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Año 25 • Número 10
Año 25 • Número 10
Confía en Él
No estoy sola
Dios me sostiene
Elevar el nivel de fe
La veracidad de la Biblia Los misioneros descalzos
Fe: la jugada ganadora
Año 25, número 10
recordemos siempre el factor dios
Hay momentos en la vida en que nos sentimos abrumados por circunstancias adversas. Todo parece conspirar contra nuestra estabilidad y felicidad. Nos vemos sitiados por apuros económicos, contrariedades de todo tipo, trastornos de salud. Nos desarmamos, nos desconcertamos. Llegamos a dudar de la providencia divina. Si bien en esos momentos las circunstancias parecen inapelables, estas no debieran ser el factor determinante; la cuestión de fondo es más bien a quién recurrimos. El secreto para remontarnos a las circunstancias está a nuestro alcance, y es contar con el factor Dios. Pedir a Dios que intervenga.
«Para los hombres es imposible, pero no para Dios. Porque para Dios todas las cosas son posibles» (Marcos 10:27), dijo Jesús a Sus discípulos. ¡El factor Dios —Su omnipotencia y supremacía— puede alterar todo el panorama! Cuando se aplica el factor Dios, lo imposible nos resulta factible, ya que la fe en Dios y en Sus promesas anula toda imposibilidad.
Pongamos que nos tiramos de los pelos y no tenemos ni una sola pista sobre cómo resolver un enredo; o que estamos arrinconados en una situación aparentemente sin salida. El Dios que las más veces prefiere andar de incógnito entre nosotros, de repente se aparece y nos aclara el panorama. Trae la solución, el remedio o la salida, y todo se encamina a buen fin.
¿Te has llevado alguna vez un chasco por un suceso contrario y luego comprendes que la tal decepción no fue tal sino una bendición? Si es así, le atinaste al factor Dios.
Recordemos que Dios es dueño de toda situación, el Dios de los milagros, el Dios de las circunstancias inverosímiles, el Dios de las imposibilidades. Es el Dios que camina con nosotros a través de todo valle de sombras. No se trata de ser irresponsables o poco realistas, sino de aplicar la fe a nuestra realidad y ver al Todopoderoso obrar todo para nuestro bien (Romanos 8:28 ntv).
El presente número de Conéctate contiene varios relatos que describen la extraordinaria acción de Dios en nuestra vida. Sumerjámonos en este fascinante tema y exploremos sus diversas facetas. Esperamos que el lector salga fortalecido luego de estas lecturas y que en las matemáticas de la vida no deje de incluir el factor Dios.
Gabriel y Sally García Redacción
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—¡Mira, tía Amy, mira!
Mi sobrina había subido a lo alto de una plataforma del parque de juegos y se quedó saludándome emocionada.
—¡Vaya! ¡Bien por ti! —exclamé.
Me acerqué hasta que la tuve al alcance de la mano y le dije:
—Salta hacia mí.
Soltó una risita y saltó desde la plataforma hasta mis brazos. Le di unas vueltas y reímos juntas. Luego la dejé en el suelo, y salió corriendo hacia los aspersores de otra zona del parque.
Unos minutos más tarde la vi subir con sus amiguitas por la escalera de un pequeño tobogán. Dudaba. Le daba un poco de miedo bajar, así que volví a tenderle la mano.
—¡Ven, que yo te recibo!
—¡Pero, tía Amy! ¿Y si me dejas caer?
Se inclinó un poco más y dijo en voz baja:
—¿Y si me caigo delante de todos!
Me reí.
—Pero, cariño, antes confiaste en mí para que te pillara. Sabes que no te dejaré caer.
Saltó y la pillé.
Me reí entre dientes mientras todos se iban corriendo a jugar. Pensé: «Qué extraña combinación de reacciones: primero sin miedo y con plena confianza, y después con vacilación y dudas».
Pero entonces el Señor me habló al corazón: «¿No eres así conmigo a veces? ¿Cuántas veces atajé tu caída? ¿Cuántas veces confiaste en Mí y saltaste al vacío, y te llevé a un lugar seguro y mejor? Aun así, por momentos sigues dudando. A veces me suplicas que no te deje caer. ¿Acaso alguna vez te dejé caer?»
Acudieron a mi memoria versículos bíblicos sobre la continua fidelidad del Señor pese a nuestra desconfianza o temor, a saber: «Y aunque no seamos fieles, Cristo permanece fiel; porque él jamás rompe su promesa» (2 Timoteo 2:13 tla). «No se turbe su corazón ni tenga miedo» ( Juan 14:27). «No temas, porque yo estoy contigo. No tengas miedo, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré, y también te ayudaré. También te sustentaré con la diestra de mi justicia» (Isaías 41:10).
