Conéctate, agosto de 2024: Nuestra identidad en Cristo
Año 25 • Número 8
NUESTRA IDENTIDAD EN CRISTO
Descubrir el plan de Dios
Reparaciones doradas
Una vasija más bella El spa del corazón
Arcilla en manos del Alfarero
A NUESTROS AMIGOS
el lugar que ocupamos en la familia de dios
¿Te has topado alguna vez con alguien que te pregunta ¿cómo estás?, pero no como un simple gesto de cortesía, sino porque realmente se interesa por ti? Enseguida esa persona se toma el tiempo para escucharte en silencio y sin interrumpir, sin ese afán de darte algún consejo o contarte otras experiencias similares que ha tenido. Te deja un magnífico sabor de boca y la sensación de que de veras te quieren y te valoran.
Por contraste, viene a cuento un chiste añejo sobre una conversación que alguien oye por casualidad en una fiesta. Un tipo le dice otro:
—Basta ya de hablar de mí. Ahora tú dime algo: ¿qué piensas de mí?
Esa constante necesidad de aprobación por medio del autobombo generalmente revela una inseguridad disimulada. Ahora bien, ¿vale realmente la pena esconderse tras una fachada?
El primer ejemplo que dimos nos recuerda esas personas que se preocupan del mundo que las rodea sin ser autorreferentes. Lo más probable es que viven en paz consigo mismas. ¿Y cómo hallan esa profunda paz? Una vez que tomamos conciencia del inmenso amor que Cristo abriga por nosotros —que nos acepta a pesar de todas nuestras faltas y defectos— ese afán de aprobación, de quedar bien ante los demás, se empieza a desvanecer.
Y eso no es más que el comienzo. A medida que vamos dilucidando el lugar que ocupamos dentro de la Familia de Dios, como herederos de Sus incontables promesas, nos vamos también dando cuenta de la misión que Él nos ha encomendado, que no es otra que ser embajadores de Su amor. En su artículo de las págs. 4-6 María Fontaine explora todo lo bueno que nos aguarda a medida que vamos descubriendo nuestra identidad en Cristo.
Ojalá que nuestro número de este mes te sea de provecho conforme te vas interiorizando de «las riquezas de la gloria de este misterio, el cual es: Cristo en ustedes, la esperanza de gloria» (Colosenses 1:27) y cobras más profundidad en el conocimiento del amor que alberga por ti y de quién eres para Él dentro de Su cuerpo.
Gabriel y Sally García
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Uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos hoy en día es la gestión de nuestras expectativas. ¿A qué recurrimos como indicador de una vida bien vivida? Da la impresión de que todo, desde el diseño de nuestra despensa hasta la trayectoria de nuestras carteras financieras, es algo que debemos cuidar y mejorar. Nos puede parecer que la carencia o el fracaso nos definen, y puede resultar difícil saber qué es cierto sobre nosotros mismos.
Hace poco me propuse hacer algo grande en mi carrera, algo que realmente quería; pero a pesar de haber estado tan cerca y haber pasado los primeros cortes, al final me rechazaron. En ese momento de decepción me sentí como la suma de todos mis fracasos pasados y futuros, y por un momento me sumí en la tristeza. Pero cuando empecé a ponerme apodos como fracasada y perdedora, no tardé sino un momento en reconocer que Dios no me ve así.
«El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios» (Romanos 8:16).
Aunque seguía decepcionada por el rechazo, recordar quién era yo a los ojos de Dios fue suficiente para devolverme la tranquilidad. Entonces recordé una de mis canciones preferidas:
Dices que me amas, aun cuando yo no siento nada.
Dices que soy fuerte, aun cuando me considero débil, y dices que me sostienes cuando no doy la talla; y cuando enfrento el rechazo, dices que soy Tuya.
Y creo,
sí que creo lo que dices de mí.
Lo creo.1
Y esa es la verdad. ¿Quién dice Dios que soy? ¿Cómo me mide Dios?
1. «Dices» de Lauren Daigle
Dios me dice que soy hija Suya y eso es lo que me define. Ya soy una ganadora. Con Él soy suficiente.
Pertenecer a Dios es para mí la verdad incontrastable. Han sido tantas las veces que tuve que rastrear mi identidad hasta hallarla en Jesús que me perfeccioné haciéndolo. La verdad de las palabras de Dios ha hecho surco en mi alma y sé rezar para que tome arraigo en mi corazón. Ah, y cuando la cuestiono, simplemente escarbo un poco más en la Biblia. Cada vez la Palabra de Dios demuestra que soy digna por Su gracia.
Tú también puedes encontrar tu identidad en Cristo. Su amor y gracia te definen. Aunque eso no te libra de los altibajos de la vida, somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó (Romanos 8:37).
Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE.UU. ■
NUESTRA IDENTIDAD EN CRISTO
María Fontaine
¿Qué constituye nuestra identidad? Venimos a este mundo con muchos rasgos y características; a saber, sexo, origen étnico, nacionalidad y una diversidad de puntos fuertes y débiles. Nuestra cultura y entorno también inciden en nuestras actitudes y creencias, y la manera en que respondemos y reaccionamos a todos esos factores configura nuestra identidad humana.
Cuando experimentamos un renacimiento espiritual reconociendo en Jesús a nuestro Salvador, obtenemos una nueva identidad: llegamos a ser hijos de Dios ( Juan 1:12) Se abre ante nosotros toda una nueva serie de oportunidades para crecer, aprender y establecer nuestra identidad como seguidores de Jesús. A medida que vamos creciendo en nuestra fe e incorporando a nuestra vida las enseñanzas de la Biblia, nuestra identidad en Cristo se sigue desarrollando.
con Él y más nos transformamos a Su semejanza (2 Corintios 3:18).
Pero ¿cómo se desarrolla nuestra identidad en Cristo? Un instrumento muy importante para ello es estudiar Su Palabra, creer lo que Él dice y aplicarlo a nuestra cotidianidad. Cuanto más interiorizamos lo que Jesús ha dicho de nosotros y lo que nos ha llamado a hacer como seguidores Suyos, más estrechamos nuestra relación
¿Cuáles son las ventajas de descubrir y cultivar nuestra identidad en Jesús? En el ámbito personal, nos aporta una mayor fe y confianza, las que se adquieren tomando conciencia de lo que somos en Él y que nos ama incondicionalmente. Existe, sin embargo, una razón de más peso: cuánto más se refuerza nuestra identidad en Él, más evidente se hace Su Espíritu en nosotros de cara a los demás. Así, a medida que nuestra luz alumbra delante de ellos, ven nuestras buenas obras y glorifican a Dios (Mateo 5:16). Para quienes no han recibido aún a Jesús, este puede ser el punto de partida, el
detonante que les infunda deseos de conocerlo y acercarse a Él.
A mucha gente del mundo de hoy le intriga saber cuál es su razón de ser, qué está destinada a lograr y si sus esfuerzos tendrán un efecto palpable. Los cristianos tenemos una misión vital que nos encomendó Jesús y que debe orientar nuestra vida y encauzar nuestros intereses y ocupaciones. Estamos llamados a ser «embajadores en nombre de Cristo» y, como si Dios estuviera llamando a la gente por medio de nosotros, rogarles «en nombre de Cristo: ¡Reconcíliense con Dios!» (2 Corintios 5:20.) Jesús dijo que así como el Padre lo había mandado a Él al mundo, así también nos ha enviado a nosotros para que seamos testigos de Su verdad y amor para los demás ( Juan 17:18–21).
Si bien muchas personas lidian con la incertidumbre acerca del futuro, nosotros podemos descubrir cuál es la voluntad personalizada de Dios para nosotros. La Biblia nos dice: «No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cómo es la voluntad de Dios: buena, agradable y perfecta» (Romanos 12:2 nvi). También podemos percatarnos de que Dios concluirá la buena obra que empezó en nosotros desde el momento de nuestro renacer espiritual. «Estando convencido de esto: que el que en ustedes comenzó la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús» (Filipenses 1:6).
Tenemos el privilegio de saber que cada uno somos elegidos y muy queridos de Dios. «Hermanos amados de
Dios, sabemos que él los ha escogido» (1 Tesalonicenses 1:4 nvi). Dios nos adoptó como hijos Suyos y Él es nuestro «Abba, Padre» (Romanos 8:14,15). Jesús además es nuestro amigo. «Los he llamado amigos porque les he dado a conocer todas las cosas que oí de mi Padre» ( Juan 15:15).
A pesar de nuestros muchos defectos y debilidades humanas, somos «santos y sin mancha» a los ojos de Jesús, amén de elegidos Suyos «desde antes de la fundación del mundo» (Efesios 1:4). Es más, la Biblia nos enseña que Dios nos ama con un amor eterno, inagotable ( Jeremiah 31:3 nlt) y que «como el novio se regocija por su novia» (Isaías 62:5), así se regocija Él por nosotros. Nada nos puede separar del amor de Dios en Jesús: ni la muerte ni la vida, ni lo presente ni lo porvenir, ni poderes ni ninguna otra cosa creada (Romanos 8:38,39).
Ser cristianos nos hace ciudadanos del Cielo (Filipenses 3:20) y herederos de unas riquezas eternas. Hemos nacido «de nuevo para una esperanza viva por medio de la resurrección de Jesucristo» y somos «guardados por el poder de Dios mediante la fe para la salvación preparada para ser revelada en el tiempo final» (1 Pedro 1:3–5). Un día nos sentaremos con Cristo en lugares celestiales para revelar «la incomparable riqueza de su gracia, que por su bondad derramó sobre nosotros en Cristo Jesús» (Efesios 2:6,7 nvi).
