Conéctate, abril 2023: Victoria

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TESTIGO OCULAR

Las 24 horas que lo cambiaron todo

El buscador de perlas

¿Aceptarías un regalo invalorable?

Deslumbrantes

zapatos nuevos

No todo lo que brilla es oro

CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA Año 24 • Número 4

A NUESTROS AMIGOS tres días en shock

Cuando pensamos en los días lúgubres transcurridos entre la Pasión y la Resurrección, las imágenes que más se nos vienen a la cabeza son las de los discípulos de Jesús consternados y de capa caída por haber perdido a su maestro y mejor amigo, al hombre que hasta ese momento consideraron enviado de Dios para redimir a su pueblo. Qué abatimiento los debió de embargar, qué miedo, que confusión. Hasta ahora, sin embargo, no me había puesto a pensar en cómo vivió Satanás ese periodo. ¿Se han hecho ustedes alguna vez esa pregunta?

Después que Jesús murió en la cruz, todo se sumió en tinieblas. Nubes negras ocultaron el sol, la tierra tembló violentamente, los edificios se resquebrajaron, el velo del templo se rasgó y hasta fantasmas se aparecieron por la ciudad. Tuvo que haber sido un día de terror y desesperanza, inclusive para quienes no estaban enterados de la crucifixión.

¡Ay, pero qué perversa alegría debió de haber sentido Satanás! El Hijo de Dios frustrado en Sus designios. No más cháchara sobre la salvación. No más pláticas sobre La luz del mundo. Una vez que el cuerpo de Jesús fue sepultado en la tumba, llevaron rodando una pesada piedra para bloquear la entrada. Al lado se apostaron guardias. ¡Cómo se habrá reído el Diablo! Claro que aquel triunfo aparente fue de muy corta duración.

La Biblia nos revela que cuando Jesús «sufrió la muerte en su cuerpo, […] el Espíritu hizo que volviera a la vida». Entonces «fue y predicó a los espíritus encarcelados».1 Jesús descendió al mundo de los muertos para llevar salvación a las almas allí cautivas. Surge, pues, la pregunta: Si bajó al mismo patio trasero de Satanás, ¿cómo es posible que este no hubiera oído el mensaje que Jesús transmitía?, que Su muerte en la cruz había sido parte del plan de Dios, que esta de hecho fue el medio escogido por Él y por el Padre para labrar Su victoria, que habiendo muerto y vencido a la muerte, desde ese momento estaba facultado para ofrecer salvación y vida eterna a todos los que creyesen en Él. Quizá la ignorancia, rebeldía y obstinación de Satanás se lo impidieron verlo.

Por un momento fugaz el Diablo creyó poseer la victoria, sin reparar en que todo eso era parte del plan de Dios. «El Hijo de Dios vino para aniquilar la obra del Diablo2 Así, el que ríe último, ríe mejor, pues «Él es quien nos ha rescatado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de Su Hijo querido.»3

1. 1 Pedro 3:18,19 (NVI)

2. 1Juan 3:8 (BLPH)

3. Colosenses 1:13 (BLPH)

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A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y de la versión Reina-Varela Actualizada

2015 (RVA-2015), © Casa Bautista de Publicaciones/Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.

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Año 24, número 4

EN EL AMOR NO HAY TEMOR

¡Qué envidia me daba la gente que podía! No solo los hombres y mujeres fuertes, sino hasta los niños y los ancianos parecían disfrutarlo con ganas y sentirse muy a gusto en él; yo, en cambio, me quedaba al margen, atenazada por el miedo. Todos tenemos nuestros miedos, algunos manifiestos y otros más ocultos. A mí no me da miedo a hablar ante un público ni escalar montañas. Sin embargo, llevo ya 20 años viviendo en un hermoso y concurrido balneario, ¡y tenía miedo al mar! Concretamente, me daba miedo estar en el agua donde no hacía pie.

Pero un año todo cambió.

Cierta primavera, mi oración fue que pudiera superar mi miedo al mar. Había predicado muchos sermones a los demás sobre la superación de los miedos y que nunca es tarde para aprender algo nuevo; así que ya era hora de aplicarme el cuento a mí misma.

Al principio del verano practiqué flotar en una piscina en posición vertical. Fue un triunfo, y pensé que estaba preparada para enfrentarme al mar; pero no era tan sencillo. Me quedé parada en la playa durante mucho tiempo, observando esa hermosa masa de agua azul y volví a sentir que el miedo me paralizaba las piernas.

Volví unos días más tarde y ocurrió lo mismo. ¡El mar no era como la piscina! Finalmente hice caso a mi marido que me invitó a adentrarme con él poquito a poco.

Por fin llegué a un punto en que no hacía pie. No estar ya afirmada en la orilla fue tremendamente estimulante. Las lágrimas me corrían por la cara y me embargaba la misma emoción que cuando niña ganaba algún premio importante.

Huelga decir que aquella experiencia me dejó algunas enseñanzas valiosas:

«En el amor no hay temor.» Tuve que sondear para encontrar amor por el mar. De entrada, ya me gustaba bastante, pero debía de haber algo más: tenía que disfrutarlo y deleitarme en él.