Mi falta de confianza nunca llevó a Dios a serme infiel. Mis temores nunca debilitarán Sus manos. Él me ha pedido que dé muchos pasos de fe por Él; pero por muy nerviosa que me sintiera, cuando salté, Él siempre me agarró.
¡Da el salto!, que Él evitará tu caída.
Amy Joy Mizrany nació y vive en Sudáfrica. Lleva a cabo una labor misionera a plena dedicación con la organización Helping Hand. Está asociada a LFI. En su tiempo libre toca el violín. ■
Todos en algún momento de nuestra vida hemos sentido una honda decepción al ver que algo no nos salía como esperábamos o deseábamos. Quizás hasta llegamos a preguntarnos si Dios nos había fallado o por qué nuestras oraciones no obtenían respuesta. Tal vez hubo ocasiones en que nos habíamos consagrado a algo que estábamos convencidos de que era la voluntad de Dios y por tanto confiábamos que Él bendeciría nuestros esfuerzos. Le rogamos sinceramente que nos guiara y nos apoyara, pero por alguna razón, nuestros planes se frustraron y el resultado no fue el previsto.
Aun cuando se hacen patentes las razones y las circunstancias adversas por las que algo no resultó, cabe la posibilidad de que los cristianos discutamos: «Pero, Señor, ¡si yo creía que esa era Tu voluntad! ¿Por qué no interviniste milagrosamente para que el asunto saliera bien a pesar de todo? ¿Por qué no resultó, siendo que te lo encomendé en oración?» En situaciones así es muy fácil desanimarnos, poner en duda nuestras decisiones o incluso cuestionar a Dios.
Esos sentimientos de decepción y desánimo son muy reales, y puede ser complicado entender por qué las cosas se dieron como se dieron y qué falló. ¿Por qué permitió Dios que algo saliera mal? Para los que hemos puesto nuestra confianza en el Señor y en Su Palabra la respuesta es que Dios nunca falla. Si las cosas salen mal o no como esperábamos, debemos aceptar el hecho de que o bien nosotros fallamos de alguna forma, o es que Dios tiene un plan distinto. Pero aun así, si continuamos siguiendo y obedeciendo al Señor, podemos tener la certeza de que Él hará que todo coopere para nuestro bien (Romanos 8:28).
Los buenos programas y propósitos a veces fallan, aun cuando los hacemos con buenos motivos y se los encomendamos a Dios y buscamos Su voluntad y Su orientación. A veces, cuando nos parezca que el Señor no responde a nuestras súplicas, conviene recordar que Dios sabe lo que conducirá a los mejores resultados en nuestra vida y en la de los demás. Su Palabra dice: «Como son más altos los cielos que la tierra, así mis caminos son más altos que sus caminos, y mis pensamientos más altos que sus pensamientos» (Isaías 55:8,9).
Aunque todo parezca marchar conforme a lo planeado y en la dirección en que se lo hemos pedido a Dios, aun así debemos andar por fe, cumplir con lo que nos corresponde y confiar en que el desenlace será el que Él ha dispuesto. Esto suele suceder cuando divulgamos la buena nueva. Es posible que el Señor haga que nos encontremos con una persona que esté en busca de Dios y suscite en nuestro corazón el impulso apremiante de hablarle de Jesús. A partir de ahí, sin embargo, depende de nosotros actuar para darle la oportunidad de conocer a Dios y a partir de ahí confiar en que Él obrará en la vida de esa persona.
Un ejemplo de la importancia de ser diligentes en cumplir con nuestro deber para que se haga la voluntad de Dios se encuentra en el libro de Los Hechos de los Apóstoles. Felipe el evangelista había estado predicando la Palabra de Dios en Samaria (al norte de Israel) cuando «un ángel del Señor le dijo: “Ponte en marcha hacia el sur, por el camino del desierto que baja de Jerusalén a Gaza”» (Hechos 8:26). Dios tenía planeado hacer algo de suma importancia y quería valerse de Felipe para ello. La Biblia dice que respondió con docilidad: «Felipe emprendió el viaje».
Cuando arribó al mencionado camino se encontró con un «alto funcionario encargado de todo el tesoro de Candace, reina de los etíopes» (Hechos 8:27). Aquel dignatario etíope creía en Dios, había ido a Jerusalén a adorar y ya iba de regreso a Etiopía. Se trasladaba en su carroza leyendo el capítulo 53 de Isaías, el pasaje profético escrito quinientos años antes del nacimiento de Jesús, que predecía con increíble precisión Su vida y Su muerte. Aunque Dios lo había dispuesto todo a la
perfección, Felipe tuvo un papel que cumplir para que el designio divino se realizara.
«El Espíritu le dijo a Felipe: “Acércate y júntate a ese carro”» (Hechos 8:29). Felipe podría haber respondido: «Un momento, mejor me lo pienso dos veces. Se trata de un importante funcionario extranjero. Hay que ver los guardias armados que lo escoltan. Si me acerco a su carroza me puedo meter en un tremendo lío. ¡Quizás hasta me maten!» La Biblia en cambio dice que «Felipe se acercó de prisa a la carroza». Corrió, se fue derecho a aquel carruaje y le preguntó al tesorero: «¿Acaso entiende usted lo que está leyendo?» (Hechos 8:30.)
