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Eros

Aline Flores Sánchez UAEH

Afuera llueve y he salido a remover la tierra de aquella maceta en la que hace meses planté un retoño de suculenta. Cuando elegí hacerlo fue pensado para convertirse en obsequio; en aquel momento para la persona con la cual compartía mi vida. Con el paso de los días, aquella persona decidió mirar hacia otro lado, dejándome con promesas y lugares vacíos. Entendí entonces que era momento de partir. Miré aquella plantita en mi ventana, apenas se asomaba, tan frágil y con una raíz delgadita. Vulnerable y necesitada de cuidados para sobrevivir. Justo así se encontraba mi corazón en ese momento.

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Con el paso de los días, la pequeña suculenta se apreciaba exactamente igual. Pasé algunas semanas sin salir de la cama, refugiándome en la tinta y el papel que acompañaban fielmente mis insomnios. Navegaba en un mar de dudas con cada recuerdo, con cada palabra dicha o cualquier oración inconclusa que pudiese arrojar una pista que me hiciera entender ¿Qué había hecho mal? Un día me harté del insomnio y de las dudas. Recuerdo que como en las películas románticas, la lluvia llegó en una tarde preciosa. Tomé la pequeña maceta y la coloqué en el jardín. Miré las colosales gotas remover la tierra y por un momento pensé que sus frágiles hojitas no resistirán, me acerqué a tocarlas y noté que eran más fuertes de lo que se veían, me quedé ahí junto a ella recordando el símil con mi corazón.

Es verdad que había dolido, que me sentí rota y traicionada, pero estaba viva y el hecho de haberte escondido durante días bajo las cobijas, no significaba la ausencia del sol afuera. La lluvia que mis ojos habían derramado durante este tiempo era como la lluvia de esa tarde, necesaria y bella. Recordé entonces que había nombrado aquella suculenta “Eros” y sí era un regalo de amor. Aunque en un inicio tuvo un destinatario distinto, hoy entendía a quien había pertenecido siempre.

Eros

El amor que entregué no vivía en aquella persona a quien no le importó verlo, él nunca supo de los cuidados que tuve para que aquel retoño frágil pudiera sobrevivir ni de la lluvia que creí lo destrozaría. “Eros” había estado en mi ventana desde hace semanas, frente a mí. El amor nunca se fue, el amor que había entregado, vivía aquí. Aquella plantita me enseñó entonces que la frase “el amor lo cura todo” es completamente cierta.

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