bocas fruncidas como ombligos. Hay caras femeninas de modelos, soportadas por cuellos altísimos, con pómulos aptos para percheros. Hay caras de médicos, miran cada cosa poco tiempo, como a sus pacientes. Hay caras de lujuriosos, fornicarían con una estatua a falta de carne. Hay caras de asesinos, pestañas agresivas, barbilla dividida en tres, nuez de Adán sagital. Hay caras de novelistas nuevos, donde el susto babieca resplandece como primera menstruación. Hay caras de cornudos, nostálgicas de aquellas noches célibes . Hay caras de amas de casa, satisfechas como butacas del siglo pasado. Hay caras de putas , maquillaje rosa crápula y sostenes picudamente bizcos. Hay caras de aficionados al fútbol, sudorosas de limbo. Hay caras de chulos , las sienes perfumadas de colonia cucaracha. Hay caras de profesores, pálidas y sosas como sus mítines semanales. Hay caras de alcaldes de pueblo, bigotudas, tic nervioso en la oreja . Hay caras del Partido Socialista, mirando siempre a la derecha. Hay caras del Partido Popular, mirando siempre a la izquierda. Hay caras de conductores de camión, mascan chicle imitando a los americanos de las películas. Hay caras de curas , la mirada fija en las mujeres posibles. Imposibles. Hay caras de coleccionistas de llaves de ataúd, erigidas sobre cuellos de pajarita, y sonríen hacia arriba. Hay caras de ex franquistas, el oído puesto al viento que más suena. Hay caras de mujeres devoradoras , lo miran a uno y para siempre lo hacen de su edad. Hay caras de escritores premiados, con arrugas color arrepentimiento. Hay caras de culo, divididas en dos manadales sombríos. Hay caras de loco, los ojos de huevo duro y los dientes rechinando.


97 En fin, las caras son como la ropa interior del alma; j uzgando la ropa se saca el alma. Entonces ¿por qué tengo yo cara de Callejero? ¿Qué hay en los rasgos de mi cara que indique mi conocimiento de la ubicación de las calles? Alguna vez pensé qu e las fém inas me preguntaban para entrar en relación con mi atractiva person a, pero no , me pregunta todo el mundo, sin frivolidad, en serio . Un a tarde , en la Puerta del Sol, se me acercó tanta gente en indagación de alguna calle , que me refugié aterrado en un bar. Allí, otro me preguntó por otra calle. Cogí un taxi, a casa. El taxista, un novato , me preguntó que dónde caía mi casa. ¿Me explicará un alma caritativa por qué mi cara es la cara de quien conoce el sitio exacto de cada calle? Es una maldici ón. Al nacer, un hada perversa me condenó eternamente a esa pesadu mbre. En la Jerusalén Celeste del otro mundo, me veo perseg uido por millones de despistados, millones de millones, como una pesadill a del Basca.

JULIA UCEDA EN VUELO Porque la cuestión está clara para cualquier artis ta: tener alas o no tenerlas. Y Julia Uceda nunca perdió las suyas. El símbolo más persistente en su poesía es la m ariposa. Su primer libro de poemas lleva el título de Mariposa en cenizas. La Inariposa es símbolO' del espíritu; también de la resurrección. (El título del libro procede de la Soledad primera de Luis de Góngora: «Q ue yace en e ll a [la luz] la robusta encina, / mariposa en cenizas des atada». MaripO'sa, pues, destruida por el fuego . Purificada, resurrecta. La mariposa es Psique, habitando ya lo inmortal junto a su amado Eros. En la poesía de Julia Uceda el fuego divino mata, pO'r amor, a la mariposa. El fuego en que se habrá ella convertido, porque pudo subir al Sol de todos los soles. Otro símbolo en la obra de Julia Uceda es el ag ua. E l ag ua significa vuelta a la infancia; también , encuentro con la eternidad. Símbolo importante en la existencia de la poeta, que necesita vivir donde haya mucha agua. La nativa Sevilla y su río, m ares de H uelva, Gali c ia o Irlanda, Michigan rodeada por los Grandes Lagos. Necesita e ll a del ag ua y de la niebla para elevarse, mojada de ci rcunstancia y dese O', has ta la luz que la seque y funda del todo. ¿Qui én quiere más al sO' l que el asediado por el agua? CO'mo Julia Uceda vive en trato diario con lo sagrado, los prob lemas de la vida son más controlables por ella que por una persona nor-


