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Rastitas
Alejandro Leph Universidad de Buenos Aires, Argentina
Digamos que conocí una mujer que parecía perfecta, al menos eso creía yo, que vivía bajo la ilusión de que estaba con la única mujer siempre feliz. No sé realmente si yo le gustaba, eso era algo de lo que dudaba bastante a menudo, principalmente a razón de que llevábamos dos años juntos y aun no me permitía entrar a su casa, no la conocía por dentro, como si se avergonzara de mi. sona, pero ahí entra mi desagrado por la mayoría de la gente que vuelve muy difícil que tenga personas cercanas en mi vida. Siempre me creí inteligente, no un genio pero creo que he usado bien mis facultades ya que pensando, finalmente, pude lograr algo que, si bien no me mantendrá de por vida, lo hará un tiempo más que considerable. Bastante bien para un intento de inventor que buscaba más que nada su autorrealización.
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Ella era una mujer muy liberal y yo, que por regla general soy una persona muy desconfiada, le creía todo lo que decía, aceptaba todo lo que proponía… ninguna maravilla que haya quedado embarazada. Yo siempre fui considerado por mí mismo como una persona un poco diferente, con un limitado alcance social en el que las cosas no pueden dejar de ser de la forma perfecta y soñada para que pueda integrarme relajadamente a un grupo, incluso a una perCuando nació el chico yo no podía estar en un momento mejor de mi vida dentro de lo que era mi plan: el tiempo justo para ser padre que siempre imagine, treinta años, sin dificultades económicas y con una mujer que amaba… Por el tiempo en que nació pude finalmente entrar a su casa, dada la necesidad de ayuda que la crianza requería. Nunca sabré igualmente por qué eligió ese momento para mostrarme lo que realmente pasaba pero, dado lo que vi, puedo suponer sin mucho
riesgo que la respuesta seria la comodidad: había otra persona, que estuvo mientras nosotros estuvimos juntos, antes de que nosotros estuviéramos juntos y que no parecía que se movería en ningún momento inmediato de su relajada posición durante mi estadía tampoco. Él era un bronceado adorador de los Wailers, típico seguidor de la onda reggae con sus rastas y su eterno cigarrillo… eso me preocupo, la constante felicidad de Rita ahora tenia explicación pero ya no me importaba, solo quería que me jurara que durante los últimos 9 meses se había alejado de eso, sin importarme lo “sano” que me dijeran que era. Y me lo juró, como también me había jurado que me amaría por siempre pero decidí creerle, nuevamente. El chico no se parecía nada a mí. Le tenía cariño, más que la madre, más que el otro… el otro no se movía, no hacía nada nunca, nadie, ninguno de ellos hacía nada nunca, yo solo trataba de evitar sus ojos rojos y de abrir las ventanas. A veces, inconscientemente por el animo de tener la menor cantidad de ventanas abiertas uno cierra hasta las que sigue necesitando. Creo que fui una madre y un padre durante ese tiempo en que quería evitar daños permanentes para el chico, todavía no era capaz de alimentarlo pero estaba muy atento al proceso, le crecieron los dientes asombrosamente rápido. Y es que ese chico era como un activo para mi: no pasó mucho tiempo hasta que ordené una prueba de paternidad (no es que lo hubiera dejado de no ser mío, en definitiva solo estaba confirmando lo que ya sabía… cualquiera sabe que se siente diferente lo que no es un pedazo de uno mismo) y, comprobando que ese chico al que el aire jamaiquino y el bronceado natural ya le sentaba propio era del otro lo comencé a sentir, en cierto sentido, mío, sentí el ansia de formarlo en lo que ya seguramente yo no sería: una persona feliz. Aunque era con quien más tiempo pasaba, yo no parecía agrandarle mucho: su primera palabra fue “salí” mientras intentaba abrazarlo, lo quería (lo quiero) tanto… y él
se la pasaba jugando con las largas rastas del otro, le fascinaba esos largos tubos de pelo sin lavar negros y dorados mientras su dueño no se movía, sonreía como sin fuerzas y me miraba mirando al vacío. Odiaba tanto sentirme cerca y lejos, tener todo en contra, estar en un lugar en que no encajaba y luchar tanto por cambiarlo cuando nadie quería cambiar. Me acercaba a ese chico, lo único de valor en un tiempo perdido por una relación tormentosa en la que la perspectiva de haber adquirido experiencia no me daba ningún consuelo.
Me acercaba a ese chico y solo lo abrazaba porque no sabía cómo comunicarme con él, ni con nadie. Solo estaba lleno de sentimientos de amor sin ninguna forma correcta de demostrarlos.