«Despreocúpate y confía en Dios.» Había escuchado esa frase —o una parecida— muchas veces, pero cobró vida mientras aprendía a moverme en el agua. Cuanto más me dejaba llevar y me relajaba, más fácil me resultaba.

«Nunca es tarde para aprender algo nuevo.» Si bien debemos adquirir conciencia de nuestros límites, también debemos seguir avanzando y progresando.

Anna Perlini
1. http://www.perunmondomigliore.org 3
Anna Perlini es cofundadora de Per un Mondo Migliore 1 , organización humanitaria que desde 1995 lleva a cabo labores en los Balcanes. ■

LA SINGULARIDAD DE JESÚS

Para los historiadores los datos y memorias de que disponemos acerca de Jesús son tan concluyentes y evidentes como los relativos a Julio César. No solo viene retratado con precisión en los documentos que conforman el Nuevo Testamento, sino que hay también decenas de manuscritos antiguos que, sin pertenecer a la Biblia, confirman que Jesús fue un auténtico personaje histórico que habitó en Palestina a principios del siglo I.

Si hubiera un calificativo para describir a Jesús este sería único. Su mensaje fue único. Las afirmaciones que hizo acerca de Su persona también fueron únicas. Únicos fueron Sus milagros. Y la influencia que ha ejercido en el mundo jamás ha sido igualada.

Un aspecto muy destacado e innegablemente singular de la vida de Jesús es que diversos profetas de la Antigüedad, muchos siglos antes de que Él naciera, hicieron literalmente centenares de predicciones y profecías acerca de Su nacimiento, Su vida y Su muerte con detalles que ningún mortal podría haber cumplido. En el Antiguo Testamento figuran más de 300 predicciones acerca del Mesías o Salvador escritas siglos antes de que naciera Jesús.

En el año 750 a.C. el profeta Isaías vaticinó: «El Señor mismo os dará señal: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel».1 Al cabo de siete siglos y medio, una joven virgen de Israel llamada María recibió una visita del arcángel Gabriel. Este le anunció que alumbraría un hijo, el cual se llamaría Emanuel, que significa «Dios con nosotros».

1. V. Isaías 7:14 4
Alex Peterson

El Nuevo Testamento narra que «María preguntó al ángel: “¿Cómo será esto?, pues no conozco varón”. Respondiendo el ángel, le dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios”».2

A pesar de ser, tal como suena, amo y rey del universo, optó por no nacer en un elegante palacio, en presencia de la élite y de poderosos representantes de los gobiernos humanos; sino que nació en las circunstancias más humildes y modestas, en el sucio suelo de un establo, entre vacas y asnos, donde lo envolvieron en harapos y lo acostaron en el comedero de los animales.

Cuando dio comienzo a la obra de Su vida fue por todas partes haciendo el bien. Ayudaba a las personas, era cariñoso con los niños, aliviaba pesares, fortalecía a los cansados y comunicaba el amor de Dios a tantos como podía. No se limitó a predicar Su mensaje, sino que lo vivió entre nosotros como uno de nosotros. Aparte cuidar de las necesidades espirituales de la gente, dedicó mucho tiempo a atender sus necesidades físicas y materiales: sanaba milagrosamente a los enfermos, daba vista a los ciegos y oído a los sordos, limpiaba leprosos y resucitaba muertos. Dio de comer a las multitudes cuando tenían hambre e hizo cuanto pudo por compartir con los demás Su vida y Su amor.

Justo antes de ser detenido y crucificado, consciente de que pronto se reuniría de nuevo con Su Padre celestial, Jesús oró: «Ahora pues, Padre, glorifícame Tú al lado Tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo existiera. […] Pues me has amado desde antes de la fundación del mundo».3

El Creador de todas las cosas se despojó voluntariamente de Su ilimitado poder y se encarnó en un pequeño e indefenso recién nacido. La fuente de toda sabiduría y conocimiento tuvo que estudiar y aprender a leer y escribir. Dejó Su trono en el Cielo, donde incontables ángeles lo adoraban, donde todas las fuerzas del universo se sometían a Su poder, y tomó el lugar de un siervo. Fue escarnecido, ridiculizado, perseguido y por último muerto precisamente a manos de aquellos a los que había venido a salvar.

Dice la Biblia que Jesús es «un sumo sacerdote que se compadece de nuestras debilidades, […] que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado».4 ¡Imagínate! El Hijo de Dios se volvió físicamente un ciudadano de este mundo, un integrante de la humanidad, un hombre de carne y hueso, para redimirnos con Su amor, proporcionar una expresión tangible de Su compasión y preocupación y ayudarnos a comprender Su verdad.