Es importante, pues, reconocer nuestra identidad en Jesús y tener claro de qué modo quiere Dios que crezcamos en el futuro y quién
quiere Él que seamos como parte de Él. A medida que estudias, te aprendes de memoria y haces tuyas las promesas de Dios contenidas en la Biblia, puedes cultivar las cualidades que conforman tu identidad en Cristo. Por ejemplo, si luchas contra sentimientos de culpa y el sentido de que nunca te liberarás de errores pasados, puedes hallar libertad sabiendo que Jesús dice que cuando perteneces a Él ya no hay más condenación (Romanos 8:1).
Si te sientes prisionero de tus temores, puedes declarar con fe que las cosas cambiarán cuando confíes en Él. «El día en que tengo temor yo en ti confío» (Salmo 56:3). Si tus circunstancias te hacen sentir pequeño/a, insignificante o que no vales nada, puedes declarar con perfecta seguridad: «Dios dice que soy hechura Suya, Su obra maestra; por eso sé que soy importante para Él» (Efesios 2:10). Si se apodera de ti esa sensación de soledad y abandono, puedes retomar conciencia de que Dios te ha escogido y te ama incondicionalmente (1 Pedro 5:7).
paz les dejo, mi paz les doy» ( Juan 14:27).
Recuerda que lo que opina Dios es lo que cuenta. Puedes optar por aceptar lo que ha dicho en Su Palabra acerca de ti, lo que representas y tu identidad en Cristo, ¡y vivir victoriosamente! Abraza lo que Dios ha dicho sobre tu identidad eterna. Concuerda con Él y admite que eso es cierto de ti, y permítele transformarte en la persona que te ha llamado a ser.
Cuando te parece que no tienes nada que ofrecer, recuerda que eres criatura de Dios y que Él te ha encargado el trabajo más importante del mundo: ser embajador Suyo (2 Corintios 5:20). Cuando te abrumen la ansiedad y el estrés, el desconcierto o la preocupación, sobreponte a la fatalidad. Tómale la Palabra a Jesús, que dijo: «La
Voluntariamente puedes reafirmar tu identidad en Cristo acogiendo las cosas que Jesús te ha dado como Su seguidor o seguidora. Comprométete a integrarlas a tu vida de manera que tu identidad se arraigue más profundamente en Él cada día. Hazte el propósito de ajustar tu modo de pensar para que coincida con lo que la Palabra de Dios dice acerca de ti, que eres Su hijo/a y ciudadano/a celestial. Practicando estas cosas nos abrimos a la acción del Espíritu de Dios en nuestra vida a fin de llegar a ser todo lo que Jesús prometió que podemos ser en esta vida y en la otra.
María Fontaine dirige juntamente con su esposo, Peter Amsterdam, el movimiento cristiano La Familia Internacional. Esta es una adaptación del artículo original. ■
MÉTÉTÉ ÉN ÉL AGUA
Lo que aprendí de las rosas
Chris Mizrany
Todo comenzó cuando alguien le regaló a mi mujer un precioso ramo de rosas blancas y rosadas. No sé por qué, pero acabaron en la mesada de la cocina mientras ella buscaba un jarrón. Cuando yo llegué a casa por la tarde todavía estaban ahí y ya se marchitaban. Mi mujer me pidió que saliera a buscar un jarrón, pero tenía prisa y me olvidé.
No me acordé hasta la mañana siguiente, cuando volví a entrar en la cocina. Me sobrevino un sentimiento de culpa y salí a comprar un jarrón, recorté apresuradamente los extremos de los tallos y sumergí las rosas en el agua. Luego tuve que volver a salir, casi seguro de haber actuado demasiado tarde.
No obstante, cuando volví más tarde, me encontré con un alegre recibimiento y un «gracias por poner las rosas en el jarrón. Son muy bonitas».
Sorprendido, entré y allí estaban, radiantes, llenas de vida y firmes. ¡Qué diferencia hace el agua!
Mi camino con Dios comenzó hace algunos años, cuando me ofreció la salvación y la acepté. Entonces me dio algunas pautas, la más importante de las cuales era pasar tiempo con Él absorbiendo Su verdad escrita en la Biblia. Me dijo que esa era la única manera de crecer, mantenerme espiritualmente fuerte y resplandecer con la belleza que Él quiere darle a mi vida. (V. Romanos 10:17; Colosenses 2:6,7.)
El problema es que suelo olvidarlo y mi espíritu queda marchito y abandonado, desprovisto del agua refrescante de vida que tanto anhela. Tengo todas las intenciones de dedicar tiempo a leer la Biblia, orar y estar en comunión con Jesús; pero luego, simplemente no lo hago. A veces se me olvida, y a menudo doy prioridad a otras cosas, cosas importantes, urgentes, entretenidas. Mientras tanto voy
decayendo.