El etíope admitió que no lo entendía y le pidió a Felipe que se lo explicara, lo cual este hizo muy gustoso. Como consecuencia, el etíope se convirtió al cristianismo (Hechos 8:35-39). Siendo además un hombre de gran influjo y autoridad, jugó un papel decisivo en la conversión de la nación etíope al cristianismo. Todo porque Felipe accedió a seguir el plan de Dios.
A veces, cuando nos da la impresión de que nuestras plegarias han caído en oídos sordos o que las cosas no han
resultado bien, puede ser difícil confiar en Dios y en que Él está obrando en la situación. Ahí entra a tallar el factor Dios. Al elaborar planes debemos recordar que Dios es soberano y que Sus designios y propósitos se cumplirán. Él es capaz de obrar en situaciones aparentemente imposibles y materializar cosas que superan con creces nuestra competencia y habilidad. He ahí el factor Dios en la ecuación.
Aunque estemos bastante seguros de que la Providencia va a intervenir y sigamos por el rumbo general que esta nos ha trazado, a la hora de la verdad tenemos que confiar en el Señor. Si andamos por fe, la Biblia dice que para Dios todo es posible (Mateo 19:26). Él puede actuar a nuestro favor en respuesta a nuestras plegarias a fin de hacer realidad Su voluntad y Su plan. Sin embargo, sin fe no podemos cumplir Sus buenos propósitos, ya que «sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan» (Hebreos 11:6 rvr60).
Claro que a veces las circunstancias no parecen ser ideales. Puede que hayan surgido nuevos factores y que se vea cuesta arriba lograr lo que esperábamos o alcanzar el objetivo que nos habíamos propuesto. En esas situaciones nuestra fe es puesta a prueba, pero en
el proceso aprendemos a confiar en que «fiel es Dios» (1 Corintios 10:13) y que Él nos conducirá hacia Su buena voluntad, agradable y perfecta (Romanos 12:2). Aprendemos entonces a rezar la oración que Jesús enseñó a Sus discípulos: «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mateo 6:10).
Independientemente del cariz que tenga ahora mismo la situación, sabemos que Dios nunca falla. Él está con nosotros y es quien «produce en [nosotros] tanto el querer como el hacer para cumplir Su buena voluntad» (Filipenses 2:13). Él es quien ha prometido hacer que todo redunde en bien en la vida de quienes lo aman y son llamados conforme a Su propósito (Romanos 8:28 dhh). Y dice: «Yo conozco los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza» ( Jeremías 29:11 nvi).
Adaptación de un artículo de Tesoros, publicado por la Familia Internacional en 1987. ■
Si todavía no has experimentado en persona el amor y la fidelidad de Dios, puedes empezar ahora mismo rezando esta sencilla oración:
Jesús, creo sinceramente que eres el Hijo de Dios y que moriste por mí. ¡Te lo agradezco! Te ruego que entres en mi corazón, me perdones mis pecados y me concedas la vida eterna. Lléname de Tu Espíritu Santo. Quiero aprender a confiar en Ti. Sé que eres fiel y que harás que todo redunde en mi bien porque te amo. Lo pido en Tu Nombre. Amén.
Sally García
Cuando entré en la universidad no tenía ni idea de lo que quería hacer con mi vida. Estudiar era simplemente lo más racional en ese momento. Por aquel entonces practicaba el estilo de vida hippy y consumía drogas. Mi vida parecía un barquito a la deriva en alta mar, sin timón ni ancla.
Entonces clamé a Jesús: «Si existes, ¡haz algo en mi vida! No sé qué hacer». Una semana después tuve una visión de que estaba de pie sobre la mano de Dios. Mi primera impresión fue: No estoy sola. Yo era la misma persona —pequeña, frágil y todavía algo confundida—, ¡pero ya no estaba sola!
He reflexionado a menudo sobre ese momento crucial y he pensado en la diferencia entre encarar los retos de la vida sola o afrontarlos bajo el cuidado amoroso de Dios.
El pastor Kenny Rader comentó: «El factor Dios es ese elemento de subordinación y entrega a Dios que solemos dejar de lado hasta que nos estamos hundiendo y nuestra única salida es Él». La autosuficiencia parece ser inherente a la naturaleza humana. De niños nos gustaba nuestra independencia y arrancábamos corriendo por la puerta para jugar con nuestros amigos. Eso sí, en cuanto nos caíamos y nos raspábamos las rodillas, gritábamos: «¡Papá, ayúdame! ¡Estoy sangrando! ¡Apúrate!» Qué bueno era saber que nuestra persona querida estaba siempre cerca y respondía con rapidez cuando necesitábamos ayuda.
