Desinformación y propaganda en la geopolítica rusa. Guerra del Alto Karabaj y Guerra del Donbás

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DESINFORMACIÓN Y PROPAGANDA EN LA GEOPOLÍTICA RUSA: GUERRA DEL ALTO KARABAJ Y GUERRA DEL DONBÁS

TRABAJO FIN DE GRADO Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas Grado en Relaciones Internacionales Adrián Romero Jurado Tutor: Dr. D. Pedro Rivas Nieto


Resumen El presente documento examina las tácticas de desinformación y propaganda como herramientas de la geopolítica y la estrategia militar rusa para la manipulación de la opinión pública en los países del antiguo espacio soviético y para combatir las presiones occidentales, tomando como referencia la intervención de Rusia en las guerras del Alto Karabaj y el Donbás. El empleo de las operaciones de conflicto informativo está ganando protagonismo en los últimos años en las estrategias de guerra híbrida así como su uso por Rusia se encuentra estrechamente vinculado con la búsqueda por definir su identidad e intereses regionales. La metodología para su estudio incluye análisis del discurso a través de fuentes oficiales (informes, entrevistas y declaraciones gubernamentales) y no oficiales (medios de comunicación y documentos académicos). Palabras clave: propaganda, desinformación, guerra híbrida, geopolítica, Karabaj, Donbás.

Abstract The present document examines the tactics of disinformation and propaganda as means of Russian geopolitics and military strategies for the manipulation of public opinion in former soviet space countries and to battle western pressures, taking as reference the interventionism of Russia in Nagorno-Karabakh and Donbass. The use of information warfare is taking prominence in hybrid warfare strategies and its use by Russia is closely linked with the search for define its identity and regional interests. The methodology for its study includes speech analysis through official (reports, interviews, and statements from the government of Russia) and non-official (media and academic document) Russian sources. Keywords: propaganda, disinformation, hybrid warfare, geopolitics, Karabakh, Donbass.

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Índice 1. Introducción ................................................................................................. 3 1.1. Justificación ...................................................................................................... 4 1.2. Hipótesis, objetivos y resultados esperados .................................................... 5 1.3. Metodología...................................................................................................... 6 1.3.1. Análisis cualitativo del discurso según hechos.................................... 6 1.3.2. Categorización de fuentes ...................................................................... 7

2. Marco teórico ............................................................................................... 8 2.1. Conceptos clave ............................................................................................... 9 2.1.1. Guerra híbrida rusa .................................................................................... 9 2.1.2. Desinformación y propaganda como tácticas de guerra híbrida rusa ...... 13 2.2. Marco geopolítico de Rusia ............................................................................ 15

3. Desarrollo ................................................................................................... 18 3.1. Geopolítica de Rusia en Transcaucasia y Ucrania ......................................... 18 3.1.1. Transcaucasia .......................................................................................... 21 3.1.2. Ucrania..................................................................................................... 24 3.2. Desarrollo y comparativas de las tácticas de desinformación y propaganda rusa empleadas en Alto Karabaj y el Donbás ....................................................... 26 3.3. «Neutralidad calculada» e «injerencia justificada» en Alto Karabaj ............... 27 3.4. Construcción del «agresor ucraniano» y el «salvador ruso» en Donbás ........ 34

4. Conclusiones ............................................................................................. 39 Bibliografía ..................................................................................................... 43 Anexos ............................................................................................................ 50

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1. Introducción Este trabajo pretende servir de catalizador para llegar a comprender, dentro de las variables de estudio especificadas, de qué forma emplea Rusia la desinformación y propaganda como herramientas geopolíticas y de estrategia militar en conflictos armados. En este caso, la investigación se prestará al análisis de dos conflictos que involucraron, fuera directa o indirectamente, participación rusa; a saber: Guerra del Alto Karabaj1 y Guerra del Donbás. Las nuevas tácticas bélicas contemporáneas han traído a nivel polemológico cuantiosos estudios sobre formas de guerra no convencionales, estableciendo las operaciones de conflicto informativo como actividades complementarias en el campo de batalla que aportan notables resultados para aquellos actores, estatales y no estatales, que las emplean (Bados Nieto y Durán Cenit, 2015). En décadas recientes, Rusia se ha servido de la propaganda y la desinformación como herramientas de guerra híbrida (Ter Ferrer, 2018). Si bien podemos remontar su uso a las tácticas soviéticas de control reflexivo y operaciones en profundidad (Kasapoğlu, 2015), es su ejercicio en la región del Alto Karabaj2 y, más recientemente en Crimea, donde relucen sus efectos. Más importante si cabe, el caso ruso ha cambiado la creencia previa de que solo los actores no estatales eran los que primariamente recurrían a estrategias de guerra híbrida, creando un nuevo paradigma en el estudio contemporáneo de esta doctrina. Su aplicación desde Moscú, especialmente extendida en el antiguo espacio soviético, se halla motivada por cuestiones geopolíticas de delimitación de su influencia y confrontación contra las presiones occidentales (Tsygankov, 2007). Para dar forma a esta cuestión, a lo largo de los siguientes capítulos aplicaremos una visión imparcial mediante análisis del discurso de acuerdo con los hechos presenciados en la Guerra del Alto Karabaj y el Donbás, así como su relación con las cuestiones geopolíticas de Rusia. Dicho proceso de estudio comunicativo categorizará

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A pesar de que los enfrentamientos armados en Alto Karabaj entre septiembre y noviembre de 2020 ya se han

considerado por algunas fuentes como una «segunda guerra», resulta una conclusión aún precipitada dado que las escaramuzas se han sucedido en el territorio de manera constante desde el alto el fuego de 1994. Por ende, y para evitar confusiones, citaremos el conflicto acaecido entre 1988 y 1994 como «Guerra del Alto Karabaj» antes que «Primera Guerra del Alto Karabaj». 2

Junto a la denominación «Nagorno Karabaj», ambos nombres pueden usarse indistintamente para designar la

región en litigio entre Armenia y Azerbaiyán.

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las fuentes rusas tratadas en oficiales y no oficiales y que operan u operaron en los conflictos tratados. 1.1. Justificación Desde el punto de vista de la geopolítica, Rusia ha aplicado una visión particularista de las relaciones internacionales tras la desintegración de la Unión Soviética (Tsygankov, 2017). En ella ha establecido al país euroasiático como una entidad civilizatoria única formada por una unión de varios pueblos, mención que incluye las repúblicas del antiguo espacio soviético, y en cuyo «deseo de independencia y soberanía en las esferas espiritual, ideológica y de política exterior» busca implantarse como una «parte integral de [su] carácter nacional» (Putin, 2013). Este proceso de revitalización identitaria, cuyo impacto en la política exterior rusa sigue una evolución exponencial, también ha afectado la forma de abordar su intervención en los conflictos que acontecen en las ex repúblicas soviéticas. Entre ellos, la propaganda y desinformación se han prestado a la mayor de las reinvenciones, en una lógica constatable con los revisionismos históricos y propaganda aplicados mediante operaciones de conflicto informativo en el espacio euroasiático y que, dados los eventos recientes en la última década, bien merecen un análisis panorámico de sus efectos. La Guerra del Alto Karabaj es constitutiva, de acuerdo con estudios polemológicos como los desarrollados por Mary Kaldor (1999), de las consideradas como «nuevas guerras»3: aquellas que involucran campos más allá del militar, véase el civil, político, económico y, por supuesto, mediático. De ahí que su análisis en este trabajo no será tanto relatar el desarrollo del conflicto como los efectos de la intervención rusa durante y posterior a este, pues es donde sale a relucir el empleo de acciones de guerra híbrida. En cuanto a la Guerra del Donbás, su tratamiento se lleva a cabo por servir de ejemplo para la culminación del empleo de tácticas de desinformación y propaganda rusas que comenzaron en los conflictos del sur del Cáucaso como los del Alto Karabaj y Georgia. 3

Este concepto ha sido criticado por autores como Stathis Kalyvas en su artículo “New” and “Old” Civil Wars: A

Valid Distinction? (2001) por considerar que se han magnificado las diferencias entre las características empleadas por las «viejas» y «nuevas guerras». Sin embargo, esta denominación nos es útil dado el énfasis que Kaldor realiza sobre el cambio de la lógica bélica en las «nuevas guerras», lo cual guarda similitudes con el desarrollo del tratamiento de los conflictos por Rusia en función de la evolución de sus percepciones geopolíticas.

