REVISTA 073

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La dignidad de escribir no está en triunfar, sino en hacerlo honrosamente. Y el destino de Sísifo, en el que Camus vio simbolizado el destino de todo arte, merece respeto. E L UROGA LLO. N. o O - ED ITO RIAL

Pablo Neruda Juan Benet Bias de Otero Salvador Espriú Jorge /Guillén José Angel Valente E. M. Cioran Francisco Ayala Osear Esplá Philippe Sollers Marguerite Duras Rafael Alberti José Hierro Francisco Umbral Ernesto Sábato Mario Vargas Llosa Anais Nin Juan Eduardo Zúñiga Gabriel Celaya Gerardo Diego

Homenaje a Elena Soriano y El urogallo COLABORAN: JOSÉ LUIS ABELLÁN - JOSEFINA ALDECOA - VICENTE ALElXANDRE PEDRO ALTARES - FERNANDO BAEZA - CAMILO JOSÉ CELA RAFAEL CONTE - GREGORIO GALLEGO - DIONISIA GARCÍA ANGELINA GATELL - ANTONIO GÓMEZ RUFO - CARLOS GURMÉNDEZ ESTEBAN HERNÁNDEZ - CLARA JANÉS - JOAQUÍN LEGUINA LEOPOLDO DE LUIS - E. MIRET MAGDALENA - JOSÉ CARLOS MAINER FERNANDA MONASTERIO - RAFAEL MORALES - LUIS FERNANDO MUÑoz ANTONIO NÚÑEZ - J ESÚS PARDO - ROSA PEREDA - MARTA PORTAL ALFONSO SASTRE - FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ - RICARDO SENABRE Cmtro Espmíol d~ Derechos Reprográficos Entidad de Autores y Editores

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ÍNDICE TEMAS MONOGRÁFICOS ELENA SORIANO Editorial JOSÉ LUIS ABELLÁN. El donjuanismo femenino JOSEFI NA ALDECOA. Elena Soriano, escritora y amiga VICENTE ALEIXANDRE. Carta PEDRO ALTARES. Elena Soriano: Pasión por la literatura FERNANDO BAEZA. Elena, la curiosa pertinente CAM ILO JOSÉ CELA. Carta RAFAEL CONTE. El testamento de Elena GREGORIO GALLEGO. El exilio interior de Elena Soriano DIONISIA GARCÍA. Elena Soriano o la pasión de escribir ANGELlNA GATELL. Para Elena Soriano, recordándola, recordando ANTONIO GÓMEZ RUFO. Palabra de mujer CARLOS GURMÉNDEZ. Profecía y utopía ESTEBAN HERNÁNDEZ. Falseando la realidad E. MIRET MAGDALENA. Elena Soriano, la /l/ujer progresista, independiente y sincera JOAQUÍN LEGUINA. La valentía civil de Elena Soriano LEOPOLDO DE LUIs. Una gran dama de la literatura JOSÉ-CARLOS MAINER. Primer vuelo de «El urogallo» (1969-1974) FERNANDA MONASTERIO. Unas notas sobre Elena Soriano RAFAEL MORALES. Homenaje a Elena Soriano LUIs FERNANDO MuÑoz. Homenaje a Elena Soriano ANTONIO NÚÑEZ. Tal como la recuerdo JESÚS PARDO. In memoriam: Elena Soriano ROSA PER EDA. Elena Soriano: La inteligencia en libertad MARTA PORTAL. Inolvidable Elena Soriano FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ. Testimonio fraterno ALFONSO SASTRE. Carta abierta a Juan José Arnedo RICARDO SENA BRE. Elena Soriano ante Baroja ACACIA UCETA. Gracias, Elena CELIA ZARAGOZA . Elena Soriano, cinco mios después ANDRÉS SOREL.

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ANTOLOGÍA DE TEXTOS DE «EL UROGALLO» 4 POEMAS INÉDITOS DE PABLO NERUDA

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Los padres Historias fingidas y verdaderas SALVADOR ESPRIU. Sé com és blanc d'alta I/eu JORGE GUILLÉN . Sucesos de jardín JosÉ ÁNGEL VALENTE. Cal/to de inocencia E. M. CIORAN . Demiurgia verbal FRANCISCO AYALA. El h(jo ÓSCAR ESPLÁ. Stravinsky PHILIPPE SOLLERS. Ellllul/do visto al telescopio MARGERITE DURAS . ¿Cómo es posible l/O escribir? RAFAEL ALBERT!. Genovés JosÉ HIERRO. Meditación ante un retrato FRANCISCO UMBRAL. Angelitos negros

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JUAN BENET.

BLAS DE OTERO.

ERNESTO SÁBATO. MARIO VARGAS LLOSA. ANAIS NIN.

El laberinto

Call1pos de Carabanchel VIGENCIA DEL «SURREALISMO». Gabriel Ce laya, Gerardo Diego, Salvador Esprill y José Ángel Valente

JUAN EDUARDO ZÚÑIGA.

RESENAS DE LIBROS

El director de REPÚBLICA DE LAS LETRAS, Andrés Sorel, quiere agradecer expresamente a JUAN JOSÉ ARNEDO y ELENA ARNEDO SORIANO su extraordinaria co laboración sin la que hubiera resultado imposible la realización de este número de la revista.

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Editorial Andrés Sorel

Unimos hoy, en nuestra revista REPÚBLICA DE LAS LETRAS , la figura humana y literaria de Elena Soriano con una de sus más queridas y logradas creaciones, la de la revista El urogallo. De dos maneras nos acercamos a la mujer y a su obra: como homenaje, como continuación del discurso literario. Durante casi veinte años caminamos con Elena por sendas que buscan el álito de la imaginación, la lucha por la justicia, por la dignidad del ser humano, por la libertad, por la belleza. A veces mordía el dolor. Otras la desesperanza. Pero Elena nunca renunciaba a su compromiso: desde niña, desde que en cuadernos rayados compusiera sus primeras novelas, hasta ese grito desgarrado con el que combatía la angustia y la asfixia de lo irremediable, ese Testamento materno estremecedor que nos volvía más humanos. Uno recuerda viajes, aventuras literarias y profesionales, en su compañía: imposible resultaría borrar su sonrisa, su apasionado combate por los derechos de los escritores, y sobre todo su defensa de la literatura, ese ensayo tan interminable como


6 la propia creación, pues como escribió en su Guillermo Meister, Goethe: «La literatura es el fragmento de los fragmentos, sólo se ha escrito una mínima parte de todo lo acontecido y de todo lo dicho, y de lo escrito no ha quedado sino una parte ínfima» . ¡Qué pasión por la literatura! Contemplo sus cuadernos infantiles. Ella misma realizaba las portadas, a las que ponía el precio de 25 céntimos . Y titulaba sus relatos: Galatea, La tiranici-

da, La Condesa, La Intrusa, La dama negra, Perla en el cieno ... Contaba Elena ocho años de edad. Mis ojos recorren su letra clara, precisa, firme, sus diálogos y descripciones que a veces entremezclaba con dibujos de los personajes ... Como el río que apenas nacer ya culebrea por la alta montaña buscando rutas y valles que se abran al desborde de sus aguas , así Elena cabalgaba afiebradamente en pos de la literatura que consumía sus suefíos , en la que volcaba su ansia de conocimiento , su pasión creadora, su riqueza imaginativa. Y leía, leía ininterrumpidamente. Clásicos y contemporáneos. Platón, Shakespeare, Kafka , Beckett. .. Viajaba con aquellos cientos de amigos que la precedieran en el tiempo interrogándose siempre , en la miseria franquista cuyas censuras tanto la mordieron , en la sociedad de consumo , la opulencia de los desiguales , sobre la esencia del ser, sobre el lenguaje, sobre la relación entre el escritor, el lector, el propio Universo ... Y al fin


7 definía la literatura como «hidra de infinitas cabezas temáticas, erizadas de problemas mayores y menores, cada uno de los cuales incluye otros muchos y no a la manera simplista y pueril de las «muñecas rusas» o de los famosos dibujos que también encierran en sí mismos su propia reproducción exacta en sucesivas veces y en tamaño cada vez más pequeño, pues en esta materia, cada tema integrado en el anterior tiene sus variantes propias, con lo que el juguete literario más bien es una trampa. Quiere decirse que una «defensa teórica» de la literatura -que debería ser global y metódica y que no puede serIo- resulta más difícil que la «práctica», realizable con aportaciones parciales mucho más lucidas y algunas de eficacia decisiva: ésta es una obra de chinos y romanos, tan minuciosa como interminable que, de cualquier modo , nunca será satisfactoria ni para quien la hace ni para quien la observe con ojo crítico». No sólo colaboré con Elena Soriano en la Asociación Colegial de Escritores. También -recuerdo un tiempo con la Cruz Roja- en jornadas, publicaciones, Congresos, que ponían el acento en la defensa de los Derechos Humanos. Elena creó, con tanta entrega como desprendimiento , la revista El urogallo en 1969. Su marido, Juan José Arnedo, su hija Elena, la acompaí'íaron en una empresa que no podía conducir al desastre, pues los sueños nunca se pervierten, siempre son recordados como hermosas nubes que un día se posaron en nuestra mente llenándola de bellos recuerdos, tal vez los más puros que se enredan en nuestra memoria. Desapareció en 1976. Durante esos casi siete años fue una extraordi naria revista literaria compaí'íera de la larga agonía del franquismo , al que combatía desde la razón y la belleza. Literatura y vida, pero tam bién crítica y verdad. Basta repasar el índice de colaboradores, de temas tratados, para darnos cuenta del alcance de esta revista, sin duda la más completa de nuestro panorama literario en la segunda mitad del siglo XX, pese a su corta duración. Por eso reproducimos algunos textos, que he seleccionado como simple muestra del profundo contenido que jalona todos los números de la publicación. Y los acompañamos con pequeños trabajos encargados para glosar tanto a El urogallo, como a la figura extraordinaria de Elena Soriano. Marido e hija de la escritora han hecho posible que las colaboraciones literari as y gráficas del presente número, alcancen la variada muestra testimonial que buscábamos. En recuerdo de nuestra compañera E lena Soriano. Porque como diría Bias de Otero , nos queda su palabra, nos quedan sus escritos. Y lo que para muchos es imposible describir: nos queda su gran, absoluta, imborrable humanidad .


1980. Elena Soriano, tras la muerte de su hijo Juanjo.


El donjuanismo femenino

José Luis A bellán

El título con que encabezo este artículo es un homenaje a la escritora Elena Soriano, desaparecida hace unos años , que publicó con carácter póstumo un libro del mismo título. Es una magnifica escritora , con una vocación literaria poco común y a la que no se ha hecho la debida justicia, lo que en su caso es doblemente pen oso por tratar-

El ena Soriano E L DONJUANISMO FEMENINO


10 se de una pionera en los planteamientos del feminismo que ahora está tan en boga. Aquí invoco su recuerdo para detenerme en algunas consideraciones sobre dicho movimiento y dar cuenta de algunas de sus aportaciones fundamentales al tema en cuestión. Un enfoque de la situación actual del feminismo exige que tracemos a grandes rasgos las principales etapas de su evolución. Como es bien sabido, los orígenes del movimiento están en los planteamientos de las sufragistas inglesas, inspiradas por los principios de la Revolución Francesa; ya en época de ésta Olympe de Gouges hizo notar que en la Declaración de los Derechos del Hombre no estaban los de la mujer, lo que exigía por ello una nueva declaración de éstos. Así las cosas, vino Mary Wollstonecraft a insistir, como primero y fundamental de dichos derechos, en la reivindicación política del sufragio universal; resulta en verdad irrisorio y humillante llamar así al derecho de voto que sólo tenían los hombres. El movimiento adquirió fuerza a principios del siglo XX hasta conseguir, en las décadas de los veinte y los treinta, que el sufragio femenino adquiriese carta de naturaleza en todas las constituciones de los países civilizados. Pero fue sólo después de la Segunda Guerra Mundial cuando el feminismo amplió el radio de sus reivindicaciones. Aquello que en principio había sido sólo una reclamación política se convirtió en un movimiento de amplio alcance. Desde el punto de vista jurídico, el movimiento se propuso una equiparación total de derechos entre el hombre y la mujer. Es el movimi ento de los derechos civiles, que, si en Estados Unidos se vinculó al de las minorías raciales, en Europa tomó cuerpo en mujeres de amplia formación jurídica, lo que culminó en profundas transformaciones del Código Civil. La piedra angular de la supremacía del varón, que había sido la patria potestas, se vino abajo, lo que, unido a la emancipación económica y laboral de la mujer, imprimirá un profundo cambio social, con incidencias de gran calado en las relaciones de pareja y en la estructura familiar. Se pasa así del cambio político -derecho al votoal cambio jurídico -igualdad ante la ley-, en un proceso de equiparación creciente entre el hombre y la mujer. Ambos cambios -político y jurídico- van a traer como consecuencia la emancipación económica y laboral, pero queda aún en la estructura biológica de la mujer un elemento de dependencia, que es la relativa facilidad para quedar embarazada, dada la poca fiabilidad de los anticonceptivos tradicionales. Ésta es una cuestión que va a quedar resuelta con el hallazgo de la píldora -ahora todavía más seguro con la llamada píldora «del día después»-, lo que da a la mujer una seguridad en las relaciones con el otro sexo de que careCÍa


11 hasta ahora. Tras la independencia económica, laboral y jurídica llega la total y absoluta « liberación sexual», lo que da a la mujer actual una libertad en su trato con el varón que ha sido desconocida hasta ahora a lo largo de toda la historia. El hecho es inédito y se traduce en una auténtica revolución en las relaciones entre los sexos. En forma paralela a estos cambios políticos , jurídicos y sexuales, se va a producir una reflexión teórica y filosófica sobre la mujer, que se plantea su papel en la sociedad desde los nuevos presupuestos; entre las manifestaciones más relevantes de este planteamiento está el libros de Simone de Beauvoir El segundo sexo (1949), y el de Betty Friedan La mística de lafem ineidad (1963); los dos , siendo muy distintos en su contenido, se inspiran en el mismo principio de igualdad. El equivalente de estos textos en España es la Crít ica de la razón patriarcal (1985), de Celia Amorós, que tiene la ventaja de hacer una reivindicación explícita del principio de igualdad con estas palabras: «E l discurso ilustrado de la igualdad tiene la ventaja indudable de librarse de las ambigüedades, de ser directamente incisivo e irrenunciablemente reivindicativo, de tener un punto de referencia polémico claro al manejar en la discusión términos precisos como los de superioridad e inferioridad para establecer las impugnaciones de las definiciones patriarcales». La aportación de Elena Soriano habría que incluirla en esta órbita del discurso feminista, si bien haciendo salvedades a las que intentaremos hacer justicia aquí, tratando en primer término de ser justos con la propia autora de El donjuanismo femenino (2000); para ello hay que situar antes que nada este libro dentro del contexto autobiográfico, lo que exige tomar muy en serio que es un libro póstumo y, por tanto, una reflexión amplia y profunda sobre un tema al que la autora dedicó prácticamente casi toda su vida de escritora. Desde la primera nove la , Caza menor (1951). en la que denunció e l acoso a que es sometida Ana, una bella muchacha pucblerina, hasta este último escr ito , toda su obra está marcada por esa obsesión. En esta línea se inspira el vocablo «gace li smo », un bello neologismo para exp resar la actitud machista que no ve en la mujer sino una pieza de caza dentro de la montería que para él es el mundo. Me interesa hac er destacar que esta co ndici ón de marginac ión de la mujer ha sido vivida por Elena Soriano como parte de la represión política ejercida por el franquis mo hacia toda visión progresista de la soc iedad . E l hecho tiene una plasmación concreta en la vida de la autora a l retirarse de la circ ulaci ón su segunda novela nada más publi-


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carse en 1955. La playa de los locos era una denuncia del mito de la virginidad, uno de los tabúes intocables del franquismo, como forma de represión hacia la libertad de la mujer. Al ser prohibida la circulación y venta por la censura gubernativa, la segunda edición no pudo publicarse hasta 1984. Esta incidencia afectó mucho a la autora y no sólo por razones psicológicas, sino por una cuestión objetiva, ya que al formar parte de una trilogía, de hecho perturbaba el plan de trabajo de la autora en su conjunto. Las otras novelas eran Espejismos (1955) y Medea, y fueron publicadas sin problema, pero la realidad es que al ser prohibida la primera- el significado del conjunto quedaba desvirtuado. En Espejismos se relata el deterioro del amor conyugal en un matrimonio muy representativo de la sociedad burguesa durante la dictadura ; en Medea el tema es la venganza de una mujer que ha sido traicionada por su compañero. En cierto modo, hay una continuidad entre las tres al poner de relieve desde tres perspectivas distintas la desigualdad entre hombre y mujer en la relación de pareja, pero, al ser prohibida la primera novela, el mensaje quedaba de algún modo mutilado. En cualquier caso, y a la fecha en que yo escribo, esto no importa demasiado, puesto que hoy tenemos publicada en un solo tomo la trilogía completa con el título de Mujer y hombre. Desde nuestro punto de vista, que es hacer ver la continuidad de Elena Soriano en la preocupación por el sentido y el destino de la pareja humana, esto es suficiente y nos hace comprender lo que El donjuanismo femenino tiene de testimonio maduro con un mensaje de claro contenido. La gran escritora se nos presenta, desde esta perspectiva, como una pionera del movimiento feminista , al menos en España, y de un feminis1110 que tiene muy poco de retórico o demagógico. Es interesante el punto de partida, en el que se toma en consideraci ón lo que la autora llama «el descubrimiento de la mujer». Se refiere con ello a los estudios científicos realizados por Hawelock Ellis , William Masters o Johnson y Johnson, que fueron completados con rigurosos informes estadísticos por Alfred C. Kinsey y Shere Hite, el conjunto de los cuales representó un desmoronamiento de muchos mitos y misterios mantenidos tradicionalmente sobre la mujer para ejercer cierto control sobre el sexo opuesto por el gozador de privilegios seculares. El resultado del citado «descubrimiento» es que hombres y mujeres se hacen cada vez más iguales, desapareciendo las diferencias tradicionales , que son sustituidas por la creciente igualdad entre los sexos. La consecuencia de emplear esta perspectiva -igualdad y equiparación- es el triunfo absoluto del modelo masculino. La figura del


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varón se impone con un peso abrumador en el proceso de emancipación; si las primeras feministas tenían a gala el fumar y usar pantalones o conducir coches , no pasan muchos años sin que se den pasos más radicales en la misma dirección: soltar tacos, acceder a labores policiales o participar en las guerras y conflictos armados. El hecho es que los valores propios de la femineidad que podrían enriquecer un mundo excesivamente masculinizado brillan por su ausencia, y sólo los planteamientos de una «fi losofía de la diferencia» podrían paliar algo la situación, aunque la verdad es que poco se ha avanzado en este aspecto. La propia Elena Soriano insiste en este énfasis en el aspecto nivelador de ambos sexos, eludiendo los caracteres diferenciales «hasta el disimulo en el aspecto físico, por medio de la vestimenta unisex, el uso femenino del pantalón masculino , el peinado común, con el pelo más o menos corto en ella, más o menos largo en él, la lograda estilizació n de la figura femenina por la dieta, el deporte , la g imnasia y 'otros medios ' que hacen ta n masculina a la chica como femenino al muchacho, etc., a lo que se ai'lade el trato igualitario , la indiscriminación de derechos y deberes y hasta la misma promiscuidad e indiferenciación en las relaciones íntimas. En general, se cultivaba la asexualidad, incluso la homosexualidad fuera de las situaciones propias del mero instinto genésico o procreador, cuya integridad esencial nada sufre por ello, pues todos los instintos básicos son casi inalterabl es y evolucionan a larguísimo plazo». En esta dirección cobra fuerza lo que la autora llama el donjuanismo femenino, ámbito en el que determinadas actitudes machistas han contagiado a la conducta de la mujer con respecto al hombre. Se trata de un comportamiento mediante el cual la muj er se convierte en seductora de hombres para después manipularlos a su antojo. Es la figura de Doí'la Ju~na , mediante la cual ésta se convierte en burladora de hombres de la misma forma que Don Juan ha sido tradicionalmente burlador de mujeres, salvo que encuentre una intercesora , co mo doña Inés en el caso del Tenorio, que reconvierte al amado. Esas mujeres , que juegan con los hombres a los que previamente han seduci do , se convierten en malas imitadoras de un donjuanismo por el cual encarnan los peores vicios de cierta forma de entender la ma sculinidad. Estamos ante una consecuencia puntual de la revolución sexual de la que hablamos al principio de este escrito, culminación -seg ún muchos- del movimiento de liberación de la mujer que ha sublimado el ejerc icio de la sexualidad pura y dura. Elen a Soriano dice que la


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sexual, junto con la científica, es la revolución por excelencia del siglo XX, que ha hecho del placer hedonista y su satisfacción inmediata el principal objetivo de la actividad sexual. Con ironía, alude a Nuestra Señora la Sexualidad, entronizada en la vigésima centuria, comparándola con la entronización que los sans-culottes hicieron de la diosa Razón durante la Revolución Francesa. El movimiento de liberación de la mujer, que debería conducir a una potenciación de los valores femeninos y de su plasmación en realizaciones prácticas de alto contenido social y humano, se convierte en un instrumento de degradación personal. En lugar de enriquecer la relación de pareja y hacer de ella un gozoso encuentro para la mutua perfección y mejora , la mujer liberada utiliza la nueva conquista para dominar al varón y sojuzgarlo en función de su placer o sus intereses, invirtiendo así la actitud tradicional de un varón que sólo veía a su vez a la mujer como objeto de dominio. Los niveles de libertad que el feminismo ha conquistado para la mujer deberían servir para que ésta tuviese la oportunidad de cultivar sus valores propios y específicos en cuanto tal, enriqueciendo así al conjunto de la sociedad. Se basa aquí la autora en la distinción que hace George Leonard en Elfin del sexo entre valores femeninos (carifío , sentimientos, intuición, integridad, sentido de lo personal y lo particular) y valores masculinos (agresividad , competencia, fragmentación, abstracción , fría y dura lógica) para denunciar el pansexualismo qu e nos ha invadido y reivindicar los sentimientos en las relaciones sexuales. La misma propuesta de Leonard -hacer prevalecer el amor erótico tras la revolución sexual- es la que hace Soriano cuando nos habl a de un imperativo de la procreación -no en sentido biológicocomo construcción por la pareja de un mundo propio, donde se reivindican los «pequeños derechos psicológicos e íntimos». Esto es lo que ella llama «la conquista más difícil ». Por el contrario, reducir la relación hombre-mujer al intercambio sex ual empobrece la relación mutua , animal izándola en cierto modo , o en todo caso haciendo de la donjuanía femenina, como lo era para el don Juan clásico, un encuentro físico intrascendente, aunque éste se pavo nease de ello por haber transgredido las normas sociales del honor y haber con ello engañado a pobres doncellas entregadas a la ilu sión del amor. Esta conducta, protagonizada ahora por la «mujer liberada» -las doí'ía Juanas de nuestra época-, lo que provoca en muchas ocasiones es el miedo y la retracción del varón, que se ve afectad o así por el llamado «síndrome de inhibición del deseo sex ua l» .


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Hoy no existe ese código del honor ni están vigentes los tabúes y normas sociales que lo acompaí'ian; de aquí que la figura del don Juan sea absurda como lo es también la contrapartida femenina del mismo. Por el contrario, hoy, hombres y mujeres están en cond iciones de realizar una nueva relación de pareja donde no haya dominador ni dominado , poniendo las bases de un mundo nuevo. El movimiento de emancipación de la mujer bien podría ayudar a liberar energías dormidas de la sociedad que mucha falta están haciendo en un mundo alienado y deshumanizado. Desde este punto de vista, el feminismo representa una autocrítica de la especie humana que sólo ha visto desarrollarse en el transcurso de los siglos la mitad de sí misma. Y por eso, el movimiento feminista bien entendido constituirá una etapa en el proceso de desarrollo de las potencialidades humanas. De aquí la conc lusión de Celia Amorós en el libro antes citado: «Só lo en la crisis de los valores femeninos , en la medida en que son considerados tales en función de su dicotomía , como valores de los géneros, podrán surgir nuevos valores que serán, por primera vez, algo parecido a valores humanos». Así el feminismo se convierte en factor de construcción de la totalidad humana ; por el contrario, si se hace uso unilateral del mismo de acuerdo eon los plateamientos del donjuanismo femenino, el feminismo es un instrumento de degradación. La reflexión que en este sentido hace Elena Soriano es importante , porque en esa nueva relación hombre-mujer nos jugamos buena parte del futuro. Por eso e ll a no duda en admitir la necesidad de introducir el elemento ético en dicha reflexión. Está de acuerdo con la idea de que la ciencia ha sido la más eficaz aliada en la liberación sex ual de la mujer- desde Freud a Wilhem Reich ... , pero , una vez admitido eso, no le cabe la menor duda de que esa libertad debe ser controlada por la ética. Y lo afirma tajantemente: «Hace falta una revolución ét ica también de la sexualidad como en todos los órdenes de la vid a actual». El discurso sobre el donjuanismo femenino la ha ll evado a la convicción de que con el derecho a la donjuanía el feminismo ha tocado techo. No niega ella este derecho , pero a su vez dice: «Si la fi gura de do n Juan ha dejado de tener sentido, tampoco podem os admitir que lo tenga la de doña Juana ». En conclusión , propone un replanteamiento de la relaciones sexuales bajo en nombre de «neofeminismo » y donde el concepto de «persona» tiene un papel central en la reivindicación de un «nuevo orde n sexual ». Sobre éste dice textualmente: «E l ' nuevo orden ' que ahora se predica sin duda abarea todos los aspectos de la vida humana y, por tanto , de la convivencia de los sexos. La penúlti-


16 ma tendencia a la relación sex ual absolutamente libre , y que todaví a pers iste en ciertos grupos ' 1ibertinos ', parecía , según las encuestas entre los más jóvenes, derivar hacia el que Hite llam a 'compromiso sentime ntal ' -mejor dicho, 'contrato emocional'- de la parej a monógama mientras dura e l afecto básico». Una conclusión definitiva y rotunda tampoco es el resultado de la investigación de E lena Soriano, salvo que el fin de la «revolución sexual » experimentado en el sig lo XX en las relaciones amorosas de pareja no es algo plenamente satisfactorio. Por el contrario -dice-, «ni las mujeres ni los hombres de hoy se sienten satisfechos en sus relaciones». Pero , a su vez podríamos preguntar nosotros: ¿no es éste -la insatisfacción perpetua- el destino eterno del hombre?


Elena Soriano, escritora y amiga

Josefina Aldecoa

Elena Soriano forma parte de mi biografía. En los años cincuenta, Ignacio y yo conocimos al matrimonio Arnedo, Juanjo y Elena, y su casa fue para nosotros , los amigos de entonces, un lugar de encuentro confortable y seguro en el que se hablaba de literatura, de política y de la vida alrededor. Elena ya era escritora. Lo había sido desde siempre, estoy segura. Pero es en 1951 cuando publica Caza menor, insólita en aquel momento , tanto por el tema, que indaga en las causas que impulsan a los españoles a llegar a la guerra civil, como por el estilo fresco y eficaz. A Caza menor siguieron otras novelas, libros de cuentos y ensayos que revelan su preocupación por los problemas de la mujer. Porque Elena Soriano fue una feminista que se adelantó a su tiempo llevada por la lucidez de su visión de la sociedad y por sus ideas progresistas que informan toda su obra. La publicación de la revista El Urogallo subvencionada enteramente por el matrimonio Arnedo, fue un acontecimiento cultural en un momento en que la vida intelectual del país sufría aún las carencias de una interminable posguerra. En aquellos primeros números aparecen colaboraciones de escritores consagrados y de los jóvenes que e mpezábamos a publicar. Recuerdo, en el número 2, un artículo hermoso y conmovedor de Eusebio García Luengo, amigo imprescindible, en la muerte de Ignac io , acaecida poco tiempo antes de la salida de la revista. Al hablar de la escritora Elena Soriano, es fundamental ha cer referencia a su desgarrador Testimonio materno, un libro únic o, que fue recibido con enorme respeto y admiración y que se convirtió en seguida, con toda justicia, en un best seller. Mucho se puede escribir acerca de la obra de esta escritora . Pero para mí, E lena Soriano es algo más que una novelista admirada y una


18 ensayista prestigiosa. Elena Soriano fue mi amiga y ~ iempre guardaré el recuerdo de su personalidad vibrante, de su vitalidad arrolladora, de su generosidad y su capacidad de afecto. En sus últimos aí'íos coincidimos con Elena y Juanjo en los veranos de Cantabria. Allí tuvimos ocasión de vernos, charlar largamente y disfrutar de nuestra amistad permanente, lejos del ajetreado invierno de Madrid. Elena fue una escritora original e interesante que abrió camino a muchas mujeres que llegaron después. Y fue una gran mujer, una gran madre , una persona inteligente y sensible. Elena Soriano, mi amiga.


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Elena Soriano: pasión por la literatura

Pedro Altares

La bibliografía, más o menos crítica, de la narrativa española de posguerra es muy amplia. Podría decirse incluso que excesiva. Busco en ella estudios o referencias a la obra de Elena Soriano y encuentro que son escasas. El silencio alcanza no sólo a su creación novelística sino también a su labor como mujer amante y estudiosa de la literatura, de lo que fue un buen ejemplo, aunque no el único, la fundación y dirección de la revista El Urogallo, un hito cultural en la España de los primeros años 70. No es disculpa que Elena Soriano fuese una novelista de difícil encaje, podría decirse incluso que inclasificable, en la rígida compartimentación que suele hacerse, con escasas excepciones, de la novela española entre los años 50 y 80 del pasado siglo. Algo de lo que logró en parte zafarse la poesía, quizás porque se entendía que ésta, por su personalismo, se prestaba menos a la férrea clasificación en escuelas, movimientos, generaciones o estilos. No es, desde luego, el caso de la novela, campo en el que sólo un grupo reducido de autores (Cela, Delibes, Martín Santos, Sánchez Ferlosio ... ) consiguen escapar del afán unificador y clasificatorio de la crítica. También ausente del controvertido catálogo de ganadora de alguno de los premios literarios (nunca quiso presentarse a ninguno) que con más o menos acierto jalonan la historia de la novelística española de aquellos años y que concentran la atención de la crítica y los éxitos de ventas, Elena Soriano consigue, no obstante, con su primera obra Caza menor, publicada en 1951 y fuente de inspiración nunca reconocida de Ana y los lobos (película de Carlos Saura realizada veinte años más tarde) abrirse un hueco en la atención de la crítica dentro de un apartado que, por aquel entonces, comenzaba a despertar también el interés del público: la literatura femenina o, más propiamente, la literatura escrita por mujeres que aporta la sensibilidad de una mirada diferente sobre una realidad social y política sórdida y cerrada hasta entonces sólo contemplada por los hombres. En 1944 Carmen Laforet gana el premio Nadal con Nada, nov e la


22 bás ica para entender la España de la más inmedi ata posguerra. Podría decirse que es el pistoletazo de salida para que una generación de muj eres irrumpa en la literatura española y qui ebre la dominante hegemonía masc ulina. En la década de los cincuenta, cuatro escritoras, Elena Qui roga, Do lores Medio, Carmen Martín Gaite y Ana María Matute ganan el premi o Nada!. Y dos, Ana Ma ría Matute y Carmen Kurtz, el Planeta, que comienza su andadura en el 52. El fe nómeno de la arrollado ra presencia de las mujeres en la narrati va de la época tiene el curioso y chocante contrapunto de su cas i total ause ncia en el campo de la poesía. Si nos atenemos al ámbito de los prem ios, só lo María Elvira Lacac i con Humana voz consigue en 1956 inscrib ir su nombre co mo ganadora del más prestigioso de todos ellos, el Adonais. Pero la nómina de las ganadoras de los más conocidos prem ios de entonces, no agotan ni mucho menos el catá logo de nove li stas que merecen ocupar un puesto en la reciente historia de la narrat iva espaí'íola. Elena Soriano es una de ellas. Dotada de amplísima formació n literaria (nunca ocultó su pasión por Dostoievski, Ga ldós, Stendhal y por los clásicos griegos), con prosa firme y precisa, desprovista de todo barroquismo, aborda el eterno tema de las relaciones entre los sexos desde un prisma esencialmente femenino. La decadencia física y el desgaste que la madurez produce en las relaciones amorosas son el Leitmotiv de la trilogía que forman La playa de los locos, Espejismos y Medea. Las tres obras deberían haberse pub licado de manera prácticamente sim ultánea en 1955, cuatro afíos después de Caza meno,~ Desd ichadame nte La playa de los locos tropieza con un obstácu lo insalvab le que se interp uso en la obra y en la vida de tantos y tantos escritores españo les de la época: la censura franquista que prohib ió en su integridad su di stribuc ión. Para la autora fue un mazazo que no sólo mut il aba una obra conceb ida co mo una trilogía que, a pesar de los distintos personajes y situacio nes, ha de ser contemp lada y leída como tres piezas de un mi smo retablo sino que, más grave aún, supuso para Elena Soriano una fr ustrac ión personal que truncó su trayectoria como nove lista. Se rompe as í una continuidad que la publicación en 1984 de La playa de los locos, más de ve inte aí'íos después de ser escrita, no logra recobrar. Sí sirv ió, sin embargo, para que en 1986 se pub licara , al fin completa, la tr ilogía que llevaba el signifi cati vo título de Muje,.y homb,.e. A pesar de l tiempo transcu rri do y de la ampli ación casi hasta el infinito de la lista de autores/as españoles, reforzada por la cuasi masiva y benéfica presencia de lat inoameri canos, Elena So riano es reconocida por la crítica como una auto ra importante en la narrativa de po sg uerra. Al conocimiento de su obra contribuyó si n duda Testimonio materno, aparecida tamb ién en el 86 y en el que Elena


23 Soriano narra las dolorosas circunstancias y reflexiones como madre que rodearon la muerte de su hijo. Escrita desde las entrañas, sincera y estremecedora hasta el desgarro, trágica sin perder nunca su profunda y cercana humanidad, Testimonio materno alcanzó un enorme éxito de público. Éxito que sin duda contribuyó a la posterior publicación de sus cuentos, muy apreciables, y de sus ensayos, Literatura y vida, en los que Elena Soriano demuestra su profundo conocimiento de la literatura luego de toda una vida de infatigable lectora. El donjuanismo femenino, aparecido después de su muerte, es, dentro de este apartado, una muy singular y recurrente visión de sus obsesiones existenciales y literarias a través de las conflictivas relaciones entre hombre y mujer contempladas a través del mito de Don Juan. Pero resulta imposible recordar la obra y la figura de Elena Soriano sin mencionar El Urogallo, una revista literaria, fundada por ella, y única en el panorama de las revistas culturales en España. «El Urogallo es un ave rara de la fauna septentrional, que vive solitario y libre en algunos bosques umbrosos [ ... ] no vuela alto, ni luce plumaje de vistosos colores, ni su canto es pertinaz, brotado de su ser por amoroso celo [ . .. ] su canto es áspero y grave». Ninguna definición mejor que la descrita en todos los números de su corta pero fructífera etapa que abarca desde el año 70 al 76. Repasar hoy la colección de El Urogallo en su primera andadura, la dirigida por ella, produce auténtico estupor. No existe apenas un escritor contemporáneo importante en lengua española, incluidos del exilio, que esté ausente de sus páginas y siempre con piezas originales. Su concepto de la cultura es cosmopolita, lejos de cualquier tentación castiza o particularista. No hay exclusiones pero sí selección de autores que indica que la literatura no puede nunca hacer abstracciones del tiempo que le ha tocado vivir. Su defensa de la libertad es nítida y tan transparente que, como en aquellos tiempos era natural , muchos de sus textos no pasaron desapercibidos para la censura de modo que su breve existencia no estuvo exenta de sobresaltos. Ahí queda El Urogallo en las hemerotecas. Muestra de tiempos procelosos en los que algunas y algunos no se limitaron a sobrevivir. Intentaban y lograban alzar la cabeza e incluso cantar. Con sus nove las, con sus cuentos, con sus ensayos y con la literatura nunca como amparo sino como bandera de libertad. Y sin abdicar de sus principios. Con más interrogantes que respuestas. Y con la lucha de las mujeres por la igualdad en el frontispicio de su vida y de su obra. De todo ello, convertido en pasión amorosa, nos habla la vida y la obra de Elena Soriano, más que una escritora, una mujer a la altura de unos tiempos nada fáciles y difícilmente transitables sin coraje y sin ganas de hacerlos mejores.



Elena, la curiosa pertinente

Fernando Baeza

Fueron mucho s los aí'í os de mi ami stad co n Elena So ri ano. ¿Cuántos? Me pi erd o en la memori a. Qui zás desde fin ales de los cuarenta. Co mo fuere, con ell a y su marid o Juanj o, co mpartim os , mi mUJ er, María Te resa , y yo, muchas horas de grata co mpa ñía , de afic iones inte lect uales y afini dades ideo lóg icas . Eran tiempos cierta mente di fíc il es , cuan do la ami stad y el ente ndimi ento mutuo eran un seguro re fug io de l med io exte ri or inh ósp ito. Rec uerdo , en pa rticul ar, la prese ncia de Elena en la te rtul ia que mi madre mante n ía todos los do min gos en su casa de Ta mbre, 24. y do nde nu es tra esc ri to ra daba Illuestras tanto de sus muchos conocimi entos y ex perI encIa vita l co mo de un a in sa 196 0. Elena So ri ano tras la publi cac ión de ¡\IlIje r y lIombre c ia bl e c uri os idad


26 psicológica y sociológica. Solían concurrir a dichas reuniones muchos iberoamericanos de paso por Madrid, a quienes Elena sabía interrogar, siempre oportunamente, para mejor conocer el medio y lugar de procedencia. Porque Elena era, ante todo, una curiosa universal, una indagadora que registraba -a veces, inexorablemente- los menores matices de la personalidad ajena. Ello le permitía percibir aspectos del otro que para la mayoría pasaban inadvertidos. También he de mencionar la asidua relación que en la década de los cincuenta y comienzos de los sesenta mantuvimos el matrimonio Arnedo y el propio con los de Carlos de Santiago y Marcial Suárez, dos notables novelistas gallegos, amigos íntimos no obstante sus diferencias políticas, a quienes su irrevocable adhesión a la tierra natal aproximaba vitalmente. Mas, volviendo a Elena, ha de señalarse, ante todo, su incondicional entrega a la literatura. Ahí quedan sus novelas, sus críticas, sus ensayos y esa obra -sin paralelo en nuestros anales- que es Testimonio materno, en la que reveló una sinceridad sin límites, escrita desde un desgarramiento interior que atestigua un valor insólito. Hacia el final de su vida -nunca es demasiado tarde- empezaron a reconocérsele a Elena sus acumulados méritos, su aportación a nuestras letras, que es mucho mayor de la que suele considerarse en la crítica literaria con pretensiones canónicas. i y qué decir de su esfuerzo con esa revista que fue El urogallo, en la que durante cinco años colaboraron más de doscientos escritores espaí'íoles y extranjeros, con trabajos, algunos, capitales, incluida, claro está, su Defensa de la literatura! Ello me lleva a recordar las colaboraciones de Elena en la primera fase de Índice, que, con Ínsula y Destino, fueron durante varios lustros del franquismo las publicaciones de carácter literario más difundidas. Tratábase de una revista de periodicidad mensual, dirigida por el singular Juan Fernández Figueroa, injustamente relegado al olvido por su filiación falangista. Allí, en Índice, publicó Elena un ensayo memorable sobre la novela mexicana de aquellos días, por el que muchos se informaron del alcance que iba adquiriendo el llamado «boom latinoamericano». El homenaje que hoy se rinde a Elena Soriano con este póstuno número de El urogallo no hace sino corresponder debidamente a uno de los espíritus más avizores y generosos de nuestra literatura en la segunda mitad del siglo XX.


Texto de la carta enviada por C. José Cela

1993 . Co n Camil o José Ce la e n e l In stitut o Ce rva ntes de A lca lá de Hena res .

Hoy, ve intinueve de mayo de 200 1, cop io a mano y con no poco dolor la ca rta que escrib í hace doce aí'íos a mi llo rada y sie mpre recordada amiga Ele na Soriano, a la que tanto qui se y respeté y admi ré. Escrita a máqu i:la y en el mi smo papel qu e ahora, decía así:


28 Guadalajara, 15.x1.89 Sra. Doña Elena Soriano Maestro Ripoll, 24 28006 Madrid Querida Elena: Pasé por mi casa de Madrid, a donde no iba desde hace meses, y me encontré con tu sobrecogedor Testimonio materno, que lei de tres tirones y sin poder apartar la vista de sus páginas. ¡Cuánta amargura, cuánto talento y cuánto dolor se encierran en ellas! Y también, ¡cuánta elegancia!, la misma a la que ya nos tenias acostumbrados a quienes te conocemos, te admiramos y te queremos de antiguo. Perdona la tardanza en mi acuse de recibo, motivada por razones bien ajenas a mi voluntad. Unfuerte abrazo de tu compañero y viejo amigo.

R~AL

ACADEMIA

ESPAÑOLA

:z.


