CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA
A ñ o 19 • N ú m e r o 10
SAL Y LUZ
Los criterios de Dios
¿Por quién haces el tonto? Arriésgate a ayudar
Saber vender
No hay nada como conocer el producto
Año 19, número 10
A N U E S T RO S A M IG O S Ser y hacer
Numerosos pasajes de la Biblia ofrecen respuestas a los grandes interrogantes de la vida y nos aclaran nuestra razón de ser. El rey Salomón —descrito en el Libro Sagrado como el hombre más sabio de su época1— descubrió la absurda vanidad de llevar una vida intrascendente. El libro de Eclesiastés termina con esta afirmación suya: «Respeta a Dios y guarda Sus mandamientos, pues en eso consiste ser persona»2. El autor del Salmo 73, un hombre llamado Asaf, relata su búsqueda de sentido tras haber observado a gente mala que gozaba de la vida tan campante y sin el menor escrúpulo. Al final llega a la conclusión de que ser amigo de Dios es lo más beneficioso y remata diciendo: «Yo me acercaré a Dios, pues para mí eso es lo mejor»3. Esa, no obstante, no es sino una de las caras de la moneda. Sor Noella, monja benedictina que tiene un doctorado en microbiología molecular y celular y obtuvo una beca Fulbright para estudiar los quesos franceses, dicta charlas motivacionales en las que compara el proceso de elaboración del queso con su vida espiritual. Si bien parte de nuestro desarrollo como cristianos es fruto de la oración y el estudio de la Palabra de Dios, la hermana Noella explica que para crecer también hay que ensuciarse las manos y hacer la obra de Dios, concepto que ella asocia con el lema de la orden benedictina: ora et labora, es decir, ora y trabaja. Sin restar importancia a la faceta espiritual —nuestro compromiso permanente de acercarnos a Dios, dedicar bastante tiempo a la lectura de Su Palabra y estrechar nuestra relación con Él—, este número de Conéctate se centrará en algunos de los aspectos prácticos de vivir el cristianismo. Termino con esta frase de Albert Barnes: «A falta de otros medios de hacer el bien —si somos pobres, incultos y desconocidos—, todavía podemos hacer el bien con nuestra vida. Ningún cristiano sincero y humilde vive en vano. A medianoche, hasta la luz más tenue resulta útil». Gabriel García V. Director 1. V. 1 Reyes 4:30 2. Eclesiastés 12:13 (blph) 3. Salmo 73:28 (dhh) 2
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EN TODAS PARTES ESTÁ JESÚS Iris Richard
Quedé atrapada en un
espantoso atasco de tráfico en la congestionada ciudad en la que vivo. La interminable fila de automóviles, camiones y autobuses se movía apenas a paso de tortuga. Solo los peatones, las motos y las bicicletas lograban avanzar un poco, serpenteando entre los carriles de vehículos. El aire viciado por los densos gases de los tubos de escape me revolvía el estómago. Con los labios apretados de impaciencia, me quedé observando la vereda sin pavimentar, todavía encharcada y fangosa por el aguacero caído poco antes. Entre los vendedores ambulantes que ofrecían frutas, verduras y artículos de segunda mano sobre lonas en el suelo alcancé a ver a un niño tullido, no mayor de siete años, que mendigaba con la mano extendida. En el carril contiguo, que era el que estaba más cerca de la acera, había una carreta tirada por un
1. 2 Timoteo 4:2
hombre vestido con pantalones gastados, una camiseta rasgada y zapatos cubiertos de barro. Con el rostro tenso y bañado en sudor, utilizaba su abultada musculatura para maniobrar en medio del tráfico la pesada carreta, cargada de sacos de papas apilados unos encima de otros. La mirada del chiquillo lisiado y la del hombre se encontraron. Este detuvo la carreta, metió la mano en el bolsillo, sacó una moneda y la colocó en la mano extendida del niño, el cual esbozó una hermosa sonrisa y alegremente exclamó: —Gracias, señor. Dios lo bendiga. No pude menos que evocar el ejemplo de Jesús cuando se inclinó a ayudar a los oprimidos, los cojos y los ciegos. Mi oración a Dios esa noche fue que Él me permitiera ser un instrumento Suyo —Sus manos y Sus pies— para alguna persona necesitada, estar lista «a tiempo y fuera de tiempo»1 para representarlo ante los demás.