Mi vida está apegada a ti; tu mano derecha me sostiene.
Salmo 63:8
El Señor responde: «Yo no me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de mis manos te tengo grabada». Isaías 49:15,16
Claro que el factor Dios puede abarcar mucho más en nuestra vida. La mayor parte de nuestros días son una sucesión de pequeñas ocurrencias, como cuando Dios nos recuerda que llamemos a un vecino solitario, o nos lleva a tomar el metro en lugar del autobús y nos encontramos con un viejo amigo con el que habíamos perdido contacto, o recibimos una bonificación en el trabajo que cubre un gasto inesperado. Mis manifestaciones preferidas del factor Dios se producen cuando se da un detalle excepcional: un pequeño favor divino o la respuesta a una oración secreta, algo que queda entre Él y yo. En esos momentos casi puedo percibir Su sonrisa, y nos reímos juntos. Con Dios, no existen las «coincidencias». Son más bien «diosidencias», señales de que Su mano está sobre nuestra vida.
Ya sea que estemos enfrentando una crisis o transitando por una jornada sin sobresaltos, el Señor quiere participar en nuestra vida. Él nos ama. Estamos de pie sobre Su mano.
Sally García es docente, mentora, escritora y traductora. Realiza asimismo labores misioneras. Vive en Chile con su esposo Gabriel y está afiliada a la Familia Internacional. ■
Curtis Peter van Gorder
Me encantan las noticias pintorescas, extravagantes, sobre todo las que sirven de trampolín para sumergirnos profundamente en realidades espirituales. Nos sirven para sacudirnos de la autocomplacencia y nos hacen caer en cuenta de que la vida está llena de sorpresas. Es fácil dejar la vida pasar como si nada y que un día se desdibuje en el siguiente; a veces, sin embargo, hay un corte, un paréntesis. Les cuento uno de esos a continuación:
Cuando Michael Packard buceaba en aguas profundas frente a Cape Cod en busca de langostas, una ballena se lo engulló y lo tuvo embaulado por 40 segundos.
—De repente, sentí un fuerte empellón y de un momento a otro todo se veía negro —relata Michael. Confundido al principio, luego se dio cuenta de que estaba en la boca de una ballena jorobada que se lo quería tragar.
—Me dije para mis adentros: «De aquí no
salgo ni loco. Se acabó, estoy muerto». En lo único que podía pensar era en mis hijos, que tienen 12 y 15 años.
En esas, la ballena emergió, sacudió la cabeza y escupió su amargo bocado al océano, donde Michael fue rescatado por su segundo de a bordo, que lo andaba buscando en la lancha en que navegaban.1
Para muchos de nosotros esta noticia nos trae a la memoria el relato del profeta Jonás en el Antiguo Testamento.
Dios le ordenó a Jonás que se dirigiera a Nínive, la próspera capital del Imperio neoasirio. Desde hacía 50 años era la ciudad más grande del mundo. El propósito divino era advertir a sus habitantes para que se arrepintieran de sus malas conductas, que proliferaban en Nínive.
El caso es que
1. https://www.capecodtimes.com/story/news/2021/06/11/humpback-whale-catches -michael-packard-lobster-driver-mouth-proviencetown-cape-cod/7653838002
en lugar de obedecer a Dios y viajar a Nínive, Jonás zarpó con rumbo a España, que estaba en la dirección opuesta. A pesar de ello, el designio divino no se iba a frustrar. Dios envió un vendaval con fuerza de huracán que dejó consternados a todos los pasajeros de la nave. Después de hacer todo lo posible por librarse de una desgracia segura, la tripulación arrojó a Jonás por la borda para apaciguar la ira de Dios. Se figuraron que había dado resultado, pues las aguas se calmaron.
A Jonás se lo tragó entonces una ballena —o un pez gigante—. Estuvo tres días y tres noches en el vientre de ese animal, tras lo cual por fin clamó fervorosamente a Dios, suplicándole que lo salvara. Dios respondió sus oraciones e hizo que la ballena lo escupiera lanzándolo a tierra.
¿Y qué paso enseguida? Tal como se lo imaginaban, Jonás se dirigió adonde Dios le había indicado: a Nínive. Ahí les pronunció la advertencia divina: «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!» ( Jonás 3:4.) El caso es que en vez de ser destruida, la ciudad terminó transformada.
Los habitantes de Nínive se arrepintieron y Dios los libró de la calamidad. Ahora bien, ¿acaso Jonás se puso contento de ver a los ninivitas enderezar sus caminos? En absoluto. Lo enfureció que Dios se hubiera apiadado de ellos. Se quejó de que no hubieran recibido su merecido.
