Curso de iniciación de Conéctate nº2: La salvación eterna

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UNA VEZ QUE NOS SALVAMOS ES PARA SIEMPRE

La seguridad eterna

El plan de Dios De tal manera amó Dios al mundo Mesura es cordura Los auténticos valores

La fuente de la verdadera alegría Amor incondicional

CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA
Curso de iniciación de Conéctate, nº2 • Salvación eterna

A NUESTROS AMIGOS

una vez que nos salvamos es para siempre

Hay quienes viven en perpetua inseguridad. Por muchas buenas obras que hagan y por muchas otras cosas que eviten hacer, no tienen la certeza de que irán al Cielo cuando mueran. Eso nos puede producir una enorme intranquilidad y hasta nos puede llevar a la neurosis. Es más, una vez supe de un hombre al que le ocurrió precisamente eso.

Había reconocido en Jesús al Salvador. Pese a que se esmeraba en amoldar lo más posible su vida a las enseñanzas de Cristo, se dio cuenta de que no lograba cumplir con las exigencias que le imponían otras personas, con lo que le decían que tenía que hacer para alcanzar la salvación, pues tenía la impresión de que cada vez que cometía un error o abrigaba un pensamiento vano, perdía su salvación y tenía que empezar otra vez de cero, como cualquier pecador perdido.

Eso lo llevó a tal crisis nerviosa que terminó hospitalizado. Mientras se recuperaba en el sanatorio dedicó largas horas a la lectura de la Biblia, hasta que un día dio con el pasaje de Efesios 2:8,9: «Porque por gracia son salvos por medio de la fe; y esto no de ustedes pues es don de Dios. No es por obras, para que nadie se gloríe». Esas palabras le abrieron el entendimiento. Comprendió que la salvación no estaba supeditada a nada que él hubiera hecho o dejado de hacer. No llevaba aparejada ninguna condición, salvo la fe en que Jesús había muerto por pecadores como él. Fue tal la alegría que lo embargó en ese momento que mejoró instantáneamente de su dolencia, superó su crisis y resolvió comunicar su descubrimiento a todas las personas que tenía a su alrededor. Decía:

—¿Saben que para obtener la salvación basta con creer? Eso es todo. Hace falta la gracia de Dios combinada con nuestra fe, ¡y nada más!

Cargado de razón estaba ese señor. Nos salvamos por gracia por medio de la fe; no por nuestras buenas obras ni porque seamos perfectos o hagamos penitencia o respetemos una interminable lista de obligaciones y prohibiciones. Jesús ya lo hizo todo. Y así como nos salvamos por gracia, también por gracia nos mantenemos salvos. No tenemos que preocuparnos de perder la salvación, pues una vez que nos salvamos es para siempre.

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A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y de la versión Reina-Varela Actualizada 2015 (RVA2015), © Casa Bautista de Publicaciones/ Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.

Curso de iniciación de Conéctate, nº2 • Salvación eterna
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SALVACIÓN ETERNA

La Biblia dice que «de tal manera amó Dios al mundo —a cada uno de nosotros—, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» ( Juan 3:16). Dios te amó tanto que entregó a Jesús para que sufriera y muriera por los pecados de toda la humanidad. «En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por Él» (1 Juan 4:9). Jesús es la manifestación del amor de Dios.

Algunos preguntan: «¿Por qué no dejas a Jesús al margen? ¿Por qué tienes que mencionar ese nombre? ¿Por qué no puedes decir simplemente Dios y hablar solo de Dios? Así nos resultaría mucho más fácil aceptarlo, si no insistieras en mencionar el nombre de Jesús».

Si es cierto que Jesús es el Hijo de Dios y que Dios lo escogió para manifestarse al mundo y demostrar Su amor, es Dios mismo quien decidió insistir en ello. Jesús mismo dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí» ( Juan 14:6).

Ninguno de nosotros es capaz de concebir lo grande, formidable y maravilloso que es Dios Padre. Está muy por encima de la capacidad de comprensión humana, pues Él y Su Espíritu son mayores que el universo entero. A pesar de ello, se puso a nuestra altura y nos envió a Su Hijo Jesucristo para que viéramos cómo es Él. Ese es, pues, el principal deseo de Dios para cada uno de nosotros: que reconozcamos en Jesús al Hijo de Dios, creamos en Él como Señor y Salvador y aceptemos el amor que tiene por

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nosotros, el cual nos manifestó al morir en la cruz y tomar sobre Sí el castigo que exigían nuestros pecados según las leyes perfectas de Dios, a fin de que fuéramos perdonados y salvados.

