Diario inconcluso de semanas de extravío

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DIARIO INCONCLUSO

DE SEMANAS DE EXTRAVÍO


Toda la honra a F. Díaz de León


PROEMIO El arte resulta un reducto en días crueles donde cada quien se extravía de distintos modos: algunos no han logrado encontrarse a sí mismos, perdidos entre los estereotipos de lo que se debe ser o no ser a cierta edad; algunos otros, cuando se encuentran y buscan arrancar la venda de los ojos de los faltos de voluntad, son esfumados por quienes se esfuerzan en volver cada días más vulgar y violenta nuestra época. Tomar un libro y pasar el día con él es, para muchos de por aquí, algo que “podrías hacer luego”. Hay en cada casa del mundo ocupaciones y actividades productivas que siempre resultan de mayor premura. El acto, a veces raro, de emprender nuevas lecturas es impopular en una era donde todo es luz neón y la pura fiesta. De cierto modo lo entendemos, así se educó para la vida a prisa que nos han impuesto. Mucho más lioso resulta el intento de crear: algunos adoptan la pose del ancestral arte plagiario de la erudición, otros tantos luchan a solas contra la indiferencia. Porque es lugar común asegurar que nada es menos provechoso que la labor creativa pues el tiempo se mide con manecillas doradas, torpes y hoscas, pero doradas. “La gente sospecha del texto no prestigioso”, o algo así le escuchamos decir a un buen compañero. Así que nadie debería molestarse, mucho menos arriesgarse. Usted no debería molestarse en leer esto, debe tener mil tareas por hacer antes de llegar el viernes. Nosotros no deberíamos arriesgarnos al redactarle: si acaso usted lo lee, será luego de no encontrar algo mejor que hacer con su tiempo… o quizá no. Quizá la imprudencia gane rincones entre los que hacen arte sin petulancias. Nos alegra sinceramente aventurarnos. Somos necios y hacemos esto aún sabiendo que podemos salir retratados en la nota trágica del periódico de finanzas local, si sabe a qué nos referimos. Aunque el billete tiemble, la letra no cesa queriendo llenar el papel buscando hacer algo con la vida antes de ser tragados por el reloj. No se ofenda si recibe esto entre sus manos, no queremos incomodar su fino gusto de caballero o dama neoliberal en ciernes, de ser el caso. Somos malhechos pero creemos que esto puede darle un respiro en días que parece cosa de suerte seguir con aliento. Es un privilegio seguir respirando la vida, bien vivirla y regar tantita empatía con quienes buscan dignificarla es privilegio mayor. La vida de arte también respalda las nobles pugnas. Estas gacetillas que no informan, antes des-informan, han sido ideadas para pasearse por ahí buscando ojos que las arropen. Deles un huequito en su sala, al menos una noche, no requieren mucho espacio y comen poco. Pueden serle buena compañía. Están aquí porque hasta el revolucionario puede volverse dictador; porque a falta de espacios en estancias lujosas, quisieron dormir en la playa o en el parque y también de ahí las echaron. Así que se pasan las tardes gastando las calles de Dondesea esperando encontrar a quién contar uno de los muchos cuentos fantasiosos que se saben. Si se encuentra este primer número en su andar, no se aleje con sospecha. Tal vez se dio cuenta que usted se está buscando, o que alguien amado suyo está perdido dentro de sí. Tal vez sólo necesite usted unos momentos de sosiego y nosotros podamos apoyarle. Tal vez sólo caímos en sus manos por error… no dude en llevar esto a quien extraviado pueda interesarle. Somos literatura andrajosa, es cierto, pero recuerde que lo nocivo primero luce bien. Deje unos momentos las redes y no gaste en lustrosos lujos. Dese un gusto austero y honrado. No venimos a robarle más que tiempo malgastado frente a la tv, ofreciéndole a cambio nada que no sea un pequeño rato de placer letrista.


DIARIO INCONCLUSO DE SEMANAS DE EXTRAVÍO

Lunes 8, Julio.