98 mal. Desde arriba, ve con menos apasionamiento, con mayor justicia. Los demás mortales nos echamos alguna vez al abismo. Ella no, guarda dentro de su mente un alucinado abismo que a ninguno importa. y el contacto con lo sagrado confiere ingenuidad para resolver acechos de nuestro ámbito. Nunca perdió Julia Uceda ese ramalazo de ingenuidad. Hay mucho de niña en Julia, sus versos brillan de magia y de inocencia, y ella se pasea sin pecado - sin culpa-, por su edén de islas y de hadas. Julia Uceda va y viene. ¿Se había perdido? Se alejó volando, ascendiendo, y vuelve, porque ¿cómo sentir de veras lo sagrado sino en lo no sagrado? Nadie pudo jamás cortarle las alas. Y luce, amaga, cede un poco de su aire, escapa, se multiplica a sí misma en altísimos prismas de ebriedad hasta que resolutamente se pierde en el sol. Ya, hasta la próxima visita. Nos queda aquí abajo el recuerdo de su vuelo autógrafo . El recuerdo de su poesía, una de las más originales y turbadoras que ha conocido la literatura española.

EL NUNCA ARTIFICIAL ANTONIO HERNÁNDEZ Conocí aAntonio Hemández en 1963. Nieves y yo, casi recién casados, fuimos a Cádiz, a Jerez y al Puerto de Santa María. Antonio nos acompañó por todas partes. Jovencísimo, delgadísimo. Nació Antonio en Arcos de la Frontera, como Julio Mariscal Montes, tan amigo mío, como Antonio y Carlos Murciano, como José y Jesús de las Cuevas. En Arcos había un núcleo cultural importante . Congenié con él. Por su simpatía, por su imaginación, por su entrega. Me había leído bien , como a Julio Mariscal, que lo alentaba. Antonio nunca nos fue desleal a Julio y a mí. En el Puerto de Santa María visitamos a José Luis Tejada en su casa de la Plaza del Castillo . José Luis hizo algo que no me gustó: le dijo a Anto nio que no entrara. A él Ya su amigo José María Velázquez. A mitad de los años sesenta, Antonio se llevó un accésit del premio Adonais, y luchó por «abrirse camino» en Madrid. ¿Se abrió camino? Luchó como una fiera, escribió, escribió donde y como se terciara para ganarse la comida y la bebida, aguantó a pelmazos, se pateó kilómetros de calle, le ordeñó a la madrugada sus estrellas, sufrió, gozó. «Terrible animal son veinte años», dice Guzmán en la obra de Mateo Alemán. ¿Un poeta maldito, otro Rimbaud, como alg unos calificaron


99 a Antonio? Yo nunca lo llamaría así, entre otras cosas porque Antonio no es homosexual, no tiene mala uva y no ha chuleado a nadie como sí chuleó Rimbaud al que se le ponía por delante. Antonio se casó y Mari Luz le disciplinó el impulso, la imaginación, la entrega. Y la simpatía. ¡Cuidado con tanta entrega, tanto fervor o inocencia! El mundo literario despide olor a máscara proterva. Pero Antonio es Antonio. Si se habla de cosas que le importan, y ¿qué cosas no le importan?, se da entero a lo que dice, como la honda se da a la piedra; la culpa no es suya si la piedra hace daño. ¿Andalucía? Ojo, respetarla, ni el mínimo chiste, Antonio es capaz de pegarse con el primero. ¿La poesía? Antonio tiene las ideas muy claras acerca de lo que es un poema bueno o malo, no reniega, nunca renegará, aunque se haya vuelto más diplomático: hay que convivir. Y conmorir a veces. Todo lo hace bien. El artículo, donoso y profundo ; la novela, de ritmo sapiente; la conferencia, entretenida. ¿Por qué no escribirá teatro, si está tan dotado para ello? ¡Cuánta vibrante recreación de lo sensorial, cuánta intuición hac ia un resultado de gracia dialogante! Qué prodigio: todo lo hace bien y con personalidad. y la poesía. Otros poetas gaditanos son más barrocos; él esencializa hermosamente. Siempre sus versos conducen a la infancia, a su bosque de leyendas , contra un sol poniente de tiempo y de muerte. ¡Qué natural, este Antonio! Yo lo he visto en el centro de Madrid pelearse, abroncar a un «gris» en una manifestación (eran años difíciles para España) por enfrentarse al pueblo. El policía lo dejó ir. y qué puro amigo de sus amigos, Antonio. «No hay nada más grande, aparte de los dioses, que un amigo verdaderamente digno de tal nombre», escribió Plauto. Quizá Plauto exageró un poco, Antonio. Estarán los dioses y los amigos, sí, pero ¿y la encontrada mujer definitiva, y la tien'a natal acompañando con su sombra verde y la poesía con sus rosas de fuego? Bien pensado, ¿no son Mari Luz, Arcos y tu poesía amigos también, esos que no fallan nunca? A ti no te fallaron.

CUANDO LA RESPIRACIÓN SE HACE DIFÍCIL La situación española empeoraba. La ETA amenazaba, actuaba. Huelgas. Devaluación de la peseta. El nombramiento de Carrero Blanco como Vicepresidente del Gob ierno no parecía iluminar mínimamente el sombrío panorama.