¿Por qué necesitamos perdón? Porque todos somos pecadores. La Biblia dice que «todos han pecado y están privados de la gloria de Dios» (Romanos 3:23 nvi), y también: «La paga del pecado es muerte; pero el don de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Romanos 6:23).

Salvación por gracia

Debemos comenzar por confesarnos pecadores. Claro que podríamos estar predispuestos a decir: «Yo soy bastante bueno. Dios me reconocerá que como mínimo

soy bastante mejor que mucha gente». Pero con eso no basta, porque no podemos llegar al Cielo a menos que seamos perfectos, y nadie lo es.

Todos somos pecadores y por ende nos resulta imposible ser perfectos y cumplir las leyes perfectas de Dios consignadas en la Biblia, como los Diez Mandamientos. Solo Jesús es perfecto. Por eso pudo expiar nuestros pecados con Su muerte; y habiendo tomado sobre Sí mismo el castigo que nos correspondía, Dios nos pudo perdonar. Nosotros nunca habríamos podido ganarnos ese perdón. Todos hemos pecado y para salvarnos, todos necesitamos el amor y la misericordia divinos. Ese amor y esa misericordia los encontramos en Jesucristo.

No podemos salvarnos por nuestras propias obras, nuestra bondad, nuestros intentos de cumplir las leyes de Dios y amarlo o nuestros esfuerzos por descubrir y seguir Su verdad. La salvación es un regalo de Dios, una transformación que se produce en nuestra vida cuando aceptamos Su verdad manifestada en el amor de Su Hijo Jesús, por obra de Su Espíritu Santo.

Por mucho que vayas a la iglesia y reces y hagas lo que sea, no te vas a salvar. El único que nos puede salvar es Jesús. «En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4:12).

Solo Jesús nos puede liberar del pecado, del poder que este ejerce sobre nosotros y de la condenación que nos ocasiona. «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). No importa lo que hayamos hecho.

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Renacer espiritualmente

Jesús dijo: «De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios» ( Juan 3:3). Cuando reconoces en Él a tu Salvador, naces de nuevo espiritualmente y te conviertes en una nueva criatura en Cristo Jesús. «Las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17).

Y una vez que lo aceptas, ¡Él ya nunca te rechaza! ( Juan 6:37.) «Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano» ( Juan 10:28).

La salvación es para siempre. Si «naces de nuevo» como hijo Suyo, siempre serás hijo Suyo. Es imposible desnacer. Por lo mismo, es imposible que pierdas la salvación. «El que cree en el Hijo tiene vida eterna» ( Juan 3:36).

Huelga decir que debemos procurar ajustar nuestra forma de vivir a la voluntad de Dios y lo que enseña Su Palabra, y seguir el ejemplo de Jesús, que nos enseñó a amar a Dios y al prójimo. Pero no es que así lograremos mantenernos salvados. Jesús nos salva de una vez para siempre, ¡y Su regalo es la vida eterna! Gracia, fe y nada más. Así es la salvación.

Nueva vida, nuevo ser

Cuando aceptas a Jesús, toda tu vida cambia, se obra una transformación. Es muy posible que te sientas diferente, que cambie tu forma de pensar y que tengas más paz y alegría que nunca. Tu antigua manera de ser quedará atrás y serás una nueva persona, mucho mejor y más feliz. Cuando Jesús entra a formar parte de tu vida, no solo renueva, purifica y regenera tu espíritu, sino también tu mente, rompiendo viejas conexiones y reflejos y reconstruyéndote y reprogramándote gradualmente para convertirte en una persona dueña de un concepto de la vida totalmente distinto.

Jesús prometió que, si crees en Él y le abres la puerta, Él vendrá a ti. «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo» (Hechos 16:31). ¡Disfruta de Su amor y salvación, ahora y siempre! ■

un nuevo comenzar

Época atrás, una jovencita de 21 años comenzó la odisea más terrible de su existencia. Recién comenzaba a vivir cuando se le derrumbó todo: no podía salir, no podía ir a nadar, ni tomar el colectivo, ni estar sola, ni estar acompañada. La soledad era su peor enemiga.