Presente: Hemos trabajado semanas para encontrar remedio para este mal. Nos hemos esforzado ingeniosamente, humildemente, cada día ocho horas continuas sin descanso buscando el detalle ignorado dentro de los genes de virus exóticos que pudieran ayudar. No es más que nuestro trabajo. Si bien somos sólo hombres y mujeres, sabemos perfectamente que usted es uno como nosotros, que desea vivir vastos años y en esos años buscará pagarle a la vida la suerte de milagro que ha sido esta recuperación. Bienvenido de vuelta y que este día sea recordado por usted como el de un segundo nacimiento, más fuerte, redimido y más entregado a la maravilla que es estar vivo y haber iniciado con avanzado conocimiento y edad.

Atte: Octavio Rosset

Dirección General


Diarios recuperados azarosamente por nuestro equipo, digitalizados posteriormente para su inclusión en archivos varios. Vo.Bo. O. Rosset C.C.P. Archivo

Ж Diciembre 16 Anoche nos encontramos a medio pasillo. Le dije que no deberíamos vernos más. Temo por ambos pues está metiéndome en conflictos y no pretendo hacerme a la idea de que se instale aquí. Se ha venido colando cada ocasión mejor entre mis actividades y el descanso, envenenando despacio el ambiente que se pone siempre denso y viciado con su verborrea odiosa. A veces, entre sus palabras aceleradas parece amenazarme a discreción. Espero que no vuelva.

Diciembre 20 Hacía tanto que no dibujaba. Él me lo recordó; a veces parece que su presencia no es del todo mala. Pasé la tarde entera buscando materiales. El paisaje natural – la casa familiar emplazada en verdes parajes- me ha atrapado durante extensas horas. Entonces dibujé algo que recordaba de no sé dónde. Debería copiar en mayor escala la miniatura, podría ganar algo de dinero reproduciendo cuadros clásicos.

Me gusta estar en casa, pasar las tardes reposando y olvidarme del terrible exterior del que tanto todos me hablan. No entiendo la fascinación por las salidas prolongadas cuando todo se encuentra aquí. Nada necesito más que estar en paz en este hogareño escondite que amo, mirando por la ventana esa especie de filme que habita afuera.

Diciembre 27 Lleva días aquí, yendo y viniendo con todo el descaro del mundo. Incluso ahora sé que ahí está, detrás de la puerta queriendo entrar de nuevo. No quiere alejarse demasiado. Viene por las mañanas, temprano, y por la noche, 8 pm en punto, justo cuando me dispongo a descansar, regresa a visitarme. Habla todo el tiempo. Entre amenazas cada vez más directas y promesas de buenos días juntos, intento darle por su lado porque no sé cómo ponerme en su contra. Estoy cansado de negociar.


Miércoles 4, Enero. Acabo de matar un mosquito sobre la pantalla del televisor. Su cadáver informe sobre el fondo multicolor, rugiente y deslumbrante, no me deja dudarlo. Bien por mí. Acabo de quitarme un gran peso de encima. Podré relajarme, sumergido en el coqueteo incesante de los anunciantes. Podré también cenar despacio, saboreando cada bocado sin molestia alguna. Escucharé un fino jazz.

Sí, ya lo veo. El eterno rugido de la tv me dirá qué pensar, ahorrándome tiempo. Sacaré la carne del mes pasado y la comeré a bocados impacientes. Deslizaré su salsa por mi garganta como lo hice treinta días atrás. Charlaré con las cortinas y, si el viento lo permite, bailaremos unos minutos a cadencioso ritmo, ambientados por el cálido perfume de las cañerías. Disfrutaré las deliciosas piezas que los vecinos, como deficiente sexo nocturno, reproducen desde su habitación. Un par de bien acompasados jadeos y Euterpe no será más que una desbaratada muchachilla pidiendo caridad en la calle. Y cuando el insomnio abandone la fiesta, el catre crocante me recibirá amable entre sus tibias costillas.

Nunca una noche lució mejor. Bien por mí, vaya plan que me he preparado. He pasado todo el día en esta pieza y no tengo la mínima intención de dejarla y ahora, en un delicado testimonio de mis reflejos, me deshice de la visita más impertinente que he recibido en las últimas semanas.

