Curso de iniciación de Conéctate nº1: Descubrir la fe

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EN BUSCA DE SENTIDO

La razón de ser

Un Dios personal Relacionarnos con el Creador ¿Quién es Jesús? He aquí el hombre Así es el Cielo ¿Qué sucede al morir?

CAMBIA
VIDA
TU MUNDO CAMBIANDO TU
Curso de iniciación de Conéctate, nº1 • Descubrir la fe

A NUESTROS AMIGOS en busca de sentido

¿Qué sentido tiene la vida? ¿Para qué estoy en el mundo? ¿Es con algún propósito, para hacer realidad un plan? Y en ese caso, ¿cuál? Interrogantes como esos han inquietado el alma del ser humano y suscitado su imaginación a lo largo de los tiempos. Sea cual sea nuestra nacionalidad, estrato social, etnia o religión, en todas partes del mundo ansiamos lo mismo: conocer la verdad, descubrir el sentido de nuestra vida y disfrutar de amor, felicidad y paz interior.

En el cambiante mundo de hoy, cada vez más complejo, acelerado e interconectado, son muchas las personas atrapadas en una frenética carrera por alcanzar el éxito o mantenerse a flote económicamente. A menudo disponen de poco tiempo para reflexionar sobre asuntos que se consideran abstractos como el sentido de la vida o el destino eterno de su propia alma.

Pero con el paso de los años suelen descubrir que las presiones de la vida y los esfuerzos por cumplir todos sus compromisos les han producido mucho estrés y ansiedad y nada de paz y satisfacción.

Este mundo, con todo su materialismo y placeres efímeros, es incapaz de responder a los grandes interrogantes de la existencia. Lo material puede satisfacer temporalmente, pero nunca llena el anhelo eterno de verdad, propósito y significado que abriga el alma humana.

Cuando sobreviene una crisis o una tragedia —un accidente, una enfermedad grave, una muerte en la familia, una gran pérdida personal de uno u otro tipo—, todos los logros y bienes de este mundo poco ayudan a infundir o devolver esperanza. En esos momentos, la gente suele entender que los auténticos valores de la vida —amor, razón de ser y destino eterno— son los que de verdad importan.

La Biblia nos enseña que Dios es un Padre amoroso. Él ama a cada ser humano y creó este hermoso mundo. En calidad de Creador divino, Dios es el único que puede otorgarle sentido al universo, asignar un propósito a los planetas, llenar nuestro corazón de amor, concedernos paz interior, darnos reposo espiritual y colmar nuestra alma de alegría. Al creer en Jesucristo nos convertimos en hijos de Dios. Él tiene comunión con nosotros, permanece en nosotros y nos ama.

Esta serie de revistas Conéctate te incentivarán a aprender más sobre Dios, Su amor por la humanidad y los designios que tiene para tu vida. Cubriremos los ejes temáticos esenciales para crecer en tu fe, labrar una relación con Dios, estudiar Su Palabra en la Biblia y transmitir tu fe a quienes te rodean. Rogamos que este curso básico de Conéctate te sea de gran ayuda en tu camino de fe.

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A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y de la versión Reina-Varela Actualizada 2015 (RVA2015), © Casa Bautista de Publicaciones/ Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.

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Curso de iniciación de Conéctate, nº1
Descubrir la fe

UN DIOS PERSONAL

Algunas de las principales religiones del mundo no rinden culto a un Dios con el que se pueda entablar una relación personal; lo conciben más bien como una especie de realidad suprema, principio último o ente absoluto que subyace tras el universo. Según esa concepción, sería un ser que permanece más bien distante y desconectado de las necesidades y circunstancias humanas. En cambio, la Biblia afirma que Dios vela muy personalmente por cada uno de nosotros y que, «como el padre se compadece de los hijos, se compadece el Señor» de los que lo aman (Salmo 103:13).

Otras religiones, reconociendo la prodigiosidad y el equilibrio de la naturaleza, han llegado a la conclusión de que la propia creación física es Dios y de que todo lo que vemos es manifestación o parte de Dios. Dado que Él es la gran fuerza creadora de todo, en cierto modo sí está en todas las cosas y todas las cosas están en Él, desde las inmensas galaxias hasta la fuerza de cohesión de los átomos más diminutos. No obstante, la Biblia dice que podemos adorar y conocer personalmente al Creador, así como disfrutar de una relación viva con Él.

Dios no es un ser lejano, desentendido de este mundo. Es una Persona que desea relacionarse con cada uno de nosotros, Su creación. Se nos ha revelado a través de Su Palabra, recogida en la Biblia. Es nuestro Padre celestial, que nos ama y se interesa en nosotros como individuos.

Dios no quiere que vivamos separados de Él. Sin conocer a Dios y Su amor, es imposible que nuestro

corazón esté verdaderamente satisfecho, ya que Dios es amor (1 Juan 4:8). Para ayudarnos a conocerlo y traernos vida eterna y salvación, hace más de 2.000 años envió a la Tierra a Su propio Hijo, Jesús.