Me apago, me vuelvo más negativo y menos amable. El jarrón está cerca, el agua me aguarda, y aun así, neciamente digo: «Pronto, más tardecito, en algún momento».
Pero siempre hay esperanza. Cada vez que vuelvo a las aguas dulces y vigorizantes de la Palabra de Dios, ¡cobro vida y renuevo fuerzas! Jesús espera paciente y amorosamente a que mi alma lo desee con ardor (Salmo 42:1). Le pido a Dios que no me demore, sino que acuda a Él cada día, que crezca, viva y alcance mi plenitud, de manera que pueda irradiar hacia los demás un destello de Su gloria y belleza (V. Daniel 12:3; Mateo 5:14,16.)
Chris Mizrany es misionero, fotógrafo y diseñador de páginas web. Colabora con la fundación Helping Hand en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. ■
Si aún no reconoces en Jesús a tu Salvador, puedes rezar esta sencilla oración:
Jesús, por favor perdóname por mis pecados. Creo sinceramente que Tú moriste por mí. Te invito a entrar en mi vida. Lléname del Espíritu Santo. Ayúdame a amarte a Ti y a los demás y a vivir según la verdad de la Biblia. Amén.
EL PRECIO DE LA NOVIA
Uday Paul
Hace poco me casé con una maravillosa mujer ugandesa que conocí en mi primer viaje misionero a África hace algunos años. Con el tiempo, nuestra relación se profundizó y sentimos que Dios nos encaminaba hacia el matrimonio.
En África existe la costumbre del precio de la novia, según la cual el futuro novio entrega una dote a la familia de la novia. (Es una costumbre opuesta a la de la India, mi país de origen, donde suele ser la familia de la novia la que paga una dote a la del novio.) Esta costumbre en Uganda está concebida como expresión del amor que el marido siente por su mujer y su forma de honrarla. Un ejemplo bíblico del precio de la novia es cuando Jacob adquirió a Raquel como esposa sirviendo a su padre Labán durante catorce años antes de casarse con ella. Lo hizo por el profundo amor que le tenía (v. Génesis 29:15–30).
Cavilando acerca de esa costumbre comprendí mejor la redención que Jesús realizó por nosotros. La Biblia cataloga de «pueblo adquirido por Dios» (Efesios 1:14 nvi) a todos los que creen en Jesús. A los que constituimos la iglesia se nos llama la desposada de Cristo, tanto individual como colectivamente (Apocalipsis 19:7,8).
Cuando invitamos a Jesús a nuestra vida disfrutamos de una íntima relación espiritual con Él.
Jesús pagó un precio de novia por nosotros, mayor que cualquier regalo monetario o material. El precio que saldó fue costoso y superó cualquier cosa que nosotros seamos capaces de dar a otra persona. El costo —o rescate como se le llama— fue Su propia sangre, la única que podía expiarnos y que era una expresión del amor de Dios por la humanidad. «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados» (1 Juan 4:10 nvi).
Pertenecemos a un Dios que nos amó y nos redimió aun cuando estábamos perdidos en el pecado y no merecíamos Su amor. Nos compró por precio (1 Corintios 6:20) al entregar a su Hijo único por nosotros. «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda mas tenga vida eterna» ( Juan 3:16). Pertenecer a la familia del Dios vivo es un privilegio de incalculable valor. Por lo tanto, Dios nos llama a llevar una vida que sea digna de Él y lo glorifique (1 Tesalonicenses 2:12).
Uday Paul es escritor independiente, profesor y voluntario. Vive en la India. ■
REPARACIONES DORADAS
Amy Joy Mizrany
Un libro que estaba leyendo mencionaba una tradición japonesa de reparación de cerámica llamada kintsugi Significa «uniones doradas» o «reparaciones doradas», y consiste en el arte de restaurar cerámica rota uniendo las partes fracturadas con una laca mezclada con polvo de oro o plata. En este oficio artesanal se reconoce que cuando algo bello se ha quebrado, ese episodio forma parte de su historia y no es algo que haya que ocultar o disimular.
Fascinada por esa idea, busqué imágenes de cerámicas reparadas mediante ese método. Cientos de finísimos cuencos, tazas y platos aparecieron en mi pantalla, cada uno de ellos con un singular motivo de oro no estructurado que se revela en toda su superficie. Los objetos quebrados no solo resultaban más interesantes y atractivos a la vista, sino también más valiosos con sus aditamentos de oro.
Cuando se mira un plato roto pensando en el kintsugi, no se razona: «Ah, ahora el plato es inservible y deslucido». No; más bien se piensa: «Este plato ha pasado por una experiencia que lo marcará, pero con hermosura. Gracias a ello será aún más valioso, más notable y apreciado».