El testamento de Elena

Rafael Ca nte

Dejando aparte el horroroso contexto universal que nos rodea, este cambio de siglo y de milenio me ha atrapado personalmente hasta el punto de no haberme dejado hacer lo que debía en el momento que tenía que hacerlo . En lo que se refiere a la figura de Elena So riano, qu e hasta aquí me trae ahora, había fallecido hacía ya casi un lustro , y si durante su fructífera existencia no dejé de ocuparme de su obra, no lo hice tanto como hubi era querido , aunque sí en sus ma memos más puntuales, escribiendo en El urogallo de sde París, comentando después a mí regreso su excepcional Testimonio materno cuando apareció, o los cuentos de La vida pequeña, haci endo referencia a alguno de los vo lúm enes de Literatura y vida o escr ibi end o al final sobre su inesperado fallecimiento. Pero la publicación póstuma el año pasado de El donjuanismo femen ino me cog ió totalmente de sorpresa y bie n que el libro me interesase desde el principio (no soy ni «donjuanesco», ni «donjuanófilo», aunque sí ba sta nte «donjuanista» desde el punto de vista estético) no pude oc uparme de él entonces porqu e el torbe llino personal al que me vi so metid o aq uell os meses - una jubi lació n lega l y un cambio en el lu gar de publicaci ón de mi s trabajosme impidió hace rl o co mo debía. Sirvan por tanto estas líneas para compensar este vacío co n un improcedente retraso, que tampoco podrán servir nun ca de pago de un a deuda in agotable por siempre abierta, sino como sim ple «testimonio crítico», de un profesional al borde de la ext in ció n, que da as imi smo las gracias porque se le haya brindado al menos esta ocas ión de hacer lo. Nacer en un a linde de la provincia de Madrid, en 1917, siendo mujer, intentar estudiar y querer ser escritora no era una labor en principio demasiado fácil. Los nombres de prometedoras escrito ras que fueron engrosando uno tras otro los correspondientes olv idos en aquellos duros tiempos, siempre de antemano interrumpidos por una guerra


30 civil para ellas más cruel que para el común de los mortales, podrían acumularse, pese a sus dotes artísticas en muchos casos excepcionales. Aún recordamos a Carmen Laforet, dada la singularidad de su aparición pública, pero ¿qué fue de gente tan consolidada como Elisabeth Mulder, Paulina Crusat, Mercedes Formica, María Alfaro, o antiguas republicanas como Dolores Medio o Consuelo Berges, da igual que formaran parte de las huestes vencedoras que de las vencidas? Las mujeres lo tuvieron peor, en todo caso, pues en muchas de ellas su sexo las marcó en sus crueles destinos . Ana María Matute ha sobrevivido refugiándose al final en los cuentos de hadas, pero Carmen Laforet no llegó a soportarlo y eligió el silencio más implacable, y estoy hablando de las más destacadas, y no de las más jóvenes, que ahora compiten entre ellas, sin saber -con las excepciones de las que se han ido, como Montserrat Roig o Carmen Martín Gaite- que la juventud tiene plazo de caducidad y no garantiza nada. Elena Soriano nunca cedió a la tentación y, a pesar de los ataques que le perpetraba la vida, siguió erre que erre buscando los surcos de la literatura sin parar, pues aquella fue su vida para atravesar limpiamente las trampas del destino, aunque se fuera dejando demasiados pelos en la gatera. Y a su través lo hizo dando siempre el testimonio de su mayor constante vital, la de su irremediable condición femenina . Elena Soriano nunca llegó a ser una feminista programática, aunque el feminismo -la condición de la mujer- la inspiraría de principio a fin, desde su inicial Caza menor (1951) -la mujer como presa del contexto hosti l y rural que anunciaba la peor de las guerras- hasta este ensayo póstumo de El donjuanismo f emenino, que es a la vez otro testimonio y otra búsqueda tan intelectual como vital , no se olvide . La trilogía Mujer y hombre (1955), cuyo primer volumen -La play a de los locos- tan incomprensible como trág icamente tropezaría con la absurda y disparatada censura del primer franquismo, también constituyó un triple testimonio y análisis de otros tantos casos de la relación entre la mujer y su enfrentamiento con los hombres. Espejismo y Medea 55 (el número situaba cronológicamente la acción de la novela , aunque Elena Soriano lo suprimiría después, sin razón s ufici ente en mi opinión , pues era un dato importante y lo es todavía más hoy para situar en su debido contexto histórico la novela y el mome nto de su escritura, que así explica mejor su texto) completaban es ta tripl e incursión , que el tropiezo de su primer volumen interrumpiría g rav emente , pues fue así el primer y único caso en el que una o bra se rí a prohibida por su primer tercio nada más, qué absurdo tan irreal , qu e exacerba ese sentimiento de irrealidad que hoy rodea las


31 evocac iones de aqu e ll as épocas que desgrac iadam e nte sólo nos pare cen ficc iones e n nuestros días e n apa ri e ncia fe lices . ¿Ficc io nes ? No se las deseo n i a m is peo res e ne mi gos, quizá me decid a algun a vez a te nerl o s, a ve r s i me conmueve n de un a vez de ve rd ad ta nto co mo me estremece n sus ol v idos. Es ig ual , p ues la g ran c rítica uni ve rs itaria ya ha reiv indi cado aqu ella tr il og ía s ituándol a ad emás co mo tres suc esos de l co m bate de la «m ujer» co ntra e l « hombre» e n un ti emp o de ta nta m ise ri a co m o la España de los c inc ue nta, lo qu e s in d ud a fue un duro go lpe pa ra aq uell a j ove n maes tra (no ejercía) q ue no p ud o te rmin ar una ca rrera de letras bri li a nte me nte ini c iada, y se v io rechazad a e n un co nc urso po rque su esposo ha bía estado e n la cárce l po r m oti vos po lít icos , y q ue tan espectac ul a rm e nte hab ía co me nzado su ca rrera de novel ista cuatro a ños antes co n Caza menor ( 195 1), un a narrac ió n e ntre c lás ica y dosto ievsk ia na, mu y bi e n rec ib ida po r la críti ca y el p úbl ico . A hora mi smo se nos aparece todav ía co m o un ca nto pac ifista y ecolog ista , un estu d io del «cainism o» nacio nal q ue al fi nal desem bocaba e n una g uerra innombrada que podía ser la nuest ra civil , y que ya iba se ntando desde ento nces las bases para su fe m inismo posterior. Y res ul ta c ur ioso observa r que e n aqu e llos mismos aílos publ icaba ya dos exte nsos trabajos en la rev ista Índice so bre e l «donjuan is mo» femen ino, te ma que, con a lt ibajos, le preocupó si e mpre, como se puede rastrea r e n su bibl iog rafí a . Pero s i e l c hoq ue m ora l qu e le provocó s u pri me r tropiezo con la censura la retraj o de las tareas creativas, la e m p ujó como una especie de sucedáneo nece sario -dado su a mor por la literatura- hacia el ensayo y la crít ica, pu es por a lg ún lado tenían que explotar sus conti nuas lecturas. E lena Soriano escr ibió bastante en la prensa y en revis tas es pecial izadas, y aunque en bue na medida este trabajo haya sido recog ido en los tres vol úmenes de Literatura y vida, esta dedicación al e nsayo y las ch a rl as o confere nc ias la e m p ujó hac ia 1969, en los últi m os afi os de l franqu ismo, a la creac ió n de una de s us obras más im porta ntes, la fund aci ó n y direcc ió n de la revista El urogallo (en su primera y or ig inaria época, pues a ba nd o nó la tarea seis afios después, por una se ri e de c irc un sta ncias pe rso nales q ue luego co ntaría en su Testimonio materno) con la colaboración de a lgunos de sus familiares y a m igos de la época, co m o e l eco no mi sta Miguel Boyer, que entonces era u n j oven social ista casado co n su hija mayor Elena Arnedo (l uego dejaría de se r ambas cosas); e l escritor Manuel Andújar, recién desembarcado de su exilio mexicano, ju nto a un joven discípulo allí nac ido y q ue vo lvía a la tierra de sus padres para encontrar sus verda-


32 deras raíces ; Eduardo Naval , que luego destacaría como ed itor, librero y traductor; dibujándose al fondo siempre la ayuda fundamental de su esposo, el empresario Juan José Arnedo, también militante socialista de siempre. Ella lo hizo todo, organizó la revista, la dirigió, buscó sus colaboradores, peleó con las imprentas y se enfrentó a una ce nsura mucho s más lánguida y vergonzante que la que había destrozado un cuarto de siglo antes su citada trilogía Mujer y hombre. Grandes nombres del exilio aquí pudieron volver a publicar en su patria, como otras grandes firmas extranjeras desde sus páginas difundieron entre nosotros las doctrinas ex iste ncialistas y estructuralistas y en e ll as se reflejaron los gra nd es debates intern os de las letras espa¡'íolas de aq ue ll os aí'íos: la situación de la crítica, la validez de la literatura real ista y compro metida, la irrupci ón de las va ng uardias , y as í suces ivame nte. Sólo ojear la lista de sus colaboradores impresiona, sobre todo si se piensa en la época en que lo co nsiguió: a llí aparecen las gra ndes figuras del interior, como A leixa ndre, Ce la, Bousoño, Gerardo Diego, Gloria Fuertes , los catalanes Espr iu , Pere Quart y e l jove n Gimferrer, José Hierro, los ga ll egos C unqu e iro y Ce lso Em ili o Fe rreiro, una Lafo ret al borde de la desaparición creativa, A na María Matute o Juan Marsé , hasta un reciente Juan Benet -que a llí publicó la sorpresa de algún poema- B Ias de Otero, Gab ri e l Ce laya , el experime nta l Julián Ríos, Tierno Ga lvá n o Fra nc isco Umbra l; o del exi lio , co mo A lbert i, Max Aub, Francisco Ayala, e l citado And újar, Serrano Poncela, Rosa Chacel , Sender, Va lente; hasta los hi spa noa mericanos Octavio Paz, Ju li o Cortázar, Lezama Lima o Severo Sardu y, s in contar con las firmas extranjeras: Roland Barthes, Louis A ragon, Fra nc is Ponge, Prévert, Sollers, Sa int-John Perse, Micha ux y tantos otros. Y en esas mismas páginas publicaría Elena Sor iano como por entregas los doce primeros capítu los del «ensayo interminable» -q ue natura l y desdichadamente no pudo term in ar- de un o de sus mejores libros, in acabado cuando la rev ista interrumpió su publicación , Defensa de la literatura, ya incluido en e l tercer vol um en de la serie citada de Literatura y vida. ¿No sería en realidad nuestra escritora una a uténtica foll etinista del ensayo?, y lo digo como un e logio, pues buena falta nos harían algunos ensayistas de ese tipo (de los que hoy só lo conozco un o de verd ad, Fernando Savater, que también a llí co laboró, por cierto, y que nos hace vivir y querer vivir con la debida dignidad ha sta aho ra mi smo). En fin , esta revista merecería una reed ic ión facsímil , pu es re fl ej a co mo nin g un a otra y con un a pasmosa exactitud la situac ión de aqu e ll a etapa de las letras españo las, justo cuando la mu erte


33 de Franco iba a desencadenar el cambio de todo , nuestra propia transición, tan cuidadosa que no nos permitía creer en ella demasiad o, pero que se fue consolidando y determinó toda nuestra hi sto ria posterior del último cuarto del siglo xx. Y también los lectores merece rí amos los correspondientes estudios y análisis de sus asombrosos co ntenidos, que todavía nos reflejan y nos explicarían en buena medid a lo que he mos llegado a ser hasta ahora mismo , lo que somos ho y y nu estras limitaciones. Pero las dificultades económicas, según se dice en el último núm ero, e l 35-36, correspondiente al último trimestre de 1975 -e l de la muerte de Franco, por cierto, que aquí no se pudo reflejar- terminaro n co n la revista, aunque aquella explicación no lo decía todo, pues ocu ltaba algo que asimismo contribuyó a su desaparición: el cansancio de su directora, sometida por entonces al mayor drama de su vid a, a su auténtica tragedia, provocada por la enfermedad y mu erte, a causa de la drogadicción , de su hijo menor, Juan José , qu e durante los últimos afias acapa ró toda su atención hasta consumirla casi en la misma llama de la tragedia . Fue la muerte de su hijo, por sobredosis , tras un a larga agonía de tratamientos tan largos y dramáticos como al final esté riles , con un final que para ella, sin que así se dictaminase nunca, no dejó nunca de ser un auténtico suicidio, lo que la mo no polizó cas i por entero. Desaparec idos su hijo y El urogallo, su incontenible espíritu creador la empujó a someterse a la larga ascesis de la preparación, documentación y escritura de lo que sería uno de los testim oni os más estremecedores de nuestra literatura actual, y un o de los libros más valiosos sobre los más graves problemas a los que se enfre ntó - ye n buena medida se sigue enfrentand o todavía- la juve ntud contemporánea, Testimonio materno, su libro más célebre, e l más ve ndido y difundido de todos, su mayor éxito de librería, cuya elaborac ión , minuciosa y apasionada, la ocupó durante di ez años de su existe ncia . En resumidas cuentas, y aunque E lena Soriano declarase que Testimonio materno había sido escrito «sin ambiciones literar ias», lo cierto es qu e la hermosura , precisión y pasi ón que colocó en su escri tura «so n» también literatura, aunque vayan mucho más a ll á, y no pod ía se r de otra man era dado su talante personal. Es una obra «de creación» aunque no fuera «de ficción» de l todo, de la misma man era que es un relato, un do cu mento, una investigación - pues también tiene algo de ensayo, sobre el mundo de las drogas y sus justificaciones teóricas, las pretendidas teorías más o menos «orientalistas», que todavía algunos s iguen preconizando , pues los falsos mercados siguen


34 dando dinero- sobre sus patologías médicas y sus tratamientos psiquiátricos, un libro que revela, ayuda, manifiesta y constituye un documento literario de primera magnitud. Y que a la vez se convierte en un escalón más de sus testimonios sobre la condición femenina, pues la maternidad es también una de sus etapas culminantes. ¿O es que reduciremos el ámbito de lo femenino a las imágenes de lesbianas, transexuales, separadas o antiguas feministas rebeldes y marginales? Precisamente por ello -pienso- se acercó al final a su antiguo y querido tema del «donjuanismo femenino», para explicárselo y para explicarlo a sus compañeras y a las mujeres en general, para negarlo en cierto modo , pero para afirmar la necesidad de reflexionar sobre él en el contexto de las difíciles relaciones que hoy siguen rigiendo a los dos -o más, quién sabe- sexos. El mito de «do n Juan» sigue existiendo, aunque en buena medida siga vigente porque son las mujeres quienes lo mantienen en vida, aunque sea ya en franca decadencia. Es el mito más joven y moderno de toda la historia, un mito en cierto modo barroco, cristiano (por surgido en el contexto del cristianismo de la Contrarreforma) y es al final un mito « negativo » y perturbador. Por eso, a diferencia de lo que pensaba Elena, yo prefiero el Don Juan de Moliere al de Zorrilla, que me parece más <<nacionalizado» y autorreducido, más zarzuelero y menos «do njuanesco » en resumidas cuentas, prefiero al Don Juan rebelde y heterodoxo , intelectualizado, blasfemo y libertino (que para mí es su única justificación) que al Don Juan arrepentido y salvado en brazos de la mujer de la que se ha enamorado , esto es, con la que ha dejado de ser el Don Juan que era. Desde Tirso a Moliere, de Bergamín a Ridruejo, desde el de Da Ponte y Mozart hasta el de Torrente Ballester, que es un transgresor más, pues no estoy solo en estas posiciones. y si Don Juan es un mito negativo , sólo nos puede servir de negación del hombre verdadero , y de la misma manera, su reflejo, el de una hipotética «doí'ía Juana», no podrá nunca erigirse en un mito positivo, no es más que su «copia», no su negación , no puede representar jamás el mito de la libertad y la independencia femenina, es también un mito que niega a la mujer, como el de Don Juan ni ega al hombre verdadero. Por eso no es de extrañar que todas las representaciones actuales del «donjuanismo femenino» hayan sido una serie de grandes fracasos artísticos y literarios. Pues sus principales representantes, aparte de las caricaturas propuestas por esas curiosidades de doña Blanca de los Ríos o don Jacinto Octavio Picón -que no sin ironía nos propone E lena Soriano- sólo desembocan en lamentables historias seudomodernistas o tímidos intentos erót icos sin demasiado inte-


35 rés. O en traged ias como Historia de 0, que describe la cumbre de la esclav itud, o la Ju li eta de Sade, que sólo triunfa en medio de l horror, lo que a Elena Soriano tampoco le gustaba nada. Son maneras terribles de «desfem ineizarse» al final, que es el peligro universal del «donj uan ismo femen ino», como la figura de I tí pico «don Juan » deshumaniza al hombre al final, cuando no lo ridiculiza, como sucede en la actualidad con los «donjuanes» de las playas. Pero , por el contrario , sus exc ursiones en torno a los mitos femeninos de la historia, la antropología, el arte y las mitologías tanto religiosas como filosófica s y literarias no dejan de ser fascinantes y enriquecedoras. El hombre y la mujer siguen hoy tan enfrentados como el primer día, la libertad sexua l fue una ilusión que duró como el merengue en la puerta de la escue la, desde la invención de la píldora hasta la aparición del sida , desde 1960 hasta 1980 aproximadamente, habrá que seguir estudiando con detenimiento y cuidado, sin dejarse engaí'lar con antiutopías empobrecedoras , y ésta es la lección que con su serena limpieza , su sab iduría expresiva, su elegancia de siempre y su enorme cultura, nos legó Ele na Soriano en su último testamento.

ELENA SORIANO

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El exilio interior de Elena Soriano

Gregario Gallego

Evocar a Elena Soriano es recordar a una gran persona en el trato social y literari o, una mujer sensible, discreta, muy femenina, pero fuerte de carácter, ag udam ente racionalista y con la intuición literar ia en su mirada y en su comportamiento atento y absorbente. Ell a misma dice que a los cinco aÍ10S la imaginación se le desbocaba en la fanta sía, preludiando así su destino de escritora, escr ib ía a los diez con ingenio, y durante toda su vida la literatura marcó el ritmo de sus años y fue el refugio de sus frustraciones, cuando, tras la derrota republicana, co noc ió los años difíciles de la posguerra, o fue profundamente herida como madre porq ue su hijo Juanj o fue destruido por las drogas y las corr ientes escapistas generadas por el franquismo a falta de otras libertades. No queremos entrar en la vida de la muj er. Nos importan más sus inquietudes de escritora, y co n ello queremos rendir homenaje a Elena So riano, que afirmaba que la biografía del esc ritor es su bibliografía. N i a ella ni a mí nos importa si el escritor es guapo o feo, alto o bajo, si le gustan las mujeres o los hombres o anda suelto en extravaganc ias y pintoresquismos para llamar la atención y darse pisto ante los manipuladores de la cultura, la política y los seÍ10res del poder qu e conceden prebendas y ayudan en la fama . Las biografías de estos escritores, con absoluta independencia de sus valores, suelen ser nove las para alimentar la chismografía. Ate niéndonos a su bibliografía, Elena Soriano sufrió muchas frus traciones en su vida, pero la más persistente y duradera, por ser la más viscera l, fue la que le afectó como escritora. Publicó su prim era novela, Caza menor, en 1951 , y fue muy bien acogida por la crítica y el público literario , que no era mucho en aquella Es paña cerrada. Pero en su segunda novela, La playa de los lo cos, la censura, ya alertada de quién era Elena Soriano, le puso el veto y prohibió su publicación. En


38 el largo prólogo con que apareció en los años de la democracia, la escritora manifiesta que, aunque consiguió sacar algunos ejemplares de la edición prohibida, la novela es «prácticamente» desconocida por la inmensa mayoría del público lector. Pertenece, como otras muchas de las letras españolas, al exilio interior de la era franquista, tal vez aú n más penoso que el exterior, aunque menos reivindicado por razones inexplicables. Y añade, como justificación por la edición tardía de la obra degollada por la censura franquista, «si volviera a escribirla, vo lver ía a tratar los mismos temas, porque pienso que la fe ciega en el futuro, el goce sensual de la naturaleza, el imperio de los sentidos, la lucha entre el instinto y la razón, la egolatría juvenil, la aspiración al abso luto , el tabú de la virginidad femenina, la educación racionalista, la revelación de la sexualidad, la resistencia de todo ser humano a la entrega incondicional, la herida del tiempo, los desastres de la guerra, la nostalgia del paraíso perdido, la desesperada renuncia a lo imposible, y otras muchas cosas mejor o peor planteadas en este libro, siguen teniendo vigencia en la condición humana actual». En este resumen vital de Elena Soriano podemos encontrar la clave de su parcela literaria y fabuladora. Y también en ella marca la frontera entre los valores propios de una mente abierta, formada en el humanismo y la tolerancia, y los valores rancios y contrarios a la libertad que impuso el franquismo, afincado en el tradicionalismo integrista y la cultura del sometimiento a los grandes poderes que lo alimentaban. No fue Elena dócil ni sumisa a las corrientes inquisitoriales y dogmáticas. En sus pequeños ensayos y comentarios literarios , nuestra autora arremete, con desparpajo, contra los aduaneros y críticos serviles que lastran la literatura y, más que guías orientativos para el lector, le confunden intencionadamente con sus pedantes definiciones. Como escritora independiente, ajena a los intereses de escuela, secta o partidismo servil, tanto de izquierda como de derecha, siente repugnancia por los contubernios que operan en los medios de difusión . Rotundamente afirma que no cree que exista una crítica responsable , y escribe : «en estos pagos, predominan los críticos ignaros , papanatescos, domesticados o comprometidos», bien sectariamente, comercialmente o amistosamente; y ellos son los que falsifican nuestra historia literaria actual, con enormes responsabilidades ante la historia. Elena respira dolorida, con razón, contra los intereses editoriales que convierten el libro en un producto comercial, con su enorme capacidad public itaria, y a los críticos los ponen al servicio de sus intereses, con lo cual la verdadera literatura es arrinconada.


39 La amplitud del pensamiento de Elena Soriano se corresponde con la pluralidad de corrientes literarias y artísticas que forman el entramado de la cultura universal. Tiene ideas, pero éstas son tan respetuosas que no chocan con ninguna corriente verdaderamente progresista . Considera que la ideología político-económica socialista informa la cultura contemporánea, y proclama su pretensión de cambiar el mundo y dotarlo de mecanismos sociales que reduzcan sus injusticias. Ella se siente más o menos influida por esta corriente en su versión democrática. Por supuesto , conocía el marxismo y no ignoraba su versión leninista, con el inmenso poder difusor del socialismo real de la Unión Soviética. Con respecto al socialismo, Elena Soriano afirma lo siguiente: «Co n mayores o menores resistencias, adhesiones más o menos hipócritas , interpretaciones ambiguas y métodos más o menos certeros, hay que reconocer que el ecumenismo socialista es la .i deología característica de nuestro tiempo, incluso cuando se llama neocristianismo o neohumanismo» . Pero con todo , sabe que el socialismo posibilista no es el final de la utopía, y que ésta va a seguir calentando la imaginación hasta que los terrícolas desaparezcamos de la faz del universo. Por eso escribe: «Está demostrado históricamente que ninguna ideología es absolutamente verdadera -creerla tal es una típica forma de idealismo- y que todas, aunque predominen algún tiempo, están condenadas irremisiblemente a revisión parcial o total » . Literariamente Elena Soriano cultiva el realismo sin añadidos ni ad itamentos. Considera que el auténtico escritor no puede prescindir del mundo que le rodea para crear o recrear su mundo propio. Comentando la teoría del crítico literario francés Roland Barthes que dice: « la procedencia del material temático es irrelevante , porque la imaginación del escritor consiste en su forma de escribir, no en sus fue ntes», Elena Soriano le replica: «creo errónea tal opinión, ya que fo ndo y forma son indisolubles , pues el escritor sólo dispone del lenguaje como materia, como instrumento y como forma: por eso se ll ama estilo, que es, a la vez, continente y contenido». La obra literaria de Elena Soriano no es muy extensa, pero sí muy significativa por haber sido escrita en el exilio interior del franquismo, sometida a toda clase de presiones y malas intenciones. Escribió cuatro novelas, algunos relatos y medio centenar de pequeí'íos ensayos y artículos literarios que la crítica tendenciosa asfixió en el vacío. La aparición en 1969 de la revista literaria El urogallo , dirigida y financiada por ella, fue su gran aportación a la renovación de la literatura y una llamada inteligente a los escritores que fluctuaban faltos de rumbo en las postrimerías de la dictadura. El lema de la revista es


40 explícito y refleja el espíritu independiente de Elena Soriano: «El urogallo literario sólo canta por celo intelectuai». Su último libro publicado, Testimonio materno, que ella define como la biografía de su hijo Juanjo, víctima de las drogas y de los flu jos miméticos que nos llegaban de la estragada sociedad norteamericana, es un documento estremecedor. Elena Soriano fue una mujer polifacética, brillante conferenciante y animadora de tertulias literarias y actividades sociales, y entusiasta defensora de la igualdad de los sexos. Nada de lo que nos hería y humillaba a los espaí'íoles derrotados por el franqu ismo le fue ajeno. Con ella mantuve buena amistad en la Asociación Colegial de Escritores, como miembros de lajunta directiva, y entregados a la tarea de unir a los escritores como profesionales y trabajadores de las letras en una organización que nos permitiera reivindicar nuestros derechos frente a los editores y las administraciones públicas. Elena murió en el empeño de sacar a los escritores de sus torres de marfil y enfrentarlos con la realidad social. ¿Lo consiguió ... ? La pregunta sigue en el aire.

Co n los escritores Ra món lrigoyen , Gregor io Ga ll ego y A nd rés So re l.


Elena Soriano o la pasión de escribir

Dionisia García

Los ruidos de la calle llegan amortiguados y el silencio de la casa invita al sosiego . Sentada en un sillón del hall me dispuse a esperar. Fre nte a mí el hermoso cordobán tantas veces contemplado. Entrete ngo la mirada en la armonía de colores, en el trazado de los dib ujos, capaces de acaparar la atención. Un pensamiento vago deja pasar el tiempo, sin que pueda desentend erme del laberinto de hojas repujadas. Sin percibirlo ape nas, la memor ia da paso a los recuerdos, mis recuerdos con Elena Soriano. Co nocí a la escr itora en su juventud , poco después de haber oído a mi padre comentarios elog iosos, referidos al talento de quien pasaba a ser un mi embro de la familia por su matrimonio con Juan José Arnedo. Al presentarse Elena, por primera vez, ante mi s ojos ado lescentes , ya co ntaba con una referencia que añad iría a aque l rostro de indudable belleza . Éste fue el punto inicial de mi adm iración por la persona, ad miración acrecentada posteriormente al aparecer su nov ela Ca::a menor, y advertir en el relato la atmósfera de un mundo que no desco nocía , o que habría podido imaginar. Transcurrieron aíios hasta coincid ir de nuevo con la autora. A partir de entonces, la cercanía geográfica propició los encuentros, y eran frecuentes nuestras conversaciones. Hablábamos de sus libros, por iniciativa mía. En una ocasión qui se decir de su alto conocimiento del lenguaj e, de sus dotes de narradora sin concesiones, manifiestos desde los comienzos. La escritora sonreía incrédula. Unos afios antes de su desaparici ón, fuero n tema sus novelas de plenitud, la tri logía Mujer y Hombre. Aludí al «no ve nal » de La playa de los locos. A pesar de ocurrir el incidente tiempo atrás de nuestro co mentario, Elena se ensombreci ó. ante el recuerdo y sufrimiento de aquella ventana cerrada por la censura de la época. A Elena Soriano le gustaba hablar de literatura, no de sí mi sma en el la. Como lectora de su obra, y tras la aparición de Vida y !iteratllra,


42 opiné sobre el rigor y la honestidad intelectual de sus escritos, en un género tan difícil como el ensayo. Resaltaba varios textos, entre ellos, Defensa de la literatura. Al hilo de estos recuerdos, pienso en el carácter abarcador de la obra de Elena Soriano, en su condición de pensadora, no sólo comprometida con su tiempo, sino que su mirada . también trataba de situarse en el venidero. Sus ideas antropológicas, sociales, políticas y literarias , indagan en el" acontecer histórico, y auguran situaciones cuya realidad comienza a evidenciarse. La escritora se recogía en su trabajo. Su espíritu crítico la llevaba a sonreír ante las «g loriolas». En cuanto a la posteridad se mostraba escéptica e indiferente. Solía manifestarlo con ironía, inherente a su carácter, condición favorable para aliviar el lado fatalista y ensombrecido con el que, como todo ser humano , habría de convivir. No por ello dejaba Elena de disfrutar los momentos luminosos. A pesar de su pasión por la literatura, los afectos, sus mundos más cercanos, ocupaban lugar preferente ante el desafío de tener que decidir (en esas situaciones donde vida y literatura no se confunden). Aparte de los lazos familiares, compartíamos afinidades que fueron motivando una sólida amistad. Elena era respetuosa con las actitudes de los otros, yo procuraba estar a su altura. No recuerdo, en tantos afios, algo que pudiera empañar nuestra relación. Comentaba con ella mis proyectos de escritura y, en más de una ocasión, quise sus opiniones sobre textos en prosa antes de ser publicados. Mi último libro de relatos, aparecido en 1997, está dedicado a Elena, junto a Juan José, mis dos «am igos primos». El libro iba a ser prologado por la escritora . El esbozo del texto quedó en uno de sus cuadernos. Continuaba la espera en la amplia estancia. Un tanto inquieta, me puse en pie, movimiento que provocó el salto de la gata siamesa, para huir después (sabía por el dueí'io de la casa de la existencia del animal y su aprecio por él). Desde donde estaba, percibí el rastro de la vida que fue y ahora guardan los objetos. Inicié un lento recorrido, por las dependencias que partían del hall, para ver fotografías y bellos cuadros. Los pasos sobre el entarimado se dejaban notar, más al subir la escalera que conducía al piso superior, donde se encontraba la biblioteca, el lugar donde E lena escribía. De nuevo el recuerdo de sus palabras: «para escribir necesito orden y tranquilidad ». Con frecuencia se quejaba de las interrupciones. Mantenía esa lucha que toda mujer que escribe ha de sobrellevar (incluso en el momento actual). Nuestra autora sí contaba con «cuarto propio», pero no con la libertad que el creador precisa. El espacio donde había sufrido desalientos, y disfrutado alegrías, aparecía como un lugar ensombrecido por la ausencia.


43 Sobre la mesa de trabajo ya no estaban los cuadernos que Elena solía usar, ni los utensilios de escritura. Sí advertí en la biblioteca ejemplares de la revista El urogallo, la dedicación de la escritora durante años, para bien de la literatura. La revista fue considerada, dentro y fuera de nuestras fronteras, como una de las mejores publicaciones en su género , quizá no superada, dado el carácter personalísimo que Elena Soriano supo darle con su impulso . Descubrí en la poblada biblioteca autores citados por la escritora, entre ellos Dostoievski , Faulkner, De Beauvoir, Stendhal... Aparte de sus preferencias , Elena era varia en las lecturas, y poseía amplio conocimiento de las épocas . Reivindicó la literatura escrita por mujeres, y los derechos de la mujer misma, no desde la militancia en el feminismo, que hubiera sido una limitación , sino desde el conocimiento de los temas , situaciones y personas. En otra de las estanterías , encontré primeras y segundas edic iones de los libros de la autora. En mis manos la primera de Testimonio materno , título que supe antes de aparecer el libro. «Son do s palabras que responden a cuanto quiero expresar», decía la autora. A nte su espera interrogante (o quizá a mí me pareció que lo era) , sugerí otro título menos apegado al texto, cuyas palabras fa vorecieran más el contenido. Ahora considero que no hay título más atinado para e l libro donde, a través de la experiencia como madre, y desd e la integridad intelectual que la caracterizaba , la escritora nos da a conocer, co n gran impulso vital y hondura, no sólo la visión de una época con proyecciones de futuro , sino un modo de entender el mundo y las relac iones humanas. Con el libro en las manos llegué hasta el escritorio. Me detu ve en la fotografía de la cubierta, en la expresión de la mirada del muchacho que conocí en su nií'íez, mientras Elena contaba sucesos asombroso s de aquella personita. Más tarde hubo coincidencias, encuentros familiares; sin embargo , en mi mente ha quedado marcada la image n de Juan José Arnedo Soriano en su primera edad . Busqué El donjuanismo femenino. Al aludir a é l en las co nve rsacio nes con E lena , solía preguntar por «e l libro perezo so». «La pe rezosa so y yo», respondía. Llegaban murmullos de la parte baja de la casa . A l in stante me ll amaron. Había finalizado la espera. Antes de ir hac ia la salid a, qui se guardar la atmósfera de aquel cuarto con los anaqu e les rep letos de libros . Me disp oní a a cerrar la pu erta, y recordé la res puesta de Marg uerite Yourcenar (a l preg untar le s i daba por cerrada un a obra): «nun ca cierro nad a, ni siquiera mi puerta». Dej é caer la mano, y mis pasos se des lizaron lentos por la esca lera.



Para Elena Soriano, Recordándola, recordando

Angelina Gatell

El tiempo aquel, la oscuridad aquella siempre en mi voz. Igual que ayer solía nombrar la herida, nombro hoy la huella que nos dejó la noche inmensa y fría. Pero incluso en la noche y sus desiertos -lo sé, lo vi- también la hierba crece; la amistad y el amor se hacen más ciertos; sube la vida, insiste, prevalece. Tú sabes que sufrí. Sé que suji-iste. Mo neda fue el dolOl~ moneda pura para pagar un sueño bello y triste. Ahora tú, lejana ya, segura. Yo terca en mi cantm: Y no me asiste otra razón que aquella desventura.


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José Luis Hida lgo. Retrato de E. S. Ó leo, 1945


Palabra de mujer

Antonio Gómez Rufo

Cuando se presta al juego del escondite, a la tragedia le gusta esconderse entre las tablas de una falda. Por el contrario, si un hombre tiene la desventura de que le toque, de las que suman drama a drama las cuentas de una vida, la historia hace con su recuerdo una efigie y con dinero público un pedestal, para que quede memoria de él. Pero quizá porque las mujeres tienen más pudor, o la historia más facilidad para asociar la idea de mujer con la de tragedia, ni eleva monumentos a la madre, ni estatuas a la artista, ni una escultura a Elena Soriano. Que sufra una mujer es natural , parece decir. Como natural es, desde la perspectiva judeocristiana, considerar la vida un valle de lágrimas. Elena Soriano sufrió tres veces: como mujer, como madre y como escr itora. No permitiéndole acabar sus estudios de Filosofía y Letras , por «desafecta al régimen»; prohibiéndole la censura publicar su primera novela, La playa de los locos ; y privándole la muerte de la compaí'íía de su hijo Juan José, a quien tan hondam ente amaba. Vivió, pues, en tres dramas, como los tres actos de la obra de su vida. Puede que otras mujeres sufrieran antes de modo similar y que otras muchas lo sigan haciendo ; pero en su caso no fue la natural eza quien propuso el drama sino algo mucho más humano , mucho más culpable. El cuarto drama, qu e sus amigos no consentiremos, es el olv id o. Un creador no precisa llenar el vaso de la vanidad en vida (aunque tod os prefira mos asistir a los homenaj es que nos brindan , como dijo FernánGó mez), pero más cierto aún es que nadie merece el olvido cua nd o su obra ha sido honesta, digna y de calidad: tres aspectos que se aúnan en la trayectoria profesional de Elena Soriano. Viv ió en el drama y fue condenada al silenci o, pero siempre tuv o la palabra. A veces no parecía palabra de mujer (siempre se ha dicho qu e López Sancho llegó a escribir que no la incluyeron en la Gcneración de mujeres del 50 porque escribía como un hombre) , pero si su voz podía


48 ser interpretada como mascul ina era por ser firme, si varonil por ser tajante y si de hombre por ser de honor, en unos tiempos en que las mujeres no eran quiénes para tener firmeza, palabra y honor. La terquedad no admite excusas, ni la fuerza rompe ilusiones. Elena supo enfrentarse al ostracismo fundando la revista El urogallo, para que ninguna voz quedase, como la suya, si lenciada: en todo caso ronca , de tanto usarla para defender la literatura y el compromiso del intelectual frente a la sociedad que lo asfixia . La constancia de castellana y la furia de andaluza fueron las características que marcaron la forja de su vida y, aunque acumuló derrotas, nunca perdió la esperanza. Cuando Carlos Saura tomó buena parte de su novela Caza menor para dirigir la película Ana y los lobos, aun contando con la razón de la SGAE, a Elena no le fue permitido ir más allá , en busca de sus derechos atropellados: tiempos difíciles en los que ser mujer era una tara y creer en la igualdad , en la dignidad y en la libertad una osadía imperdonable. Una mujer podía esconder la tragedia entre las tablas de su falda o encerrarse en casa. Elena Soriano no hizo ni una cosa ni la otra: se empeñó en sobrevivir. Demasiado delito. Mucho se ha debatido entre los expertos literarios sobre la ide ntificac ió n de la voz narrativa. Incluso se han cruzado apuestas y ce lebrado concursos para ver si era posib le descubrir en un texto , en una novela, si había sido escrito por un hombre o por una mujer. Son debates estériles , creo yo , porque la conclus ión puede depender de mil factores, en ocasiones imprevisib les o indefinibles. A veces yo mismo he intentado jugar, ante una narración anónima, a descubrir el sexo de su autor. Y he de confesar, sin mérito alguno, que han sido muy pocas las veces en que me he confundido. Tal vez por eso me desconciertan algunas opiniones , co mo la anteriormente citada de Lorenzo López Sanc ho, y me irrita la decisión «política» de que no se incluyera a Elena Soriano entre los más destacados miembros de su generación literaria. Porque la voz de Elena, incluso en su firmeza , su severidad y su honor, es claramente femenina. No hay sino darse un paseo por la lectura de La playa de los locos para encontrarse de lleno con esa sens ibilidad literaria y esa construcción narrativa que sólo es posible enco ntrar entre las grandes escritoras. No mira a un tendero igual un hombre que una mujer, ni mira a los ojos un hombre del modo en que lo hace un a mujer, tampoco describe los flecos de un a pasión un autor como lo hace una a utora. Para mí siempre ha sido fácil percibir la literat ura femenina en su cuidado, detalle y perfección , y lo que resulta evidente en La playa... lo es mucho más en Medea; quizá no tanto en E!;pejismos, aunque no sabría decir por qué.


49 La voz' narradora de E lena Soriano llega a su cumbre femenina en

Testimo nio materno, obvio es dec irlo. Compárense dos grandes prosas, la de Umbral y la de E lena, ambas ante una tragedia similar. Mientras en Mortal y rosa el sentimiento es impersona l, frío y re lati vizador (si se me permite la palabra), como huyendo de la im plicación (sin huir, por supuesto), en Test imonio ... hay fuego y dolor de ausen cia en cada un a de sus páginas. Valentía para expresar las grietas de l alma. Y no creo que hubiese amor distinto ni sufrimiento muy diferente: es la voz narrativa, la debilidad entendida como valor humano y no como vergüenza de derrota, la que marcan la diferencia. y además existe el regalo de sus cuentos : narraciones breves donde nunca falta la mirada de mujer, la paciencia de mujer, la palabra de mujer. Escapo a la idea de intentar «explicaciones» sobre la ausencia y el olvido . Repudio la coartada del halago para intentar justificar la impudicia y la injusticia. Elena Soriano no fue incluida porque no era dócil ni maleable ; porque no se inclinó a la comodidad del retórico exi li o interior mientras concedía entrevistas a la televis ión del régimen . No fue incluida, pero la derrota también vuelve a ser de ellos porque, a la postre, no han co nsegu ido exclu irl a. Sólo se mueren los olvidados. Y hoy recordamos a Ele na mucho más que a quienes consiguieron silenciar su voz durante apenas unos años , lo que tarda en hacerse un grano de arena en esa playa de locos que es la historia de la literatura. No hay qu e jugar al arte de la adivinación para saber qu e siempre permanecerá viva la trilogía Muj er y hombre, columna vertebral de su quehace r literario. Como quedará su voz, su palabra de mujer, en cada número de aquel Urogallo que hizo volar hasta llegar a ser un espac io de libertad que daba noticias de un mundo que continuaba vivo , dentro y fuera de España, aunque el «parte» de las diez siguiera trayendo noticias del cementerio y de la buena salud de los cipreses. La palabra de Elena Soriano estará siempre en esa publicación, como su alma estará en Testimonio materno, un alma rota por uno de los tres dramas de su vida. La tragedia nunca se escondió entre las tablas de su falda. Sólo se esconde en la nuestra, llamándose ausencia, que no olvido .. .



Profecía y utopía

Carlos Gurméndez

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LITERATURA y VIDA 1. ARTlCUI.OS y

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Elena Soriano

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Eleflo Soriano

Elena Soriano

Este libro ' recoge unos ensayos de la excelente novelista E lena So riano en los que, ya en la década de los años cincuenta, anticipaba situaciones que constatamos en nuestros días. Revelan no sólo un lúc ido y agudo pensamiento literario, sino también una unidad sólida: el sentido profético y utópico de todos ellos. El don profético es la capacidad para ahondar en la realidad y descubrir sus tendencias y caminos ocultos. El filósofo alemán Ernst Bloch, en su obra Ateísmo en el cristianismo, dice que el profeta es co mo un viejo topo que horada las paredes subterráneas del proceso

I

Literatura y vida. Anthropos, 1992.


52 histórico y anuncia a voz en grito el futuro posible, el apocalipsis necesario. En este sentido , toda profecía es una utopía, mensaje que alborea en el horizonte de un mundo nuevo sobre las ruinas del actual. La utopía no es el sueño de la Razón pura, sino conciencia reveladora de las corrientes secretas que se desarrollan ante nuestros ojos, aunque no podamos verlas. E lena Soriano en estos ensayos es como una adivina angélica, pues saca a la luz los demonios ocultos de la existencia , y señala las tendencias, a veces nocivas o trágicas , del mundo contemporáneo. No es la soñadora que podría parecer entonces, es una científica social que nos previene contra las situaciones futuras al verlas emerger de las corrientes enrevesadas de la historia. En todos sus ensayos salta la verdad oculta que , con el tiempo , se convierte en dominante. E n su ensayo La angustia en la novela moderna, dice: «La angustia, y no el miedo , es el mal de nuestro siglo , la clave de nuestra filosofía, la inspiración de nuestro arte » . Después de analizar la historia filosófica de la angustia, redescubre en la vida cotidiana « la que siente día a día el obrero, el soldado y el buen padre de familia cuando lucha, es decir, agoniza elltre multitud de problemas económicos, políticos y sociales». Es lógico que la novela sea angustiada, al reflejar la realidad existencial. Con profunda sutileza estudió obras como El castillo y El proceso, de Kafka, símbolos expresivos de la desesperada angustia por alcanzar paraísos humanos que resultan inasequibles. Igualmente Faulkner ahondaba en la angustia de la pasión amorosa, y Albert Camus expresaba la suya de sentirse extranjero en un mundo que ve disparatado , sin sentido. Prodigiosamente acierta nuestra pensadora, cuando define la novela La porte élroite, de André Gide, como la cumbre de una angustia religiosa paralela a Temor y lelJ1blol~ de Kierkegaard. No se contenta con diagnosticar este mal de la angustia y su necesario reflejo en la literatura, y afirma: «La novela actual es mejor que la de antes por ser más humana, más fundida con la verdade ra esencia de nuestro ser». Sin embargo, siente que el mundo angustiado que vivimos es resultado de no haber podido el hombre llegar a ser humano total, «es tamos aún en pleno tránsito de la barbarie a la sabiduría». Los ensayos La culpa, de André Gide, y Baca, de lean Cocteau, le sirven para iluminar el estado de ánimo de los jóvenes de hoy. Así, el concepto de acto gratuito de « las cuevas del Vaticano» , de Gide, es revelador de las actitudes juveniles de nuestro tiempo. Yen esa obra de Coctea u, se revela la terrible soledad de los jóvenes que no se comprometen más que co nsigo mismos , rehusando abrazar la bande-


53 ra de una política determinada . El protagonista de esta obra es el idiota del pueblo, conocido por el nombre de Baco, un nihilista que domina a todos por el terror. Otro de los grandes aciertos que nos encontramos en este libro es el descubr imi ento de lo in sospechado en el teatro conceptual, filosófico, de Jean-Paul Sartre: la emoc ión que organiza toda su obra dramática, buena nueva hasta ahora rigurosamente disimulada por el antisartrismo imperante. También es enormemente enriquecedor el concepto del melodrama como representación del sentimiento patético, frente al frío racionalismo y el cálculo burgués del interés privado, que descubre la autora en las obras dramáticas de Jean Anouilh, cuyos temas son el amor, la dicha, la malignidad del dinero. También resalta, en el teatro de Paul Claudel, su visión de la mujer, que eleva y dignifica hasta convertirla en mediación necesaria para llegar a la com unicación con Dios. Las profecías de Elena Soriano se expresan con mayor esplendor en sus ensayos sobre los problemas de la juventud. En Aprendices de dioses (1957) seí'íalaba tendencias que son actualmente dominantes: el sentido utilitario y pragmático de la vida; la entrega al deporte para hacerse más fuerte y poderoso; la ambición de fama y gloria; un acatamiento reverencial por el triunfo. Todas estas conductas revelan el afán de dominio y voluntad de poder vitalista que impera en la juventud. Un aí'ío más tarde, profundiza en esta temática con nuevos hallazgos: el nií'ío , como ídolo de la familia; el joven, como máximo va lor de la existencia; el carácter paidocrático de la sociedad con sus dos errores básicos: ensimismamiento juvenil y guerra al sentimentalismo. Los jóvenes no saben amar, juegan con el amor, la política es vac ío intelectual, triunfa el gamberrismo, la literatura hippie, el sexo libre, la violencia desenfrenada . Asimismo, en su ensayo Paidocracia y literatura, se ocupa del reflej o de esta situación dramática del joven en la novela moderna, en la que descubre una afirmación esperanzadora, clavo ard iente al que se aferra esta juventud ante el vacío que deja el derrumbre de las ideologías: «Ta l vacío se ha llenado de elementos utópicos con más o menos probabilidades de ser alguna vez ideológicos». N uestra pensadora subraya la necesidad de trascenderse, de no quedar sumergidos en sí mismo s, pasivos e indiferentes, sino de proyectarse hacia un futuro en el que realizar la verdad absoluta del corazón humano. A través de un sagac ísim o análisis de las Memorias, de Simone de Beauvoi r, y en su intervención en la sesión inaugural de los actos conme morativos del centenario de Unamuno, Elena Soriano formu-


54 ló su personal , bellísima e íntima utopía sobre el amor: ya no será sólo ardorosa pasión recíproca, también «pasión del conocimiento de sí mismo y de los demás, y del mundo y del trasmundo; es, acaso , lo único que merece llamarse amor». Pasión de sabiduría que impulsaba a la gran escritora francesa desde que se vio nacer como mujer libre , independiente , digna, al rechazar su condición de mero objeto , condenada a la pasividad y sumisión al hombre. El ansia de conocer la verdad de la realidad, una ontología primordial define la utopía de la autora en estos magníficos ensayos. Por ello, se resuelve con tierno furor crítico contra el nihilismo vertebral de las novelas de Pío Baroja , quien se niega a creer en ideologías , pues las considera todas vacías, dañinas, negativas. Los visionarios es la novela objeto de su análisis sobre el nadismo barojiano: «Es un visionario como todos los grandes españoles. ¡Qué manera de ver la realidad más irrea!! », exc lama uno de sus personajes. Pero la utopía no es la visión fantástica de un mundo futuro, sino una anticipación consciente basada en la experiencia concreta que nos ofrece la realidad histórica . Definir a los utopistas como unos visionarios enloquecidos por la fiebre de la imaginación poética es denigrar el espíritu creador. Por el contrar io , son los que ven la descomposición de una sociedad y cómo germina otra nueva en el seno de la misma. E lena Soriano se indigna contra estas afirmaciones del personaje barojiano: «Q ueremos la libertad , el desarrollo individual, aunque haya un proceso de desorden y hasta de inmoralidad » . Declaración rotunda -dicecontra todo redentorismo político , social y religioso, que parece hacer gala de un egoísmo cerrado, un a indiferencia total por la suerte del prójimo. Profecía y utopía se unen sabia y gozosamente en sus ensayos sobre el donjuanismo femenino , donde concierta el futuro que es presente y la realización de un sueño racional de la mujer. El derecho al do njuanismo es , pues , una conquista del feminismo triunfante aunque , insinúa sutilmente, las mujeres que se dejaban conquistar, en el fondo , era n ellas las que seducían a lo s hombres con los espejismos de su belleza corpórea y espiritual. En estos espléndidos trabajos co ntrapone el eterno femenino, es decir, la mujer considerada naturaleza invariab le , sujeto pasivo víctima de la culpa original, del eros y, a la vez, ' criatura sublimada por el platonismo cristiano, al eterno masc ulino: subjetivismo cartesiano , donjuanismo posesivo, violación de las leyes divinas, jacobinismo burgués-liberal. Por ello, Don Juan encarna el revolucionario que rompe con todas las instituciones más sag radas: el matrimonio , la fidelidad conyugal , la Iglesia , los manda-


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mientos divinos: «El burgués Don Juan , cada vez más escéptico, incluso ateo en casi todas sus versiones europeas, siempre continúa siendo un fervoroso creyente en la condición sagrada de la feminidad». Luego el espíritu cortés del amor platónico feudal sigue persistiendo en la figura de Don Juan. Pero sostiene que la esencia verdadera del donjuanismo masculino es el afán de notoriedad , pues la conquista de la mujer es para obtener renombre , fama , y suscitando el escándalo hace que se conozcan sus hazañas por doquier, lo que lo reduce a mero individuo vanidoso. En el siglo XVIII , con la Ilustración, aparece en la novela Les /iaisons dangereuses, de Choderlos de Lacios, la primera Dofia Juana auténtica: la marquesa de Merteuil , «quien representa el donjuanismo más genuino». Es hermosa , joven , rica, antojadiza, sensual, rápida en planear sus aventuras , aficionada a las intrigas, fría e indiferente a la suerte de sus víctimas. Pero esta Doíla Juana, arquetipo de burladora fe menina , fracasa en su tentativa amorosa, y no deja huella su ejemplo. Fue necesario que una utopía como el feminismo llevase a cabo la co nquista de la igualdad de la mujer, suprema realización de un proyecto ideal. Ahora bien, la autora reconoce que grandes teóricos del feminismo fueron socialistas, como Augusto Bebel y otros varones ilu stres que abrieron el camino a la liberación sexual de la mujer. Para ell o, era necesario derribar los sublimes valores de la feminidad: castidad , virg inidad, inercia erótica, para conquistar la libertad de amar. Este proceso de consciente independencia, Elena Soriano lo denomina «fe minización del mundo », que se expresa en una sentencia de Louis Aragón: «La mujer es el porvenir del hombre». ¡Hermosa profecía de la utopía! Con sabio acierto , igualmente rechaza el donjuanismo masculino y el femenino , aunque admite este último como una conquista de la mujer liberada. Así , frente a James Bond, especie de superh ombre, surge Modesty Blaise, heroína que «consume a los hombres co mo un Don Juan a las mujeres», ambos personajes originado s por la sociedad capitalista americana. La utopía exige deserotizar el amor, humanizarlo por completo; enseña a las parejas a compartir la existencia, a crear vínculos só lidos, «ocupación definitiva de la amistad. No caigamos, pues , de la des mitificación de Don Juan en la mitificación de Doña Juana», nos aco nseja. La mujer debe concentrarse en sus múltiples actividades , pues actualmente tiene unos intereses espirituales propios con la ob li gación de desarrollarlos , y no puede perder su tiempo en conqui stas amorosas superficiales.