Se casó y fue madre; ahora bien, no lo podía disfrutar, por su situación. Los años pasaban. Tuvo otro hijo, pero su padecer seguía. Cuando llegó el tercer hijo se enteró de que sufría ataques de pánico. Aunque todos sus familiares trataban de ayudarla, nada se conseguía. Doctores, psicólogos y siquiatras la atendían; sin embargo, la tristeza y agonía seguían. Ya había pasado 28 años en ese estado.

Esa mujer era yo. Estaba vacía, triste, depresiva, desilusionada. Pero Alguien muy especial llegó a mi vida. Mi hermano comenzó a hablarme de Él y de todas las cosas buenas que tenía para mí, principalmente Su inmenso amor, el que yo nunca había sentido porque no me lo habían expresado hasta ese momento. Ese Ser maravilloso que me devolvió las ganas de vivir después de haber estado muerta 28 años fue ¡Jesús!

Desde entonces, todos los días doy gracias y le ofrezco mi vida entera a nuestro Señor, que murió para que conozcamos Su amor y tengamos vida eterna, y eligió a mi hermano para darme la salvación. De Su mano me ha llevado a un nuevo mundo, para vivir lo no vivido. Sara (Argentina) ■

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El plan

de Dios

La enseñanza medular del Nuevo Testamento se encuentra en uno de los versículos más bellos de las Escrituras: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» ( Juan 3:16).

Ese versículo revela la impresionante verdad de que el Creador del universo amó tanto a la especie humana que envió a Su Hijo Jesús para que se hiciera humano y muriera en nuestro lugar por los pecados que cometimos. Con Su sacrificio, Jesús nos eximió del castigo que merecíamos sufrir por esos pecados. Tenemos la oportunidad de obtener vida eterna porque Jesús, al ofrendar Su vida, pagó por nuestras culpas.

El plan divino de salvación, concertado desde antes de la creación del mundo, es consecuencia del amor que abriga Dios por la humanidad. El Padre Celestial concibió entonces una forma de salvarnos de la máxima consecuencia del pecado: la muerte espiritual y el vivir separados de Él en el más allá, que las Escrituras llaman infierno

Hay personas que tienen la impresión de que Dios es cruel y colérico, de que nos juzga con dureza, ya que personalmente está ofendido por el hecho de que hayamos pecado contra Él. Por consiguiente, exige egoístamente que seamos

castigados. La realidad es muy distinta. Dado que la naturaleza de Dios incluye atributos como Su santidad, Su rectitud, Su justicia y Su ira, para ser consecuente con Su naturaleza divina Él debe juzgar el pecado.

Dado que Su naturaleza divina también incluye atributos como Su amor, Su misericordia y Su gracia, quiso que no pereciera nadie (2 Pedro 3:9) y por eso ideó una manera de que los seres humanos pudieran ser redimidos. Tal redención está motivada por Su amor: porque «de tal manera amó al mundo». El plan de salvación de Dios es manifestación de Su misericordia y Su amor por la humanidad.

«En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en expiación por nuestros pecados» (1 Juan 4:10).

Antes de crear el universo, Dios ya sabía que los seres humanos, dotados de libre albedrío, pecarían; por eso concibió una manera de librar a la humanidad del castigo del pecado: Su plan de salvación.

Dios desea salvar a los seres humanos, redimirlos, reconciliarlos con Él. No tenía ninguna obligación de hacerlo. Podría haber dejado que todos los seres humanos simplemente sufrieran el castigo del pecado; pero no, por amor a nosotros,

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Peter Amsterdam

ideó una forma de redimirnos. Desde el principio ya tenía un plan salvífico para nosotros. Este comenzó a ejecutarse cuando Adán y Eva pecaron por primera vez y culminó con la muerte y resurrección de Cristo.

Siendo Dios el Creador omnisciente, no le sorprendió que los primeros seres humanos pecaran. Sabía que ellos, por voluntad propia, optarían por desobedecer, y previsoramente ya había concebido un plan de salvación.

Su designio consistía en escoger a un pueblo, Israel, al cual se le revelaría y al cual comunicaría Sus mandamientos. En Sus palabras a Israel, Dios reveló detalles sobre Sí mismo, el único Dios verdadero, y Su ley. Israel guardó y transmitió Su revelación de generación en generación, con lo que garantizó su preservación. El Antiguo Testamento no solo contiene profecías sobre la vida y misión del Mesías, sino también numerosos presagios de la salvación que vendría mediante el Hijo de Dios hecho carne.

