CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA
A ñ o 18 • N ú m e r o 7
OASIS DE CALMA
Preliminares de la oración meditativa
Una noche larga y oscura
Pero tenía algo a qué aferrarme
Mis listas y Dios
¿Qué considera Él prioritario?
Año 18, número 7
A N U E S T RO S A M IG O S Dios te in vita
Mientras preparaba el presente número de Conéctate me topé con esta estupenda frase: «En nuestra relación con Dios lo importante no es hacer esto o aquello, de esta manera o en tal lugar, sino descubrir realmente quién es Él». A los propios discípulos de Jesús les costó una barbaridad llegar a conocer bien a Dios. Un día que observaron a Jesús orar, notaron que hablaba íntimamente con Su Padre. Deseando ellos mismos disfrutar de esa conexión, le pidieron que les desvelara el secreto. Él les respondió enseñándoles el padrenuestro, seguido de una sencilla verdad: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá»1. Eso, por supuesto, no significa que todo lo que se nos antoje pedirle se nos conceda automáticamente. La Biblia explica qué oraciones obtienen respuesta: «Estamos seguros de que Él nos oye cada vez que le pedimos algo que le agrada»2. Dios escucha todas nuestras peticiones y está atento a nuestras necesidades y afanes; pero nosotros no siempre sabemos lo que más conviene ni tenemos una visión de conjunto de las situaciones. En cambio, Él sí. Sus respuestas, de un modo u otro, contribuyen a la realización de los planes que Él tiene para Sus hijos. El mensaje de Jesús para todos está muy claro: Dios anhela comunicarse y relacionarse con los seres humanos. La oración nos conecta con Él y a Él con nosotros. De ahí la importancia de mantener bien despejadas esas líneas de comunicación. Si quieres contar con Su amistad en los momentos de apuro, debes ofrecerle también la tuya el resto del tiempo, sosteniendo jugosas conversaciones con Él. «Vengan, pongamos las cosas en claro —dice el Señor—»3. Gabriel García V. Director 1. Lucas 11:9,10 2. 1 Juan 5:14 (ntv) 3. Isaías 1:18 (nvi) 2
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Jewel Roque
El Día QUE SE ROMPIÓ La SILLITA Estaba muy dichosa de haber tenido otro bebé.
Allen era uno de esos niñitos felices y apacibles. Lo ponía en su sillita y —despierto o dormido— se quedaba quietecito mientras yo lo mecía con un pie y escribía en mi portátil. Tenía un trabajo de escritorio que desempeñaba a media jornada, en casa, y estaba contenta de poder seguir haciéndolo aun con un bebé tan pequeño. Me enorgullecía de ser capaz de atender varias cosas a la vez y recibía muchos elogios por ello. El nene fue creciendo y pasaba más ratos despierto; así y todo, le encantaba su sillita mecedora. Un día noté que la sillita estaba más cerca del suelo que de costumbre. Me imaginé que Jessica —mi hija mayor, que por entonces tenía dos años— se había sentado encima 1. Ronald Dunn (Grand Rapids: Zondervan, 2001) 2. Lucas 18:1
y la había vencido. Quise enderezar el armazón, pero no lo conseguí. Le pedí a mi marido que le echara un vistazo, y su conclusión fue que había que soldar la estructura. Era más fácil comprar una nueva. Al rato llegó la hora de la siesta de Allen. Estaba acostumbrada a dormirlo meciéndolo en la sillita sin parar de trabajar. Ese día, sin embargo, tuve que acunarlo en brazos hasta que se durmió. Primero lo estuve bamboleando mientras caminaba por la habitación, luego sentada en mi mecedora. Cuando por fin se durmió, no quise ponerlo en la cuna, no fuera que se despertara. Así que me quedé sentada como una inútil. Cuanto más pensaba en todo lo que tenía que hacer, más me impacientaba. Entonces me vino una idea distinta: «Ponte a orar». Me acordé del título de un libro que había leído: No te quedes parado; reza por algo1. Apliqué, pues, ese principio. Oré por mi bebé, por el trabajo de mi marido,
por mi hija, por mis diversas obligaciones, por mis amigos y familiares. Para cuando el nene se despertó, me sentía increíblemente renovada y optimista. Tenía la impresión de haber logrado mucho más que si hubiera estado mecanografiando en la computadora. Y seguramente así fue. Jesús nos enseñó que debemos «orar siempre»2. Admito que no estoy ni cerca de alcanzar semejante grado de constancia en la oración; pero vamos, si logro pasarme la siesta de mi hijo rezando por los demás, tal vez me aproxime un poquito a ese ideal. A raíz de aquel contratiempo que no me permitió rendir al máximo en mi trabajo, Dios me llevó a descubrir algo que tiene un valor mucho más duradero. Jewel Roque estu vo 12 años en la India, donde tr abajó de misioner a. A hor a vive en Califor nia y es r edactor a y cor r ector a de textos. ■ 3