Jonás abandonó la ciudad enfurruñado. Aunque hacía un calor espantoso, Dios hizo crecer una planta de hoja ancha para proporcionarle algo de sombra. El contrariado profeta ya se empezaba a sentir mejor. No obstante, al amanecer del día siguiente un gusano atacó la planta y esta se marchitó y murió. Seguidamente sopló un feroz
Dios siempre está contigo, hasta en la noche más negra y en la fosa más profunda. Simplemente aférrate a Él. No dudes nunca de Su presencia y de Su poder, que Él te sacará a paz y a salvo. Gift Gugu Mona
viento del este que acaloró todavía más a Jonás, al punto que acariciaba la muerte para escapar de ese infierno.
Dios pone fin al drama diciendo a Jonás: «Estás preocupado por una planta que no sembraste ni hiciste crecer. En una noche creció, y en la otra se secó. ¿No crees que yo debo preocuparme y tener compasión por la ciudad de Nínive? En esta gran ciudad viven ciento veinte mil personas que no saben qué hacer para salvarse, y hay muchos animales» ( Jonás 4:10,11 tla).
Más que un relato sobre un profeta desobediente, la anterior es una crónica sobre el accionar de Dios y Su constante presencia. Él es el Dios de Jonás, aun cuando este huía en sentido equivocado. Es también el Dios de la tripulación del barco, pese a que sus integrantes provenían de otras culturas y abrazaban otras creencias. Es asimismo el Dios de la ballena, el Dios de los ninivitas, que se rebelaron pero luego se arrepintieron; el Dios de la planta que creció en una noche, el Dios del gusano y el Dios del viento del este. ¿En qué parte de esta historia está ausente Dios? En ninguna; figura en todas partes. Él nunca duerme ni hace la vista gorda.
Él también está presente en cada página de la historia de nuestra vida, por lo que nos urge abrir los ojos y tomarnos en serio lo que nos dice en la Biblia. Y la próxima vez que enfrentes pruebas, desilusiones o penalidades, recuerda quién es el autor y consumador de nuestra fe (Hebreos 12:2) y confíale el desenlace.
Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo . Dedicó 47 años de su vida a actividades misioneras en 10 países. Él y su esposa Pauline viven actualmente en Alemania. ■
Simon Bishop
¿Qué prueba necesitamos para creer que Dios existe? Para la persona resuelta a no creer, casi cualquier cosa, por asombrosa o extraordinaria que sea, se puede desvirtuar aduciendo razones que la desacrediten. Por otra parte, podemos observar la naturaleza, las situaciones que ocurren a nuestro alrededor y los relatos que oímos de sucesos o circunstancias impresionantes que confluyen en el momento justo, y ver en ellos la mano de Dios.
Mientras pensaba en esto, recordé un hecho que me contaron mis padres cuando acababan de dedicarse a servir a Dios.
Hacía poco mi padre había tenido un accidente que lo dejó paralítico; estuvo meses en rehabilitación. En ese tiempo, mi madre, mi hermana y yo vivimos en una casa rodante en la playa de estacionamiento del centro médico. Estábamos apretadísimos de dinero y un día, durante nuestra visita al centro de rehabilitación, mi madre le dijo a mi padre que, aunque esperaba algo de plata al final de la semana, no teníamos sino dos dólares para comprar leche maternizada, pañales y comida. Mi padre rezó e invocó el versículo bíblico que dice: «Mi Dios, pues, suplirá toda necesidad de ustedes conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Filipenses 4:19). Acto seguido dijo: «Bien, tenemos dos dólares. Vamos a comprarles un helado a los niños».
Y así nos fuimos, mi padre en silla de ruedas, mi madre empujándome en un cochecito y mi hermana caminando a mi lado. Mientras cruzábamos la playa de estacionamiento, miraron hacia abajo y ahí —como pegado al suelo— ¡había un billete nuevo de 20 dólares! No había nadie en el lugar, era un día ventoso y, sin embargo, ahí estaba, como esperándonos.
A mi madre le bastó con esos dólares para cubrir nuestras necesidades durante los días siguientes hasta que le llegara algún dinero más. ¿Milagro? ¿Coincidencia? ¿Casualidad? No podían demostrarlo, pero para mis padres, que acababan de conocer a Jesús y estaban creciendo en la fe, fue una respuesta milagrosa a sus oraciones.
Tal vez, en lugar de esforzarnos tanto por encontrar explicaciones lógicas a todo lo que nos sucede en la vida, deberíamos dar cabida a que nuestra fe crezca procurando ver la mano de Dios en todo y tomando conciencia de que Dios nos ama y se preocupa por nosotros. Quizá nunca podamos demostrar que ha ocurrido algo milagroso, pero nuestra fe se fortalecerá y podremos seguir adelante con esa seguridad y confianza.
Simon Bishop realiza obras misioneras y humanitarias a plena dedicación en las Filipinas. ■
Marie Alvero
No cabe duda de que la cultura actual pone en tela de juicio la fe. Aunque los valores judeocristianos constituyen la base de la moral moderna en muchos países, la cultura actual cuestiona empecinadamente esos principios elementales.