En lo profundo de su ser la mayoría de las personas saben que les falta algo. Exteriormente puede que den la impresión de tenerlo todo: dinero, posición social, amigos, todo lo que se supone que brinda felicidad. Sin embargo, sienten un vacío, un hambre que nada consigue

2. Lucas 1:26-35 3. Juan 17:5,24
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4. Hebreos 4:15

saciar. Jesús dijo que Él es el pan de vida, capaz de satisfacer el hambre y la sed que hay en nuestro corazón.5 La soledad, vaciedad e insatisfacción tan común en la experiencia humana pueden ser reemplazadas por una paz y una alegría duraderas cuando acudimos a Él.

También afirma: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí».6 Esta es una aseveración extraordinaria, y de hecho constituye la esencia y fundamento de todo el Nuevo Testamento: que Jesús es el único camino que conduce a la vida eterna, la salvación y la unión con Dios.

Jesús, Su vida y Sus enseñanzas son universales. Dios envió a Su Hijo para mostrar a todos los hombres y mujeres, a todas las naciones, a todos los pueblos, cómo es Él, para prodigarnos Su gran amor y verdad. La gente pregunta a veces: ¿Por qué no hablar simplemente del amor de Dios? ¿Para qué insistir en usar el nombre de Jesús? ¿Por qué es tan exclusivista el cristianismo?

Si Jesús es el Hijo de Dios, y si Dios lo escogió para manifestarse al mundo, esa insistencia procede del propio Dios. La Biblia dice: «Todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre, que lo envió».7

No hay otra manera de hacer la paz con Dios. Él no acepta otros términos ni otros arreglos. Lo que hace falta para la salvación y redención de la humanidad se hizo

realidad con Jesús y nunca será necesario que vuelva a suceder. Por eso podemos afirmar sin vacilación que para el mayor de los males de la humanidad existe un único remedio específico: Jesús.

Ninguna persona que examine con seriedad y amplitud de miras los datos históricos acerca de Jesús de Nazaret podría negarlos. En particular, no existe razón alguna para poner en duda que luego de Su muerte sucedió algo extraordinario que convirtió a Su minúsculo grupito de abatidos seguidores en una cohorte de testigos que ni todas las persecuciones del Imperio romano fueron capaces de detener. Aquellos discípulos, desilusionados y desanimados después que su Señor fuera cruelmente crucificado por Sus enemigos, pensaron que sus esperanzas habían fenecido y sus sueños habían sido destrozados. Pero a los tres días de la muerte de Jesús, la fe se les reavivó de un modo tan espectacular que no hubo fuerza terrenal capaz de sofocarla.

Dice el Nuevo Testamento que Jesús, después de resucitar, se apareció en persona a más de 500 testigos oculares.8 Ese fue el resonante mensaje que Sus primeros discípulos proclamaron valientemente por el mundo: «Dios lo levantó de los muertos».9

5.

V. Juan 6:35 6. Juan 14:6 7. Juan 5:23 8. V. 1 Corintios

15:6
Y aquel humilde puñado de personas que habían seguido a Jesús desde el principio salió a proclamar por todas partes la buena nueva: no solo que Dios había enviado a Su Hijo al mundo para enseñarnos Su verdad y manifestarnos Su amor, sino también que Jesús había muerto por nosotros y luego había resucitado, para que todos los que lo conocemos y creemos en Él no tengamos nunca más temor a la muerte, sabiendo que estamos salvados y vamos rumbo al Cielo, gracias a Jesús. ■ 13:30 6
9. Hechos

LA FELIZ RECOMPENSA

Las páginas de la Historia y la novela son profusas en las labores, sacrificios y actos heroicos de innumerables hombres y mujeres que obtuvieron diversas retribuciones, desde la prosperidad material hasta amores correspondidos, victorias gloriosas en batalla y aun la inmortalidad. La Biblia está igualmente engalanada con referencias al premio y la recompensa, desde que Dios le dijo a Abram: «Tu recompensa será muy grande»,1 hasta las descripciones que hizo Jesús en Su Sermón de la Montaña sobre el espectro de recompensas que podían esperar sus seguidores.2

Recompensa en la mayoría de los casos se refiere a un pago por servicios prestados, o a la compensación de un daño o agravio.3 La justicia de Dios a menudo se manifiesta en las Escrituras mediante Su fidelidad para recompensar a cada uno según sus obras.4

Ya que se dice que los creyentes son coherederos con Cristo,5 encuentro de especial interés las recompensas que se le atribuyen a Él. En Hebreos 12:26 dice que «por el gozo puesto delante de Él [Jesús] soportó la cruz». Leemos

algo similar en Isaías 53:11: «Verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho».

Jesús utilizó la alegoría de los dolores de parto en Juan 16:21 cuando preparaba a Sus discípulos para Su inminente muerte. Pablo extendió cósmicamente la metáfora: «Sabemos que toda la creación gime a una, y a una sufre dolores de parto hasta ahora. Y no solo la creación sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos aguardando la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo».7

Al igual que las maravillas de la medicina moderna permiten a los futuros padres ver una imagen de ultrasonido de su bebé por nacer e ilusionarse con la nueva vida que se está gestando, así también podemos nosotros asomarnos a la Palabra de Dios y contemplar, como «por un espejo, veladamente»,8 la alegría que será nuestra cuando las labores de todos los creyentes se cristalicen y den sus frutos.9 Ese día entraremos en el gozo de nuestro Señor 10 y nos uniremos a su celebración, del mismo modo en que los padres se sienten sobrecogidos por el asombro, el alivio y el éxtasis de agradecimiento cuando por fin tienen en sus brazos la nueva vida que han contribuido a crear.