Jesús fue concebido milagrosamente por el Espíritu de Dios y se transformó en manifestación viva de Dios, para que pudiéramos apreciar cómo es el gran Creador invisible. La imagen que nos transmitió es la de un Dios de amor, pues fue por todas partes haciendo el bien, ayudando y hablando del gran amor que Dios alberga por todos nosotros.

Una vez terminada Su misión de proclamar por todas partes la buena nueva de la salvación, Jesús ofrendó Su vida en la cruz por los pecados de la humanidad. Su cuerpo sin vida fue sepultado, pero al tercer día resucitó, venciendo para siempre a la muerte y el infierno. «De tal manera amó Dios al mundo (a cada uno de nosotros), que ha dado a Su Hijo unigénito (Jesús), para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» ( Juan 3:16). ■

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¿QUIÉN ES JESÚS?

Vino a la Tierra encarnado en un bebé indefenso. Su madre fue una joven humilde que lo concibió milagrosamente, ¡sin haber estado nunca con un hombre! Es más, la noticia de su embarazo fue tan escandalosa que, cuando llegó a oídos de su prometido, este de inmediato decidió romper el compromiso. Intervino entonces un poderoso ángel que le encomendó que se quedara con ella y que protegiera y cuidara a la singular criatura que ella llevaba en su vientre.

Si bien estaba llamado y predestinado a ser Rey de reyes, Jesús no nació en un palacio, rodeado de honores y alabanzas de la clase dirigente, sino que vio la luz en el suelo sucio de un establo, entre vacas y burros, y lo envolvieron en trapos para acostarlo en el comedero de los animales.

Su nacimiento no se celebró a bombo y platillos. Tampoco recibió el reconocimiento de las instituciones humanas. Sin embargo, aquella noche, en un monte cercano, unos pastores se sobrecogieron al ver en el cielo estrellado una luz brillante y una multitud de ángeles que llenó la noche con su alegre anuncio: «¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad! Porque ha nacido hoy un Salvador, Cristo el Señor».

Su padre terrenal era carpintero, un modesto artesano. Jesús adoptó nuestros usos, costumbres y lenguaje a fin de comprendernos y comunicarse con nosotros en el plano de nuestro limitado entendimiento humano. Al ver el sufrimiento de la gente, se llenaba de compasión.

Cuando emprendió la obra de Su vida, fue por todas partes haciendo el bien. No se conformó con predicar Su mensaje sobre la verdad y el amor; lo vivió. Aparte de atender espiritualmente a la gente, se preocupaba de sus

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necesidades físicas y materiales. Hizo milagros para curar a los enfermos y alimentar a los hambrientos, y compartió con ellos Su vida y Su amor. En el curso de Su misión, dio vista a los ciegos, hizo oír a los sordos, sanó leprosos y resucitó muertos.

No le importó adquirir mala fama (Filipenses 2:7 blph). Lo acusaron de relacionarse con borrachos, prostitutas y pecadores, los parias y oprimidos de la sociedad. Llegó a decirles que ellos entrarían al reino de los Cielos antes que los dirigentes religiosos que lo rechazaron y repudiaron Su verdad y Su amor.

A medida que Su mensaje de amor se extendía y se multiplicaban Sus seguidores, la jerarquía religiosa se dio cuenta de que aquel hombre constituía una gran amenaza. Por último, acusándolo falsamente de sedición y subversión, lo mandaron detener y procesar. El gobernador romano lo encontró inocente; pero ante las presiones de aquellos beatos, se dejó convencer y decidió ejecutarlo.

En el momento de Su detención Jesús había declarado: «No podrían ni tocarme sin permiso de Mi Padre. ¡Bastaría con que Yo levantara Mi dedo meñique para que Él enviara legiones de ángeles a rescatarme!» Así y todo, escogió morir para salvarnos. Nadie le quitó la vida: Él la entregó. Dio Su vida por Su propia voluntad e iniciativa.

De todos modos, ni Su muerte dejó satisfechos a Sus adversarios. Estos, para asegurarse de que Sus seguidores no robaran el cadáver y dijeran luego que había revivido, colocaron una enorme piedra a la entrada de la tumba y dejaron allí apostado, en misión de vigilancia, un destacamento de soldados romanos. Tal maniobra resultó inútil, toda vez que esos centinelas fueron testigos

presenciales del mayor de los milagros: en efecto, a los tres días de que colocaran Su cuerpo sin vida en aquel frío sepulcro, Jesús resucitó, ¡venciendo para siempre a la muerte y el infierno!