Poco después tuve oportunidad de poner en práctica esa oración. Cuando mi hija se hallaba en la maternidad a punto de tener su tercer hijo, me di cuenta de que la señora de la cama de al lado, detrás de la cortina divisoria, estaba sufriendo muchísimo con sus dolores de parto. Era una desconocida, pero sentí el impulso de acercarme y preguntarle si la podía ayudar en algo. He asistido muchos partos, por lo que me ofrecí a ayudarla con un ejercicio de respiración que la aliviaría. Ella me tomó del brazo y al rato aprendió la técnica y logró relajarse entre contracciones. —Eres un ángel —resopló después de una fuerte contracción. —No soy un ángel —le respondí—, pero intento hacer lo que Dios me indica. Ir is R ichar d es consejer a. Vive en K enia, donde ha participado activa mente en labor es comunitar ias y de voluntar iado desde 1995. ■ 3
SAL Y LUZ
Adaptación de un artículo de Peter Amsterdam
Jesús comienza el Sermón del Monte con las Bienaventuranzas, que ofrecen una visión general de cómo deben vivir su fe los seguidores de Sus enseñanzas. En el resto del sermón entra en mayores detalles y presenta otros principios que amplían los expuestos en las Bienaventuranzas. Uno de esos principios aparece justo a continuación de las Bienaventuranzas. Es el siguiente: «Ustedes son la sal de este mundo. Pero si la sal pierde su sabor, ¿cómo seguirá salando? Ya no sirve más que para arrojarla fuera y que la gente la pisotee. Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad situada en lo alto de una montaña no puede ocultarse. Tampoco se enciende una lámpara de aceite 1. Mateo 5:13–16 (blph) 4
y se tapa con una vasija. Al contrario, se pone en el candelero, de manera que alumbre a todos los que están en la casa. Pues así debe alumbrar la luz de ustedes delante de los demás, para que viendo el bien que hacen alaben a su Padre celestial»1. En la Antigüedad, la sal era mucho más importante que hoy. La ley mosaica exigía que los sacrificios realizados en el templo contuvieran sal, y los soldados romanos recibían una porción de su sueldo en sal. Una pizca de sal que se agregue a la comida condimenta todo el plato y le da mucho mejor sabor. Los auténticos seguidores de Jesús irradian los atributos mencionados en las Bienaventuranzas y a lo largo del Sermón del Monte, con lo que ejercen una influencia positiva en sus congéneres. En ese sentido son como
sal, ya que dan sabor a todos los que están a su alrededor. Desde tiempos remotos la sal se empleó para conservar la comida —más que nada el pescado y la carne— y evitar que se pudriera y descompusiera. En el mundo, los creyentes pueden y deben influir en las personas y en la sociedad de manera que se preserven los buenos y sanos valores y se contrarreste lo que según las Escrituras es pernicioso. Los cristianos tenemos la misión de ser una fuerza espiritual y moral positiva en este mundo, viviendo las enseñanzas de Jesús, esforzándonos por emularlo y dando a conocer la buena nueva de la salvación. Hoy en día sabemos que la sal pura (cloruro sódico) no pierde su sabor. Sin embargo, por lo general en tiempos de Jesús la sal no era pura, toda vez que no había refinerías. En
Palestina la sal solía proceder del mar Muerto y era más pulverulenta que la de hoy en día. Además contenía otros minerales. Por ser la sal la parte más soluble de la mezcla, se corría el peligro de que el agua se llevara la sal, dado que el cloruro de sodio es hidrosoluble. De modo que si estaba expuesta a condensación o a la lluvia, podía disolverse y perderse. Cuando eso sucedía, aunque el polvo blanco que quedaba seguía pareciendo sal, ni sabía a sal ni tenía sus propiedades conservantes. No servía para nada. Al igual que la sal sosa, los discípulos que no están auténticamente comprometidos para actuar como discípulos se vuelven ineficaces. A continuación Jesús utiliza otra metáfora para señalar que los discípulos deben iluminar el mundo que los rodea, y que si no ponen de manifiesto las obras del Padre son
como luces que no se ven. El mundo necesita la luz de Jesús, y los discípulos deben ser visibles, como una ciudad asentada sobre un monte, que de día se ve claramente de lejos y de noche también gracias a sus luces. Jesús habla también de las lámparas que se usan dentro de una casa. La típica casa campesina de Israel contaba con un único cuarto, con lo que una sola lámpara la iluminaba toda. En tiempos de Jesús, las lámparas domésticas consistían en un cuenco de aceite, no muy hondo, con una mecha. Normalmente estaban fijas y se colocaban en un candelero. Jesús señala que la lámpara se pone en el candelero para que ilumine toda la casa; no se tapa con una vasija, pues no se alcanzaría a ver la luz. Tal vasija —palabra que en algunas versiones de la Biblia se traduce como cajón— era un recipiente