100 En febrero del año 68 los estudiantes van a mi c lase de Derecho Natural tras dos meses sin hacerlo. Harto , yo harto de las clases. Un alumno me dice que Santo Tomás era del sig lo XVI, otro q ue la fi losofía y la literatura le traían sin cuidado. Yo le contesto q ue le traiga con muchísimo cuidado, o al pozo . A finales de marzo se cierra otra vez la universidad. El nuevo decano, Prieto Castro, catedrático de Derecho Procesal, dimite porque la policía lo bañó de tintura verde. Pide cinco millones de pesetas por áaños y perjuicios morales. Recuerdo que una mañana la policía se enfrentaba a los estudiantes de Derecho ante el edificio de la Facultad . La policía aguantaba los insultos. De pronto, un estudiante chilló: «¡Franquistas!». Y esto no lo pudieron sufrir algunos de los «grises», se echaron sobre los estudiantes. El año vio más disturbios. En verano se decretó el estado de excepción en GuipÚzcoa. Se cerró de nuevo en diciembre la Facultad de Derecho. Yo llevaba algún tiempo que me quería ir de España. No podía respirar, me faltaba aire. Mis ilusiones monárquicas -monárquicas en tanto liberales , sociales y regionalistas- se tambaleaban. A Don Juan se le iba de las manos, y no por su culpa, conservar la antigua pureza del deseo de restauración. Yo trabajaba, además , en muchos frentes. Me rodeaban con ofertas sabrosas, el dinero era tentador. Por ejemplo, escribir en la cadena de periódicos del Movimiento . Hubiera sido renunciar a mí mismo. Maldita sangre mía, la de mis padres que me enseñaron integridad por encima de todas las ventajas y seducciones. Yo no pertenecía a ningún grupo . El verano del año 68 , en Sanlúcar, fue inolvidable. Las ratas invadi eron el pueblo por hambre. A principios del verano habían nacido los dos gemelos, Vicente y Francisco Manuel , y nos los llevamos de M adrid a Sevilla metidos en una cesta. En Sanlúcar, los vigilábamos co nstante mente . De noche , mientras cenábamos bajo las estrellas en el pati o oloroso a claveles y jazmines, veíamos bajar las ratas por los esca lones de la atarazana, las veíamos entrar por el otro lado, e l de la puerta de cristal es de colores. Se acercaban , se refugiaban entre los macetone s de zini as de la fuente del patio. Los tres niños mayores estaban aterrori zados . Yo tiraba a las ratas con una escopeta de aire comprimido , las ahu ye ntaba. Por la mañan a, todas las trampas en la casa ten ían ratas muert as . Ese mismo verano murió Jumble, el perro qu e guardab a la casa, por haber comido ve neno de las ratas. Lo enterramos en el corral.


101 Mi indiferencia por el «ambiente» literario crecía, crecía. Irme fuera de España, sobrevivir. Trabajar en paz. Escribir fuera del acoso de la triunfante literatura realista sin don y sin vuelo. Yo admiraba a algunos poetas surgidos tras mi promoción, los quería, me he referido a los andaluces en estas Memorias, pero ¿terminaba con ellos la poesía? Hierro me dejó un libro, Arde el mar. Su autor, Pedro Gimferrer. Versos alhajados con metáforas y con talento, y una estructuración imaginativa que me recordaba 10 cinematográfico. Guillermo Carnero me envió su libro Dibujo de la muerte, bello de orquesta subterránea. y estaba Jesús Hilario Tundidor, su poesía grave y mágica. Así que seguían surgiendo poetas. Mis amigos comenzaron a moverse. Hablo con profesores americanos que recalan en Madrid. José Luis Cano me ayuda; a éste le escribe Antonio Sánchez Barbudo para que me vaya con él a Wisconsin. Me escriben de Montana, de Washington. El novelista Ramón J. Sender, desde Los Ángeles, para que me quede en su puesto; piensa jubilarse muy pronto. Jorge Guillén se mueve más que nadie. Yo lo había conocido en Sevilla en diciembre de 1955. Me firmó entonces una foto suya: «Al joven poeta sevillano Manuel Mantero, con toda mi favorable expectación». Lo recuerdo como un hombre-gancho, afable, espontáneo, hablador y devoto del café. Sus años de profesor en Sevilla -me decía- fueron felices, «a pesar de la Dictadura». Guillén me manda cartas y me copia las de otros. Me aconseja que vaya a la Universidad de Oklahoma, donde el jefe del departamento es Ivar Ivask, amigo y admirador suyo. ¿Cómo agradecerle nunca a Jorge Guillén el extraordinario interés que se tomó por mí? y yo, mientras, como un león enjaulado . Acepté la proposición de Western Michigan U niversity. Me escribieron a instigación de Julia Uceda, profesora en Michigan State University. Me gustaba comprobar cerca a mi amiga Julia Uceda. La primera mitad del año 69 fue sólo una preparación de la marcha. Poco antes de irme, grabé mis versos para un disco de la editorial Aguilar. Toda la mañana en los estudios. No sólo yo. Conmigo , Victoriano Crémer, Dionisio Ridruejo, Ángel González , Carmen Conde y José Luis Tejada. Recuerdo muy bien que Carmen Conde me contó cómo había conocido a Rafael Alberti en el Museo del Prado, y que era guapísimo. Me habló de Miguel Hernández, e increpó a Concha Zardoya por su «hernandismo de guardarropía». José Luis Tejada, nerviosísimo, se equivocaba al leer los poemas; necesitó