jESÚS NOS ENSEÑÓ A
ORAR
Adaptación de un artículo de Peter Amsterdam
«Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando
terminó, uno de Sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos”»1. La oración fue parte integral de la vida y el ministerio de Jesús. Los evangelios mencionan numerosas ocasiones en que Jesús oró. Enseñó a orar a Sus discípulos, que lo vieron orar, lo oyeron rezar por ellos y escucharon Sus consejos sobre la oración. Antes de muchos de los acontecimientos, milagros y decisiones relevantes de la vida de Jesús, hasta el momento mismo de Su muerte, Él se entregó a la oración. El hecho de que se preocupara de rezar y enseñara a Sus discípulos a hacerlo es señal de que la oración constituye 1. Lucas 11:1 2. V. Lucas 5:15,16; Marcos 1:35–37 3. Mateo 6:9–13 4. Mateo 6:5–8 (nvi) 5. Lucas 18:1 (rvc) 6. Mateo 21:21,22 (ntv) 7. Marcos 14:38 8. Mateo 19:13–15 (nvi) 9. Lucas 22:41,42,44 4
una parte importante de la vida de un discípulo. Jesús solía retirarse a solas para orar. Se apartaba de las multitudes y a veces de Sus seguidores más cercanos con el objeto de orar2. También rezaba en presencia de Sus discípulos. El ejemplo de Jesús en ese sentido tuvo un impacto innegable en los discípulos. Ello se hace evidente a lo largo del libro de los Hechos, el cual alude a menudo a las oraciones de los discípulos. Jesús también dio a Sus discípulos consejos prácticos para orar. Les dijo: «Vosotros, pues, oraréis así: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal”»3. También indicó a Sus discípulos qué prácticas desaconsejaba: «Cuando oren, no sean como los hipócritas, porque a ellos les encanta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que la
gente los vea. Les aseguro que ya han obtenido toda su recompensa. Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará. Y al orar, no hablen solo por hablar como hacen los gentiles, porque ellos se imaginan que serán escuchados por sus muchas palabras. No sean como ellos, porque su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan»4. Jesús les enseñó a ser persistentes en la oración, como narra el Evangelio de Lucas: «Jesús les contó una parábola en cuanto a la necesidad de orar siempre y de no desanimarse»5. Les enseñó también el poder que tiene la oración, que las oraciones obtienen respuesta y se deben hacer con fe y confianza, sabiendo que Dios es todopoderoso y que no hay nada que Él no pueda llevar a cabo en respuesta a nuestras peticiones. En el libro de Mateo, Él dice: «Si tienen fe y no dudan, pueden hacer
cosas como esa y mucho más. Hasta pueden decirle a esta montaña: “Levántate y échate al mar”, y sucederá. Ustedes pueden orar por cualquier cosa, y si tienen fe la recibirán»6. Exhortó a Sus discípulos a velar y orar para no caer en tentación y pecado. «Velad y orad, para que no entréis en tentación»7. Jesús también oró por los demás, como narra Mateo en su evangelio: «Llevaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orara por ellos, pero los discípulos
reprendían a quienes los llevaban. Jesús dijo: “Dejen que los niños vengan a Mí, y no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos”. Después de poner las manos sobre ellos, se fue de allí»8. Es evidente, por lo que describen los evangelios, que Jesús oró con enorme fervor antes de Su detención. El Evangelio de Lucas dice: «Él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: “Padre, si quieres, pasa de Mí esta copa; pero no se haga Mi voluntad, sino la
Tuya”. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era Su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra»9. La oración es importante. Es parte de nuestra comunicación con Dios. Nos sirve para relacionarnos con Él, para permanecer en Él. Es un medio de conectarnos con Su poder. Es útil para amar y ayudar a los demás al suplicar por ellos. Es una forma de proteger nuestra vida y salud espiritual. Tiene un efecto palpable en las personas por quienes rezamos. Nos da la oportunidad de presentarnos humildemente ante Dios para implorar Su ayuda y pedirle que nos perdone. Peter A mster dam dir ige juntamente con su esposa, M ar ía Fontaine, el movimiento cr istiano La Familia Inter nacional. ■ 5