que se empleaba para medir grano y tenía unos nueve litros de capacidad. Se hacía de barro o de juncos. Al colocar un recipiente de ese tipo sobre una lámpara, se ocultaría totalmente la luz y terminaría apagándose. Para que una lámpara cumpla su propósito, que es alumbrar, tiene que estar visible; por consiguiente, tapar la luz sería absurdo, contrario a la razón de ser de la lámpara. Asimismo, para ser cristianos eficaces debemos vivir de tal manera que otros noten que somos cristianos y sepan cómo es una persona que se rige por las enseñanzas de Jesús. Así como una ciudad ubicada sobre un monte se distingue claramente y una lámpara ilumina toda la casa, también nosotros debemos ser luz de Dios para las personas con las que nos relacionemos. 5
Más adelante en el Sermón del Monte Jesús enseña a Sus discípulos que no deben dejar que otros vean las buenas obras que hagan, lo cual a primera vista parece contradecir lo que se indica aquí: «Así debe alumbrar la luz de ustedes delante de los demás, para que viendo el bien que hacen alaben a su Padre celestial». En el ejercicio de nuestra fe debemos esforzarnos al máximo por reflejar a Dios: actuando con amor, misericordia y compasión, ayudando al prójimo, practicando la generosidad, etc. No obstante, nuestra meta debe ser hacer todo eso para la gloria de Dios, no la nuestra. Nuestra motivación para ayudar a nuestros semejantes, para traducir en acciones las enseñanzas de Jesús, 2. Juan 15:19 (nblh) 3. Efesios 5:8,9 (nblh) 6
debe ser nuestro compromiso de amar a Dios y amar al prójimo como a nosotros mismos. Eso forma parte de nuestra identidad como cristianos, ya que nuestra finalidad es vivir de una manera que glorifique a Dios. Habiendo pasado a ser parte de la familia de Dios, reflejamos Sus atributos, por cuanto Él es nuestro Padre. Ser seguidores de Jesús y de Sus enseñanzas significa ser distintos. Como dijo Jesús: «No son del mundo, sino que Yo los escogí de entre el mundo»2. El apóstol Pablo lo expresó de la siguiente manera: «Antes ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor; anden como hijos de luz. Porque el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad»3. Los discípulos de Jesús somos la luz del mundo. Como una ciudad
asentada sobre un monte que no se puede esconder, como una lámpara que alumbra a todos los que están en la casa, hemos sido llamados a dejar brillar la luz que llevamos dentro, de manera que otros la vean y glorifiquen a Dios. Los cristianos debemos reflejar en el mundo la luz de Dios, a fin de iluminar la senda que conduce hacia Él. Es parte integral de la función que debemos desempeñar. La vocación de los cristianos es ser la sal de la tierra y la luz del mundo. Para ser eficaces y fieles a nuestro llamado, debemos seguir siendo salados, y no permitir que nada tape nuestra luz; de lo contrario nos tornamos ineficaces, como sal que ha perdido su sabor, como luz que no beneficia a nadie. Nuestro compromiso como seguidores de Jesús debe ser vivir Sus enseñanzas de tal manera que la luz que llevamos dentro alumbre a los demás, para que vean nuestras buenas obras, nuestros actos de amor, observen cómo nos conducimos en el amor de Dios, presten atención y distingan en nosotros el reflejo de Dios. Nuestra esperanza es que, queriendo saber lo que nos transformó en lo que somos, nos den oportunidad de hablarles del amor que siente Dios por ellos, y terminen estableciendo una relación con Él y glorificándolo aún más. Seamos todos verdaderamente la sal de la tierra y la luz del mundo. Peter A mster da m dir ige junta mente con su esposa, M ar ía Fontaine, el movimiento cr istiano La Fa milia Inter nacional. ■
SABER VENDER Marie Alvero
Hoy fui a la tienda minorista Costco a devolver una aspiradora que compré y estaba defectuosa. Concretada la devolución, como necesitábamos otra aspiradora, nos dirigimos a un pasillo que ofrecía varias marcas y modelos. Justo se dio que una representante de ventas de una de las marcas se encontraba allí exhibiendo sus productos. La mujer era una excelente vendedora. Vestía una blusa que tenía bordado el logotipo de la empresa, y nos comentó que ella misma tenía una aspiradora de esa marca en su casa. Aunque esas aspiradoras cuestan el doble que las demás, habló con tanta pasión de su valor y buen funcionamiento que no tardó en convencerme de que la comprara, y encima de que era una verdadera ganga. Conocía su producto y lo anunciaba con orgullo, tanto así