56 Aconsejamos al lector de este libro de ensayos una atención reflexiva a todos ellos. Es toy seguro de que se sentirá arrebatado por el v uel o de la utopía moral y, seducido por las sabias predicciones de la profecía, se sentirá hondamente feliz con la secreta esperanza que de e ll as emana en un mundo mejor, diferente al angustiado y vacío qu e ho y v ivi mos.

1992. Acac ia Uceta, Carl os Gurméndez, Elena Soriano en la co nferencia de E. So ri ano ti tulada Escrit oras esp aPi olas de los aPios 50 , en el Ateneo de Madrid.


Falseando la realidad Extraído de 'Elena Soriano, un exilio interior'

Esteban Hernández

La fundació n de El urogallo era, en cierto sent ido, inev ita bl e. Desde lu ego, porq ue Elena So ria no as piraba a la tota lidad, y los tiempos fragme ntarios red ucidos, en que nac ió su publi cación req uerían una visión más amplia y abierta. En otro sentido, porque dirigir una revista era un anhelo vivido desde su infancia . En un momento u otro ambas direcciones confluirían. El escritor, desde la posición de la autora de Ca::a mel1O! ; desea entender el mundo , comprender al ser humano , aprehender el todo por un instante, aunque sea falseando la realidad. Esa «mentira que verdadea», en sus palabras, requiere ser tras ladada , ser puesta en cuestión, abrir su espacio a otras voces y otros sentimientos. Empujada por acontecimientos puntuales, como la censura sufrida por La playa de los locos, Elena Soriano se había distanciad o de la novela. Sobre todo porque algo se había quebrado en lo personal, algo de lo que no pudo desprenderse jamás. A partir de la finali zac ión de la trilogía Mujer y Hombre, no vo lvió a publicar novela alguna. Tomó distancia, y en muchos sentidos. Encontró en el ensayo ese necesario lugar de diálogo. Por tanto, era n las palabras de otros las que ahora estab lecían un punto de partida. De autores franceses, anglosajones, latinoamericanos. Allí do nde estaba n surgiendo nuevas estéticas, nuevas concepciones existencia les, nuevos modos narrativos. Y al cerrar el libro y regresar a la actualidad espafíola, se enco ntraba con un vacío. Porque hall ó en el c:~te­ rior un impu lso ausente en Espaí'ía: por fin estaba ante algo real. verdadero. Por fi n había algo que contar, aunque fuera el través de las palabras de otros. El urogallo significó la concreción de ese aliento. Ta mb ién su regreso a la vida literar ia pú bli ca, desde otra po sición. La publi cació n viv ió en una época determ in ada y podría intentar exp li carse atribu ye nd o a esa situac ión temporal un carácter estructu-


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rante. Sin embargo , aquellas circunstancias, vistas desde el presente, permanecen en el campo de lo accesorio. Podrían encontrarse razones desde lo político, como enfrentamiento con un régimen dictatorial e identitario. O desde la censura y el aislamiento. Pero su reacción, aunque realizada desde el terreno literario en un ámbito temporal concreto , excede la época y resulta común. Su directora ha encontrado algo real, verdadero y cierto; una posibilidad de diálogo sobre la esencia a través del texto. Y trasladarlo a su momento, ponerlo sobre el papel para que el resto de la comunidad literaria encuentre un reflejo que les niegue legitimidad, es ya un triunfo. Podría argumentarse que latía en la publicación una suerte de rechazo a los literatos oficiales, al mundo del que ella se había alejado . Pero no resultaría exacto: esa perspectiva elimina de plano la ilusión , el deseo de pertenecer, de participar, que estaba presente en la autora de Caza menor. Elena Soriano creía en la validez de El urogallo , en una revista realizada desde la ilusión y la apuesta; desde el COmpr0l11lSO. Elena Soriano sabía que aquel instante (como éste, como todos) necesitaba de la revisión de los conceptos. Que las definiciones tradicionales ya no se correspondían con su significante y que, en consecuencia, se vivía en un entorno en continuo cambio. El papel de El urogallo consistía, tanto más que en la difusión de ciertos planteamientos estéticos más o menos novedosos , en introducir, desde lo literario , alguna esencia al proceso; algo de certidumbre al suelo inseguro de tales tiempos. Sólo desde el lenguaje , desde la palabra, existía posibilidad de afirmarse , individual y colectivamente. Sólo desde la literatura cabía captar la esencia. No es casual, por tanto , que el ensayo al que dedicó su mayor actividad fuera Defensa de la literatura. No fue otra cosa El urogallo que la puesta en práctica de la concepción teórica predicada por Elena Soriano. A través de sus palabras y las de innumerables autore s, entre los que figuraron Jorge Guillén , Octavio Paz, Rafael Alberti , María Alfara, Pablo Neruda, Rosa Chacel, Mario Vargas Ll osa, Alfonso Sastre , BIas de Otero, Raymond Queneau, Salvador Pániker, Marguerite Duras, Alfonso Grosso, Carmen Laforet, Nicolás Guillén , José Lezama Lima, Henri Michaux, Fernando Savater, Ernesto Sábato , Juan Benet, Francisco Umbral, Juan Marsé y José Hi erro , entre muchos otros.


OFRENDA DE AMOR

para Elena Soriano (in memoriam)

Sean adelfas, rosas o violetas, ebúrneos lirios o amapolas leves, las que acompañen tu suePío de esta hora, son esas páginas por tu mano escritas, las flores que conforman tu corona. Recogidas por ti en su plenitud, fueron de amor ofrenda y testimonio, cuando tú, por el hado perseguida, su oscura sombra cambiaste en luz que desveló tu entrega victoriosa.

CLARA JA NÉS



Elena Soriano, la mujer progresista, independiente y sincera

E. Miret Magdalena

A Elena Soriano la conocí más de cerca sobre todo con la lectura y presentación que hice de su libro Testimonio materno. Fue muy interesa nte que lo presentásemos Aranguren y yo. Dos pensadores religiosos muy críticos, porque su libro rozaba tangencial mente el mundo del espíritu, ante la muerte de su hijo en extrañas circunstancias que le proporc ionaron ocasión de hacer una sincera confesión de madre , toda energ ía, que había vacilado tras su drama personal , sobre la que fue su conducta materna. Es algo que nos ocurre a todos: la vida, que parece desenvolverse coherentemente, cuando menos se espera tiene una fisura que nos deja perp lejos; y, si se es valiente, como era Elena Soriano como escr itora, no se tiene inconveniente en coger la pluma y abordar lo que muchos no se atreve rían a hacer. Pero ella lo hizo, y no debemos olvidar, los que somos padres y madres , que por mucho que queramos en un mundo difícil y en cambio como era entonces el nuestro, no hemos sido preparados para afrontar algo que rompe nu estros esquemas de masiado linea les. En una ocas ión semej ante el inventor de l ps icoánalisis Sigmund Freud se encontró co n una madre que estaba inqui eta por acertar con la educación de su hijo , que no acababa de comprender sus reacciones , y quería solve ntarlas de una vez por todas como si fuera ésto tan simpl e. Y Freud se resistía a darl e un consejo, pero ante la in siste nci a de esta madre angustiada, aunque sin preparació n para enfrentar esa nov edad en su vida, que sin duda rompía muc hos esquemas adquiridos de buena fe , el gran psicoana li sta la dese ngafió de que su cuestión tuv iera una so luci ón inmediata que se pud iera resolver mediante una simpl e receta psicol óg ica; y le contestó bruscame nte: «desengáñese, no le doy un consej o porque el pro blema es más importante de lo que usted piensa, y haga lo que haga lo hará ma l». Muchos padres y madres co n problemas con los hijos de-


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1992. Entrega del Premio Juan José Arnedo Soriano de la Cruz Roja Española, Fundación para la atención a las toxicomanías , a los gitanos que combaten la dro ga en el Barrio de «La Celsa».

bían desengañarse de que están suficientemente preparados para resolver cualquier problema de los que tienen muchos jóvenes y muchas jóvenes, en nuestro mundo en cambio, queriendo usar una simple receta que querríamos que fuera infalible. Quizá una mezcla de sinceridad, para no ocular nuestro pensamiento ante el hijo, sin enfrentamiento alguno con él, y una dosis difícil de paciencia sean la única receta que, por supuesto, nunca será infalible, ni fácil de aplicar. Yo creo que Elena supo vislumbrar en su Testimonio materno este único camino, tan difícil de aplicar en una sociedad en que los padres de antes no hemos sido preparados para el cambio que iba a ocurrir en la juventud. Por eso a mí me parece éste su mejor y más importante libro, co n el que no quiso ganar ningún dinero, sino que lo entregó a la


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Fundación CREFAT de la Cruz Roja, en favor de esa educación social an te los problemas de la droga en nuestra juventud española. Elena fue una valiente escritora que llevó al libro sus inquietudes po lítico-sociales, como hizo a través de su primera novela, Caza menor, donde aborda el enfrentamiento de los espaí'íoles que nos llevó a la guerra civil, o mejor llamarla guerra «i ncivil » como hizo Unamuno. y luego sus dificultades con la censura franquista al publicar su obra nunca autorizada La playa de los locos. Y, por fin, la ilusionante decisión que tomó en 1970 de lanzar la revista El urogallo, por su cuenta y riesgo, donde aparecieron las firmas de los escritores que han creado la apertura hacia un nuevo mundo intelectual , literario y social, que tantas dificultades y persecuciones padeció en pleno franquismo. Yo disfruto recordando los nombres de los que escribieron en ella . Lo mismo filósofos como José Luis Abellán, elegido presidente del Ateneo de Madrid , y autor de la Historia áítica de l pensamiento español, una obra que todos deberíamos leer para limpiar nuestra mente de ideas falsas sobre el conservadurismo de nuestra intelectualidad . Y eel tan olvidado ya don Enrique Tierno Galván, el «viejo profeso r» como a él le gustaba llamarse, y cuya figura nunca debería olv idarse, aunque no estemos de acuerdo con su pensamiento demoledor de sus primeros años de ensei'íanza en la universidad de Salamanca. O el extraí'ío comunista Balbontín más tarde con un toque de inquietud religiosa sui generis . Y el francés Roland Barthes de los discutibles pero orig inales estudios biográficos de «Sade , Loyola, Fo uri er», que hace n pensar. O los poetas como el premio Nobel, siempre enfermizo, Vicente Aleixandre para mí el más profundo; o Bias de Otero, el crítico de nuestro espaí'íolismo del Dios de infierno en ristre . Y los literatos Francisco Ayala , mitad soc iólogo y mitad nove li sta; o el inteligente Va rgas Llosa, el más agudo defensor del nuevo liberalismo, que co nvence a muchos con su agudeza sorpre ndente . Y Benjamín Jarnés. el aragonés que considero más afí n a mi pe nsamiento a través de su biografía de Castelar, llena de profund as observac iones que hoy nadie lee para mal de nuestra superficial formación. Para mí ha sido impagable la labor renovadora que promovió Elena So riano con esta revista. Repito el título de este comentario: estamos ante una escritora de excelente pluma progresista, independiente y llena de sinceridad humana .


1993. 2 de Mayo. El Presidente de la Comunidad de Madrid, JoaquĂ­n Leguina, le hace entrega de la Medalla de Oro de la Comunidad.


La valentía civil de Elena Soriano

Joaquín Leguina

El 2 de mayo de 1993 tuve el honor de entregar a Elena Soriano la meda lla de oro de la Comunidad de Madrid, que le fue otorgada por el jurado constituido a ese efecto. Esta mujer, nacida en Fuentidueña de Tajo, tenía, desde luego, sobrados méritos para ello. En el tiempo que le tocó vivir, ser mujer, intelectual y demócrata, y todo ello muy activamente, no era precisamente una tarea fácil. Aunque, para decirlo todo, su matrimonio con Juan José Arnedo, un hombre incombustible en su pensar y en su hacer, le debió de ayudar a soportar la carga de un entorno socia l que durante buena parte de su vida le fue hostil, como mujer y como pensadora. Realizar su vocación de novelista, iniciándola, además , en los afios ci ncuenta espai'íoles, consistía, también, en constatar que en la España de entonces «escribir era llorar». Elena publicó su primera novela, Caza menor, en 1951 y en 1955 in ició la publicación de una trilogía, cuya primera obra, La playa de los locos, novela localizada en la costa cántabra, fue prohibida por la censura. Una mutilación , un mazazo, literal y literariamente, criminal. Las otras dos obras que completan esta trilogía son Espejismos y Mede a. So riano, una exce lente narraqora, gustó del relato corto; una recopi lac ión de ellos , La vida pequeí1a, fue publicada por Plaza y Janés en 1990 y otra co lección lo fue por Huerga y Fierro en el año de su muerte (1996), bajo el título Tres sueí10S y otros cuentos. Quizá la obra más conocida, al menos la que más impacto de ventas tuvo (se ve ndieron siete reimpresiones de su primera edición), es Testimon io materno. Un libro hermoso y terrible. Una biografía y una med itación en torno al hijo muerto a los 25 años. El arte, en efecto, es la vida, pero no basta contar la propia experiencia, en este caso amarguís ima, para conseguir una obra de arte. Hay que poseer la sensibi li-


66 dad y el talento de Soriano para conseguir un libro bello y, a la vez, impresionante como es éste. Precisamente con el título Literatura y vida, obra publicada por Anthropos en tres tomos, se recogen artículos y ensayos que hoy poseen el mismo interés que cuando se escribieron. Aparece aquí la Elena Soriano analista, de una vastísima cultura y un feminismo muy personal (ver El donjuanismo femen ino, publicado tras su muerte por Península) que, si hoyes necesario, era imprescindible para una generación de mujeres truncada, rota, tras la destrucción de la República y la imposición de una dictadura que en el terreno cu ltural y humano fue el desierto. Un desierto al cual esta admirable dama aportó el agua de su saber, de su inteligencia, de su incansable actividad de an im adora cultural. El Urogallo, la revista «libre , independiente» que ella dirigi ó durante muchos años está ahí para demostrarlo. De la mano de esta revista , muestra viva de la resistencia civil e intelectual durante el franquismo , llegaron a este páramo, ocupado por los liberticidas, Neruda, Paz, Vargas Llosa, Sábato o Lezama Lima y también otros «extranjeros»: Breton, Duras, Ferguson , Fetscher y tantos. Sin olvidar a quienes, españoles, velaron sus primeras armas literarias en aquell a revista: Benet, Valente, Caballero Bonald o Ullán. Recordar ahora a la Elena que yo conocí me resulta triste , com o supongo que les ocurre a cuantos convivieron con ella. Un vacío que nadie ha de llenar en una familia a la que tanto quiero. Empero , nos queda su memoria y sus libros, en los que la autora vive cada día. Su muerte es una pena negra, es cierto, y más si nos evoca un tiempo y un país que se nos hurtó, aunque ella fuera , entre otros , una de las valientes que nos lo hizo «un poco más nuestro», un heraldo que anunciaba otro tiempo posible. Un país que acabó por ll egar. Desde el recuerdo emocionado, conste mi pequeño homenaje para esta española que nos hizo mejores.


Una gran dama de la literatura

Leopoldo de Luis

Admiré siempre en E lena Soriano, además de sus valores literarios, su porte seí'íorial. Era -no había sino verla- lo que se dice una dama. Compañeros de generación seguimos estudios comunes , bien que en distintas ciudades: mi desembarco en Madrid fue más tardío. De otra suerte , hubiéramos podido encontrarnos en tal, cual aula, o a lo largo de esos joviales y entrañables pasillos estudiantiles. La guerra de l 36 nos frustró a uno y a otro respectivos proyectos. Quizá nos he ló esas ilusiones que la juventud tremola. Pero cuando nos conocimos en las tertulias del Café Gijón , corrían los años cincuenta y se trata ba ya de una gran señora, en la vida social y en la literaria. Pasado alg ún tiempo , Francisco Umbral, al hilo del inventario de sus encuentro s en el Café, la definía como « inteligente e irónica», autora de « una nov ela muy fina», y más: «ensayista de gran cultura». Lo era. Def ensa de la Literatura se crece como historia del impulso artístico para aborda r la historia de la Cultura. En su texto encontré lucidez pedagógica . Pudo ser una gran profesora, prefirió ser una gran escritora. E legante y delicada, su cultura , nada enfadosa, no se exhibía con prurito ostentoso. Su conversación era sencilla y natural. Tampoco sus esc ritos buscaban el juego retórico ni el mero esteticismo. Su firmeza ideo lógica y sus preocupaciones por la condición humana causaban so rp resa y la investían de dignidad moral. Grandes damas de la Literatura española, en mi estimación: Caro lina Coronado , Emilia Pardo Bazán , Halma Angélico , Carmen Co nde, María Zambrano ... En ese linaje que tanto admiro , en ese «pa lmarés», está para mí el nombre no prescrito de Elena Soriano .


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Primer vuelo de 'El urogallo' (1969-1974)

José Carlos Mainer

Vi mi primer urogallo -hablo, claro de la revista que Elena Soriano condujo desde diciembre de 1969 hasta abril de 1974- en un qu iosco de Valladolid, en vísperas de la Semana Santa de 1970: allí estaban ya el formato cuadrado que resultaba algo chocante, los vivos co lores de cubierta que casi nunca se repitieron, las ilustraciones a pl uma, un poco delirantes, de Pepe Pla, la faja impresa con el nombre de los colaboradores por orden alfabético .. . Hoy los números de El urogallo llenan casi un estante de mi biblioteca y compruebo, en efecto, que el número primero -el que yo adquirí a orillas del Pisuergaes del 1 de febrero de 1970, aunque hubo una entrega (diciembre de 1969) que alguien debió de regalarme en su día. Y certifico que el número final de la primera etapa es el 26; luego, el esquivo urogallo volv ió a volar y a cantar, pero ya no era sólo -como decía la contracu bierta de cada número- «por celo intelectual », o, al menos , por el que había alentado su fundadora. He pasado una notable parte de mi vida profesional est udiand o la tray ectoria de revistas, lo que alguno pensará que supone un confeso eje rc icio del impresionismo crítico. Puede que tenga razó n ... La colecc ión de una revista es un tejido irregular que no siempre deja ver el di bujo que se le ha estampado . Es como un mapa mirado demasiado de ce rca: sabemos que allí están las capitales, los pueblos, la red hid rográfica, las distancias, los relieves, pero pensamos que sólo los apreciaremos en sus justas proporciones si adoptamos una distancia adecuada. ¿Nos la da únicamente el tiempo, como piensan los pesimistas? ¿O quizá llamamos «perspectiva» a lo que es culpable simplific ac ión de la complejidad? ¿No es el impresi onis mo la única respuesta co here nte a la discontinuidad , a la multiplicid ad, a la superposic ión? ¿No sucede que, en rigor, aquel mapa confuso lo sigue siendo sea cua l sea la distancia que tomemos? ..

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70 Pero, a fin de cu entas , ¿tengo yo esa perspectiva para reparar, cas i treinta años después, el lustro en que cantó El urogallo ? Leí en su momento todos sus números , que compraba puntualm ente cada dos meses. y esc ribí en un par de ocasiones en sus página s, aunque nunca co nocí perso nalmente a Elena Soriano, con quien , sin embargo , mu cho des pu és, intercambi é algun as cartas. ¿F ue José Luis Abell án , co n qui en ami sté en Pau, por intermedi o de lo s encu entros de Tufíón de Lara, qui en me pidi ó un original para la rev ista? ¿O fu e Andrés Amorós, a qui en trataba desde que, mu y jóvenes los dos, esc ribíamos en Ínsula, grac ias a la bond ad de José Luis Ca no? Al repasa r los números de El urogallo ad vie rto qu e fuimo s muchos los jóve nes fil ósofos que escribíamos allí (al gunos, como César Nico lás, contri buyero n só lo con textos creati vos). Amorós, que había publi cado ya su cuaderno de Tauru s sobre la nove la de Corín Te ll ado (Sociología de una novela rosa), se atrev ía co n las melosidades de Rap hae l, el ca ntante cuya «voz de humo» ha ll egado sin mayo res ave rías hasta este co mi enzo de un nuevo siglo: «La voz qu e un a vez te ayudó a so fí ar» (5 -6, octubre-dici embre de 1970). Tambi én merodeaba por te rre no parecid o José María Díez Bo rque, autor de una «Soc io logía de l best sellen> qu e reencuentro en el núm ero 10 Qulio-agosto de 197 1). Eran las de uno y otro fo rm as de heterodox ia académi ca, co mo ta mbi én lo era entonces invocar el nombre de Améri co Castro o cul ti var un a se mi olog ía de observa ncia estri cta, cas i descalza. Hall o muestras de lo prim ero en una reseña de Juli o Rodrí guez Puértolas (<<Do s li bros sobre Es paí'ía y los es pañoles» , 7, enero-fe brero de 1971 ) que hermana nada menos qu e un libro del maestro de Princenton, E5pañol, palabra extranjera, y una nove la de Ju an Goy ti so lo, Reivindicación del Conde Don Ju lián, qu e además estaba prohibid a; una convincente hue ll a de la primera se mi ótica, con fórmul as matemática s y todo , la proporcio na Jo rge Urru tia en «Por un análi sis estru ctural de la nove la» ( 19, enero-febrero de 1973), cuyo ga lici smo mental se había encaramado hasta el tí tul o. Pero no nos engallemo s: por aquell as fech as éramos marxistas porq ue deseá bamos que aquella co nfu sión qu e nos rodeaba tuvi era algú n se ntido, leíamos las teo rías de Améri co Castro y nos parecían las de un Lucie n Go ldmann más apas ionado (é ramos, en general, muy ga lica nos: nuestra rev ista co nsagró un estupendo monográfi co, el 11 -12 , de fi nales de 197 1, a la literatura francesa rec iente ), practicábam os la sem iót ica porque añorábamos el ri go r de la ci encia en un campo - la fi lología- que arrast raba de mas iados dengues de esti lística aproxim ativa y de mas iado «prosa fi na». Pero , so bre todo, porqu e éramos j óvenes y profesores no numera ri os casi siempre.


71 No en vano, en mayo de 1968 pasó lo que pasó y ... el 14 de noviembre de ese mismo año la muerte de Ramón Menéndez Pidal sumió en la orfandad a varias generaciones de filólogos espai'íoles: tras las batallas vienen las rebeliones y tras los fallecimientos dinásticos, las peleas de los diadocos. All0S después, resulta cuando menos divertido que en el número 11-12 de El urogallo (diciembre de 1971) Andrés Amorós elogiara colectivamente a «los críticos que andan por los treinta años» y que, en su opinión, estaban renovando la ciencia de la literatura. Y citaba, al respecto , su propia y meticulosa edición de Tro teras y danzaderas, de Pérez de Ayala, el estupendo e iconoclasta libro En el texto de Garcilaso, de Alberto Blecua, el provocativo estudio La novela picaresca y el punto de vista, de Francisco Rico , el sólido trabajo Los senderos poéticos de Ramón Pérez de Aya/a, de Víctor Garc ía de la Concha , y mi antología Falange y literatura, todos publicado s entre 1970 y 1971 Y todos escritos por gentes que (con la excepció n del actual director de la Academia) habíamos nacido entre 1941 y 1944. N unca he creído , sin embargo, en la llamada «generación de 196 8» . La proclamación de «generaciones» suele ser una maniobra inte resada en la que se juntan la vanidad , el oportunismo y, lo que es peo r, e l reconocimiento implícito de que ya han pasado los allOS y se ha hecho la hora de mitificar el pasado , a falta de un futuro. Sólo Peter Pan y sus amigos se sienten orgullosos de 1968. Otros vemos allí muc ha confusión y nada heroicas contradicciones, además de determina ntes en los que teníamos muy poca parte: era contradictorio ser, a la pa r, hijos de una penitente posguerra y beneficiarios de la primera expansión «desarrollista», profesar una visión autoritaria (aunque utóp ica) del futuro y sentir el corazón ganado por la anarquía, soñar co n la emancipación y la madurez y perseverar en la 11011a idea de un pe rmanente juvenilismo. En todo caso , los jóvenes filólogos no é ramos los únicos sesentayochistas que poblaban las páginas de El uro-

gallo . El número l (enero-febrero de 1970) traía poemas de Jo sé Mi g ue l Ullá n; el 2 (abril-mayo de 1970), un capítulo de A ntifaz, la no ve la de José María Guelbenzu , segunda de las suyas tras El mercurio, y tres co mpos iciones de Marcos Ricardo Barnatán , dos de las cu a les, po r más sellas , estaban dedicadas a sus amigos Guillermo Carnero y Ja ime Siles. En la entrega 4 (agosto-septiembre) , José Luis Giménez Fro ntín escribía sobre la caza del snark, el fantástico a nimal (serpi e nte y t iburó n) inventado por Lewis Carroll , y lo relacion a ba con imag inac io nes parec idas de Franz Kafka. Pero e l especi a l ista e n fic c iones so rpre n-


72 dentes era, claro, Fernando Savater (que todavía no había publicado , pues lo haría en 1976, La infancia recuperada): en el número 10 Uulio-agosto de 1971) presentaba y traducía a H. P. Lovecraft y hablaba, con cierto desdén, de Tolkien y El señor de los anillos. Toda la entrega estaba dedicada a la entonces llamada «subcultura»: también hay allí un estupendo artículo de Miguel Marías sobre el western cinematográfico y una divertida evocación de José Luis Garci (<<Viejos amores») sobre nuestras primeras lecturas y películas (era el tiempo de lo camp y todos habíamos leído el ensayo de Susan Sontag). Más adelante, en el número 23 (septiembre-octubre de 1973), hallo un trabajo de Savater sobre Jean Ray, cuya fortuna entre nosotros sería mucho menor que la de Lovecraft, el solitario inventor de Providence. y para que no faltara ningún elemento de nuestra mitología, Jaime Siles escribía sobre Rayuela: «Cortázar. Análisis de un desmembramiento temporal » (17, septiembre-octubre de 1972). En ese mismo número, la habitual crónica literaria de Amorós elogiaba la trayectoria de la colección de poesía Ocnos, la misma donde -un año después- Siles se revelaría como poeta con la publicación de Canon. La entrega 19 (enero-febrero de 1973) se dedicó a la «literatura experi mental » : hay poemas visuales de Ullán, relatos de Javier Fernández de Castro y Javier del Amo y estudios sobre la nueva poesía, originales de Fernando Millán, José María Díez Borque , Jesús García Sánchez e Ignacio Gómez de Liaño. ¿Hace falta recordar que la antología de «Novísimos» fue de 1970 y escasame nte posterior en fechas aquel lanzamiento de narradores, bajo el provocativo lema de «¿Ex iste una nueva novela española?», que fue patrocinado por Carlos Barral? Nadie piense, sin embargo, que los jóvenes dominaban el panorama. En el número 1 de El urogallo, Rafael Conte trazaba un completo cuadro de la novela española en 1969 , bajo el título -muy de entonces- «Entre el réquiem y la ausencia». La «ausencia» era, sin duda, la de los exiliados de 1939 cuyas novelas empeza ban a reeditarse entre nosotros y cuya recuperación emoc ional sería un capítulo trascendente en la historia intelectual en el decenio 1965-1975. Que Sender hubiera obtenido el últim o Planeta con su novela En la vida de Ignacio Morel revelaba que la «ausencia» comenzaba a transformarse en presencia. Pero no es ta n fác il averig uar a qué se refiere el «réquiem» anunciado ... ¿Al eclipse de los viejos modos realistas? Conte subraya la importancia de la publicación de San Camilo 1936 por parte de Cela y de Parábola de un náuji'ago por la de Delibes: dos novelas que implicaron a dos cl ásicos en la búsqueda de una expresión di st inta. Y celebra que el pre-


73 mio Biblioteca Breve haya reconocido en Una meditación, de Juan Benet, la más indiscutible revelación literaria de los años precedentes (Be net publicó dos veces en la revista: en el número 17 dos poemas que pocos han leído) , como se congratula de la creatividad de los auto res hispanoamericanos, un estímulo vivo cuya vigencia no mengua n los recientes ataques del novelista andaluz Alfonso Grosso. La sección Algunos libros del año ofrece - en el número 5-6 (octubre-diciembre de 1970)- otra perspectiva del año literario qu e

E/urogallo cumple 4 afi os. Dibuj o de Segundo Vicente.


74 acababa. No falta, por supuesto, la salutación a los consabidos «Nov ísimos» (y a la antología, más olvidada, Nueva poesía española, de Enrique Martín Pardo) , por cuenta de Marcos Ricardo Barnatán, ni una reseña encendidamente elogiosa que Francisco Umbral tributa a Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa. Pero los colaboradores nos recuerdan también que éste fue el aí'ío en que Carmen Martín Gaite publicó su estudio sobre Melchor de Macanaz, el mini stro de Fe lipe V empapelado por la Inquisición, y Jesú s Fernández Santos, Las catedrales. Y que Rafael Martínez Nadal había logrado dar a conocer, en prensas británicas, una buena parte de El público, el drama secreto de Federico García Lorca que la fa milia no autorizaba pub licar y del que únicamente se conocían la s dos esce nas que Arturo de l Hoyo había incluido en las Obras completas de Ag uilar. La vida li terar ia vive de la novedad, pero también se apoya en la continuidad y, en el caso espai'íol , en el rescate de un pasado esp lendoroso y semi oculto: por eso , tiene también su apartado el elogio de la antología de Jorge Guillén, publicada por Ali anza, primera que recoge poemas de la integridad de Aire nuestro: la S U 111 111 a mil anesa del autor que hab ía visto la luz en 1968. La reseñó Leopo ldo de Luis. Algo se mov ía, sin embargo ... Cas i todos los escr itores que he ido mencionando estaban un peu partout: los enco ntramos en las páginas li te rarias de Pueblo y en las planas de Ínsula , en las de Triunfo o en la sección de reseñas de Revista de Occidente, donde las encargaba Pa ulin o Garagorri ; en las colecciones de poesía El Bardo (de Pepe Batlló) y Ocnos (de Joaquim Marco) ... El interés co mún de todos por la nueva literatura lat in oamericana estuvo mu y presente en nu estra revista: un texto clásico de Juli o Cortázar, «Del cuento breve y su s alrededo res», se incluyó en el número 0, pero las entregas más sign ificat ivas, por su novedad, fueron la décimoquinta y decimoséptima, ambas en 1972, dedicadas respectivamente a la nueva poesía mexicana (lo que incluía un a larga conversación de Juli án Ríos con Octavio Paz) y a la nueva literatura argentina. Y, pese a todo, no hubo estrategias de grupo . La única que recuerdo apenas ocupó med ia plana de El urogallo. Fue la conces ión de los primeros premios de la Nueva Crítica , que querían ser réplica de los que la Crítica más o menos ofi cial di scernía desde finales de los aí'íos cincuenta. La noticia aparece en el número 19 (enero-febrero de 1973) y la nómina de agrac iados es, cuand o menos , significativa : el ga lardón de nove la fue a manos de Juan Benet por Un viaje de invierno (el finalista fue Gonzalo Torrente Ball ester por La saga-fuga de lB) ; el de poesía premió Sermón del se,. y del no sel; de Agu stín García Calvo (l legó a la final Ma niluvios, de


75 Ul lán); el de teatro , a Los Goliardos , y en el de acción cultural , a la cátedra de Filosofía de la Universidad de Madrid. Yo fui quien propu so para el premio de ensayo a su ga nador, Antonio Escohotad o, autor de un exce lente libro sobre Hegel (La conciencia infeliz); el final ista fue Fernando Savater por La filosofía tachada. En el mismo núm ero, se reseÍ'íó el 1 Encuentro de Arte de Va nguardia en Pamplona que, como muchos de aquellos aÍ'íos inciertos , tuvo acompañamiento de bro ncas: se interpretó música de John Cage y aso mbraron las intervenc iones del va lenciano Eq uipo Crón ica, pero al redactor lo que má s le gustó fue la presentación de la txalaparta, el singular instrum ento de perc usión vasco que , con los allos, se asociaría inevitablemente a la s manifestac iones más cerri les del fascismo autóctono. Y, sin embargo , el ritmo interior de la cu ltura lo marcaban también aq uellas cosas que vo lvían a ser nuestras : la reconstrucción de un espacio inte lectual. A menudo, eran los fallecimientos o las conmemoraciones los motivos que daban actua lidad propicia a ingredi entes activos del pasado más o menos cercano . El obituario de El urogallo se ab rió con la muerte de Ignacio Aldecoa (que Eusebio García Luengo recordaba en el número O) y siguió, entre otras, con las de Josep Carner (poema de Ange lina Gatel l en el número 3), Guil lermo de Torre (evocación de Antoni o NÚÍ'iez en el 7, enero-febrero de 1971) y Américo Castro (artículo de Jorge Campos en el 18, noviembre- diciembre de 1972). La entrega 16 recordó el cincuentenario de la publicación del Ulises, de Joyce, por la pluma de Jua n Anto nio Gaya NUll0, y el número 15 Uulio- agosto de 1972) consagró la mayoría de sus páginas al centenario de Pío Baroja, con las firmas de José Ga rcía Mercadal, María Alfaro y Alberto Míguez, además de una curiosa encuesta (género que cultivó bastante la revista) en que paliiciparo n Lui s Berenguer, Franci sco Candel, Aq uilino Duque, Ma ría Luz Me lcón, Isaac Montero y Jesús Torbado. Pero el más signifi cat ivo de los empeÍlos recuperado res fue el rea lizado en torno al ex ili o de 1939, en estrec ha complicidad co n otras revistas como Ínsula o Pape/es de Son ;lrmodans que, desde 1946 y 1957, se había n entregado sin reservas a la causa. La ejecutoria de El urogallo no resulta menos significativa: «Días feli ces», texto de Francisco Ayala, ab ri ó el número 1; «A lgunas trampas», de Max Aub, las pági nas del 3, y los poemas «S ucesos de jardín», de Jorge Guillén, las del 4, todos en 1970. En el último de los citados hay ta mbién un bello cuento del hoy tan olvidado Segundo Serrano Ponccla, «La mandrágo ra», ye n el 7, ya en 1971 , un artículo de Ramón J. Sender, «Sobre los mitos» (e l autor ya honró las páginas de l número O) y un cucnto de Ma nuel Andúj ar, «De reci én casados». El número 13 (enero-febrcro de 1972) se ab re con un poema de Rafael Alberti dedicado a un cuadro


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de Juan Genovés e incluye un conmovedor cuento de Eduardo Blanco Amor, «A probe Berta», en la estela de violencia y piedad de su inolvidable «A esmorga» (como era práctica común en la revista se confronta a dos columnas el original gallego y la traducción castellana).

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¿ y Elena Soriano? ¿Dónde estaba la maga discreta de la revista? El número 13 (enero-febrero de 1972) reproducía el retrato al óleo que le había hecho en 1945 el malogrado José Luis Hidalgo . El lienzo, muy años cuarenta, refleja a una mujer joven, hermosa y con un indeleble aire de resolución más que de seriedad. Pero el motivo de reproducirlo no era la retratada sino el recuerdo del autor de Los muertos, que corría por cuenta de José Hierro. En otra ocasión, Carmen Conde le dedica un poema y alude en la dedicatoria a la insistencia con que se lo pidió para encabezar el número monográfico consagrado a la literatura infantil (1 8, noviembre-diciembre de 1973). Y es que Elena pensaba, sin duda, en sí misma cuando hablaba (en la página preliminar del número 5-6) del «ingente esfuerzo de comunicación verbal y epistolar» que suponía la confección de la revista. No creo que tuviera muchas ayudas: desde el número 1 al 8 le asistía un consejo de redacción constituido por Manuel Andújar, Eduardo Naval y su yerno de entonces, Miguel Boyer. El número 9 introducía un consejo de gala con españoles (Abellán, Amorós, Andújar, José Ares Montes, Jorge Campos, Ricardo Doménech, Luciano G. Egido, Gatell, Giménez Frontín, Naval, Núñez y Francisco Rodón) y extranjeros que, en su mayor parte, eran hispanistas o españoles avecindados fuera (Ayala, Giovanni Bellini, José Corrales Egea, Anton io Ferres, Arthur Terry, Ullán, Ramón Xirau, entre otros). No debieron de ser de mucha ayuda porque el número 19 (que publica, por cierto, el primer capítulo de Si te dicen que caí, la novela de Juan Marsé que tardaría tres años en ser leída por sus destinatarios naturales) anunciaba la disolución del magno consejo y la creación de «consejos volantes» específicos que se harían cargo de cada entrega. Pero la fe que en laza cada número con el siguiente pertenece por entero a Elena Soriano . Suya es la expresión misma de «fe» y la tomo de la presentación anónima del número O: El urogallo es «por sí solo un acto de fe en la literatura», pero se trata de una fe que --como se rectifica a renglón seguido- es la «propia de casi toda mente moderna, es decir, racional, analítica y dubitativa». Tampoco la palabra «literatura» tenía para Elena el significado corriente y moliente. Esa misma nota la entiende como «peculiar manera humana de enfrentamiento con la real i-


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dad que la interpreta y la transforma por el medio más completo y complejo de comunicación y entend imiento entre los hombres: el lenguaje», lo que no es mala definición. Y cuando en la presentación del número 56 se ratifica en su esfuerzo, considera culminada la etapa de «llamada general a los escritores más definidamente literarios» y abierto el período de consol idac ión de redactores, públicos y temas. Es inevitable concluir que los escritores literarios no son precisame nte los nefelibatas al uso sino precisamente los más comprometi dos, los que forjan su escr itura con ideas , descontentos o denuncias. La revista no eludió su tiempo; caminó a su encuentro en monográficos co mo los consagrados a El tercer mundo (21 -22, mayo-agosto de 1973) y La vivienda humana actual (25 , enero-febrero de 1974) que inc luía un artícu lo de José María Carandell sobre las nuevas comunas euro peas. Recogió en su número 11-12 (octubre-diciembre de 1971) en una «postdata urgente» su indignación por la destrucción de grabados de Picasso en la Galería Theo , de Madrid , por parte de una banda fas cista , bien conocida de la policía. Y trajo a escr itores de significación inequívoca: los poemas del militante comunista José Luis Ga llego están en el número 5-6, haciendo compañía a otros de Nicol ás Gu ill én y José Ángel Va lente, y en el número final , el 26, donde también se reproduce uno de los cuentos, «Campos de Carabanchel », del toda vía futuro y hermoso libro de Juan Ed uardo Zúñiga , Largo noviembre de Madrid (1980). Si se quiere saber qué significa la reunión de todo esto, conv iene que el lector repare en los únicos textos de Elena Soriano que acogía la rev ista y que, muy a menudo, ni siquiera figuraban en su índice y jamás en la faja impresa que daba el elenco alfabético de redactores . Me refiero a las entregas de Defensa de la literatura. Apuntes para un ensayo interminable, un empeño que la autora había anunciado en indice, en 1961, y que tampoco concluiría en el primer vuelo de El llrogallo. Es allí donde entendemos mejor lo que «li teratura» significaba para su defensa: porque aquel los apuntes recogen y puntuali za n, a me nudo, las propias noticias o colaboracio nes de la revista , desmenuza n o discuten la bibliografía reciente, abordan las fronteras y la s afi nidades del acto de escribir. Son, a su manera , los editoriales qu e quizá alguien echaría de meno s en la revista y, a la vez, una confesión y una refl ex ión qu e se iba constru ye nd o a sí mism a, co n honestid ad , inq uietud y madurez. El título fue un hallazgo , seguramente mayo r de lo que pensaba la propia Elena Soriano. Casi treinta añ os des pu és, todo está un poco más claro aunque el mapa - todos los mapas- siga sie ndo co nfuso: en los años más feos y tramposos de la hi stori a


78 rec iente , sobreviviendo al desengaño de 1968 y a la lentísima putrefacción del franquismo, El urogallo defendió el lugar de la literatura. Se 10 deberemos siempre a una mujer que creyó en ella y en algunos jóvenes que quiso que escribiéramos en su revista.