Trabajo en una empresa estadounidense que promueve muchas ideologías con las que no estoy de acuerdo. Mis hijos van a una escuela laica y se enfrentan regularmente a enseñanzas que no están en consonancia con la Biblia. La mayoría de los medios de comunicación desprecian nuestras creencias cristianas, ya sea sutilmente o de forma franca y descarada. A veces todo eso me pesa en el corazón.
Ojalá seguir a Jesús no me pareciera tan contracultural y no me hiciera sentir tan vulnerable. No es que Jesús no nos advirtiera cuando dijo: «Si el mundo los odia a ustedes, sepan que a mí me odió primero» (V. Juan 15:18.)
Hace algunos años me di cuenta de que tenía que elevar mi nivel de fe. No podía limitarme a responder a algunos cuestionamientos con un versículo bíblico, pues no se trata tanto de lo que diga la Biblia sobre el asunto; lo que se discute es la veracidad de la misma. ¿Es Jesús realmente quien dijo ser? Y aun aceptando la existencia de Dios, ¿merece mi lealtad?
Comprendí que necesitaba saber más. Así que ahondé en el asunto. Me familiaricé con preguntas más difíciles y respuestas bíblicas más profundas. Comprendí que como discípula de Jesús debo ser capaz de expresar —al principio incluso a mí misma— por qué creo en las verdades de la Biblia. Tomé conciencia de que tengo la obligación de resguardar y fortalecer mi fe.
Pedro 3:15 nos dice: «Más bien, santifiquen en su corazón a Cristo como Señor y estén siempre listos para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes, pero háganlo con mansedumbre y reverencia».
Hay muchas cosas que los que creemos en Jesús debemos hacer para estar en el mundo sin formar parte de él (v. Juan 17:14–16).
Todo se reduce a conocer y amar realmente a Jesús y a avanzar en la comprensión de Su Palabra.
De qué modo debe responder el cristiano ante la cultura actual es siempre un tema candente. Aunque puede resultar confuso, no debo dejar que mi fe se debilite. Para eso dejo que los interrogantes me induzcan a encontrar respuestas en la Palabra de Dios. Les planto cara a los temas complicados y de a poco los voy desgranando. Eso me faculta para dar una respuesta a quien me la pide, y en muchos casos, esa respuesta va dirigida primero a mí misma.
Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE.UU. ■
Un elemento fundamental de nuestra fe en Dios es confiar en que Él sabe lo que más conviene, poner los asuntos en Sus manos y esperar a que Él actúe. Les cuento enseguida un par de situaciones en las que fui favorecida por haber andado por fe.
En mis años jóvenes oraba por un buen marido. Entonces conocí a Carlos, con quien forjamos una amistad en el transcurso de las actividades de nuestra labor cristiana en São Paulo, Brasil. Después de algunos meses yo decidí ir al norte y él prefirió ir al sur para colaborar con tareas misioneras en varios estados. Sin embargo, unas semanas más tarde me di cuenta de que había cometido un error y volví a São Paulo. Me quedé en nuestro centro misionero cristiano y aunque pasé un día entero rezando y pidiendo orientación a Dios, era como si hablara con una pared en blanco. Estaba desconcertada. A la mañana siguiente, llegó Carlos y dijo que había sentido lo mismo. Nos dimos cuenta de que era la voluntad de Dios que estuviéramos juntos y nos casamos poco después.
Hace unos 20 años recibí dinero de una herencia y decidí comprar un terreno con miras a construir una casa para mi familia. Buscamos durante dos meses, hasta que encontramos la parcela perfecta por un precio justo. Era viernes y el lunes íbamos a firmar los papeles. No obstante, en el transcurso del fin de semana, la agencia inmobiliaria que había anunciado el solar desde hacía tres meses sin compradores, lo vendió. El propietario nos pidió disculpas, pero dijo que no podía hacer nada al respecto.
Aunque estábamos muy decepcionados, rezamos y pusimos el asunto en manos del Señor. Apenas una semana después ese mismo señor nos llamó para decirnos que un amigo suyo vendía una parcela similar en la misma calle por un buen precio. La compramos y resultó ser mucho mejor y más tranquila que la primera opción.
Los brasileños tienen una extraordinaria resiliencia y optimismo ante la vida. Una amiga misionera que vino de Europa dijo que lo que más le había impresionado al llegar aquí es la cantidad de veces que mencionamos a Dios a lo largo del día. Deus te abençoe (Dios te bendiga) es una frase expresada con frecuencia en nuestras conversaciones diarias. Para nuestras despedidas decimos: adiós, Dios te guarde y ve con Dios. Al hablar de planes a futuro a menudo decimos si Dios quiere. Es muy reconfortante oír estas expresiones de fe.