que uno terminaba creyendo que también lo necesitaba. Después de pagar una suma mayor de la esperada por aquella aspiradora indispensable, mientras pensaba en lo difícil que es conseguir que yo pague de más por un artículo, me pregunté si yo misma sería capaz de vender algo con ese mismo poder de convencimiento. Concretamente, ¿vendo a Jesús con ese mismo entusiasmo? Cuando alguien me mira, ¿se da cuenta de que lo represento? ¿Demuestro tanta pasión por el producto que convenzo a los demás de que lo necesitan, por mucho que les cueste? No eran preguntas fáciles. Creo que en última instancia el objetivo de los que somos seguidores de Jesús es que otras personas se sientan atraídas a Él luego de ver la forma en que vivimos y oírnos hablar. Y
si no damos la talla, creo que hay una sola solución: conocer mejor el producto. Llegué a la conclusión de que si no me muestro apasionada por Jesús tal vez sea porque no lo conozco bien. Si no logro que los demás quieran darle más cabida en su vida, probablemente se debe a que no hay suficiente espacio para Él en la mía. Si nuestra esperanza es atraer a los demás a Cristo, es preciso que estrechemos nuestra relación con Él nosotros mismos. Como sucede con cualquier producto excepcional, el resultado habla por sí solo. M ar ie A lvero ha sido misioner a en Á fr ica y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la r egión centr al de Tex as, EE . UU. ■ 7
ENCONTRAR NUESTRO NICHO William McGrath
El gran escritor inglés Gilbert Keith Chesterton escribió una serie de relatos sobre un párroco, el padre Brown, con gran habilidad para resolver crímenes. El humilde cura investigaba casos penales, pero procurando siempre comprender a los culpables y compadecerse de ellos. En cierto episodio, el padre Brown da algunos consejos a un culpable de homicidio que ha subido a la torre de la iglesia. Le dice: «¿Sabe? 1. Paráfrasis de El candor del padre Brown, publicado por primera vez en 1911 2. V. 2 Corintios 10:12 3. V. 2 Reyes 5:1–15 4. V. Juan 6:4–14 5. V. Marcos 12:29–31 8
Es peligroso para los seres humanos subir a sitios tan altos. Hasta rezar a esas alturas es arriesgado. Las personas buenas que se toman la libertad de formarse una opinión muy elevada de sí mismas comienzan a mirar a los demás por encima del hombro y a criticarlos. Al poco tiempo se habitúan a humillar a la gente verbalmente y hasta puede que consideren aceptable cometer actos criminales de violencia. En cambio, la humildad es madre de los gigantes. Desde el valle, que es donde le corresponde a uno estar, se aprecian muy bien las eminencias»1. Después de eso, el padre Brown le comenta al hombre que mantendrá en reserva lo que sabe de él, pero le pide que tome el camino del arrepentimiento sincero y se entregue.
En la serie se describe al padre Brown como alguien que trata de sacar el mayor provecho de su humilde condición en la vida, contentándose con prestar un servicio a los demás. No tiene automóvil, pero suele desplazarse sonriente en bicicleta. Si alguien lo insulta, no se deja afectar por el improperio. Por lo general responde con un simple elogio para la otra persona o señalando algo por lo que ambos pueden estar agradecidos. Simplemente sigue adelante, decidido a cumplir lo que considera que es su deber cotidiano. Agudiza su perspicacia para resolver casos delictuales con su pasatiempo preferido: la lectura de novelas de crimen y misterio. Algunos intentan persuadirlo de que se ciña estrictamente a las
actividades tradicionales de un párroco. Si bien se ocupa de esas, en el fondo sabe que también está hecho para meterse en asuntos serios de criminalística. Su interés llega a ser parte de su vocación —su nicho, si se quiere— y le permite enderezar algunos de los entuertos que ve a su alrededor. Además reza para que situaciones injustas salgan a la luz. Al inspector de policía del sector le disgusta la intromisión del cura en sus investigaciones. No obstante, aunque el padre Brown se abstiene de atribuirse mérito alguno por los misterios que resuelve, una y otra vez resulta ser indispensable. Dios dispuso que cada uno de nosotros ocupara cierto lugar y cumpliera un propósito particular. Tal vez hallaremos mayor satisfacción en el lugar y en la condición en que estamos si aprendemos a sacarles el máximo partido, preparándonos para hacer las cosas de la mejor manera posible dondequiera que nos encontremos a lo largo de la senda de la vida. No tiene nada de malo aspirar a hacer bien nuestro trabajo y recibir reconocimiento por ello; sin embargo, si menospreciamos el lugar que nos ha tocado en la vida, abrigando la ilusión de ocupar un