Martes 10, Enero.

Hay una excusa brillantísima, ampliamente incluyente, infalible: soy una mierda de individuo. Lo demás se deriva de esta afirmación. No importa el contexto, al final funcionará: Se puede, por ejemplo, recurrir a la distracción: por obra de ella se han generado molestias pero, debido a su naturaleza accidental, se otorga el perdón. También se puede alegar incapacidad o, lo que es casi igual, dificultad: la situación ha rebasado al sujeto y le ha llevado al error. O bien, para finalizar con la aburrida e inconclusa lista de ejemplos, el daño se justifica por la buena voluntad: “disculpa mi falta, jamás tuve una mala intención”. ¡Todas fallan! Simple, siempre. Toda excusa, cuando tendemos al infinito, suena insuficiente. Luego de determinado número de veces, cualquiera de las enlistadas será mera palabrería. No así la primera. No argumentaré demasiado: Si se expresa sinceramente, con puntualidad, no importa la cantidad de veces, funcionará. Todo el mundo debería ponerlo en práctica. Esto, sin embargo, requiere de precisiones: habilidad para la eufemización y una inflexible incapacidad para importarte un carajo, en cualquier sentido, la perpetuidad del prójimo.


Domingo 15, Enero. Estoy bajo una presión enorme. Tengo estas erupciones en la piel: en el brazo izquierdo y en la espalda. Es algo terriblemente odioso, los médicos no saben qué es. He escuchado mil opiniones y nada resuelve el problema.

Médicos, esos malditos carniceros… Siempre he pensado que los doctores no son más que descarados jugadores de dados. Saben de mis males tanto o menos que yo, pero ellos tienen licencia para envenenarme. Se ganan el pan suponiendo que aciertan cuando lanzan el dardo de su diagnóstico. Van por ahí con toda la soberbia del mundo, creyendo que tienen el método para echar del edificio al ángel de la muerte. Son terribles y no tengo más opción que confiar en ellos. Así que aquí estoy, con todo mi estrés y estas cosas en la piel, sentado en una miserable salita de espera llena de revistas viejas y brillantes diplomas enmarcados. Al principio creí que la causa de todo era un insecto malicioso, que en medio de la noche se deslizó burlón entre mis cortinas o desde algún mugriento rincón. Me dijeron, entonces, que debía desempolvar la habitación y deshacerme de las telarañas. No fue eso, las llagas siguen en mí y, además, cargo en mi conciencia con varios insecticidios. Los médicos dicen “tómese esto”, “no lo olvide, cada seis horas aquello”. Un carajo ellos y sus jarabes y pociones. Hay una pila de recetas sobre mi mesa y para mí todas dicen “no sé lo que tienes, veamos qué tal va mi puntería”.

quieren llevarme con un DR.OR

Así que tengo estas malditas cosas en el brazo izquierdo y la espalda. Rojizas, inflamadas, supurantes; corren a lo largo del antebrazo y por detrás del hombro, como si un millón de hormigas hambrientas marcharan al exilio; podría rascarme furioso hasta mirarme los huesos. A decir verdad, nunca gocé de buena salud. Primero las gripes, las charlas en solitario, la ansiedad frente al desorden. Todos decían que estaría mejor, que era normal. Acusaban al clima, a los alimentos, a periodos hormonales de un adolescente libidinoso. Las clínicas siempre me parecieron repugnantes. Toda esa miseria, la gente doliente que decide ir en grupos de cinco a diez a una cita que no remediará sus males. Pasé gran parte de mi infancia en esos lugares, tomé infinidad de medicamentos y hoy no puedo recuperarme de una jodida erupción o picadura o lo que sea. En realidad soy un buen paciente. Escucho con atención, hago preguntas, sigo las indicaciones sin chistar. Me dijeron que tuviera higiene, la tuve; me dijeron que no frecuentara ciertos lugares y mujeres, lo hice; me dijeron que debía mantener de pie mi hogar y no lo ha consumido el fuego o la suciedad. Soy cuidadoso y disciplinado. Suelo colocar las cosas en su justo lugar, aunque a veces no sé dónde es eso. Soy un hombre preciso, exacto, nunca me llevo más pasos de los justos para ir de la casa al consultorio: 1087, nada más. Las botellas van con las botellas, los libros con los libros, la ropa sucia con la ropa sucia, todos en la misma colina dentro del armario. Lo único fuera de lugar en mi vida, ahora, es mi piel. Mi maldita piel color no-sé-cuál, delicada como la de un perro sarnoso bajo el sol.