Investigar más sobre el kintsugi y comprenderlo mejor fue un gran estímulo para mí, pues soy plenamente consciente de mis imperfecciones. Nadie tiene que convencerme de la verdad de la frase bíblica: «Engañoso es el corazón, más que todas las cosas» ( Jeremías 17:9). Sin embargo, ahora me gusta pensar que Dios practica kintsugi en mí. Toma todas mis fracturas y defectos y los remienda para crear un motivo que supera todo lo que podría haber existido sin esas fallas.
Si se lo permitimos, Dios se puede valer de nuestras imperfecciones para crear algo deslumbrante a partir de un objeto que de lo contrario habría sido desechado. No temas las imperfecciones. Pueden ser oportunidades para que el Señor se presente y haga reparaciones de oro en tu vida.
Amy Joy Mizrany nació y vive en Sudáfrica. Lleva a cabo una labor misionera a plena dedicación con la organización Helping Hand. Está asociada a LFI. En su tiempo libre toca el violín. ■
He aquí yo hago nuevas todas las cosas. Apocalipsis 21:5
Por la bondad del Señor es que no somos consumidos, porque nunca decaen sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Lamentaciones 3:22,23
Todos somos trofeos de la gracia de Dios, unos obtenidos de forma más espectacular que otros. Jesús vino por los enfermos, no por los sanos; por los pecadores, no por los justos. Vino a redimir y transformar, a hacer nuevas todas las cosas. Philip Yancey
BENEFICIOS DE UNA ACTITUD
POSITIVA
Henry Ford dijo una vez: «Ya si crees que puedes, ya si crees que no puedes, en ambos casos tienes razón». Esto refleja una verdad inserta en los Proverbios: «Pues como piensa dentro de sí, así es él» (Proverbios 23:7 nbla). Dicho de otro modo, un pensamiento profundamente arraigado llega a ser parte de lo que uno es.
Últimamente vengo reflexionando sobre el alcance que tienen nuestros pensamientos y tratando de identificar y erradicar algunos de los procesos mentales que resultan perjudiciales y contrarios a lo que sé que es verdad según la Palabra de Dios. Me di cuenta de que mi felicidad en la vida y mi capacidad para servir a Dios y a los demás están directamente relacionadas con lo que consiento que arraigue en mi corazón y en mi mente.
Una anécdota graciosa que escuché una vez ilustra cómo nuestra actitud influye tanto en nuestra felicidad. Una pareja tenía dos hijos gemelos muy diferentes entre sí. El uno era extremadamente optimista con todo y lleno de ilusión y alegría; el otro, por muy buenas que
fueran sus circunstancias, siempre andaba descontento y negativo. Sus padres los llevaron a un consejero, que les recomendó que al niño negativo le hicieran la vida lo más fácil y agradable posible para contrarrestar su pesimismo; y que en cambio crearan dificultades y molestias para el niño positivo a fin de moderar su optimismo.
Unos días después llegó el cumpleaños de los niños. Los padres llenaron una habitación de regalos estupendos para su hijo pesimista. Cuando lo llevaron a ver todos los obsequios, la criatura miró cada uno de ellos alegando que no era de su color favorito, que era demasiado simple o demasiado complicado, que podría romperse fácilmente, etc.
Los padres se decepcionaron, pero decidieron continuar con el plan. Llevaron, pues, a su otro hijo a otra alcoba que no contenía nada excepto un montón de estiércol de caballo. Cuando ese niño vio el estiércol, se puso a saltar y a dar palmas. Sus padres quedaron helados y le preguntaron:
—¿Por qué te alegras por una pila de estiércol?
—¡Es que con todo este estiércol —respondió el niño— estoy bastante seguro de que hay un potrillo esperándome a la vuelta de la esquina!
Aunque dudo que sea verídico, este relato nos enseña que nuestra actitud se ve más afectada por nuestros patrones de pensamiento que por nuestras circunstancias.
He aprendido que, aunque no siempre logre cambiar mis circunstancias, puedo esforzarme para que mis pensamientos se centren en cosas positivas, que edifiquen la fe y estén a tono con la Palabra de Dios (Filipenses 4:8). Así puedo ejercer una influencia positiva y no permitir que la negatividad, la amargura o el desánimo me nublen la mente.
Simon Bishop realiza obras misioneras y humanitarias a plena dedicación en las Filipinas. ■
Simon Bishop
RECUERDA QUIÉN ERES Y QUIÉN ES DIOS
Rosane Cordoba
Lo primero que aprendí en mi derrotero cristiano fue a dedicar tiempo a Dios todos los días, leyendo la Biblia y rezando, hábitos que sigo practicando a diario. Cada mañana leo la Escritura u otros textos cristianos y concentro mis pensamientos en la bondad del Altísimo. Siento que mi fe se fortalece y que los pensamientos negativos se desvanecen. Luego oro por cualquier cosa que me pese en el corazón. Pongo a mis seres queridos en las manos amorosas de Dios. Y de ahí espero y escucho lo que me dice Su voz apacible.