David Bolick es consultor lingüista y traductor, y subdiácono de la Iglesia Ortodoxa. Vive en Guadalajara, México. ■

David Bolick 1. Génesis 15:1 2. V. Mateo, capítulos 5-6 3. V. Job 34:11 4. V. 1 Corintios 3:8 5. V. Romanos 8:17 6. NVI 7. Romanos 8:22,23 8. 1 Corintios 13:12 (LBLA) 9. V. 1 Corintios 3:14; Apocalipsis 22:12 10. V. Mateo 25:21,23
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TESTIGO OCULAR

Las últimas 24 horas han sido inquietantes, aterradoras, maravillosas. Todo comenzó con una orden de Caifás, el sumo sacerdote; Caifás, el títere de Roma; Caifás, a quien sirvo. «Malco, ¡haz esto! Malco, ¡haz aquello!» Huelga decir que tengo que obedecer sus órdenes. Soy un títere del títere, y mis funciones consisten en llevar a cabo los trabajos sucios que me encarga. Desde luego, este fue el más sucio de todos.

El sumo sacerdote me dio unas instrucciones para el capitán de la guardia del templo: que fuera con sus hombres a apresar a Jesús y lo llevara al tribunal. Yo debía acompañarlos. Ya nos había tocado llevar a cabo ese tipo de acciones cuando hubo que detener a otros maestros subversivos. Pero en esta ocasión algo dentro de mí se resistía a esas órdenes.

Unos meses antes había oído hablar a Jesús, y francamente debo decir que nadie ha hablado jamás como Él. «Amen a sus enemigos. Hagan el bien a quienes los odian.» ¡Palabras así no se oyen con mucha frecuencia! Todos los demás promueven la ley del talión: Ojo por ojo. Los zelotes quieren recuperar su país. Los fanáticos religiosos, que se restablezca su religión. Los mercaderes deshonestos, recobrar el dinero que otros aún más deshonestos les han estafado. Parecía que todo el mundo tenía afán de revancha. Jesús era distinto.

Caifás deseaba que lo capturáramos a altas horas de la noche, porque temía un levantamiento popular si lo hacíamos a la vista de la gente. Jesús había obrado muchos milagros, y la mayoría de la gente lo quería mucho. Es más, un par de días antes había sido aclamado rey por la muchedumbre al entrar a la ciudad.

El plan era encontrar a Jesús en el huerto donde acostumbraba rezar, tomarlo por sorpresa y detenerlo antes que pudiera escaparse. Pero las cosas no se dieron así: Al llegar, Él nos estaba esperando, como si ya supiera que íbamos a aprehenderlo. Judas Iscariote cumplió lo que se había pactado con él e identificó a Jesús entre una docena

Versión de la captura de Jesús narrada por Malco, siervo del sumo sacerdote
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Curtis Peter van Gorder

de hombres. Qué forma de traicionar a su maestro: ¡con un beso!

Nos podríamos haber ahorrado las 30 monedas de plata de las arcas del templo que los principales sacerdotes le pagaron a Judas, pues antes que pudiéramos decir o hacer nada, Jesús nos preguntó:

—¿A quién buscan?

—A Jesús de Nazaret —le respondí.

—Yo soy —dijo.

Su presencia era tan imponente que todos los que habíamos ido a detenerlo caímos al suelo.

—¿A quién buscan? —volvió a preguntar.

—A Jesús de Nazaret —repetí, esforzándome por ponerme de pie.

—Ya les dije que Yo soy la persona que buscan. Dejen ir a estos otros —dijo señalando a Sus discípulos.

Pero uno de ellos —al que llaman Pedro— no quería irse sin oponer resistencia. Desenvainó una espada y me asestó un sablazo. Yo lo esquivé, y pensé que no me había dado; pero de pronto sentí un dolor agudo, y empezó a manar sangre de un costado de mi cabeza. ¡Me había cortado la oreja! Caí de rodillas y me puse las manos sobre la herida para intentar detener la hemorragia. Mis ropas se tiñeron de rojo y sentí que me desvanecía.

De golpe me rodeó un fuerte resplandor. Alguien me llamaba por mi nombre. Era Jesús, que se había arrodillado a mi lado y me cubría la herida con la mano. Sentí un cálido cosquilleo. El dolor se aplacó. La mirada de Jesús irradiaba amor. No dijo una sola palabra, pero comprendí que no era mi enemigo, sino mi amigo. Comprendí además que todo saldría bien; pero ¿qué iba a ser de Él? Yo había participado en su detención. Ahora lo lamentaba.

—Guarda esa espada —dijo Jesús dirigiéndose a Pedro—. El que por la espada vive, por la espada muere.