Una noche LARGA Y OSCURA Joyce Suttin
Había ido a la tienda naturista, a diez cuadras de casa, para comprar vitaminas. Aunque me encanta caminar y hacía ese trayecto a menudo, ese día la sensación era diferente. Primero se me olvidó mi listita, luego me confundí con el dinero del cambio. De regreso me detuve en un paso de peatones a la espera de que cambiara el semáforo. Al cabo de unos momentos noté que la gente me miraba raro, y entendí que, aunque el semáforo había cambiado varias veces, yo no había cruzado. El resto 6
del trayecto se me hizo más largo que de costumbre. Entré en la cocina y me puse a preparar la cena. Los niños habían regresado del colegio, así que tenía que darme prisa. Entonces sucedió algo de lo más inesperado. Me fijé en el charco de agua que había en el piso y de golpe caí en la cuenta. Tenía apenas siete meses de embarazo, pero algo no andaba nada bien: estaba empezando el trabajo de parto. Teníamos una partera que había venido varias veces a casa a revisarme. Se presentó enseguida y
confirmó que se había roto la bolsa de aguas. Me recomendó que, dadas las circunstancias, fuera enseguida al hospital. Allí me mandaron reposo total, mientras esperaba a aquel bebé que quería hacía su aparición con ocho semanas de antelación. La semana se me hizo eterna. Aunque no me gustaba estar hospitalizada, me aseguraron que no me quedaba otra opción. Mi útero estaba comprometido. Si no daba a luz pronto contraería una infección y me tendrían que someter a un parto de emergencia. Repliqué que eso
Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón. Jeremías 29:13 (nblh) Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque Tú estás a mi lado; Tu vara de pastor me reconforta. Salmo 23:4 (nbd) Abraham estaba plenamente convencido de que Dios es poderoso para cumplir todo lo que promete. Romanos 4:21 (ntv)
no era posible, que había tenido tres partos perfectamente naturales, tres bebés perfectos. Insistieron en que, si abandonaba el hospital, el bebé moriría, y posiblemente yo también. Tenían razón. Después de pasarme toda esa semana orando para que el bebé permaneciera en mi vientre lo más posible, me sentí muy enferma. De golpe me vino una fiebre de 40°, y me ingresaron de urgencia en la sala de partos. Luego de unas contracciones esporádicas, unas difíciles intervenciones y casi una cesárea, di a luz a mi segundo hijo varón. El parto fue distinto de los anteriores. Me costó celebrarlo. Estuve orando con toda el alma, me administraron cantidad de medicamentos, y enseguida se llevaron al bebé a cuidados intensivos. Esa noche fue la más difícil de mi vida. Me encontré sola, batallando contra una fuerte infección que me recorría el organismo y escuchando que la situación era un cara o cruz, es decir, que mi bebé tenía un 50 por ciento de probabilidades de sobrevivir a aquella noche. La oración puede tener diversos grados de fervor. Antes de eso yo
había rezado frecuentemente por otras personas, invocado protección para mi familia y orado por todas las cosas por las que se suele orar. Pero la desesperación que sentí aquella noche no la había tenido nunca. Estaba enferma y desvalida. No había nada que pudiera hacer salvo orar. No hice otra cosa. No podía dormir. Me quedé esperando a que pasaran a ponerme las inyecciones y rezando. Fue la noche más lóbrega de mi vida, una situación que puso a prueba todo aquello en que había depositado mi fe y cimentado mi vida. ¡Cuántas veces había hablado de la eficacia de la oración! ¡Cuántas veces había citado versículos de la Biblia que dicen que para recibir hay que creer! Aquella noche, sin embargo, mi hijo recién nacido y mi fe estaban en el altar: lo único que podía hacer era reclamar las promesas divinas de sanación y luchar por creer que Dios salvaría a mi bebé. Al amanecer vino una enfermera a decirme que el niño estaba estable. Me bajó la fiebre, y descansé plácidamente por primera vez desde