Aun así, dado que soy humana, he cometido muchos errores. Después de uno de esos traspiés hace unos años, tuve que empezar de nuevo en cierto aspecto de mi vida. Con todo, aun después de haber hecho lo correcto y haber retornado a la voluntad de Dios, me desanimé mucho, hasta que oí la voz del Espíritu Santo que me susurraba: ¡Recuerda quién eres!
¿Qué!, pregunté. El Espíritu Santo continuó susurrando: Eres hija del Dios vivo. Estás hecha a Su imagen. Recuerda todos los hechos temerarios que has realizado hasta ahora. Eres una luchadora, y eso nadie te lo puede quitar. Recordé una ocasión en que mi padre, que solía ir a escalar montañas con nosotros y nuestros amigos, se perdió en un cerro llamado Pico da Tijuca, uno de las
más altos de Río de Janeiro. Esa semana había llovido y el sendero se había borrado. En vez de rendirse, mi padre dijo: «Podemos divisar la cima. Si seguimos subiendo, llegaremos». Se nos adelantó con su enorme bastón abriéndose camino entre la maleza, y al rato coronamos la cima. Desde allí tuvimos el privilegio de contemplar una vista de Río, apodada Ciudad Maravillosa.
Así que la segunda cosa más importante que aprendí fue a no rendirme cuando cometo errores, sino a levantarme y probar de nuevo. Nuestros errores forman parte de nuestro aprendizaje. Hay momentos en los que perdemos el rumbo, como le ocurrió a mi padre en la montaña, pero Dios puede abrir camino donde no lo hay si no dejamos de fijarnos en Sus promesas. Tenemos que recordar quiénes somos y, sobre todo, quién es Dios. «Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. […] El Señor de los Ejércitos está con nosotros» (Salmo 46:1, 7).
Rosane Córdoba vive en Brasil. Es escritora independiente, traductora y productora de textos didácticos para niños basados en la fe y orientados a la formación del carácter. ■
HECHURA SUYA
Para mí, uno de los aspectos más importantes y liberadores del crecimiento spiritual es aprender a vivir en el marco de mi identidad con Cristo. Hay varios pasajes de la Escritura que describen claramente que nosotros, por ser el cuerpo de Cristo, estamos incorporados a Él. Romanos 8:37 expresa: «Somos más que vencedores». Primera de Juan 3:1 declara que somos «hijos [e hijas] de Dios». En Efesios 2:6 dice que Dios «juntamente con [Cristo] nos resucitó, y nos hizo sentar en los lugares celestiales con Él». Creo que puedo decir sin temor a equivocarme que si optamos por creer estos versículos, invocándolos como promesas que Dios ha hecho para nosotros personalmente, más nos afianzaremos en nuestra fe y más convicción tendremos para procurar cumplir con el llamado que Dios nos hecho a cada uno.
Pienso que lo que a muchos nos impide conocer y vivir plenamente nuestra identidad en Cristo es la tendencia a compararnos con los demás y a veces esforzarnos
demasiado por ser como ellos en lugar de ser sencillamente como somos. Deducimos que si pudiéramos parecernos a esas personas, obrar o poseer el ungimiento espiritual de ellas, curiosamente seríamos más felices. Claro que cada cosa a su tiempo. Hay casos en que conviene seguir el ejemplo de otro ser humano, sobre todo cuando este nos induce a ser más amorosos, imitadores de Cristo, conscientes de nuestra salud, etc. Lo problemático es cuando nos esforzamos por copiar a otros motivados por nuestra propia insatisfacción con lo que somos. Esa actitud casi se podría catalogar de robo de identidad espiritual. Nos afanamos demasiado por imitar las características y aptitudes de los demás en vez de estar contentos con lo que somos. Eso a su vez nos priva de la alegría y la libertad que por designio nos corresponden. Tan nociva tendencia se remonta a los albores de la humanidad. Adán y Eva sucumbieron a la tentación de la serpiente en el Edén cuando les prometió que si comían
Steve Hearts
Comparar nuestra suerte con la ajena nos despoja de la alegría. Atribuido a Theodore Roosevelt
La forma más segura de bloquear tu creatividad es mojar tu pincel en paleta ajena. Deja de comparar tu don con el de otra persona. Katherine Walden
Cuando el Señor te indica claramente que debes seguirlo por un nuevo rumbo, concéntrate plenamente en ese derrotero y no te distraigas comparándote con los demás. Charles Swindoll
de la fruta prohibida serían iguales a Dios (Génesis 3:5). Habiendo oído esas palabras ya no les satisfacía vivir como lo habían hecho hasta entonces: felices y contentos en un mundo sencillo, hermoso y perfecto. Deseaban saber todo lo que sabía Dios, en lugar de contentarse con gozar de una relación íntima con Él. Optaron, pues, por aceptar los argumentos de la serpiente, con lo cual alteraron la creación para siempre.