Me parece que algunos de los guardias se sorprendieron tanto como yo de que Jesús fuera capaz de amar y sanar a sus enemigos. Al igual que yo, es posible que algunos se preguntaran si en verdad era el Hijo de Dios. Pero no el capitán; ese nunca cuestiona las órdenes que recibe. Levantó bruscamente a Jesús. Momentos después todos se habían marchado.

A solas en el huerto, me puse a pensar en el milagro que acababa de producirse. Aunque mi oreja estaba como siempre, mis ropas ensangrentadas eran la prueba de que había sucedido algo portentoso. ¿Cómo habían podido los demás desestimar tan rápidamente aquel milagro? ¿Cómo habían podido ser tan insensibles?

Al regresar a casa, mientras me lavaba la sangre seca de la cara y los brazos y me cambiaba de ropa, me carcomía la idea de que acaba de ser cómplice de un crimen espantoso.

Corrí entonces al palacio del sumo sacerdote para ver qué suerte le depararía a Jesús. El lugar estaba lleno de gente. La noticia de Su detención se había difundido como un reguero de pólvora.

—¿Dónde está? —pregunté a uno de los guardias.

—Ya empezó el juicio. Caifás está convencido de que ese es culpable de blasfemia. Va a emitir sentencia sumaria. Jesús no tiene escapatoria —respondió sin ambages.

A cada rato me tocaba la oreja. No sentía dolor, no había ningún daño. Me pasaba los dedos por donde me habían cortado y ni siquiera notaba una cicatriz. ¿Cómo era posible?

Me asaltó nuevamente aquel pensamiento, con más fuerza incluso que antes. ¡Yo tengo la culpa de esto! Me

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invadió la sensación de que era yo el que estaba en el banquillo de los acusados. Me sanó. Me manifestó amor y misericordia. Y ahora está acorralado por esos lobos sedientos de sangre. ¿Qué he hecho!

El guardia tenía razón. Caifás y los principales sacerdotes se apresuraron a dictar sentencia; pero bajo la ley romana no tenían autoridad para condenar a muerte a Jesús.

Seguí a la chusma cuando lo llevaron para ser juzgado por Poncio Pilato, el gobernador romano. Sus acusadores daban la impresión de estar bajo el mismo efecto que nosotros en el huerto: Cada vez que Jesús hablaba, casi se caían para atrás. Sabían que no era un hombre cualquiera.

—No me parece que haya cometido delito alguno — declaró Pilato después de su interrogatorio.

Pero al ver que los sacerdotes habían soliviantado a la multitud para que exigiera su ejecución y que estaba a punto de producirse un tumulto, pidió un cuenco de agua y se lavó las manos diciendo:

—Soy inocente de la sangre de este hombre justo. Si quieren que lo crucifique, ¡allá ustedes!

Pilato entrego entonces a Jesús para que lo crucificaran, y toda la guarnición de soldados romanos lo rodeó. Lo vistieron con una túnica roja y le pusieron una corona de espinos en la cabeza. Le escupieron y se mofaron de Él.

—¡Salve, rey de los judíos! —le decían.

Luego le volvieron a poner su propia ropa y se lo llevaron para crucificarlo.

Me vi empujado por la muchedumbre que lo seguía por las angostas callejuelas de Jerusalén, hasta que llegamos a un cerro llamado Gólgota —que quiere decir «lugar de la calavera»—, situado en las afueras de la ciudad. Para cuando logré abrirme paso hasta el frente, los soldados ya lo habían clavado en la cruz. Lo colgaron como a un asesino cualquiera. Tenía el rostro y el cuerpo ensangrentado, algo parecido a lo que me había pasado a mí en el huerto.

Recordé una ocasión, varios meses antes, en que lo había escuchado decir a la multitud: «He venido a buscar y salvar a los perdidos».

Aunque estaba seguro de que no me oiría con todo el ruido del gentío reunido para presenciar Su muerte, exclamé:

—Estoy perdido, Jesús. ¡Perdóname por lo que hice!

En ese momento me dirigió la misma mirada radiante de amor que había visto yo en el huerto. Sabía que me había perdonado. Ya había sido un milagro que me sanara la oreja; pero más lo fue que me curara el alma.

Momentos después llegó Caifás para mofarse de Él y regodearse de su triunfo. Era la antítesis de Jesús, lleno de odio y malicia.

—Si eres el rey de Israel, como dices, ¡baja de la cruz! Entonces te creeremos. Te encomendaste a Dios. ¡Que Él te libre ahora! —espetó.

El cielo se oscureció, el viento arreció, truenos estremecieron el cerro y Jesús clamó:

—¡Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen!

Aun mientras agonizaba colgado de aquella cruz, perdonó a sus ejecutores.

Ahora sé lo que debo hacer. Es imperioso que encuentre una forma de servir a mi nuevo Maestro por amor y gratitud.

Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo. 1 Dedicó 47 años de su vida a actividades misioneras en 10 países. Él y su esposa Pauline viven actualmente en Alemania. ■

1. http://elixirmime.com 10

YA SABEMOS EL FINAL

Soy de las que les gusta leer la última página del libro. Me encanta conocer el final antes de comprometerme a leer toda la trama. Me gusta buscar los spoilers mientras veo una película. Detesto el suspenso; solo quiero saber si el final me va a gustar o no. Soy feliz con todos los giros de la historia, siempre que sepa que tiene un buen desenlace. Cuando se conoce el desenlace, se altera totalmente el modo en que uno sigue la trama. Remontémonos a la noche en que Jesús fue crucificado; sabemos lo que pasó. Conocemos que resucitó de entre los muertos tres días después. Pero mientras todo sucedía, los discípulos no sabían qué desenlace tendría todo aquello. Pedro estaba tan asustado por lo que ocurría que negó a Jesús tres veces en las horas previas a su muerte. Los demás discípulos huyeron, distanciándose completamente de Él en Su hora de necesidad. Sus seguidores no sabían cómo terminaría todo. ¡Estaban aterrados! Ignoraban que tres días después de aquella horrible y espantosa muerte, Jesús resucitaría de entre los muertos, marcando un acontecimiento singular, el más determinante y glorioso de la Historia. Mas cuando sucedió, quedaron tan consternados que nunca dejaron de hablar del tema. Para ellos nunca dejó de ser novedad. Vivieron y murieron sustentados por la verdad de aquel acontecimiento.

En el curso de esta Semana Santa trata de imaginarte cómo vivenciaron los discípulos lo sucedido. Deja que tu corazón se hunda ante la pavorosa noticia de que Jesús fue capturado y conducido a rastras para ser juzgado. Palpa el miedo y el espanto que sintieron cuando lo condenan a muerte y lo hacen marchar por las calles, maltrecho y ensangrentado. Llora y padece mientras Él clama de dolor y angustia a causa de la crucifixión. Deja incluso que todo tu mundo y tu esperanza se desmoronen mientras Él agoniza. Solo por un momento, vívelo como si desconocieras el desenlace.

Es de esperar que así experimentes el final de la narración con una pizca del mismo asombro, alegría y perplejidad que sintieron los discípulos al descubrir que había resucitado. Trata de mirar con ojos nuevos este relato tan conocido, pues es de incomparable significación. Es el suceso que cambió la trayectoria de la humanidad. No es solo esperanza; es esperanza hecha realidad.

Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE. UU. ■

Marie Alvero
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EL DON DE LA FE

Hace poco, mientras esperaba mi cita en la sala de una empresa de nuestra ciudad, observé una gran pantalla que mostraba los productos de la compañía. Cada uno de ellos presentaba un antes y un después, con una experiencia primero bastante desalentadora y luego otra mucho mejor después de aplicar el producto. Se trata de un elemento esencial de la publicidad que ha tenido un éxito notable.

Cuando yo era pequeño mi corazón solía estar lleno de ilusión. Mi familia vivía en un entorno rural y mi pasatiempo favorito era vagar por las colinas explorando la naturaleza en todas las estaciones. Me encantaba todo lo relacionado con la vida y me sentía como en una nube, despreocupado por todo el mal que pudiera asechar en el mundo.

Para cuando llegué a la adolescencia, sin embargo, esos sentimientos ya se desvanecían. La naturaleza no había cambiado ni mi amor por ella. Pero aquellos primeros sentimientos de alegría y emoción habían sido desplazados por la ansiedad.

Cumplí veinte años en el rancho ganadero de mi tío en el centro de la Columbia Británica. Él se había ido a otro lado ese invierno y me dejó la casa y unos cuantos animales para que los cuidara. Eso puede despertar imágenes de aventuras en la escarpada región del oeste de Canadá, y algo de eso hubo. Pero en realidad estaba en un punto bajo de mi vida, y fui allí con la esperanza de encontrarle sentido y una paz interior duradera.

La estancia allí me proporcionó tiempo y ocasión para reflexionar sobre la vida, y escribí mis pensamientos en

un diario. El libro hace tiempo que desapareció, pero recuerdo el título y algunos versos de un poema en el que trabajé. Taking Yourself Higher (Elevarte) expresaba mi percepción cada vez más aguda de la espiral negativa que existe en este mundo y mi necesidad de elevarme y alejarme de ella. No obstante, el poema quedó inacabado, ya que no se me ocurría cómo lograr esa elevación. Todavía no había descubierto el camino.

Esa era la imagen de mi antes, mi experiencia anterior. Felizmente, cuando acepté el ofrecimiento de la mano extendida del Pastor, se me concedió la gracia de la fe, que me sacó del pozo y me elevó a un lugar seguro.

La fe es y siempre será la clave de la victoria. Creer que no estamos solos y que disponemos de ayuda es el primer paso. Estudiar y absorber las promesas de la Palabra de Dios es un aspecto práctico para poseer y aumentar la fe. Cuando hayamos hecho lo que podamos, Dios hará lo que está fuera de nuestro alcance.