el parto. Al despertar me dijeron que podía ir a cuidados intensivos a ver a mi hijo. Tomé en brazos a aquel bebé chiquitito y me eché a llorar. Dios nos había salvado a los dos. Había fortalecido su corazón y sus pulmones débiles y lo había mantenido vivo a pesar de la dificultad del parto. El bebé había estado a un tris de morir, pero había luchado por vivir, y el Señor había luchado por él y por mí durante toda aquella noche incierta. Sostuve en mis brazos a aquel preciado tesoro y supe que, así como Dios nos había guardado, de ninguna manera faltaría a Su Palabra. Puede que no todo salga según nuestros planes. A veces se presentan situaciones críticas. Muchas de nuestras esperanzas se truncan. Con todo, estoy segura de que Dios sigue en el trono y la oración cambia las cosas. Su Palabra es un firme cimiento en el que podemos apoyarnos en las largas y lóbregas noches de nuestra vida. Joyce Suttin es docente jubilada y escritora. Vive en San Antonio, EE. UU. ■ 7
Paz eficaz ¿Alguna vez has tenido
un día de esos en que parece que el mundo entero conspira contra ti y todo lo que podría salir mal sale mal? A mí me ocurrió un 29 de febrero, fecha que solo aparece cada cuatro años. Al mirar la lista de lo que tenía agendado para ese día, me dio la impresión de que durante cuatro años se había tramado un complot para que en esas 24 horas tuviera que realizar las tareas de cuatro jornadas. En primer lugar, de improviso me reprogramaron un examen para la tarde, cuando tenía a los niños conmigo. Tuve que conseguir a alguien que viniera a cuidarlos para poder ir yo al centro a dar mi examen. Por otra parte, llevaba algún tiempo con sinusitis, y ese día tenía un fuerte dolor de cabeza, con lo que se me hacía pesado desplazarme, y más todavía pensar. Como no nos habían dicho qué temas abarcaría el examen, me tocaba revisar diez unidades. En medio de todo aquello llegaba mi madre de Brasil de visita. Su
1. V. Romanos 8:28 2. Juan 14:27 (ntv) 8
Michele Roys
avión debía aterrizar en esas dos horas en que yo tendría el examen. Se había dejado el celular en su casa y hacía cinco días que no respondía a los mensajes cada vez más frenéticos que yo le enviaba. El aeropuerto al que iba a llegar queda a tres horas de nuestra casa. Necesitaba que se comunicara con nosotros para ver qué podíamos hacer para recogerla. Aquella misma noche —es decir, si sobrevivía al resto de la jornada— debía asistir a un ensayo coral en una iglesia del centro, dado que en dos días más nuestra agrupación iba a hacer la presentación inaugural del Festival Coral Internacional, todo un acontecimiento en Irlanda. Tenía que terminar de aprenderme dos piezas en polaco, además de algunos versos en latín, inglés e italiano, todo antes del ensayo vespertino. Estaba al borde de las lágrimas. Me escapé un momento a mi habitación para ordenar mis pensamientos. Cuando entró mi marido, vio el estado en que me encontraba y se ofreció a orar por mí, lo cual naturalmente acepté. En
su oración dijo algo que me llamó la atención: «Ayúdala a hallar paz y dale la seguridad de que Tú lo resolverás todo para bien»1. «¿Cómo puedo hallar paz?», me pregunté. Sabía que no lograría esa paz por mí misma y que necesitaba encomendarle a Dios toda mi carga mental y emocional.
Comencé mi oración contándole mi frustración, cómo me exasperaban mis molestias físicas, el miedo que me inspiraban las incógnitas de la jornada. En aquella oración mencioné cada uno de los elementos de aquel día y le expresé a Dios con pelos y detalles que necesitaba paz y alivio en aquellas circunstancias estresantes. Le pedí que me diera alguna señal de que me ayudaría,
pues en ese momento no sabía siquiera cómo iba a ser capaz de manejar hasta el centro en el estado en que estaba. De golpe me vino a la memoria un pasaje bíblico: «Les dejo un regalo: paz en la mente y en el corazón. Y la paz que Yo doy es un regalo que el mundo no puede dar. Así que no se angustien ni tengan miedo»2. Desconocía de qué forma me iba a ayudar eso a resolver los problemas. Con todo, le pedí a Jesús que me diera esa paz que me había prometido, aunque aún me embargaba un sentimiento de impotencia e incertidumbre. Continué meditando, y entonces sucedió algo asombroso. De repente dejé de sentirme contrariada por todo lo que sucedía. No sé cómo explicarlo; solo puedo afirmar que me sentí más liviana. La paz que anhelaba se apoderó de mi mente y espíritu, y me sentí aliviada, casi como si estuviera flotando. La presión que me causaba tanta ansiedad se redujo, y me serené. Se me despejó la mente. Lo único que había hecho era rezar y tomarme unos minutos para 9