El divino plan de salvación mediante la muerte y resurrección de Jesús fue el plan de redención que trazó Dios para los seres humanos desde antes que estos existieran. En el Antiguo Testamento ya comenzó a revelarlo; y en el Nuevo Testamento, cuando Juan el Bautista proclama: «¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!»

El plan divino de salvación, concertado desde antes de la creación del mundo, es consecuencia del amor que abriga Dios por la humanidad.

( Juan 1:29), empieza a desvelarse plenamente la totalidad del plan.

El cumplimiento del plan divino de redención mediante la muerte de Cristo, Su sacrificio en nuestro lugar con el derramamiento de Su sangre por nuestros pecados, es algo que se menciona repetidamente en todo el Nuevo Testamento. Es el Redentor que nos salva de la esclavitud del pecado. Su muerte y resurrección son el cumplimiento del plan divino de redención. Dios ha sido santo, recto y justo con Sus criaturas. Ha sido amoroso, misericordioso y compasivo. Somos los beneficiarios del mayor sacrificio jamás realizado.

En él tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia. Él nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en el cumplimiento de los tiempos establecidos, así las que están en los cielos como las que están en la tierra (Efesios 1:7-10).

Peter Amsterdam dirige juntamente con su esposa, María Fontaine, el movimiento cristiano La Familia Internacional. Esta es una adaptación del artículo original.  ■

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Lecturas enriquecedoras

POR QUÉ ENVIÓ DIOS A JESÚS

En Jesús vemos retratado a Dios.

Él es la imagen del Dios invisible; el primogénito de toda la creación. Colosenses 1:15

Él es el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su naturaleza, quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder. Y cuando hubo hecho la purificación de nuestros pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. Hebreos 1:3

Conociendo a Jesús, podemos conocer y entender a Dios. Si me han conocido a mí, también conocerán a mi Padre; y desde ahora lo conocen y lo han visto. El que me ha visto, ha visto al Padre. Juan 14:7-9 Respondió Jesús y le dijo:

—Si alguno me ama, mi palabra guardará. Y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada con él. [...] Y la palabra que escuchan no es mía sino del Padre que me envió. Juan 14:23,24

Dios nos demostró Su amor enviando a Jesús a la Tierra.

Aún siendo nosotros débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos. Difícilmente muere alguno por un justo. Con todo, podría ser que alguno osara morir por el bueno. Pero Dios demuestra su amor para con nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Romanos 5:6-8

En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en expiación por nuestros pecados. 1 Juan 4:9,10

Jesús vino para proclamar la verdad.

Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad oye mi voz. Juan 18:37

Jesús le dijo:

—Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Juan 14:6

Jesús nos mostró el amor de Dios al morir por nosotros.

Yo soy el buen pastor; el buen pastor pone su vida por las ovejas. Juan 10:11

Nadie tiene mayor amor que este: que uno ponga su vida por sus amigos. Juan 15:13

Vino para reconciliarnos con Dios de modo que pudiéramos tener vida eterna.

El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido. Lucas 19:10

Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. Juan 3:17 ■

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Mesura es cordura

Uday Paul

Recuerdo perfectamente cuando tenía un poco más de veinte años, el día en que, sentado en el cómodo salón de mi casa de clase media alta, sentí un vacío y una inquietud en mi interior que ninguno de los lujosos entornos o artilugios que me rodeaban podía aplacar. En ese fugaz momento percibí la contundente verdad de que las cosas materiales no pueden satisfacernos plenamente ni darnos la felicidad. Me di cuenta de que nuestro espíritu nunca estará satisfecho hasta unirse con el gran y amoroso Espíritu que lo creó. Como dijo San Agustín a Dios en su autobiografía Confesiones: «Nos has hecho para Ti y nuestros corazones no encuentran la paz hasta reposar en Ti».

Se nos bombardea constantemente con anuncios que nos instan a comprar cosas más nuevas y mejores. No importa si estamos contentos con lo que tenemos, o si ya tenemos más cosas de las que necesitamos, o si simplemente no podemos permitirnos más. Nos dicen que las cosas mejores mejorarán nuestra vida. Sin embargo, además de hacernos la vida más estresante, el consumismo también supone un enorme estrés para nuestro planeta. Mahatma Gandhi dijo: «Hay suficiente en la Tierra para cubrir las necesidades de todos, pero no para satisfacer la codicia de todos».