102 beberse un vaso de manzanilla. El disco contendría también poemas de Pedro Salinas y Rafael Alberti . Ridruejo vino a mi piso madrileño en junio. Habló de la «hi pocresía del Régimen» y de «lo estupendos que fueron los años de la República» . Se refirió al número que Cuadernos para el Diálogo había dedicado a la poesía y la novela de la posguerra como «absolutamente provinciano». De Franco, que «no sabía dónde colocar las manos». Por cierto, al salir, lo acompañé hasta la parada de taxis y un taxista se le in solentó. Ridruejo - que tenía ya aspecto de enfermi zo- no quiso polemizar con él. En julio le escribió Franco a Don Juan comunicándole que Juan Carlos lo sucedería como Jefe de Estado. Como rey. Las Cortes aprueban el nombramiento; se trata de una mon arquía <<n ueva». Juan Carlos es Príncipe de España y no Príncipe de Asturias. Don Ju an reacciona, dice que no han contado con él, un simp le «espectador», ni con la voluntad del pueblo español. ¡Vámonos, vámonos! El 27 de agosto tomé el av ión para Nueva York; de ahí, a Chicago, donde me recogió el jefe de mi departamento de Western Michigan University. Durante las muchas horas de avión pienso en lo que dejo atrás. Mi muj er, grandes ojos y mayor corazón. Mis hijos: José María, un a son ris a de inteligencia inocente. Laura, la más serena y pensativa. Migue l, curioso de mundo alrededor. Vicente, en su paraíso de monólogos portátiles. Francisco Manuel, viéndose mariposas en las manos. Todos, muy pequeños. Los gemelos , comenzando a andar. Como yo. Yo había roto los límites, las leyes de la tristeza . Llegué a Chicago de noc he, pero parecía la mañana de un nacimiento. Nacía otro hijo mío , e l sex to hijo: la libertad.


103 BIBLIOGRAFÍA MÍNIMA DE MANUEL MAN TERO POESÍA

Mín imas del ciprés y los lab ios. A lcaraván, Arco s de la Frontera (Cádi z), 1958. Tiempo del hombre . Ágora, M adrid , 1960. La lámpara común. Ri alp, Colecci ón Adonai s, Madrid, 1962 . Misa solemne. Editora Nacional, Madrid , 1966. Poesía 1958-1 971. Poesía comp leta. Plaza y Janés, Barcelona, 1972. (Inc luido un libro nu evo, Poemas exclusivos) . }'t:7 quiere amanecer. Colección Dulcinea, Madrid, 1975. Edi ción facs ími l, Lautaro Editorial, C hi cago-Seville-Buenos A ires, 1988. Memorias de Deucalión. Plaza y Janés, Barcelona, 1982. News Songs for the Ruins of Spain . Antología bili ngüe, traducc. de Betty Jean Craige, Buck nell Uni versity Press, Lo ndon y Toronto, 1986. Fiesta (Canciones, 1986- 1994) . Edi c iones Endymi ón, Mad ri d, 1995. NOVELA

Estiércol del León. Plaza y Janés, Barce lona, 1980. Antes muerto que mudado . Plaza y Janés, Barcelona, 1990. ENSAYO, CRÍTICA Y ANTOLOGÍAS

Poesía española contemporánea: Estudio y antología. Pl aza y Janés, Barcelon a, 1966. La poesía del Yo al Noso tros . G uadarrama, Madri d, 197 1. Los derechos del hombre en la poesía hispánica contemporánea. Gredo s, Madrid , 1973. Jorge Guillén: Antología (Aire Nuestro, Cántico, Clamor y Homenaje) . Plaza y Janés, Barcelona, 1975 . [2" ed ición Círcu lo de Lectores, Barcelona, 1984). Poetas españoles de posguerra. Espasa-Calpe, Mad rid, 1986. MISCELÁNEA

e rates de Tebas. Esq uí o, Ferrol, 1980. Manue l Mantero: Poesía y p rosa (Antología) . An th ropos, Barce lona, 1991 .