1990. Ante la este la en su honor, en la «Playa de los locos» de Suances (Cantabria).


Unas notas sobre Elena Soriano

Fernanda Monasterio

Fue Elena una escritora española del siglo xx que , en castellano, cultivó la novela, el ensayo, la biografía y la crítica social desde una laboriosidad intensa , durante toda su vida. Me interesó conocerla y, aunque fuimos de la misma generación , no la enco ntré hasta 1967, a mi regreso de América cuando ella sa lía de l ex ili o interi or, en un momento de releva ntes acontecimientos hi stó ricos en nuestro país . Nuestra relación vino desde las valiosas amigas comunes Rosa Chace l, María Baeza, Ana María Duperier ... que me hicieron este gran rega lo. Ele na me encantó y pronto fue también una estupenda amiga, poseedora ya de una obra literaria a cuya lectura me lancé enseguida: Caza menor, la trilogía A1ujer y Hombre, compuesta por La playa de íos locos (que la censura prohibió) , Espejismos y Medea, nove las trascende ntes reve ladoras de su alta capacidad creativa. La muy hermosa señora destacaba también por su inte li ge nci a supe rior y otros valores extraordinarios: la pasi ón por la cultura (no la ge nera l, la realmente universal) ; el amor hac ia el ser hum ano y las vidas individuales; la avidez de lectura y de conocimientos ; la se nsi bi lidad reactiva hacia el arte; la consciencia ética desde un va li en te sentido de la justicia ; la capacidad de comprensión del otro y la to lera nc ia aun en la disidencia , y el rigor, la exactitud , la verac id ad como ele me ntos indispensables de una ex iste ncia civilizada - la suya- o Todo ello sin erudici ón ni dog mat ismo , pues Elena, que sabía «de todo» fuese anti guo o modern o y manejaba co n so ltura cualquier clase de info rmación comprendiendo las rea lidades particulares, nun ca aparec ió co mo pedante ni «sabia». Si n propo nérse lo consiguió ser un a muj er se ncilla , la que , teniendo un inme nso vocab ul ari o, hablaba sin jerigonza, con las palabras má s


80 claras y adecuadas al interlocutor y a la situación. Así logró la mej or sintonización con el prójimo, convertido rápidamente en próximo, y no estar de intelectual, a pesar de serlo totalmente. Elena, sí, personaje de sí misma, carente de vanidad y de soberbia, gracias a su espontánea naturalidad, a su «sim -patía». Precisamente por esto, para animar a sus amigos a exponer tranquilamente sus ideas, en un arranque de generosidad creó El urogallo, revista abierta para el que quisiera decir «algo», pues de los algas aj enos se compuso. Con Elena al timón se creó el ágora propicia que estábamos necesitando. Un gran esfuerzo para ella. Un éxito para todos. Una deuda a Elena impagada, entonces y después. ¿Por qué fue así Elena Soriano? No tengo la respuesta valedera pero me atrevo a exponer lo que me parecen datos orientativos. Nació en Fuentiduei'ía de Tajo, provincia de Madrid. Su pad re, maest ro. Ella se hizo asimismo maestra, es decir, desde un princi pi o desarrolló algo más que la cultura básica. El campo próximo y la posibilidad de reconocer en sus primeros años las señales de la naturaleza se transformarían en capacidades vivenciadas y se fueron convirtiendo en su ser, en sus saberes. Elena dispuso de sólidos ingredientes telúricos y familiares; del habla de Castilla, de las nociones del monte , el prado, el ganado, el bosque y un río importante (el Tajo). Las costumbres ejemplares del trabajo, del cumplimiento de las obligaciones, de ser decente y ho nrado en todo tiempo. Venía dirigida hacia la tarea diaria, a observar y respetar a las ge ntes, a poder valorar el estudio sistemático y la necesidad de alcanzar un a alta formación personal , para poder comprender, en su día, las riberas y el mar Cantábrico. Ele na, una mu chacha mu y bonita, se hizo , por propia decisi ón ) contra corriente entonces , estudiante universitaria , ingresando en la Facu ltad de Filosofía y Letras de Madrid, con premio extraordinar io. Se convirtió en una mujer instruida , con los hábitos del libro cot idia no, del conocimiento como necesidad , del rigor y la seriedad en cuanto ingredientes indi spe nsa bles de la existencia . Se hi zo a sí misma y a pesar de los aprendizajes académicos , si em pre fue una autod id acta curi osa. Esto es: se «elenizó», con un esti lo irrepetible y definitivo. Decir de ell a que fue un a no ve lista es una escasa definici ón de un ser tan profundamente intelectual , pues , si realizó obras literarias -y muy buenas- , fue sobre todo una humanista , de las de co mpromiso , ideología y ejemplo. Humanista que enseñó có mo


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estar y actuar, que conoció la vida de los hombres y se atrevió a ana lizarla, a criticar la. Desde sus ensayos hizo una labor docente , explicando las ideas y las reacciones humanas, sus errores pretéritos y actuales, la sociedad pri mitiva, el mundo histórico y el de Espaí'ía especialmente. Filosofía, sociología, política, religión, mitología , arte, antropología ... no fueron contenidos bibliográficos, sino sei'íales de lo sucedi do en el espacio y el tiempo. Para el la, investigadora de la realidad , se trató de conseguir el mejor encuadre , la máxima aproximación a unas ve rdades convincentes, pudiendo pasar de Platón a Freud, sin desestab ilizarse , bien apoyada en los más firmes hitos del conocimiento occ ide ntal. Desapareció prematurame nte, cuando era todavía indispensable (a su fa milia, al grupo am istoso , a sus discípulos , a los lectores), a todos los neces itados de sus palabras, de sus gestos y señales iluminadoras , y ¿por qué no decirlo?, de su presencia fís ica, de su gracia y su fuerza. Ca lor y color de Elena, vital idad estimulante, contagiosa, y el vacío que se ll ena de sonidos, de im ágenes, de su voz, su olor, su eco. La nostalgia de Elena nos lleva a evocarla, a recordarla, real , aquí, aho ra mismo , a oírla y segu irla, desde sus páginas , desde su mente act iva a acariciar este libro suyo que tengo en las manos. El libro el Donjuanismo femen ino es póstumo. Deseo leerlo de for ma entrecortada , co n ida s y vueltas por los capítu los, por los surcos que el pensamiento de ella va arando despacio de atrás hacia de lante, sin torcerse nunca, inflexible y tenaz agotando el campo y mis reservas de aso mbro, pues completa los conceptos sin rastrojo pos ib le. La evocación prosigue y ahora tengo su Testimonio materno , el libro de l drama de su dolor, y de su respuesta insólita, inesperada. En vez de l luto y el ll anto, la madre lo que quiere es comprender la traged ia, acercarse a sus causas y laber intos , a la soledad inexorable de los jóvenes , a la ang ust ia so litari a y a la compartida. La madre estud ia y busca, neces ita saber qué nos está pasando y parar la cadena de errores-ho rrores. Se despoja de toda autocompasión , se seca las lágrimas que impiden ver y se pone a redactar su mensaje testimonial. Los libros son ahora las clases magistrales de la humanista peda goga, sus ensayos, sobre los temas más cal ientes y arriscados de su tie mpo, tomados ate mporalmente con distancia técnica. La fascinac ión evocadora prosigue y tengo a la profesora hablándon os del homo sapiens, del origen del lenguaje y del mito, de Platón -s u predi lecto- y de Ar istóte les, de las edades medievales y de l


82 Renacimiento para que entendamos las claves de eso llamado cultura, antes de su posesión exclusiva por Occidente. Tras la clase, continuamos con Elena y emprendemos un largo paseo, para seguir oyéndola: tiene mucho que decirnos y además di sfrutamos con su dulce compartía. Tranquila, persuasiva, nos convence de que escr ibir es bueno, que no depende de las modas, sino de las ideas , y de que el escr itor no debe estar preocupado mirando para los lados, sólo tratar de hacerl o mejor, de ser puro. También conviene hablar, como estamos haciendo , pero en sus dos tiempos: escuchando y dialogando. Y otra vez vue lve a Platón, tenaz y reiterativa, sobre todo cuando está convencida. Nos sentamos para tratar del amor, de esa forma afortunada de la comunicac ión entre personas, de la maravilla inefable. Elena cree en el amor, vive en él y con él, lo crea, lo da y lo recibe. Es amorosa, está enamorada y se le nota. La humanista intelectual y enamorable sabe muchísimo también de esto: del carii'ío , de la ternura, de la pasión , del amor familiar com o fuerza centrípeta de cohesión indestructible. y nos cuenta que la sexualidad sin amor es sólo procreación y de que los animales también tienen amor, a su manera . Percibimos que, como alumnas, como amigas , nos ama y la amamos , que es amable. Esto parece mágico, pero es real: Elena prosigue sempiterna, presente siempre, pues el amor es lo único perdurable de este mundo. Y ... a pesar de que soportó tragedias y contrariedades, no fue desgraciada. El amor que tuvo -el que dio, el que recibió-, el que llevab a puesto constantemente, le proporcionó una fuerte estructura de alegría vital. Con Elena , era difícil caer en el pesimismo y en el tedio , pues su persona en continua lucidez reaccionaba pronto hacia lo positivo vi en do la luz dentro de los túneles. Nos dijo , es cierto, que la felicidad es breve y contingente, que debe cogerse cuando aparece , que incluso hay que retenerla manej ándola co n cuidado , pues puede tratarse de un espejismo, y los espeji smos son efímeros . En la lecc ión postrera nos pid e valor, se renidad , nos anima a proseg uir dej ánd onos el men saje de su ejemplo : continuar su obra en el estil o Elena de lucidez constante. Po r tanta claridad y gozo, Elena, gracias.


HOluenaje a Elena Soriano

Rafael Mora les

Cua ndo pie nso en la situación de la narrat iva espai'íola hac ia los pr ime ros afi as cin cuenta, siempre rec uerd o la viva impres ión que me produjo Caza menor (195 2), prim era nove la de Elena So ri ano, a qu ie n por ento nces no co nocía perso nalm ente. El ambi ente ru ra l y la tensió n hu mana de los pe rso najes estaban bien logrados y anunciaban ya a la exce lente narradora que ve ríamos granar mu y pronto en sucesivas nove las , de las que rememoro con es pec ial di stinci ón La playa de los locos y Espejismos. Si no me fa ll a la memori a, la ve rteb rac ión de toda esta valiosa ob ra es la pas ión amo rosa analizada en diversas facetas que van desde la melanco lía a la tensión trág ica. La penetración ps ico lóg ica de la autora, profunda y ag uda, junto a su bu ena prosa y a la capacidad fa bul adora contribu yero n a fo rj ar mi admirac ión por ell a, acrecentada más tarde por Tes timonio materno, uno de los li bros de carác ter auto bi og ráfico qu e más me han co nmov ido en mi larga anda dura de lector. Hoy ofrezco m i homenaje a qui en tanto gozo in te lectu al me entregó con un a obra justamente inolvidabl e.


HOlnenaje a Elena Soriano

Honda curiosidad siempre acuciada por su propia exigencia. Pensamiento cultivado y rebelde, fundamento de compromiso y vida. Fue obligada a sufrir de la historia la andanada, que resisti贸 gallarda, y contra el viento nada propicio, hall贸 en su firme acento aval la libertad. Con su mirada dio transparencia a su obsesivo objeto - mujer y hombre- y alz贸 en significado su humano contenido. Su secreto fue penetrar secretos: hoy legado de su obra y su estela, que el respeto del tiempo por su m茅rito han ganado.

L UIS FERNA N DO

l\lu/iol.


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ESPAÑA DE POSGUERRA EN PERDEDOR

A Elena Soriano (in memoriam)

Harapos, muertes, hambre, perseguidos ... - España de posguerra en perdedor-o Traidor judeomasón quien hace por no extremar el rigor con los vencidos. Cuántos años de oscuridad sufridos: de proclamar cruzado al Dictador y espíritu en reserva, con honor de bendición papal. Sus oprimidos, ahogándose en la patria acaudillada y ávidos de la humana condición, hallan la fraternal humanidad de tu vida y tu obra: bocanada primera de aire puro. Tu pasión siempre fue -qué valor- la libertad.

LUIS FERNA NDO

MuNoz


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1987. La escritora con su gata Greta.


Tal como la recuerdo

Antonio Núñez

Conocí a Elena Soriano, si la memoria no me traiciona , a finales de los afias sesenta en la tertulia de la revista Ínsula, que se reunía los mié rcoles de cada semana, hacia las siete de la tarde , en la pequei'ía librería del mismo nombre situada en el pasadizo del número 9 de la ca lle del Carmen. Era una mujer hermosa, de fuerte personalidad , un poco dominante. Yo diría que intimidaba un poco. Le contó con una sonrisa a Enrique Can ita de Ínsula, allí sentado con el resto de los contertu lios, que se proponía hacerle la competencia mediante la edición de una revista literaria y de pensamiento, de la que no quiso dar el nombre, que matenía celosamente en secreto desde hacía algún tiempo. Más adelante tuvimos conocimiento de que, en el afio 1967 , Elena, atraída por las gracias de un animal que en verdad reúne caracte ríst icas sobresalientes, había tenido acceso al Registro de la Propiedad Industrial , del Ministerio de Industria , y registrado el no mbre de El Urogallo para el papel literario que se proponía editar. Tan sólo necesitaba , como es habitual en estos casos, la financiación ad ec uada, y fue su marido , Juan José Arnedo, un empresario de éxito y un hombre indudablemente generoso que amaba y admiraba a su Illujer, quien hizo posible la edición de la revista. También tuvimos co noc imiento de que Arnedo había ofrecido un abrigo de piel muy caro a su mujer después de cerrar un buen negoc io , o quizás se trataba simp lemente de una vieja cuenta pendi ente entre la pareja, y que Elena había rehusado el regalo, reservando el importe para sus propós itos editoriales. Prometió a su marid o que no gastaría en El Uro gallo ni un céntimo más , y la verdad es que no sé si pudo cumr lir su palabra. Es el caso que , a finales de 1969 , salió a la calle e l número O de El Urogallo . Se abría con un artículo , sin firma , de la directora , naturalme nte la propia Elena Soriano, un relato de R. J. Sender, y la melan-


88 cólica nota de un paseo por los arrabales de Madrid de nuestro bu en y olvidado amigo Eusebio García-Luengo con Ignacio Aldecoa, dos semanas antes de que la mu erte sorprendiera a éste, en Madrid, a los cuarenta y cuatro aí'íos. El consejo de redacción de la primera época, que se mantend ría intocado hasta la primavera del 71 , lo componían Eduardo Naval , un joven fino, inteli ge nte , gran lector y conocedor de la literatura, que había ve nid o de México y al que yo había conocido y con el que había compartido tareas en la redacci ón de Ínsula; Manuel Andújar, tan exce lente escritor como hombre de expresión conceptuosa, ini nteligible en ocasiones; y, finalmente, Miguel Boyer, que había aceptado figurar en el consejo, supongo que por agradar a su suegra, y que por entonces , creo, trabajaba en el Servicio de Estudios del Banco de Espaí'ía. No figuró Boyer, seguramente a petición propia, en la remodelación del consejo que acometió Elena en la primavera de 1971 , cu ando dio entrada a prestigiosos profesionales, escritores y ensayistas de España y del extranjero, y algún otro , como el que esto escribe, dotado de más entusiasmo juvenil que méritos. En el número 9, corres pondiente a mayo-junio de 1971 , aparecía a doble columna el nuevo consejo de El Uroga llo, domiciliada la revista en el propio domi cil ie fam ili ar de Elena , en el número 24 de una calle con claras re sonancias falangistas, la de Matías Montero, nombre que cambiaría el ayu ntamiento por el de Maestro Ripoll con la llegada de la democracia. La revista continuaría ofreciendo seis números al año, y en el la trabajaba como dibujante Pepe Plá, un joven de talento a quien El en ' admiraba y que le hacía reír por su aspecto y andanzas poco conven _~ ciona les. No sé qué ha sido de él. La tercera etapa de la revista comenzó en enero-febrero de 1973 Elena se sentía agobiada por el enorme trabajo que recaía sobre el la. y compro bó que , como suele ser habitual en estos casos, los nombres de prestigio, cuando no hay dinero de por medio, prestan su nom b r,~ para que figure en la mancheta de la publicación , pero hacen poco má s por ell a, aparte de procurar algún texto de un amigo. También en este caso, se hallaban ocupados en otros quehaceres más rentables o en el trabajo y cultivo de su propia obra. Llevada de su natural ten dencia a la clar id ad, y acaso algo mol esta con sus colaboradores, Elena decidió que só lo figurase en el consejo de El Urogallo el nOI11 bre de las personas que habían contribuido efectivam ente a la real izac ión del núm ero de que se tratara. Y as í seguimo s hasta el final , que vino de la mano de l número 35-36, correspo ndiente a lo s meses d ~


89 se ptiembre-octubre, noviembre-diciembre, de 1975 , un cuatrimestre histó rico en el que los rumores sobre la agonía del Dictador se cerraro n finalmente con su muerte el 20 de noviembre . En una página preliminar, Elena se despedía de s us lecto re s con su ca racter ística actitud apasionada: agradecía la aportación de tantos y ta n exce lentes colaboradores, y exponía claramente que la publi cació n había logrado apenas mil suscriptores y la venta en qui osco de unas pocas docenas de ejemplares de cada número. El Urogallo se retiraba al fondo de la floresta , y Elena recordaba a Holde rlin , cuando éste aseguraba que no se puede ser poeta en tiempos de miseria .

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Tuve la enorme satisfacción de trabajar con Elena So riano a lo largo de estos cortos años y de publicar diversos trabajos en su revista, aunque sie mpre pensé que nunca apreció debidamente mi entrega a su proyecto, ni mi prese ncia física en la redacción de El Urogallo, que tenía que hacer compatible con otras dedicaciones. Muchas tardes pasé en aquella casa lra bajando con ella en la confección de la revista y en las tareas propias de la redacción . Verdad es que, entre gente de letras, el trabaj o perseverante es me nos estimado que el talento, y es justo que sea así. Era El Urogallo, sin duda, una revista abierta, plural , aunque pensada y en cierto modo hecha a la medida de una muj er que creía en la literatura co mo un modo de abordar las playas de l corazón hum ano. La tarea se co mplicaba en aquellos tiempos difíciles. El Urogallo debía mostrar~e necesariamente cauto, y a esa circunstancia aludía E lena, ilustre vícti ma ell a misma de la censura franquista, en el texto que, sin firma , figu"ó en la contraportada de todos los números de la revista: El uroga ll o es ave rara de la fauna se ptentrional , qu e vive so li tario en algunos bosques umbrosos de occ idente. No vue la alto ni lu ce plumaje de vistosos co lores ni su canto es pertin az, agudo , dulce o halagüeño a los oíd os co mo el de tantos páj aros triunfales: más bien es un canto ás pero y grave, brotado de su se r úni came nte po r amoro so ce lo y que, al delatar su presenc ia a los cazadores, puede hacerl e mor ir. Co nsc iente del mi smo ri esgo, El Uroga llo literar io só lo canta por celo intel ectual.

Las perso nas que congregaba El Urogallo e n el cha lé de la calle Matías Montero hacían suyo, como es natural, este texto en cierto modo


90 programático. En algunas fechas sefíaladas, se trataba del reencuentro de los consejeros después del verano o de la proximidad de la Navidad, Elena daba una fiesta y nos invitaba a todos. La imagen de aquella casa se resiente, naturalmente, de los treinta años transcurridos, pero aún recuerdo que el chalé, que todavía hoy, según creo, ocupa la famili a, tenía un jardín delantero pequeño y romántico que me parece recordar cuidaba el chófer, y una empinada escalera que conducía a la puerta de entrada. El vestíbulo, espacioso, tenía las paredes forradas de madera, y esto le daba un cierto aire sombrío. Olía bien . A la derecha, una amplia puerta corredera daba acceso al salón , una estancia grande con ricos muebles burgueses y ventanas al jardín; creo que arrimado a una pared había un piano en el que no estoy muy seguro de haber visto tocar algo a Juanjo, el más joven de los dos hijos que tenía el matrimonio Arned oSoriano. Me adelantaré a decir que Juanjo fue la gran tragedia de esta familia. Me asalta con toda nitidez, en cambio, el recuerdo , en algú n lugar alto de la casa, del vibrante sonido de los platillos y cajas de una batería, en la que el chico ensayaba con el entusiasmo del converso las piezas que luego tocaría con sus amigos. Este ruido irritaba a Elena cuando ambos trabajábamos en el cuarto que hacía las veces de redacción de El Urogallo, emplazado, o puede que no, a la izquierda de la entrada. En otras ocas iones, pacientes, nos sonreíamos y hacíamos conjeturas acerca de la inspiración musical del Mendigo, pues así, aunq ue sólo e ntre nosotros, lo llamábamos los dos. Entre el grupo de escritores de mayor o menor edad que ocupaba vest íbul o y sala en esas fiestas , brillaba como una joven emperatriz Ele na A rnedo , la hija de los anfitriones. Bella , joven, inteligente, y no sé si recientemente casada, siempre me pareció que llegaba de un mundo diferente , y siempre imaginé que volvería a él volando, en cual quier insta nte, dejándonos la impresión conmovedora de un sueño . Es verdad que vivía con su marido y su propia familia en otro chalé, au nque contiguo, y quizás por ello, su presencia en la casa de los padres no me era familiar. Aún recuerdo su figura esbelta y el vestido que lucía en cierta ocasió n, blanco , deslumbrante , con un lazo sucin to sobre e l homb ro izquierdo. Nunca hablé con ella. Tampoco crucé muchas palabras con su hermano , Juanjo , menor que ella, que ya daba las sei'ía les ciertas que llevarían a los Arnedo a vivir una pesadilla. Vestía como un hippie y, cuando me cruzaba con él en un pasillo de la casa, pasaba a mi lado , inexpresivo y rápido, camino de su habitaci ón en el piso de arriba. No creo que sintiera el menor interés ni por la ob ra literaria de su madre ni por la revista en la que tan afanosamente trabajaba e ll a, ni prestaba la menor atención , al menos que yo sepa, a los


91 escritores qu e visitaban su casa. Simpl emente, como él mis mo diría, pasaba de ellos. Drogodependiente, Juanj o sigui ó el camino clás ico de l joven que, tras arduas luchas interi ores, pretende dese ngancharse, pri mera mente con la ay uda de los psiqui atras, y, después, co n las de los gurús, que en el caso del chico de los Arn edo era el Maharaj -Ji , un joven indos tánico que pretendía se r la ree nca rn ac ión de Jes ucristo. Todos estos individuos que ofrec ían y continú an ofrec iendo sorprendentes remed ios envueltos en un a retóri ca fa lsa mente científica y esp irit ua lista, para qui enes la droga es un a fu ente in ago tabl e de din ero, hiciero n mucho da ño al chi co. Fue prec isa mente a la vuelta de Ro ma, adonde Juanjo se había des plazado a ve r al Ma haraj -Ji, cuando el muchacho encontró la muerte, atrope ll ado, creo que por un ca mión, en la autovía de Baraj as. N unca fueron esta blec idas co n clari dad las circunsta ncias prec isas de l acc id ente. La muerte del chico cambi ó la vid a de Elena, tambi én la de Ju anj o Arnedo, qu e envejec ió de la noche a la mañana de una manera tan ll amat iva, que co nfieso que lo eludía, para no her irl o ni en cierto modo ru bricar su de rrum be, cuand o me cru za ba acc id entalm ente co n él en alg una ca ll e de Madrid . Elena se defe ndió co n lo qu e sabía hacer, y escribió ese libro sin ce ro, lú cido y emoc ionante qu e es Testimon io materno . Po rqu e no es só lo la penosa enfe rm edad y la trág ica muerte del hij o lo que Elena vi no a re fl ej ar en sus pág in as . La reflex ión so bre el dest in o del mu chac ho hi zo sa ltar y acti vó su pe nsam iento so bre ta ntas cuesti ones esenci ales (e l ll amado «probl ema ju ve nil », la fa milia en nu estro ti empo, ps iqui atría, sec tas re li giosas, etc.); y, so bre todo, nos entregó la co nfes ión qu e sin duda había sofocado po r largo tiempo: la auto bi ografía intelectu al, moral y se nti menta l de un a escritora que era mu y co nsc iente de qu e había sacrificado a su co ndic ión de mad re mu chos aspectos de su perso na. En una entrevista que le hice en j uni o de 1986 pa ra la rev ista Ínsu la a propósito de Tes timonio materno, que estaba logra ndo un éx ito de ventas extraordina rio y ll eva ba a su autora de co nfere ncia en co nfe rencia y de la radio a la telev isió n, oto rgá ndo le un reco noc imi ento púb lico que no ha bía logrado con su obra literar ia, Elena me co nfesaba con cierto hu mor que había d icho muchas veces a su familia que , de poner un epitafio en su tumba , debía ser éste: «E lena Soriano , escritora espa¡'jala de l siglo xx, vivió y murió en servidumbre a la especie ». No fue , sin embargo, o no fue únicamente la dedicación a sus hij os, a los que ama ba entraí'íablemente , lo que dificultó la dedicaci ón de Elena a su tare a litera ria ; era también el clima espeso, romo , en cierto modo ind igno , de la época, la implacable actuació n de la censura franquis-


92 ta con sus textos, y también con los de todos sus compañeros de profesión, lo que la empujaba al desaliento . Elena Soriano describi ó en difere ntes lu gares este angustioso itinerario espiritual, y recomi e nd o e n concreto la lect ura del prólogo de su no ve la La playa de los locos CEd o A rgos Vergara. Barcelona , 1984), primer volumen de su tril ogía JvJujer y Hombre, do nd e se traza de ma no maestra no só lo un cuadro de época de la represión inte lectual del franquismo, sino también el retrato e moc io na nte y a ngusti ado de una escritora qu e no encuentra su lugar. ¿Qué podría ai'íadir yo acerca de esta bue na a mi ga? Que ten ía casta , ta le nto literario y un carácter apasionado y dominante. Un gran corazón , tal y co m o so lemos predicar de las personas fundament al mente buenas. Me decía a veces que no había nacido e n s u tiempo , y creo que tenía razón , que no habí a na cido, ni , so bre todo , vivido , en s u tiempo y e n e l lu gar adecuado. Yo, cua nd o hablaba de esas cosas de que hab la n los esc ritores , la situaba en París, e n un sa ló n e lega nte y mund ano, e ntre s us igual es. No sé .


In memoriam Elena Soriano

Jesús Pardo

Yo conocía mucho a Elena Soriano, aunque nos ve íamos poco. Nuestro primer encuentro fu e en el café Gij ón, integrada en su tertulia li tera ri a mediante sus ami gos escritores Jorge Campos y Euse bi o García Luengo . Era una muj er más alta qu e baja, más rell ena que delgada y más cxplícita que tácita. Más guap a, por supuesto, que fea . Tan atrac tiva menta l co mo físicamente . Su vocac ión literari a era inamov ibl e. No habl aba de otra cosa qu e de libros, y sin ponerse nunca pesad a. Todo lo co ntrari o: siempre decía las mi smas co sa s de form a di stinta que la vez anteri or, y era mu y te mib le polemista. Rec uerd o una fu erte di sc usión qu e tu vo con Ca rl os Edmu ndo de Ory, que entonces and aba por Madrid proc lam and o un «isl11Q» de l qu e ahora no rec uerd o más qu e la síl aba fi nal. Ca rl os, mu y ico no clasta entonces , dec laró su desdén po r Ce rva ntes , y Elena contra atacó a fo ndo en defensa del Quijote. La d isc usión fue larga y ho nda, y co nclu yó co n la huid a de Carl os Edmund o de Ory, qu e, en el Co ndo, estaba de ac uerdo co n ella . José Ga rcía N ieto, que funcionaba como el j efe oficio so de la te rtuli a, so lía decir de e ll a que iba a por su ¡Jucsto y que enseguida po ndr ía de vicejefa a Euge ni a Serra no. pe ro en l:SO se equ ivocaba , porque Ele na So ri ano y Euge ni a Se rra no no se ll evaban nada bien. Yo siempre he pensado que la lite ratura no tiene gé nero. Es evide nte que las mujeres piensan dist into que los hombres en muchas cosas bás icas como consec uencia de ser ta n dis tinta su cosmov isi ón como lo es su mi sión y, en consecue ncia, su actit ud vital. Aunque esta diferencia es, in dudab leme nte. muy ho nda, no le va muy en zaga la que impone al escr itor rel igioso su cos mov isión fren te al escritor pagano. Y podrían ad ucirse otras d ife renci as cas i ig ualm entc básicas a poco que se pen sase . Yo siemp re he pensad o en Elena So ri ano (o.


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puestos a poner ejemplos, en Olivia Manning, a quien también conocí, como lo más parec ido a un gran escritor con faldas que he cono cido. Y recuérdese qu e la s faldas no son privativas de las mujeres: tam bi én Sir Walter Scott las llevaba. La literatura a mí siempre me ha parecido divisible en dos categorías: buena y mala , y aun éstas son inciertas pues, a poco alto que pongamos el listón , se pierde seguridad en esos juicios de va lor, qu e el ti empo invierte con frecuencia de fo rma bastante radica l. En este caso , sin embargo, no cabe ninguna duda: Elena Soriano cae en el lado bueno , y una prueba muy convin cente se me ocurre, y extra literar ia además: aunque su voca bulari o y las actitudes y modos de sus personajes han quedado muy firmemen te enclavados en el mundo vital y soc ial de los años cincuenta , ni éstos ni aq uél parecen artic ul ados por más que , evidentemente, lo sean: lo so n y no lo parecen grac ias a la fuerza de la narrac ión y lo lúcido y diáfano del estilo. Yo, personalmente, no conozco mejor elogi o de un libro entrado en años, y estoy hab lando concretamente de La playa de los locos, la primera parte de su trilogía Mujer y Hombre y, para mí, sin el menor género de dudas , un a de las grand es nove las españo las de la época franquista; me parece superi or como nove la, es decir, com o fenómeno puramente litera ri o, a La fam ilia de Pascual Duarte, la cual, empero, tiene mucha más importancia co mo aco ntec imi ento po Iítico-I itera ri o. La playa de los locos me parece la mejor de sus nove las . En tod a crít ica hay, indudabl emente, un fuerte ingredi ente de gusto person al, y el mío me dicta este juicio. Hay en la confesión de la protagonista a sí misma, porque en realidad se la está haciendo a sí mi sma, so capa de hacérsela a su amante mu erto, una fuerza que puede inclu so con los defectos de las impl aus ibilidades de este libro, co nvirti éndolos en parte de sus virtudes. Me recuerda al Franc;ois Mauriac de Nac ida de Vísperas. Es La playa de los locos una nove la clásica de un género muy cu lti vado en Francia, país mu y sibarita del suicidio, al contrario que Espa ña , donde el suicidi o esta ba condenado hasta hace poco con la pena de muerte : es lo que pudiéramos llamar la novela del suici da, la larga confesión que deja el suicida antes de pegarse un tiro en la sien o en la boca. La protagonista de La playa de los locos no se puede suicidar, au nqu e es evidente que está tan muerta que ya no tien e fu erzas ni para matarse. Es bien extraí'ío que no viera esto el cura censor que se brindó a permitir su publicación si Elena cerraba su no vel a metiendo a su protagonista en un co nvento. Elena So ri ano me dio enseg uida ejemplares de la trilogía, in clui do un ejemplar de La playa de los locos, en la edición no venal de


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Ca lleja, que había sido prohibida por la censura con muy sobrada razón: osaba reducir el amor a sus simples y complejos rasgos fieramente humanos; y prohibida siguió hasta que salió en edición corriente, no sé si en 1984, en Argos Vergara, edición de la que también me dio un ejemplar Elena. Y en su momento tuve mi ejemplar dedicado de Caza menor y de Testimonio materno, libro del que hice constar, cuando aún no estaba terminado , que no me gustaba el título. Elena lo escribía febrilmente en su cuarto del hotel Sardinero, junto a la hermosa playa de esa punta estival de Santander, y, en el hotel , el de rece pción te avisaba, claramente impresionado: «No sé si le podrá rec ibir a usted, está escribiendo», y enseguida aí'íadía, temeroso de habe r hablado más de la cuenta: «B ueno , ni a usted ni a nadie»; y, efectivamente , no me recibió: «Estoy dedicada únicamente a escribir, Jes ús, me tienes que perdonar»: en la maraí'ía de sus folios, como me explicó más tarde: «no sabes qué lío era aquél ». Pasó el tiempo y nos veíamos poco , hasta que una revista me encargó un extraí'ío artículo: yo tenía que entrevistar a Elena Soriano y ella me tenía que entrevistar a mí, y ambas cosas simultáneamente, en el mis mo artículo. Nos vimos en el Café de Oriente; ella , engaí'íosamente ase ñorada, envuelta en leopardo , que es caza ma yo r; y, naturalmen te. la entrevista doble salió mal , y acabó siendo simple: yo a ella, y así nos ente ndíamos mejor. Luego nos vimos poco , en actos literarios más que nada, y ella me ma ndaba sus libros; cuentos y ensayos ahora, ya no nove las . Alg uien me dijo que la larga prohibición franquista de La playa de los locos había dejado su fantasía convertida en un espejo roto. y un día se nos murió : dimitió de la vida, como dice su marido , .l ua n José Arnedo, pocos minutos antes de abandonarla, y ha dejad o cuat ro novelas, de las que una , por lo menos , forma parte in separable de nuestra historia literaria y de nuestra literatura, pues ha hech o impacto por partida doble ; tres tomos de ensayos, algunos de los cuales so n magistrales; un largo ensayo terminado (El donjuanismo femenino); un puñado de cuentos , de los que cuando menos uno (Prisa ) quedará cuanto dure la lengua espaí'íola; un testimonio dob lemente ejemplar ingente y un montón de notas que Juan José Arn edo trata de desenmaraí'íar. Más, ciertamente, que el Ol iveratto da Fermo, de T\la nuel Mac hado , que sólo dejó un puí'íal y un soneto.


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1955. Co n Dámaso Alonso , la viud a de Sa int Ex upéry y Marí a Alfa ro.

1959. Con el poeta Gerardo Diego.


Elena Soriano: la inteligencia en libertad

Rosa Pereda

Elena Soriano, a quien qui se y admiré profundamente, es un ejemplo muy cl aro de intelectual, de escritora y de muj er, y de la manera en que decentemente se relaci onan estos terrenos entre sÍ. Con memoria, compromi so y ri go r, con se ntido del hum or y co n se ntido de la ética. La co nocí en 1974, y en Madrid , reci én llegada a la ciud ad, rec ién te rminada la carrera, rec ién in corporando mi curios idad al mund ill o literario y a la críti ca . Me di ce Juanj o Arnedo que qui zá fue en San tande r, en el Sardin ero, y antes; es pos ibl e. Allí nos vim os todos los agostos sigui entes. Ell os co noc ían a mi s pad res , y yo había leído Caza menor, pero mi primer rec uerdo es ac udi end o a su chalé de El Viso con mi padre, qui zás in vi tados a almorzar, y Elena, que me daba una rev ista, El Uroga llo, y, socorro, me pedía co laborac ión. Era esa rev ista qu e yo leía co n devoc ión, donde publi caban los maestros , como Juli o Co rtáza r, por ejempl o. Y yo aca baba de empezar a hace r crítica en Info rm ac iones y Triunfo , y aquell a espec ie de madr inazgo de Ele na duró, creo, siempre. Elena So ri ano me amad rinó desde lejos . Y me ense ñó mu chas cosas. Po r ej empl o - hay que recordar que la conocí en los últimos afios de l fra nqui smo, pero que todav ía era el franqu ismo- me enseñó que era pos ibl e la res istencia a lo peo r. Res ist ir, decía su obra y su persona -aquel empaqu e, aqu ell a mirada inteli ge nte , aq uell a in te li gen cia ag uda- era no do bl egarse , y era no olvidar. Y era no claudica r. Y no dejarse ll evar por los lu ga res co mun es . So bre todo , no dejarse ll evar por los lu ga res comun es . Y es qu e te nía esa ag udeza en el análi si s, tan po líticamente in correcta entonces co mo ahora. Por eje mplo, hab laba de donjuani smo fe menin o, aunque fuera para probar su imposi bi lidad en una soc iedad li bre, o habl aba de pai docrac ia, cuando todav ía no ex istía ni la mi tad de culto a la j uve ntud que ahora. Pero lo


98 veía venir, porque su sistema era escuchar a su propio presente, mirar algo más lejos , mucho más lejos, y poner unas cosas en relación con otras. y se reía, ya lo creo que se reía. Cuando las mujeres socialistas le dieron el premio Rosa de Lima a su obra literaria, me pidieron que hiciera la presentación. El que alguien mucho más joven y más inexperta presentara a una maestra lo veía, me dijo por teléfono aquel mismo día, con esa ironía suya, como una prueba más de que su análisis <;le la paidocracia era correcto. Para mí fue la oportunidad de expresarle una deuda públicamente, de mos trarle mi admiración y mi agradecimiento. Pero su comentario ya era, en cualquier caso, muy significativo. Su mirada peculiar, que parecería a primera vista muy masculina, pero que en realidad es completamente femenina, con la que no dejo de identificarme, le permite separar sus vivencias personales, distanci arlas de sí misma , y tomarlas como síntoma de la realidad general. Y reflexionar a partir de ahí. Contra lo que se exige de las mujeres -que es el encierro en la intimidad-, y contando con la reflexión intel igente como arma, Elena Soriano generaliza sus experiencias en el se ntido más amplio, y reflexiona sobre ello. A unque implacablemente duela. Es el caso de Testimonio materno, el libro escrito a partir del dram a de la muerte de su hijo y publicado en 1985. Sin esca motear el dolor, Elena Soriano investiga, generaliza, observa y habla de esas zonas oscuras, de las sectas, la nueva religiosidad, las nuevas drogas, los modos de captación , los niveles de presión sobre los jóvenes. En fi n: ese mundo que se cierra en torno al hijo, y a tantos como él. Aunque el dolor sea incurable e intransmisible, la radiografía de la sociedad responde a esa «necesidad de entender» sin la que la literatura no tien e razón de ser. Una perspectiva femenina, entendida como reflexiva y filosófica siempre, pero tan inevitable como libremente asumida, ha presidido sus trabajos de narrativa y ensayo. Desde ella conduce, por ejemp lo, El donjuanismo femenino, el ensayo que por fin , y bajo el cu idado de su hij a Elena Arnedo, vio póstumamente la luz el año pasado. Se trata de un trabajo intensa y exhaustivamente documentado sobre la conducta sexual y amorosa de las mujeres en las últimas décadas del siglo , algo más , mucho más, que una colección de estadísticas o que una serie de impresiones. De nuevo es un trabajo de reflexión y de investigación en esa expres ión de las verdades profundas de la sociedad y de sus valores que logra la literatura, y su título conduce a una incursión en el mito de Don Juan y al hallazgo de la imposibilidad de


99 su simétrica Doña Juana, rastreada no sólo en sus escasas y muchas veces patéticas muestras literarias, sino en la conducta que la liberación sexual posterior a los sesenta ha permitido a las mujeres actuales. La profunda mirada a la concepción de lo femenino y lo masculino y sus posibilidades de desarrollo dentro y fuera de la pareja monogámica; su puesta en relación con contenidos históricos , literarios y mitológicos de distintos órdenes, su talante crítico y su perspectiva femenina y sensata, convierten este ensayo monumental y esclarecedor en un instrumento insustituible para cuantos intentamos comprender lo que está pasando en una sociedad en crisis -como define la propia Soriano, en situación de cambio con final impredecible, y cito de memoria-, con in st ituciones en derribo, como la familia patriarcal, y enfrentada a esa mitad de la humanidad, la mitad mujer, que ahora dispone de anticonceptivos, independencia económica y una participación cada vez mayor en las decisiones políticas y económicas . La posición de Elena Soriano respecto al «doi'íajuanismo» -es decir, la actitud que implicaría a mujeres seductoras, y «abandonadoras» y promiscuas- es de un sabio escepticismo , que no le impide , muy al contrario, ana li zar en profundidad y con una gran or igina lidad jos aspectos que diferencian lo masculino y lo femenino, los factores históricos que han dejado en la cuneta elementos fundamentales del mito, como el del honor y la deshonra, e iluminar todo esto desde unos objetivos, desde una mirada progresista, sin la que no se podría entende r el propósito del ensayo, que así se convierte en un estudio sobre la sentimentalidad a secas . Son las relaciones entre hombres y mujeres las que interesan a Elena Soriano, que espera y cree en un futuro en que la donjuanía no sea deseable, ni posible, como sujeto de ningún sexo. El donjuanismo femenino fue durante años ese libro legendario que Elena Soriano no acababa de terminar, comenzado cuando no estaban de moda estos temas, antes de la revolución sentim ental de los ochenta, a la que por cierto alude con enorme lucidez, pero cuyo solo título resultaba ya esti mul ante, porque era capaz de generar un nuevo estado crítico. Y, no digamos, cuando aparecía algún fragmento , o algún artíc ulo paralelo o confluyente con su investigación. Es un libro perfe ctamente coherente con su trayectoria entera, una obra magistral, en todo s los sentid os de la palabra, y de agradecer a la vista de tanta trivi alidad y estupidez como se vende sobre los llamados «temas femeI1l nos». No sé si Elena Soriano se veía más a sí misma como novelista o como ensay ista . Sé que es difícil deslindar vocaciones y placeres y


100 que al final las escrituras de una voz verdadera siempre son solidarias . Caza menor (Madrid, 1951), su primera novela, habla del cainismo español, que es algo que tanto ella como Juanjo Arnedo, su marido, sufrieron en la posguerra civil, pero también está hablando de dos hermanos y una intrusa, de un triángulo de celos y odio, y un tipo de mujer ambigua y huidiza, la «mujer gacela» . Mujeres y hombres, y yo diría que sobre todo mujeres, pueblan sus cuentos y también sus tres novelas introspectivas, intelectuales, que son, en realidad, tres historias de amor. La playa de los locos, Medea y Espejismos, las tres aparecidas en 1955, y reeditadas bajo el título trinitario de Mujer y Hombre en 1986. Yo quizá prefiera La playa de los locos, que pasa en una tierra que ella visitaba todos los veranos y que yo quiero porque es mi tierra, y porque contiene, además de una profunda reflexi ón sobre la pasión y la fidelidad, unas acuarelas minuciosas de aq uel Suances casi salvaje y presidido por los vientos. Mereció la cen su ra franquista y fue retirada de circulación hasta casi treinta aílos desp ués. La memoria, que es uno de los soportes básicos de la novel a, es también uno de los atributos y sostenes de la cultura . Yo creo que Elena Soriano, que ha hecho tanto y muchas veces en solitario -como el urogallo cuyo nombre y figura tomó para esa revista cosmopolita y hermosa que cubrió toda una época y que ahora, por una vez, vuel ve a cantar- tiene mucho más por enseñarnos. Ahora que tenemos la tentación de olvidar, es más necesaria que nunca la recuperación de esta mujer, intelectual independiente, novelista y ensayista, y animadora cultural , que ha vivido con coherencia y energía envidiables, y ha sabido analizar con agudeza y valor aspectos cruciales de la historia últi ma de Es paíla. Una historia que sin ella, y sin gente como ella, no sería posible ni comprensible .


Inolvidable Elena Soriano

Marta Portal

Era una mujer vital, elegante, en ocasiones, enjoyada, muy vistosa; lle naba cualquier ambiente, o ningún ambiente, por variopinto o brillante que fuese , la disminuía. Se interesaba por todo , ayudaba a sus am igos, participaba en todos los acontecimientos literarios a que se la inv itara; estaba siempre en la brecha. Su relato, Testimonio materno, estremec ió a toda Espaí'ía por el valor que supuso transformar una herida abierta en instrumento lingüístico que pudiera servir de ejemplo, de reflexión, y de terapia a una plaga social. Elena Soriano fue la fundadora de la revista literaria El Uroga llo y su sostenedora eficaz durante cinco aí'íos , revista considerada unánime mente de gran solidez y prestigio. Por cierto, un cuento mío , publicado en ella , en el 70, mereció el único ex pediente administrativo incoado a su directora, por constituir dicho texto motivo de infracción al artículo segundo de la Ley de Prensa e Imprenta de entonces , en lo refe rente a la moral. Mi cuento es una esperpentización del famoso método de los doctores «Masters y Johnson» que «dizque» reparaba disfuncio nes sexuales. Elena me llamó invitándome a tomar el té en su casa y redactar el pliego de descargos. Nos reímos mucho , tratando de justificar ante el censor la pura chanza del asunto. Recuerdo que ella me comentó: «A mi yerno le ha parecido un despropósito el expedie nte, y el cuento le ha divertido muchísimo». C0 l110 escritora, iniciada en la segunda mitad del siglo xx, profundizó en los problemas de la condición humana , sobre todo, en las relaciones hombre-mujer, en los ambientes sociales en que éstas surgen, crecen entre la pasión y los contratiempos, y se frustran. Recuerdo LIno de sus primeros cuentos, publicado en una antología de relatos escritos por mujeres . Sigue viva en mi imaginación receptora la protago nista, una mujer modesta, en el campo , bajo un sol quemante , machadiano, que va al encuentro de su amante, y acaba encontrando


102 la decepción , el agotamiento, el miedo , sobre todo e l miedo , un miedo inlocalizado, miedo ancestral a los otros, a lo que está fuera de nuestra intimidad , de nuestro deseo más profundo, el de romper el cerco de la incomunicación. Se ha hablado del realismo de E lena Soriano - yo diría, más bien, neorrealismo-, del costumbrismo -por sus excelentes descripciones de ambientes-, creo que hay que mencionar el exi stencialismo, porque el tema fundamental de su narrativa es el del fracaso, el de la imposibilidad de comunicación entre los seres humanos, entre los amantes. Por sus relaciones con los exiliados republicanos en México - fu e gra n amiga de mi amigo Manuel Andújar-, conoció muy pronto la obra de Rulfo, y escribió el primer artículo publicado en España sobre el autor de Pedro Páramo. En un colegio mayor femenino al que fu imos invitadas ella y yo para hablar al alimón de novelas y literatu ra, no dudó en reconocer su deuda literaria a los grandes escritores realistas Flaubert y Stendhal, y a los maestros rusos Tolstoi y Dostoievski. Y estuvimos muy de acuerdo, ante las preguntas insaciables de las universitarias, sobre el proceso de gestación y de escritura de nuestras propias novelas. «La hora de la muerte marca un punto en que la vida se convi erte en profecía», dice JÜnger. Nada más cierto en el caso de esta excel er, te escritora, porque la luz de su obra da un sentido de cumplimiento y de realización a su vida en la responsabilidad y el propósito de co m¡jmcar.


Testimonio fraterno

Fernando Sánchez Dragó

Sólo eso: un testimonio. Y nada más que eso: la fraternidad que me une, por encima del curso del río del olvido, a Elena Soriano . F inales de los cincuenta, comienzos de los sesenta: un artista - Garrido creo que se llamaba , pero no estoy seguro- urdió un tap iz en cuya superficie campeaba y galleaba una frase que no tardó en convertirse en lema de quienes por aquel entonces nos oponía mos a Franco desde las trincheras de la literatura . Y esa frase decí a: Cuando el urogallo canta, se denuncia y muere. Pero el uro-

gallo canta. y fue más o menos por los mismos afios -aquéllos en los que l!'eÍamos viv ir peligrosamente- cuando Elena Sor iano fundó una revi sta de letras qu e se llamaba precisamente aSÍ, El urogallo, y que se ma ntuvo e nhiesta hasta que pereció el dictador. Ignoro si fue casualidad o causa lidad lo que condujo a Elena a elegir el nombre del pájaro de Garr ido como rótulo de una publicación cuyo nombre era la libe rtad , la decencia y la independencia. Yo aún no conocía a Elena, que era superior a mí en edad, en saber yen gobierno, pero sí conocía a su hija, que llevaba (y lleva) e l mismo no mbre de pila y que era (y sigue siendo) tan apabulladamente guapa co mo, supongo, lo había sido (y lo fue siempre) su madre. Elena Arnedo era novia de un chico que se llamaba Miguel Boyer e Ínt ima a mi ga de las dos amigas Íntimas de Carmen Santos , que a la sazó n era mi novia - luego contraería matrim onio con Rafael SalTóy co n la que me fugué a Italia gracias al pasaporte , debidamente falsifica do, que nos prestó Silvia, hermana de Gonzalo Suárez, esposa de Ángel Ase nsio y musa de los cachorros antifranquistas. No mbres propios -todos ellos- de una saga que terminó bruscame nte al morir el dictador. iAh de los de entonces! ¿Seguimos siendo los mismos?