En los más de 2.000 años transcurridos desde aquel día prodigioso, Jesucristo ha influido más en el devenir de la Historia y la civilización y ha hecho más por mejorar la condición humana que ningún dirigente, organización, gobierno o imperio. Ha librado a miles de millones de personas del temor y la incertidumbre de una muerte sin esperanza, y ha concedido vida eterna y comunicado el amor de Dios a cuantos han invocado Su nombre.

Jesucristo no es un simple filósofo, maestro, rabino o gurú. Ni siquiera es un profeta más. Es el Hijo de Dios. Dios, el gran Creador, es omnipotente, omnisciente, está en todas partes y en todo. Con nuestra limitada mente humana jamás podríamos llegar a entenderlo. La Biblia dice que Él es amor (1 Juan 4:8), y ama tanto al mundo que envió a Su Hijo Jesús encarnado en un hombre para mostrarnos cómo es Él y acercarnos a Él.

Nadie más ha muerto por los pecados del mundo y resucitado. Jesús es el único Salvador. Dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por Mí» ( Juan 14:6).

¿Cómo puedes saber sin asomo de duda que Jesucristo es realmente el Hijo de Dios, el camino que conduce a la salvación? Pues pidiéndole sinceramente que se te manifieste. Él existe de verdad, y te ama tanto que murió por ti y sufrió por tus pecados para ahorrarte esa experiencia. Basta que te abras a Él y aceptes la vida eterna que te ofrece. ■

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Una figura singular que transformo el mundo

Nació en una aldea olvidada, de madre campesina. Pasó su infancia en otro villorrio ignorado. Trabajó en una carpintería hasta los treinta años y a partir de entonces actuó de predicador itinerante por espacio de tres años.

No llegó a escribir libro alguno. No desempeñó ningún cargo. No tuvo hogar. No formó familia.

No realizó estudios superiores. Jamás puso pie en las grandes ciudades. Nunca se alejó más de trescientos kilómetros de su pueblo natal. No llegó a desempeñar ninguno de los papeles que la sociedad contemporánea suele asociar con la fama y la grandeza.

No tenía más carta de presentación que Su propia persona. Desnudo estaba de los valores de este mundo. No poseía otra cosa que el poder de Su divina humanidad. Siendo aún joven, la corriente de opinión pública se volcó en contra de Él.

Sus amigos huyeron. Uno renegó de Él. Otro lo traicionó. Lo entregaron en manos de Sus enemigos. Debió soportar lo que no fue más que la parodia de un juicio.

Lo clavaron en una cruz entre dos ladrones. Mientras agonizaba, sus verdugos echaron suertes sobre lo único que poseyó en este mundo: Su manto. Cuando ya hubo muerto, lo bajaron y lo enterraron en un sepulcro ajeno gracias a la compasión de un amigo.

Diecinueve siglos han transcurrido desde entonces y hoy este hombre es la figura central del género humano, la mayor fuente de inspiración y guía divinas.

Me quedo corto si digo que todos los ejércitos que han marchado, todas las flotas de guerra que se han construido, todos los parlamentos que han sesionado y todos los reyes que han gobernado, en conjunto, no han ejercido una influencia tan palpable en el devenir del hombre sobre la Tierra como esa figura singular: Jesús. ■

James A. Francis (1864–1928)
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¿POR QUÉ MURIÓ?

¿Qué razón pudo tener el Rey de reyes, el Señor del universo, Dios encarnado, para dejarse atrapar y permitir que lo acusaran falsamente, que lo juzgaran, lo condenaran, lo azotaran, lo desnudaran y lo clavaran a una cruz como a un delincuente común? La respuesta es clara: ¡el amor que sentía por nosotros!

Todos sin excepción hemos actuado mal en ocasiones y hemos sido desconsiderados y ásperos en el trato con nuestros semejantes. La Biblia enseña que «todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios» (Romanos 3:23).

La consecuencia más negativa de nuestros pecados es que nos separan y nos mantienen alejados de Dios, el cual es absolutamente inmaculado y perfecto. De ahí que para acercarnos a Él, Dios sacrificara a Jesús, Su propio Hijo, quien se ofreció a cargar con nuestros pecados. Jesús asumió entonces el castigo que merecíamos y sufrió la espantosa agonía de la crucifixión. Padeció la muerte destinada a un impío para que por medio de Su sacrificio halláramos perdón y remisión de nuestros pecados.

¡CONÓCELO!

Si aún no has conocido a Jesús o no has obtenido Su perdón y Su don de vida eterna, puedes recibirlo en tu corazón y en tu vida rezando sinceramente esta oración: Jesús, te ruego que me perdones todos mis pecados. Creo de verdad que eres el Hijo de Dios y que moriste por mí. Te pido que entres en mi vida. Te abro la puerta y te invito a vivir en mi corazón. Lléname de Tu Espíritu Santo para que pueda darte a conocer y otros te abran también su corazón. Amén.