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Sus resultados no solo parecen constatar un novedoso uso en la forma de llevar a cabo la guerra híbrida, también refleja el potencial que el discurso puede ejercer de manera complementaria en un conflicto para posicionar la opinión pública a favor del agresor y como herramienta de presión contra Occidente y, en el caso del Donbás, Ucrania. Desde la disciplina de la comunicación internacional, el estudio de estos eventos permiten entender la evolución de los sistemas de propaganda y desinformación aplicados a conflictos contemporáneos, desde aquellos considerados pioneros de las «nuevas guerras», como el conflicto en Alto Karabaj, hasta los que suponen la culminación de los estándares de guerra híbrida rusa, como sucede con la Guerra del Donbás. 1.2. Hipótesis, objetivos y resultados esperados Delimitados los principios del trabajo, partimos de dos hipótesis clave. En la primera (H1), Rusia emplea métodos de desinformación y propaganda como tácticas de manipulación de la opinión pública en el antiguo espacio soviético y bajo propósitos geopolíticos de combate contra las presiones internacionales, especialmente las occidentales. La segunda (H2) alega cómo el uso de tales tácticas en marcos de guerra híbrida está alcanzando un papel protagónico dentro de las estrategias bélicas no convencionales. Para ampliar los espectros de esta propuesta, el objetivo del estudio buscará identificar casos que determinen si existe o no relación entre las operaciones de desinformación y propaganda en los conflictos analizados y las justificaciones geopolíticas rusas. Esto deberá llevare a cabo específicamente a través de un análisis y categorización de discursos según hechos y estudios de publicaciones procedentes de fuentes oficiales y no oficiales rusas, aunque relacionadas con los poderes públicos de Moscú. Se espera que los consecuentes análisis justifiquen cómo las tácticas de guerra híbrida rusa desarrolladas en el campo de la comunicación pueden derivar de la vinculación con su visión particularista de la geopolítica. Sirva este resultado como elemento que permita vehicular futuras comparaciones más allá de los conflictos armados tratados en este estudio.

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1.3. Metodología Partiendo del objetivo principal de determinar la vinculación entre las causas del empleo de la propaganda y desinformación como tácticas de guerra híbrida y la geopolítica rusa aplicada a los conflictos del Alto Karabaj y el Donbás, los aportes metodológicos sirven como herramientas para reconocer y analizar las relaciones descritas. Se presentarán los hechos concretos de los fenómenos bélicos analizados y su interacción e influencia con el discurso geopolítico ruso. Por tanto, el estudio será abordado bajo un marco de análisis inductivo y cualitativo a través de la consulta de fuentes oficiales adjuntas al aparato gubernamental ruso (incluye transcripciones escritas de discursos y declaraciones de prensa de figuras estatales) y no oficiales. Estas últimas, dada la escasa documentación oficial rusa en abierto, incorporarán reflexiones de analistas rusos, o vinculados con el academicismo ruso, de acuerdo con lecciones extraídas de los conflictos tratados. Asimismo, se incluirán fuentes no adscritas directamente con el poder público de Moscú, medios de comunicación inclusive, pero que sugieren guardar estrecha relación con la órbita del Kremlin. Los métodos de categorización de las fuentes serán debidamente ampliados en el subcapítulo titulado «Categorización de fuentes». 1.3.1. Análisis cualitativo del discurso según hechos El análisis del discurso es un tipo de método cualitativo cuyo valor teóricometodológico es constitutivo del estudio de las Ciencias de la Comunicación. Basa su interés en el lenguaje y el valor de su hermenéutica para la construcción de significados e interpretaciones. Sin embargo, el vicio de considerar esta metodología holísticamente sin tener en cuenta los hechos obvia las limitaciones que posee. En ocasiones, los discursos resultan opacos debido a que el lenguaje no siempre es transparente: distorsiona, suprime y vuelve inocuas algunas valoraciones o realidades mediante su expresión. Por ende, su decodificación pasa por establecer la inferencia de lo que se dice o muestra con los hechos que suceden. En el supuesto analizado, y de acuerdo con las tesis de Teun van Dijk, las cuestiones identitarias y culturales así como las relaciones de poder, en este caso rusas, merecen indudablemente una profunda atención considerando su capacidad para constituir realidades e imaginarios. Dado que una parte de nuestro estudio versa sobre el análisis de la propaganda y desinformación como herramientas de la geopolítica rusa, la lectura de discursos procedentes de fuentes oficiales y no oficiales que permitan su análisis al respecto 6


resulta útil para entender la realidad social que configuran y su habilidad para alterar la opinión pública en conflictos armados. Bajo esta visión, el lenguaje ya no solo constituiría un vehículo de difusión de ideas y conceptos, también sería capaz de intervenir en la construcción de la realidad. Como resultado, la pretensión de este análisis cualitativo no es otro que demostrar cómo el discurso desplegado por Moscú ejerce más que una capacidad simbólica: es una capacidad de acción e influencia que supera el ámbito lingüístico para asociarlo a todo el espectro de lo social, político, económico o, en el caso que nos compete, identitario. De ahí la importancia de los hechos bélicos atendidos en este estudio, pues a través de ellos podremos determinar cuán relacionados se hallan ambos espectros con la confección de la geopolítica rusa. 1.3.2. Categorización de fuentes Dentro del contexto de este trabajo, consideramos fuente como todo discurso adscrito a un referente, sea un sujeto u organización, que contiene, genera o suministra una información o mensaje de cualquier índole. En cuanto a su categorización, esta se dividirá en oficiales y no oficiales. Toda fuente sometida a análisis del discurso durante el desarrollo del trabajo será previamente clasificada para su posterior exposición, estudio y comparación según los hechos acontecidos en la Guerra de Nagorno Karabaj y Donbás. Las fuentes oficiales refieren en este caso a las fuentes institucionales, es decir, aquellas directamente vinculadas con el aparato estatal de Rusia. Esta clasificación no solo incluye declaraciones de miembros adjuntos al Gobierno de la Federación, también relativas al Estado Mayor ruso y el Departamento Central de Inteligencia 4 militar. En contraparte, las no oficiales incluyen tanto documentales (aquellas emitidas por instituciones académicas e investigadores adjuntos a ellas, en este caso relacionados con el academicismo ruso) como mediáticas financiadas por el Kremlin o vinculadas a este. Ello incluiría tanto cadenas de agencias y conglomerados que operan principalmente en Rusia (Radio Televisión Pública Estatal Rusa, Rossiya Segodnya o Grupo Mediático Nacional), medios en el antiguo espacio soviético (véase Komsomolskaya Pravda v Ukraine en Ucrania) y aquellos centrados en la difusión a nivel internacional (Sputnik o RT).

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En ruso Glávnoye Razvédyvatelnoye Upravlenie, o GRU por sus siglas.

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2. Marco teórico La desintegración de la Unión de Repúblicas Soviéticas (en adelante URSS) supuso un punto de quiebre en la posición de Rusia en el mundo, y con ella la revisión de la perspectiva geopolítica, cultural e institucional vigentes desde la Revolución de 1917. La independencia de las repúblicas soviéticas trajo consigo inestabilidades y conflictos en el antiguo espacio antes ocupado por la esfera de Moscú; igualmente, la presión desde Occidente acuciaba la crisis civilizatoria rusa. De acuerdo con Tsygankov (2017), el colapso del Bloque del Este creó nuevas escuelas y tendencias estratégicas en Rusia de cara a enfrentar su posición en el mundo, con estatistas occidentalizadores defensores del statu quo y revisionistas del espacio postsoviético, ambos preocupados por determinar las fronteras culturales y políticas de Eurasia y su relación entre Occidente y no-Occidente. Durante los años noventa, el fin de la Guerra Fría arrastró consigo conflictos en la periferia rusa que exacerbaron la violencia ante el vacío de seguridad que había dejado la desintegración de la Unión Soviética (Tsygankov, 2007). Las recientemente independizadas Armenia y Azerbaiyán llevaban en un enfrentamiento armado por el dominio de la región del Alto Karabaj desde 1988, en lo que sería la primera de varias guerras en el antiguo espacio soviético que involucró la intervención de Moscú. Al igual que las tendencias identitarias y geopolíticas rusas comenzaban a redefinirse, asimismo ocurría con la forma de abordar los conflictos armados. Será en el Cáucaso, primero en Alto Karabaj; posteriormente en Chechenia y Georgia, donde Rusia empleará las nuevas formas de llevar a cabo la guerra, sea en este estudio la desinformación y propaganda, y con ella los principios de su agenda geopolítica para el cumplimiento de sus objetivos estratégicos. En cuanto a los conflictos que nos competen, el estado de «no-guerra, no-paz» en Alto Karabaj es consecuencia del intrusismo político de Rusia en Azerbaiyán y Georgia (Cornell, 2011). De igual modo, el doble rasero desplegado por el Kremlin en estos, dejando pistas de intervencionismo al mismo tiempo que esgrimía un fuerte legalismo y adhesión al derecho internacional de cara al exterior (fundamentalmente hacia Occidente), toma en parte estrategias de conflicto informativo procedentes de la herencia militar soviética (Kasapoğlu, 2015).