reflexionar sobre el versículo que me había venido al pensamiento. Ese simple acto encaminó mis procesos mentales en una dirección completamente distinta. Mientras me preparaba para salir, me maravillé del poder de Dios. Ya en el auto, recé para que esa sensación persistiera, pues me sentía divinamente. Recuerdo que pensé: «Ya no tengo pánico. Ya no estoy a punto de llorar. ¡Esto es fantástico!» Ahora te contaré cómo transcurrió el resto de la jornada, que una vez más me recordó que Dios no nos defrauda: Llegué al centro y encontré fácilmente dónde estacionar. Si bien era un día nublado, no llovía, lo que ya es mucho decir en Irlanda. Llegué al edificio donde debía dar el examen con 20 minutos de antelación y tuve ocasión de hablar con mi profesora. Le hablé de mi dolor de cabeza y de que tenía la esperanza de pasar la prueba. Me dijo que estaba segura 3. Bob Edwards, Living Up in a Down World: Living Life Grace “Fully”, pág. 21 4. Filipenses 4:7 (ntv) 10
de que me iría muy bien, lo cual me animó. Y así fue. Mientras contestaba las preguntas del examen me llevé la grata sorpresa de que me sabía la mayoría de las respuestas. Fui de las primeras en terminar, y cuando estaba volviendo a casa llamó mi madre para decirme que había llegado bien y que en el aeropuerto había tomado un bus hasta nuestra ciudad, donde un amigo la recogió y la dejó en casa. Me llegó un mensaje de texto de una amiga que se ofrecía a llevarme al ensayo. ¡Otra buena noticia! El ensayó salió bien, y aunque me dolió la cabeza las tres horas que duró, al menos no fue un dolor pulsátil, lo que lo hizo más soportable. Era casi medianoche cuando regresé a casa y me acosté. Mi marido me había esperado despierto, y le agradecí que hubiera orado por mí. También le di gracias a Dios por haberme ayudado a encontrar paz, lo cual hizo que mi caótica jornada, increíblemente, terminara bien. Al día siguiente investigué el sentido bíblico del término
paz. Descubrí que en el Antiguo Testamento significaba «plenitud, solidez y bienestar integral». En el Nuevo Testamento la palabra suele significar «serenidad, una combinación de esperanza, confianza y sosiego mental y espiritual»3. Me quedé impresionada cuando me di cuenta de que esa era justamente la sensación que me había embargado el día anterior. La paz en realidad no es otra cosa que fe, confianza en que Dios lo resolverá todo de algún modo. Cuando te toque vivir un día como ese que acabo de describir —ojalá que no sea sino cada año bisiesto—, simplemente reza y pídele a Dios que te dé Su paz. Después cédele el control. Te sorprenderán las soluciones que Él ideará y la paz que te brindará. «Así experimentarán la paz de Dios, que supera todo lo que podemos entender. La paz de Dios cuidará su corazón y su mente mientras vivan en Cristo Jesús»4. Michele Roys es empr endedor a social y madr e de dos hijos. Vive en Ir landa. ■
Keith Phillips
COMUNICACIÓN CON DIOS
«Dios encuentra formas de
comunicarse con quienes de veras lo buscan —escribe Philip Yancey, autor de obras cristianas—, sobre todo cuando bajamos el volumen de las interferencias del entorno». Cerca de 300 años antes, Isaac Newton hizo el mismo descubrimiento, que explicó de la siguiente manera: «Tomo mi telescopio y observo en el espacio cuerpos celestes que se encuentran a millones de millas de distancia. Pero también puedo dejar a un lado mi telescopio, retirarme a mi alcoba y, en oración ferviente, acercarme más a Dios y al Cielo que si contara con todos los telescopios […] que hay en la Tierra». Unas palabras de Virginia Brandt Berg llevan aún más lejos este concepto: «Cuando te desentiendes de las cosas temporales que te distraen y te hostigan y, en presencia de Dios, te concentras en lo celestial, en Su majestad y Su gloria, empieza a obrar en ti Su poder transformador». Eso explica quién nos transforma, cuándo, por qué y cómo; pero no en 1. 2 Corintios 3:18 (nvi)
qué nos transformamos. Eso es lo mejor de todo. El apóstol Pablo se encarga de aclararlo: «Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria
Creemos en un Dios que crea libremente el mundo y lo ordena y hermosea para que las mentes humanas reconozcan en lo que Él ha hecho las señales de Su poder, Su gracia y Su encanto. Creemos en un Dios que desea darse a conocer, ya que ha dispuesto que los seres humanos hallen paz y alegría mediante Su conocimiento. Creemos en un Dios que no solo pone señales de Su poder en la creación, sino que nos comunica la voluntad y el propósito que tiene para nosotros: nos muestra qué clase de vida debemos llevar para estar en paz con Él, una vida de justicia y veracidad, de misericordia y dominio propio. Rowan Williams (n. 1950)