HALLAR MI RAZÓN DE SER

Cuando era una colegiala recuerdo haber escuchado una canción melancólica que decía: «¿Por qué nací; por qué vivo?» En aquel momento no me imaginaba por qué alguien se haría esa pregunta.

Pero con el paso de los años empecé a darme cuenta de que todo el mundo anda en busca de respuestas, de una razón para vivir. Veía que mucha gente se hacía preguntas como ¿por qué nací? o ¿cuál es el sentido de mi vida?

Algunas personas lamentablemente se pasan toda la vida buscando respuestas a esas preguntas sin encontrarlas nunca. En cambio, cuando miramos a nuestro Creador y Su plan para la humanidad, empezamos a entender para qué estamos aquí y qué debemos hacer con nuestra vida. Es cuando nos proyectamos más allá de nosotros mismos y contemplamos la verdad de la Biblia que empezamos a comprender de qué se trata la vida.

Cuando nuestro tiempo aquí en la Tierra llegue a su fin y Dios nos llame a nuestro hogar eterno, lo que importará será el amor que hayamos tenido por Dios y nuestros semejantes, manifestado con palabras y actos de bondad y consideración.

Ruth Davidson (1939–2023) fue misionera en Oriente Medio, la India y Sudamérica durante 25 años. Posteriormente se desempeñó como articulista y redactora del portal www.thebibleforyou.com. ■

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LA SINGULARIDAD DE JESÚS

Para los historiadores  los datos y memorias de que disponemos acerca de Jesús son tan concluyentes y evidentes como los relativos a Julio César. No solo viene retratado con precisión en los documentos que conforman el Nuevo Testamento, sino que hay también decenas de manuscritos antiguos que, sin pertenecer a la Biblia, confirman que Jesús fue un auténtico personaje histórico que habitó en Palestina a principios del siglo I.

Si hubiera un calificativo para describir a Jesús este sería único. Su mensaje fue único. Las afirmaciones que hizo acerca de Su persona también fueron únicas. Únicos fueron Sus milagros. Y la influencia que ha ejercido en el mundo jamás ha sido igualada.

Un aspecto muy destacado e innegablemente singular de la vida de Jesús es que diversos profetas de la Antigüedad, muchos siglos antes de que Él naciera, hicieron literalmente centenares de predicciones y profecías acerca de Su nacimiento, Su vida y Su muerte con detalles que ningún mortal podría haber cumplido. En el Antiguo Testamento figuran más de 300 predicciones acerca del Mesías o Salvador escritas siglos antes de que naciera Jesús.

En el año 750 a.C. el profeta Isaías vaticinó: « Por tanto, el mismo Señor les dará la señal: He aquí que la

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virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel» (Isaías 7:14). Al cabo de siete siglos y medio, una joven virgen de Israel llamada María recibió una visita del arcángel Gabriel. Este le anunció que alumbraría un hijo, el cual se llamaría Emanuel, que significa «Dios con nosotros».

El Nuevo Testamento narra que «María dijo al ángel: —¿Cómo será esto? Porque yo no conozco varón.

Respondió el ángel y le dijo:

—El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios» (Lucas 1:26-35).

Cuando dio comienzo a la obra de Su vida fue por todas partes haciendo el bien. Ayudaba a las personas, era cariñoso con los niños, aliviaba pesares, fortalecía a los cansados y comunicaba el amor de Dios a tantos como podía. No se limitó a predicar Su mensaje, sino que lo vivió entre nosotros como uno de nosotros. Aparte cuidar de las necesidades espirituales de la gente, dedicó mucho tiempo a atender sus necesidades físicas y materiales: sanaba milagrosamente a los enfermos, daba vista a los ciegos y oído a los sordos, limpiaba leprosos y resucitaba muertos. Dio de comer a las multitudes cuando tenían hambre e hizo cuanto pudo por compartir con los demás Su vida y Su amor.

Justo antes de ser detenido y crucificado, consciente de que pronto se reuniría de nuevo con Su Padre celestial, Jesús oró: «Ahora pues, Padre, glorifícame tú en tu misma presencia con la gloria que yo tenía en tu presencia antes que existiera el mundo» ( Juan 17:5).

El Hijo de Dios se despojó voluntariamente de Su ilimitado poder y se encarnó en un pequeño e indefenso recién nacido. La fuente de toda sabiduría y conocimiento tuvo que estudiar y aprender a leer y escribir. Dejó Su

trono en el Cielo, donde incontables ángeles lo adoraban, donde todas las fuerzas del universo se sometían a Su poder, y tomó el lugar de un siervo. Fue escarnecido, ridiculizado, perseguido y por último muerto precisamente a manos de aquellos a los que había venido a salvar.