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Por su parte, el año 2014 con la invasión de Crimea y la Guerra del Donbás puede considerarse el culmen de la total redefinición del marco militar y geopolítico ruso tras la desintegración de la Unión Soviética. Esta nueva forma de ejercer la política exterior basa su operabilidad en conflictos armados bajo estrategias particulares de guerra híbrida (Kasapoğlu, 2015), también denominada «guerra no lineal» (según el término acuñado por uno de los asesores de Putin para las negociaciones de paz en Abjasia, Osetia del Sur y Crimea, Vladislav Surkov5). Esta podría definirse como aquella cuyo énfasis radica en el «uso generalizado de medidas económicas, informativas, humanitarias y otras no militares, (…) incluida la implementación de medidas de guerra de información y acciones de fuerzas especiales» (Gerasimov, 2013: 2). El éxito de esta nueva forma de abordar los conflictos armados por Rusia queda reflejado por la forma en la que se logró acabar con la moral nacional ucraniana, tanto civil como militar, sin realizar un despliegue convencional y masivo de tropas (Bērziņš, 2014), tan solo mediante maniobras de «niebla de guerra» entre las que se encontraban el empleo de la desinformación y la propaganda. 2.1. Conceptos clave 2.1.1. Guerra híbrida rusa Partiendo de las consideraciones de Mary Kaldor (1999), el concepto «nuevas guerras» procede de la reinterpretación del pensamiento militar ocurrido tras el fin de la Guerra Fría sobre las causas y métodos que operan en un conflicto. Kaldor establece los principios de las «nuevas guerras» según criterios identitarios aparentemente tradicionales (nacionales, religiosos o culturales) que sin embargo solo pueden darse en un entorno propio de un mundo globalizado. A su vez, estas formas de combatir han alterado las estrategias convencionales de la guerra clásica, con participación de multiplicidad de actores que ponen en duda el monopolio de la violencia del estado; donde todo es mescolanza y los campos implicados van más allá de lo militar para integrar lo político, económico, social y mediático (Bados Nieto y Durán Cenit, 2015). La guerra híbrida, como fenómeno bélico que podemos adjuntar a esta clasificación, cuenta con novedosas particularidades que lo alejan de otros tipos 5

Escrito bajo el seudónimo de Natan Dubovitcki en un artículo para la revista Ruski Pioner, refiere a la definición

de una guerra «en la que todos luchan contra todos» y donde lo militar es solo un aspecto más de una conjunción de campos como el político o el control de la opinión pública. Para más información, véase la referencia: MilosevichJuaristi, M. (2015). La guerra “no lineal” rusa. Real Instituto Elcano.

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de «nuevas guerras» y cuyas características, aplicadas al ámbito ruso, son tanto multiples como contradictorias. Desde Occidente, la primera vez que se mencionó la guerra híbrida sería por William Nemeth en un trabajo académico para la Academia Naval de los Estados Unidos nombrado Future war and Chechnya: a case for hybrid warfare (2002). Como bien indica el título, este documento hablaba sobre las tácticas de los separatistas chechenos contra Rusia durante la Segunda Guerra Chechena y la tesis de cómo su uso se volvería más frecuente para futuros grupos insurgentes. Sin embargo, serían Hoffman y Mattis (2005) y posteriormente un ensayo individual publicado por el propio Hoffman (2007) que la guerra híbrida buscaría adoptarse como concepto teórico. Si bien continuaba vinculándose su ejercicio con la insurgencia, se comienza a perfilar una nueva dimensión dentro de lo que en su momento se denominó «Guerra de tres bloques»6 y conocida como «cuarto bloque»; esto es, el empleo de tácticas psicológicas y de información en el campo de batalla (Hoffman y Mattis, 2005). Además, y bajo este raciocinio, dicha forma de guerra incluiría una adopción de tácticas convencionales e irregulares que irían desde el terrorismo hasta el crimen organizado, aplicadas fundamentalmente contra el sector civil y que, al igual que las contribuciones de Kaldor, incluiría la participación de actores no estatales en su ejecución. Sin embargo, dado que el concepto de guerra híbrida es «el resultado del pensamiento estadounidense, su marco básico difiere de aquel desarrollado por los rusos» (Bērziņš, 2015:43). Por ende, la «guerra híbrida rusa» merece su propia terminología que contraste con los estándares occidentales de «nuevas guerras». Desde la perspectiva de Rusia, el marco teórico sobre el cual se enmarcarían las tácticas de guerra híbrida parte fundamentalmente del estatal y la forma en la que los países, sobre todos los occidentales, ejercitan esta estrategia en el campo de batalla. Las guerras de Irak y Afganistán hicieron consciente a Putin sobre cómo «la OTAN, especialmente Estados Unidos, usaba instrumentos de guerra irregular como ONGs o instituciones multilaterales para desestabilizar a Rusia» (Bērziņš, 2015: 41). Por su parte, Andrew Korybko (2015) enfatiza la percepción rusa sobre cómo el desarrollo de la guerra híbrida parte de tácticas empleadas por Occidente para minar el control de 6

Concepto acuñado en los años 90 por el general estadounidense Charles Krulak, definía las tres condiciones en

las que los ejércitos modernos debían entrenarse para encarar los nuevos paradigmas de la guerra moderna: operaciones militares a gran escala, participación en ayuda humanitaria y misiones de mantenimiento de paz.

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Moscú tanto en la periferia como en el interior del país mediante acciones tales como las Revoluciones de colores. Basándose en las premisas de Brzezinski (1997) sobre cómo el dominio unipolar de Estados Unidos en Eurasia solo se puede preservar mediante su presencia en los denominados como «Balcanes euroasiáticos» (Transcaucasia), Korybko establecía que si estos territorios «son la estrategia», entonces «la guerra híbrida» que emplea Occidente en la región «es la táctica para lograrlo» (Korybko, 2015: 32). Esta última visión, como bien señala Kasapoğlu (2015), procede a instituir a Rusia como una víctima a la defensiva; empero, ello también apunta a cómo dichos eventos y sus éxitos en países como Ucrania (véase la Revolución Naranja) inspiraron a Moscú para desarrollar una teoría de guerra híbrida particular a la hora de abordar las nuevas amenazas procedentes del exterior. Su aplicación en Georgia en 2008 y más recientemente en los territorios de Crimea y Donbás en 2014 han servido para reinterpretar el concepto de guerra híbrida que se tenía hasta ese momento. Como señala Bērziņš (2015), algo que se suele ignorar en las formas de guerra rusa es el empleo histórico de tácticas asimétricas. Ya en 2006, Putin habló sobre cómo «la Rusia moderna necesita un ejército que tenga todas las posibilidades de dar una respuesta adecuada (…) capaz de luchar simultáneamente en conflictos globales, regionales y, si es necesario, también en varios conflictos locales». Sin embargo, las primeras reflexiones procedentes del alto mando del ejército ruso sobre la necesaria revisión de las formas de su pensamiento militar no llegarían hasta la publicación de un artículo escrito en 2013 por el General del Ejército de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa Valéry Gerasimov. En él apunta cómo las líneas que hasta ese momento existían entre los estados de guerra y paz se han difuminado y ahora tanto las medidas no militares como disuasorias militares son esenciales para lograr la ventaja táctica frente al adversario. Además, la correcta ejecución de este principio pasaría por desarrollar una estructura científica y metodológica estable y centralizada que tomase en consideración el carácter multidisciplinar que las fuerzas militares deben adoptar de cara al conflicto. Sin ir más lejos, en 2014 Gerasimov impartiría una conferencia7 en la Academia de Ciencias Militares de Rusia sobre el valor que el

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Para más información, véase la referencia: Gerasimov, V. (3 febrero, 2014). Генеральный штаб и оборона

страны (Estado Mayor y Defensa Nacional). VPK. Consultado el 21-6-2021 en: https://vpk-news.ru/articles/18998

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complejo científico-militar posee en labores de comunicación aplicada a escenarios de guerra no lineal o guerra híbrida. De acuerdo con esta tesis, el nuevo pensamiento bélico ruso se establece en las acciones de guerras no declaradas y formas no lineales de conducir los conflictos evitando el contacto mediante el uso de unidades de gran maniobrabilidad, civiles armados, acción militar en tiempos de paz y coordinación de tropas en una esfera de comunicación unificada (Kasapoğlu, 2015). Para ello necesitan un «disfraz estratégico» (maskirovska) y alguna forma de «guerra política» semicubierta para poder llevar a cabo su guerra híbrida sin ser descubiertos (Ídem). Esto se lleva a cabo mediante el «control reflexivo». Este elemento, herencia de la doctrina soviética y aplicado en conflictos previos a Ucrania como Georgia o Alto Karabaj, se ejecuta mediante el empleo de información diseñada para arrastrar al enemigo hacia una decisión que beneficie a Rusia en su ejecución. A ello se le suma lo que Bērziņš (2014) señala como «adhesión firme al legalismo», o respaldar las acciones militares rusas mediante algún acto legal, y la manipulación tanto diplomática como informativa para no relacionar la intervención rusa con una agresión militar. Estas tácticas requieren por tanto de un fuerte centro de mando político-militar en constante preparación y que permita al mismo tiempo la descentralización y flexibilidad de los efectivos que ejecutan sus operaciones (Kasapoğlu, 2015). De este modo, la forma rusa de ver la guerra moderna no solo tiene en cuenta el elemento físico (uso de herramientas militares convencionales), también el mental. En consecuencia, las guerras deben caracterizarse por el empleo de tácticas psicológicas, informativas y en el ciberespacio para alcanzar la superioridad frente al adversario (Bērziņš, 2014). Dichas tácticas conformarían lo que en su momento fue denominado por el alto mando militar soviético como «medidas activas», aquella gama de operaciones de influencia que servirían para el ejercicio del «control reflexivo» contra los enemigos de Moscú (Colom Piella, 2020). Además, la diferencia entre estas medidas activas contemporáneas con respecto a sus antecesoras soviéticas son su mayor viabilidad gracias al alcance que ejerce hoy Internet (Ídem). La guerra híbrida rusa, y su empleo reciente tanto en las campañas de Georgia como Crimea, ha cambiado la creencia común occidental de que los oponentes más débiles, especialmente actores no estatales, eran los que primariamente recurrían a estas estrategias para desafiar a los países más fuertes, especialmente a aquellos con 12