puesto que se podría considerar más destacado, podemos terminar descorazonados y descontentos. Sin duda hay muchos individuos que sobresalen en posiciones de gran influencia o resonancia; pero otros muchos ocupamos puestos considerados comunes y corrientes. No obstante, a todos se nos han otorgado valiosos dones ocultos que podemos cultivar en nuestras actuales circunstancias. Y cuando aceptamos nuestra situación y hacemos todo lo que se puede hacer en ella, muchas veces sucede que desarrollamos esas habilidades latentes u ocultas, que pueden servirnos para ayudar al prójimo. Eso a su vez nos ayuda a sentirnos satisfechos y realizados. Algunos saben desde muy temprana edad exactamente qué quieren hacer y qué clase de persona quieren llegar a ser, lo que no quita que muchos más simplemente se vean obligados a hacer camino al andar, escoger una ocupación y por lo general empezar desde abajo y aprender sobre la marcha. A veces las presiones sociales, la cultura del mundo y la mente humana se combinan y nos hacen tener en poco nuestro lugar y posición si estos no tienen nada de especial. Pero ningún puesto o lugar es común y corriente
si es el que Dios quiso que ocupáramos, justamente con la intención de que desarrolláramos nuestros dones particulares2. En la Biblia son bastantes las personas del montón que surgen del anonimato y terminan siendo protagonistas. Un ejemplo de ello es la sierva de Naamán, que le dijo a su amo dónde podía hallar sanación para la lepra3; otro, el muchacho que entregó a Jesús su almuerzo, el cual se multiplicó y sirvió para dar de comer a 5.000 personas4. Puede que nuestro lugar en la vida no sea tener un negocio lucrativo ni acaparar la atención de la gente; pero cuando priorizamos los valores principales —amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos5 —, ese lugar se convierte en uno muy especial, en el que hallamos profunda satisfacción. Donde sea que Él nos haya puesto, y por el tiempo que sea, aceptémoslo y aprendamos a mejorar nuestro entorno. Eso hizo el padre Brown. Willia m McGr ath es escr itor y fotógr afo independiente. Vive en el sur de México y está afiliado a La Fa milia Inter nacional. ■ 9
¿POR QUIÉN HACES EL TONTO? Linda Cross
«Permanezcan en Mí, y Yo
permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en Mí. […] El que permanece en Mí, como Yo en él, dará mucho fruto; separados de Mí no pueden ustedes hacer nada»1.
1. Juan 15:4,5 (nvi) 2. 1 Samuel 16:7 (ntv) 3. V. 1 Corintios 4:10 10
He comprobado la veracidad de este versículo en mi propia vida. Cuando hago el esfuerzo de poner a Jesús en primer lugar, las oportunidades se presentan providencialmente y se me abren puertas para dar a conocer mi fe, muchas veces mientras llevo a cabo mis actividades diarias, como viajar en transporte público. En uno de esos viajes, en el momento en que me acercaba a la estación de buses repleta de gente vi a dos hombres en evidente estado
de ebriedad. Uno de ellos llevaba una bolsa de plástico cargada de latas de cerveza. Los dos hacían mucho ruido y molestaban, y mi reacción inicial fue guardar cierta distancia, pues no quería que me incomodaran. Pero entonces sentí que el Señor me decía: «¡Háblales!» Me di cuenta de lo rápido que los había juzgado por su aspecto y comportamiento. La Biblia dice: «La gente juzga por las apariencias, pero el Señor mira el corazón»2. A Jesús no le importaba
la etiqueta o la posición social de una persona cuando decidía brindarle Su amor y atención. Hasta Él mismo fue acusado de ser un borracho y denunciado por rodearse de malas compañías. Puso el amor por encima del prestigio y la comodidad. Me debatía entre obedecer la indicación del Señor y desestimarla, pero decidí lanzarme. Le entregué a cada uno un folleto cristiano y les dije que esperaba que les gustaran mucho. El que llevaba la bolsa con las latas de cerveza me respondió que había tenido demasiadas malas experiencias con cristianos que hablaban del amor de Jesús pero con un tufillo de superioridad. —No quiero saber nada de ellos —agregó. A medida que la parada de buses se iba llenando de gente, esta escuchaba en silencio nuestra insólita conversación sobre la salvación. De pronto, el más grosero de los dos, con sonrisa maliciosa y voz clara y fuerte, proclamó: —¡Yo acepto a Jesús si me puedo acostar contigo! Me di cuenta de que su exabrupto no tenía otra intención que escandalizar y avergonzar a una creyente; y así era, pues ni tiempo había tenido de contestarle cuando agregó suspirando: —O si me das algo de comer. —¿Cuándo fue la última vez que comiste algo? —le pregunté. —No he probado bocado en dos días —respondió.