J.M. Stirling y su esposa Anna criaron 10 hijos mientras misionaban en 7 países. Actualmente viven en Toronto, Canadá. ■

Todo el que es hijo de Dios vence al mundo. Y nuestra fe nos ha dado la victoria sobre el mundo. 1 Juan 5:4 (dhh)

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Cómo se produce una transformación interior

P regunta : He leído que Dios puede y desea convertir mis debilidades en puntos fuertes. Llevo mucho tiempo orando por eso, pero hasta ahora no ha cambiado nada. ¿Por qué no ha respondido Dios a mi oración?

Respuesta: Da la impresión de que esperas que Dios obre en ti una maravillosa transformación instantánea sin que tengas que poner nada de tu parte más allá de desear mejorar y rezar por ello. La cosa no es así. Dios hará por ti lo que solamente Él puede hacer, pero espera que tú hagas lo que está a tu alcance. Se necesitan ambas cosas. El crecimiento personal es fruto de una alianza.

Dios oyó tu oración. En el momento mismo en que rezaste Él puso la respuesta anhelada en el terreno de las posibilidades; pero ahora es preciso que tú la lleves a efecto y la hagas realidad. Debes conducirte como si ya se hubiera obrado en ti la transformación, aunque te sientas igual. Si rezaste para tener una actitud menos negativa y criticona, por ejemplo, tienes que hacer un esfuerzo por ser optimista y buscar lo bueno en los demás. Dios te inspirará pensamientos positivos y te hablará a la conciencia cuando comiences a ponerte pesimista o a censurar a los demás; por otra parte, tú debes seguir Sus indicaciones y esforzarte por preferir lo bueno y rechazar lo malo. Desear ese cambio y orar por ello fue una decisión acertada. Sin embargo, ahora tienes que comportarte de esa manera una y otra vez hasta que te salga espontáneamente.

Una transformación interior es un proceso que requiere compromiso, tiempo, esfuerzo y paciencia, pero es una de las experiencias más gratificantes de la vida.

Por esto mismo, poniendo todo empeño, añadan a su fe, virtud; a la virtud, conocimiento.

2 Pedro 1:5

No se puede experimentar una transformación física sin una transformación espiritual.

Cory Booker (n. 1969)

Los cambios pueden ser trabajosos. Conformarse con lo mismo de siempre no exige ningún esfuerzo. Andar en piloto automático nos ata a conductas del pasado. En cambio, transformar tu vida requiere valor, compromiso y esfuerzo. Es tentador atrincherarse en eso de que así son las cosas y punto. Para alcanzar las cosas realmente buenas de la vida hay que estar dispuesto a ser explorador y aventurero.

Independientemente de lo que te haya sucedido en el pasado o de lo que te sucede en este momento, ¡no tiene jerarquía alguna para impedirte que tengas un futuro extraordinariamente bueno si andas por fe en Dios! ¡Él quiere que vivas triunfante sobre el pecado y así apropiarte de las promesas que ha hecho sobre tu vida hoy!

Respuestas a tus interrogantes
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EL BUSCADOR DE PERLAS

Una vez leí una crónica sobre un buscador de perlas indio que se negaba a que su amigo, un misionero extranjero, lo convenciera de que la salvación podía ser tan sencilla como aceptar que Jesús es el Salvador. Creía que necesariamente implicaba un sacrificio y un gran costo personal.

Lo que lo hizo cambiar de opinión fue cuando quiso regalarle al misionero una perla que le había costado la vida a su hijo, y este, en cambio le ofreció comprársela. Se ofendió por el hecho de que algo que consideraba inapreciable pudiera rebajarse a una transacción monetaria. El misionero aprovechó entonces aquella circunstancia para señalar que así como el perlero no podía vender la perla por ningún precio, Dios, a través de Su Hijo Jesús, solo puede ofrecer la salvación como un regalo, ya que para poder dárnosla le costó todo.1

La narración me recordó la que contó Jesús sobre un buscador de tesoros que encontró una perla en venta tan preciosa que acabó vendiendo todas sus propiedades y posesiones para comprarla2. Jesús dijo que aquello era una ilustración de lo que representa el reino de Dios para quienes quieren ser parte de él. No nos estaba instando a pagar por él; nos enseñaba más bien que debíamos valorarlo tanto que ninguna otra cosa pudiera comparársele.

La Pascua es un buen momento para reflexionar sobre lo costoso que fue para Jesús pagar por nuestros pecados al dejarse golpear, azotar, torturar y humillar antes de ser finalmente colgado en la cruz y morir para que pudiéramos ser perdonados por nuestros pecados y acceder a Su reino celestial.

Aunque nunca podremos pagar el sacrificio que Jesús hizo por nosotros, merece la pena dedicar tiempo a

1. El relato íntegro se puede leer aquí: https://www.godvine.com/read/the-matchless-pearl--718.html

2. V. Mateo 13:45,46

3. V. Mateo 22:37-40

reflexionar en cómo podemos demostrar nuestra gratitud amando a Dios y a los demás con todo nuestro corazón, toda nuestra alma, toda nuestra mente y todas nuestras fuerzas3. Eso significa que debemos estar dispuestos y preparados para cuando se presente la oportunidad y a la vez deseosos de crear oportunidades para ponerlo en práctica. Que todos seamos instrumentos del amor y la paz de Dios para los necesitados.