del Señor, somos transformados a Su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu»1. Ahora bien, si la reflexión silenciosa puede producir tales resultados, ¿por qué no la practicamos con más asiduidad? Las más de las veces se debe a las «interferencias del entorno». Nos distraemos con nuestras obligaciones y actividades habituales, el ajetreo que nos rodea, la permanente riada de información que nos inunda, el mundo del espectáculo y, por supuesto, nuestros propios pensamientos. Además, acceder a la presencia de Dios demanda un esfuerzo, particularmente cuando no nos hemos hecho el hábito. ¿Cómo se adquiere el hábito? Hay que tener suficiente motivación y practicarlo regularmente. Y ¿qué mejor día para empezar que hoy? Keith Phillips fue jefe de redac ción de la revista Activated, la versión en inglés de Conéctate , durante 14 años, entre 1999 y 2013. Hoy él y su esposa Caryn ayudan a personas sin hogar en los EE. UU. ■ 11
OASIS de CALMA Preliminares de la oración meditativa
1er paso: Buscar un
lugar adecuado. A la mayoría nos resulta mejor meditar en un espacio tranquilo y despejado. Lo ideal es no hacerlo donde trabajamos, ni en el ambiente en el que pasamos la mayor parte de las horas de vigilia. Un lugar apartado al aire libre invita a meditar. El aire puro no solo nos renueva físicamente, sino que también representa el Espíritu de Dios que nos limpia la mente y el espíritu.
2º paso: Tomarse unos
minutos para sosegarse. Es prácticamente imposible pasar en un dos por tres del ritmo ajetreado que llevamos en un día cualquiera a un estado profundo de oración meditativa. A veces viene bien dedicar unos momentos a una actividad de enlace, por ejemplo escuchar música suave, dar un paseo o respirar profundamente. Probando diversas técnicas uno finalmente descubre la que mejor le resulta.
1. Filipenses 4:6 2. https://activated.org/es/columnas/ejercicios-espirituales 12
3er paso: Dejar los afanes a los pies de Jesús. Cuando los problemas te agobian y desconcentran, es difícil alcanzar la paz que brinda la meditación. Tómate unos minutos —o el tiempo que necesites— para encomendarle a Jesús en oración todo lo que te genera inquietud en ese momento. Descríbele detalladamente lo que te angustia y pídele que te libre de esas cargas y se las eche Él a cuestas. Centra tu atención en la capacidad que tiene Dios para aportar soluciones, no en los problemas. «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias»1.
4º paso: Relajarse. A veces puede resultar beneficioso hacer varios minutos de estiramientos suaves y respiraciones profundas, seguidas de un ejercicio de relajación (concéntrate en relajar la cara y el cuello, luego el resto del cuerpo, parte por parte). Si te sientes particularmente tenso, tal vez una ducha, un baño o una caminata al aire libre te ayuden a distenderte. Si estás agotado, quizá te venga bien dormir una siesta, ya que el cansancio extremo no es buen aliado de la meditación.
La paz exterior es consecuencia de conocer a Jesús interiormente. Para ello basta con que lo invites a entrar en tu corazón: Jesús, quiero conocerte y disfrutar de Tu paz. Entra en mi vida, sosiégame, ayúdame a conocerte mejor y hazme crecer en el Espíritu Santo y en el conocimiento de Tu Palabra. Amén.
¡Tú guardarás en perfecta paz a todos los que confían en Ti; a todos los que concentran en Ti sus pensamientos! Isaías 26:3 (ntv) Si Dios es nuestro Dios, nos dará paz cuando estemos atribulados. Cuando fuera se desate una tormenta, pondrá paz en nuestro interior. El mundo suele crear conflictos donde hay paz; Dios, en cambio, pone paz donde hay conflictos. Thomas Watson (c. 1620–1686) La meditación consiste simplemente en platicar con Dios acerca de Su Palabra, animado por el deseo de poner en armonía con ella tu vida y la de las personas por las que ores. William Thrasher
5º paso: Elegir una
postura cómoda. Al meditar, la actitud espiritual es mucho más importante que la postura corporal. No es necesario sentarse de determinada manera; es más, ni siquiera es preciso estar sentado. Lo importante es estar cómodo para poder concentrar la mente y los pensamientos con mayor facilidad.