Dice la Biblia que Jesús es «un sumo sacerdote que se compadece de nuestras debilidades, […] que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Hebreos 4:15). ¡Imagínate! El Hijo de Dios se tornó físicamente en un ciudadano de este mundo, un integrante de la humanidad, para redimirnos con Su amor, brindarnos una expresión tangible de Su compasión y preocupación y ayudarnos a comprender Su verdad.

En lo profundo de su ser la mayoría de las personas saben que les falta algo. Exteriormente puede que den la impresión de tenerlo todo: dinero, posición social, amigos, todo lo que se supone que brinda felicidad. Sin embargo, sienten un vacío, un hambre que nada consigue saciar. Jesús dijo que Él es el pan de vida, capaz de satisfacer el hambre y la sed que hay en nuestro corazón ( Juan 6:35). La soledad, vaciedad e insatisfacción tan común en la experiencia humana pueden dar lugar a una paz y una alegría duraderas cuando acudimos a Él.

Jesús, Su vida y Sus enseñanzas son universales. Dios envió a Su Hijo para mostrar a todos los hombres y mujeres, a todas las naciones, a todos los pueblos, cómo es Él y así prodigarnos Su gran amor y verdad. Lo que hace falta para la salvación y redención de la humanidad se hizo realidad con Jesús y nunca será necesario que vuelva a suceder. Por eso podemos afirmar sin vacilación que para el mayor de los males de la humanidad existe un único remedio específico: Jesús.

Ninguna persona que examine con seriedad y amplitud de miras los datos históricos acerca de Jesús de Nazaret podría negarlos. En particular, no existe razón alguna para

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poner en duda que luego de Su muerte sucedió algo extraordinario que convirtió a Su minúsculo grupito de abatidos seguidores en una cohorte de testigos que ni todas las persecuciones del Imperio romano fueron capaces de detener. Aquellos discípulos, desilusionados y desanimados después que su Señor fuera cruelmente crucificado por Sus enemigos, pensaron que sus esperanzas habían fenecido y sus sueños habían sido destrozados. Pero a los tres días de la muerte de Jesús, la fe se les reavivó de un modo tan espectacular que no hubo fuerza terrenal capaz de sofocarla.

Dice el Nuevo Testamento que Jesús, después de resucitar, se apareció en persona a más de 500 testigos oculares (1 Corintios 15:6). Ese fue el resonante mensaje que Sus primeros discípulos proclamaron valientemente por el mundo: «Dios le levantó de entre los muertos» (Hechos 13:30).

Y aquel humilde puñado de personas que habían seguido a Jesús desde el principio salió a proclamar por todas partes la buena nueva: no solo que Dios había enviado a Su Hijo al mundo para enseñarnos Su verdad y manifestarnos Su amor, sino también que Jesús había muerto por nosotros y luego había resucitado, para que todos los que lo conocemos y creemos en Él no tengamos nunca más temor a la muerte, sabiendo que estamos salvados y vamos rumbo al Cielo, gracias a Jesús. ■

COMPENETRARME CON JESÚS

Rosane P ereira

Aunque me crie en el seno de una familia cristiana, cuando llegué a la adolescencia me vi rebasada por los problemas del mundo. Eso me llevó a cuestionar mi fe. A los 18 tuve un novio que era un firme creyente. En nuestras conversaciones sobre la fe percibí en él tal sinceridad que empecé a dudar de mis dudas.

Un día tomé su Nuevo Testamento y me fui a un parque muy grande que hay en la ciudad, donde me senté junto a una laguna. Comencé desde el principio, por el Evangelio de Mateo. Al llegar al Sermón de la Montaña me quedé atónita. Aquellos eran los principios por los que quería regir mi vida, solo que nunca los había visto formulados con tanta claridad.

Continué leyendo toda la tarde, pasando de un evangelio a otro. Fue como una escena de una película, en la que alguien está tan concentrado que todo lo demás desaparece. Me transporté a los polvorientos caminos de Galilea, a las aldeas de pescadores, al templo. Era una de las discípulas de Jesús, estaba ansiosa por ver lo que haría y escuchar lo que diría.

Cayó el atardecer cuando estaba ya en el último capítulo del Evangelio de Juan, y regresé a la Tierra. Volví caminando a casa transformada. Solo quería descubrir cómo podía vivir aquellas enseñanzas de Jesús. Unos meses después Él me reveló cuál era mi misión en la vida. Desde entonces me he esforzado por cumplirla.

Jesús es el descubrimiento más importante que uno puede hacer. Se ha dicho que leer la Biblia es como leer nuestra propia historia, pues nosotros también participamos en ella, una historia que se desarrolla en la vida de cada uno de nosotros. ¡Lo mejor del caso es que sabemos que con Jesús en nuestro corazón nuestra historia tiene un desenlace feliz!