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Un buen día -lo fue, bueno, pese a todo- detuvieron a Miguel Boyer, y Chicho Sánchez Ferlosio descubrió, aquella misma maí'iana, su destino de cantautor. Lo estoy viendo: empuí'íó la guitarra en el bar de la Facultad de Letras , compusimos entre todos una copla alusiva a la detención de Boyer y de algún otro carbonaría antifranquista, nos rodeó la gente, salimos al jardín, nos empujó la lógica de los acontecimientos hacia la carretera de la plaza de la Moncloa y diez minutos después, a la altura de los campos deportivos, éramos ya enardeci da muchedumbre. La copla en cuestión rezaba; nada humano me es ajeno / un filó sofo decía ... / Lo contrario dice hoy / nota de la policía. Esta , en efecto, acababa de comunicar urbi et orbi las detenciones por medio de una especie de esquela fijada en el tablón de anuncios de la Facultad. eEa misma tarde, o quizá en la del día siguiente, nació en la rebotica de un tascucio de Argüelles la primera estrofa de una canc ión interminable que pronto daría la vuelta al mundo: cuando canta el gallo negro / es que ya se acaba el día. / Si cantara el gallo rojo / otro gallo cantaría. Huelga aclarar que el gallo rojo fue lentamente degollado por la hi storia , para bien o para mal , que yo en eso ya no opino , mientras el urogallo de Elena Soriano aún sigue cantando hoy, como está a la vista , aunque sólo lo haga por el cauce de un breve e irrepetible do de pecho. Elena Arnedo era cuando yo estudiaba la única chica progre de verdad , la única chica que pasaba de las palabras a los hechos. Todos (y todas) la admirábamos y envidiábamos a Miguel. Lo cuento para que se tome nota de la importancia de la educación materna. Y paterna. Elena Soriano y Juanjo Arnedo eran hijos -no sé si real o sim bólicos- de las Cortes de Cádiz, del krausismo , de Giner, de la In stitución Libre de Enseñanza, del 98 , del Instituto Escuela, de la Residencia de Estudiantes ... Vale decir (y perdónenme el tópico): de la España de la rabia y de la idea. y ell o condenaba a Elena a vivir en eso que se ha dado en llamar -otro tópico- exilio interior. Toda su literatura nació de él. No hay ma l que por bi en no venga. Cuando sali ó Testimonio materno escribí (y publiqué en «Diario 16») el papelillo que ahora adjunto , a manera de apéndice a este testimonio j i-aterno. Y fue entonces cuando verdaderamente fragüó nuestra ami stad , qu e has ta ese momento solo lo había sido de vista, de fi es-


105 tas literarias, de encuentros fortuitos. Me sorprendió la ecuanimidad con la que Elena, en nuestras conversaciones, intentaba entender un mundo -el mío , en cierto modo- por el que había pagado el alto precio de la muerte de su hijo. Polvos que traen lodos, lodos que vuelven a ser polvo: tal es la historia de la historia universal. Elena: hoy, 1 de octubre de 2001, está a punto de empezar otra guerra . Todo, aquí abajo, es ya porquería. Sigue, por favor, donde ahora estás, porque estés donde estés estás mejor que nosotros. No te reencarnes, al menos de momento, y dale a tu hijo un abrazo en mi nombre. Por cierto: escribo estas líneas setenta y dos horas después del fa ll ecimiento de mi madre. ¿Ha llegado ya ahí o anda aún perdida por el éter? Los tibetanos dicen que ... Dejémoslo. Bésala de mi parte y dile , si la ves , que todos la queremos. Me gustaría que os hiciérais amigas. Elena: dentro de cien años, todos santos. Disfruta de eso , de tu recié n alcanzada santidad, y no dejes de venir a recibirme cuando yo cruce el Leteo y sigan aquí cantando, juanramonianamente, los gallo s y urogallos de nuestras vidas.


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PROCESO A LA DÉCADA PRODIGIOSA FERNANDO SANCHEZ-DRAGÓ

«Testimonio materno», de Elena Soriano. Edit. Plaza y Janés. Barcelona, 85. 604 páginas. 1.350 pesetas CA LIFI CAC iÓN

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La ley del péndulo ataca de nuevo: después de veinte años de rebelión chantajística protagonizada por los hijos frente a los padres, éstos -aún jóvenes y vigorosos gracias a los adelantos de la cosmética, de la industria de trapitos, de la barbarie del consumo y de la neoal quimia geriátrica- empiezan a sublevarse contra los abusos, la chulería, la carad ura , el «dolce far niente» y la agresividad de sus tiernos rorros. Los síntomas de esta enésima «nouvelle vague» que ya barre nuestras playas (de locos, diría Elena Soriano) son tan abundantes como ev identes ... Verbigracia: el insólito éxito de ventas alcanzado aqu í y fuera de aquí por el opúsculo Yo , tu madre , de Christiane Collange, libro de corto vuelo en el que la sensatez de lo que se dice importa más que la ca rtes iana y mostrenca bajura del cómo se dice. Los padres europeos, a la luz de las estremecedoras consecuenci as acarreadas por la pedagogía de la permisividad (una mod a que Yanquilandia exportó al mundo entero allá por los agridulces afias sesenta) , parecen decididos a poner cerrojos en sus neveras , contadores en sus teléfonos, cristal blindado en la embocadura de sus bol sillos y depósitos de azotes en las palmas de sus manos. Vuelve la disciplina inglesa, y la edad de oro de los niñatos pasotas , haraganes y explotadores es ya rudo coletazo de cocodrilo de oropel. Los piterpunkis van a tener que quedarse en casa con la tele vi si ón a oscuras, mientras sus progen itores menean el esqueleto y las arrugas de Adolfo DomÍnguez en la Laserdiscoteca más cercana. «Sic transif gloria l11undi. » Elena Soriano , anticipánd ose al mare moto , acaba de publicar un grueso, ecuánime y desgarrador testimonio existencial a cuento de las vidriosas relaciones por ella mantenida al sesgo de veinticinco alias con su único hijo varón. La «breve vida infeliz» de éste parece un programa de ordenador elaborado por losfrankesleines que compusi ero n el puzzle de la Década Prodigiosa con todo el material de desecho


107 recogido en los campus de las Un iversidades progresistas norteamericanas durante la guerra del Vietnam: medicinas tomadas como drogas, drogas tomadas como sacramentos, psicodelias , bisexualismos , fugas a Oriente financiadas por los dó lares de papá, empacho de decibelios pres untamente musicales , flores y sonrisas , franciscanismo ecológico , bud ismo de tente mientras me aturdo, gurúes ensabanados y especializados en la trat de blancas, izquierd ismo de derechas, comunas acraton as que empezaban en el «Dominus vobiscum » y terminaban en el «ahí te pudras» ... Y etcétera, etcétera, etcétera. El hijo de Elena Soriano, después de husmear y catar todos esos para ísos absolutamente infernales (que no simplemente artificiales) , mur ió o se suicidó entre las fauces de un camión que transitaba por las ce rca nías del aeropuerto de Barajas . Y, a partir de entonces, su madre -esc ritora de raza y mujer de dignidad poco común- se puso a buscar y rebuscar los mil y un porqués de ese trágico destino por entre las seiscie ntas futuras y apasionantes páginas de un «testimonio materno » qu e se eleva sobre las bardas de su corral y se transforma en una cop io sa auditoría (e imparcial prueba de cargo) de lo que fue , de lo que no fue y de lo que pudo haber sido el menc ionado Decenio de las I\!a rav illas. El libro emp ieza en elmoritorio de un hospital y termina entre las iu mbas de un cementerio. La autora, dueña de una a ltura moral y de un espo ntáneo pulso narrativo que recíprocamente se ensamblan y ~>·, mp l e mentan, desp liega ante las di latads pupilas del lector un sabro '.0 y doloroso popurrí de acusaciones y reflexiones, de anécdotas y oltegorías , de remordimientos y d iagnósticos , de esperanza y desesr" ració n, de vida cotidiana, de sueños, de visiones y de variopintos ,'~to s sobre las heridas y eructos de la sórdida sociedad que nos ha ",cado en perra suerte . ¿Testimonio materno? Sí, de seguro , pero -además- literatura de ,"icaz vuelo rasante retransmitida en directo (perdón por el telebarba"¡\1l1 0) e implacab le informe forense a propósito del «mal du siec/e» que nos carcome. Una obra que puede leerse de un tirón o incluso a ,alto de mata, pero que a la vez consiente y exige una relectura infinitame nte más tranquila. Co ns ideración final: cierto es que el sueño de la sinrazón también produce monstruos, pero esa pesadilla (en la que estamos) no debería de e mvertirse en coartada que acote o prohíba la búsqueda del paraíso . Eso sí: por otras veredas ... (DI ARI O

16. Madrid, 2 de eneJ'O, J986)


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1986. Con Manu el AndĂşja r, en la tertuli a literari a de El Escori al.


Carta abierta a Juan José Arnedo

Alfonso Sastre

Muy querido amigo: Nada más placentero para mí, descontando, claro está, el patetismo de l rec uerdo, que participar con unas líneas en el justo homenaje que nuestra Elena Soriano permanentemente merece, tanto por su contribuc ión personal a la narrativa española -que fue muy destacada, con obras tan memorables como su Caza menor, en la que trató de elucidar, creo yo, no tanto las raíces socia les inmediatas de nuestra última guerra civ il (incivil , como decía Bergamín), sino el fondo histórico de ,muestras» guerras, que no son, claro está, no el resu ltado de una maldic ión metafísica sino la consecuencia de problemas histórico s y estructurales, hoy aún desdichadamente vigentes; y con sus ensayos sobre literatura, de gran alcance teórico, aparte de su digno y ética y socio lógicamente fecundo Testamento materno-, como, sin duda, por la fe liz aparición y el poco menos que heroico mantenimiento de una gran empresa cultural como fue vuestra/nuestra recordada revista El Urogallo, en aquellos afias setenta, en los que nuestra moral tuvo que mantenerse sobre la base de pequeños reductos de resistencia antifascista . El Urogallo fue uno de los más activos núcleos de aquella resis . enc ia cultural , que hoy puede ser recordada por quienes la hicisteis, y por qu ienes colaboramos modestamente en ella, con la alegría no sólo de la obra bien hecha sino del cumplimiento en la realidad , con los riesgos que ello comportaba, de un compromiso por la democracia y por el socialismo, bajo el imperio de aq uell a censura que trataba de cerrar el paso a todo asomo de pensamiento crítico. Y, sin embargo, El Urogallo estaba allí, con su cargamento de suefios y esperanzas. Graci as a Elena Soriano. Gracias también a ti , Juan José Arnedo. Perso nalmente recuerdo con mucho carifio el número 18, que dedi caste is, co mo tema monográfico , a «La infancia». En él apa rec ieron


110 unos breves cuentos, bajo el título «Dos relatos de horror», y firm ados por un joven escritor de trece años que se llamaba, y se ll am a, Pablo Sastre. Este joven escritor es ho y e l autor de un a obra narrati va muy cons iderab le, escr ita en e uskera, y cuenta entre los más destacados escritores euska ldune s. ¡No o lvide mos , pues, a la hora de es te ho menaj e, qu e El Urogallo dedicó mucha ate nció n a los escri tores jóvenes, y qu e e ll o cuenta en tre sus muchos méritos! Muy cord iales abrazos , querido Juan José, en e l rec uerd o de El ena, de tu viejo amigo.


Elena Soriano ante Baroja

Ricardo Senabre

La actividad crítica de Elena Soriano está presente en sus numero sa s páginas acerca de libros y autores -por fortuna rescatadas en los tres volúmenes de Litera/ura y vida- que, con la forma escueta de una reseña o con la más amplia del ensayo interpretativo , ofrecen un amplio panorama del caudal de lecturas y de las preferencias perso na les de la escritora. Pero el sustentáculo teórico , sus ideas acerca de la literatura, de su función en la sociedad y de su carácter cambiante impregnan cada página de Elena Soriano. En las entrevistas concedidas, en reflexiones sobre la cultura o el feminismo , en escritos aparentemente ajenos a materias literarias , es fácil comprobar que la autora contemplaba el mundo sub specie lillera/urae. La lite!·at ura fue para ella una parte esencial de la ex istencia , y a ell a acudió para dar forma a sentimientos y experiencias - con obras tan dife re ntes como Espejismos o Testimonio malerno- o para descubrir en otros autores visiones y perspectivas que enriquecieran la mirada propia. Hay en los ensayos de Elena Soriano, al margen de su grado de afi nidad con el escritor comentado , un considerable esfuerzo de co mprens ión; algo que debería encabezar el decál ogo de ex ige nci as de cua lq uier crítico. En primer lugar, la autora trata de ponerse en la pi el del escritor al qu e lee, de ente nd er exactamente sus propós itos a fin Je no censurarlo por no ha ber hec ho lo qu e en nin gún caso pretendía. Exis te n, sin embargo , ciertos sup uestos bás icos que se refieren a la índo le de la obra artística y sin cuya prese ncia ningún prod ucto literario es digno de consid eraci ón. Ya en 1970, al co m ienzo de su largo e inacabado ensa yo Defensa de la literatura, esbozó Ele na Sori ano su pensamie nto so bre esta cuestió n. Basá nd ose en Atenágo ras , la auto ra aboga por una transfo rm ació n de la rea li dad que, defo rm ándo la, ay ude a co nte mpl arla mej or, ya qu e la literat ura no es un a fa lsifica-


11 2 c ión de la verdad, s ino «una mentira qu e ve rdadea» . Por no ha berse e nte ndid o esto, aí'í adía , ha padecido el rechazo de «gentes de tod a co ndici ón : fan á ti cos de la verdad absoluta , prágmaticos directos, c ie ntífi cos positi v ista s, id eólogos con anteojeras , moralistas de vista co rta, conformi sta s, tim o ratos , en fin , todos los interesados de a lgún m odo en la inm ov ilidad de la realidad preex istente». Para E lena So ri ano, e l co mpo ne nte im ag inati vo de la lite ratura la s itúa por en cima de la realid ad s in desgajarl a de e ll a. Por eso sus preferenci as de lectora se ori e nta n hac ia aqu e ll as creacion es qu e, tomando como base un a rea lid ad co noc ida o reco noc ible , in sc rib en e n e ll a suc eso s o perso naj es in ve ntados qu e dil atan nu estro á ng ul o de vis ió n d e aqu ella pa rce la de rea li da d , nos la a prox im a n y nos permiten co mpre nderla más ca ba lm e nte . Esto ex pli ca ría, po r citar un ej e mpl o m agno , la ad mi rac ión de E le na So ri a no por Ste ndh a l. Pa ra aprec ia r co n c lar id ad la acti tud de la a uto ra y su mod o de acerca mi e nto a la obra lite rar ia, pocas pág inas puede habe r m ás il ustrativas q ue las dedicadas a Pío Baroj a . Se trata de l e nsayo « La obra de Baraja d ura nte la Repúb li ca», a parec ido e n la rev ista Cuadernos, de París , en 1959. E n é l se a na li za n las dos tr il ogías co mpu estas por e l nove lista vasco e ntre 1932 y 193 7: La se lva oscura y La juventud p erdida. No so n éstas , por lo co mún , las nove las más est ud iad as de Baroja , ni tampoco las más estimad as e ntre las s uyas. Co men zadas c ua ndo e l escr itor ro nd a los sese nta aí'í os , se pe rc ibe en al gún m om ento c ierta inseg urid ad de l a utor, qu e ya había m a ni festad o en va rias ocasiones desde hacía pocos a ños un a extraí'í a ince rt idu mbre acerca de sus obras . As í, e n un a ca rta, todav ía in édi ta, a s u tradu ctor noru ego Magnu s Gro nvo ld -con q ui e n ma ntu vo un a nutr id a correspondencia e ntre 1922 y 1934- escribe Ba roj a e ll O de di c ie m bre de 1927: «Le envío a Vd. e l li bro q ue he esc rito este ve ra no : Las mascaradas sangrientas. No sé s i te nd rá a lg ún pequ eí'í o mat iz nu evo dentro de lo que yo he p ro du c id o. Uno e mpi eza a se r v iej o y qui zá a mi edad , en ge nera l, no se hace más qu e re pe ti r». E lena So r iano se e nfre nta a las dos tril og ías baroji anas espo leada po r m o ti vos qu e expo ne co n ni t idez: « El inte rés d e estas o bras - aseve ra- resid e pri ncipa lm e nt e e n las c irc unsta nc ias po lít icas en que fue ro n escritas, ya q ue perm it iero n la máx im a libe rt ad d e expresión a l esc ritor espa ño l más librepe nsador e indepe nd ie nte de la época». Las pa la bras d e la autora reve la n su p le no va lor s i se rec uerd a que fue ro n escrita s en la Espafía de 1959 .. . y, nat ura lm e nte, pu b licadas e n una rev ista c uyo no m b re co mpl eto e ra Cuadernos de l Congreso por la libertad de la cult ura, q ue desde Pa rí s acog ió mu c has col abo -


113 rac iones de reputados intelectuales hispanoamericanos y de españoles pertenecientes al «exilio interior». Comenzar el ensayo sobre Baroja refiriéndose a su faceta de escritor « librepensador e independiente» y recordando la «máxima libertad de expresión» alcanzada entre 1932 y 1937 era ya, en la España de 1959, un acto cívico, una proclama apenas oculta. A ella se añade inmediatamente una observac ió n de orden estético: la producción barojiana de estos años es inse parable del resto de su obra, porque toda ella constituye « un bloque indivisible de la misma materia esencial, y no cabe desprenderle cie rtos trozos», sino que «es obligado estimar cada uno de ellos como integrantes del ingente conjunto». He aquí un principio -no aplicable ún icamente a Baroja , claro está- que el ejercicio crítico , sobre todo cuando se aplica a obras recientes en la llamada «crítica militante» o, mejor, « inmediata», tiende a olvidar siempre que aísla un título re cién aparecido para su examen y valoración. El lector tropieza a renglón seguido con una afirmación que puede re su lta r sorprendente. Asegura Elena Soriano que no puede señalarse esta eta pa de Baroja -entre los sesenta y los sesenta y cinco aÍ'losco mo de decadencia creadora, «puesto que la creación , en el sentido estricto del vocablo , no es su cualidad fundamental » . Tan inesperada aseverac ión requiere aclaraciones inmediatas. Lo que quiere decir la autora es que el novelista vasco, más que creador en sentido riguroso -esto es , inventor imaginativo de personajes, tramas y situacioncs- , fue ante todo un «magnífico cronista de su época» . Probablemente esta caracterización no habría disgustado a don Pío, que en un jugoso tomo de sus memorias (La intuición y el estilo, III , capítu lo . XIX) subraya el carácter cronístico de los relatos novelesC·JS: «La Historia tiene mucha menos realidad que la misma novela. N!) hay obra histórica que dé la impresión del estado social de España Cil tie mpo de Felipe III como Don Quijote, ni del ambiente de la corte fran cesa y de la sociedad de Luis XV como las comedias de Moliere, r,1 de l carácter de Inglaterra, a mediados del siglo XVlIl, como Tom .hnes, de Fielding, ni de la época romántica de Francia como el Rojo y negro, de Stendhal, o El padre Gariot, de Balzac, ni del comienzo de la época victoriana en Inglaterra como el Pic!Gvick, de Dickens». Eiena Soriano aduce otro testimonio del propio Baroja: «Yo hablo de lo que he visto. A base de lo que he visto , en mí y en los demás , no puedo contar ninguna aventura amorosa extraordinaria . A base de lo que he leído , no me interesa escribir nada» . Esta reivindicación de la literatu ra como crónica, como fe de vida, es interpretada por E lena Soriano como un rechazo por parte del escritor vasco de la posibili-


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dad de inventar, de imaginar, de crear vida; una postura que la autora no podía compartir. Cuando Baroja admite que en algunas de sus novelas « hay tipos de invención acomodados a hechos históricos conocidos», la comentarista anota: «Aun en el caso de elaborac ión propia [ ... ] necesita la sólida apoyadura del hecho cierto, bien concretado en el tiempo y en el espacio , en lugar de la fábula que es , por definición clásica, la base novelesca». Y añade: «Semejante limi tación nace precisamente de la cualidad principal y más alabada de Baroja: la sinceridad , la total incapacidad de mentir, tantas veces proclamada por él mismo y comprobada por los que le trataron. La sinceridad absoluta anula lo imaginario, que , pese a todo su prestigi o, es una mentira». Por eso en cualquier novela barojiana « pulula una mul titud de tipos distintos y verdaderos; pero en cambio, su acción , en cuanto constituye argumento continuo y no anécdota aislada, suele ser vacilante, cortada e inverosímil». La conclusión de Elena Sor iano es tajante: «Leer la obra barojiana es caminar entre seres y hechos ciertos y seres y hechos mal fingidos; en suma, entre verdades cas i todas muy amargas » . Sobre estos supuestos erige Elena Soriano su análisis de las trilogías publicadas durante la Segunda República española. En consonancia con la consideración general de la narrativa baloj iana , las novelas de La selva oscura aparecen caracterizadas como « una serie de cronicones sueltos sobre acontecimientos importantbimos de la historia española contemporánea» . Pero Baroja se ha pro puesto, como él mismo indica, ofrecer una perspectiva de la socied,ld española «al través de gentes humildes, salidas de un caserío vaSCÜ» , y Elena Soriano , aun reconociendo «el valor inestimable de la veracidad» que poseen estas novelas, echa de menos «puntos de mira a ltos e imparciales» , y ve la flaqueza de las obras precisamente en su perspectiva (<unilateral y arbitraria, exclusivamente popular». As í, en La familia de Errotacho lo más valioso es, según ella, «el desfi le de tipos magníficamente dibujados» y «la belleza y exactitud de l ambiente fronterizo » ; pero nota también con agudeza que estos t ipos - co ntrabandistas , carabineros, conspiradores, espías , etc.- «compo nen una abigarrada estampa de sabor decimonónico, aunq ue la acc ió n transcurra en plena guerra europea» . Es una observación exacta que afecta a la ese ncia misma de la novela , escrita con el esti lo y los recursos empleados una y otra vez para seguir las andanzas de Av iraneta en las Memorias de un hombre de acción. El «sabor dec imonónico» que cree percibir E lena Soriano es algo que hasta el mismo Baroja hubiera admitido. En una de las ya mencionadas ca r-


115 tas a Magnus Gronvold , fechada en Vera el 4 de agosto de 1930, dec lara Baraja: «Estoy escribiendo el tomo 19 de las Memorias de un hom bre de acción [se trata de Los confidentes audaces] , que publicaré en el otoño. Se ve que uno es un hombre del siglo XI X más que del siglo xx» . F ie l a su visión de Baraja, Elena Soriano señala que el libro segundo de La familia de Errotacho, que debería relatar las idas y ve ni das de Casharin , se desvía del propósito anunciado en el título pa ra convertirse en una «veraz y minuciosa crónica de la intentona de alzamiento contra la dictadura de Primo de Rivera, realizada en el oto ño de 1924 por un grupo de obreros anarcosindicalistas», que se sal dó finalmente con algunas ejecuciones. La comentarista califica la narrac ión de « relato directo y objetivo», y advierte con clarividencia que, más que la delirante aventura de los revolucionarios , lo que Baraja fustiga con enorme acritud es la actuación de los tribunales de justic ia y de los poderes políticos, dando así rienda suelta a sus más espontáneos sentimientos anticlericales y antimonárquicos . De igual mo do, El cabo de las tormentas, segundo volumen de la trilogía, contiene «excelentes cuadros pintorescos sobre el ambiente callejero» y !llUestra, pese a sus debilidades constructivas, « la extraordinari a sensibi lidad de Baraja para los errores, las farsas y las violenc ias de cua lq uier color político » . En cuanto a Los visionarios, libro que c ie!T,) la trilogía La selva oscura y que está situado durante los primeros meses de la Segunda República , contiene tales diatribas contra polí"cos y gobernantes de todo signo que a Elena Soriano le parece «una esta mpa más de la España negra [ ... ] hecha entrañablemente , con una cL'riosa mezcla de pasión patriótica y escepticismo político y, desde ;,li::gO, con valentía y sinceridad temerarias». Conv iene que nos detengamos unos momentos. Estos rasgos que f :rna Soriano va entresacando y subrayando en su lectura de las ¡¡'~'ve las barojianas -su valor de crónicas objetivas , la sinceridad ilimitada que exhiben, su índole testimonial , basada en el antiautoritar;sm o y el antidogmatismo- no se limitan a pergeí'íar las característ:cas de un estilo literario, sino que dibujan implícitamente el perfil de un escritor acaso necesario pero imposible en la España de 1959, : ti ñe n el ensayo con la añoranza soterrada de lo que se desea y no se ¡:J!.!ede te ner. El lector no lee únicamente, si lee bien , unas páginas de C'ític a literaria, sino un alegato melancólico acerca de lo que un escrito r de talento puede hacer en un régimen político de libertad para da r testimonio de su tiempo. Sin esa libertad necesaria , una de las fu nciones esenciales de la literatura queda amputada . De e ste


116 modo , tres años después de la muerte de Baroja y veinte años después del final de la guerra civil, Elena Soriano confrontaba sin decirlo el haz y el envés -o el ayer perdido y el hoy oscuro y precario- de la sociedad española. El verdadero crítico habla de la obra analizada, sin duda, pero también , aunque oblicuamente, de sí mismo, de sus preocupaciones y de su visión dei mundo y de la circunstancia hi stórica en que vive. Ésta es la crítica literaria humana, que elude convertirse en mera disección formal de textos y ve detrás de cada página una palpitación de vida personal. He ahí una enseñanza más -y no la menor- patente en la obra ensayística de Elena Soriano.


Gracias, Elena

Acacia Ucefa

Antes de conocer personalmente a Elena Soriano la admiraba yo como escritora por su obra, tan alejada de lo que a lo largo del tiempo se ha dado en llamar literatura femenina y que, muchas veces, suele encuadrar una sensibilidad débil y repetitiva lo mismo en los temas que en la forma de expresión. Admiraba en la obra de Elena la fuerza y la profundidad de los argumentos y la perfección del lenguaje en que eran ex puestos , un castellano tan rico en vocablos como sobrio en flo¡ituras innecesarias. Miguel Delibes y Elena Soriano eran para mí los dos arquetipos de esa gran literatura nuestra escrita para permanecer y eje mplarizar por encima del tiempo y de las modas. Cua ndo conocí a Elena y compartí su amistad , mi admiraci ón adq uirió una dimensión mayor todavía. He conocido pocos caso s en los que la obra de un escritor y su forma de ser y estar en la vida vayan tan unidos , hasta el punto de formar un todo inseparable. N inguno de los tó picos que puedan existir en la idea que se tiene de una escritora se daban en ella. Si se piensa que una novelista es una mujer que fant3sea sobre la vida y crea espacios complicados y falsos para ambientar su obra y situar incluso su propia existencia, Elena Soriano era lOclo lo contrario. Nada de fantasías , nada de complicaciones ni false dades. Su obra rezuma humanidad y asume la belleza de la realidad circu ndante expresándola de forma clara, directa y valiente. Y lo mis mo puede decirse de su persona , dentro y fuera de la literatura. Elena Soriano era asidua de las comidas que , una vez al mes , celebrábamos un grupo de escritoras y amigas, muchas de la s cual es, voces importantes en nuestro panorama literario , faltan ya , lam entable me nte: Carmen Conde , Carmen Bravo Villasante , Conch a Castrov iejo , Ernestina de Champourcin ... En las largas sobrem esas, en 13s que se hablaba de todo y casi nada de literatura, la voz de Elen a I'éinaba con su tono sereno y cordial , sirviendo de vehículo a cualqui er


118 tema que se abordase -paz, libertad, justicia, solidaridad, etc. -, siempre con ideas certeras y nada convencionales, siempre luchando por encontrar la verdad y siempre defendiendo, con su manera de ver y entender la vida, las causas más nobles y altruistas. Elena era una mujer que, sin llegar nunca a imponer sus criterios de forma contundente , tampoco claudicaba de ellos con facilidad , [utilizando siempre] razonamientos lógicos y positivos. Elena gustaba de darnos consejos a las escritoras más jóvenes, consejos que tuve y sigo teniendo presentes. Más que analizar con sentido crítico lo que habíamos escrito, nos indicaba lo que debería mos tener en cuenta, según el estilo de cada una cuando escribiéramos otra obra . Insistía en que un escritor tiene que estar formándose constantemente , tanto en el estudio como en la lectura y en la observación de la realidad, y nos animaba a continuar sin desmayo nuestra labor, por encima de las contrariedades y dificultades que con tanta frecue nc ia se presentan en la vida de la mujer escritora. Metódica en el trabajo, puntualísima en los horarios, responsable en sus planteamientos ideológicos lo mismo que en su hacer lite ra d o, mezclaba en sí una sorprendente ternura, un sentido casi matern al hacia propios y extraños y una amplia dosis de comprensión y de toierancia. Sus libros están iluminados por una luz esperanzadora y conforman ese nudo imposible de desatar entre su vida y su obra, encaínación del humanismo más completo. Cuando España estaba más necesitada de ese humanismo, esta mujer, fuerte , sensible y tota lizadora, v ivió y escribió para nosotros. Gracias , Elena.


Elena Soriano, cinco años después

Celia Zaragoza

En la vertiginosa vida que llevamos, va reduciéndose peligrosamente el número de creadores cuya persona y obra son objeto de añoranza. Elena Soriano mantiene su sitio. Tras cinco años de su desaparición, no es fácil clonar aquella feliz combinación vivaz y alegre a la que daba lugar su origen andaluz, del que se enorgullecía y que matizaba con « un fondo melancólico y estoico propio del famoso senequ is mo cordobés». Y al que, por nuestra parte, incorporamos como j),'esente en su obra el toque de sobriedad castellana que tal vez surge de su nacimiento en Fuentidueña de Tajo (donde una calle lleva su '1o mbre), en la provincia de Madrid. Su obra continúa siendo merecedora de aquella «ate nción reflexi':.m que en sus momentos iniciales se le acordó y constituye una plac~n te ra sorpresa volver a sus textos, donde la observación y la refle. ,ón minuciosas coronaron grandes temas de entonces , absolutamen" vigentes hoy y de los que fue una especie de original y auténtica Y;lOnera: la situación de la mujer, las relaciones de pareja, el donjua¡1Smo femenino (que dio título a su entrega póstuma, Península, 2(00), la defensa de la literatura, el combate entre las revistas y los ,¡p lementos literarios , presente y futuro de la novela , creciente deter·oro de l idioma castellano. Sólo son algunas de sus obsesiones. As í surgieron, entre sus grandes creaciones, Caza menor (1951) , o h trilog ía Mujer y Hombre (1951) , con Espejismos, Medea 55 y La playa de los locos (ésta, víctima de la censura, sólo publicada treinta ~flO S desp ués). Todo matizado por múltiples artículos , crónicas , ensa, os, entrevistas, volcados en Índice, Cuadernos de París y, más tarde, en los tres tomos de Anthropos (1992-94), con magnífico pró logo de Carlo s Gurméndez. Pe ro también dos momentos cumbres en su obra , dos hitos auténticos otorgan a Ele na Soriano un crédito indiscutibl e .


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Testimonio materno revela en 700 apasionantes páginas (de las que no podemos saltear ninguna línea ni autodefendernos, como de otras lecturas, leyendo en diagonal), extracto de unos mil folios iniciales tras siete años de labor, la biografía de su hijo varón Juan José (195 21977), víctima de la droga y prototipo (así lo sostenía la escritora) de buena parte de la generación de los sesenta/setenta. Sin concesiones ni exageraciones, muy lejos de una simple enumeración informativa, con desgarradora valentía nos hace partícipes, apasionándonos y conmoviéndonos, de la atroz tragedia que tuvo el eco (aún tan vigente) de respetuosa crítica y de miles de ejemplares . Su entrega generosa también se manifestó, en otro plano, en El Urogallo, revista literaria (de la que fue , asimismo, decisivo apo yo su marid o Juan José Arnedo. Sin cooperativas literarias ni subvenci ones estatale s, un auténtico mecenazgo familiar volcó a Elena, desde 1969 a 1976, en las funciones de promotora, editora y directora, con espacio y tiempo no sólo para las letras hispánicas sino para las amer icanas , de las que , entre otros, dio fe el excelente doble número 35-3 6 de septiembre-diciembre de 1976. Quedan sus textos y afortunados análisis sobre su obra, y recuerdos personales de sus amigos que frecuentaban domingo a domingo la tertulia de otro ser inolvidable, María Baeza. Primero en Tambre ; luego en Lázaro Galdeano. Pero destacamos la insuperable validez, por su conocimiento, respeto y sobrio fervor, difícilmente alcanzables para otro ser en estas circunstancias, del impecable prólogo a El donjuanismo femenino (ya citado) que redactó su hija Elena Arnedo Soriano. Porque, al igual que la obra de su madre, nos emociona y nos convence.


121 ELENA SORIANO. ESCRITORA Elena Soriano nació en Fuentidueña de Tajo, provincia de Madrid, capital donde estudió Magisterio y Filosofía y Letras, siempre con gran brill antez, número uno de su promoción y premio extraordinario de ingreso en la facultad. En el año 1951 publicó su primera novela, Caza menor -más de cuatrocientas páginas- , que tuvo una excelente acogida de crítica y público, donde aborda el cainismo de los españoles que nos llevaron a la guerra civil del 36. En el presente régimen democrático fue llevada a la televisión y proyec tada en 20 episodios (1976). En 1955, esc¡ibió una trilogía, también naJTativa, bajo el título general MI/jer y Hombre, compuesta por La playa de los locos, Espejismos y Medea, obras donde se plantean problemas fundamentales de la relación entre la pareja humana: el tabú de la virginidad, el deterioro del amor conyugal, y la venganza subliminal de la mujer moderna a la traición de su compañero rechazando la maternidad. La primera de estas novelas, La playa de los locos, no obluvo nunca de la censura franquista el entonces obligado penniso de impresión, por lo que, editada sin tal requisito en 1955, fue prohibida su difusión y venta por orden ministerial, quedando así mutilada la oilogía y su autora condenada al oso'acismo oficial, lo que no impidió su prestigio en los medios inteIecluales, al publicarse Espejismos y Medea, en el mismo año 1955 . La publicación de cuao'o novelas y numerosos aJ'tículos y ensayos en la década de los cincuenta hizo de Elena SOIiano una de los mejores escritores d~ la llamada generación de los cincuenta. En 1969, desaparecida la censura previa, fundó en Madrid la revista literaria El Urogallo, que editó, dirigió y financió personalmente, sin ayudas ni subvenciones. Suspendió su publicación en 1976 por trágicas circunstancias bmiliaJ·es. El Urogallo dio a conocer durante seis años la mejor literatura de la tt)oca, publicando o'abajos inéditos de los más ilustres autores. A Elena SOIiano se debe, con la fundación y direcc ión de El Urogallo aquella revista libre e independiente, una insuperable labor por la cultura de la libertad. En 1988 cedió gratuitamente la cabecera de la revista a Ediciones de la Ciudad, que ha venido publicándola hasta diciembre de 1996. Actualmente la famili a Amedo SOIiano ha recobrado el uso de dicha cabecera. En 1984 la editOlial Argos Vergara, después de o'einta años de censura, publicó La playa de los locos. Plaza y Janés publicó, en 1985, Testimonio matel71 o, de gran impacto social -más de seiscientas páginas sobre la vida y la muerte de su úni co hij o


122 varón- lleva ocho ediciones agotadas. En 1986, Medea, tercera novela de la trilogía Mujer y Hombre. En 1988, en un solo tomo, la trilogía Mujer y Hombre. y, en 1990, el libro de relatos titulado La vida pequeiia, con el subtítulo Cuentos de ayer y de hoy. A lo largo de tTes décadas - años cincuenta a ochenta- Elena Soriano publicó cuentos, artículos y ensayos en diversas revistas de España y el extranjero. Destacan entre otros títulos: «La emoción en el teatro de Sartre», «Anouilh y el melodrama», «La juventud como problema» . «Paidocracia y Literatura», «La angustia en la novela modema», «La conquista más difícil del feminismo», «Tres escritores en un mundo», «La obra de Baroja dmante la República», etc. Entre 1992 y 1994 la editorial Anthropos publicó, con el título Literatura y vida, tres volúmenes con una amplia selección de sus ensayos y artículos. En 1996, Huerga & Fierro editores publicó, con el título Tres sueiios y otros cuentos, una nueva selección de relatos cortos. Toda la obra narrativa de Elena Soriano, novelas y cuentos, ha sido reeditada vruias veces, y ha dado lugar a seminarios y tesis en diversas uni versidades españolas y extranjeras. El peliodista Esteban Hernández, estudioso de la obra de Elena SOIi ano, prepara un libro Clítico y biográfico, de próxima apruición. Elena Soriano no se presentaba a concmsos, sin embargo, fue jurado en muchos: el Pablo Iglesias, el internacional Plaza y Janés, el Nacional de las Letras, etc . Era vocal del Patronato de la Biblioteca Nacional, por elección de los escritores de España, a los que representaba. Cedió a la Cruz Roja Española los derechos en lengua castellrula de su obra Testimonio materno, y éstos han dado lugar a la fundación CREFAT, de la que Elena era vicepresidente. En 1988, Fuentidueña de Tajo, su pueblo natal, dio a su calle principal el nombre de Elena SOIiano. En 1990, el pueblo de Suances (Cantabria) erigió una gran estela de piedra en una plataforma frente al mar, recuerdo imperecedero de Elena Sori ano como autora de la novela La playa de los locos, inspirada en tal lugar. En 1991, Elena Soriano recibió el premio Rosa Manzano a su labor como escritora progresista. En 1993, recibió la Medalla de Oro Individual de la Comunidad de Madrid, máximo galardón de esta comunidad, por su obra literaria en defensa de la libertad de pensamiento y de los derechos humanos. Elena Soriano mUlió inesperadamente el 2 de diciembre de 1996. Aún trabajaba en los ensayos Defensa de la Literatura. Apuntes para un ensayo interminable, y Sombra del amor. El banquete platónico.


123 En el año 2000, la editorial Península publicó su más extenso ensayo, El donjuanismo f emenino (334 páginas). El Ayuntamiento de Suances (Cantabria), conmemorando a Elena Soriano, en 1997 instituyó el Concurso Anual de Relato Corto «Elena Soriano», que va por su quinta edición .

ELENA SO RIANO. Bibliografia incompleta NARRATIVA Ca::a menor, novela (41 4 páginas)

I. a Edic. Saturnino Calleja - Colección «La Nave» - Madrid, 195 1. 2." Edic. Prensa EspaI'i ola - Madrid, 1976. (Adaptación y proyección en pantalla, TVE). Madrid, 1976. 3." Edic. editorial Castalia. Edic. comentada - Madrid, 1992. l.a playa de los locos, novela (200 páginas) l." Ed ic Saturnino Calleja - Madrid, 1955. (Prohibida su circulación y venta por la censura de prensa). 2." Edic. Argos Vergara, Co l. «Cuatro estaciones» - Barcelona, 1984. 3." Edic. incluida en el volumen MIU'er y H ombre, trilogía completa. Plaza y Janés, S.A. - Barcelona, 1986. ¿pejisl1los, novela (212 páginas) 1.' Edic. Saturnino Calleja - Madrid, 1955 . 2'" Edic. incluida en el volumen Mujer y Hombre, trilogía completa. Plaza y Janés, S.A. - Barcelona, 1986. "I.!dea, novela (259 páginas). 1" Edic. Saturnino Calleja - Madrid, 195 5. 2." Edic. Plaza y Janés, S.A. - Barcelona, 1985. 3. a Edic. incluida en el volumen Mujer y Hombre, trilogía completa. Plaza y Janés, S.A. - Barcelona, 1986. 1. ? vida peque/la. Cuentos de ayer y de hoy (Selección de 11 relatos, 2 13 páginas) 1." Edic. Plaza y Janés, S.A. - Barcelona, 1989 .. j;i'S sueí¡os y otros cuentos. (Selección de relatos, 200 páginas). 1" Edic. l-I uerga & Fierro, editores - Madrid, 1996. 'lIOGRAFÍA , ,\¡imonio materno, (605 páginas)

1a Edic. Plaza y Janés, S.A. - Barcelona, 1985 . 7." Ediciones sucesivas - Plaza y Janés, S.A. - Barcelona.

8." Ed ic. 1." de bolsillo - Plaza y Janés, S.A. - Barcelona, 199 1. 9." Ed ic. Editorial Planeta - Barcelona, 1997. E1\SAYO i.i¡eratura y vida 1. Artículos y ensayos breves.

l." Edic. Anthropos- Barcelona, 1992. L/eratura y ¡?ida 11. Defensa de la literatura y otros ensayos.

1" Edic. Anth ropos - Barcelona, 1993. I '¡c ratura y ¡'ida 111. Ensayos. Conferencias. Artículos. Entrevistas.

Revista Literaria El Urogallo. l." Edic. Anthropos - Barcelona, 1994. U donjuanismo fe menino. (334 páginas). l." Edie. Ed itorial Península - Barcelona, 2000.


124 ALGUNOS TÍTULOS DE ARTÍCULOS Y ENSAYOS

«La emoción en el teatro de Sartre» - Índice, n.o 45 - Madrid, 1952. «La culpa de André Gide» - Alcalá n.o 13 - Madrid, julio 1952. «La angustia en la novela moderna» - Índice n.o 64 - Madrid, junio 1953. «Anouilh y el me1odranlID>- Índice de Artes y Letras núrns. 74-75-77, «Madrid, 1954. «El paisaje espafiol en un poeta belga: Verhaeren» - Índice n.o 81 - Madrid, 1955. «El mito de Port-Lligat: Dalí, mi hija y yo» - Índice núms. 105-106 - Madrid, 1957. «La juventud como problemID>- Pueblo, núms. 14-17 - Madrid, 1958. «Paidocracia y LiteraturID> - Índice 119-120 - Madrid, 1958. «La obra de Pío Baroja durante la Repúb licID> - Cuadernos - París. «U nas memorias femeninas: Simone de Beauvoim - Índice n.o 120 - junio, 1959. «Tres escritores de un mundo: Juan Rulfo, Carlos Fuentes, José Arreo1ID> - Índice - Madrid, febrero, 1965. «El donjuanismo femenino» - Índice. 214-215 - Madrid, 1966-1967. «La conquista más difícil del feminismo» - Femirama - Buenos Aires, 1966. «Defensa de la Literatura. Apuntes para un ensayo interm inable» - Doce primeros capítulos publicados en la revi sta El Urogallo (núms. 1-3-4-7-9- 11 - 12-1 4-1 7-20-21 -22-25-29-30) entre los afios 1970 y 1975. «Función de las revistas literarias» - Cuadernos de la Magdalena , de la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, Madrid, 1981. «El Castor (a la muerte de Simone de Beauvoir)>> - Ínsula 475, Madrid, 1986. «La cultura light» - Diario 16, domin ical - Madrid, 15 de mayo 1988. «Verdades y mentiras» - Diario 16, dominical - Madrid, 23 de mayo 1988. «Las espinas» - Diario /6, domin ical- Madrid, 12junio 1988. «El feminismo y el corsé» - Diario /6, dom inical - Madrid, junio 1988. «Un Don Juan bicéfalo» - Diario /6 - Madrid. «Realismo en ambos mundos. Encuentro del V Centenario» - Anales de la Universidad de Murcia, 1993. ALGUNAS CONFERENCIAS

«Caracteres femen inos, según la LiteraturID> - Tertulia Hispanoamericana, 1954. «Mujeres en el teatro de Paul Claudel» - Instituto Francés de Madrid, 1955. «Vida y milagros de la novela psicológicID>- Asociación Espafiola de Mujeres Universitarias - Madrid, 1964. «Sobre Unan1Uno» - Amigos de la Unesco - Madrid, 1964. «Función de las revistas literarias» - Palacio de la Magdalena. UIMP - Santander, agosto de 1981. (Publ icado en Cuadernos de la Magdalena, 1981). «Presente y futuro de la novelID>- Instituto de 2." Ensefianza S. Isidro - Madrid, 1985. «Realismo y Psicologi smo» - Instituto de 2." Ensefianza María Zambrano - Madrid, 1986. «Los celos en la literaturID> - Sede de la Asamblea S. de la Cruz Roja - Madrid, 1986. «Jóvenes y viejos» - Casa de la Cultura de Avi lés (Oviedo). Febrero 1990. «Los problemas de las drogas» - Sede de la Asociac ión de Mujeres de Tarancón - Cuenca. Febrero 1991. «Escritoras de los cincuentID> - Ateneo de Madrid, febrero 1992. «La marginación de los drogadictos» - Curso «Los intelectuales sobre la marginación» - CJ1IZ Roja y Caja de Ahorros de Á vila - 6 de junio de 1992. «Realismo de anlbos mundos» - Encuentro del V Centenario. Universidad de Murcia, 1992. «Escritoras espai'iolas de posguerrID>- Ateneo de Madrid febrero 1993. «Cuentistas espafioles e hispanoanlericanos» - Encuentro del V Centenario, 1993. «Neurosis de la mujer escritorID>- Fundación del Canlpo Freudiano. Madrid 27.10.1993. «Medicina y LiteraturID>- Asociación de Médicos, Escritores y Artistas - Madrid, 1994.