6º paso: Meditar. Has
encontrado un lugar adecuado y has aminorado la marcha físicamente. Le has encomendado tus problemas y preocupaciones a Jesús, o sea, que están en buenísimas manos. Te has desenchufado de los asuntos que tienes
pendientes, estás relajado y cómodo, listo para un rato de meditación. Puedes optar por centrar tu atención en el propio Jesús, pensando en uno de Sus atributos, o en alguna bendición que te haya concedido. Otra posibilidad es meditar en algún precepto de la Palabra de Dios. Para empezar, te puede resultar útil leer un pasaje de la Biblia, uno de los mensajes de De Jesús, con cariño que publicamos en la contraportada de cada número de Conéctate, o alguna otra lectura devocional. En las columnas de Ejercicios espirituales de nuestro sitio web2 encontrarás más ideas para tus ratos de contemplación. ■
Cuando vemos que declina nuestra alma es conveniente elevarla enseguida con alguna meditación que nos avive, relacionada, por ejemplo, con la presencia de Dios, con la necesidad de dar cuenta ineludiblemente de nuestros actos, con el infinito amor de Dios en Cristo y los frutos asociados, con la excelencia del llamamiento del cristiano, con la brevedad e incertidumbre de esta vida, con el escaso beneficio que nos dejará de aquí a poco todo lo que hoy se roba nuestro corazón, y con el hecho de que nos acompañará por la eternidad, ya sea que empleemos este breve tiempo aquí para bien o para mal. Cuanto más permitamos que esas consideraciones arraiguen en nuestro corazón, más nos acercaremos al estado del alma que disfrutaremos en el Cielo. Richard Sibbes (1577–1635) En vez de nuestro agotamiento y fatiga espiritual, Dios nos proporcionará descanso. Solo pide que acudamos a Él, que pasemos un rato pensando en Él, meditando sobre Él, dialogando con Él, escuchando en silencio, ocupándonos en Él, total y absolutamente perdidos en lo recóndito de Su presencia. Chuck Swindoll (n. 1934) 13
s a t s i l s i M y Dios P h il lip M a
rt in
Toda mi vida me he preocupado de ser productivo. Me enorgullecía de saber qué hacer, de tener una lista priorizada de tareas pendientes, con las más importantes marcadas con resaltador, señaladas con un círculo o escritas en letra grande. Me movía con celeridad por la ciudad, deteniéndome aquí y allá para resolver y borrar de la lista algunos asuntos menores sin perder de vista los prioritarios. Hace unos años incluso ideé una tarjetita para planificar mis actividades diarias, impresa en cartulina gruesa y de pequeño tamaño para que me quepa en el bolsillo de la camisa. Cada día me preparo una, y la llevo siempre conmigo. En los últimos años he empleado esas tarjetitas en los seminarios que doy sobre gestión del tiempo. Pasaba gran parte de mis ratos de comunión con Dios con lápiz y agenda en mano, para anotar la multitud de cosas que debía hacer. Por lo general, al terminar esos ratos 1. Juan 15:5 (ntv), énfasis añadido 14
de comunión ya tenía mi plan del día con todos los asuntos debidamente ordenados. Me consumía la impaciencia, estaba listo para entrar en acción. La elaboración de ese plan me consumía una buena parte del tiempo que pasaba a solas con Dios. Hace poco, sin embargo, algo cortocircuitó todo mi modus operandi. Me vi por largo tiempo en una situación en la que me resultaba humanamente imposible atender a todo lo que había que hacer. Mis listas de tareas pendientes eran largas en exceso y contenían demasiadas variables. Había un cúmulo de asuntos de máxima importancia y demasiado estrés en mi vida. Para colmo, físicamente andaba agotado. La verdad es que mi situación se volvió tan agobiante que ni podía pensar en prepararme una lista. No quería sino estar cerca de Dios. Sabía que solo Él podía saciar mi alma y calmar la furiosa tempestad. En ese momento experimenté lo que Jesús describe en Juan 15: «Yo soy la vid; ustedes son las ramas. Los que permanecen en Mí y Yo en ellos