Thomas de Kempis (1380-1471) puntualizó que «la felicidad del hombre no consiste en la abundancia de los bienes de este mundo, pues le basta con una

modesta parte». En tiempos más recientes, Henry David Thoreau (1817-1862) se hizo eco de ello cuando afirmó: «Nuestra vida se desperdicia en los detalles. Simplifica, simplifica, simplifica». Yo también he descubierto que tener demasiadas cosas materiales me impide disfrutar al máximo de lo que tengo, y que los placeres más sencillos de la vida, que no cuestan mucho, nos proporcionan la mayor felicidad.

En el libro de Isaías, Dios dice: «Venid, comprad vino y leche sin dinero y sin precio. ¿Por qué gastáis vuestro dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no satisface?» (Isaías 55:1,2). Fuimos concebidos como criaturas eternas; por eso la temporalidad del materialismo nos deja una sensación de vacío.

El mayor y más preciado bien que podemos tener es la vida eterna producto de la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios. Jesús dijo: «Yo soy el pan de vida. El que a mí viene nunca tendrá hambre, y el que en mí cree no tendrá sed jamás» ( Juan 6:35). Solo Dios puede satisfacer la sed y el hambre de nuestro espíritu, dado que nos creó con un espacio en nuestro corazón que nadie sino Él puede llenar. Disfrutamos de esa satisfacción interior en la medida en que profundizamos nuestra relación con Él.

Uday Paul es escritor independiente. Desde la India realiza voluntariados y labores docentes. ■

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Respuestas a tus interrogantes

Preguntas frecuentes en torno a la

SALVACIÓN

¿Quién la necesita?

La mayoría de la gente cree que Dios califica a las personas del mismo modo que un profesor a sus alumnos. Si uno procura ser bueno y no comete faltas muy graves, cuando muera y termine el curso de la vida probablemente se lo calificará con una nota aprobatoria. En caso de no sacar buena nota y reprobar el curso, la cosa es distinta...

A simple vista podría dar la impresión de ser un plan bastante justo, sobre todo si se obtiene una calificación por encima de la mínima para aprobar; sin embargo, según la Biblia no es así.

Ninguno de nosotros merece el Cielo. Reza la Escritura que «No hay hombre justo en la Tierra, que haga el bien y nunca peque» (Eclesiastés 7:20). Cualquiera que se considere merecedor del Cielo por causa de sus buenas obras se engaña a sí mismo y se privará del más grande de los regalos de Dios.

No hay quien pueda decir que es realmente bueno. Uno no puede ganarse la salvación ni acceder al

Cielo gracias a sus buenas obras. «Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por Su misericordia» (Tito 3:5).

¿Quién necesita entonces la salvación? ¡Todo el mundo!

¿Qué me va a costar?

«Debe de implicar algún esfuerzo —dirás—. La cuestión no puede ser así de simple. Seguro que tendré que renunciar a algo, trabajar con ahínco o hacer algo por ganármela». Pero no es así. ¡Eso es precisamente lo hermoso de la salvación! Es un don de Dios (Efesios 2:8), o sea, es gratuita. De haber requerido algún esfuerzo no habría sido un regalo.

La salvación no es un premio a nuestras buenas obras. Estas no nos abren las puertas del Cielo, así como tampoco nuestras faltas nos condenan al Infierno si es que hemos pedido y recibido el perdón de Dios mediante el sacrificio de Jesús. Nos basta con admitir que no podemos comprar nuestro acceso al Cielo y con aceptar luego humildemente el regalo de Dios. Así de sencillo.

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¿Qué es el pecado?

El término hebreo que más se emplea para decir pecado en el Antiguo Testamento se define como «no acertar el objetivo o la senda del bien y del deber, errar el blanco, descaminarse». El Antiguo Testamento también usa términos que se traducen como transgredir la voluntad de Dios, rebelarse o descarriarse. El Nuevo Testamento emplea diversos términos para referirse al pecado, que se han traducido, según los casos, como mala obra, apartarse de la verdad, injusticia de corazón y de conducta, incredulidad y contumacia.

¿Hay algún pecado que Dios considere imperdonable?

Dios anhela perdonar con liberalidad a todo hombre cuantos males haya hecho. «No envió Dios a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él» ( Juan 3:17). Él quiere perdonar a todos; pero para obtener el perdón divino es preciso creer en Jesús (Hechos 16:31).