Martes 17, Enero.

Sentarse a leer en un octavo piso puede ser altamente gratificante. Ya saben, el temor a la altura y a los sismos aleja a la gente como si de la cola del ganado, a las moscas, se tratara. No soporto el susurro incesante de las bibliotecas, ese silencio embustero, como si una olla a presión presta a explotar se encontrara justo al centro del edificio. Toda esa falsa calma, ese mentiroso

interés,

la infinidad de ojos inspeccionando morbosamente las páginas desnudas de libros ajenos, sin

Es entrar al burdel más callado del mundo, con las prostitutas más frías y frágiles, donde, a diferencia de otros, la humedad y la algarabía son los enemigos. Nadie quiere cogerse a los libros, sólo van a mirarlos para luego contar que tuvieron una aventura siquiera prestar atención.

seductora. No, aquí no pasa eso. Sólo una esporádica y bien lejana tos se cuela, o un pajarillo curioso se asoma, con su canción suavísima, a mirar quién visita sorpresivamente su desordenado hogar. Observo el espectáculo de la ciudad, en una genial película muda: ¡nunca se vio mejor! Despojado de sus estúpidos coloquios, este distrito ejecuta como el mejor actor shakespeariano. Es un poco cruzar las puertas de perlas y un poco meter el pie en la trampa del cazador: vienes aquí, te reciben las nubes y alguien susurra que, mientras escribes, podrías caer por el balcón abierto.

S. 21, Enero.

Malvadas mansas masas

de brazas malsanas extinguiendo comelonas las hierbas alrededor


Febrero 11

Dibujé tormentas sin forma porque sólo tenía una tiza color negro y viva la mitad de mis esperanzas

Febrero 161 Le he dicho hasta cansarme a ese bruto banco de sandios que no quiero ver a Rosset. No quieren entender que no soportamos su cara de señorito bien educado. […] [Rosset] tiene un jodido don para poner a cualquiera a su favor […] se descuidará terminando con agujas en la espalda, dos al menos, de parte de cada uno […] Si nos vas a insultar, que sea con todas tus tildes, ni una de más ni una de menos, le dije, ya no soportamos descifrar tu letra para saber qué venenos nos toca tomar cada noche […] […]

porque me iré quedando de a poco solo de mujeres, sordomudo en un país ciego de inclemencias, buscándole al cielo el gesto amable o la sonrisa o los placeres, dejándome tragar por su infinita boca de nubes negras Extensos pasajes ininteligibles se sustituyen por numerosos y notariales […], o por palabras que intentan dar sentido a frases medianamente claras. 1


Marzo, 6 Nos recetó una emulsión. “La más suave en el mercado, en copa pequeña de seis mililitros, por la mañana y la noche”, dijo. Muy dulce sabor que quema la boca, marca boliviana, “ Coca de Hoja Seca Scott”. Empecé postergando, como Segovia, y la dejé. Me masticaba la lengua después de beberla: demasiado agradable. Luego quiso medicarme mejor. “La mágica cannábica del Istmo”, me dijo, “en dosis de gallo meñique cada seis bostezos, al menos tres veces al día, incluso antes de despertar bien. No lo dejes esta vez, te hemos medido demasiado estrés post-trauma y requerimos de tu disciplina ahora. Por cierto, confío en tu discreción.” Algo así dijo, siempre dándonos órdenes. Yo me encontré una botella de ginebra polvosa solita en el escaparate de una tienda de conveniencia. Nos volvimos amigos y me bebo sus labios todos los días al anochecer. Luego me tropecé con Aguardiente con hierbas, la que llaman el hada verde de la

huasteca, que es inspiradoramente funcional y hechiza al insomnio creador de media madrugada. Cada remedio respalda a su modo. Yo los pruebo salteados, cada día, de uno a la vez para encontrarles el sortilegio que sirva.