La neurociencia ha descubierto que las personas que tienen fe y esperanza en el futuro gozan de mejor salud mental y corporal y suelen vivir más tiempo. La Biblia dice: «El corazón alegre es una buena medicina» (Proverbios 17:22). «El gozo del Señor es su fortaleza» (Nehemías 8:10).
¡La fe en Dios es el factor determinante!
Rosane Cordoba vive en Brasil. Es escritora independiente, traductora y productora de textos didácticos para niños basados en la fe y orientados a la formación del carácter. ■
Joyce Suttin
El 8 de abril de 2024 un eclipse solar total recorrió Norteamérica. La sombra de la Luna se desplazó desde México hasta los Estados Unidos y Canadá. El sitio web science.nasa.gov afirma: «Un eclipse solar total ocurre cuando la Luna pasa entre el Sol y la Tierra y tapa completamente la cara del Sol. El cielo se oscurece como si fuera el amanecer o el atardecer». (V. Lamentaciones 3:22,23).
Fue un momento espectacular para quienes tuvieron la oportunidad de sentarse a la sombra de la Luna y contemplar la bellísima corona solar. Se trató de un acontecimiento astronómico poco frecuente, ya que en algunos lugares la oscuridad creada por el eclipse total duró hasta cuatro minutos y medio en pleno día. Es comprensible que las antiguas civilizaciones idearan una pintoresca mitología para explicar la desaparición del Sol. Entre sus fábulas figuran ranas, lobos o perros de fuego que se comían al Sol. Hay quienes acusaban a la Luna de querer robárselo. Ciertos habitantes de Togo creían que el Sol y la Luna estaban de pelea y
que la única forma de conseguir que dejaran de combatir era hacer las paces con sus enemigos. Algunos acusaban al Sol de intentar robarle a la gente los ojos, o creían que era un mal augurio que una mujer embarazada saliera de casa durante un eclipse. Los indios de la tribu navajo de Norteamérica creían que un eclipse formaba parte del orden natural y se quedaban en casa ayunando y cantando.
Aunque actualmente entendamos lo que ocurre durante un eclipse, la posibilidad de que la oscuridad desplace a la luz aún nos produce cierta inquietud. En estos tiempos de sombra y oscuridad espiritual y social que vive el mundo quizá nos parezca imposible ver la mano de Dios en acción. Pero así como sabemos que el sol seguirá siendo sol y que el eclipse pasará, podemos tener la certeza de que nuestro Dios nunca cambia ni deja de tener dominio sobre nuestra vida.
Durante un eclipse el Sol y la Luna parecen del mismo tamaño. La verdad es que el Sol es 400 veces mayor que la Luna y está 400 veces más lejos de nosotros, lo que explica por qué la Luna puede eclipsar completamente la visión de nuestro gran cuerpo celeste. Del mismo modo, las cosas que a menudo nos impiden ver a Dios son las que están más cerca de nosotros. Si recordamos eso y lo apreciamos en su justa dimensión, podemos seguir confiando en Dios, aun cuando no podamos verlo.
Joyce Suttin es docente jubilada y escritora. Vive en San Antonio, EE.UU. Puedes visitar su blog en joy4dailydevotionals.blogspot.com
Emily Thompson
Últimamente he notado que me preocupo por el futuro, en particular con relación a lo económico. Durante décadas era más propensa a concentrar toda mi atención y devoción en el presente, y dejaba los desafíos del futuro para cuando llegara la hora de enfrentarlos. En un momento dado tomé conciencia de la importancia de poner de mi parte para prepararme para el futuro, dejando al mismo tiempo en manos de Dios todo aquello que solo Él puede hacer. Tuve que debatirme un poco entre confiar en el factor Dios —que siempre fue mi comodín durante los últimos treinta y tantos años de mi vida— o tratar de elaborar nuevas estrategias para ganar la partida.
Tuve entonces la oportunidad de asistir a una conferencia en Baltimore (EE.UU.) Los estragos que la
recesión había causado en la ciudad eran patentes. Mucha gente deambulaba por las calles sin hogar. Otros cayeron en la trampa de las drogas y terminaron abatidos. Al atravesar más tarde la ciudad vimos numerosos edificios de apartamentos donde la gente vivía hacinada y en penuria. El ciclo de pobreza y desesperación me partió el alma.
El conductor del taxi que nos llevó al aeropuerto después de la conferencia era de Etiopía. Llevaba poco tiempo en los Estados Unidos y obviamente estaba ansioso por complacer a la gente y ganarse su platita. Se le iluminó el rostro cuando le contamos que habíamos misionado en varios países. Él también es cristiano, y pasamos un rato increíble hablándole de nuestra fe y refiriéndole experiencias de nuestra vida a la luz de fe.