Los hijos de Israel cayeron en la misma trampa cuando pidieron que los gobernara un rey para poder ser como el resto de las naciones (1 Samuel 8:5). Pretendieron que su petición sonara muy lógica y racional, ya que Samuel estaba entrado en años y sus hijos no seguían su ejemplo. No obstante, el Señor conocía sus intenciones y le dijo a Samuel: «No te han rechazado a ti, sino a Mí, pues no quieren que Yo reine sobre ellos» (1 Samuel 8:7 nvi). A pesar de la identidad que les había otorgado como pueblo separado y elegido, los israelitas todavía no estaban satisfechos y aspiraban a ser como las naciones vecinas. En consecuencia, empezaron a adorar a los dioses paganos de las naciones con las que se comparaban y a emular sus costumbres pecaminosas hasta que finalmente fueron llevados cautivos. De no estar contentos con lo que somos en Cristo nosotros también podemos llegar a ser cautivos de la infelicidad, el descontento y las limitaciones que nos imponemos.
Me tomó bastante tiempo darme cuenta de cuánto pretendía ser yo como otras personas, concretamente en mi forma de cantar y de componer canciones. En una época, cuando escuchaba por primera vez a algún artista
o intérprete que me gustaba, trataba de imitar su estilo en mis propias canciones. La gente lo notaba y me decía: «Asume tu propia identidad. Canta y toca en tu estilo singular sin andar imitando siempre a otros». Cuando seguí esos consejos me liberé y pude descubrir y cultivar la voz y el estilo singulares que Jesús me dio.
Me pasó lo mismo en mi empeño por conducir a otros a Cristo: emulaba a quienes fueron mis mentores en la evangelización. Desde luego respeto a mis mentores y agradezco la influencia que tuvieron en mi vida, pero luego de un encuentro íntimo con el Espíritu Santo recibí una unción más personalizada para hablarles a los demás de Jesús, de tal modo que ya no era necesario esforzarme por imitar a otras personas.
Dios no nos ha dado la vocación de compararnos. Mientras andemos en el Espíritu y no en la carne (Romanos 8:1–9) tendremos la libertad de ser lo que Dios quiso que fuéramos, puesto que fuimos creados a Su semejanza (Génesis 1:26). Cada uno de nosotros es una creación formidable y maravillosa (Salmo139:14). Independientemente de las diversas características, dones y vocaciones que tengamos, Efesios 2:10 (nvi) expresa claramente quiénes somos en Cristo: «Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica».
Steve Hearts es ciego de nacimiento. Se desempeña como escritor y músico y pertenece a la Familia Internacional en Norteamérica. ■
¿QUIÉN SOY?
Keith Phillips
Ciertas cosas han sido una constante a lo largo de los tiempos. Por ejemplo, la pregunta: «¿Quién soy?» La búsqueda de la propia identidad es una experiencia universal, dispuesta por Dios. Lo que sí ha cambiado en las últimas dos generaciones es el referente al que acude la gente en busca de la respuesta. Para muchos ya no se trata de encontrar valores y un propósito sobre los que edificar su vida, sino en descubrir su perfil, la imagen que desean proyectar, con un fuerte componente de individualismo. Nunca se ha dado tanta importancia a la expresión de la propia individualidad como en el mundo actual impulsado por el comercio y los medios de comunicación. Una búsqueda rápida en Internet arrojó cientos de miles de sitios en los que me decían cómo expresar mi individualidad. En la mayoría pretendían venderme algo. Dentro de ese impresionante abanico de opciones figuraban los medios más conocidos —vestuario, corte de pelo, música, dieta, auto— y también los menos convencionales —tatuajes y piercings—. Hoy en día vale cualquier cosa que sea susceptible de comercializarse. La publicidad presenta cosas tan diversas como los tonos de celular personalizados, las urnas de metal artesanales y extensiones multicolores de pelo, todas ellas como formas de expresar la individualidad. De lo que muchos consumidores no tienen conciencia es que en su búsqueda de
Acuérdate de quién eres. No transijas por ningún motivo. Eres criatura del Dios todopoderoso. Vive esa verdad.
Lysa TerKeurst
Nadie es insignificante en los designios de Dios.
Alistair Begg
Toda la oscuridad del mundo no es capaz de extinguir la luz de una sola vela.
Francisco de Asís
la tan mentada individualidad acaban por convertirse en modelos de conformismo, avisos publicitarios ambulantes que promueven ideas, gustos, creaciones e iniciativas ajenas.
Lo que en otra época era un rito propio de la adolescencia, ahora nos persigue de la cuna hasta la tumba. Y no lo digo en sentido figurado. El aviso de una empresa de tarjetas reza: «El anuncio de tu nacimiento debería expresar tu individualidad de modo bien original». Y el de una funeraria: «Un servicio fúnebre concertado de antemano será una expresión de su individualidad».