Rosane Pereira es profesora de inglés y escritora. Vive en Río de Janeiro (Brasil) y está afiliada a La Familia Internacional. ■

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Lecturas enriquecedoras

EL EVANGELIO

SEGÚN

SAN JUAN

En los cuatro evangelios, Mateo, Marcos, Lucas y Juan narran magníficamente la vida terrenal de Jesús. El cuarto de ellos, el de Juan, contiene mayor cantidad de palabras textuales de Cristo y traza un maravilloso derrotero para nuestra vida. Conviene que sea el primero que leas y estudies. A continuación presentamos algunos de sus pasajes y versículos clave:

Jesús: La Palabra de Dios, la verdadera luz del mundo

Capítulo 1, versículos 1-18

Versículo clave: Pero a todos los que lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio derecho de ser hechos hijos de Dios. Juan 1:12

¿Qué significa nacer de nuevo?

Capítulo 3, versículos 1-21

Versículo clave: Respondió Jesús y le dijo: «De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios». Juan 3:3

La samaritana: «Me ha dicho todo cuanto he hecho».

Capítulo 4, versículos 1-30

Versículo clave: Dios es espíritu; y es necesario que los que le adoran, lo adoren en espíritu y en verdad. Juan 4:24

¡Todo lo que podáis comer! Jesús alimenta a 5.000.

Capítulo 6, versículos 1-13, 25-40

Versículo clave: Jesús les dijo: «Yo soy el pan de vida. El que a mí viene nunca tendrá hambre, y el que en mí cree no tendrá sed jamás». Juan 6:35

El Buen Pastor: uno de los pasajes más conocidos de la

Biblia

Capítulo 10, versículos 1-30

Versículos clave: Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen.  Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. Juan 10:27,28

Resurrección de Lázaro

Capítulo 11, versículos 1-46

Versículo clave: Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá». Juan 11:25

Jesús, la vid verdadera

Capítulo 15 (todo)

Versículos clave: Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como la rama no puede llevar fruto por sí sola si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes las ramas. El que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto. Pero separados de mí nada pueden hacer. Juan 15:4,5

La última oración de Cristo, por el amor y la unidad

Capítulo 17 (todo)

Versículos clave: Yo les he dado la gloria que tú me has dado para que sean uno, así como también nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente unidos; para que el mundo conozca que tú me has enviado, y que los has amado como también a mí me has amado. Juan 17:22,23 ■

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AMOR INCONDICIONAL

políticas o de otro orden. Quizá viva con desprecio de las normas morales de Dios, pero sea cual sea la condición de esa persona, Dios la ama.

El amor de Dios es incondicional, no se sujeta a restricción alguna, es constante, no tiene límites. Se entrega libremente pase lo que pase. Todos hemos pecado, y el pecado nos separa de Dios. A despecho de ello, Dios nos ama. Eso no significa que ame todo lo que hacemos, pero nos ama. De hecho, ama tanto a la humanidad que dispuso que esa separación causada por nuestros pecados y malas acciones quedara eliminada por medio de la muerte expiatoria de Su Hijo, Jesús. «A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los malvados. Dios demuestra Su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:6-8 nvi).

Dios no nos ama por ser quienes somos, sino por ser Él quien es. Él ama por igual y de forma incondicional a cada persona del mundo. Pese a que alguien nunca haya oído hablar de Dios, pese a que diga que lo odia, Él todavía lo ama incondicionalmente. El amor de Dios es insondable. Es perfecto.

A los ojos de Dios cada persona es valiosísima, sea cual sea su edad, su raza, su nacionalidad, su apariencia física, su posición económica, sus creencias religiosas, su afiliación política y su orientación sexual. Puede que no nos gusten sus creencias, su forma de vida y las decisiones que toma. Puede que no coincidamos con sus opiniones

Jesús dijo que los dos mandamientos más importantes son amar a Dios y amar al prójimo (Mateo 22:37-40), y se nos insta a alumbrar a otros con nuestra luz para que vean nuestras buenas obras y glorifiquen a Dios (Mateo 5:16). Este llamado a actuar demuestra que Dios desea que al relacionarnos con los demás lo reflejemos, que tratemos a otros con amor, compasión y misericordia como lo hace Él.

El apóstol Santiago explicó que la verdadera práctica de nuestra fe entraña una acción tanto exterior como interior; exterior, con hechos prácticos de cara a los demás; interior, mediante nuestra devoción a Dios. Él dijo: «La religión pura y verdadera a los ojos de Dios Padre consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas en sus aflicciones, y no dejar que el mundo te corrompa» (Santiago 1:27 ntv).

Jesús continuamente demostró amor a los demás. Se compadecía de los necesitados y se veía compelido a actuar con amor. Era misericordioso. Manifestaba bondad. Daba de comer a los hambrientos y curaba a los enfermos. Luchaba contra el mal y la injusticia.

Esforcémonos por dar un ejemplo tangible del amor que Dios abriga hacia la humanidad, dándolo a conocer a Él y comunicando Su amor a los menesterosos.