poderosas capacidades convencionales (Erol y Óğuz, 2015). Por lo tanto, «ante un escenario marcado por la supremacía militar de los ejércitos» occidentales, Rusia, al igual que otros estados más débiles, «se vio obligada a adaptarse y plantear respuestas que mitigasen esa superioridad, explotando las debilidades políticas, sociales, jurídicas, morales, económicas, demográficas o militares» de sus adversarios (Colom Piella, 2018: 41). 2.1.2. Desinformación y propaganda como tácticas de guerra híbrida rusa En una entrevista concedida para el sitio web de noticias alemán Spiegel Online, Margarita Simonyan, redactora jefe del canal de noticias Russia Today (en adelante RT), declaró: «Cuando Rusia entre en guerra, entonces nosotros [los medios de comunicación rusos] nos uniremos a ellos en la batalla» (Simonyan, 2013). Sus palabras, enmarcadas en la justificación de cómo durante la Guerra de Georgia de 2008 los medios occidentales actuaron como «el Ministerio de Defensa» georgiano, resultan reveladoras debido al poder que el aparato mediático puede ejercer para desequilibrar la balanza en favor de un bando u otro en un conflicto, y cuyo ejemplo pudo entreverse durante la cobertura mediática en Crimea y el Donbás en 2014. Desde la llegada de Putin al poder, este ha llevado a cabo una serie de políticas para la reestructuración de los medios de comunicación rusos instituidos tras la disolución de la Unión Soviética. En la nueva política de relaciones con los sistemas de medios públicos y privados parece dilucidarse un contrato social entre estos y el Kremlin: «el gobierno no se entrometería en su crecimiento siempre y cuando guardaran lealtad, no apoyando a la oposición ni tratando de medrar desde su posición privilegiada» (Sánchez Resalt y Tarín Sanz, 2018: 23). La actual tendencia de los medios en Rusia se organizaría en torno a tres pilares básicos: centralización de su control desde el aparato estatal, elaboración de una legislación arbitraria, interesada y restrictiva que favorece la censura de voces opositoras y una red clientelar entre oligarcas propietarios de los conglomerados mediáticos y el gobierno ruso (Ídem). Este control buscaría extender su influencia en los medios de comunicación tradicionales (radio, prensa y televisión) y digitales como Runet: el Internet ruso hablante (Zvereva, 2018). De acuerdo con Miguel Vázquez Liñán (2018), Putin ha promovido en los medios mainstream rusos la idea de un país en constante estado de amenaza por el socavamiento desde Occidente de los valores nacionales, y con él la apelación al sacrificio de la ciudadanía para defender la «patria acosada». Ya entre 1989 y 1992 13


Moscú utilizó tácticas parecidas, en este caso para amedrentar tanto a los países occidentales como a las repúblicas soviéticas de los efectos que el fin de la Unión Soviética podría suponer para la estabilidad global (Colom Piella, 2020). Estos sesgos discursivos buscan el encuadramiento de la ciudadanía rusa para apoyar al Kremlin así como la justificación de políticas excepcionales propias de un estado de guerra (Vázquez Liñán, 2018). El reduccionismo ideológico de este discurso en los medios reduce las miradas alternativas y, al mismo tiempo, permite una centralización operativa a nivel informativo ideal para el uso de la desinformación y propaganda como tácticas de guerra híbrida. El empleo de estas herramientas para lograr la ventaja en el campo de batalla no son nuevas para Rusia, pues llevan usándose desde antes de la Guerra Fría y se han adaptado con notable éxito al mundo virtual actual (Colom Piella, 2020). Conocidas como «medidas activas» (por su vinculación con el departamento A, aktivnyye meropriyatiya, de la KGB), comprenden aquellos métodos de influencia para apoyar la subversión y desestabilización y que pueden operar de forma abierta (propaganda blanca), semi-encubierta (empleo de terceros para la promoción propagandística, como medios de comunicación adscritos a la esfera de Moscú) o clandestina mediante desinformación, falsificación de fuentes o creación de noticias fraudulentas (Ídem). Su uso en el extranjero no versa en el intento de convencer de las bondades del aparato estatal ruso, sino en explotar el descrédito a la información debido a la disolución de las líneas que diferenciaban lo veraz de lo infundado (Zvereva, 2018), permitiendo a Rusia actuar en su beneficio dentro de un área gris de incertidumbre. Esta forma de guerra informativa, especialmente desarrollada en el contexto de la ciberguerra, opera mediante el empleo sistemático de grupos proxi mediáticos, troles, bots y hackers (Ídem). Valery Gerasimov, a raíz del artículo publicado en 2013, establecía en 2016 cómo «el énfasis de los métodos de lucha utilizados se desplazan cada vez más hacia la aplicación de medidas políticas, económicas, informativas y de otro tipo no militares, implementadas con dependencia de la fuerza militar». Con ello, las tácticas de desinformación y propaganda se han convertido en elementos fundamentales de la estrategia militar rusa. Ese mismo año se publicaría la Doctrina de seguridad de la información de la Federación Rusa, donde se establecía el interés estratégico de Moscú por las tecnologías de la información a nivel público («llevar a la comunidad 14


rusa e internacional información confiable sobre la política estatal de la Federación de Rusia») militar («intensificar las actividades de las organizaciones que llevan a cabo inteligencia técnica en relación con los organismos estatales rusos, las organizaciones científicas y las empresas del complejo militar-industrial») y de amenazas («garantizar la seguridad de la información (…) es proteger los intereses vitales del individuo, la sociedad y el estado de las amenazas internas y externas asociadas al uso de tecnologías de la información con fines político-militares»). En consecuencia, el Kremlin ha logrado articular a nivel propagandístico una «lograda coherencia entre los discursos y valores difundidos hacia el interior y el exterior» (Tarín Sanz, 2018: 85). El desarrollo de las tácticas de desinformación y propaganda como herramientas de guerra híbrida en Rusia no ha sido por tanto algo de reciente adopción, ni mucho menos. Aunque estas han brillado con fuerza en conflictos como los de Georgia (2008) y Ucrania (2014), su origen ya data de guerras como las de Abjasia (1992-1993) con el encubrimiento mediático de bombarderos rusos operando en favor de los rebeldes abjasios (Goltz, 1993). Lo único que ha cambiado ha sido la forma de empleo de dichas tácticas en el marco de las nuevas tecnologías, con medios con fuerte presencia en línea y con alcance en varios idiomas (véase Sputnik o RT), encargados de difundir la imagen de una Rusia «en auge» en detrimento de Occidente, y actividades clandestinas que operan desde Runet y el Internet en general encargados de crear una «niebla de guerra» particular que, por un lado, permita a Rusia promover su propia versión de la realidad y desacreditar a las de su oponente y, por otro, normalizar en el público la idea de cómo es imposible conocer la verdad de los eventos acaecidos (Zvereva, 2018). 2.2. Marco geopolítico de Rusia Los años siguientes a la desintegración de la Unión Soviética trajeron consigo la revitalización de escuelas de pensamiento geopolítico que buscaban cubrir el espacio que había dejado el fin del marxismo en Rusia (Tysgankov, 2003). La declaración de ruptura con la Europa «burguesa» ya no procedía como base identitaria rusa y, como resultado, «una nación con raíces aparentemente europeas debía reconciliarse con su Otro significativo [y consigo misma] tras décadas de falta de reconocimiento» (Tsygankov, 2007: 376). Este dilema contaba además con dos dimensiones: temporal, dado que la memoria de una experiencia presoviética en Rusia y la periferia era

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inexistente; y espacial, pues hasta que no se resolviera el problema no podía tampoco resolverse la cuestión de su identificación civilizacional. Como bien apunta Tsygankov (2007), la geopolítica rusa no puede abordarse exclusivamente desde el apartado geoestratégico, pues también merece atención el papel de la cultura y la identidad a la hora de confeccionar la política exterior. De igual modo, la ambivalencia de Rusia con respecto a su relación con Occidente y su deseo de autodefinición sin depender de terceros es una constante en la historia del país. Ya desde la segunda mitad del S.XIX hasta principios del S.XX se localizan dos tradiciones de pensamiento geopolítico ruso: universalismo (fijación por Occidente y deseo de ajustar el progreso de Rusia al compás de este) y particularismo o eslavismo (el progreso se debe realizar de manera indígena, es decir, desde Rusia y para Rusia). Ambas, señala Tsygankov (2017), no fueron erradicadas con la Revolución de 1917, desarrollando versiones distintivas y adaptadas al marxismo. Lo mismo ocurrió tras el colapso de la URSS en 1991 con la aparición de los neoeurasianistas (particularistas) y liberales o estatistas (universalistas)8. De entre los autores que merecen nuestra atención para entender la deriva actual de la geopolítica rusa, la visión particularista de Danilevskii es una de las más destacadas. Formulada en su libro Rusia y Europa (1869), presentaba la peculiaridad de identificar a Rusia como una cultura distinta a la europea, lo que rompía tanto con universalistas como eslavófilos (estos últimos por aún considerar a Rusia una cultura europea, salvo que calificándola como la versión más perfecta de su tipo). Su énfasis radica en la idea de un estado fuerte, autocrático y abiertamente hostil contra Occidente. En la era postsoviética, la creciente incertidumbre de identidad rusa en el nuevo marco global, unido a las presiones externas, llevó a una revitalización de las ideas de Danilevskii9. Estas, especialmente centradas en la preservación y distinción de los valores geopolíticos de Rusia, fueron auspiciadas tanto por bloques conservadores como liberales; europeístas y nacionalistas (Tsygankov, 2017). Sin embargo, resulta forzado vincular la política exterior actual rusa con el particularismo más radical de Danilevskii. Por ahora, Putin sigue buscando formas de

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Véase Anexo I.