Marzo 15

Manchas tintas en la ropa,

me quedan dos camisas no planchadas debajo de un árbol y tres botellas de merlot siempre frío con palabras de consuelo. Llevo semanas caminando el barranco casi siempre en la lluvia. ¿Hace cuánto que nadie sabe de mí? Ya les había advertido […] […] tentáculos de pulpos nube reptando fatigosamente hacia abajo, vino que demora por horas la cabalgata hasta la iglesia de la punta del cerro. Otra vez está lloviendo y hoy viene con granizo. Los pies me rechinan cada paso y seguido se me atraviesan víboras de cascabel escandaloso. Aquí los cerros

sudan tratando de alcanzar a Dios más arriba del diluvio y las veredas le lloran al esfuerzo de cargarlos en su intento […] él ya nos conoce, yo no lo conozco a él.

Pasos de jamelgo andados hasta el atrio:


DOMINGO 26, MAYO Uno, dos, tres, cuatro,

Uno, dos, tres, cuatro,

estamos jugando

estaba el diablo

con cerdos que

en la sombra

nos visitaron.

bailando.

Unos comen hojas,

A veces daba brincos,

otros lloran

otras daba gritos

gruesas gotas

por los niños

como el bebé

que pasan

de la Condesa.

la noche en vela.

Dos, cuatro, seis,

Seis, luego dos seis,

¿ya les dije que llevo

¿ya les dije que vuelo

varios meses sin

como insecto hasta

poder comer?

amanecer?

Ж Última fecha legible. Puede observarse en el historial –sus diarios siempre fechados y la serie de video grabaciones que se anexan- la marcada tendencia a copiar casi cual facsimilar dibujos concretos, conocidísimos, hasta en el más ligero detalle. Paisajes, ideas, incluso comportamientos, todo cuanto escapara a sus letras y fuera reproducible, demostrando con todo ello la indiscutible conexión que mantenía con el exterior. Durante el tiempo de su extravío, una serie de cartas que parecían haber sido escritas genuinamente por su mano llegaron constantes, semanales, al domicilio que solía habitar. Nunca tuvimos clara su procedencia, pero las pruebas indicaron que todo fue real. Pasajes, relatos, dibujos, divagaciones varias que parecían venir de instantes coloridos de desesperación o lucidez, textos escritos en papeles amarillos enviados con exagerada cantidad de timbres postales, sin dirección remitente. No se conserva ninguno. Los pasajes rescatados aquí, digitalización inconclusa -y resumida- de gran número de libretas halladas en un perímetro de varios kilómetros alrededor de la casa materna, son para fines informáticos y pedagógicos únicamente. Se ha pretendido reproducir al calce la distribución y diseño originales, no lográndose el objetivo. Sus arrebatos eran tan impredecibles que los textos realizados en formas de espiral de Fibonacci con letra cuasi indistinguible a simple vista y los dibujos fractales que colgaba de los árboles, junto a su ropa (dibujos alterados violentamente luego por el propio autor), han sido relegados al archivo muerto por su amplia dificultad de transcripción. Tenga a bien informarnos oportunamente que este paquete ha sido recibido. P.D. Se anexa al inicio, respondiendo a su petición expresa, la nota de alta del paciente y la especie de autorretrato elaborado el día de su huida. O.R.