Cuando la verdad —el proyecto divino de perdón y salvación por medio del sacrificio de Jesús— llega a oídos de una persona, si cree y reconoce a Jesús por Salvador, sus pecados le son perdonados. Por otra parte, si rechaza obstinadamente el perdón que se le ofrece, Dios se ve impedido de actuar. Habiendo otorgado a cada hombre la sagrada facultad de elegir, Dios no puede de un momento a otro invalidar esa facultad y privar a una persona del libre albedrío que tiene para rechazar Su ofrecimiento de salvación si así lo desea.

Huelga decir que el solo hecho de que alguien rechace la verdad la primera vez que la oiga no significa que no se le volverá a dar ocasión de decidir correctamente. Aun así, la Biblia nos avisa: «¡He aquí ahora el tiempo más favorable! ¡He aquí ahora el día de salvación!» (2 Corintios 6:2). «No sabéis lo que será mañana. Pues ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece» (Santiago 4:14).

¿Tiene que ser con Jesús?

Puede que te preguntes: «¿Por qué debo aceptar a Jesús en mi corazón? ¿Por qué tengo que emplear ese nombre? ¿No puedo rezar simplemente a Dios y acceder a la salvación invocando el nombre de Dios?

Resulta que Jesús es el único que vino a la Tierra y dio la vida por ti. Él dijo: «Yo soy la puerta [de la casa de Su Padre, el reino de Dios]: el que por mí entre será salvo; entrará y saldrá, y hallará pastos» ( Juan 10:9). De modo que si quieres ir al Cielo, tienes que pasar por Jesús, la puerta abierta.

¿Qué pasa entonces con los adeptos de todas las demás religiones del mundo? ¿No pueden salvarse? Por supuesto que sí. Todos pueden acceder a la salvación, sea cual sea su religión. Pueden salvarse aunque no tengan religión, pero solamente por intermedio de Jesús.

¿Puedo perder la salvación?

¡No! Una de las maravillas del don de la salvación es que una vez que has aceptado a Cristo, Él no se ausenta jamás. Ha entrado en tu vida y estará contigo para siempre. Jesús prometió que nunca te dejaría ni te abandonaría, y que estaría contigo todos los días, hasta el fin del mundo (Hebreos 13:5; Mateo 28:20). Nada que uno diga o haga puede invalidar esas extraordinarias promesas.

Jesús sabe que no eres perfecto y que nunca lo serás. Pero aun así te ama. Al perdonar tus pecados, no solo te remite los que ya cometiste, sino que te perdona también los que cometas ahora e incluso en un futuro. La vida eterna no es algo que se tenga a ratos; uno no se salva y luego cae de la gracia de Dios, ni vuelve a salvarse cada vez que peca y se arrepiente. No hay tal cosa. Una vez que se es salvo, se es salvo para siempre. ■

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RECIBIR EL ESPÍRITU SANTO

Toda persona que acepta a Jesús como Salvador, que se salva y nace de nuevo, recibe cierta medida del Espíritu Santo. Es más, sin el Espíritu es imposible salvarse, porque la salvación es obra Dios. Es lo que la Biblia llama «nacer de nuevo del Espíritu» (Juan 3:8).

Jesús dijo: «“El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva”. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él, pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado» ( Juan 7:38,39).

Poco antes de Su crucifixión y resurrección, Jesús prometió a Sus discípulos que les enviaría un consolador e intercesor, el Espíritu Santo, para fortalecerlos, empoderarlos, guiarlos y orientarlos en su vida espiritual y su relación con Él. «El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi nombre, Él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que Yo os he dicho. […] Cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad» ( Juan14:26; 16:13).

Recibir el pleno ungimiento o bautismo del Espíritu Santo puede ser una experiencia posterior a la salvación. En el libro de los Hechos,

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el apóstol Pablo pregunta a ciertos discípulos a los que acaba de conocer: «“¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?” Ellos le dijeron: “Ni siquiera habíamos oído que hubiera Espíritu Santo”» (Hechos 19:2).

El vocablo griego baptizo significa empapar o sumergir plenamente. Por consiguiente, ser bautizado en el Espíritu Santo es llenarse hasta rebosar del Espíritu de Dios. Desde luego, todos necesitamos ese bautismo del Espíritu para vivir como discípulos de Jesús.

El bautismo del Espíritu Santo es un bautismo de amor: amor por los perdidos, para darles testimonio de Jesús y acercarlos a Él, para amar a todo el mundo y desear su salvación. Al mismo tiempo, es un bautismo del poder de Dios, un poder que nos faculta para hablar de Jesús, para ser testigos Suyos, para dar a conocer el evangelio. Cuando uno se siente impulsado a hablarle a otra persona de Jesús, es por efecto del bautismo del Espíritu Santo.