ANTOLOGÍA DE TEXTOS

en este primer número llamado O -por su carácter de ensayo, de sondeo o «pilotaje » inicial en su aventura-, quisiera presentarse sin ninguna petulancia ni gran despliegue programático, pero sí con una indispensable declaración de sus principios inspiradores. El primero y básico es la fe en la literatura. Esta afirmación sería una perogrullada si en el oficio de escribir no se diera, más que en ningún otro, la paradoja de la auto negación y el escepticismo, ya que el hecho mismo de emprender una publicación denominada expresamente revista literaria es, por sí solo, un acto de fe en la literatura. Tampoco es demasiado obvio aclarar que no se trata de la fe medieval o «del carbonero» , definida en los viejos catecismos como «creer en lo que no se ve» , sino de la fe propia de casi toda mente moderna, es decü~ racional, analítica y dubitativa, aunque deje a salvo su fu ndamento en una existencia que, en este caso, es bien real y evidente: la literatura, como fenómeno y como objeto físico está ahí, llenando por doquier toneladas de papel impreso, ocupando miles de escenarios y pantallas cinematográficas,


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penetrando en la intimidad de millones de hogares a través de los receptores de radio y televisión. Precisamente, tal superabundancia y tal polimorfismo de la literatura en el mundo de hoy afectan a su propio ser esencial, replantean a sus hacedores y sus consumidores, con más acuidad que nunca, la clásica pregunta: ¿Qué es la literatura?, y hasta la modifican significativamente: ¿Qué es literatura? ... Pero no son estas cuestiones, con toda su importancia, las que aparecen como previas al quehacer consciente de escribir, sino más bien otras de orden teleológico y pragmático: ¿Qué función, qué misión, qué eficacia tiene la literatura? Sin que sea ésta ocasión de intentar respuestas puntuales, sí lo es de manifestar que EL UROGALLO nace de la creencia de un grupo de personas en la [unción, en la misión, en la eficacia -positiva o negativa- de la literatura, puesto que ésta es una peculiar manera humana de enfrentamiento con la realidad, que la interpreta y la transforma por el medio más completo y complejo de comunicación y entendimiento entre los hombres: el lenguaje. Otro principio se deduce del anterior: si, ahora como siempre, la realidad presente -por supuesto, caudal continuo que corre desde el pasado y se proyecta hacia el futuroes la que condiciona y aun determina la literatura, ésta que se produce en el actual momento histórico, considerado tan crítico, requiere una actitud alerta, perspicaz y comprensiva de la multiplicidad de acontecimientos que hoy transforman dicha realidad con tanta rapidez, que la misma literatura parece en muchos casos quedarse retrasada, en riesgo patente de invalidez expresiva y transfigurativa. Quiere decirse que la literatura de hoy -sin perder el sentido histórico que sabe distinguir la tradición viva de la ganga inerte que arrastra toda actualidad inmediata- necesita una renovación total de sus conceptos, de su temática y de su problemática . Ni que decir tiene que semejante adaptación es difícil, imposible de realizarse de un día a otro en una suerte de mágica eliminación de los elementos precedentes -muchos válidos- y su inmediata substitución por otros novísimos y perfectos. En verdad, ahora sólo es tiempo de visión clara y revisión escrupulosa, de crítica y autocrítica, de equilibrio en el juicio, de voluntad de supervivencia. Hoy más que nunca, pues, una revista literaria debe hacer honor a su nombre, es decir, servir para el libre examen general de concien-


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cia, de conceptos y de lenguaje que necesita la literatura tanto como las demás formas culturales. La misma realidad muestra el funcionamiento automático, en todas las grandes crisis históricas, del instinto colectivo de conservación, en todos los órdenes de la cultura -ideológicos, religiosos, económicos, sociales, morales, etc.-, por una actitud casi general que, en ciertos casos, es ardid astuto o mera retórica, pero también en otros muchos es auténtica y ofrece ejemplos prácticos admirables; y que, en su conjunto, puede ya considerarse el «espíritu de esta época », expresado en el lenguaje universal por el manejo constante de términos similares: diálogo, concordia, comunicación l1'Zutua, entendinúento, contraste de pareceres, conciliación, ecumenismo, convivencia pacífica, en suma, tendencia a la integración de la multiplicidad del mundo en la superior unidad de sus habitantes humanos. Éste es el rasgo más característico de lo que hoy se llama, quiere y debe ser un «nuevo humanismo ». Que, sin duda, no podrá ser viable si sus aspiraciones no se resumen en otra que aún no parecen compartir todas las mentes: dar un valor suprem o a la libertad del hombre. El Urogallo nace de este espíritu y en este espíritu universal, como una voluntad de verificarlo en su órbita particular, que es la literatura, participando con ella y por sus medios propios en la tarea de conocimiento, de comprensión y de transformación perfectiva del mundo presente. Esto significa su total independencia de cualquier tipo de interés -económico, político o confesional-, para no servir de campo de batallas personalistas ni sectarias, sino ser campo abierto a toda experiencia literaria auténtica de las diversas culturas que constituye n la común Cultura, con mayúscula. Esto significa su intención de h acer, sin prejuicios, sin dogmatismos y sin inhibiciones, una revista general permanente del fenóm eno literario en esta época incierta y confusa, llena de contradicciones y opuestos lógicos . Pero h ay que a dvertir bien que ind ep endencia n o implica en modo alguno indiferencia, sino, en todo m omen to, pretensión de libre crítica, p ues sin ésta no hay posible literatu ra transformadora del mundo vital del hombre. Por otra parte, El Urogallo quisiera h a cer su molesta labor con más efica ci a que espectacularid ad , evita r ta nto el nacion alism o aldeano com o el papanatismo ante lo forá n eo , la n ostalgia d el p asado com o la precipitación n ovedosa. Y pretende orienta r su aten ción muy prin cipalmente


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hacia tres aspectos del ámbito geográfico, histórico e idiomático en que se publica: la producción de las lenguas hispánicas, que ahora mismo está contribuyendo de un modo tan brillante a la renovación común igualmente en las tierras americanas que en las diversas regiones peninsulares; la reincorporación y reivindicación de valores del exilio -el interior y el exterior-, originado por circunstancias que ya es forzoso superar con la debida justicia ecuánime; la franca apertura a la expresión de las generaciones más jóvenes, cuyas aportaciones son las que ofrecen más posibilidades revitalizadoras en este difícil tránsito de una civilización a otra preñada de incógnitas . El Urogallo tiene plena conciencia de su difícil empeño y de sus limitaciones intrínsecas y extrínsecas; pero también espera superarlas con la preciosa colaboración de muchos escritores y lectores solidarios con esta aventura de buena voluntad. Aun aSÍ, sepamos todos que su éxito es posible, pero no seguro. Sin embargo, aun contando con el fracaso, no caigamos por ello en el corriente error que cierto escritor norteamericano ha reprochado a su propio pueblo y que éste ha difundido por el mundo entero: confundir la valía con el éxito. La dignidad de escribir no está en triunfar, sino en hacerlo honrosamente. Y el destino de Sísifo, en el que Camus vio simbolizado el destino de todo arte, merece respeto.

N. o O - 1969 -

EDITORIAL


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4 poemas -inéditos-

de Pablo Neruda'

Volcán El volcán es un árbol hacia abajo. Encima están sus raíces de nieve. Pero abajo construye su follaje, hoja por hoja, azufre por azufre: mineral machacado hasta ser flor, pétalo a pétalo de profundo fuego, y cada rama hundida en la dureza excava para que florezca el fuego. Crece y crece hacia abajo el árbol que arde, derritiendo, agregando, amalgamando la espada del castigo.


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La fuga Los dos amantes interrogaban la tierra, ella con ojos que heredó del ciervo, él con los pies que gastó por los caminos. Iban de un lado a otro de los bosques buscaban la frontera del peligro, acechaban de noche cada estrella para leer las letras del latido y al viento preguntaban por el hU/no.

Fue musgosa y errante aquella vida de los desnudos, y rápido era el encuentro del amor: recorrían distancias como países o nubes sólo para yacer, enlazarse, partir, y quedarse enredados en la nueva distancia, en el peligro de aquella boca blanca que con toda la nieve de la altura quería hablar con la lengua del fuego .


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Águila azul El vuelo del águila azul es transparente. ¡Hombres! Os congregaré sólo para el milagro. Vive sobre la lu z esta presencia: dos alas como dos balas, dos espolones, dos flechas que ascendieron llevando sangre y polen es el águila lineal de aquella latitud. Sube su torbellino, rompe el alma celeste, devora el hilo insigne de la altura y lo que fuera mancha o meteoro o resplandor directo de la velocidad se queda fijo, rígido en el aire, y sus plumas azules se integraron y se restituyeron al azul. Así desaparece en plena lu z el ave pura, centro del anillo, ojo del universo, pez del cielo, que continúa desde las raíces la exhalación, la dirección, la vida. Vertical es su acción, su alma es vio lenta Hasta ser equ ilibrio transparente.


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Sonata Rosía, te amo, enmarañada mía, araña forestal, luna del bosque, solitaria nacida del desastre, durazna blanca entre los aguijones. Te amo desde el origen del amor hasta el final del mundo, hasta morir, te amo en la ocupación de mis deberes, te amo en la soledad que deja el día cuando abandona su vestido de oro, y no sé si encontrarte fue la vida cuando yo estaba solo con el viento, con los peñascos, solo en las montañas y en las praderas, o si tú llegabas para la certidumbre de la muerte. Porque el amor original, tus manos venían de un incendio a conmoverme, de una ciudad perdida y para siempre deshabitada ahora, sin tus besos. Oh flor amada de la Patagonia, doncella de la sombra, llave clara de la oscura región, rosa del agua, claridad de la rosa, novia mía. Pregunto si mi reino ha terminado en ti, ¿qué haremos para renunciar y para comenzar, para existir, si el plazo de los días se acercara a nuestro amor dejándonos desnudos, sin nadie más, eternamente solos en la felicidad o en la desdicha? Pero me bastas tú, como una copa de agua del bosque destinada a mí: acércate a mi boca, transparente, quiero beber la luz que te ilumina, detenerme en tus ojos, y quedarme preso en el luto de tu cabellera. N.O 1 - 1970


Los padres Juan Benet

Era ya tarde; la orquesta estaba tocando Even y un grupo pequ efio y apretado bailaba en la pista, casi a oscu ras , cu an do entraron cinco individuos. Estaba próximo el verano y, a pesar de la lluvia, se sentía ya un inminente calor. En el local -un sótano aprovechado hasta los escalones- cuatro ventiladores pretendían aligerar la atmósfera cargada, agitando cintas de todos los colores. Los cinco individuos, encabezados por el más bajo de ellos, se adelantaron hasta la balaustrada del arranque de la escalera para observar a las parejas que b a ilaban en la pequ efia pista circular: un grupo cerrado, lento, apenas sin otra luz que los reflejos tardíos sobre los h ombros desnud os, que parecía haberse congregado allí no por un azar, sino para despedir melancólicamente toda una época y un momento que ya no podían existir. El local era estrecho, alargado y baj o de techo. Las paredes estaban pintadas de un cierto color grosella, tapizadas en algunos rincones con una tela oscura y neutra; lo habían decorado de una manera indecisa y contradictoria, que pasaba sin transición de un ambiente de albergue inglés -falsas ventanas emplomadas, vigas d e m a dera, una chimenea inútil con una campana para colocar trofeos y algún grabado de caballeros enfu nd ados en sus casacas rojas partiendo al galope a la caza de la zorra y alejándose de un palacio Reina Ana- a una cúpula marinera, sobre la pista de baile, circundada d e maromas d e escayola y banderas del código. El más joven de ellos parecía haber bebido en exceso; se ha bía cogido al brazo de un hombre alto y d elgado, con la nuez prominente, detenido en el tercer escalón sin quitarse la gabardina. De vez en cuando, el otro lanzab a a todo su alrededor una mirada de extrafieza, con las cejas fr uncidas, para refugiarse luego en el pecho del alto. Bajaron los escalones, bordearon la pista de uno en uno -tratando de llevar derecho al borracho- y se sentaron en la barra.


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-Un café para éste. Los demás tardaron en contestar. Más que aburridos, parecían intoxicados, contemplando inertes la sala humeante bajo las luces indirectas . El más pequeño, colocando un cigarrillo en una boquilla higiénica, hizo un gesto al barman para que lo encendiera: - Un ron con Coca-Cola. Y una rodaja de limón. Furnaba dejando ver los dientes, apretando la boquilla. Los otros tres pidieron coñac; el quinto, vestido con un traje verdoso y muestras de luto, se fue al otro extremo de la barra a iniciar una conversación ambigua con la única mujer que quedaba libre. Hubo un cambio de luces y la orquesta calló, retirándose los músicos -con pantalones blancos y camisas cubanas, las mangas como guirnaldas de papel- con sus instrumentos . Un hombre de sJ110king blanco y clavel en el ojal anunció por el micrófono -con una voz dulzona y gangosa- la segunda parte dd espectáculo. Una pareja diminuta -casi enanos- bailó primero una jota, tan propia para aquel lugar como un oficio de difuntos, y luego un baile flamenco y unas sevillanas, con otras dos parejas. Cuando se extinguieron los aplausos, el hombre de smoking blanco anunció de nuevo en la pista la actuación de Roger, el artista más discutido de Madrid, que volvía a la sala tras una triunfal jira por Europa y América. Salió corriendo, vestido con una blusa de grandes lunares y una faja roja, para detenerse en el centro de la pista y hacer una reverencia, enfocado por un haz de luz blanca. De detrás de la penumbra, salieron algunos aplausos que se extendieron débilmente por la sala. Primero fue un número de malabarismo, que la joven sentada en el extremo de la barra, reclinada en la pared con un codo desnudo sobre el mostrador, fue la primera en aplaudir. De vez en cuando sonreía al hombre con traje verde y mostraba una muela de oro. El más pequeño, sentado en el centro de la barra, volvió la espalda a la pista, mirándose en el espejo de la estantería, ajustándose el nudo de la corbata entre dos botellas: -Esto está muy muerto, esta noche. -¿Por qué no te tomas el café? De nuevo salió Roger, vestido de calle, con una gorra d e campo y un largo pañuelo blanco que empezó a anudarse al


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cuello . «Roger parodiará ahora ... », dijo desde la penumbra la voz, una emulsión de melaza impregnando de falsa dulzura una noche de despedida: las telas neutras, las luces esquivas sobre los tripudos búcaros en los rincones, la canción saltarina volviendo con funeral repetición sobre las teclas de un piano descompuesto que iba a anticipar el fin repentino e inesperado de algo cuyo principio se había olvidado ... -Tómate ese café. El más pequeño le miro de soslayo, fumando en boquilla y apoyado con los dos codos en el mostrador. De tanto en tanto, se volvía a contemplarle, haciendo ostensible la distancia y un algo del disgusto que podía producirle como cabeza responsable; aun cuando su posición superior a todos los demás estuviera de sobra inmunizada. De repente , acompañada de un rápido cambio y juego de luces blanca s y rojas, sonó una barahúnda de tiros por todas partes: m esas que rodaron, botellas que estallaron y cuerpos humanos que se desplomaron en el suelo: en el centro de la pist a , emergiendo de una delgada columna de humo que salía de u n revólver de cartón con el lazo caído por el pecho y la gorra en la nuca, aparecía lentamente la cabeza de Ro ger, contemplando los estragos de su puntería . Otra vez el aplauso recorrió toda la penumbra humeante, caras pálidas y sombras tras las pantallas y las cortinas, ojos instantá n eos y pendientes que brillaron al resplandor de las la mp a rilla s. -¿ Qué? -el más pequeño volvió otra vez la espalda a la pista, contemplándose en el espejo entre las botellas . Lanzaba el humo hacia el techo y miraba sus manos r odeando el vaso-o ¿Estamos en la sesión infantil? El barman no le respondió, limpiando la cocktelera . -Me parece que está lloviendo todavía. Se empezó a oír entonces por todo el ámbito -se diría que era capaz de enajenar los sonidos y colocarlos sob re cualquier lugar que se le antojara, transfor mando un jarró n en flemático reloj de una estación olvidada , alargándose la pista y difuminándose en el polvo y el vacío de un andénel tictac en aumento de un reloj inquietante combina do con el silbido - primero-, luego las fatigadas emboladas de u na máquina de vapor alejándose impasible de un lu gar a m en a zado por el abandono.


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Desde las mesas en la penumbra, salían las voces coreando nombres conocidos. Eran siempre voces femeninas, desde detrás del humo, descubriendo todo su descaro, vicioso y ofensivo metal al levantarse y brillar en la penumbra con la fosforescencia de las baratijas y los cigarrillos encendidos. -¿Por qué no nos vamos? -Nos vas a dar la noche. -A mí nadie me da la noche -dijo el más pequeño, con aplomo, haciendo un gesto al barman para que llenara de nuevo su vaso con lo mismo- o¿Por q ué está tan muerto esta noche? ¿Dónde se han metido las chicas? El otro tenía un aire provinciano . Hasta ese momento, no se había quitado la gabardina: llevaba una camisa azul y una corbata negra, bastante vieja; entre las gafas oscuras y las entradas de la frente, su cara (más que por modestia, por una continuidad de régimen, fiel a la última posición d e equilibrio victorioso en que -no boquiabierto pero sí inconsciente- le dejó una sacudida, algo más que una algarada provinciana, veinte años atrás) había desaparecido: no quedaba más que la nuez . -Vámonos a otro sitio -era todo lo que sabía decir. -Aguarda -contestó el más pequeño, mirándose las manos. Apareció un muñeco feo, con cara de golfo, un pelo colorado y alborotado y una expresión permanente de malhumor y alerta, acentuada por unos ojos grandes y negros que se movían a ambos lados con gallinácea rapidez. Lo habían vestido con cuello alto, una levita verde y unos pantalones a r ayas , y el hombre de smoking y clavel en el ojal lo presentó p or el micrófono como el «universalmente famoso» Tadeo. Era una voz baja pero chillona, cascada, infrahumana, engendrada en un permanente estado de injuriosa ansiedad . -No te enfades. Teo. Hay que ser amable con el público. - «jEl público, el público ... !». Agita ba los brazos, girando con la cabeza cerca del suelo y guiñand o los ojos en dirección a las mesas: «Oye, Ro -geer, ¿has visto qué h embra ... ?». - Buen o, vamos a ver, Tadeo. Me han dicho que el otro día .. . - «Sí, señor Roger. .. ». Hizo u n chiste procaz y en la penumbra surgieron extempóreas las risas fe meninas . De nuevo entraron el borracho y el


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hombre que le había acompañado. El borracho parecía más despejado, calado hasta los hombros y el pelo revuelto: en su boca parecía haberse perfilado definitivamente una sonrisa mezclada de fastidio y de sombría y estúpida aquiescencia. Se apoyaba en el brazo del otro y durante unos minutos, detenido en los escalones en una posición inestable, permaneció con la boca sonriente contemplando atentamente al muñeco. Surgieron otra vez las risas y los aplausos. El muñeco los recibió con un gesto de sospecha, mirando de soslayo con la cabeza agachada, muy cerca del suelo y lanzando guiños, de tanto en tanto, en dirección a las mesas. -No seas maleducado. Teo. A ver si demuestras la educación que has recibido. Fue una rápida letanía de mal disimuladas palabrotas, terminando en un calderón y unos gestos procaces en la misma dirección, una actitud de chulería en la cabeza y en el giro de los ojos, con esa independiente e intencionada malicia del niño que conoce, mide y desprecia la magnitud del castigo. -¡Teo! Los labios del ventrilocuo no se movieron cuando habló el muñeco. Sólo empezaron a temblar, al quedar callado y suspenso, avergonzado del efecto de sus palabras. Una línea brillante de sudor había aparecido en toda su frente que más de u na vez le obligó, sin poder disimularlo , a secarse con un pañuelo oscuro. -Calla de una vez. Teo. Calla de una ve z ... -«Pues ni que fuera yo quien ha empezado , señor Roger ... » . Se encaró directamente con el público, las voces de m etal ordinario en la penumbra humeante. Llegó a insultarle, a m edida que las risas - y en algún momento los aplaus os- se fue ron sucediendo y solapando , excitándose con su triun fo para exagerar la r o tura del vínculo co n la hazañ a su prema del d esprecio ... - «H ay que p erdonarle porque es muy tímid o ¿verdad, seseñor R o-geer? Con las mu-j e-res es igu aal. .. ». Pareció n ecesitar un gran esfu erzo para levantarse . Se secó la fre nte y el foco iluminó su pecho , con el muñeco en el regazo; aun en la som br a , se percibía el tem blor de su boca.


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El borracho dio un traspiés, soltándose del brazo del otro, y tuvo que apoyarse en la espalda de un hombre sentado en una de las mesas cercanas a la pista. Dos de ellos se levantaron y un vaso cayó, rompiéndose. El borracho se excusó torpemente y, dando media vuelta, fue hacia el mostrador, atravesando la pista. En el centro, se detuvo cegado, cortando el haz de luz blanca. La voz del muñeco salió detrás, haciendo gala de peor humor: -«Sal de ahí, hombre, que me estás quitando la luz ... » Luego se oyó un ligero susurro: -Cállate, Teo. - «Que te-qui-tes-de-ahí he-di-cho! ». El joven se adelantó hacia él, caminando con las piernas cruzadas y un poco encorvado. Levantó y agitó la mano derecha haciendo sombras chinescas sobre el muñeco. - «¿Es-que-no-me-oyes? El público quiere verme a mí, bo ... ». -¡Teo! El otro salió a la pista, tirándole del otro brazo: «¡ Sal de ahí, hombre!». Hubo unas risas ahogadas en la penumbra. Algunas sombras se levantaron. Una voz gritó, como si saliera del bosque : «¡Cuidado, Teo!». Entonces el muñeco se enderezó, apeándose para la lucha, abriendo los brazos : una voz más extraña, más dura e inhumana, carente de toda razón, surgiendo como un vómito de una secreta, insoldable y sostenida necesidad de venganza . -«Vamos, mocoso, atrévete, atrévete, si eres hombre ... ». -¡Teo, Teo! ¿Qué haces? ¿Qué haces? El joven dio un paso atrás, sin comprenderlo. Resbaló de nuevo, tirando una silla. Se apagaron las luces. Hubo una risa aislada en un rincón y las sombras se levantaron preguntando qué había pasado. Sonaron unos aplausos que se extendieron artificialmente por toda la sala y se prolongaron cuando las luces se encendieron de nuevo y seis músicos , vestidos con chaquetas olímpicas de color azul eléctrico, aparecieron en el escabel tocando Bellulah, unas notas lánguidas y blandas, extendiéndose sobre los vasos y las sombras levantadas, por entre las lamparillas de luz corta y los manteles color crema, con un intenso y ceniciento aroma de despedida a un momento o a toda una época cuya frágil y


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espúrea naturaleza se había roto al mismo tiempo que el vaso. Le habían puesto otro café delante y todos, menos el más pequeño, trataban de que lo bebiera. El joven blasfemó. El barman le acercó un azucarero : «No ha sido más que una broma», intentó decir. El joven le miró sin comprenderle. -¿ Qué broma? Ya no quedaban en el local más que media docena de parejas que bailaban sonámbulamente, arrastrados por un lejano contrabajo escondido en un rincón, un saxo con sordina y algunas notas infantiles de un antiguo piano en descomposición. El hombre más pequeño hizo un gesto al barman, levantando las cejas y metiendo la mano en el bolsillo. Luego dijo al joven por primera vez : -Venga, tómate eso . El otro se lo tomó de un trago. Llévatelo a casa, Luis -dij o el más pequeño, colocando un cigarrillo en la boquilla- y vuelve enseguida. Hizo un gesto al barman para que le encendiera el cigarrillo. -¿Dónde está la salida de los camerinos? -preguntó.

N. ° J-J970


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Alberto Sรกnchez.

MOI1U11/ e IlfO

a los pรกjaros. N.o 3 - 1970.


Historias fingidas y verdaderas BIas de Otero

el capital a se me ha borrado España . Todo lo que son tres maletas, dos trajes, cuatro camisas y cincuenta y ocho libros . Las maletas son de París, Polonia y otra vez París; a esto hay que añadir una jaba y una hispano-olivetti portátil. La ropa y los libros son de distintos tamaños, en parte debido al tiempo y un poco también al espacio. Todo lo demás son papeles, papeles especiales que algunas veces se encienden y otras se olvidan y se apagan: guardo papeles escritos, perdidos, borrados, papeles sin fecha, borradores, escritos a lápiz, prendidos con alfileres, sueltos, sujetos con clips, escritos a máquina, en fin, como quien sabe que va a morir y de pronto se acuerda de unos papeles que dejó olvidados en algún sitio y no puede recordar, ni retroceder ni cerrar los ojos después de muerto, como si se hubiera quedado en unos papeles que siguen sin aparecer.

Y

desterrados as maletas de madera flotan en los andenes de Irún[ Hendaya, suenan sanos acentos leonés , gallego, extremeño, ellos marchan tras el trabajo por rutas de Alemania, Bélgica, Australia ... ¿Non é dina dos osos de seus fillos patria que os non mantén? No, yo no digo nada, para qué repetir. Mercantes del Norte y del Levante, torrente humano a través del Pirineo, largo exilio de siglos enfrentados. ¿Acaso la guerra es sólo un capítulo repetido de nuestra ardua historia? Más vale perder la memoria que la tierra. Ya en un


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códice de mediados del siglo XIII pueden escu ch arse estas palabras ... al que es extraño en que cabo del fossario lo echan orellano; danle cuerno a puerco enna fossa d e mano; nunca diz más nadi : - «Aquí iaz fulano» . Bah! No quiero que me entierren con la bandera ni el ataúd. Simplemente, me metan dentro de la tierra, bien enterrado, para siempre, en mi tierra.

a esto hemos llegado

h

ay algo que interesa conjuntamente, no en cuanto a sujetos a un mismo pasado, y sí como posible objeto de una incipiente libertad . ¿Veis esta generación surgida por un golpe de dados, los precios, el nivel, lo inevitable? No; ni dados ni azar obraron de esta suerte: con clara -o torva- conciencia impulsan - o tratan de abolir- el tiempo y sus leyes, sus relevos. Porque no hay mejor madera que la de casa, al menos para quien quiera hacerla habitable. Todos los países limitan entre sí, a esto hemos llegado. Pero yo llamo a mi puerta, y su sonido sé que responde, no por sí sola, sino a golpes de otras manos numerosas, seguramente jóvenes.

Esto, y un poco de silencio en el aula de historia, es todo lo que interesa.

Del libro inédito Historias fingidas y verdaderas.

N.O 2 - 1970


Sé com és blanc d'alta neu Salvador Espriu

A Sebastiá Bonet Espriu

D'aquella neu que va colgar profu ndament, eternament, trenes de cristal!, finor de deus, l'alba, destral de vastitud dels cims, arrels del prim esglai del pensament -d'aquella neu que tan so ls puc endevinar sempre m.es lluny de tot, enllá de l primer mar on és romput l'inconegut batee del temps-, dava lla vent de fam de llop, a despullar dels últims brins

De aquella nieve que sepultó profundam.ente, eternamente, quiebras de crista l, primor de venas de agua, el alba, des tral de vastedad de las cumbres, raíces del sutil terror del pensamiento -de aquella nieve que sólo puedo adivinar siempre más lejos de todo, más allá del originario mar donde se rompe el desconocido latido del tiempo-, desciende (un) viento de hambre de lobo, a despojar de los últimos restos


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de marta carn ossos de l'erm tan acceptat del meu hivern. Estrany malalt, passo l'opac blanc d'ou deIs ulls del cec vident i faig camí perill endins, per noms captius a closos dits, fins alllindar de l'esplendor d'aquella neu, davant el mur dominador del fosc neguit buit de sentit de mancaments sense perdó, potser presó de l'acte pur: la nit del món que se'm confon en un son lleu am,b l'espessor de la fredor d'aquella neu.

de muerta carne (los) huesos del yermo tan aceptado de mi invierno. Extraño enfermo, paso la esclerótica amarillenta de los ojos del ciego vidente y avanzo peligro adentro, por nombres cautivos en cerrados dedos, hasta la linde del esplendor de aquella nieve, ante el muro dominador de la oscura congoja vacía de sentido de pecados sin perdón, tal vez prisión del acto puro: la noche del mundo que se me confunde en un sueño leve con el espesor del frío de aquella nieve.

Versión castellana del autor.

N ° 3 - 1970


Sucesos de jardín Jorge Guillén

No

es

bueno que el hombre esté solo GÉNESIS, 2, 18

El Uno frente al uno. Dios y el hombre Se yerguen entre orígenes y auroras. Lo divino y lo humano ya insinúan La primera pareja en el ya hermoso Jardín. ¿No falta nada? Dios lo sabe. Por el jardín, radicalmente solo, A este Adán errabundo le acompaña, Invisible a su vista, Quien más es. Sufre mucho el varón, nacido huérfano. Ni atravesó niñez. Mayor de un golpe. Sin humana ascendencia, muy desnudo, Ve todavía mal su paraíso. ¿ Qué paraíso habrá si no hay palabras -Es tosco aún, se expresa con sus gestosQue lo toquen, lo apresen, lo domei1en? Adán sin compai1ía vaga, mudo. Desdoblarse no puede en soliloquio. bnposible un idioma: nadie escucha. Lo habría si dijera frente a frente, Capital monosílabo, tú, tú ...


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Ese primer Adán - inconcebibleSin ayer, sin apenas hoy presente, Ni respira futuro en aquel aire. ¿Impasse, dead end, calleja sin salida? El Uno creó al uno divisible . Dormía Adán, la carne como tierra. Fértil Edén. Adán será fecundo. ¿Qué es un hombre anterior al otro sexo? Lo ignora todo quien no abraza nunca. Es siempre Dios el creador amante. y la mujer nació de aquella entrafía Materna de varón. Y Dios, el padre, Al hombre despertó, dichoso y puro. «Eva es sólo tu esposa, no tu hija . .Tú, sólo padre de tus hijos, ámala ». Hijo es Adán de Dios y de la Tierra . ¡Tierra! De la mujer no fue simiente. Mujer: así producto de producto, ay, la derivación de una costilla. Quede claro el lugar, ya subalterno. Será fatal que la primer pareja Se conjugue, principio de una estirpe. Eva es hija de Adán, esposo, padre De Caín y de Abel, sin fin la pro le. Es el sublime incesto originario.


Canto de inocencia José Ángel Valente

Ay inocencia, cuánto nos hemos arrastrado juntos

en todos los prostíbulos del alma, en todas las afueras y las postrimerías, vestidos con los tules impalpables y la cándida túnica de la primera comunión remota que cubrió a la doncella y después a la novia corroída, y virginal, al fin, a la difunta . Ay inocencia, cuánto nos hemos revolcado indemnes en el turbio barrillo de los vicios más puros, y cuántas veces en las sacrosantas procesiones de pueblo con himnos militares estallaron blasfemos tus húmedos gemidos.

Cuántas veces desnudos nos tendimos como gozosos mártires abiertos a la feroz entrada de lo inmundo.


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Cuántas veces el niño asesinado caSl sln recompensa daba gritos horrendos o arañaba tu rostro inmaculado como presa acosada que insumisa aún gorjea en las alcantarillas suburbanas. Ay inocencia, ay zarpa de oro innumerable, ahora que tu reino ya es de todos, que en tu segunda aparición triunfas sobre los grandes pudrideros públicos y te aplaude el verdugo con sus manos sangrientas porque la bestia ha sido domeñada (quién la liberará y cuándo), es digno Y justo, hembra inmortal, que no me reconozcas.

N. o 5 y 6 - 1970


Demiurgia verbal E. M. Cioran

Si me preguntan cuál es el ser que más envidio, respondería sin titubear: aquél que, descansando en medio de las palabras, vive entre ellas simplemente, por consentimiento re flejo, sin ponerlas en entredicho, sin asimilarlas a signos, como si correspondieran a la realidad o fuesen partículas de absoluto desparramadas en lo cotidiano. No sentiría, por el contrario, celos de aquél que quiere esclarecerlas, que las escarba hasta su fondo. Para éste, no existe ningún intercambio espontáneo con lo real; aislado, reducido a una autonomía peligrosa, alcanza un «en sí» que le asusta. Las palabras se le escapan y, no pudiendo atraparlas, las persigue con un odio nostálgico y jamás llega a pronunciar alguna sin rezongar o suspirar. No tiene comunicación con ellas, pero no puede vivir sin ellas, y cuanto más se aleja tanto más se aferra a ellas .

El malestar que suscita en nosotros el lenguaje apenas si se diferencia del que nos inspira lo real. El vacío que presentimos en el fondo de las palabras evoca aquél que percibimos en el fondo de las cosas : dos percepciones, dos experiencias en lasque se lleva a cabo la disyunción entre objetos y símbolos, entre la realidad y los signos. En el acto poético, esta separación se presenta como una ruptura. Desprendiéndose por instinto de las significaciones convenidas, del universo heredado y de las palabras transmitidas, el poeta, en busca de otro rden, lanza un reto al vacío de la evidencia, a la visión tal cual. Se enrola en la demiurgia verbal. Imaginemos un mundo donde la Verdad, finalm ente descubierta, se impondría a todos, y donde, triunfante, aplastaría el encanto de lo aproximado y de lo posible. En ese m undo, la poesía sería inconcebible. Pero como, por fortuna, nuestras verdades se distinguen apenas de las ficciones, la poesía nada tiene que hacer en él y se inventará su propio


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universo, tan verdadero, tan falso como el nuestro . Aunque no tan extenso ni tan poderoso. El número está de nuestro lado: formamos una legión, y nuestras convenciones poseen esa fuerza que sólo la estadística confiere . A estas ventajas se añade otra no menor: la de sustentar el monopolio de las palabras usadas. La superioridad numérica de nuestras mentiras hará que siempre estemos por encima de los poetas, y que el debate entre la ortodoxia del discurso y la herejía del verso no se cierre nunca. Por poco que le tiente a uno el escepticismo, la exasperación que se experimenta con respeto al lenguaje utilitario se atenúa y se convierte a la larga en aceptación: se resigna uno, y se lo a dmite . Puesto que no existe más sustancia en las palabras que en las cosas, se acomoda uno a su imposibildad y, ya sea por madurez o por cansancio, se renuncia a intervenir en la vida del Verbo: ¿de qué sirve otorgarle u n suplemento de sentido, violentarlo o renovarlo, si ya en él se ha presentido el vacío? El escepticismo: sonrisa que ensombrece a las palabras. Después de haberlas sopesado, no se piensa más en ellas. En cuanto al «estilo», si aún se lo toma en cuenta, los únicos responsables son el ocio y la impostura. El poeta juzga de otra manera: toma en serio el lenguaj e, crea uno a su manera. Todas sus singularidades proceden d e su intolerancia hacia las palabras tal cual son: incapaz d e soportar su banalidad y su usura, está predestinado a sufrir a causa de ellas y por ellas. Y sin embargo, a través de ellas busca salvarse, de su generación espera la gracia. Por muy gestic ulante que sea su visión de las cosas, no es nunca u n verdadero negador. Querer revigorizar las palabras, querer infundirles una vida nueva, supone un fanatismo, una obnubilación fuera de serie: inventar -poéticamente- es ser cómplice y ferviente del Verbo, un falso nihilista: toda d em iurgia verbal se desarrolla en detrimento de la lucidez . De ninguna manera debe pedírsele a la poesía una respuesta a nuestras interrogaciones o alguna esencial revelación . Su «misterio» es como todos. ¿Por qué entonces nos acercamos a ella? ¿Por qué , en ciertos momentos, nos vemos forzados a recurrir a ella?


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Cuando, solos en medio de las palabras, nos vemos incapacitados para comunicarles la mínima vibración y nos parecen tan secas, tan degradadas como nosotros; cuando el silencio del espíritu es más pesado que el de los objetos, descendemos hasta un punto en el que el espanto de nuestra inhumanidad nos sobrecoge. Desanclados, lejos de nuestras evidencias, concemos de pronto ese horror del lenguaje que nos precipita en el mutismo, momento de vértigo donde sólo la poesía viene a consolarnos de la pérdida momentánea de nuestras dudas y certezas. De esta manera, la poesía es el absoluto de nuestras horas negativas, no de todas, sino sólo de aquéllas que derivan de nuestro malestar dentro del universo verbal. Puesto que el poeta es un monstruo que intenta su salvación por la palabra, que suple el vacío del universo con el símbolo mismo del vacío C¿y es acaso otra cosa la palabra?), ¿por qué no seguirle en su excepcional ilusión? Se convierte en nuestro recurso cada vez que desertamos en las ficciones del lenguaj e corriente para buscarnos otras, insólitas, ya que no rigurosas. ¿No parece, entonces, que cualquier otra irrealidad es preferible a la nuestra y que hay una sustancia en un verso que no está en todas esas palabras trivializadas por nuestras conversaciones o nuestras plegarias? Que la poesía tenga que ser acces ible o hermética, eficaz o gratuita, es un problema secundario. Ejercicio o revelación, poco importa. Nosotros le pedimos que nos libere de la opresión, de las vicisitudes del discurso. Si lo logra, consigue, por un instante, nuestra salvación. Por motivos opuestos, del lenguaje sólo sacan provecho el vulgo y el poeta; si se gana durmiendo sobre las palabras o combatiendo por ellas, se corre, por el contrario, un cierto riesgo al sondearlas para descubrir su mentira. Aquél que se dedica a ello, que se inclina sobre las palabras y las analiza, acaba por extenuarlas, por metamorfosearlas en sombras. Y será castigado por ello compartiendo su misma suerte. Tomad cualquier vocablo, repetidlo muchas veces, examinadlo: se desvanecerá y, en consecuencia, a lgo se desvanecerá en nosotros. Tomad otros a continuación y proseguid. Paso a paso llegaréis al punto fulgurante de vuestra esterilidad, a la antípoda de la demiurgia verbal.


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No se les retira la confianza a las palabras, ni se atenta contra su seguridad, sin poner un pie en el abismo . Su vacío procede del nuestro. No formando más cuerpo con nuestro espíritu, es como si nunca nos hubiesen servido . ¿ Que tienen existencia propia? Concebimos su existencia sin sentirla. ¡Qué soledad aquélla en la que las palabras nos abandonan y son abandonadas por nosotros! Quedamos libres, es cierto; pero añoramos su despotismo . Ellas estaban ahí con las cosas. Ahora que han desaparecido, las cosas se aprestan a seguirlas y se adelgazan bajo nuestra mirada. Todo disminuye, todo se reduce. ¿Hacia dónde huir? ¿Por dónde escapar a lo ínfimo? La materia se minimiza, renuncia a sus dimensiones, vacía los lugares ... Y en su sitio, nuestro miedo, hace las veces de universo.

Traducción del francés de Esther Seligson.

N.°7 - 1971


El hijo Francisco Ayala

En las páginas de los diarios parisienses, amarillentas ya en sus colecciones encuadernadas (pues se trata del año 1921), puede encontrarse la información acerca del asalto al tren expreso París-Marsella, la refriega que, una semana más tarde, costó la vida en un restaurante elegante a los cuatro bandidos que, pistola en mano, resistían a la intimidación policial, yen fin, el proceso, sentencia y ejecución de su cómplice, el joven Mécislas Charrier, condenado a muerte por la audiencia de Versalles. Aunque la intervención de este insignificante sujeto, a quien se describe como un petit tuberculeux , había sido secundaria y meramente auxiliar, sólo él quedaba para responder ante la justicia, y esta circunstancia, sumada a la insolencia de su carácter, lo llevó a la guillotina. Vano fue que el abogado defensor, insistiendo sobre la desgracia de su sino, hiciera vibrar ante el jurado la nota piadosa: terminada la vista del juicio, el acusado se encaró con la sala y desafió a aquellos burgueses a que le cortaran la cabeza: André Salmon lo refiere así en sus Souvenirs sans fin. y ¿por qué acude este caso a la memoria y a la pluma del poeta? Resulta ser que aquel desdichado, a quien intentó Salmon prestar alguna ayuda y cuyo proceso estaba siguiendo muy de cerca, era hijo de cierto personaje, uno de tantos bohemios como, a principios de siglo, pasearon su mi seria p or el barrio latino: el emigrado polaco Mécislas Golberg, qu e no había legado al infeliz Charrier la mina de oro d e su a p ellido , sino tan sólo ese prénom exo tiqu e de Méci slas, y la tuberculosis. Todo capítulo de lo s R ec u erdos sin fin está dedicado a la pasión del padre, Mécislas Golb er g, cuya fig ura p intoresca evoca ot ro escr itor como la «un buitr e de jardín b o tánico», estrafalario y famé lico. André Salmo!l., que in illo tempore fu e amigo suyo, a provech a la tr u culen ta postdata del hijo en el patíbulo (postda ta, d igo, p orque el progenitor había muerto ya a ñ os atrás) p ara cerrar con el debido toqu e p a tético sentimental la sembla n za de su personaje .


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Pero acerca de la mujer que había sido amante de su amigo y madre del desventurado Charrier apenas pudo darnos Salmon otro dato (Golberg no parece haber sido demasiado comunicativo) sino el muy sucinto de ese apellido corriente al que aguardaba tan infame publicidad, y la noticia de que, un buen día, resolvió abandonar al lamentable polaco dejándole en prenda el pequeño Mécislas, todavía entonces niño en pañales. Cuantas especulaciones cupiera hacer al respecto son ociosas, y de nada valdría conocer los detalles; después de todo, el hecho escueto clama por sí mismo. Y el hecho es que el buitre de jardín botánico se encontró de pronto, en su tugurio bohemio, con una criatura de pocos meses a su cargo: un niño de pecho. A falta de cuna, lo instaló en un cajón de la cómoda, que mecía con los pies al tiempo de escribir sus filosofías tísico-anarquistas, tal vez musitando alguna canción de su propia infancia, mal recordada y peor entonada. Para alimentarlo, salía con el alba a apropiarse la botella de leche dejada a la puerta de algún vecino ... Yeso es todo. Nada más; nada, entre tan desamparados comienzos y el episodio que había de terminar en la guillotina. Ha pasado medio siglo . En las bibliotecas duermen las memorias de André Salmon, y las páginas de los periódicos amarillean. ¿Por qué se me ocurre a mí ahora sacar a colación este caso que no tiene mucho de particular, que es un caso más entre tantísimos otros semejantes? No lo sé bien; no estoy demasiado seguro. Quizá porque, desde hace un tiempo, me dedico a fraguar noticias fingidas que, en el fondo, son demasiado reales, buscando usar la prensa diaria como espejo del mundo en que vivimos, y portuario de una vida cuya futilidad grotesca queda apuntada en la taquigrafía de ese destino tan desastrado.

N. 0 8 - 1971


Stravinsky Osear Esplá

Si, como se dijo alguna vez, la música «se existe», si consumimos un tramo de nuestra temporalidad vital en la comprensión de una sotana, de una sinfonía, no soñándolas o en abstracto, es decir, no durando paralelamente a ellas sino realizándonos nosotros mismos en sus dimensiones y cualidades temporales, la obra del gran músico desaparecido tiende a evadirse de semejante hecho. Stravinsky compone música con la objetividad mental d el ingeniero que inventa una máquina. Y ahí está la raíz d e s u originalidad y, en cierto modo, de su grandeza. Por eso le niega a la actividad musical -con error, por cierto- su fun ción expresiva. Y por eso también toda su producción aparece con la más evidente indiferencia ética, respecto al factor humano , mas no desprovista d e afectividad estética. Esta postura artística no conduce al formalismo integral, con las recetas convencionales, de los compositores que no tienen nada que decir. Al contrario, las formas del arte stravinskyano nos llevan a una experiencia musical, antes insospechada , y no a la concepción específica, técnica, que es el arte, y de los que el artista no puede emanciparse si su función es auténtica. En este punto, he de señalar la evidencia d e que la repetida función artística se presenta en el eminente compositor con anomalías esenciales. Cuenta, a este propós ito, Ansermet que Ravel y Stravinsky discutían sobre la legitimidad armónica del intervalo de una «tercera », en sus dos modos, mayor y menor, conjuntas, e n el mismo acorde. Ravel aceptaba la agregación armónica siempre que la «tercera menor » apareciese en la región superior del acorde; a Stravinsky le era igualmente aceptable el caso sin distinción posicional de las «terceras» . He aquí, pu es, dos act itudes opuestas, la del músico que significa expresivamente un acorde y la del músico que lo estima en sí mismo , presclllciendo de toda significación expresiva no estética.


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La emoción en la obra de Stravinsky es la emoción autónoma por así decirlo, emanada no de la subjetividad dominante del hombre-artista, sino de un acto óptimo de transcendencia «precisamente» afectiva, pero ceñido al ideal de fusión unitaria de la materia y la forma que ilustran los asuntos de los ballets El Pájaro de Fuego, Petrouchka y La Consagración de la Primavera; y así se desprende de toda su obra de música «pura» en cuya verticalidad armónica se proyectan las heterofonías que abrieron las trayectorias del arte contemporáneo.