Ellos no estaban casados pero era un concubinato tan fuerte… unido con la fuerza de la holgazanería y la intoxicación. Obviamente a Rita dejé de verla como mujer, solo como madre, lo que ya era algo decepcionante porque era una bastante ausente incluso estando casi las veinticuatro horas en la casa.
Su abuelo me respetaba mucho. Él era el tipo que había triunfado, con un traje azul, una gorra de marinero y una eterna sonrisa que me recordaba a la del otro pero que sabía que no era ayudada con nada más que el éxito personal; yo sentía que él veía en mi al único yerno que siempre quiso tener. Me ayudaba. Nunca quise aceptar su dinero pero disfrutaba de oír sus consejos a los que generalmente no hacía caso. La mayoría de las veces su insistencia era casi nula pero otras era ensordecedora.
Nunca tuvimos mucho tiempo de hablar realmente, lo conocí mientras salía con Rita y como, salvo algunas veces en que vino a mi casa, no teníamos tiempo solos en las salidas en conjunto en su barco, sumado a mi imposibilidad de entrar en lo de Rita durante ese tiempo y, además, su permanente rechazo a ese hogar con el “olor
extraño”. Pero en esos tiempos podíamos pasear cuando el chico dormía y, una vez incluso llegamos a una cancha de tenis a 3 kilómetros de distancia, lo que es asombroso si se tiene en cuenta el paso que hay que mantener caminando al lado de alguien que roza los 70. La cancha era de una carpeta azul que lo hacía invisible a cierta distancia lo que volvió lo que me diría en algo del carácter de una epifanía: “ándate de viaje”. No era una orden, era el consejo de alguien que me quería.
El chico por esos tiempos tenía 3 años, cada vez se alejaba más de mí mientras yo no me movía un centímetro en las enseñanzas que le daba y el amor que le tenía. El “te va a extrañar si te vas” sonaba fuerte… pero era difícil dejarlo, así que esperé. Literalmente espere a que se alejara por completo, a que tuviera el pelo suficientemente largo para que dijera “quiero tener las rastas como papa”, ¡como ese vegetal!, quería que terminara con el lento trabajo de romperme el corazón que había empezado la madre; y me fui durante cuatro años. Tengo una vida muy rara y como me valoro mucho, me duele que seas una de las únicas cosas buenas que tengo, para mi vos sos una pequeña parte de todo lo que merezco y no podés ser más> Si bien algo de todo eso parece no ser verdad y solo pensé en decir eso finalmente tomé un consejo. Nunca es fácil separarse de alguien, y si lo es realmente no hubo tanto cariño como se pensaba. El tiempo no va a resolver las cosas, somos nosotros los que decidimos. El tiempo no nos utiliza a nosotros, somos nosotros los que hacemos cosas perversas, que dejamos todo como si nadie pudiera tener una segunda oportunidad y cada vez nos volvemos más temerosos para la siguiente relación.
No quiero entrar en detalles pero yo, que había cerrado los ojos a la vida, que he estado al borde del precipicio, durante ese tiempo conocí a una mujer, no sé si perfecta, ya no pienso en términos de perfección, sin embargo nunca mentía y su casa olía a cepped recién cortado. Tuvimos una hija y fue perfecto,
la situación, sin comparar con nada de lo que he dicho o me ha pasado: los gritos, el despertarse en medio de la noche o la lucha por comprender los llantos me dejaban contento. ¿Qué es lo que habrá que hacer entonces para no sufrir? Es que llevamos el sufrimiento en nosotros. Pareciera flotar en el aire esa angustia… ¿Realmente era yo entonces el incapaz de ser feliz o la gente con quien había compartido antes mi vida? De cualquier manera he sido culpable, fueron mis elecciones, mis sentimientos. La transformación de una persona es algo muy gradual para ser contado, hay pocas situaciones en la vida que se vuelven un corte, un antes y un después. Es todo mucho más complejo porque siempre involucra otra gente que también está en sus procesos o está estancada. Cuando estas lejos de quien amas se revelan los verdaderos sentimientos A rastitas lo volví a ver cuando él tenía 8 años, me abrazo tan fuerte como su edad se lo permitía y como nunca soñé que lo haría por cómo lo recordaba, al parecer la vida no le era tan fácil sin mí y las rastas del “padre” no le daban de comer. No podría determinar qué yo había hecho bien, solo sé que siempre lo quise y siempre me preocupé por él. Creo que finalmente eso es lo importante, si uno realmente se interesa es muy difícil que salga todo mal. Poco después de ese encuentro el otro murió en un sueño, no podría decir la fecha exacta, tampoco nunca supe su edad, y rastitas fue adoptado por mi nueva mujer y se convirtió en el hermano mayor de nuestra hijita. Y no podría desear nada más.