Peter Amsterdam dirige juntamente con su esposa, María Fontaine, el movimiento cristiano La Familia Internacional. Esta es una adaptación del artículo original. ■

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El polifacético amor de Dios

Reflexiones

El amor de Dios es una de las grandes realidades del universo, un pilar sobre el que descansa la esperanza del mundo. Con todo, también es algo personal e íntimo. Dios no ama a poblaciones, sino a personas. Él no ama a las masas, sino a seres humanos. Él nos ama a todos con un amor extraordinario que no tuvo principio y no puede tener fin. A. W. Tozer (1897–1963)

Estoy convencido de que nada podrá jamás separarnos del amor de Dios. Ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni nuestros temores de hoy ni nuestras preocupaciones de mañana. Ni siquiera los poderes del infierno pueden separarnos del amor de Dios. Ningún poder en las alturas ni en las profundidades, de hecho, nada en toda la creación podrá jamás separarnos del amor de Dios, que está revelado en Cristo Jesús nuestro Señor. (Romanos 8:38,39 ntv)

Dios te ama con extrema generosidad, te derrocha Su amor, un amor del que nunca te podrán desposeer. Un amor que escapa todo entendimiento. Él te ama en tus días buenos y en tus días malos. Te ama cuando pecas y cuando le eres fiel. […] Dios te creó para poder amarte.

Nuestro Padre celestial nos ama a cada uno de nosotros. Ese amor no es voluble. No se ve afectado por el aspecto, las posesiones o la cantidad de dinero que tengamos. Tampoco se ve alterado por las dotes o habilidades que poseamos. Simplemente ahí está. Ahí está para cuando nos sintamos tristes o contentos, desanimados o esperanzados. El amor de Dios está a nuestra entera disposición, aunque no nos consideremos merecedores de él. Sencillamente es inmutable.

El amor de Dios refleja Sus principios eternos y absolutos. Es un amor eterno, como lo es Él: más perdurable que el tiempo, más ancho y profundo que las incalculables dimensiones del cosmos. Él mismo nos dice: «Con amor eterno te he amado; por eso te he prolongado mi fidelidad» ( Jeremías 31:3 nvi).

Aunque estamos incompletos, Dios nos ama por completo. Aunque somos imperfectos, Él nos ama a la perfección. Aunque nos sintamos perdidos y sin brújula, Él nos ama perdidamente. […] Él nos ama a todos, incluso a los deficientes, rechazados, torpes, apesadumbrados y quebrantados. Dieter Uchtdorf ■

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AS Í ES EL CIELO

¿Alguna vez has sentido curiosidad por saber qué ocurre después que uno muere, qué te aguarda en el más allá, si es que hay un más allá? ¿Existe el Cielo?

Y en caso afirmativo, ¿cómo es? ¿Encontrarás en él la felicidad?

¿Te reunirás allá con tus seres queridos? ¿En qué se distinguirá de la vida que llevas ahora en la Tierra?

La Biblia nos revela por adelantado muchas cosas que nos aguardan allá. Nos describe cómo será, cómo seremos nosotros, qué aspecto tendrá nuestro cuerpo y la vida que llevaremos. Además, hay numerosos testimonios de personas que, estando clínicamente muertas, abandonaron por un tiempo esta vida y fueron al Cielo, y que a su regreso refirieron lo que experimentaron.

Según la Biblia, una de las mayores diferencias entre la vida en la Tierra y el Cielo es que este último constituye un mundo perfecto en el que reina la presencia de Dios y podremos disfrutar de toda la belleza y las maravillas propias de la vida terrena, pero sin la angustia, el dolor, la sensación de vacío, la soledad y el temor que muchas veces se apoderan de nosotros… Un mundo libre del egoísmo, la codicia y la destrucción que vemos en nuestro entorno.

El reino de Dios rebosará de amor, belleza, paz, bienestar, comprensión, alegría, compasión… y sobre todo estará rodeado por la atmósfera envolvente del amor de Aquel que nos ama más que nadie: Dios mismo. La Biblia enseña que Dios es un Dios de amor. Más aún, es amor (1 Juan 4:8). Por ende, Su casa —el reino de los cielos— es una morada de amor,

María Fontaine
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donde no habrá más dolor, pesar, rechazo, congoja o soledad (Apocalipsis 21:4).

Según el relato bíblico, en la otra vida no seremos entes incorpóreos, informes, sin rostro, una suerte de brisa etérea. Tendremos un cuerpo muy similar al que poseemos ahora, pero que no padecerá los achaques, las incomodidades, el envejecimiento y el dolor que experimentamos en estos cuerpos terrenales (1 Corintios 15:50–53). Disfrutaremos en compañía mutua y viviremos felices por la eternidad en presencia de Aquel que nos amó y nos creó.