producirán mucho fruto, porque separados de Mí, no pueden hacer nada»1. Por primera vez caí en la cuenta de que a Jesús no le interesa mi lista de tareas; ni siquiera le interesa que le permita que me la prepare. Quiere más bien que permanezca en Él y me nutra de Su Palabra. Aún me preparo y uso listas, pero no con la intensidad de antes. Ya no tiene para mí máxima importancia. Lo que más me importa es hacer contacto con Jesús. Suele ser en esos momentos cuando mi alma escucha Sus casi imperceptibles susurros, generalmente sobre asuntos importantes para Él. Si tengo la cabeza y el espíritu abarrotados de mis propios pensamientos, es posible que no oiga esos susurros y que me pierda algo fundamental que tiene Dios en Su lista. Phillip Martin (1949–2016) fue un misionero estadounidense que durante 45 años hizo apostolado en el Subcontinente Indio y en otros países. ■
Las as s e r p r o s a d s o n que Dios de de u n t ex to A da ptación t Berg Dav id Br a n d
Lo que es necesario que
sepamos, Dios nos lo dice. A veces nos revela lo que queremos saber; pero generalmente tiende un velo sobre el futuro, de tal modo que solo Él conoce lo que sucederá. En cualquier caso, independientemente de lo que sepamos o dejemos de saber, Él ha prometido no abandonarnos ni desampararnos jamás. «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo»1. Además nos ha dado la antorcha de Su Palabra, que nos muestra por dónde va el camino. Siempre podemos alumbrarnos con la Palabra de Dios2. Las Escrituras dicen: «Lámpara es a mis pies Tu palabra, y lumbrera a mi camino»3. Así pues, cada vez que me encuentro en una situación incierta, en que no estoy totalmente seguro de que algo sea la perfecta voluntad de Dios y no sé si Él va a hacer que resulte bien o no, siempre le digo: «Tú sigues siendo el jefe, sigues siendo 1. Mateo 28:20 2. V. Salmo 119:130
3. Salmo 119:105
Dios. Total que si no sale todo como yo espero o tengo previsto o estoy procurando que sea, si no es eso lo que quieres que haga, si tienes otra idea y vas a lograr algo aún mejor quizá, o si quieres que saque alguna enseñanza de esto, sea cual sea Tu propósito, ayúdame a no hacer otra cosa que lo que Tú quieres». Es mejor tener una actitud abierta a lo que sea que Dios quiera que hagas. Habitualmente son cosas lógicas y de sentido común; no obstante, a veces Él no actúa ni mucho menos conforme a nuestras expectativas. En esos casos, debemos estar dispuestos a confiar en Él, aunque nos dé la impresión de que ha cambiado de opinión, aunque las cosas no resulten como nos las habíamos imaginado. No sabemos lo que nos deparará el futuro, ¡pero sí sabemos quién lo dispone! David Br andt Berg (1919–1994) fue el fundador y dir igente del movimiento cr istiano La Fa milia Inter nacional. ■
La hoja en blanco Muchos parecen más interesados en que Dios los escuche que en escuchar a Dios. Pretenden que Él apruebe los programas que le presentan, que estampe Su firma en los planes de ellos y les dé el visto bueno. Una vez escuché a alguien decir: «¿Estás dispuesto, no a presentarle a Dios tu programa para que Él lo firme, ni a firmar tú el programa que Él te presente, sino a firmar una hoja en blanco y dejar que Él la rellene sin saber cuál será Su programa?» David Brandt Berg ■ 15
De Jesús, con cariño
Reposa en Mí Me encanta que te tomes ratos de comunión conmigo. Ni siquiera tiene que haber palabras, oraciones o alabanzas de por medio. Si vuelves tus pensamientos hacia Mí y dejas que tu mente y tu espíritu permanezcan en Mí, podemos comunicarnos místicamente. Podemos ser como dos amantes que se alegran ante la perspectiva de estar en presencia el uno del otro, sin mediar palabras. Para ellos, abrazarse y mirarse a los ojos es comunicación suficiente. Sus corazones están en sintonía. No necesitan comunicarse verbalmente: están tan unidos que saben lo que el otro piensa. Lo mismo puede pasar entre nosotros. Se necesita paz y contentamiento de espíritu para establecer ese vínculo conmigo. Comienza por alabarme o por pensar en Mí, por volver tu corazón hacia Mí y meditar sobre la bondad que te manifiesto. Al hacerlo, nos conectaremos espiritualmente. Quiero que aprendas a alcanzar ese estado de plena relajación mental y corporal en el que Yo ocupo enteramente tus pensamientos. Siempre estoy presente para apacentar tu espíritu, guiarte en tus asuntos importantes y ofrecerte soluciones a los problemas que te agobian.