.MANOFJ. MA.'i'l'ElO


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Manuel Mantero.


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LA CREACIÓN Consagrados e inéditos

Prepublicación. ANTONIO HERNÁNDEZ:

ELENA PALLARÉS.

El mundo entero

La escritura de vidrio


La Creación en República de las Letras Antonio Hemández: El mundo entero

El libro de poesía de Antonio Hernández El mundo entero obtuvo por unanimidad del jurado el XIX Premio de Poesía Rafael Alberti, que en breve editará Renacimiento. Se trata de un solo poema dividido en cantos y escrito con una técnica circular y de superposiciones temporales que cOll1pleta unidades fragmentarias sin cerrar en otros tramos del texto, por lo que la selección de éstas puede ofrecer espacios indefinidos. Pero esa circunstancia de no poder publicar aquí el poema entero sirve igualmente de acicate en la seguridad de que el lector participará intensamente de su lectllra ailadiendo sus propias conclusiones. De todas formas, las que aquí ofrecemos son unidades cerradas y sólo abiertas en un segundo nivel de lectura de las lI1uchas qlle, según el jurado del premio, tiene este libro original de estructura, tema y tono, IIn aíiadido de gran valor a la obra fecunda de Antonio J-Jernández, que aquí parece volver a lo que en realidad nunca abandonó: U/la poesía en la que el hombre y su relación con los hombres ocupa el centro de Sil universo eticoestético. El jurado de la XIX edición del Premio de Poesía Rafael Alberti estll va integrado por Félix Grande, Antonio Colinas, Gonzalo Santonja, Alejandro Fel'l1ánde::. Anc¡"ada, Alfonso Canales, y Abel Feu en representación de la Editorial Renacillliento.


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DE LA ANCHURA DEL MAR TAN SÓLO SABE EL MIEDO pero el día es azul y está su vastedad como saltando a la comba, lo que es causa de alborozo y niñez. Y está apoyándose en su hilo de juventud con los bañistas izando la vida de sus cuerpos, donde la gloria posa para un fotógrafo gozoso: yo, que miro y tiemblo de una belleza inferida. Un sorbo o un trago en la infinita boca del abismo es el mar y en la playa la arena un ala de la luna donde hay merenderos que limitan con el Paseo Marítimo, grada del espectáculo. También en él, también en él sucede la vida transeúnte de quienes van sirviendo a los veraneantes de una o de otra manera, acarreando cajas para su sed, vendiéndoles caprichos y comidas, acariciando su naturaleza. Todo dispuesto para que esta playa, y los que la sostienen, no deje de soñar con erigirse en la mejor de Europa. La MP, la Playa Mundi . el Mundo Playa o lo que sea lo ha dicho,


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y el consistorio en pleno ha prometido: Será C0ll10 la plata, es decir, limpia por fin como los cholTos de una fuente, como una catarata, como una luz de hielo. Yen todos los sentidos: fuera la basura, fuera la suciedad, mendigos incluidos. Antes los poetas cantábamos el mar, su azul de infancia orlado con estrella como petos de marineros, era la innumerable risa de las olas según el viejo Esquilo, era el canto de un puente que los barcos hacían entre las tierras como un sello de correos entre dos corazones, era sus ondas infinitas, iguales y diversas, como el alma del hombre cosechador de enigmas. Antes era de luz y escuchaba los cantos del silencio. Pero no hay más que ver: sobre las aguas dibujan las motoras un arado fugaz; sobre la arena hay plásticos, botellas, restos de comida, papeles, algún condón que aún crea su recatado escándalo. Y sobre este Paseo un mercadillo, un circo itinerante: Mohamed con su ristra de gafas negras, Alí con su maIToquinería y sus sedas del Camerún. Álvaro, el ciego, que trae la suerte como si la tuviera, el Rebujina con su voz de orujo ... COMO LA PLATA dice una leyenda escrita en el camión de la basura y a la que ilustra una ballena con su filigrana líquida encima, como un quitasol o como una palmera de su meteorismo . Más allá los bañistas se empapan de sudor, confiesan sus excesos por los poros


109 o se bautizan de nuevo entre las olas, pero aquí, en el Paseo, va la vida remando contra cOITiente y el calendario electrónico graba en los ojos su neutral sarcasmo: 24 de agosto. 20 grados. 10.00 horas. Mesón el Riojano, especialidad en carne de cerdo. AFio Internacional contra el Racismo, 1997... Tu cuerpo es tu mejor vestido. Centro de estética ... Oh, manipulación. Dijo el periódico de ayer que el celo cumbre de los municipales detuvo a una nudista, que el concurso de gordos se declaró desierto y que a dos negros los hirió la nostalgia en la comisaría. Mohamed, con su ristra de gafas negras, rompe a silbar, lo veo; Álvaro, el ciego, sabe que es blanco y algo lo consuela, y Alí, huyendo del sol, va a refugiarse en el rectángulo de sombra que regala el camión de la basura. COMO LA PLATA, puede leerse en su costado. El concejal Único, el enorme, gran Único, lo hará, COMO LA PLATA, y ya ha logrado que no se vean pedigüeños, ni uno, salvo el Troy. ¿Estarán dentro del camión? ¿Estarán dentro de la basura, tan basura? ¿QuelTá eso decir El camión de la basura ?