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Véase Anexo II.

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involucrarse en Occidente, fundamentalmente a través de acuerdos económicos (Tsygankov, 2017). Pero también la diferencia con Europa, «la autodeterminación espiritual, cultural y nacional» (Putin, 2013), es fundamental para mantener la influencia de Rusia en el antiguo espacio soviético, lo cual lo vincula directamente con las reflexiones del filósofo ruso: Desde un punto de vista cultural e histórico general, Rusia no puede ser considerada parte constituyente de Europa, ni por origen ni por adopción, sino que solo tiene dos oportunidades: formar una unidad cultural especial e independiente junto con otros eslavos, o perder cualquier significado cultural e histórico. Danilevskii, N. (1869: 475).

La mayoría rusa sigue creyendo que tanto Rusia como los conflictos en su periferia deben resolverse de acuerdo con una geopolítica común, pues de lo contrario estrategias diferenciadas pueden llevar a la dislocación cultural. Es decir, los intentos de las élites de Moscú por dar forma a Eurasia mediante sus estrategias discursivas no sería tanto un encubrimiento de restauración imperial como la búsqueda de Rusia por definir su identidad e intereses regionales (Tsygankov, 2003). Esta acción, de acuerdo con algunos analistas como Brzezisnki (1997) o, más recientemente, Korybko (2015), puede considerarse defensiva, una acción reactiva que tan solo buscaría contener la expansión occidental. Sin embargo, los últimos años han confirmado una geopolítica rusa dinámica en regiones como Ucrania o Cáucaso, lo que evidencia los intentos de Moscú por demostrar su capacidad de decisión regional de cara a la comunidad internacional, si bien ello no le impide aducir acciones defensivas para justificar sus intervenciones. Una capacidad cuyo modus operandi se halla especialmente condicionada por sus limitaciones estratégicas y políticas, lo que genera en último término una peculiar forma de enfrentar la construcción de su espacio geopolítico y responder ante las amenazas percibidas, a saber: actividades de guerra híbrida. De igual modo, tras la desintegración de la Unión Soviética cada líder ruso ha perseguido su propio método de definición civilizatoria y estratégica. Desde la visión prooccidental de Yeltsin al modelo Euro-este de Putin, pasando por el eurasianismo de Primakov, ideas han surgido y caído según qué tan capaces eran de satisfacer los intereses de las élites rusas (Tsygankov, 2007), demostrando cómo el concepto de civilización es lábil y adaptable. Putin es consciente de cómo la Rusia contemporánea 17


comparte raíces tanto europeas como antieuropeas, de ahí que defina al país como «gran potencia normal». Esto es, alejarse del aislacionismo para convertir a Rusia en un miembro pleno de la comunidad internacional sin que a cambio deba renunciar a su soberanía y atributos como potencia (Tsygankov, 2013). Esta política Euro-este, que será fundamental para definir el curso de nuestro estudio, parte de la convicción geopolítica de cómo «Rusia solo puede vivir y desarrollarse dentro de sus fronteras existentes si es una potencia fuerte» (Putin, 2003), pero valorando cómo «por encima de todo, Rusia fue, es y será, por supuesto, una gran potencia europea» donde los resultados del continente han sido «los determinantes de la sociedad rusa» (Putin, 2005). Por consiguiente, el éxito de Rusia también parte de Europa, su Otro significativo. Si la noción de gran potencia debe combinarse con la idea de Europa, requiere que ambas partes trabajen juntas como socios confiables, por lo que si uno de los dos establece sus valores en términos de superioridad sobre los del otro, el diálogo no es probable que dure (Tsygankov, 2007). La expansión occidental hacia el este es percibida como una amenaza por Moscú y con ella un intento de menospreciar la validez de Rusia como representante regional. Los enfrentamientos aún sin resolver en el antiguo espacio soviético y cómo Occidente se mueve en la región son las cuestiones más sensibles que atañen a la geopolítica rusa en términos estratégicos y e identitarios, de ahí que no resulte descabellado vincular sus tácticas interventoras en conflictos armados con su dilema civilizatorio y geopolítico. Una ambivalencia constante que mueve a Rusia entre el deseo de no quedarse atrás con respecto a su integración como miembro de la comunidad global siempre y cuando mantenga su estatus e influencia como potencia regional.

3. Desarrollo 3.1. Geopolítica de Rusia en Transcaucasia y Ucrania El discurso de Vladimir Putin durante la Conferencia de Seguridad de Múnich (2007) es considerado una de las primeras declaraciones públicas del gobierno ruso sobre un cambio de orientación de su política exterior hacia una retórica de confrontación con Occidente, cargando sus críticas especialmente contra la OTAN y Estados Unidos. La polémica que desató, controversias con Washington y Bruselas aparte, dilucidaba la voluntad de Moscú por marcar una política independiente no solo en el terreno diplomático, también militar. En un intento por alejarse de la «visión unipolar 18


estadounidense» que a su juicio se había impuesto en el nuevo orden global, y ante la conciencia «de un hiperuso casi incontenible de la fuerza en las relaciones internacionales», Putin buscaba marcar sus diferencias con Occidente a la hora de determinar bajo qué criterios debía regirse Rusia en el sistema internacional. Era aquella búsqueda la misma que señalaba Tsygankov (2013) sobre la geopolítica rusa: preservación de sus prioridades soberanas y de identidad sin perder su integración en un marco global reformado. Atendiendo nuevamente al discurso en Múnich, la reafirmación parecía novedosa dado que durante la primera mitad de los 2000 Rusia había priorizado su inserción en el sistema internacional antes que sus intereses nacionales. Sin embargo, el deseo de mantener el carácter identitario ruso contra el empuje occidental ya era de hecho capital para el Kremlin desde hacía años, y son sus actuaciones previas a la conferencia, primero en el Cáucaso y posteriormente en Ucrania; los conflictos que hubo en ellos, y los intereses geopolíticos que instigaron su surgimiento, los que ejemplifican sus prioridades en aquello que Medvedev (2008) definió en el cuarto y quinto puesto de los «cinco puntos de la política exterior rusa». Una política exterior orientada a la «protección de la vida y dignidad de los ciudadanos rusos, sin importar donde se encuentren» y en la que Rusia «posee regiones donde tiene intereses privilegiados (…); nuestros vecinos cercanos» (Medvedev, 2008). Ambas citas fueron pronunciadas en una entrevista concedida en Sochi por el entonces presidente ruso Dmitri Medvedev a varios medios de comunicación rusos como Ria Novosti. Enmarcadas en el escenario posterior a la Guerra de Georgia, las doctrinas eran una reivindicación a viva voz de las políticas exteriores que el gobierno ruso había desplegado en el antiguo espacio soviético tras la desintegración de la URSS. Una evolución progresiva, forjada según los sucesos nacionales e internacionales que había experimentado Rusia desde los noventa hasta finales de la década de los 2000, y cuyo punto de inflexión, no sin controversias 10, podemos ubicarlo en 2008 con la Guerra de Georgia. Sin embargo, y como ya hemos indicado, el interés por las ex repúblicas soviéticas no era en absoluto novedosa, siendo ambas cuestiones, la diáspora rusa y la concepción de un «espacio vital ruso», las variables que motivaron la injerencia de Moscú en escenarios del este europeo y Cáucaso (Baranovsky, 2016). 10

Algunos autores como Vladimir Baranovsky (2016) disienten al respecto, señalando el cambio de rumbo de la

política exterior rusa tras los acontecimientos en Ucrania, entre 2014 y 2015.