Pero un momento: ¿Será que esas manifestaciones superficiales reflejan fielmente nuestra esencia? ¿O más bien el verdadero yo está determinado por nuestro ser interior, nuestro espíritu y los valores que nos mueven y que orientan nuestros actos? ¿Por qué quieres que se te conozca y se te recuerde? ¿Por la imagen que proyectas, o por la influencia positiva que ejerces en los demás? ¿Quién eres en realidad?
Keith Phillips fue jefe de redacción de la revista Activated, la versión en inglés de Conéctate, durante 14 años, entre 1999 y 2013. Hoy él y su esposa Caryn ayudan a personas sin hogar en los EE.UU. ■
El spa del corazón
marcela Cedeño Madrigal
El anuncio decía: «¡Este verano puedes lucir un cuerpo perfecto por solo 600 dólares!» Fue una oferta a la que ella no pudo resistirse y decidió pedir cita. Se trasladó de su trabajo al spa con una idea clara de la nueva imagen que quería lucir. Era un precioso salón de estilo retro con fotografías en la pared y revistas estratégicamente colocadas que promocionaban el cuerpo perfecto. Canjeó el cupón promocional y recibió una buena atención por el dinero que pagó. También empezó a hacerse tratamientos quincenales para moldear su cuerpo. Pero no encontró un tratamiento para su corazón. Los spas de belleza suelen ser el escondite preferido para quienes abrigan sentimientos de abandono, rencor y baja autoestima. Hombres y mujeres por igual buscan refugio en un centro de estética como vía de escape de sus difíciles realidades. Sin embargo, la Biblia dice: «Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida» (Proverbios 4:23 nbla). La verdadera belleza procede de un corazón lleno de Dios. Mi profesión es la dermatología; mi vocación, el tratamiento del corazón sufriente. Debemos dar con un equilibrio entre la belleza exterior y la interior. Si bien es importante mantener hábitos dietéticos saludables y hacer ejercicio para conservar una buena salud física y mental, no podemos por ello desatender el cuidado de nuestro corazón y espíritu.
Hoy puedes someterte a una sesión de spa del corazón, diferente a cualquier tratamiento que hayas recibido antes. Puedes someterte a una limpieza del alma, recibir el perdón, aprender a perdonar a los demás, limar asperezas, tonificar tus valores, fortalecer tus emociones y mucho más.
La terapia de spa que Jesús nos ofrece personalmente nos la aplica con Sus manos amorosas y el agua purificadora de vida. No necesitas un cupón especial, un salón VIP, ni siquiera una tarjeta de crédito. Basta con que tengas un corazón receptivo.
Todo lo que te ha sucedido que ha afectado tu autoestima —palabras despectivas o situaciones que han minado tu confianza y te han llevado a esforzarte por tener un cuerpo perfecto y una juventud eterna— Dios desea sanarlo y restaurarlo. Él te formó con Sus tiernas manos y te hizo una persona perfecta (Salmo 139:14-18).
Esta no es una terapia de baño de lodo de un spa, de esas que se promocionan en los anuncios. Se trata de ti, que eres arcilla en las manos del Divino Alfarero — Jesús—, quien moldeará tu vida y hará de ti una hermosa vasija nueva para Su gloria (Isaías 64:8).
Marcela Cedeño Madrigal vive en Costa Rica. Trabaja en relaciones públicas y colabora en programas de radio en que se abordan temas sobre el cuidado de la piel. ■
De Jesús, con cariño
TU IDENTIDAD ETERNA
El amor que albergo por ti es tan grande que me impulsó a emprender Mi misión en la Tierra con el ánimo de rescatarte y levantarte para que anduvieras en vida nueva. Morí para que hallaras el camino, la verdad y la vida y descubrieras a quién perteneces y la identidad eterna que posees en Mí ( Juan 14:6).
¡El amor que profeso por ti es desde la eternidad y hasta la eternidad! (Salmo 103:17.) He implantado Mi amor y Mi Espíritu en lo profundo de tu corazón para sustentarte en tu travesía por la vida hasta el día en que llegues a casa, al hogar que te he preparado ( Juan 14:3).
Cuando te envuelva la soledad o te hayas sumido en tiempos difíciles, ven a Mí y hallarás paz en Mi presencia. Cuando te desanimes y te parezca que has causado un desastre, levanta los ojos y mira Mi rostro. Verás que te sonrío con Mi amor incondicional. Cuando te invadan las preocupaciones o la ansiedad, descarga todos tus afanes sobre Mí y hallarás descanso para tu alma (Mateo 11:28,29).
Cuando te haga falta orientación, Yo iré adelante, te serviré de guía y te iluminaré el camino. Cuando te sientas perdido, estaré contigo para recordarte que ya te he encontrado y estarás conmigo por la eternidad.
Te he observado y cuidado con ternura desde el momento de tu concepción. No andas errante en medio de una muchedumbre anónima, sin rostro, llamada humanidad. Morí en la cruz por ti personalmente para que puedas experimentar Mi amor y Mi perdón hoy y para siempre.