La buena noticia es que creyendo en Jesús cualquiera puede conseguir una entrada al Cielo y experimentar la dicha, la satisfacción y el amor eterno que Él quiere que cada uno disfrutemos en la vida venidera.

Ninguno de nosotros puede alcanzar un grado tal de bondad como para merecerse el Cielo; ninguno de nosotros por virtud propia es digno de ir allá. Por eso Dios envió a la Tierra a Su Hijo Jesús hace más de 2.000 años. Al morir por nuestros pecados, Jesús pagó por nuestra salvación. De ahí que reconociendo en Él a nuestro Salvador podemos recibir Su regalo de vida eterna. Eso nos libera de la carga que supone esforzarnos por ser buenos para obtener el Cielo a base de bondad y rectitud, algo que de todos modos sería imposible, pues somos seres humanos imperfectos y defectuosos.

Mediante Su muerte en la cruz Jesús nos abrió a cada uno la puerta para gozar de la vida eterna en Su reino. No podemos acceder a él por méritos propios; tampoco podemos ser tan malos como para quedar excluidos. Jesús nos ama tal como somos. Él te conoce, sabe lo que albergas en tu interior y todo lo que has hecho, hasta tus secretos más íntimos. Lo sabe todo, y aun así te ama, ya que Su amor es infinito.

Su amor trasciende con creces todo lo que alcanzamos a ver o a entender aquí en la Tierra. Su amor es capaz de llenar cualquier vacío, de aliviar cualquier dolor o angustia. Puede tornar el pesar en alegría y el llanto en risa, cambiar el sinsentido en sensación de realización. En

el momento en que lo precises, puedes pedirle auxilio: Su amor te acompañará y te ayudará.

Si abres tu corazón a Jesús y lo invitas a entrar en tu vida, permanecerá contigo para siempre. ¡Jamás lo perderás! Una vez que recibes a Jesús tienes una reservación permanente en el Cielo que no puede cancelarse nunca. Y cuando tu vida en esta tierra toque a su fin, ¡morarás en Su presencia para siempre!

Si bien la salvación es un obsequio, una vez que hayas acogido Su amor en tu corazón Él quiere que hagas lo que puedas por amar a los demás y hablarles del divino reino celestial. Preséntale a otros la verdad acerca de Jesús y el amor que te ha dado para que ellos también puedan experimentar gozo, ¡tanto en esta vida como en la venidera!

María Fontaine dirige juntamente con su esposo, Peter Amsterdam, el movimiento cristiano La Familia Internacional. Esta es una adaptación del artículo original. ■

ORACIÓN PARA HOY DIOS DEL RESPLANDOR

Padre celestial:

Te alabo, te enaltezco y te doy la gloria a Ti, Dios de toda la creación, autor de todas las cosas: de la belleza contenida en todo lo que veo, de la maravilla que entraña cada objeto, desde el más grande hasta el más pequeño. Todo es obra de Tu mano, desde una partícula atómica hasta el universo. Tus prodigios sobrepasan toda imaginación.

Eres el Dios de la gloria. El Dios de las profundidades, tan hondas que nadie las puede sondear. El Dios de las alturas, tan elevadas que nadie acierta a comprenderlas. El Dios de los espacios, tan amplios y extensos que nadie los puede llenar.

Te doy toda la gloria, la honra, la alabanza y la acción de gracias, pues eres un Dios tan grande, inmenso, sabio y amoroso, un Dios omnipotente. Sin embargo, te rebajas a amarme, y te esmeras por buscarme, salvarme y conducirme a Tu Reino para que viva contigo eternamente. Amén.

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De Jesús, con cariño

TE AMO, A TI EN PARTICULAR

Cuando digo que te amo a ti en particular me dirijo a cada uno de Mis hijos de todas las profesiones. Me dirijo a los que se sienten apartados y distantes de Mi amor. Me dirijo a los que se sienten fracasados y les parece que no hay perdón para ellos, o que no conciben esperanzas.

Te amo tal como eres. Mi amor te tiende la mano en este momento. Mi amor, Mi perdón y Mi misericordia están a tu disposición; no tienes más que aceptarlos. Ansío estrecharte contra Mi amoroso corazón.

No llevo la cuenta de tus faltas, fracasos, errores o desaciertos. Cuando te miro, veo el lado bueno y las posibilidades a las que otros están ciegos. No veo más que tu corazón. Y te amo.

Veo cada una de tus lágrimas. Oigo el menor de tus clamores. Siento cada una de tus decepciones, cada preocupación, inquietud y deseo. Lo sé todo sobre ti: conozco cada una de tus aspiraciones y necesidades. Veo tu corazón y cuanto albergas en él, y te amo.

Siempre estoy aquí mismo, a tu lado. Nunca te he abandonado y jamás te desampararé. Ven a Mí con tus pesadas cargas y cansancio del mundo; y pon la mirada en la vida eterna. Por siempre jamás vivirás en Mi amor inmortal.

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