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EL TROY ES UNA INSTITUCIÓN Y NI SIQUIERA PIDE Y de esa forma resulta un mendigo absentista, impropio. Sólo por carnaval dicen que abre la mano como los otros se ponen su máscara. Mas en enero, que es el mes de las lluvias y el Paseo Marítimo como el frontón del mar, o en agosto o en julio cuando todo es su fiesta y hasta febrero torna con son de sus comparsas y son las barbacoas en la playa como señas votivas de un pueblo milenario, el Troy sólo habla consigo de su estrella desorbitada, habla o farfulla sin redención al viento y contra el viento de levante pone su barba como un dios repudiado y rebelde, y va de un lado a otro del semáforo, siempre de un lado a otro persiguiendo el olvido. Por mucho amar, mucho perdió, comentan , y ahora es su libertad contra el recuerdo. Siempre de un lado a otro con su barba y su abrigo en agosto porque todo camino va a la desilusión. La tristeza es la luz


111 de la locura o ésta acaso la sombra de la pena, pero nuestra alegría, la de los hombres cuerdos, es la insania con método, o el código que enseña a olvidar la impostura. Los locos dan festines sU1Teales y los cuerdos festines con la sangre de nuestros semejantes: guelTa, guerra, y la locura no consta muchas veces como una forma de autodestrucción. El Troy lleva una deuda en el pensamiento. El Troy, que fue herido de una mala caricia. Tiene una luna desbocada en el cerebro, una marea. y por lo mismo se pasa el día cruzando el semáforo. Tan sólo, como el vino, tomada en grandes do sis la locura entorpece su don caritativo. Ah, querido, gran Novalis, la poesía cura de las heridas mustias de la razón. El Troy, como el mar, de un lado a otro del Paseo Marítimo. Se comienza por ser un Dios, un amante encendido, y se acaba de loco que si pide limosna se la pide al pasado.


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DECIR QUE NO A LOS BUENOS DE OFICIO COMO OFICIO, a su antifaz y a su dulzonería. Decirle basta a su organización, su orden, se acabó a tanto ángel diplomático. Saber que cada abrazo es un sell o en la boca y que nuestros silencios los compran las palmadas en la espalda y los hombros. No dudar a la hora de reprimir un ápice de nuestras vanidades . La santulTonería me picó cuando joven y convertí el amor en mi enemigo . Me prometieron el oro y el moro y me acosté con la ambición, esa amante de espinas. Luego dije hasta aquí, y no era tarde porque temblé en la magia de un hilo que me ataba al origen de l mundo y hasta él transcunía por las cosas secretas . Pero otra vez los buenos vinieron con sus músicas, me vistieron de limpio, me casaron con la decencia y el decoro y a cambio me cobraron mucha sangre . Basta ya a la Verdad y sus remiendos. Basta al chantaje, muerte a su den'ota, que la amenaza no haga más larga nuestra vida.


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En horas de la siesta, cuando todo es sopor y se herencia el paisaje de su desnudo antiguo, como Gregory Corso me he subido al desván y he abierto la ventana para tirar las cosas más importantes de ella: la Verdad, su impostura, me ha dicho: «No lo hagas, que te denunciaré; diré que fuiste infiel con tus amigos, con tu mujer, desleal con tus padres, una mala persona». ¡Fuera! y luego Dios jurando por sí mismo desde sus templos y sus corifeos lo del libre albedrío, que Él no tuvo la culpa, que es inocente cuando en su esencia sin contradicción no es capaz de mentir ni dividirse en su todo absoluto, salvo cuando al séptimo día a Heine le encargó crear las nubes. y después el Amor prometiendo su dicha como un pastel de cáscaras, dulzón primero y después sucio. Libre, sí, a condición de no obtener tal libertad hincado de rodillas. ¡Libre!, pero de tanta libertad, esa que liga a Dios con las contradicciones de sus obreros especializados, no las del santo o las del misionero que están hechas de pan , de vino y de reunión: la libertad de la sabiduría como una circunferencia, la libertad de la razón siempre dudando, la de la fe sometida a su dogma. Ramas sin tronco florecidas , en el extremo erigida la flor como la sangre elevada en el beso, sin su raíz la rosa en la azul libertad,


114 los pájaros con manos o los hombres con alas. y su fulgor como de hechicería. Un sueño donde gire el universo. Yo y mi luz en solemne despedida de todo 10 que me ata, al margen de la ley, su postizo, su clan; de la justicia, que jamás ahorca los bolsillos repletos. Yo volando, volando en 10 que no hay lamento, volando en el olvido. Mas como suele ocurrir en los sueños felices me he despertado en este punto, me han roto de repente la alcancía como el CJ.tardecer el cielo puro del oeste.