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Rusia ha tratado de demostrar en materia de política exterior su adhesión a posiciones conservadoras y protectoras de la soberanía y no interferencia en asuntos internos de otros países, postulado que contradice sistemáticamente cuando hablamos del espacio postsoviético (Baranovsky, 2016). Pero los métodos de implementar sus intereses en las distintas regiones que conforman este escenario geopolítico difieren en forma y fondo. Parte de esta variabilidad se debe a la cuestión demográfica y lingüística rusa que heredó cada ex república soviética. El último censo llevado a cabo por la URSS en 1989 cuantificaba alrededor de 25 millones de rusos distribuidos de manera irregular fuera de las fronteras de Rusia (Goskomstat, 1989). Siendo más precisos en nuestra clasificación, podemos distinguir dos macrorregiones en las que la presencia de nacionales rusos difería notablemente: Transcaucasia y Asia Central, donde las comunidades eran relativamente pequeñas (salvo Kazajistán)11, y la parte europea de la Unión Soviética, con una población mucho más significativa12 que a su vez poseía notables lazos históricos e identitarios en la región, incluyéndose la capacidad de competir a nivel idiomático por la oficialidad de la lengua (Teurtrie, 2017). En consecuencia, las formas de Rusia a la hora de usar la presencia de nacionales en sus fronteras como moneda de cambio para articular políticas de integración con sus vecinos difieren sensiblemente según la región. Por otro lado, la aparición de nuevas fronteras interestatales en las independizadas ex repúblicas soviéticas generó preocupación en la población de habla rusa, pues muchos enfrentaron la amenaza de perder aquella patria (la URSS) que había sido la unificadora de su lengua en todo el espacio soviético (Teurtrie, 2017). Es más: una de las principales demandas de la diáspora rusa fue la preservación de la libre circulación entre ex repúblicas soviéticas. Sin embargo, Rusia, consciente de la importancia estratégica que tenía la presencia de rusos nativos en la periferia como palanca para articular un «proyecto geopolítico común», en rara ocasión promovió políticas de reasentamiento en su territorio nacional (Ídem). En contraste, las élites de Moscú establecieron al país euroasiático como centro y protector de los intereses de la comunidad rusa en el extranjero. De hecho, una de las justificaciones que enarboló Rusia para intervenir en Ucrania fue la defensa de los nacionales rusos instalados en

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Véase Anexo III.

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Véase Anexo IV.

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Crimea y el Donbás, adhiriéndose en consecuencia a la tesis del «legalismo» de su pensamiento militar (Bērziņš, 2014). 3.1.1. Transcaucasia Ya desde la época de la Unión Soviética, Transcaucasia era una de las regiones que poseía menor número de rusos autóctonos (Goskomstat, 1989). De hecho, países como Armenia contaban con una base étnica extremadamente homogénea en el momento de su independencia. Por añadidura, la destrucción de la economía debido a los conflictos y las políticas de desrrusificación de los nuevos gobiernos tras la desintegración de la URSS agravaron la migración de rusos caucásicos hacia el norte (Teurtrie, 2017). Por ende, la baza identitaria de Rusia para la protección de nacionales en la región no podía ser desplegada con la misma solvencia que en Ucrania. Mas ello nunca le fue necesario. Desde hacía doscientos años, el Cáucaso había sido considerado zona de influencia rusa, y fue tan solo tras el fin de la Guerra Fría que la región comenzó a ganar interés internacional a nivel geoestratégico y geoeconómico (Pashayeva, 2009). Brezinski (1997) hablaba sobre cómo la pérdida rusa de Transcaucasia suponía reavivar los temores estratégicos de un surgimiento de la influencia turca en países como Azerbaiyán, así como el dominio de una potencia que no fuera Rusia privaría al país euroasiático de sus principales rutas de transporte de hidrocarburos. En consecuencia, Rusia se ha valido de su influencia histórica para tratar de monopolizar el papel de mediador en los conflictos de la región. Un año antes de la caída del Muro de Berlín, en 1988, las entonces repúblicas soviéticas de Azerbaiyán y Armenia pugnaban por el control de la inestable región del Alto Karabaj, territorio con mayoría de población armenia pero adjudicado bajo beneplácito de Rusia a Azerbaiyán desde 1923. El asunto, no resuelto tras sus independencias, trajo consigo un conflicto inicial que se prolongaría hasta el alto el fuego de 1994, quedando congelado en un limbo de «no-guerra; no-paz» (Minasyan, 2010). En ambos países pudo atisbarse la mano de Rusia como interventora durante el enfrentamiento, lo cual se demuestra con los registros de envíos de armas, legales e ilegales, suministrados desde Moscú a Armenia13 y Azerbaiyán tanto durante como después del conflicto. En sí, el imperativo geopolítico de Rusia era postularse como el único interlocutor válido para llenar el vacío de seguridad en el Cáucaso tras la

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Véase Anexo V.

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desintegración de la Unión Soviética. Ello no solo le otorgaría privilegio inmediato sobre el resto de las potencias a la hora de determinar el futuro de las fronteras en la región, también le permitiría jugar a su antojo con las políticas internas de los contendientes. De igual modo, el dominio en la seguridad que Rusia extendería con su acción prevendría posibles injerencias occidentales en el Cáucaso, dado que la no revitalización de las hostilidades es condición sine qua non para asegurar los conductos de gas y petróleo que atraviesan la región hacia Europa (Minasyan 2010). En los años posteriores al alto el fuego, las negociaciones llevadas a cabo por intermediarios fueron dirigidas principalmente por el grupo de Minsk de OSCE. Sin embargo, este se mantendría incapaz de ofrecer soluciones viables desde su creación en 1991, y así continuaría a pesar de los esfuerzos renovados entre los países occidentales tras la Guerra de Georgia de 200814 ante el temor de que el conflicto pudiera volver a reavivarse (Pashayeva, 2009). Tampoco las múltiples resoluciones aprobadas por la ONU en 199315 fueron capaces de resolver la ocupación armenia de Nagorno Karabaj y parte del territorio de Azerbaiyán. De igual modo, es consabido que Rusia apenas ha buscado favorecer un pacto entre las partes en conflicto, y en su defecto ha tratado de manipular la relación de los contendientes en su beneficio, actuando como muro para evitar la instalación de fuerzas de paz que no fueran rusas en Alto Karabaj (Cornell, 2020). Reuniones como las de Kazán en 2011 muestran cómo Rusia tan solo buscaba mejorar la confianza internacional perdida tras su intervención en Georgia y reforzar su papel dominante en la región (Ídem). Las inacciones mantienen la tensión constante en la zona de alto el fuego, lo cual azuza las escaramuzas realizadas desde ambos lados de la frontera. Mientras, Rusia obtiene rédito político y económico a través de la venta de armas que realiza a Armenia y Azerbaiyán.

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Según Cornell (2011), la crisis económica que sorprendió a Occidente en 2008 pudo ser la causa de la limitada

reacción en política exterior de Occidente hacia el Cáucaso tras los sucesos en Georgia. Ello le otorgó ventaja a Rusia para seguir encabezando las rondas de negociación entre Bakú y Ereván en torno a la situación de Nagorno Karabaj. Igualmente, y a pesar de su retórica revisionista contra Occidente, en la práctica la actitud conciliadora que Rusia había desarrollado en los años previos pudo servir de aliciente para que los países occidentales aprobasen su solvencia a la hora de encabezar las negociaciones en el conflicto sobre Nagorno Karabaj (Ídem). 15

Para más información, consúltense las resoluciones 822, 853, 874, 884 aprobadas en 1993 por el Consejo de

Seguridad de la ONU.

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En los últimos treinta años, el historial de las fuerzas de paz rusas ha dado lugar a un ingenio: el mantenimiento de la paz ruso se trata de mantener las piezas del tablero a su favor. Si Armenia y Azerbaiyán necesitan algún recordatorio, pueden preguntarle a su vecino común, Georgia. Cornell, S. E. (2020).

El conflicto de Nagorno Karabaj es la quintaesencia de un enfrentamiento que siempre posee el riesgo de padecer renovadas hostilidades, puesto que el balance de poder entre ambos bandos tiende a desequilibrarse con rapidez (Cornell, 2011). En Armenia parecía buscarse la continuidad de una República de Nagorno Karabaj independente ya que reforzaba su posición de cara al conflicto, donde «cada día de la existencia de la región fuera de Azerbaiyán sirve para reforzar su soberanía» (Minasyan, 2010: 63). En Azerbaiyán, la situación era a la inversa, siendo su deseo el de volver a obtener Karabaj por la vía de la superioridad militar (Ibid.). Sin embargo, ello pasaría por desafiar el interés ruso de mantener estático el conflicto, lo que podría contrariar las aspiraciones azeríes cuando estas son comparadas con los pésimos resultados que Georgia obtuvo tratando de hacer lo mismo con Abjasia y Osetia del Sur. El principal problema ruso es que sus medios de influencia en Transcaucasia son principalmente negativos debido a las pocas simpatías que despierta entre los países de la región (Cornell, 2011), quienes solo por idoneidad se ven forzados a mantener alianzas ad hoc con Moscú. Rusia tiene poco que ofrecer a los países caucásicos, pero en cambio posee «un gran potencial de coacción mediante medidas subversivas, sean económicas, militares o políticas» (Ibid.: 212). Renegociación de acuerdos defensivos como los de Armenia en 201016, apoyo a grupos separatistas o creación de un clima de tensión entre contendientes son algunas de las tácticas que emplea Rusia para preservar su influencia en Transcaucasia. Sean más o menos exitosas, fomentan la inseguridad en una región ya de por sí golpeada por el conflicto, el terrorismo y la inestabilidad política.