Simon Bishop realiza obras misioneras y humanitarias a plena dedicación en las Filipinas. ■

Si aún no has reconocido en Jesús a tu Salvador, puedes hacerlo pidiéndole que entre en tu corazón y en tu vida. Simplemente reza: Jesús, te ruego que me perdones todos mis pecados. Creo en el sacrificio que hiciste al dar la vida por mí y que luego resucitaste. Abro la puerta de mi corazón y te invito a entrar en mi vida. Por favor, lléname de Tu amor y de Tu Espíritu Santo. Deseo conocerte y que me guíes en el camino de la verdad. Amén.

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DESLUMBRANTES ZAPATOS NUEVOS

—¡No quiero esos zapatos! —reclamé quejumbrosamente—. ¡Quiero esos otros!

Señalé otro par, que para mi mente infantil de seis años parecían mucho mejores que los que proponían tanto mi madre como el vendedor, con su falsa sonrisa.

—Pero Koos —suplicó mi madre—, tienes los pies planos. Necesitas unos zapatos que sean ortopédicos.

Yo seguía sin convencerme. A mí todos los pies me parecían planos. Los zapatos que ella quería comprarme me parecían de montañistas que pretendían escalar el Everest, mientras que los que a mí me gustaban venían con cordones rojos brillantes y hebilla plateada.

Mamá suspiró, y la sonrisa del vendedor cambió en mirada de frustración, porque los zapatos que yo quería eran bastante más baratos.

—Estos zapatos no te servirán para las largas caminatas —probó suerte nuevamente mamá—. Te harán daño y te fastidiarán.

El caso es que yo era un niño bastante obstinado y egocéntrico, y mi madre nos criaba a mí y a mi hermano sola. Al final, casi siempre cedía, como hizo aquella vez. Cuando salimos de la tienda, llevaba con orgullo mis relucientes zapatos nuevos, y un grupo de ancianas en la calle se detuvo a cuchichear como bobas: «Qué lindo».

La noche siguiente nuestro auto se averió. En aquella época, en Holanda, no transitaban muchos vehículos por las carreteras. Desde luego no había servicios de grúa las

24 horas del día. Lo único que podíamos hacer era recorrer a pie los siete kilómetros de vuelta a casa y arreglar la cuestión al día siguiente.

¡Cómo detesté aquella caminata! Llegué a odiar mis brillantes zapatos nuevos con cordones rojos. Aborrecí las ampollas sangrantes que me produjeron en los dedos de los pies y me quejé todo el camino de regreso a casa.

Al final terminé con los zapatos de cuero resistente que me hubieran servido desde el principio. Estaba agradecido, y aunque no parecían tan bonitos, sabía que me calzaban mucho mejor.

Aquel suceso de los zapatos me hizo pensar en una enseñanza. Cuántas veces tratamos de presentarnos como algo digno de admiración. Queremos andar con zapatos que creemos que nos harán lucir bien, cuando Dios sabe que a lo mejor necesitamos algo diferente, un par que de verdad nos calcen bien.

A veces he sido un cristiano de tiempo soleado. He lucido zapatos brillantes de religiosidad, proclamando audazmente las virtudes de la gracia y condenando el pecado. Mas cuando llegaron las pruebas, no siempre fui capaz de ser consecuente con lo que predicaba. Todavía estoy aprendiendo a confiar y aceptar el tipo de zapatos que Dios me da y a lucirlos con una sonrisa amable. Al fin y al cabo, el Padre sabe lo que más nos conviene.

Koos Stenger es escritor independiente. Vive en los Países Bajos. ■

Koos Stenger
Si Dios nos envía por caminos pedregosos, nos consigue los zapatos adecuados.
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Corrie ten Boom (1892–1983)

AMOR ETERNO

Cuando digo que te amo a ti en particular, me dirijo a cada uno de Mis hijos de todos los ámbitos de la vida. Me dirijo a los que se sienten apartados y distanciados de Mi amor. Me dirijo a los que se sienten fracasados y creen que no tienen perdón o que no les queda esperanza.

Te amo tal como eres. Mi amor te tiende la mano en este momento. Mi amor, Mi perdón y Mi misericordia están a tu entera disposición; no tienes más que aceptarlos. Ansío tenerte cerca de Mi corazón que rebosa de amor.

Si te sientes débil y cansado, fatigado y desgastado por la batalla, este mensaje es para ti. Si te sientes desfallecer, si tu ánimo, tu corazón y tu alma flaquean, este mensaje es para ti, criatura Mía. Si te parece que has perdido el entusiasmo y te consideras acabado, estoy aquí y nunca te dejaré ni te abandonaré.

Si te encuentras en el umbral de nuevos horizontes y al ver la montaña que tienes por delante te sientes abrumado y el futuro te asusta… si no te consideras en condiciones de atender a las exigencias que tienes por delante, te hago saber que te sacaré adelante.

Siempre estoy aquí mismo, a tu lado. Nunca te he abandonado, y jamás de los jamases te desampararé.

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