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DE LA ANCHURA DEL MAR TAN SÓLO SABE EL MIEDO pero hay sombrillas de colores, toldos de colores, colores disfrazando la tristeza del mundo, la represión, el rencor ancestral del cabreado, COMO LA PLATA, el heladero con su carrito como una viñeta blanca y añil , los sombrajos copiándose caribe, el Troy en su trasiego de parte a parte de la calzada, Alí, Álvaro, Mohamed, la costura total del horizonte, yo en medio, arrebatado, en la ola del mundo, del Universo solo, y un niño en su vehículo, en su silla de ruedas, que me hace con sus dedos el signo de no sé qué victoria. (De la suya, supongo, pues no sabe quién soy) . Para aguafiestas Único. Lo siento, pero al que huye tarde o temprano lo alcanza la batalla. Quiero decir que no he podido sustraerme a hablar de esa injusticia en medio de la vida frente a mí disponiendo sus bengalas


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de cuerpos jóvenes y sanos, de carne en plenitud y el sol colaborando con esta primavera que es la playa si tenemos en cuenta lo antedicho y que no todo alumbra sino a veces en duro pedernal: el Troy, la legión extranjera que vende baratijas, el Ventoleras, y en su trono purgante el señor Único, sus cadenas, su látigo, su potro. Sin ellos ver el mar es recordarse en dios de pantalones cortos sin preguntarse nada porque la eternidad es anc ha y suave yen ella la pregunta es la respuesta como la luna es partera de sueños y la noche del alma. Sin ellos, sombras que iluminan en vista de qué gris centellea su patria de tristeza por la luz . Ah, pobreza, pobreza, ciencia de la infelicidad y del canto. Pero al que huye siempre lo alcanza la batalla. En sí ya es la batalla, somos, y suponiendo que el Troy o el Ventoleras estén locos, ¿no es toy más loco yo por hacer lo contrario? Debería beber hasta beberme mi vida, decir que no, al menos una vez, echarme en un colchón, en el Marítimo, con mi puro y mi copa de coñac y el espectácu lo gratuito de ver cómo se asustan los viandantes, se escandali zan, dan la razón a Único. Loco estoy yo con mis ocho horas de trabajo, loco estoy yo con mis rencores y mis ajustes de cuentas, si no miro hacia el cielo para ver su prodigio, si no miro hacia el mar para alzarme de pecho, porque me . paso los días sin cantar, porque me paso los días nocturno,


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porque me paso los días malhumorado y académico, porque me paso los días administrando esa miseria en verso de 10 eterno -de querer ser eternoque no está en la caricia, en el beso que no se destituye, y porque cada vez me encorvo más del alma. Loco de cuerdo que no usa la locura de los cuerdos, loco sensato que no repite nunca una locura pequeña, loco de desatar, loco de capirote que no quiere entender que la muerte absoluta es el equilibrio absoluto, la prudencia completa, y que no existe, salvo los impuestos, nada seguro, nada, ni nuestra necesidad de Dios. ¿ y cómo la inmortalidad, ese fiasco? Si inmortal 10 seré por los temores en que me levantaron más que por mis creencias; y en cuanto a ser o no voz diferida, por la vida que adquiera en la memoria de los hombres. Pero es que a toda gloria precede siempre el sacrificio y si quisiera serlo sería masoquista. Eso es, masoquista, ma-so-quis-ta, quien todos los días bebe agua habiendo vino quien se debate entre los rascacielos y sus sombras y no sabe de árboles ni escucha las campanas, quien sólo besa a las muchachas cuando besa su ado lescencia, cuya conciencia no puede con la belleza ilTefutable de haber amado a destiempo, quien ha aprendido a mentir y ya no sabe llorar, quien esquivó a los dioses el último verano al rechazar una boca ofreciéndose, quien tiene medio siglo y cinco años menos y los cuenta a diario, anuga tras anuga, quien no cuida al demonio, guardián de las especias. Me gustaría decir: tengo cuarenta y cinco tacos de almanaque,


118 cuatro más cinco, nueve, el número creador según Aepp1i, aún hablo con las musas, aún voy de cacería por los clubes y hoteles, quien sucedió a los héroes siendo joven aún sabe despreciar 10 trabajosamente conseguido. Pero no tengo más que algunas deudas metafísicas en vez de un capital de transparencias por ver el mar, oírlo, observar a esta gente desheredada y libre, a Alí, a Mohamed, al Ventoleras, a Á1varo, al Rebujina pregonando fulgores mientras crece el gentío municipal y anónimo y se extiende el sopor y su contraste afirma que ellos son y no ha muerto el hombre que soñaba con caminar despacio por el mundo, el hombre que cantaba bajo el temblor del cielo. Ellos, sus versos negros, los versos negros de los perdedores abandonados a su asombro.