Jesús dijo a Sus discípulos: «Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos» (Hechos 1:8). En el Nuevo Testamento, el libro de los Hechos narra cómo se evidenció ese poder para dar testimonio en el día de Pentecostés, cuando los primeros discípulos recibieron el Espíritu Santo y acto seguido se levantaron y predicaron con arrojo a la muchedumbre, lo cual condujo a la salvación de tres mil almas (v. capítulo 2 de Hechos).

Pedro, que tanto se había asustado cuando detuvieron a Jesús que lo negó tres veces, predicó con audacia y

valentía a una gran multitud tras llenarse del Espíritu Santo. Con ello se puso de manifiesto que ese denuedo no le venía de sí mismo, sino que era obra de Cristo, que primero vivía con él y luego en él. «Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros» (2 Corintios 4:7). Todos necesitamos el bautismo del Espíritu Santo que nos dote de suficiente amor, poder y fortaleza para ser lo que Dios quiere que seamos.

Al igual que la salvación, el Espíritu Santo se recibe por fe. Eso quiere decir que no siempre hay muestras inmediatas de la obra del Espíritu en nosotros. Sin duda el Espíritu Santo se manifestará en tu vida, quizá en el momento, quizá más adelante. «A cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para el bien de todos» (1 Corintios 12:7).

Una vez que recibas la unción del Espíritu de Dios, si permaneces en Su Palabra, la Biblia, y guardas los mandamientos de Jesús, contarás con la guía del Espíritu. «Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios» (Romanos 8:14).

Si pides a Dios que te dé Su Espíritu Santo, sabrás que has recibido la unción prometida de la misma manera que sabes que estás salvado: porque la Biblia lo dice. «La fe es por el oír la palabra de Dios» (Romanos 10:17). Jesús dijo: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (Mateo 7:7,8). «Si ustedes, siendo malos, saben dar buenos regalos a sus hijos, ¿cuánto más su Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que le pidan?» (Lucas 11:13).

Si aún no has recibido el Espíritu Santo, si aún no te has llenado de Él, hazlo ahora mismo con la siguiente oración: Jesús, lléname hasta rebosar de Tu Espíritu Santo, de manera que te ame más, entienda Tus palabras escritas en la Biblia, te siga más de cerca y tenga más poder para hablar de Tu amor y salvación. Amén. ■

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DIOS EN TRES PERSONAS: La Trinidad

Alguien que no conoce mucho del tema podría llevarse la impresión de que el cristianismo venera a tres Dioses —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo—. Pero no es así. Los cristianos creen que hay un solo Dios. La doctrina que explica el concepto de cómo el Padre, Hijo y Espíritu Santo constituyen un solo Dios se denomina la doctrina de la Trinidad.

Dicha doctrina explica que Dios siempre ha existido como tres personas que conforman un solo ser, cada una distinta de la otra: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Las tres, sin embargo, constituyen un solo ser. Cada una de las personas que lo conforman es en su totalidad Dios y tiene todos los atributos y la esencia integral de Dios.

El concepto de tres personas en un Dios no es algo que estuviese claramente establecido en el Antiguo Testamento, si bien hay versículos del mismo que infieren que existe más

de una persona en Dios. (v. Génesis 1:26; Isaías 6:8.) La noción de las tres personas en un solo Dios quedó clara en el Nuevo Testamento a raíz de la vida, muerte y resurrección de Cristo, y el derramamiento del Espíritu Santo sobre los creyentes. Los seguidores de Jesús llegaron a entender que Jesús es Dios, pero que es un ser distinto o separado de Dios, y que el Espíritu Santo también es Dios, pero a su vez un ser distinto o separado del Padre y del Hijo.

En 2 Corintios Pablo detalla las personas de la Trinidad de tal manera que queda claro que se trata de personas diferentes entre sí: «Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes»

(2 Corintios 13:14)

Justo antes de ascender al cielo, Jesús manda a los discípulos a que bauticen en el nombre de cada una de las personas de la trinidad, demostrando así que las consideraba

a todas como iguales, es decir, que a Sus ojos todas eran Dios. «Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28:19).