*** La mañana en que no apareció tuvimos una conmoción peculiar al recordar que días antes nos había advertido de tales posibilidades. Quiero decir, había expresado alguna clase de guiño o diálogo sugerente donde hacía parecer que pronto no veríamos más su sombra transitando por los pasillos del edificio. Si bien en varias ocasiones la amenaza había surgido, nunca antes su actitud fue tan firme y su color tan pálido, y jamás sus palabras fueron tan rebuscadas para hacer obvia, sin hacerla de inmediato, la real intención de

abandono. Su mirada siempre perdida, su cabeza en las nubes imitándoles: suave, informe, blanquecina hasta el absurdo en sus ideas; siempre intimidándonos con una posible tormenta en el horizonte. Siempre discorde, siempre a la negativa y con un dejo pequeñísimo de chantaje oculto detrás de la lágrima lastimera. Así era todo el tiempo, cada minuto en que nos acompañaba. En el desayuno o en la consulta médica, cada momento en desacuerdo con la realidad. Así era, así fue, y en las pocas páginas recuperadas puede verse con claridad esta actitud. Son, básicamente, una descripción precisa de sus peculiares modos y los días previos a los sucesos. Cuando supe de su caso, cuando tuve entre mis manos la oportunidad de tratarle, no dudé al inmiscuirme. Fueron horas de convivencia que, en un instante absurdo, llegué a considerar amistad. Tal vez, y mejor dicho, un sentimiento paternal me acercó de alguna manera a él… o a ellos.

Cuando el sujeto B tomó absoluto control de la situación, una especie de trance atacó la personalidad tibia y poco fogosa del sujeto en cuestión. Llamémosle A. A y B, en constante conflicto por apoderarse del sitio donde se desarrollaba la batalla, no eran más que formas inflexibles e impalpables de un mismo individuo poco sofisticado. Temeroso y resignado, andaba por la vida copiando todo cuanto pudiera, ya fuera arte o formas de expresión varias, que derivaban en una especie de camaleónica personalidad poco agraciada. Presionado al límite finalmente por los constantes arrebatos de su alter ego, A no pudo resistirse, y ahogado por sus impulsos y sus más profundos y reprimidos deseos, no supo manejar los diálogos que B disparaba cuales dardos sobre el blanco que era su psiqué. Cometimos el error de experimentar en su cabeza con sustancias varias que pudieran llevarle a lo que la medicina define neciamente como cordura. Y no llamo error a la prescripción, llamo error al diagnóstico. Lo que veíamos era él y sin embargo su rostro malformado por una nueva esencia que se apoderaba de sus actos no nos permitía reconocerlo. Se encontraba en medio de una represión constante de decisiones que lo empujaban directamente a la locura… o a la cordura: cualquiera de las dos formas de conceptualizar la mentalidad humana ciertamente


resulta inadecuada en el momento de estudiar a detalle el comportamiento hasta del menos excéntrico… Lo buscamos durante días que supieron a meses, si es que no lo fueron, ya no recuerdo. Pensamos incluso en darnos por vencidos y celebrar ceremonias en su honor sepultando una caja vacía en la fosa familiar. Aunque, no sé, ciertamente no perdimos la esperanza. Habíamos parado algunos minutos pasada la media tarde de un jueves caluroso cuando nos cruzamos con él. La carretera cicatrizada con baches y diseñada con excesivas curvas nos había obligado a dejar descansar al Gremlin 70 en que viajábamos, en cuyos hornos interiores los grados Celsius se elevaban, al menos, a treinta y seis. La marcha se había vuelto lenta cuando el exhausto chofer notó fallas en la caja de velocidades al intentar salir de un hueco en reversa. Lo vimos, a él evidentemente, vagar confundido junto al camino fangoso bordeado por laderas enormes que emulaban verdes espaldas de gigantes que retoñan anualmente. Su mirada iba de lado a lado con un exagerado movimiento de cuello, en medio de un susurrante diálogo en el que parecía triunfar y caer al mismo tiempo frente a un contrincante de fina retórica quien sólo para él existía. Lo llamamos. Nos miró. Nos acercamos cautelosos diciendo su nombre, tras lo cual se fue sobre nosotros luego de lanzar un odioso agudo aullido, que calculo duró algunos segundos. “Soy Rosset”, le dije. “¿Quién es ese?”, me preguntó al instante, con sus ojos cafés abiertos desorbitadamente y con el gesto de la boca contraído, indócil, como si masticara un dulce ácido y lo hiciera recordando e imitando su primera infancia. Era un niño de seis años de concentración dispersa y poco duradera, como todos, pero poseedor de un pensamiento de dos. Un géminis combatiendo en el mismo cuerpo, un enfant gâté bicéfalo que al ganar edad caminó dos vías a un tiempo convirtiéndose en una especie de excepcional andrógino platónico. No ahondaré en detalles al explicar los instantes de su sometimiento y posterior regreso. El punto aquí es uno distinto. Diré que su llegada a la vieja casa fue casi un shock, alguna forma de sueño en vigilia de peculiares características para él. Su primer palabra, “¡Huelan!”, no fue más que una exhalación tímida en la que de sus pulmones expulsaba el cansadamente esperado aroma de días gastados de infancia. Los trastes, el barro, la lumbre, la comida. Lo encontramos, o no sé, se encontró quizás.