Hubo silencio. Le pregunté al Señor qué debía hacer. Sabía que aquella era una oportunidad de que Jesús llegara al corazón de aquel hombre perdido y le demostrara lo mucho que lo ama. —Muy bien —respondí—. Esta noche voy a preparar espaguetis para mi familia. Te puedo traer comida caliente a la hora de la cena. Con gusto aceptó, y nos pusimos de acuerdo en la hora. A partir de ese momento, su actitud cambió de despectiva a respetuosa. Como faltaba poco para que llegara el bus, sentí que Dios quería que me ofreciera a orar por él. Su compañero —que hasta entonces había sido el más discreto de los dos— reaccionó gritando con furia: —Y ¿cómo va a ayudarlo Jesús! Pero el hombre con el que yo hablaba lo puso en su lugar diciéndole: —¡Más respeto por la oración, hombre! Ella va a rezar por mí. Puse mi mano sobre su hombro y ambos agachamos la cabeza ante una multitud que no nos quitaba la vista de encima. Recé por su salvación, para que comprendiera cuánto lo ama Jesús y se liberara del alcoholismo. Se conmovió, y con voz cortada confesó: —Me invadió una cálida sensación cuando rezaste. Jamás había sentido algo así. Llegó el bus, y me subí. —¡Gracias! —dijo, y nos despedimos.
Al preparar la cena esa tarde nos percatamos de que la comida alcanzaría para dos personas extra. Pusimos en un envase lo que les íbamos a llevar y agregamos cubiertos descartables y servilletas. No sabía si el hombre se presentaría a la hora que habíamos acordado, pero lo hizo. Para entonces ya no estaba bebido. Nos quedamos en la estación, que a esa hora estaba vacía, y conversamos un rato sobre el poder sanador de Jesús. Al entregarle la comida le expliqué que habíamos servido suficiente para dos. —¡Gracias! —exclamó—. Mi compañero también tiene hambre. Yo pensaba compartir mi ración con él. Nunca nadie había hecho algo así por mí. Me embargó una emoción muy grande al ver los efectos de haber estado dispuesta a obedecer cuando Jesús me pidió que me saliera de mi zona de confort para testificar y manifestar el amor de Dios a aquel hombre, aunque al principio me moría de vergüenza por todo el público que nos observaba. Me dan ganas de arriesgarme a hacer el tonto por Cristo3, sin importar lo que Él me pida, por muy difícil que me resulte al principio. Este es el desafío: «Yo hago el tonto por Cristo. ¿Tú por quién lo haces?» Linda Cross es una ma má dedicada a su hogar. Tiene siete bulliciosos y encantador es hijos. Vive en Suecia. ■ 11
Mara Hodler
LA INTEGRIDAD DE JONATÁN Siempre he pensado que el
príncipe Jonatán, hijo del primer rey de Israel, es un magnífico modelo bíblico de decencia e integridad. Consideremos lo siguiente: estaba destinado a suceder en el trono a su padre, Saúl; sin embargo, el profeta Samuel ungió rey al joven David. De haber estado yo en la posición de Jonatán, creo que habría sucumbido de una de estas dos maneras: me habría consumido la envidia y me habría sentido víctima de una gran injusticia; o a partir de entonces me habría desentendido de los asuntos del reino. La verdad es que yo he tenido tanto una reacción como la otra por cosas mucho menos impactantes 1. V. 1 Samuel 31:6 2. V. 1 Samuel 14:1–16 3. 1 Samuel 20:2 (nvi) 4. www.just1thing.com
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que dejar de ser heredero al trono. Sé lo fácil que es perder de vista mis principios morales cuando considero que me ha tocado la peor parte. En cambio, ¿qué hizo Jonatán? Mientras mantuvo su cargo honorífico fue el mejor príncipe que podía ser, hasta el puro fin, cuando murió peleando en una batalla condenada al fracaso1. Aun cuando cumplía su rol de príncipe, honró y protegió a David en numerosas ocasiones. Jonatán desplegó valentía al servicio de su país. Tuvo el coraje de enfrentarse a una veintena de filisteos solo con la ayuda de su paje de armas2. Además, como se desprende de los relatos sobre él, se preocupaba por el bienestar de Israel y jugó un papel activo en el gobierno de su padre. Una vez Jonatán le dijo a David: «Mi padre no hace nada, por insignificante que sea, sin que me lo diga»3.
No creo que él considerara llegar a dirigir los destinos de Israel como una oportunidad de satisfacer sus propios intereses. Por lo visto no le importaba quién fuera rey, siempre y cuando gobernara el país siguiendo los preceptos divinos. Respaldó de lleno al ungido de Dios simplemente porque era el ungido de Dios. Para eso hace falta integridad, la clase de integridad que viene del alma, porque se tiene plena confianza en la providencia divina. Por el contrario, Saúl, su padre, demostró en muchas ocasiones falta de integridad. Repetidas veces incumplió su palabra, desoyó al profeta de Dios y se preocupó más de preservar su reinado que de hacer una buena labor como rey. Por su temor a perder el reino, tomó decisiones equivocadas que con el tiempo terminaron costándole el reino y la vida.