N. 09 - 1971


El mundo visto al telescopio Philippe Sollers

Poca cosa queda ya por decir sobre Proust, a no ser referente a la forma con que la burguesía intenta asimilarlo definitivamente, envenenándose a medias al hacerlo: «La forma, tan alabada en él, es mezquina» (Rimbaud, a propósito de Baudelaire). La explotación de Proust, como la de Flaubert, nos lleva, aún más viciosamente, en verdad, a esa retórica estabilizada anterior a la mutilación irreversible que, en lo sucesivo, significan los nombres de Lautréamont, Joyce, Artaud, Bataille. Un lenguaje que se quiere apoyar en lo real no puede ya articularse así, ni en su ritmo ni en su tema. ¿Leer a Proust? Sería practicar sin duelo, en la Busca del tiempo perdido, cortes, agrupaciones, lagunas, tachones, incongruencias: romper el plan de conjunto, subrayar los puntos de aberración mal controlados, deducir una lógica subyacente recubierta por un barniz de continuidad. Desde luego, no celebrar su momificación académica, que tiende a suprimir aquello que él supo presentar indirectamente dejándolo enmascarado. Walter Benjamin escribía en 1929: «Proust describe una clase que está obligada, en todas sus escalas, a camuflar su base material y que, precisamente por eso, debe imitar un feudalismo, por sí mismo sin significado económico, pero tanto más utilizable así como máscara de la gran burguesía ». Y añadía: «Una gran parte de esta obra no será discernible o revelable más que el día en que esta clase, en el combate final, descubra sus rasgos más acusados» . En busca del tiempo perdido termina por exponer este funcionamiento material de una consumación privilegiada, que es censura y descubrimiento de su economía productora, por medio de un lenguaje invertido a cada instante: melTloria como espejo que hace del reflector y de la respiración ahogada que se encarga de totalizar su «secreto», una función ocupada en reaudar la vacilación de todo enunciado. El narrador se convierte aquí en un efecto aparentemente no histórico de plusvalía simbólica, en una cuenta corriente de «esencia», de «tiempo recobrado ».


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EN BUSCA DEL PLACER La estética de Proust ha envejecido, él mismo enterró a sus «personajes», su idealismo no puede ya dar lugar más que a variaciones filosóficas laboriosas, incluso, a efectos prefreudianos de imaginerías anticuadas. (Ejemplo: Visconti en Muerte en Venecia). Pero lo más importante está en otro lugar: en lo irreparable, hacia lo que él no cesó de dirigirse, en el carácter de burdel que se permitió dar, cada vez más, al final de su largo relato, en la forma subrepticia de su actividad sexual que relaciona los otros niveles (social, verbal) con su esclarecimiento de la verdad. Contrariamente a Gide o a los surrealistas, animados por la voluntad de desviar el impacto del enigma que plantea la homosexualidad (en el uno, racionalizado por un artificio magistral, en los otros, visible por doquier bajo su forma negativa, aspirante a una sublimación forzada), el único que ha adoptado respecto a Proust una posición real de análisis es Georges Bataille. Este análisis se centra sobre la busca del placer que impulsaba a Proust, fondo de su personalidad que es preciso descifrar en su negativa. En efecto, perderse en la superficie de la representación maquinada por Proust es prueba de un error sintomático: él mismo indicó que su escritura consistía en percibir el mundo de manera distanciada y telescópica. «Bien pronto pude mostrar algunos bosquejos. Nadie comprendió nada. Incluso los que se mostraron favorables a mi percepción d e verdades [ ... ] me felicitaron por haberlas descubierto al 'microscopio', cuando yo, por el contrario, me había servido de un telescopio para percibir las cosas, muy pequeñas en efecto, pero porque estaban situadas a una gran distancia, y porque cada una de ellas era un mundo. Donde yo buscaba las grandes leyes se me llamaba rebuscador de detalles». ANOMALÍAS MAGNÍFICAS Los textos de Bataille sobre Proust se encuentran en L 'imposible, La litteráture et le mal, L 'expérience interieur. Deben releerse, pues son ellos los que atajan todo invento de «aniversario» o transformación de Proust en museo. En L 'imposible, Bataille carga el acento sobre las prácticas sexuales de Proust: anomalías magníficas, reclusivas, que él no intentó evitar en su vida. En 1942, Bataille «conmemora» los callejeos nocturnos de Proust en el París de la pri-


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mera guerra mundial (y que aparecen nocturnos en la negrura final de El tiempo recobrado, sin duda el más bello pasaje del conjunto). Pero Bataille subraya cómo Proust siguió siempre un proyecto lúcido y contradictorio de rebeldía. Su dreyfusismo, su admiración por Jaurés (a los treinta años, cuando escribía lean Santeuil), son también, por consiguiente, una profundización de su anomalía sexual. Bataille escribe: «La legilibilidad de este cuadro es fascinante. Lo que falla de ella es la posibilidad de captar un aspecto sin el aspecto complementario». La contradicción de Proust se concentra así en un doble movimiento de ahorro y derroche, de apropiación y pérdida que separa, si se quiere, la forma discursiva de En busca del tiempo perdido, de su contenido agrietado; su identificación clasista, de su crítica social; su esencialismo, de su perversión; su virtud de su vicio; su «bien» del «mal». Anudar el tiempo, dice Bataille, es contrario a la poesía que, inmoral en sí misma, es lo contrario de su nombre, lo contrario de lo «poético». Poroso al tiempo, Proust quiere absorberlo, atesorar su duración, igual que la poesía debía abrir una «tierra de tesoros » para el surrealismo. El «tiempo en estado puro» llega a estar «liberado del orden del tiempo». Proust propone tal oposición, pero «perezosamente», «a medias». A «la esencia permanente y habitualmente escondida de las cosas» (reflejo de ese atesoramiento, en el mismo sentido que Marx, por ejemplo, ya propósito de la Lógica de Hegel se refería al «dinero del espíritu»), Bataille responde dialécticamente poniendo en tela de juicio el tema, al hablar del «estado al que somos arrojados cuando, arrancados a lo conocido, ya no asimos más que lo desconocido de las cosas, oculto habitualmente en ellas». EL ESTUARIO ES LA MUERTE Desde este punto de vista, la insatisfacción frecuentemente expresada por Proust, es más profunda que su triunfalismo estético-subjetivo. Bataille dice: «Esta Búsqueda del tiempo perdido que el autor no habría escrito si, deshecho de pena, no hubiera cedido a ella, diciendo «Dejemos que nuestro cuerpo se disgregue ... , ¿qué es, sino el río al avanzar hacia el estuario de la misma frase "Dejemos .. ."? Y la alta mar donde se pierde ese estuario es la muerte». Tal farse remite a los pasajes que en el texto quedan es suspenso, sin resolver, corroidos por una desapmición que no intenta superarse. Ahí es donde está su durable mérito, no en una teoría de la esencia o de la verdad positiva del "arte" y de la "belleza".


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La verdad, dice por otra parte Bataille, se presenta bajo la apariencia de un mentís categórico. La verdad de Proust, el ácido orgánico que segrega (esas venas, esos tendones, esas arrugas) de manera cada vez más refinada en su frase-telescopio, que se debe desmontar para montarla de otra manera, está en los antípodas de la mentira proclamada por lo que se suele llamar la Verdad. Al instante pienso que es Kafka quien la dicta al mismo tiempo: "Sólo es verdadera la luz sobre el rostro grotesco que retrocede, nada más."

Traducción de la R. N ° 11-12.1971

Maree l Proust. Dibujo de J. E. Blanch. N.o II - 1971.


¿Cómo es posible no escribir? Marguerite Duras

Ésta es una observación espontánea y superficial que nos hacemos todos . A la pregunta ¿qué es escribir? nadie puede responder en el lugar de otro, cada uno responde por sí mismo. En lo que a mí respecta, he aquí lo que veo: veo que la diferencia entre el escritor y el no-escritor se sitúa en el último estadio del proceso creador: el estadio material. Veo que todo el mundo escribe; que quienes no escriben lo hacen también; que la función de escribir es en el hombre un don natural, al contrario de otros dones, y que es únicamente en el plano de la explotación sistemática de este don donde se sitúa la diferencia entre quien escribe y quien no escribe . Veo que cada cual puede convertirse igualmente en electricista, ya que en cada cual reside un electricista en ciernes. Hay, pues, dos formas de comportamiento: la profesional y la que no lo es. También veo que en cada hombre, la conversión de la r ealidad vivida en realidad recreada tiene todos los caracteres de la función de escribir aparente; que cada uno de nosotros en un ser-piloto en nuestra total aplicación a proseguir incesantemente la tarea de integrar en nuestro yo interior lo que se llama nuestra experiencia. Veo que este ser-piloto persigue u na obra creadora que en nada se distingue de la otra si no es por el uso que de ella se hace. No se trata, a mi ver, de la conciencia que aprueba o desecha el suceso vivido, se lo apropia o lo rechaza; se trata, más bien, de una transconciencia cuyo campo de acción sería más vasto, de una función especifica que , una vez que el suceso ha sido apropiado por la conciencia, lo aprehendería a su vez, lo instalaría, lo integraría a la pluralidad interior, a la «comunidad interior ». Mientras que la toma de conciencia es concomitante con la vida vivida, la función de escribir no se desarrolla sino más tarde. Es necesario un distanciamiento riguroso para esta


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función histórica de subjetivar (u objetivar, los dos términos son aquí igualmente válidos) la vida vivida, para modificarla y deformarla hasta hacerla plegarse a las exigencias esenciales de la historia del yo . La conciencia es la puerta de entrada, es allí donde el suceso y el yo se enfrentan. La trascendencia o región escribiente (o narradora, o lo que se quiera) está allí, una vez pasada la puerta; es donde se realiza la soldadura del suceso con el yo, en la aleación-clave de cada uno. Mi ser-piloto, mi ser-escritor me cuenta mi vida y yo soy el lector. Él modifica lo que viví ayer en razón de lo que he vivido hoy, clasifica, cierra los capítulos, abre otros, los deja en suspenso, en espera de lo que será vivido mañana, etc. Mi ser-piloto hace su obra de historiador en sentido inverso que el historiador profesional de hechos concretos . El tiene su objetividad exclusiva, está forzado a pasar por tal distorsión para que el suceso sea vivible por mí, para mí, y para que pueda reunirse con el tropel interno del yo, de los acontecimientos del yo. Linfa nutritiva o venenosa, pero que escapa a todo análisis . Veo a la persona «escribirse» (ser la historiadora de sí misma) y a su ser-piloto actuar en una región que yo llamo «la sombra interna». Allí se sitúan los archivos del yo, allí tiene lugar la roturación paralela del camino por donde h a de pasar la multitud elegida por el mecánico de mi serescritor. Yo me encuentro con alguien, lo miro, le hablo, lo dejo . Y después: ella lo ha encontrado, ella lo ha mirado, ella le h a hablado, ella lo ha dejado. Y después: ¿qué es lo que ha sucedido? Y después , en fin : sucedió esto por la sencilla razón de que se trata de mí. En mi oscuro interior, donde mi «yo» es incrementado por mí mismo; en mi más honda zona escrita, yo leo lo que ha sucedido. Si yo soy un profesional, tomo la pluma y la hoja de papel y opero la conversión de la conversión. ¿ Qué es lo que hago al hacer esto? Intento traducir lo intraducible, hacer legible lo ilegible, pasando por el vehículo de un lenguaje indiferenciado, igualitario. Me privo entonces de la integridad de la sombra interior donde mi yo se balancea de mi vida vivida a mi vida revivida, me alejo del núcleo interior, hago afuera lo que debía hacer adentro, me mutilo de mi sombra interna, en el mejor de los casos . Tengo la ilusión de que implanto u n


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orden cuando despueblo, que hago la luz cuando borro . O bien se hace plena luz y se está loco. Los locos operan fuera de la conversión de la vida vivida. La luz iluminante que penetra en ellos ha expulsado la sombra interna, pero la reemplaza. Sólo los locos escriben completamente. O bien ocurre que, en plena libertad, se hace «como si », como si fuese posible que la conversión de la vida vivida se operase sin modificar el grado de sombra interna; sin que se agote el potencial de escritura no escrita en sí. Creyendo esto, y se cree en ello necesariamente, uno es, a mi juicio, menos un escritor que cualquier otra persona que no comprenda cómo tal cosa es posible, es decir, el 99% de la gente. Cualquier persona es más misteriosa que un escritor. Un crimen está más firmado que un libro. Un amor está más firmado que un libro . Una locura es la firma por excelencia. Buenos o malos, todos los escritores somos mutilados de la sombra interna, recomponedores de ella. O se sabe esto y puede uno llamarse escritor, o no se sabe: y entonces ¿qué se es? O se sabe que la diferencia que nos designa y nos distingue del no escritor es escandalosa y que en rigor no es digno de admiración más que quien no ha cedido a la tentación de proclamar el yo, o ¿qué se es? Si no se sabe que el depósito de escritura es absolutamente el mismo en uno que en otr o , ¿no se es el más falso de los escritores? La naturaleza misma de la sombra interior induce a conocer esto: que constituye un don común. Si esto se sabe es que se rechaza como don común, se le da un rodeo. Entonces , la sombra interna se amuralla y se muere en la urna del yo. Conocemos a muchos de esos ataúdes de sí mismos que son la mayor parte de los escritores, que hay entre unos y otros una diferencia de naturaleza, de vía. es decir, justamente, d e aquellos que están más afectados, de los más enfermos, d e los más separados de su sombra interior. Es sorprendente que la extensión de medios de exp resión no haya cambiado la cantidad de escritores en las poblaciones actuales (el número de manuscritos recibidos por los editores es proporcionalmente el mismo, casi m atemáticam ente , que el de hace 20 años) . Esta cantidad es tan impresiona nte como la de los suicidas en un país dado. Yo veo - d istinguiendo, desde luego, entre los escritores informativos y los otros, como hace Ricardou- que se escribe, a falta d e otros


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medios, por ejemplo, gestuales, para expresar las pulsiones del yo. No quiero decir que la forma de la pulsión se incline preferentemente a la escritura, sino que la naturaleza misma de la forma de la pulsación del yo lleva instintivamente a la búsqueda de la expresión; luego toda expresión libre es equivalente a la que nos preocupa: la escritura. Uno se pregunta por qué Rimbaud buscó el oro después de haber intentado expresar lo indecible. En eso, yo he visto - personalmente, siempre lo he visto- que se trata de una misma búsqueda, pero desplazada; no percibo ningún extravío en esta conversión de la palabra al oro, digámoslo así por hablar fácilmente. Veo que las pulsaciones del yo a Rimbaud lo llevaban hacia un estado de búsqueda ardiente no selectiva. Ningún modo de búsqueda era más privilegiado que otro para el serescritor de Rimbaud. Rimbaud vive momentos explosivos, de éxito, y vive días sombríos, de búsquedas vanas, días desesperados. Aquí se trata de una mutación de la búsqueda de lo indecible en otra búsqueda cuyo objeto es más difícil de nombrar, más misterioso, pero en el cual las pulsaciones del yo intentaban alojarse, lograban introducirse. La gratitud de la primera búsqueda no desaparece cuando Rimbaud pasa a la segunda, sino, al contrario, la expresa. La aspiración a la riqueza, como la aspiración a expresar lo indecible supone la misma ilusión inicial. Más todavía: la inanidad de la segunda búsqueda denuncia la inanidad de la primera. Cuando Rimbaud busca el oro, nos enseña que su búsqueda de lo indecible es de la misma naturaleza que toda búsqueda: una naturaleza vana. El espíritu de inanidad des cubierto aquí por la poesía se extiende y corona toda empresa que la sustituya. Lo que sorprende es que no haya más poetas que, habiendo vivido la ilusión creadora con tal grado de violencia, se metan a otra búsqueda, concreta ésta, que es una búsqueda-renunciamiento .

Traducción de lean Michel Fossey.

N. O11-12 - 1971


JI/an Genovés: Ritmo de muerte. Pintura (1971). Marlboroug Gallery, Nueva York. N 013 - 1972.

Genovés Rafael Alberti Los amedrentados los aborrecidos los desposeídos perseguidos capturados maniatados los desconocidos apaleados No digo los nombres todos tienen nombre no digo los nombres los al1'lOrdazados los derribados los barridos sacudidos desnudados

Angustia la luz solloza la luz quisiera ser otra la luz Los amartelados los acorazados los encallecidos los organizados bandidos roídos vendidos los uniformados graznidos Todo tiene un ritmo un ritmo de l11uerte


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ultimados escupidos ajusticiados los despavoridos ametrallados El color es gris el color es negro el color es gris Los acaudalados los encopetados los enmascarados ensoberbecidos podridos los encarnizados aullidos La mano no es mano tiene una pistola por dedos la mano arriba las manos el hombre está solo arriba las manos triste triste triste En fila la sombra es como un fusil que corre con ellos la fila se rompe sigue y falta uno la fila se rompe sigue y faltan diez la fila se rompe sigue y faltan miles

un ritmo de vida un ritmo de muerte o de vida a muerte Llueve el cielo muerte nunca llueve vida muerte muerte muerte Aaaaaaayyy aaaaaaaaayyy eeeeeeeeeh Grito Grito Grito se se es se se se

escucha alza se expande una marea expande extiende expande

El sol rompe alto enfermo amarillo la tierra está roja la sangre arde roja los amedrentados los desposeídos los asesinados los resucitados unidos De pronto se vuelven ah cuando se vuelven Ay cuando se vuelvan Silencio Silencio

Este poema fue escrito el primero de mayo de 1969, durante la visita a una exposición de Juan Genovés en Roma, entre sus cuadros.

N.°13 - 1972


25° aniversario de la muerte de José Luis Hidalgo

Meditación ante un retrato José Hierro Es un retrato de Elena Soriano pintado por José Luis Hidalgo hace un cuarto de siglo. Tengo cierta costumbre, y vieja, de opinar sobre pintura. No digo que acierte, ni mucho menos, sino que soy capaz de emitir un juicio sobre esa cosa siempre misteriosa que es un cuadro. y, sin embargo, me siento incapaz de hacerlo ahora. Podría decir algo relativo a lo más externo: que es un cuadro bien compuesto: construido con ese rigor casi mural del que fue Vázquez Díaz pionero; parecido, annonioso de colo}~ seguro de dibujo ... Todo ello, lo sé, es pura vaguedad, puro tópico, pret-a -porter, elementos prefabricados para uso del crítico. En arte, es imposible lograr que la palabra alcance a la forma plástica. Todo lo que puede intentarse es describir lo que ven los ojos, aplicando esquemas convencionales. Y luego, sobre esta descripción, la divagación personal que tratará de comunicar al lector lo que el crítico sin tió ante el cuadro . Pero ahora, ni siquiera sé con certeza lo que el cuadro me dice; porque bajo su aparente impasibilidad, bajo su sereno continente palpita el corazón de su auto¡~ sus al10S de búsqueda, sus afanes y sus desalientos. Nadie duda de que José Luis Hidalgo no fue un poeta que pintaba, sino un poeta y un pintor. El hecho de que su poesía hubiese cuajado cuando le sorprendió la 111.uerte, y no hubiese cuajado su pintura, no quita verdad a la afinnación. Incluso puede afirmarse que poesía y pintura siguieron en él un rumbo paralelo. Una y otra partieron del surrealisl11O. Los poemas más logrados de Raíz y sus primeros ensayos plásticos coinciden en ese culto al irracionalisl1lO. Eran los al10S en que, con expresión caricaturizada, expresaba José Luis su ideal pictórico: mirar al lien zo mientras mezclaba los colores en la paleta; a ésta cuando ponía los colores en el lienzo; el modelo a la espalda. En el fondo de toda caricatura, de toda expresión distorsionada, hay siempre una realidad que acaso no ha encontrado su form ulación . Pero es cierto que aquellos prim.eros cuadros, pinta-


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dos en su casa o en el estudio de un viejo fotógrafo santanderino, como sus poemas de entonces, arrancaban de un ámbito onírico. Representaban paisajes nocturnos, vagones solitarios abandonados en una llanura, seres poblados interiormente de raíces y ramas, como indecisos entre lo humano y lo vegetal. Aunque siempre destacó en él su vertiente de finne dibujante, el dibujo, lo lineal, no tenía cabida en sus cuadros: era el imperio del puro color. Paralelamente, la línea, lo conceptual, estaba en sus poemas surrealistas disuelto en lo apasionado y visionario. Aiios, los de posguerra, como todos saben de sobra, de terrible desorientación. Entre los J1'zil caminos posibles, la poesía eligió el testimonio de la realidad. Hidalgo pasó del surrealismo, tras el fin de semana creacionista de Los animales, a ese testimonio de la realidad. Los muertos eran en 1944 un proyecto que luego fue desmentido. El proyecto consistía en realizar un poema en cuatro cantos a los muertos en la guerra española. En el campo gemelo de la pintura, es elm.omento en que inicia sus proyectos de pinturas murales, sus temas marineros, retratos. Lo épico y lo mural hombro con hombro, Aleixandre -sobre todo el de La destrucción o el amor- y Unamuno -el de El Cristo de Velázquezeran sus polos. Solana y Cossío desempefíaban un papel semejante en el campo de la pintura. La síntesis personal que es su poesía no se produjo en la plástica. Él aspiraba a algo más fuerte, más de su hora, que lo que le ofrecía el eclecticismo de la joven «Escuela de Madrid ». Sofíaba con ser un Solana menos noventayochista, un Cossío menos exquisito y menos pintor, pinto¡~ Tal vez era Arteta el que presentía como posible catalizador y coordinador de las dos actitudes opuestas. Dram.a y elegancia como líneas que convergen hacia la poderosa arquitectura de la pintura mural, que José Luis veía tan llena de futuro. Para interpretar la realidad hay, ante todo, que dominarla. Dom.inar, quiero decir, la expresión artística que la refleje. Sus dibujos, sobre todo los retratos, eran tanto una tentativa de captar la realidad externa como de captar el espíritu del retrato. Como contrapunto, la pintura de paisaje. Con ella trataba de liberarse del imperio de lo lineal, dejando que el pincel, librem ente, hablase y cantase sobre el lienzo. No se consideraba paisajista, porque aspiraba a las grandes composiciones con seres humanos . Pero el paisaje era una manera de incorporar a su fu tura pintu ra, concebida como «cosa mental», la cosa sensual que es el color en libertad.


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De este retrato de Elena Soriano, ya lo dije al principio, no sé lo que opino, aparte de su corrección exterior, de sus valores formales. Porque yo lo he estado núrando, y en el marco aparecían otros cuadros que hubieran podido ser contados por Jo sé Luis . Aparecían, también, cuadros reales: los juveniles, pintados con colores ordinarios disueltos en aceite de oliva (¿dónde hallar entonces aceite de linaza, de nuez ... ?), dibujos de mendigos y de soldados, pescadores, paisajes de nuestro Santande}~ paisajes de Valencia. Pero estos ú ltimos tal vez no los veo con claridad. O, por lo menos, no los veo bajo su apmiencia de obra artística, sino que es la realidad mis11'la la que veo. Ahora se me presenta con toda claridad el cauce seco del río; a la derecha, las torres doradas y las cúpulas azules. Y más cosas que no están en el cuadro, aquel fdo, aquellos cuerpos no demasiado bien alimentados, tantos propósitos imposibles: cuanto constituía la gala de los fieles cuarenta . ..

N.°13-1972

José Luis Hidalgo. Retrato de E. S. Óleo, 1945.


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Angelitos negros Francisco Umbral

Pintor que pintas con amor ¿por qué desprecias su color si sabes que en el Cielo también los quiere Dios? Antonio Machín

Pintor de santos de alcoba, si tienes alma en el cuerpo, por qué al pintar en tus cuadros te olvidaste de los negros, si también suben al cielo todos los negritos buenos . Pero era la hora de la siesta y había que dormirse, había que dormirse, aunque no nos dormíamos nunca, ninguna tarde, y aquel verano ardía silenciosamente afuera, en las calles quietas, los campos quemados, el río parado, los cielos lejanos y los portales hondos, olorientos, con una vocal temblando en su fondo, la vocal que nosotros habíamos gritado al pasar, como una piedra arrojada en el estanque negro del silencio, la penumbra, el frío, la soledad, la siesta, y aquel trasfondo de cancela de colores tras de la cual brujeaba - roja, morada, amarilla, verde, blanca- la portera. La fritanga musical estaba en las radios de los patios, en las canciones de sobremesa, peticiones del oyente, a María Coralita con mucho cariño, en el día más feliz de su vida, para que lo escuche en compañía de sus papás, tías y abuelo Ricardo, esperando que esté mejor de la ciática, pero la alcoba era fría, fría, yen ella habían muerto las mujeres más hermosas de la familia, que siempre tuvieron una belleza de amortajadas, con sus pamelas de la época, sus ojos de tuberculosis y su pelo por la nuca. Las mismas que presidían la siesta desde las grandes fotografías de la pared, fotografías en óvalo, porque ellas habían vivido en óvalo, habían sido bellezas y vidas ovales, ovoidales, pero tenían en torno el marco negro y rectangular, ancho, como una orla de luto, y miraban nuestro cuerpo de niñez y


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lujuria que acababa sucio y frío en los pecados de la siesta y el insomnio, pintor que pintas con amor, por qué desprecias su color si sabes que en el Cielo también los quiere Dios. La escasez estaba en la calle, todo era del color de una posguerra y la tarde se paraba para siempre o tenía una ondulación de colores, un estremecimiento de formas cuando pasa ba la mujer hermosa con el vestido estampado de la época, dejando un clima de sudor y colonia en el corazón malo de los niños sin sueño. Láminas de Julio Romero de Torres, el que pintó a la mujer morena con los ojos de misterio y el alma llena de pena, láminas recortadas del Blanco y Negro y enmarcadas cuidadosamente, con un cristal, y que tenían el azul Ceregumil de toda la habitación, de todo el pasado, un pasado que se adensaba allí, en aquel comedor con alcoba, en el aire azul que aureolaba las lámparas, en la pintura azul de las paredes, profundizada por humedades, filtraciones, goteras y manchas grandes, misteriosas, que iban ganando silenciosamente el hogar, toda la casa, como la invasión de la pobreza. Azul Ceregumil y paladar de CeregulTlil, desde las lejanas enfermedades, y un cisne blanco, rayado de luz y sombra, en el cartón de un viejo calendario y sin taco, sin hojas, el cisne lento y simple, deidad de ninguna corriente, poeta, porque las moscas iban moteándolo verano tras verano, en las tardes de siesta sin sueño, cuando la cómoda y la consola murmuraban su monólogo de madera enferma y una única mosca bordaba el silencio con su luto fugaz. Pintor de santos de alcoba, cantaba Machín en la radio de la cocina, en un fragor de fregadero y retrete, y los santos de las alcobas de la casa, láminas en negro, corazones a todo color, quemaban en el silencio de la hora, ardían de santidad, santificaban a los muertos y a los vivos del hogar, en tanto que un niño solitario y sin sueño pecaba en una cama grande, inmensa, dura, enorme, como el vientre de una ballena desguazada, hasta el punto de que era mejor echarse en el suelo, sobre los baldosines rojos, ásperos y frescos, apenas encerados ya, o sobre la esterilla delgada, transparentada, recosida, rebordada, que tenía flecos de fábrica y otros flecos, mucho más suntuosos, del uso, el tiempo y el deshilachado. Salvo el enfriamiento, los enfriamientos, este niño ha vuelto a acostarse en el suelo, era el único sitio donde me dormía, donde se estaba bien, pero luego tira la garganta, duele, y viene la fiebre, las


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anginas, o el vientre traspasado por un cuchillo de frescores y corrientes, la colitis, la angustia en la cintura y un puño de hierro y calor en la garganta, otra vez enfermo. Desde el suelo se veían mejor las patas de los muebles, sus pezuñas de pobreza, allí donde no llegaba el barniz, y ese dedal que había siempre debajo de la cama, un dedal perdido, de plata, como un caracol prestigioso entre el moho y el tamo de los rincones, que el niño ha encontrado el dedal de plata, el que se le perdió a tía Josefina, dice que estaba debajo de la cama, si no anduviese metiéndose este niño debajo de las camas. Pintor que pintas con amor, la voz de Machín, infinitamente delgada, delicada, lentísima en la tarde, o recalentada luego, en las verbenas nocturnas, cuando rondábamos en torno de las

niñas que olían a pelo y a pobreza, la batalla de los churros, el fuego de los carruseles, y vagido de las sirenas, el trote de la orquesta y una multitud con muchas gestantes, algunos guardias y toda la chiquillería como angelitos negros a los que también quería Dios, pero poco. Era la noche de llegar tarde, cuando nos buscaba la familia por el barrio, y venía el señor Juan, el portero, buena está tu mamá, de la paliza no te libras, pero cómo pegarle en el culo a un hombre niño que regresa con el corazón enamorado, el sexo adulto y la música en la sangre. Lentos veranos de la infancia, escribieron luego o habían escrito alguna vez, y no es que fueran lentos, sino que estaban parados, y vivir dentro de


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aquel verano con música de Machín era como habitar un bloque de oro, un bosque de sol, un río duro y quieto de música y calor. El rumor de la casa, de la familia, venía en oleadas, una puerta que se abre, la abuela arrastrando las zapatillas por el pasillo, la música filtrada por no sé dónde, de pronto, más violenta, agua corriente y el chisporroteo de lamparillas místicas y velas mortuorias, dónde, dónde, como cuando murieron las muertas paredes, de los retratos, de los rincones, con un cortejo de cadetes enamorados, vecinas lloronas, abuelos mostachudos, caballos de gala y los pobres de la familia, viejas criadas que venían con sus hijos, nietos, rebaños sucios y pardos, a verlo y llorado todo. O un libro en la mesilla, rigurosamente escondido, para leer a la luz de la sombra, en la siesta, portada complicada, con hojas y flores y desnudos, y dentro unos versos largos e incomprensibles, llenos de una lujuria secreta, indescifrable. Demasiado complicado el amor de los mayores, mucho más directa y eficaz la lujuria del niño, el galope de su cuerpo, la prisa de su alma, el azote de la carne. Todo el verano era una sola tarde, toda la infancia era una sola siesta, y empezaban a sonar voces en la calle, las porteras llamándose unas a otras, arrastrando sillitas de cocina, sillitas de costuras, hasta la ensenada de la sombra, los primeros n iños jugando a la tanga, los que ya habían terminado los deberes, dormido la siesta, y ahora merendaban, lavados y peinados, una pastilla de chocolate que se les deshacía en el calor de la mano y les dejaba los dedos y la boca ensangrentados de marrón, haciendo de ellos, sobre todo de las niñas, pequeños vampiros, pequeñas vampiresas sanguinarias y perfumadas, de las que había que enamorarse urgentemente. Otra tarde, otra siesta sin sueño, otro pecado, otras angin a s, otra colitis, y el lento río de las horas empezaba a ponerse en movimiento, se desperezaba luminosamente, y la música de Machín, clausuradas las radios, estaba ahora en el coro de las modistillas, en el piso de ariba, o en la memoria, o en la noche que venía cargada de verbenas y churrerías y planetas y muj eres .

N°18-1972


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Ernesto Sábato Argentina

Creo que Tercer Mundo es una denominación genérica de los países económicamente subdesarrollados. En grueso, tal expresión tiene un cierto sentido revolucionano. No, en absoluto es aplicable a todas las estructuras de un país. De ninguna manera coincide el mapa económico-político con el cultural de un país . Los economicistas de la historia difundieron el dogma de una relación directa y hasta proporcional entre atraso económico y atraso cultural. Para refutar esta idiotez, bastaría pensar en la Rusia zarista, que dio una de las literaturas más ricas y profundas de todos los tiempos. Yen países tan pobres como Nicaragua, Perú y Chile, que nos dieron tres de los más grandes poetas de la lengua castellana. Las demás preguntas quedan, me parece, invalidadas por estas consideraciones. Y es inútil buscar esos caracteres comunes o esas esencias que deberían ofrecer en común países que, en todo caso y hasta cierto punto, sólo pueden agruparse por sus desdichas materiales.

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Mario Vargas Llosa Perú El concepto de Tercer Mundo me parece bastante claro si se le da un contenido económico y político: creo que es una buena fórmula para designar a los países subdesarrollados, que exportan materias primas e importan productos manufacturados, y cuya economía - y, por tanto, sistema políticotiene una naturaleza dependiente o neo colonial respecto de las potencias industrializadas. Dentro de este esquema se hallan infinidad de países que guardan entre sí diferencias tan grandes en tan distintos órdenes que tampoco conviene intentar una descripción homogénea, válida para todos los que integran ese Tercer Mundo, pues es evidente que el grado de subdesarrollo y de dependencia no es en todos los casos igual: es obvio que un país como el Brasil es menos «subdesarrollado» que Paraguay. Pero, pese a toda su generalidad, creo que el concepto es bastante útil para designar a una serie de países que viven una situación económica común y cuyo grado de desarrollo (o de subdesarrollo, más bien) los distingue de las grandes potencias capitalistas y socialistas. Ya en el campo cultural el concepto me parece menos útil, mucho más confuso. En términos cuantitativos sí se puede hablar, con un cierto margen de acierto, de un subdesarrollo cultural y de unas culturas dependientes: el analfabetismo, la falta de una tecnología y una ciencia propias, de publicaciones, de cine, de una técnica informativa, van siempre paralelos con el subdesrrollo económico. Pero en términos cualitativos, en cambio, ese paralelismo ya no existe: países de analfabetos y miserables, sin vida cultural o con una parodia de vida cultural, han dado y dan creadores de primer orden que, a veces llenan por su sola obra toda una época (estoy pensando en Rubén DarÍo). Es por eso que siempre resulta peligroso constreñir el hecho cultural a interpretaciones exclusivamente socioeconómicas, es decir, colectivas, olvidando o menospreciando el factor individual.

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El Laberinto Anals Nin

A los once años, penetré en el laberinto de mi diario. Lo llevaba en un cestito y trepaba los escalones musgosos de un jardín español. Salía atravesando calles alineadas en perfecto orden al patio de una casa de Nueva York. Al andar, protegíanme sombras de un verde oscuro y seguía un trazado del que estaba segura de acordarme. Y que quería recordar para poder llegar allí. Al caminar, lo hacía deseando verlo todo dos veces para poder volver de nuevo al mismo sitio. Los matorrales eran codos suaves y velludos que rozaban los míos; las ramas, espadas sobre mi cabeza. Me guiaban. No enumeraré los rodeos, las partidas de ajedrez, los desplazamientos premeditados, las repeticiones obsesivas repeticiones que me evitaron contar las horas y pasos. Las obsesiones hacíanse inacabables. Me había perdido. Corté en seco al asediarme la angustia: una angustia provocada por la obsesión del retorno y por el temor de no volver jamás a ver las cosas. Tenía la impresión neta de que tan sólo se me revelarían si por segunda vez las volvía a encontrar. De haber tenido que continuar, ignorante, ciega, lo hubiera perdido todo. ¡Qué lejísimos estaba de mis primeros pasos! No sabía que al final no me encontraría donde había comenzado. El comenzar y el acabar eran diferentes, ¿y por qué al llegar a la meta, el punto de partida debía esfumarse? Fuera de la angustia que me ahogaba no tenía idea de nada, de esa angustia de haber perdido algo. La oscuridad que me precedía era más honda que la que me perseguía. Se parecía tanto lo que ante mí y a mi alrededor había, que me parecía no haber desviado suficientemente mi camino para llegar al punto de partida. Las mismas nubes, el mismísimo invariable canto de las ranas, el susurro de las fuentes, tan semejante al rumor de la lluvia, y la llama verde e inmóvil de los arbustos verdes en los macetones. Andaba por una alfombra de páginas sin numerar. ¿Por qué no las había numerado? Porque sabía lo que había omitido; tanto había


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omitido de lo que no obstante pensaba decir, que era imposible numerarlas, ya que el numerar suponía haberlo dicho. Subía una escalera de palabras. Pisoteaba la palabra tener lástima, tener lástima, lástima, lástima, lástima. Cada paso mío cubría la palabra enteramente, y después, de pronto, comprobé que no andaba. Cuando era esa misma palabra, que no cambiaba de sitio, ni mis pies plantados en ella. Se consumía esa palabra. Y la angustia asediaba de nuevo, provocada por la palabra muerta, por la muerte de lo que expresaba. No cambiaba el paisaje, el camino había perdido sus vueltas y revueltas, y los senderillos, tan misteriosamente enlazados, que nunca sabía si estaban a la derecha o a la izquierda. Y mis pies descalzos andaban pisando la palabra obsesión: me parecían apretujarse de tal modo los árboles, que el respirar me era difícil. Buscaba el mes, el año, la hora que era y que hubieran podido facilitar mi vuelta. Abríase ante mí un túnel oscuro que me tragaba violentamente, mientras que la angustia me arrastraba hacia atrás. Bajo mis pies, la escalera mecánica de las palabras era un arroyo precipitado en su corriente. Mis rebeldías me llevaban. Al posarse mis pies en las piedras, las hacían explotar. Siguiendo la dirección de sus trozos más pesados podía llegar a las tierras de antaño. No obstante, supe siempre que sólo encontraría huesos mondos, cenizas, sonrisas, descompuestas, órbitas vacías como lavas frías . Mis pies se deslizaban sobre lágrimas encharcadas como el cieno viscoso de las orillas de los riachuelos, sobre guijarros pulidos por las aguas encalmadas. Tocaba muros de cristal de roca. En las rajas de espuma blanca, blancas esponjas de dolores secretos incrustadas en el esqueleto dentado de las plantas. Hojas, membranas, carne, a las que se les había chupado la substancia, y su savia y su sangre, absorbidas por las rajas, y todo desembocaba revuelto en el riachuelo de los deseos que nacieran muertos . Piernas, brazos y orejas de cera ofrecíanse en el holocausto a la codicia de la caverna, colgados en ex voto o clavados con humildes rezos para proteger a los transeúntes de la voracidad del demonio. Estaba presa en la tela de araña de mi fantasía, tejida de noche y trabajándola tercamente de día. Desgarró esta tela el silbido de una sirena y el sonar de las horas. Me sorprendí atravesando fosos, pasarelas, cuando aún me tenían enreda-


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das las jarcias tensas de un barco que levaba anclas. Suspendida entre la tierra y el mar, entre la tierra y los planetas, que atravesé corriendo, atenazada por la angustia de la sombra abandonada, la huella de los pasos, el eco. Cortaba sin dificultad todas las jarcias, salvo la que me ataba a lo que quería de veras. Me hundía en un laberinto de silencio. Mis pies calzaban pieles, mis manos enguantaban en cuero, mis piernas envolvíanse en algodón plegado y atado por cintas de seda. Pieles de reno enfundaban mi pecho. Sin voz. Sabía que, como los renos, no se me escaparía ni un suspiro si en este estado me hincaran la hoja de una espada. Pedazos de sueño explotaban al pasar los fosos, caían como gajos arrancados a un planeta apagado, sin rasgar, no obstante, ni las pieles ni el algodón de este silencio. Muros de carne y pieles jadeaban y gotas de una cierta sangre blancuzca de allí rezumaban con el ruidillo de los latidos del corazón. No quería meterme en el silencio, presintiendo que tal vez pudiera quedarme sin voz para siempre. Para recordar las palabras que había formado removía mIS labios, pero me daba cuenta de que no podían articular las palabras. Mis labios se movían como la anémona de los mares, con una lentitud infinita, abriéndose y cerrándose, sin la presión exterior para respirar, formando solamente un dibujo en el agua. O se agitaban como los cañones de las narices de los animales olfateando el viento que corre, para identificar y sentir, y no para articular palabras, sino para reconocer un olor. O temblaban como flores que se cierran de noche o porque se les mete un insecto.


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Respiraban con la lentitud de las aletas de los peces, con la cadencia de un bulbo que florece . Mis pies no me servían para desplazarme. La caverna no era ya camino infinito que ante mí se abriera. Una cuna de madera acolchada con pieles y que se mecía. Cuando dejé de andar con paso decidido, contando mis pasos, cuando dejé de sentir, con los dedos crispados como raíces, con los paredones cercándome, buscando mi substancia, el laberinto se ensanchó, el silencio se esclareció, se desintegraron las pieles, y anduve por una limpia ciudad. Era una colmena de blancas celdillas de marfil, con calles como lazos de armiño viejo. La piedra y el hormigón, la luz del sol, los había amasado con almizcle y algodón blanco. Me perdía en las calles tranquilas, extendidas como una madeja de bobinas de hilo, tapias serpenteando sin puertas; fachadas cubiertas y ventanas con celosías haciéndose terrazas, corrientes volcándose en el riachuelo. Oía el caer de las cascadas secretas de la risa, voces encapuchadas . Escuchaba los rezos del atardecer semejantes a un lamento derramado sobre mosaicos brillantes y las venas de los guijarros bajo mis pies se parecían a un rosario en los dedos de un monje. A mi paso dejaba las casas sin ventanas, en cuyos terrados resplandecían terrazas floridas. Un Vesubio de flores. Después me encontraba en los conductos blandamente sinuosos de una oreja gigante, dentro de los pétalos de alguna flor completa, en calles en espiral -como caracolas, que daban a un mismo sitio-, y los transeúntes se envolvían en capas de algodón y respiraban apretujándose los unos contra los otros. La arena del tiempo se deslizaba lentamente en mis manos. Tenían enormes llaves herrumbrosas para abrir las puertas que cerraban la ciudad . Las


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palmas balanceánbanse con gracia y la ciudad sólo era una alfombra bajo unos pies contemplativos. Despertome el zumbido de un papel desenrollado. Mis pies se despla zaban sobre el papel. Eran las calles de mi diario atravesadas por camadas de notas negras. Tapias serpenteantes sin puertas , deseos irrealizables . Andaba perdida en el laberinto de mis confesiones, entre los rostros velados de mis acciones, en cueros solamente en mi diario. Escuchaba el rezo del anochecer, grito de soledad repetido cada anochecer. Mis pies posábanse en pétalos de flores complejas engurruñidas, flores de papel veteadas de nerviaciones artificiales. Enormes llaves herrumbrosas abrían cada volumen y los transeúntes no tenían brazos, ni cabeza: mutilados . La nítida boca de la caverna sin fin se abría. Se apostaba a su entrada una chiquilla de once años, con su diario en un cestito.

Traducción de José M. a Alfonso Sá nchez.

N. O25 - 1974


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Edua rd o Chi llida con su escultura Sirena varada. El uroga ll o. N.o 19 - 1973.