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El documento, continuación del pacto de defensa firmado en 1995 entre Rusia y Armenia, indicaba que las bases

militares establecidas en el territorio de la República de Armenia, además de encargarse «de la seguridad de la República de Armenia», asumirían «funciones de protección de los intereses de la Federación de Rusia» en la región. Ello otorgaba a Moscú la posibilidad de actuar libremente dentro de las fronteras armenias y al margen de la soberanía territorial del gobierno de Ereván.

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3.1.2. Ucrania Durante la primera década que siguió a la desintegración de la URSS, el centro y este de Europa se convirtieron en zonas de conflicto de intereses entre Rusia y Occidente tras la «expansión» de la OTAN hacia el antiguo espacio soviético (Bogaturov, 2016). El caso de una Ucrania independiente en la región y con posibilidad de adherirse a las instituciones occidentales despertaba evidente preocupación en Moscú, cuyos lazos histórico-culturales con Kiev eran y siguen siendo de los más profundos entre los países de Europa del Este. Además, el abundante número de rusos étnicos en las regiones del sureste ucraniano (Donbás) así como en Crimea suponían un notable problema de filiación al nuevo Estado nación de Ucrania, elemento que sería explotado estratégicamente por Moscú para evitar el desarrollo en Kiev de una política independiente a los intereses del Kremlin. De hecho, el alto porcentaje de población rusa en dichas regiones se llegó a considerar el «ancla» que evitaba la total desvinculación de Ucrania con Rusia (Teutrie, 2017). Ucrania ha sido considerada durante siglos por los rusos parte de su identidad como nación, adscribiéndola en numerosas ocasiones a su esfera de influencia geográfica. Su valor simbólico remite al origen de la nación rusa en la Rus de Kiev, elemento que fue revestido de mítica nacionalista por autores del particularismo como Danilevskii a finales del S.XIX, siendo revitalizado más tarde por las nuevas escuelas de pensamiento ruso tras la desintegración de la Unión Soviética. El mismo Danilevskii realiza en su obra Rusia y Europa (1869) comentarios tales como «Ucrania alemana»17 para referirse a Prusia como el estado ab origine de la posterior Alemania o enfatiza el concepto de «reunificación» sobre las sucesivas conquistas que Rusia ejerció contra Ucrania a lo largo de la historia. Por ende, los intentos de incluir a Ucrania en las estructuras occidentales se percibe en Moscú como un intento de dividir el «mundo ruso» al que alude Putin con respecto a la relación de Rusia con las ex repúblicas soviéticas (Teurtrie, 2017). Ello explicaría por qué el país euroasiático apoyó el referéndum en Crimea en 2014 como una justificación de la «reunificación» mediante el empleo de población ruso-crimea como palanca de presión. Mismas tácticas parecieron acontecer en la región del Donbás y la supuesta trama desde el 17

«(…) el mismo papel, durante parte de la Edad Media y Nueva, lo desempeñó Brandeburgo, o Branibor, en

relación con el noreste de Alemania, a la que unió bajo el nombre de Reino de Prusia. Esto es, la remota Ucrania alemana» (Danilevskii, 1869: 527).

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Kremlin para la creación de una federación (Novorosiya o Nueva Rusia) que incorporaría las provincias de Donetsk y Lugansk a la administración rusa. A pesar de que la intervención de Rusia en Ucrania pudo ser planteada de antemano, apenas se calculó el devenir de los acontecimientos; al menos, no en todos sus aspectos (Morozov, 2015). De lo contrario, sería difícil explicarse por qué Rusia no previó las contundentes contramedidas occidentales que le serían aplicadas tras su intervención. Además, aunque parte de las inestabilidades identitarias en las regiones ucranianas de mayoría de población rusa han sido instigadas desde el Kremlin, lo cierto es que la baja fidelidad de estos territorios hacia el gobierno de Kiev era palpable desde hacía décadas y, en consecuencia, el secesionismo del sureste ucraniano ya contaba con su propia idiosincrasia. Por ejemplo, la relación entre Crimea y Ucrania es relativamente superficial y su arraigo histórico solo se estableció tras la Segunda Guerra Mundial. Antes de 1954, la región de Crimea pertenecía a Rusia, pero estaba muy mal gestionada como resultado del exilio de los tártaros, de ahí que se estableciera la idea de recibir ayuda administrativa de Ucrania para su recuperación (Bogaturov, 2016). A principios de los años noventa el movimiento separatista de Crimea comenzó a crecer de forma notable, y en 1994 la llegada del nacionalista crimeo Yuri Meshkov a la presidencia de la República Autónoma hizo creer que el regreso de la península a la Federación de Rusia era inevitable (Teutrie, 2017). Sin embargo, el entonces presidente ruso Boris Yeltsin, mucho más preocupado por el conflicto en Chechenia y por mantener la cordialidad con Occidente, además de que promocionar Novorossiya no era en ese momento de interés para desarrollar la «identidad rusa» (Toal, 2017), apenas se mostró entusiasta con la idea. Aun así, las voces más nacionalistas dentro del gobierno ruso que clamaban por una idea de «Rusia más allá de la Federación Rusa» ya ponían en duda la legitimidad y autonomía de las regiones del estado ucraniano desde su independencia (Solchanyk, 1994). Si uno recurre a la historia, entonces, nuevamente, la historia no está del lado de aquellos [Ucrania] que están tratando de apropiarse de esta tierra. Si, en 1954, tal vez bajo la influencia de una resaca o una insolación, se firmaron los documentos correspondientes según los cuales Crimea fue transferida a la jurisdicción de Ucrania, lo siento, tal documento no cancela la historia de Crimea. Rutskói, A. (1992) citado por (Solchanyk, 1994: 54).

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A pesar de ello, es consabido que la estrategia general de Rusia no ha sido tanto la expansión territorial como la preservación de una soberanía de facto en las áreas de interés, y casos como Transnistria en Moldavia, Abjasia y Osetia del Sur en el Cáucaso o la misma Donbás en Ucrania son ejemplos claros de injerencia rusa sin la necesaria anexión posterior. En su defecto, el caso de Crimea y la crisis de 2014 es peculiar por ser ejemplo contrario de esto último, lo cual puede interpretarse tanto como un mensaje lanzado desde Moscú contra las «injerencias» de Occidente en el antiguo espacio soviético como una reafirmación de Putin por defender lo considerado de pleno derecho para Rusia (Bogaturov, 2016). Esto a su vez demostraría la capacidad de adaptación situacional por parte de Moscú según el área de interés sobre la cual incidan cambios o presiones procedentes del exterior (Baranovsky, 2016). En este contexto, la acción en Ucrania es interpretada desde Rusia no como una intervención, sino una contramedida legítima cuyo único fin era proteger la extensión de la autonomía soberana rusa, es decir, Ucrania (Morozov, 2015). Una intervención realizada con el fin de restaurar el orden en la región tras la Revolución naranja que Occidente había instigado (Ídem). Sin embargo, y a pesar de que las injerencias sobre el territorio contradecían acuerdos como los del Memorando de Budapest de 1994, Rusia evitó en todo momento demostrar su presencia en las operaciones de insurgencia contra Ucrania mediante actividades de propaganda y desinformación, interviniendo en eventos como los de Crimea o Donbás con soldados portando uniforme militar pero sin marcas de identificación del Estado al que respondían (Erol y Oğuz, 2015) y siempre bajo la justificación de una reacción defensiva ante agresiones externas, fueran ucranianas u occidentales. Nuevamente, e incluso en aquellas áreas de su interés, Rusia buscaba operar bajo el amparo del legalismo antes de aplicar sus estrategias geopolíticas. 3.2. Desarrollo y comparativas de las tácticas de desinformación y propaganda rusa empleadas en Alto Karabaj y el Donbás Existen hechos fehacientes que justifican cómo durante la segunda mitad de los años noventa «los servicios de información de muchos países del área de influencia directa de Moscú detectaron actividades encaminadas a “...influir en las decisiones de los gobiernos locales, diseminar información falsa (…) y minar la confianza de la ciudadanía hacia sus autoridades”» (Colom Piella, 2020: 475) y que podrían 26