La muerte en que maduraba mes tras mes cada vez más lo arrastró a otra muerte. Una muerte que sin ser la misma que la de otros, cada segundo lo destruía. Entonces se fue… o regresó. Comenzó a vivir y le fue concedida una forma de redención en la que al saldar el pecado se puede mirar el propio nuevo nacimiento, cuya mejor gracia natural es comenzar planeando lo que seremos y con testimonios de lo que fuimos. Nació muriendo su vida vieja, volvió viviendo la vida propia en la cual ejerció su capacidad de autoconocimiento y previo abandono. Cayó en una enfermedad de olvido y regresó estoicamente en un segundo al volver a respirar el aire que lo hizo enfermar. El veneno fue la cura, suele decirse. Ahora mientras rayoneo estas notas no entiendo plenamente lo que es morir. Mucho menos, han de imaginar, entiendo lo que es vivir. Anduve por ahí cada día persiguiendo a un paciente pensando que había muerto o desaparecido para siempre y ese paciente no padecía menos que yo: si de paciencia se trata sigo buscando algo de competencia. He esperado para vivir toda una vida. He esperado para vivir toda una muerte. Aún si mis venas pulsan, mis pulmones no hacen más que respirar el aire contaminado de una vida rutinaria de investigación, esperanza y estudio. A y B, que no son más que muestras o diccionarios, letras sueltas que enmascaran identidades genéricas; que no son más que alguna encuesta, concepto o cifra útil para la estadística, me han hecho dudar de lo que consideré una plena sapiencia del vivir y morir.

Médico, para resumir cuentas. Académico disciplinado que pensaba que el último expirar del aliento era prueba contundente de fallecer. Recitaba hipocráticos votos frente a una situación contradictoria o incongruente, o siempre que la realidad sobrepasaba aquello que se adormecía con enlistar dosis. Sólo sabía seguir la orden de Natura y las reglas de varios semestres de adoctrinamiento. Pero ya nada sirve, nada nuevo y nada de lo que consideré imperativo puede reemplazar lo que vivimos en últimas fechas. He repensado incontables conceptos y actitudes, he caminado a la mitad de la noche luego de consumir la misma receta que antes hube esgrimido. Nada ha sido, ni es, tan pleno como la conmoción intensa que esos dos -o ese uno-, dejaron en mí. La magia o la emulsión no me han permitido comprender todo eso que se me ha atravesado tan contundentemente en un segundo luego de años de observación equivocada. Tengo una idea nada novedosa sobre el caso y quizá sobre todo lo que soy y ellos son.

Morir, pues, no es sólo perder la vida, sino abdicar del genuino derecho de vivirla. Mis ideas, desde este caso, se han estancado irremediablemente en ello. Ж


PEQUEÑAS GACETAS QUE NO INFORMAN #1

Primera edición, Noviembre 2014.

Segunda edición, Septiembre 2015.

Ninguna imagen pertenece a este equipo editorial, si se han utilizado ha sido con fines laicos, líricos, lúdicos y no comerciales. No nos hacemos más ricos, no lo empobrecemos a usted.

Portada y Grabados:

Francisco Díaz de León http://www.museoblaisten.com

Texto: Adrian R Nava @_elsofista


#1


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