Campos de Carabanchel Juan Eduardo Zúñiga

Todo era muy difícil entonces: reconocer los SItIOS, las personas, las intenciones, aquel ruido levísimo, saber el preciso momento en que había empezado algo y, tras sus consecuencias, cómo acabaría, pues todo acaba, incluso las guerras, las privaciones: para unos acaban con sus días; para otros, cuando se abre la perspectiva jubilosa del dinero. Ése era el ruido que notaba cuando él levantó la cabeza. -¿ Qué ruido es ése? Apenas perceptible, un tintineo de monedas apiladas en orden, repasadas aprovechando la seguridad que da la noche, cuando el sosiego serena los ánimos cansados y los ojos, perdida su agudeza, desgastada incidentalmente por las tumultuosas evidencias del día, entornan y eclipsan sus destellos, los brillos que proclaman pasión o inteligencia. Ambos atributos, ambos pecados de la naturaleza humana, estaban remansados a la luz de la vela puesta sobre la mesa dorando los papeles que había encima, las manos y las caras inclinadas hacia ellos, y permitía, pese a las tinieblas de la noche, continuar el repaso del libro de cuentas. No parecía que hubiese ningún ruido. De día, los estruendos de la guerra; de noche, acallados éstos, sólo disparos. Hacía rato que pasó un relevo cantando y sus palabras habían desatado mis recuerdos, pero no un ruido que despertase su extrañeza. Un ruido se percibe en la acechanza; estar pendiente de un soplo, de un crujido ... Era el entrechocar de monedas al contarlas, inconfundible, diferente a todo lo escuchado aquellos meses : por eso había levantado la cabeza para inquirir. Pálido y extraño, reconcentraba las cejas sobre la mirada dura, fuera del círculo luminoso de la vela, y las pupilas dilatadas se tendían hacia la habitación contigua: de allí llegaba el ruido, borrado por el menor movimiento de papeles, o de las sillas donde nos sentábamos, o el escape de un camión que lejos resonaba por las calles desiertas donde marchaba la patrulla cantando:


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Si me quieres escribir ya sabes mi paradero, canción que había abierto el paisaje del otro lado del río por el que yo me había adentrado : casuchas y solares, ni prados verdes ni campos de labranza; sólo yermos vacíos donde hubo basureros calcinados por el frío y las heladas, y a la vez, un río de oro que vendría a mis manos llegado el momento, cuando el acuerdo de abogados y notarios y la conjunción de las estrellas lo quisiese o cuando, con mi voluntad, yo lo impusiera. Un río de monedas, un ruido de monedas en la otra habitación que era la alcoba de nuestro padre, donde él también bajo la vela -muchas noches faltaba la corriente- las contaría en secreto sin que nadie supiera dónde las guardaba. Mi hermano me miraba espantado, sorprendido de lo que habíamos descubierto: el raudo vuelo de nuestros pensamientos había volado a idéntico punto donde también se cruzarían nuestras intenciones, igual que miles de otros hombres en el amenazador, acerado anillo de la guerra, habrían buscado, existente o soñado, el roce magnético de las monedas, tan necesarias, reparadoras de cualquier carencia, de las que el alma no puede desviarse porque todo lo demás es accesorio y está expuesto, cruzado de balazos, a caer desplomado. Hacía tiempo que yo vigilaba las palabras de mi padre: si hablaba en el comedor, yo me acercaba a la luz del balcón, no para mirar por los cristales, sino para captar ávidamente la entonación, las pausas, lo que decía entre dientes para no ser entendido, cualquier alusión a herencias, a bancos, a valores, conceptos nada extraños en las conversaciones familiares a horas


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de comer; al reunirse entorno a la mesa, o al bajar a la calle en busca de alimento, yo analizaba sus palabras. Difícil es saber -digo- cuándo tuvo su comienzo cada hecho: si es difícil en la vida de un hombre o en la historia de pueblos extranjeros, aún más difícil es determinar lo que ocurre en una casa, en una habitación donde falta el fluido y la sustancia espesa e impalpable de las sombras cerca de la llama de una vela pequeña, encendida para alumbrarnos en nuestra obstinación de leer hasta altas horas y alumbrar mi tarea inútil de arrancar por la observación un dato que confirmara mis sospechas de que mi hermano era el elegido. No podría decir si comenzó entonces el duelo a muerte, o acaso el día en que ahora él, ya distraídamente, contaba en su cuarto, creyendo que todos dormían en la casa. No cejaba porque sabía bien que todo hay que pagarlo: lo uno, con dinero; lo otro, con perseverancia, esfuerzo: nada se logra sin dar algo a cambio: da agotamiento el que estudia para sabio, da razón el que estudia la locura; yo daría dignidad porque estudiaba para poderoso: daría atención, tiempo para arrancarle la verdad y para eso me fijaba en su cara cuando no lo advertía, y en la curva de los labios, por si en ellos se pudiera marcar, en fragmentos, la satisfacción de un pensamiento de triunfo; o bien, medía la vivacidad de sus manos al tenderlas hacia un periódico, hacia el lápiz; medía la seguridad de sus dedos, afianzados o no en el tacto de la riqueza. Vigilaba a los dos: al padre, las palabras; a mi hermano, la alegría de sentirse rico. Sólo al hablar del final de la guerra nuestro padre se alegraba y mencionaba los solares o sus alrededores como las arcas seguras de la fortuna, y esa mención bastaba para llevarnos de la mano por el puente de Toledo y subir hacia los eriales que la patrulla del relevo había recordado: Si me quieres escribir ya sabes mi paradero: campos de Carabanchel, primera línea de fuego. Él también me espiaba, con habilidad, con obstinada insistencia, que no se detenía en lo más inesperado, como si todos los canales para llegar, sumergido, a mis secretos, fue-


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ran válidos, aun los que, al requerir una asiduidad sorprendente, podían descubrirle. Si yo tarareaba algo , él levantaba la cabeza y, atento, me escuchaba; si yo me asomaba al balcón, procuraba seguir mis miradas, procuraba sab er qué amigos tenía, procuraba aprender mis palabras favoritas, procuraba sorprender mis proyectos de futuro. Veo a mi hermano huroneando en mis bolsillos, en los cajones de la mesa, en el asiento donde yo había estado sentado, el papel que dejaba sobre un mueble , la llamada por teléfono que daba, la conversación que tenía con mi padre. Hasta me di cuenta de que leía mi cuaderno de pensamientos, un diario en el que yo contaba mi propia vida; extraía de mi existencia lo dudoso y vacilante, y lo dejaba allí, ensartado en líneas, pero, a pesar de la llave del armario, él lo alcanzó y lo hojeaba para seguir el curso de mis preocupaciones . Largas horas de pensarlo -mientras pasaban los días angustiosos a la espera de encontrar comida, de una temida movilización general, de que un bombardeo destruyese nuestra casa- y una tarde encontré cómo convertir en arma mía su curiosidad. Hasta entonces yo escribía a vuela pluma, con letra diminuta, más pequeña cuanto mayor era la reserva, igual a todos los que escriben sus secretos inclinados sobre renglones confidenciales, cuentan su amargura, ya que en la liberación de este informe privadísimo podemos encontrar el consuelo que no da otra persona . Así hacía yo hasta que sup e la indiscreción de mi hermano y planeé trazar en el papel el


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esquema de una trampa con letras grandes, claras, cuyos rasgos aguzados abrirían la piel de quien leyese, Escribo: «La enfermedad de Pablo avanza, la veo marcada en su cara y en la dificultad de concentrar el pensamiento y porque dice a medias las palabras. ¡Pobre hermano! Lo más evidente son las manchas bajo los ojos en cuanto toma alimento caliente, prueba indiscutible de que el mal progresa». Volví a colocar el cuaderno en el mismo sitio, lo dejé en el armario donde siempre lo tuve y cerré con llave para esperar toda la tarde, y la noche, y la mañana siguiente, y cuando llegó la hora de sentarnos en familia a comer o, mejor dicho, a devorar unos alimentos precarios que eran nuestro único sustento, simulé indiferencia a todo lo que allí había para atender únicamente a lo que hiciera, y al tomar la sopa de agua salada con fragmentos de una verdura, pero cuyo calor parecía equivaler a un plato suculento, vi cómo cogía el vaso y lo miraba, no al vidrio transparente, sino todo lo que reflejaba, deformado en la superficie curva, capaz de devolverle una cara con manchas rojizas bajo los ojos. Yo atendí a mi cuchara, midiendo las potencias de mi victoria, aunque pensaba cuánto espanta conocer la envidia y querer esquivarla, cuántas veces me había herido sin advertirlo, pues la herida de mano envidiosa no revela su daño, sino más tarde por los efectos y las consecuencias, mientras yo buscaba aclaración en su cara circunspecta, igual al que mira una pared donde alguien escribió algo, o escudriña una foto borrosa, para saber qué mano lo trazó, qué cámara la hizo, espiar su más velado pensamiento, sus planes, los acariciados sueños de sus noches, a los cuales debía lo que era; debía a los sueños lo que era al día siguiente, y por aquel contacto, cada día cambiaba, y yo no podía preverlo, pues del sueño venía con una nueva fuerza o, posiblemente instruido, de tal manera que se reservaba más celosamente. Otros días se levantaba como si le hubieran dado cita o creado un convenio para la noche siguiente, y él no hacía nada sino esperar, absorto en sí mismo, reducido a una espera vacía. Más de una vez pensé que el mundo del sueño era su verdadero país, y que si salía para aquellos viajes de todos los días, le seguía sujetando por unas costumbres y por una lengua peculiar que no le permitía ser de nuestra vida cotidiana. Así era posible comprender su naturaleza fluida que


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escapaba a toda comparaClOn con primos o amigos y nos dejaba absortos por su misma carencia de modelos conocidos, y buscando el que mejor conviniera, admití que sólo podría determinar sus dimensiones sustrayéndole al sueño, cerrándole las puertas de su patria: y así lo hice. Escribí en el cuaderno: «Habla de noche, en voz alta cuenta lo que hierve en su constante pesadilla; con palabras sonámbulas se confiesa» . Sólo estas líneas. Aquella noche leyó hasta la madrugada y no se acostó: se echó sobre la mesa, borracho de sueño, y durmió así, aplastada la cara contra los brazos cruzados, o fingió dormir como yo fingía extrañarme de aquella postura: tuvo que ser su propio centinela, su celador insomne, y el pretexto fue que no estaba dispuesto a bajar al refugio en pijama si empezaba la alarma de un bombardeo; pero el cansancio le exigía su tributo y le vi dormitando en una butaca del comedor, aunque los ruidos del día no le permitían llegar hasta las hondas estancias del sueño, y sus bostezos descubrían que ya no contaba con la ayuda del poderoso soberano. Lograr esto quiere decir pagar: ya está dicho; no pasaron muchos días sin que sus aplastadas mejillas estuvieran más demacradas según mi cuaderno había previsto . Mis aliados eran las hambres propias de toda guerra y una mano de plomo puesta sobre la resistencia de aquel cuerpo minado por una larga enfermedad que anunciaba, como los disparos nocturnos o las sordas explosiones al final de la calle de Cea Bermúdez, una muerte de perro . No podía esperar más: decidí alcanzar, por los medios más directos, la única solución de aquel dilema, en la forma apropiada al tiempo que vivíamos, al azar de los cascos de metralla, de minas que hacían retemblar los muros y los techos, de la sangría incontenible de gente atravesada en plena calle; pensé: será como una nube oscura que tapa el sol y luego pasa; tras los rumiados cálculos de la lógica y de la prisa, llegué a la decisión imprescindible. Entre impresiones triviales de todos los días, escribí en el cuaderno: «Conozco los solares de Carabanchel, muy grandes y hermosos, es bueno haberlos visto para calcular su extensión, y para saber lo que son, hay que visitarlos, recorrerlos hasta donde terminan. Estoy contento de haberlos visitado antes de empezar la guerra, de haber pisado su tierra gredosa, para cuando haya


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que disponer de ellos tener ideas muy claras de su destino. Acaso una tarde volveré a ir, aunque estén cerca las trincheras». Ya estaba hecho, la moneda subía en el aire y en la espera yo tarareaba, igual que quien regresa de una fiesta:

Campos de Carabanchel, primera línea de fuego, vigilando las bolas negras entre los párpados semientornados, disparadas hacia mí, diciéndome que no era mi hermano, sino un rival intransigente dispuesto a herirme con sus armas. Se acercaba el final; que llegase la autenticidad de lo más profundo, pues quien ha sufrido no puede ser fraterno, cuando en la mesa del comedor las rígidas caretas del alejamiento, de la ocultación, marcan la enemistad, la envidia, el pesar por los ajenos merecimientos o la buena suerte de aquel al que se odia, y todos callábamos entregados a un


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gesto benévolo, mientras yo sorprendía sus preguntas en voz baja, para saber del padre cuál era la línea de tranvías, en dónde terminaba exactamente, si se podía cruzar el río y cuánto se tardaría ... , palabras de aparente pura curiosidad que le llevaban lejos, adonde yo le induje y los rumbos de mi porvenir necesitaban. Llegó la noche y no regresó a casa; dieron las horas de la alta madrugada y estuve seguro que ya no volvería. Me lo imaginé por campos de alambradas buscando su dinero entre embudos de barro y alfombras de basura, como un tonto que va hacia sus errores, le vi alejarse camino de las balas.

N.°16-1974

Desesperan=a . Escultura de Pablo Serrano. Exposición antológica en el Museo Es paño l de Arte Contemporáneo de Madrid . Febrero-Marzo, 1973. N. o 20 - 19 73.


Vigencia del surrealismo Al cumplirse en el presente año 1974 medio siglo desde que André Breton publicó en Francia su primer Manifiesto inaugurando el movimiento estético llamado surréalisme, cuya traducción literal castellana es la usada generalmente en el ámbito de nuestra lengua, EL UROGALLO pretende no sólo revisar tal concepto ante sus lectores, sino, principalmente, comprobar su poca o mucha vigencia en la estimativa intelectual hoy. Con este fin, ha dirigido a una veintena de escritores espaFíoles del máxilno prestigio y de generaciones diversas las cuatro pregun tas que se insertan a continuación seguidas de las nueve respuestas recibidas, éstas por orden alfabético del apellido de su respectivo autor. La única observación que nos permitimos hacer ante el resultado de esta mínilna encuesta es que, significativamente, se han abstenido de participar en ella casi todos «los ¡nás jóvenes » requeridos y que han respondido con mayor vivacidad, positiva o negativa, «los mayores» que poseen un conocimiento «existencial» del surrealismo, evidenciando así que la cuestión, por lo menos, aún conserva fuerza polémica. A todos los ilustres coadyuvantes, en un intento clarificador que parece necesario en estos momentos de renovada agitación vanguardista y que se completa con otras valiosas colaboraciones de este misnw número, manifiesta EL UROGALLO su más profundo agradecimiento.

Preguntas 1.0 ¿ Qué es para usted el surrealisl1l.o en la literatura y en el arte?

2.° ¿Hay en su propia obra alguna influ encia o rasgo que pueda llamarse surrealista? 3. ° ¿ Considera que el surrealismo fue un movi mien to estético transitorio y ya olvidado por completo, o que hoy tiene una especie de renacimiento entre las últimas promociones de escritores, pintores, cineastas, etc.? 4.° ¿Puede citar autores y obras representativos de tal supuesto «neosurrealismo»?


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1.° Como los mismos surrealistas dijeron muchas veces, su movimiento no era, ni pretendía ser, literario y/o artístico. Si contra algo lucharon siempre fue contra esta confusión. El surrealismo era un método de exploración radicado en una determinada concepción del mundo y de la vida. 2.° Debe de haberla, pues entre mis diecisiete y mis veinticinco años (1928-1935) seguí apasionadamente toda su aventura. 3.° El impacto del surrealismo en la vida contemporánea ha sido enorme y sigue aún vigente. Pero eso nada tiene que ver con los refritos de sus epígonos. 4.° El llamado «neosurrealismo» es un esteticismo. Y por tanto, algo radicalmente antisurrealista.

Gabriel Celaya

1. o El sobrerrealismo (que es la traducción española correcta del surréalisme es un ensayo de liberación irracional e irracionalista. Pretende entregarse a todos los oscuros demonios, dominios y dominaciones. De un modo u otro lo ha habido siempre. Redomadamente a partir de Rimbaud, y escolásticamente, de Breton y compañía. 2. o No. Puede haber alguna apariencia, pero intenciones y técnicas son muy otras. Si yo fuera lo bastante inspirado intentaría no un sobrerrealismo, sino un sobrenaturalismo. 3. o No. Continúa vigente. Nunca se vuelve atrás en el arte y la literatura. Por tanto no hace falta renacimiento de lo que no murió. 4. o Como no hay «neosobrerrealismo», no puedo citar nombres. Pero aun los que creen que lo hay ¿cómo acertarán a distinguir los nocturnos gatos pardos de sus fantasmas?

Gerardo Diego


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1.° Para contestar con un cierto rigor a esta pregunta, necesitaría escribir un libro, y aún me quedaría corto; esto, si supiera hacer tal libro. 2 .° Creo que no, en absoluto. Mi obra es ajena al surrealismo de Breton. No al de El Bosco, de Brueghel, etc. 3.° Creo que hay una «especie» de renacimiento. Pero superficial, muy mal comprendido, primario y tal vez, en cierto modo, chabacano. 4.° Podría. Pero prefiero no hacerlo. Vivimos en una época de «neoalejandrismo», y cada maestrillo tiene su librillo, que para cada uno de ellos es la Biblia, claro está.

Salvador Espriu No me interesa del superrealismo nada de lo (mucho) recuperable o ya recuperado, sea por la mecánica formalización académica o por la no menos mecánica formalización de la vanguardia o de la neovanguardia. Me interesan ciertas irrecuperables imágenes de Luis Buñuel. Ciertas irreductibles posiciones de Breton. La inexorable marcha al centro de lo inarticulado en Antonin Artaud. Me interesa lo que por su poesía o por su actitud civil representan escritores como Benjamin Péret. ¿Por qué no se traducen y distribuyen en las escuelas primalias poemas como el dedicado al mariscal Foch o el «Epitafio para un monumento a los muertos en la guerra»? ¿Por qué no se traduce y distribuye entre los aprendices líricos «El deshonor de los poetas» (1945), uno de los textos en que con mayor prontitud y rigor se ha renunciado a la burda conversión de la palabra poética en discurso de la ideología? y, por supuesto, queda del superrealismo una posición capital: «Transfom1ar el mundo, dijo Marx; cambiar la vida, dijo Rimbaud. Ambas afirmaciones son para nosotros una sola ». (Diccionario abreviado del superrealismo, 1938). Cuanto más cierre contra ella la realidad inmediata, más sobrerrealidad (o imperiosa necesidad) sigue teniendo esa afim1ación única.

José Ángel Valente N. o 28-30 - 1974.


Ornette Coleman al saxo Jorge Segovia

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LIBROS Críticas y reseñas

FANNY RUBIO. EL HIJO DEL AIRE. Elisa Ramírez

EMINE SEVGI OZDAMAR. EL PUENTE SOBRE EL CUERNO DE ORO. Ramón Sánchez Lizarralde

NARRATIVA

CONCURSOS Y CONVOCATORIAS



El hijo del aire. Fanny Rubio . Editorial Planeta, Madrid , 200 l.

Alguien enciende el televisor; las noticias aparecen en la pantalla convertidas en torrente de desgracias , coloreadas en su imagen cada vez más nítida , más grande, más tecnológicamente perfecta, y observamos impávidos , con la inmunidad que nos ha otorgado e l exceso, crímenes pasionales, incendios provocados, pederastas, corruptos, manifestantes contra la injusticia sin más eco que el de sus propias proclamas. Nos hemos hecho a ello de tal modo que difícilmente sobrepasamos la barrera del comentario escandalizado o de la mueca molesta. Y dormimos tranquilos : mañana quizás habrá más suerte y en lugar de eso iremos al cine. Por eso a veces es necesario atrapar nuestra conciencia por otras vías: en este caso la de la literatura. Cayó en mis manos El hijo del aire y no pude evitar recordar el texto devastador de Potestad, de Eduardo Pavlovsky, donde un padre deshecho por el dolor consigue transmitirnos e l sufrimiento por la pérdida de su única hija. El gesto se nos congela cuando descubrimos que él no es más que uno de aquellos bárbaros que secuestraron a recién nacidos despu és de asesinar a sus padres a sangre fría en Argentina en los años setenta. Fanny Rubio ha escogido este mismo tema para su última novela, movida, según ella misma ha declarado , por esa especie de remordimiento del que se sabe más afortunado. Y ha logrado con ello, no sólo azotar nuestras conciencias, sino también crear una obra que experimenta con el lenguaje en una búsqueda constante de nuevas posibilidades expresivas , aunando autenticidad y juego literario , asumiendo e l riesgo que supo ne la necesidad de un lector activo, una valentía no siempre recompensada. Si Pavlosky desgarraba en su Potestad sin dejar espacio alguno para la esperanza o la armonía, Fanny Rubio ha sab ido integrar un abanico de recursos que hacen oscilar la lectura desde la conmoción hasta la sonrisa o el suspense . En sus páginas se nos relata la historia de Daniel Lang, cuya verdadera identidad se convierte en objeto de investigación policial , mientras la entraí'iable Huma Fierro recorre Madrid en busca de su nieto desaparecido. Cada uno de los personajes de la narración bien podría convertirse en protagonista de una historia paralela, tal es el grado de complejidad psicológica y de acumulación de experiencias vividas de que la autora los dota. Sin embargo, como en la propia vida, nada está aislado de otras realidades , y los


198 personajes entrecruzan sus vidas en beneficio de un relato infinito donde nada es lo que parece y donde la existencia individual, en la línea del pensamiento unamuniano, no puede explicarse de modo indefectible. Esta confluencia de biografías que reconstruye tramas familiares, jurídicas y sentimentales, se enriquece además con la alternancia de puntos de vista narrativos, con ciertas dosis de ironía y con un aliento poético que recorre la obra de principio a fin. La voz enferma de una cantautora se erige como cronista intermitente de la historia, e impregna el relato de sarcasmo y nostalgia, de desengaño y comicidad: Así el foniatra me ha recomendado la terapia del llanto fundamentado, convencido, igual que yo, de que padezco un bloqueo psicológico que ha de ser expulsado a través de fluidos , como sea, a saber (¿bromea, tal vez, al prescribirlo?), la risa, el estornudo, otras mucosidades y el pedo. -No obstante, debe probar llorando. El llanto fundamentado integra la emoción, cosa que no sucede con los estornudos ni la mucosidad, u otras guarradas -me consuela cuando las lágrimas acuden.

Se percibe en la novela también, en consonancia con la procedencia de acontecimientos y personajes, un sano deleite en el americanismo léxico y expresivo, evocaciones varias del exotisrpo literario de las grandes novelas del realismo mágico, paisajes -runl[-es y urbanos- tocados por la belleza de lo inaudito o la música de nuestro idioma al otro lado del Atlántico. A la manera de aquella «llovizna de minúsculas flores amari llas» que cayó sobre Macando en Cien años de soledad tras la muerte de José Arcadio Buendía, recordemos uno de los pasajes de El hijo del aire especialmente conmovedor: aquel en el que Huma, acompañada de otra abuela huérfana de nietos, rinde insólito homenaje a sus desaparecidos desde lo alto del teatro Calderón de Madrid: Levantó la cabeza hacia el reloj, acarició con la mirada los mensuIon es femeninos del edificio; comentó el desdén de un sátiro de piedra; se confió a las máscaras de comedia y, cuando estaba, arriba, en línea horizontal con las agujas que marcaban la hora, sacó una urnita de la enorme valija y, tras desenroscar la tapadera, esparció dos puñados de pétalos maduros de rosa que contenía, exclamando en el momento de expandirlos: - iErnestooooo, Laritaaaaa! Las vendedo ras de sexo de la plaza de Benavente no daban crédito a lo que les llovía.


199 Aun a riesgo de excederme en las citas textuales, no quisiera dejar de recordar el momento en que este mismo personaje nos confiesa su nombre, ya que da buena cuenta de la dimensión poética y simbólica de la novela: «Me llamo Kuramai -recitó, cantarina, la abuela de Larita, todavía por hallar-. Kuramai significa en lengua yanomami soñar con alguien que se encuentra lejos». Junto a estos personajes exóticos y remotos, que se nos antojan quizás mágicos seres de cuento de hadas (y a propósito de cuentos, recuérdese el paralelismo de esta historia con La reina de las nieves, audazmente recuperado por la autora en uno de sus capítulos), aparecen otros que no nos será difícil reconocer en el seno de nuestra familia, o en cualquier calle o café de Madrid: aquella generación que creyó en mayo del 68, ahora desengañados, algunos, acomodados otros, aún rebeldes los menos, aparecen en las páginas del libro haciendo frente a un futuro menos libre quizás de lo que esperaban. Con esta novela Fanny Rubio cierra la trilogía dedicada a recuperar la memoria contemporánea iniciada en La sal del chocolate (1992) y La casa del halcón (1995), y logra una hermosa y triste fabulación acerca de uno de los temas más trágicos de nuestra historia más reciente.

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De otras literaturas

Ramón Sánchez Lizarralde

ENTRE EUROPA Y ASIA, FECUNDOS MESTIZAJES El puente sobre el Cuerno de Oro. Emine Sevgi Ozdamar. Traducción de Miguel Sáenz. Alfaguara, Madrid, 2000. 367 páginas. 2.200 pesetas.

Desde su irrupción en la literatura europea con La vida es un caravasar, la escritora turca de expresión alemana Emine Sevgi Ozdamar se consagró como uno de los más destacados y originales exponentes del fenómeno de mestizaje cultural y literario que tiene su fundamento en los movimientos migratorios de la segunda mitad del siglo XX y que viene dando en las dos últimas décadas refrescantes y apasionantes muestras de lo que la asunción sin prejuicios de las diferentes herencias culturales de que está constituida una identidad individual puede llegar a aportar de vivificante a las letras universales. Nacida en Malatya (Turquía) y emigrada a Alemania, donde ejerció diversos trabajos antes de integrarse en el mundo del teatro alemán (es actriz notable y como dramaturga sus excelentes y regoc ijantes obras Karagoz en Alemania y Keloglan en Alemania: la reconciliación del cerdo y el cordero la señalan como una fértil innovadora). Emine ha adoptado la lengua alemana como instrumento literario, pero, empeñada en dar cuenta de los itinerarios y las aventuras vitales e intelectuales que produce la emigración, la mezcla de patrimonios, ha debido reventar las costuras del alemán literario para incorporar los eleme nto s que le permitirán dar cabida a su singu lar visión del mundo y de las cosas. Esa osadía, no carente de riesgos en principio, ha dado un fruto repleto de sutil ezas y matices todos ellos vigorosos e intensos, y desde luego de gozosa originalidad, en la obra mencionada y en


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La lengua de mi madre, cuya reescritura en español, espléndida y difícil, ha consegu ido Miguel Sáenz proporcionárnosla cargada de gracia y de contrastes. Al igual que sus dos entregas narrati vas anteriores, El Puente del Cuerno de Oro indaga, yo diría que hasta casi desvelarlas, en las interioridades del v iaje y del mestizaje, en sus consecuencias , en e l va lor inici ático del proceso de descubrimiento de otros mund os y otras formas de apropiárselos. La protagonista de esta novela, una joven turca, más o menos trasunto de la propia autora, que llega a Berlín como obrera de una fábr ica de bombillas, tiene como o bj etivo dedicarse al teatro, penetrar e n ese mundo misterioso y apasionante que ella ya divisaba en Estambu l. Desde la residencia para emigrantes donde co mi e nza hasta su plena dedicaci ón a las tablas , mediará un itinerario hecho de v iajes y descu brimientos , de sorpresas y decepciones , de aventuras diversas e n el univ erso europeo de los años sesenta, entre liberaci ó n indi vid ual y militancia revoluci o naria. La mirada de esta adolescente, constitu ida con los colores de su educación musulman a c ulta, se mantiene tan a bierta y es tan recepti va qu e nos deslumbra co n las im ágenes de las cosas y los fenómenos qu e presencia o que e ll a misma experimenta. Toda la primera parte de la narrac ió n gira en torno a la experiencia de la llegada a l mundo europeo-occidental , y mediante los peculiares procedimientos que distin g ue n a la autora (y a la mirada de la heroína c uya frescura le permite contrastar sin el men or pudor las diferentes for mas de concebir idé nticas cosas por parte de los dos mundos a lo s que ya pertenece) nos ofrece una v isi ón distinta de las cosas de nuestro mundo, ll e na, además , de las pe ripecias de esta j ove n osada , que transcurren e ntre sorpresa y ha ll azgo, marcadas por sus denodados esfue rzos por «perder el diamante», imagen de la virgi nida d que , de acuerdo con su educación , debe preservar, pero de la que, según su firme decis ión de conve rtirse en una mujer liberada y moderna, está ob li gada a desprenderse. Nada m ás lej os, por cierto, del tala nte de E min e Sevgi el regodeo e n e l exot ism o o la complacenci a co n lo costumbrista como medio de exp lotación de los prejuicio s e ignoranci as occ id entales. Su preten s ión es de lucidez, y su actitud es a un tiempo tierna e impl acable. Al igual que en las narraciones anteriores de nuestra autora. hay aquí un ejerc ic io de memoria , de recuperación. Mas , lejos de desviarse a los territorios de la nostalgia , este libro aspira al restablecimiento de lo pasado y sus raíces sin renunciar a un punto de v ista, maduro y cons cientemente asumido, que orde na lo recupe rado al servicio de un pro yecto de v id a por ve nir. El reco rrid o por los turbulento s y apas ionados


202 afias de la contestación juven il, practicado a través de los leng uajes, de las mentiras que ocultan, de las verdades que son incapaces de expresar, constituye, sin rozar en ningún caso e l campo de la especulación o del análisis político, sino ateniéndose siempre a la experimentación vital de la joven descubridora, todo un diagnóstico de aquellos comportam ientos y de aquella izquierda, de la generación que los inventó y les dio vida (y muerte). Una reconstrucción, por otra parte, gozosa, pues tampoco hay vergüenza ni pesar por las aventuras o los lugares , más o menos inhóspitos, a los que acabaron conduciendo , sino, en todo caso, divertida ironía. Es, como decía más arriba, un ejercicio de lucidez al tiempo que un canto a la vida. Finalmente , la joven ya más experimentada regresa a Estambul, donde, ahora con su bagaje europeo, deberá esforzarse en erigir el célebre puente del Cuerno de Oro que da título al libro, para comunicar Europa con Asia, para aportar su aprendizaje en la constitución de una nueva realidad en su propio país. En compaí'í.ía de muchos otros, siempre formando parte de la izquierda que ahora se revela, frente a la tragedia de la represión y de la brutalidad del régimen político turco , como algo más serio y trascendente . . . A partir de aquí, sin desprenderse de ninguna de las virtudes que el texto ha adquirido ya, su desbordante riqueza lingüística, sus sorprendentes imágenes poéticas, e l hum or, la penetración , la dureza, Emine Sevgi Ozdamar nos cuenta un punto de llegada de la protagonista, el comienzo de la formación de un carácter y un proyecto vital , enfrentados mucho más gravemente con una realidad , la turca , que , de entre la magia y el abigarrami ento, emerge como un choque genuinamente dramático. Y la vida s igu e, pese a la sangre , de igual modo que « los delfines seguían dando s us saltos mortales» en el mar de Mármara ...


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RESEÑAS DE LIBROS NARRATIVA

Autor: A rias, Fernando. Título: El ojo hambriento. A lz ira: Algar Editorial, 2001. Víctor Blanco, un afamado novelista ya en declive, desaparece en los pantanos de Luisiana. Juan Cortés y Cortés, antiguo amigo suyo y gris empleado de un banco, viaja a N ueva Orleans para averiguar si, tal como parece, su amigo ha muerto y si su viuda debe cobrar un sustancioso seguro. Las extrañas actitudes de ésta y del editor de Blanco comienzan a generar una intriga absorbente y llena de misterio sobre lo que le ha sucedido al escritor. Junto con las constantes peripecias propias de la novela negra y un humor a veces mordaz, El ojo hambriento, Premio de Literatura A Ifons el Magnanim, despliega una indagación sorpresiva sobre el éxito y el fracaso, en la que los protagonistas ven trastocados unos papeles que, engañosamente, parecían definitivos .

Autor: Blanco, Ezequías. T ítulo: Tres /1Iuíiecos de vudú. Badajoz: Del Oeste Ediciones, 200 I . Abel acude al colegio donde estudió el bachillerato para asistir a una fiesta de antiguos alumnos con la esperanza de encontrar a su novia de adolescencia, Marga, de la que aún sigue enanlorado . Lo que comienza siendo un repaso memoralista de sus vivencias, termina convirtiéndose progresivamente en una tranla de misteri osos asesi natos que afectan a los miembros de la pandilla de l colegio y que logra resolverse sin la intervención de nin gú n tipo de detective al uso. Se trata de un a novela en la que su autor, con innegable elegancia literaria, consigue un combinado agr idulce de lirismo, crueldad, sátira social, humor, misterio y sobre todo un profundo y veraz human ismo.

Autor : Cózar, Rafael de Título: Boceto de los sueFíos. Cádi z: Fundación Municipal de Cultura del Ay untami ento . Co l. Calambé, 200 1. Por primera vez se publican reunidos todos --o casi todos- los relatos escritos por Rafael de Cózar a lo largo de su trayectoria dentro de la narrat iva breve, género qu e la colección Calambé pretende difundir dando a conocer la obra de autores españoles e hispanoamericanos . El propio autor ha hecho la selección, manteniendo incluso relatos de juventud, en los que pueden ya aprec iarse algu nas de sus inquietud es vitales y literarias, dibujadas, como é l mi smo ha seña lado, en torno a dos lín eas básicas: «e l mundo del amor y el mundo oníri co, que v iene a ser en el fondo asuntos simil ares» .

Autor: Gay, A lejandro. Título : Vislumb res. Madr id: Huerga & Fierro Editores, 200 l. Mediante el teclado del ordenador y el v ideo, la novela penetrara en esa tercera cul tu ra que aspira a integrar las aportaciones de los hombres de letras y de ciencias . Todavía se de leitan en ella esencias melódicas de Beethoven o Fall a, o la transformación del acontecer erótico en metáforas aud iovisuales que e l sida ensombrece. Pero con casco de tubos catódicos se rese rvan espec ies orig inari as y, en cumplimiento de las predicciones sobre el futuro, trascienden entes cibernéticos. As í la hi storia reúne humani smo y nuevas tecnologías encarando sin reservas el trance de nu estros tiempos.


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Autor: Hierro, N icol ás del. Título : Personaje sin nombre. Puertollano: Institución G rupo Ed itorial, 2001. Un niño nacido en el madrilefio barrio de Carabanchel en los años próximos al final de la Guerra Civil Española recuerda, convertido ya en un hombre de treinta años, los juegos infantiles desarrollados entre su pandilla de amigos en aquella época y en los escenarios, vicisitudes y lacras que por su barrio dejó la contienda. Paralelamente va narrando el presente en el que se sitúa la novela, principios de la década de los setenta, cuyos protagonistas integran también las amistades que se mueven en torno a este Personaje sin nombre. Sólo uno de ellos, Carl os, pertenece también a su infancia, y será siempre la admirada sombra o presencia de quien nos va relatando la historia.

6 Autor : Rodrigo Breto, José Carlos. Título: Noche y niebla. Madrid: Ediciones Nostrum , 2001 . Konrad Kowaleczuk, alias Kowa, hombre fanático, racista y ant isemita, es hijo de madre alemana y padre .de ascendencia po laca; su viaje alrededor de distintas ciudades y culturas, desde Buenos Aires hasta Angola, pasando por Madrid o Varsovia, sirve de reflexión social acerca de la violenta historia del siglo XX. Entre la novela histórica y de suspense, la obra revela un rigor estilístico que le valió a su al 'tor la cond ición de finalista del Premio Joven de Narrativa en 1999, convocado por la Universidad Complutense de Madrid y publicado ahora por la Editorial Nostrum .

7 Autor: Rodríguez Chaves, José . Título: El policía. Madrid: Huerga & Fierro Editores, 2001. Alejandro soñó con ser policía desde aquella primera vez en que se sentó ante una pantalla y se dejó envolver por los misterios e intrigas del cine negro. Sus protagonistas, aquellos hombres seri os e intrépi-

dos, Humphry Bogart oJean Gabin, fascinaron su mente y sembraron en él el deseo de cumplir grandes misiones arriesgadas. Una vez realizado su sueño, será él quien deberá enfrentarse a la realidad de una profesión en la qu e franquear puertas mostrando una placa o seducir a mujeres hermosas son sólo la parte más dulce de un ampli o repertorio de peligros y dificultades.

Autor : Rosa, Jaime B. Título: Maremagnum o Las siete piedras. Madrid: Huerga & Fierro Ed itores, 2001. A las afueras de una calurosa ciudad a orill as del Med iterráneo se encuentra la pradera llamada de las Siete Piedras, con sus enigmáticos y vetustos restos de lo que parecen ser siete columnas de mármol blanco . Un lugar cas i bucólico que se verá hostigado por el mezquino furor de la construcción inmobiliaria. Este es el escenario de la mágica y excitante expedición que llevarán a cabo los protagonistas de la historia, Don Saturi Fábregas Vallbomba, viejo maestro de escuela jubilado y arqueólogo vocacional, y dos vivaces chiquillos, Mario y Elias, que contemplarán sus propios actos como la más arriesgada de las aventu ras.

Autor : Salgado, Agustín Título: La grama. Sa lamanca: Ed itoria l Alay ue la. Col. Na rrativa españo la del sig lo XX, 200 1. Se trata de un a reed ición corregida y aumentada de esta gran novela de Agustín Salgado que vio la luz por vez primera en 198 1. Ambientada en la España rural de 1936, concretamente en La Orbada (Salanlanca), relata y rescata la barbarie y la injusticia cometidas en el lugar en los días previos a la Guerra Civil Española, cuando ocho campesinos de izquierdas fueron brutalmente asesinados por los cuadrilleros azules en un trágico atardecer de julio. La grama (nombre de una planta de hojas puntiagudas convertida aquí en símbolo del odio) ahonda en este dolor humano con un lenguaje antirretórico en busca del léxico auténtico de los campos castellanos.


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A utor: Vill ar, Javier. T ítulo: Suertes de la libido. Madrid : Bartleby Edi ciones, 2000 . Con el subtítulo Tratado de ero-ficción, amor y ternura, Javier Villar nos presenta este texto a caballo entre el ensayo y la narrativa breve donde el humor y el sano olvido de ciertos tabús sirven de vehículo para ofrecern os una aproximación al erotismo en todas sus fo rmas, desde los preámbulos de las caricias hasta lo que el autor denomina «el polvo sanferminero», pasando incluso por el incesto y los sospechosos reencuentros con antiguos amantes. Una obra integradora del sexo, la fa ntas ía, la sensibilidad y la ternura como claves para asomarnos a la fe licidad del amor correspondido.

A utor: Vill ar Raso, Manuel. Título : La casa de l cora=ón. La Rubia: Centro Sori ano de Estudi os Tradi c ionales. Co l. Cosas de Sori a, 200 1. Título : La mujer de Burkina. Qv iedo: KRK Edi ciones, 200 l . Títu lo: Enc uentros en Marbella. Salobreña: A lhuli a, 200 l .

La casa del cora=ón es una colección de estampas que narran la vida de un niño de la posguerra nacido en Ólvega (Soria), con ciertos episodios crueles y otros teñidos de

poesía y nostalgia. Villar Raso se ha apartado ocasionalmente de la temática africana que retoma en La mujer de Burkina, crónica de un mundo exótico y fasc inante donde la muerte es una presencia constante y que obtuvo rec ientemente el premio Cas ino de M ieres . Su úl tim a novela, Encuentros en Mm'bella, hil vana una complej a trama sobre el mundo de las altas finanzas, clubes de golf, restaurantes de moda y las exclusivas fiestas de la Costa del Sol.

Autor: Z inn , Howard. Título: Nadie es neutral en un tren en marcha. Traducción: Roser Berdagué. Hondarribi a: Arg italetxe H IRU, 200 1. Autobiografi a de este gran hi storiador estadounidense, en tono alegre y opt im ista, cas i en el género de la novela de viajes o de ave nturas . En ella nos relata su v ida iti nerante por to do el m und o, su experiencia como aviador contra Hitler, su toma de conc iencia a favor de los derechos civi les de los negros americanos, su triste conocimiento de la cárceles. Estas páginas concentran una serie de aco ntec imi entos, graciosos y cas i fes tivos algunos, funestos y lamentables otros, pero contados siempre desde una alegría vital y una vo luntad imbatible ante los atropell os de las autor idades norteamericanas.

En el número de febrero reseñaremos las Ilovedades de poesía y ensayo que han sido remitidas a la revista. Sección a cargo de Elisa Ramírez.


206 11 CERTAMEN LITERARIO DE RELATO BREVE Alfonso Martínez-Mena Bases

II CERTAMEN LITERARIO DE RELATO BREVE

Las obras deberán estar escritas en leng ua castellana. E l tema libre. Cada au tor podrá participar con una sola obra. Los origina l es deben ser inéditos y no haber sido prem i ados en ningún otro certamen. Se establece un primer prem Io de 1.500 Euros y un accés it de placa y diploma. La extensión de las narrac io nes

PREMIO DE NOVELA BREVE JUAN MARCH CENCILLO X a edición Fundación Bartolomé March La Fundación Bartolomé March convoca la X Edición del Premio Juan March Cenci llo de Novela Breve, dotado con 6.000 euros. El Premio y su dotación son indivisibles. Las obras presentadas deben ser ori ginales e inéditas, con una ex tens ión de

será de un máximo de ocho folios . Las obras irán escritas a ordenador o a máquina, a doble es pacio, tamaño folio a una sola cara y presentadas por ejemplar triplicado, grapados por separado cada uno de ellos. Deberán ir firmadas con lema o seudónimo, que figurará también en un sobre cerrado, junto con el título de la obra. En e l interior del sobre se hará constar la identidad del autor, teléfono, dirección actual, fotocopia del DNI y un breve currículum. El autor y título de la obra premiada se dará a conocer el día 26 de abril. El acto de entrega del premio y accésit se realizará en el salón del Pleno del Ayuntamiento de Alhaina, el sábado, día 11 de mayo de 2002, a las 20,30 horas. Los orig in ales se enviarán a

Biblioteca Municipal de Alhama de Murcia, Centro Cultural " Plaza Vieja», Plaza Vieja, 1.30840. Alhama de Murcia (Murcia), indicando en el sobre para el <dI CERTAMEN LITERARIO DE RELATO BREVE ALFONSO MARTÍNEZ-MENA». E l pl azo de admisión finaliza el día 30 de marzo de 2002 a las 20,00 horas. Se acep tarán las obras que lleven matasellos de esta fecha.

MÁS INFORMACIÓN: Centro C ultural PLAZA VIEJA Teléfono: 968 63 98 06 Fax : 968 63 60 17 E -mail: biblioteca@ tsc .es www. alhamademurcia.org

75 a 110 fo lios mecanografiados a dob le espacio y por una so la cara, encuadern adas o cos idas, y pueden estar escritas en cualquiera de las dos lenguas oficiales de la Comunidad Autónoma de las Islas Baleares. Debarán presentarse tres copias de la obra antes del 28 de febrero del 2002. Además del título, en portada debe constar el nombre, apellidos, NIF, dirección y teléfono del autor. Si se desea mantener el anonimato. Podrán enviarse los datos personales en plica cerrada adjunta. E l jurado no podrá declarar desierto e l Premio.


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PREMIO DE NOVELA BR EV E JU AN M¡\RCII CENCILLO

La obra premiada se publicará en la Biblioteca Bitzoc. Durante el mes de julio se hará público el fa llo del Premio. Los originales no premiados podrán retirarse contra la simple presentación del recibo de entrega en la sede de la Fundación Barto lomé March durante todo el mes de septiembre.

PREMIOS NOVELA BREVE JUAN MARCH CENCILLO 1993 Alfredo Taján El salvaje de Borneo. 1994 Fernando Qu iñon es Vueltas sin f echa. 1995 Zoé Valdés La hija del elllbajadol: 1996 José Luis de Juan El apicultor de Bonapa rte. 1997 Pablo González Cuesta Experto en silencios. 1998 Mariano Vi llegas Vidal Una gesta primaria. 1999 Julio Ortega Haban era. 2000 Juan Pedro Quiñonero Anales del Alba. 2001 Carlos Trías El ausente. FUNDACIÓN BARTOLOMÉ MARCH Co nqui stador, 13 07001 Palma de Mallorca. Te !. 971 71 11 22. Fax: 971 72 58 03. sec retaria @ fundbmarch. es.

PREMIO DE NOVELA MARIO VARGAS LLOSA Murcia 23 de noviembre 2001

Bases El pre mio de nove la «Mario Vargas Llosa» es tá dotado con 2.000.000 de pesetas para el ganador, co mo premio único. Pod rán presentarse al Prem io todos los autores que lo deseen con un a novela escrita en lengua castellana, que deberá ser origin al, inédita y no premiada en ningún otro certame n. Cada autor deberá prescntar un solo o ri gi nal y dos cop ias del texto. Nin guna obra irá firm ada con e l nombre del auto r o pseud ónimo notori o que lo identi fique. La presen tación se hará por el procedimi ento de lema y plica . En dicha plica se harán constar los datos personales del autor, inclu ye ndo dirección y teléfono, así como un breve hi storial literari o.


208 Las obras, en las condiciones anteriormente establec idas, podrán entregarse o enviarse por correo certificado a las siguientes direcciones:

Universidad de Murcia Vicerrectorado de Extensión Universitaria Edificio Convalecencia - Murcia (España) Te!. 968 36 36 21 Y 968 36 32 78.

Caja de Ahorros del Mediterráneo CI. Salzillo, 5 - 30001 Murcia (España) Tfno.: 96822 85 26 La fec ha límite de recepc ión de originales será el 31 de julio de 2002, aceptándose como fec ha la consignada en el matasellos.

PREMIO DE CUENTO LITUMA Murcia 23 de noviembre 2001

Bases El premio «Li tuma» de C uento está dotado con 250.000 pesetas para e l ganador, como premio único. Podrán presentarse al Premio todos los estudiantes universitaJios menores de 30 años, de cualquier nacionalidad. El cuento tendrá una extensión entre 3 y 10 folios, redactados en lengua es paño la. Ninguna obra irá firmada con el nombre del autor o pseudónimo notorio que lo identifique. La presentación se hará por el procedimi ento de lema y plica. En dicha plica se harán constar los datos personales del autor, incluyendo direcci ón y teléfono. Los cuentos podrán ser entregados en cualquiera de las dos direcciones postales siguientes :

Universidad de Murcia VicelTectorado de Extensión Uni versitaria. Edi fic io Convalecencia - 30001 Murcia (Es paña)

Caj a de Ahorros del Mediterráneo CI Sa lcillo, 5 - 30001 - Murcia (España) La fec ha límite de recepción de ori ginales será el 3 1 de julio de 2002, aceptán-

E l fallo del Jurado será inapelab le y se dará a conocer en Murcia, en solemne acto público, el día 22 de noviembre de 2002. Una vez fallado el Premio, los originales no premiados podrán ser retirados por sus autores o persona autori zada, hasta 30 días después . Los originales no retirados serán destruidos transcurrido di cho pl azo. La obra premi ada, así como las posibles recomendadas por el Jurado, podrán ser publicadas por la entidad convocante, respetando, en todo caso, los derechos de autor. En todas sus posibles ediciones deberá constar el Premio obtenido.

dose como fecha la consignada en el matasellos. El fallo del Jurado será inapelab le y se dará a conocer en Murcia, en solemne acto público, el día 22 de noviembre de 2002. U na vez fa llado el Premio, los originales no premiados podrán ser retirados hasta 30 días después. E l cuento premiado, más los posibles recomendados por el Jurado, se publicarán por las entidades convocantes.



¿ Qué funcióll, qué misión, que eficacia tiene la literatura? Sin que sea ésta ocasióh de intentar respuestas puntuales, sí lo es de manifestar que EL UROGALLO nace de hl creencia de un grupo de personas en la función, en la misión, en la eficacia -positiva o negativa- de la literatura, puesto que ésta es una peculiar manera humana de enfrentrl-., miento con la realidad, que la interpreta y la transforma por el medio más completo y complejo de comunicación y entendimiemto entre los hombres: el lenguaje. '

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