Ahora hablaré de mí. Hace unos años tuve unos conflictos mayúsculos en mi centro de trabajo. Las cosas llegaron a un punto álgido cuando alguien que hacía menos que yo por la compañía consiguió un puesto que me correspondía a mí. Me había estado sacando la mugre por la empresa y, francamente, consideraba que me merecía ese ascenso. Intenté reaccionar con afabilidad, pero estaba muy contrariada. Me desmoralicé y se apagó en mí el espíritu de equipo. Detesto cómo me pongo cuando me parece que algo es injusto. A veces llego a pensar que la actitud o los actos injustos de los demás justifican mis malas reacciones o, peor aún, considero que su comportamiento me da derecho a exhibir una mala actitud. Así, por más de una semana estuve sumida en mi autocompasión, hasta que por fin me puse a orar
acerca de mi situación. Y ¡adivina qué hizo Dios! ¿Sabes en quién me hizo pensar? Correcto: en Jonatán. Me recordó el amor de Jonatán por David. Jonatán no cuestionó la elección de Dios. Es probable que Jonatán hubiese sido un buen rey de Israel, pero Dios eligió a David, y Jonatán confió en la preferencia divina. Hace falta integridad y nobleza para ser la clase de persona que permanece en el lugar que Dios ha elegido para ella aun cuando este no ofrezca prestigio ni ventajas. Hay que ser una gran persona para reconocer el rol que Dios quiere que uno desempeñe y hacerlo sin mirar a los demás para ver si les ha tocado algo mejor o si están haciendo una labor tan buena como la nuestra. Como bien demuestra lo que me pasó a mí, yo misma no supe reaccionar como hubiera debido.
Tuve que hacer un esfuerzo para que mis actos fueran consecuentes con mis creencias. Así defino yo lo que es la integridad, y cuando no estoy segura de estar tomando una buena decisión, me pregunto: «¿Son mis actos coherentes con mis creencias?» Solo cuando puedo responder con un sí categórico tengo la seguridad de que mi integridad no está en duda. El feliz desenlace de esta historia es que logré alinear mis acciones y actitudes con mis creencias. Aprendí el valor de cumplir con mi deber y mi función y, efectivamente, al poco tiempo mis superiores tomaron nota de mi desempeño. Este artículo es una adaptación de un podcast publicado en Just1Thing 4 , portal cristiano destinado a la formación de la juventud. ■ 13
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d a d i n r e
Mi hija me preguntó una vez si me pesaba haber dedicado mi vida a servir a Dios. Le respondí: —En absoluto. Mi idea fue siempre trabajar con los ojos puestos en la eternidad. El término eternidad se popularizó gracias a un hombre increíble llamado Arthur Stace que falleció en 1967, cuya biografía ha quedado plasmada en un libro, una ópera y una película1. Arthur se crio en una familia en la que imperaban el alcoholismo y los malos tratos. Los primeros 45 años de su vida cometió delitos de poca monta. Según su biógrafo, era «un borracho, un marginado que no servía para nada». Todo eso cambió el día que escuchó un 1. Con este enlace se puede acceder a un breve documental sobre Arthur Stace: https://www.youtube.com/ watch?v=bF7X9aiRH7s 2.
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3. V. Salmo 103:15; Santiago 4:14 4. https://www.youtube.com/ watch?v=86dsfBbZfWs. 5. http://elixirmime.com 14
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sermón sobre Isaías 57:15: «El Alto y Majestuoso que vive en la eternidad, el Santo, dice: “Yo vivo en el lugar alto y santo con los de espíritu arrepentido y humilde”»2. Más adelante Arthur explicó: «De golpe me eché a llorar y sentí un fuerte impulso de escribir la palabra Eternidad». Se metió las manos en los bolsillos y encontró un trozo de tiza. Pese a que era analfabeto y apenas sabía escribir su nombre, contó que la primera vez que escribió la palabra Eternidad le salió «con facilidad y con una caligrafía hermosa. No lo entendía. Al día de hoy todavía no lo entiendo». Durante los siguientes 28 años, varias veces a la semana salía de su casa a las 5 de la mañana para escribir esa palabra en lugares públicos, con el objeto de recordarles a quienes la vieran lo que realmente tiene importancia en la vida. Al menos 50 veces al día escribía Eternidad con tiza y crayones. Terminó escribiendo medio millón de veces por toda la ciudad esa palabra mágica y profunda. Él mismo se autodenominaba misionario.