En realidad, para nosotros los seres humanos es imposible entender plenamente el concepto de que Padre, Hijo y Espíritu Santo constituyen un solo Dios. Puede ser desconcertante, mas por otra parte concuerda con nuestra creencia de que existe un Dios todopoderoso y omnisciente. A medida que se nos revela el concepto de la Trinidad, es lógico que algunos aspectos de su identidad sobrepasen nuestra experiencia y entendimiento humanos. Por eso, no te preocupes si no alcanzas a comprenderlo del todo. Lo importante es saber que Dios es uno solo, que a ese Dios lo conforman tres Personas, que Dios te ama, que Jesús murió por tu salvación y que el Espíritu Santo está siempre a tu lado en calidad de ayudante y consejero. ■

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LA FUENTE DEL VERDADERO AMOR

Dios nos creó con la necesidad de amar y ser amados. Él y solo Él puede satisfacer el más profundo anhelo del alma humana: llegar a sentirse totalmente amada y comprendida. Las cosas terrenales podrán satisfacer el cuerpo, pero solo Dios y Su amor eterno son capaces de llenar el vacío espiritual que tenemos en el alma y que Él creó exclusivamente para Sí. El espíritu humano nunca podrá sentirse satisfecho del todo con otra cosa que no sea la unión plena con el gran Espíritu de amor que lo creó.

«Dios es amor» (1 Juan 4:8). Es el Espíritu mismo del amor, del amor verdadero, un amor inmortal prodigado por un Amante incapaz de abandonarnos, el más sublime de todos los amantes. Se lo ve reflejado en Su Hijo Jesús, que vino, vivió y murió por amor, a fin de que pudiéramos vivir y amar eternamente. «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» ( Juan 3:16).

Si la gente entendiera la magnitud del amor del Señor —lo verdaderamente incondicional, profundo, amplio e

infinito que es—, superaría muchos de sus problemas. Se liberaría de muchos temores, preocupaciones y remordimientos. Si lograra entender eso, sabría que a la larga todo se va a solucionar, que Él hará que todo redunde en bien para los que lo aman, los que son llamados conforme a Su propósito (Romanos 8:28), y que la mano con que dirige y modela nuestra vida obra con perfecto amor.

Incluso antes de haber hecho el mundo, Dios nos amó y nos eligió en Cristo para que seamos santos e intachables a sus ojos. Efesios 1:4 (ntv) ■

ORACIÓN PARA HOY EL DON DE CONOCERTE

Gracias, Jesús, por la vida que me has dado. Gracias por traerme a este mundo y hacerme el mayor de los regalos: que te pueda conocer y amar. No me lo gané a pulso, no tuve que hacer nada en particular. Simplemente me pediste que lo aceptara. No sabes cuánto te lo agradezco, Jesús, porque no me lo merecía.

Me has dado todos estos años de vida. Ha habido altibajos, pero gracias a todo ello aprendí a confiar en Ti. Por fin he comprendido que lo haces todo bien. Cada año de mi vida está en Tus manos, del mismo modo que conoces cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo. Amén.

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De Jesús, con cariño

LA FUENTE DE LA ALEGRÍA

Cuando me aceptas en tu vida y empiezas a conocerme, te lleno de una felicidad intensa y profunda. Es lo que el apóstol Pedro describió como un «gozo inefable y glorioso» (1 Pedro 1:8).

Al morir en la cruz expié los pecados del mundo, entre ellos todas las injusticias y errores que alguna vez cometiste. A consecuencia de ello, quienquiera que crea en Mí y me reciba vivirá para siempre. Eso te incluye a ti. Cuando entiendes lo que significa, cuando te das cuenta de que está todo perdonado, de que te amo incondicionalmente, de que estaré a tu lado pase lo que pase, de que nunca te daré por caso perdido y que sea lo que sea que te depare la vida puedes esperar con ilusión la felicidad eterna que disfrutarás en un mundo verdaderamente ideal, eso es motivo de gran alegría y satisfacción.

La felicidad viene de la convicción de que los problemas acuciantes y las imperfecciones de este mundo pronto pasarán, y que luego todo se perfeccionará en el amor. Tomas conciencia de ello dirigiendo tu atención hacia Mí y centrándola en Mi poder y en Mis promesas.

Y si ya conociste esa alegría en otro momento, pero por algún motivo la perdiste, puedes recobrarla de igual forma. Medita en Mí, en todo lo que hice por ti y en todo lo que te prometí. A Mis primeros discípulos les dije: «Estas cosas les he hablado, para que Mi gozo esté en ustedes, y su gozo sea perfecto» ( Juan 15:11 nbla). Pues bien, ese gozo también puede ser tuyo.

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