Nos explicó que su iglesia patrocina a cinco misioneros en Etiopía, los cuales años atrás recorrieron a pie cientos de kilómetros por todo el país llevando el mensaje de salvación y fe a aldeas y pueblos. Era tal su determinación de esparcir las Buenas Nuevas y tal el amor abrigaban por sus compatriotas que una vez que se les gastaba el calzado seguían andando descalzos de pueblo en pueblo. Optaron por vivir satisfechos con su vocación y se la tomaron con apasionamiento, pese a la carencia de sus necesidades más elementales, como el «sustento y abrigo» (1 Timoteo 6:8).
El Señor prometió proveer para todas nuestras necesidades conforme Sus riquezas en gloria (Filipenses 4:19) y no dejó de proveer tampoco las de ellos. En consecuencia, siguieron fieles a su vocación. Vieron el fruto de sus labores en los muchos compatriotas que llegaron
a conocer al Señor gracias a su innegable testimonio de amor, proyectado por gente que estuvo dispuesta a sacrificar lo más esencial para su comodidad con tal de transmitir a otros el amor de Dios. «¡Cuán hermosos son, sobre los montes, los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz, del que trae buenas nuevas del bien, del que anuncia la salvación!» (Isaías 52:7.)
Huelga decir que eso me dejó pensativa. Mis preocupaciones se desdibujaron frente a las dificultades que afrontaban aquellos misioneros africanos. Tuve la clara sensación de que el Señor había escogido a ese correligionario para hablarme y recordarme del afecto que tiene por mí y Su inagotable presencia en mi vida.
Más tarde estuve reflexionando sobre lo excelentes que han sido y siguen siendo Su amor y benevolencia en mi vida. Nunca han decaído Su desvelo y solicitud por mí y por mis seres queridos, en la salud y en la enfermedad, en los buenos tiempos y en los no tan buenos, en la escasez y en la abundancia, en la vida y en la muerte. Él ha permanecido fiel a Su Palabra, y Sus promesas son tan fiables y firmes como siempre lo han sido. Viene a cuento el Salmo: «¡Cuán precioso, oh Dios, es tu gran amor! Todo ser humano halla refugio a la sombra de tus alas. Se sacian de la abundancia de tu casa; les das a beber en el río de tus delicias. Porque en ti está la fuente de la vida y en tu luz podemos ver la luz» (Salmo 36:7-9 nvi).
A veces el futuro sigue siendo una enorme incógnita para mí y de cuando en cuando me pregunto cómo irá a encajar todo en su lugar. Así y todo, me lleno de paz porque «sé en quién he creído, y estoy segura de que puede guardar lo que le he encomendado» —mi vida, mi futuro, mis seres queridos— «hasta el día de su retorno» (2 Timoteo 1:12 nbv). Él jamás ha dejado de sostener mi presente, mi futuro y mi bienestar en Sus manos. ¿Por qué iría a fallarme ahora o en los días venideros?
Tener fe en Dios sigue siendo la jugada ganadora, aun cuando sean precisas nuevas estrategias para el futuro. Es un alivio saber que Él siempre vela por nosotros y que podemos estar seguros bajo la sombra de Sus alas, al amparo de Sus infalibles promesas. El factor Dios sigue siendo el comodín del mazo de cartas.
Emily Thompson trabaja con organizaciones sin fines de lucro y en la elaboración y mantenimiento de sitios web. ■
De Jesús, con cariño
El fiel amor que albergo por ti no cesa jamás y Mis misericordias no tienen fin. Se renuevan cada mañana por Mi fidelidad (Lamentaciones 3,22,23 ntv). Así que da gracias en todo y descansa en la esperanza del glorioso futuro que te prometí. Cuando te enfrentes a pruebas, penas o decepciones terrenales, puedes hallar refugio en Mi gracia, y alegría en la promesa de que te preparé un lugar donde estarás conmigo para siempre ( Juan 14:1–3).
Las adversidades y pruebas que afrontas en la vida son peldaños que te conducen a Mi gracia y marcan el pasaje hacia la gloria. Los problemas y las desilusiones contribuyen a acercarte más a Mí. Junto a Mí podrás experimentar Mi poder y Mi amor inagotable, y se posará sobre ti Mi gloria.
Todo lo que enfrentes en la vida —las ganancias y las pérdidas y todo lo intermedio— lo he dispuesto para que goces de una comunión más íntima conmigo. Te proporcionaré tesoros ocultos en las tinieblas y te revelaré riquezas que yacen en lugares recónditos para que sepas que Yo soy el Señor, tu Dios, que te llama por tu nombre (Isaías 45:3).
Tus decepciones se convierten en Mis santas invitaciones para que te acerques a Mí y me glorifiques en todas las cosas. Recuerda que todo lo hago bien contigo en razón de Mi fidelidad y el amor eterno que te profeso. El día en que descienda a mares la justicia y Mi gloria cubra la Tierra, te regocijarás para siempre y habitarás en Mi gozo eterno (Habacuc 2:14).