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La historia de Arthur nos puede motivar a aprovechar lo que tenemos, por poco que parezca ser —quizá solo un trozo de tiza— para influir positivamente en el mundo. La Biblia dice que nuestra vida es como la hierba, las flores o el humo. Estamos aquí por breve tiempo y perecemos3. Cuando yo era más joven, veía mi vida como una larga carretera que no se sabía dónde terminaría. Ahora, a los 66 años, comprendo mejor cómo es. En una conferencia, Francis Chan ilustró la eternidad con una larga cuerda que llevó al escenario4. «Imagínense —dijo— que esta cuerda es interminable. Ilustra la eternidad». Luego señaló unos pocos centímetros en un extremo, pintados de rojo: «Esta fracción representa nuestro tiempo en la Tierra». Algunas personas no viven sino para la parte terrenal de su existencia, y hacen caso omiso de lo demás, de su vida eterna. El eco de lo que hagamos aquí se escuchará en el más allá. Eso es lo realmente trascendente. Curtis Peter van Gor der es guionista y mimo 5 . Vive en A lemania. ■
Si estás triste y con el ánimo por los suelos, o conoces a alguien en esa situación y quieres brindarle apoyo, recurre a Jesús. Comienza por pedirle que entre en tu vida ahora mismo: Jesús, siento Tu llamado a la puerta de mi corazón. Te ruego que entres y me regales vida eterna contigo. Ayúdame a hacer lo que pueda por tratar a los demás con amor y consideración, para que ellos también lleguen a conocerte. Amén.
L A M ÚSI C A DE NUES T R A VI D A
Chris Mizrany
Si alguien me preguntase mi opinión sobre la música, le contestaría que soy un entusiasta. Mis amigos tal vez me catalogarían de fanático, pero no les hago caso. La música tiene algo inexplicable que nos emociona y conmueve. Una letra con fuerza puede ser justo lo que necesitamos para levantarnos el ánimo y alegrarnos la existencia. Personalmente, debo a muchos compositores inspirados infinidad de gratos momentos. Sin embargo, aunque la música no tenga letra, la melodía, las armonías y el flujo expresivo de una composición lo dicen todo. Cuando escucho una obra clásica advierto que mis emociones van mudando con las notas. Los temblores lentos y taciturnos dan lugar a ritmos alegres y saltarines, tempestades cada vez más fuertes y cielos crepusculares. La música me transporta sin esfuerzo, y sin que haya palabra alguna capto el sentido con claridad. He descubierto que este concepto tiene otra aplicación en mi vida. Tengo la fortuna de contar con amigos leales, llenos de fe, que se toman la molestia de levantarme el ánimo cuando sucumbo ante emociones negativas. Suelen recordarme algún versículo, testimonio, frase o
hasta alguna anécdota graciosa. Igual que la letra de una buena canción, me infunden esperanza y optimismo. Agradezco muchísimo su apoyo. Por otra parte, a veces no dicen nada. Tal vez ni están al tanto de mis luchas internas. Siguen adelante con su vida, lidiando con sus altibajos; pero la música de su alma resuena en la mía. Percibo las tempestades, los cielos despejados, los momentos felices y los trances turbulentos. En medio de todo eso, veo su compromiso inquebrantable de confiar en Jesús. Sinceramente, la canción de su vida resuena con mayor fuerza que cualquier consejo sabio, adagio ingenioso o expresión verbal. Tengo claro que se necesitan ambas cosas. Hay momentos para dar respuestas a quien está agobiado y busca paz. A veces, no obstante, aunque nuestras palabras sean pocas, la música de nuestra vida —la forma en que vivimos y la medida en que amamos— siempre se deja oír. Chr is Mizr an y es diseñador de páginas web, fotógr afo y misionero. Colabor a con la fundación Helping Hand en Ciudad del Cabo (Sudáfr ica). ■ 15
De Jesús, con cariño
GENTE FEL Z Me encantaría que el mundo estuviera lleno de risas sanas y alegres: risas joviales, contagiosas y festivas, risas santas, de esas que propagan alegría por el mundo. «¡Feliz el pueblo cuyo Dios es el Señor!»1 Me encanta ver a Mi pueblo rebosante de alegría, y que esa alegría se manifieste por medio de risas. Se elevan hacia Mí igual que las alabanzas. Se parecen mucho a las alabanzas y suelen entremezclarse con ellas. Llevan alegría al mundo, y para Mí es un gozo oírlas. Me refiero a las risas que edifican espiritualmente y trascienden los confines del mundo físico para llenar el cielo de jubilosa celebración. La risa es capaz de elevar el espíritu humano. Ya sabes cuánta falta hace eso. Por eso, ve por los caminos y los vallados. Trae a otros a Mi reino y motívalos a estallar de alegría. Ve a los lugares donde hay gente sola y esparce risas y luz. Sal a hacerla reír, y me darás un alegrón. ¡Sea llena la Tierra de risas! 1. Salmo 144:15 (dhh)