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SI NO FUERA POR PRECIO TAN TERRIBLE diría que la salvación del hombre está en su marginalidad. Contreras es un portento y viene por las tardes y me habla de Heráclito y de los presocráticos. Siempre ha estudiado por correspondencia pero su fuerte estriba en las mareas, en conocer sus flujos por la luna y en observar, sin prisas, a la gente que pasa. Me suele hablar de astrónomos antiguos, de los persas, los sirios, los caldeos, y de la soledad en alta mar, cómo allí un corazón no halla socorro. Dice que el hombre que no sabe nada puede ver sin obstáculo, pero es partidario, no obstante, de leer porque, según me cuenta, así se vive la vida de los hombres que amaron y sufrieron. La vida de los hombres . De los hombres fundantes. Su encanto está en las pausas con que acompaña su melancolía y entonces mira el mar y por sus ojos yo sé que ha amado sin correspondenci a.


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Oh, amor, cabrón de amor, que hace filósofos aunque oponga Contreras que ha desaparecido el hombre que pensaba bajo los palmerales, no hay más que ver sus ojos caminar hacia un beso. Los antiguos amores jamás mueren de muerte repentina; como las viejas chispas, reavivan el fuego; alga de los estanques siempre vuelve a la orilla por mucho que la alejes, pero usurero aquél que hurte su corazón a la desdicha, esa luna sagrada. El amor no conoce más leyes que el desvelo, no conoce más código que el estremecimiento. Ya esa luz se desdice, a ese instante inviolable, como si endiosara de su herida perfecta y al rapto del crepúsculo fuera un jirón divino, su desgano convoca estanques, fuentes, nansas, y hay un brotar de agua y de ala en el mundo: los primeros milenios, Demócrito, Parménides, Sócrates, Aristóteles y los universales, la frase de Protágoras acoplando medidas ... De repente ha surgido en el planeta el hombre, el mono ha levantado la cabeza y se ha iluminado una luz misteriosa cuya magia jamás revelará el progreso . y es en ese momento, cerca la desnudez origi nal que conduce a la causa de todo lo ex istente, cuando un pitido inumpe y Contreras se azora, quiere que se lo trague la tiena, el mar de al lado; cuando suena su móvil y se apaga la luz por occidente, se nos apaga el mundo y es otra vez la noche.


Un poema inédito

LA ESCRITURA DE VIDRIO

ELENA PALLARÉS

A Mabel

Esta noche a las dos horas en punto llega la primavera. Bro tan pájaros de l sombrero de un árbol. Surgen formas de flores y de río en las ventanas. Del corazón herido de los montes desc iende entre torrentes de silencio el paisaj e de un libro. En las esquinas hoj as recién baj adas de las nieves lloran ro tas en pedazos de luz, en mil fragmen tos de cantos de agua. En los brazos de una bibliotecaria desfallece la tinta congelada: contra el pecho apretado torpemente - qué saben del amor las func ionariasse desh iela el poema. En el papel como sobre un espejo que se quiebra y vacía de nombres y de rostros la voz camina a su disolución :


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«Criaturas de lluvia, de raices acuáticas y tronco de crist~:, esta noche se llevan vuestras letras alas de agua». Hemos descongelado el miedo. Entre sombras jan/asmas llega justo a las dos en punto. Se deshace la escritura de vidrio. Se desbordan las sílabas del verso. En primavera el poema no cabe en el poema.


111 DE VARIA LITERATURA JUAN JOSÉ MIRA.

Vn «Planeta» c01nunista MA NUEL BLA NCO eH/VITE

En recuerdo de José Luis Cano MARíA PAZ SANZ ÁLVAREZ

Diálogos cervantinos. De la lectura y la escritura C01no pecados veniales VICTORINO POLO

El papel de los intelectuales en una Europa que cam,bia GYORGY KONRAD

Entrevista con Gyorgy Konrad JO SÉ LUIS REINA PALAZÓN

La literatura hispana se abre paso en EE. VV. S ONIA MOUA

Literaturas balcánicas: crisoles de diversidad R AMÓN SIÍNCIIEZ LlZ.!IRRr\LDE



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