asemejarse a los eventos ocurridos décadas más tarde en Ucrania. Si bien resulta arriesgado señalar un progreso lineal en las tácticas de guerra híbrida desde el conflicto en Alto Karabaj hasta el Donbás, ambos escenarios guardan similitudes en las formas de aplicación de actividades de desinformación y propaganda aunque adaptadas, como es de suponer, a las circunstancias geopolíticas y temporales tanto de la región como de Rusia. El uso de la desinformación y propaganda como herramientas de la guerra no lineal rusa precisa tanto de elementos mediáticos como políticos que permitan ejercer un control reflexivo sobre el objetivo mientras se ocultan las verdaderas intenciones geopolíticas (Kasapoğlu, 2015). Es en el discurso, su estudio y comparación sobre la base de los hechos donde podemos detectar las tácticas de guerra híbrida en los conflictos analizados. Así, las declaraciones y acciones rusas en Transcaucasia se han basado en mantener un principio de «neutralidad calculada»18 que aferrase a los estados litigantes a su esfera de influencia así como una «injerencia justificada» que redimiera sus actividades militares en la región y la posicionara como el único salvoconducto para la resolución de los conflictos en la región. En Ucrania, el mensaje ha pasado por construir la idea de un «agresor ucraniano» cuya supuesta violencia desplegada contra la población ha hecho valer en Rusia el principio de protección de sus nacionales en el país. Sirva este capítulo tanto para analizar las medidas activas desplegadas por Moscú en los conflictos analizados como para observar su evolución desde Alto Karabaj hasta el Donbás. 3.3. «Neutralidad calculada» e «injerencia justificada» en Alto Karabaj El conflicto en Alto Karabaj es uno de los pocos escenarios de enfrentamiento en el espacio postsoviético en el que hasta hacía recientemente poco Rusia no poseía «botas en su suelo ni control directo»19 (Abrahamyan, 2019). Mas los cambios recientes en la geopolítica de Transcaucasia no alteran las dinámicas pasadas desarrolladas por Moscú en la región. En un comunicado oficial emitido el 21 de

18

Este concepto fue por primera vez mencionado en un artículo publicado el 26 de octubre de 2020 por Katarzyna

Chawryło en el Centre for Eastern Studies y titulado Russia on the Nagorno-Karabakh conflict: calculated neutrality. 19

El 10 de noviembre de 2020, el acuerdo de alto el fuego entre Armenia y Azerbaiyán se saldó con el envío de

cerca de dos mil fuerzas de paz rusas a Nagorno Karabaj. Aun así, y como ya veremos, esta afirmación guarda matices, pues en todo caso solo podríamos aplicarla a la presencia de Rusia en la región dentro de los marcos del derecho internacional.

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noviembre de 2021 por Ruptly (agencia de noticias subsidiaria de RT), Putin alegaba cómo Rusia estaba asociada «con estas repúblicas desde hace siglos (…) y es de gran interés desde un punto de vista político garantizar su seguridad interior (…). La única alternativa a esto [envío de tropas de paz rusa a Nagorno Karabaj] es la guerra». Estas declaraciones cumplen con las dinámicas de «neutralidad calculada» e «injerencia justificada» aplicadas históricamente al conflicto del Alto Karabaj. Por un lado, Rusia ha deseado erigirse en la opinión pública y política de Armenia y Azerbaiyán como un negociador viable e imparcial para solventar la cuestión en Alto Karabaj (neutralidad calculada). Por otro, la posibilidad de apartar al país euroasiático de acuerdos entre Ereván y Bakú es advertido desde Moscú como la pérdida del único intermediario capaz de frenar nuevos enfrentamientos (injerencia justificada). Pero para lograr construir un imaginario afín a los intereses del Kremlin, este ha llevado a cabo un extenso empleo de tácticas de guerra híbrida durante años basadas en acentuar las diferencias entre Armenia y Azerbaiyán para evitar acercamientos bilaterales así como prevenir el desarrollo de políticas independientes a Rusia. Ya hablábamos sobre cómo la defensa a ultranza rusa al principio de no injerencia en asuntos internos suele ser violentada cuando la cuestión se traslada al antiguo espacio soviético (Baranovsky, 2016). Las tácticas de desinformación y propaganda que Rusia se aventuró a usar en los primeros compases del conflicto en Nagorno Karabaj eran herencia inmediata de aquellas empleadas por la Unión Soviética, incluyendo operaciones encubiertas de fuerzas especiales desplegadas en Armenia, designadas por Thomas Goltz (1993) como casos de «pistolas humeantes», y elementos de desestabilización interna (evento Surat Husseinov y levantamiento de Ganja). En la superficie, la imagen que Rusia parecía promocionar con su discurso era la de un país pacificador que deseaba la reconciliación en Nagorno Karabaj. Justamente, la Declaración Zheleznovodsk firmada en 1991 entre Armenia y Azerbaiyán con Rusia y Kazajistán como intermediarios posicionaba a Moscú desde el derecho internacional como un gobierno preocupado por normalizar la situación en Karabaj, tratando de borrar las huellas de su injerencia militar en los años previos 20. Sin embargo, ni siquiera después del alto el fuego de 1994 Rusia cesaría su apoyo militar hacia los países litigantes.

20

Véase Anexo VI.

28


Aunque la Declaración Zheleznovodsk jamás fue ratificada por las partes, las acciones rusas ya daban señas de un legalismo de doble rasero como táctica de guerra híbrida y que años más tarde también esgrimiría en Ucrania para justificar sus intervenciones en Donbás y Crimea. Además, el acuerdo buscaba establecer «un grupo de información, integrado por representantes de la Federación de Rusia y Kazajstán autorizados a preparar información oficial sobre desarrollos en la zona de conflicto», lo que parecía ser un intento de Moscú por controlar los flujos de información que se transmitían hacia el exterior sobre la Guerra del Alto Karabaj. El interés de Rusia por mantener alejados a terceros países de Transcaucasia fue constatado por el entonces comandante en jefe de la Comunidad de Estados Independientes (en adelante CEI) Yevgeny Shaposhnikov, quien advirtió que «si potencias extranjeras intervienen en el conflicto armenio-azerbaiyano en Nagorno Karabaj» estarían «al borde de una nueva guerra mundial» (Goldberg y Kempster, 1992). Al contrario que en Ucrania, las tácticas de desinformación y propaganda en Alto Karabaj apenas fueron monitoreadas desde la prensa o la televisión rusas, en parte por la reciente disolución de la Unión Soviética y la liberalización caótica y acelerada de los medios que, aunque todavía sometidos a la vigilancia de Moscú, poseían suficiente capacidad como para vivir una «era dorada» del periodismo independiente (Sánchez Resalt y Tarín Sanz, 2018). En su defecto, la mayor parte de las operaciones de conflicto informativo fueron coordinadas desde la vía oficialista, tanto a nivel diplomático como gubernamental. Rusia contaba en Nagorno Karabaj con figuras que representaban los intereses geopolíticos del Kremlin, y estas fueron a su vez empleadas para capitalizar la opinión pública sobre cuál debía ser la postura de Rusia, Armenia y Azerbaiyán de cara al conflicto. Entre ellos, Vladimir Kazimirov (1994), embajador y representante de Rusia en la mediación del conflicto del Alto Karabaj entre 1992 y 1996, destacó por elevar el perfil de Rusia como único interlocutor válido para resolver el enfrentamiento en la región: Rusia percibe este conflicto de manera más aguda que otros países y antes que nadie. Mucho antes que el Grupo de Minsk, actuó constantemente como mediador, independientemente o junto con otros participantes de la CEI. Sus capacidades, que surgen principalmente de los lazos más estrechos con los pueblos de Transcaucasia, son únicas (…). Si están erigiendo obstáculos constantes a la mediación rusa en el asentamiento de Karabaj es porque no a todo el mundo le gusta este papel activo de Rusia.

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Las declaraciones públicas de Kazimirov, emitidas en octubre de 1994 y difundidas en la sede de la OSCE (Viena), estaban estrechamente vinculadas con los movimientos políticos rusos de «injerencia justificada» y bloqueo de la presencia occidental en Transcaucasia, siendo a su juicio el Grupo de Minsk de la OSCE uno de los principales órganos de presión contra sus intereses en la Guerra de Nagorno Karabaj. Debemos recordar que antes de diciembre de 1994 aún no estaba definida la presidencia del Grupo de Minsk y que después ocuparía de manera tripartita Estados Unidos, Francia y la propia Rusia, este último buscando dirigir a partir de su nombramiento las negociaciones y acuerdos llevados a cabo en el grupo (Pashayeva 2009). Es más: el entonces ministro de exteriores ruso Andrei Kozyrev advirtió en 1992 ante la propia OSCE «de los peligros de un cambio de política de Moscú si Occidente no apoyaba a Rusia en un grado superior» (Cornell, 2000: 329). De ahí que, desde su creación el 24 de marzo de 1992 hasta la aprobación de las copresidencias en 1994, se llevara a cabo una política de denuncia contra lo que se consideraba un intento desde los países occidentales por echar a Rusia de Transcaucasia, dado que «la mediación en este conflicto les habría permitido mejorar rápidamente su presencia allí y su influencia en un asunto tan sensible para las partes en conflicto, mientras que subrepticiamente reemplazaban la influencia de Moscú» (Kazimirov, 2009: 48). En un informe oficial titulado Russia-CIS: Does the West´s Position Need Modification? y publicado en septiembre de 1994 Yevgueni Primakov, en ese momento Director del Servicio de Inteligencia Exterior, desarrollaba las siguientes conclusiones: Debe destacarse especialmente que no se ha llevado a cabo ninguna acción de mantenimiento de la paz en la CEI sin el consentimiento de las partes en conflicto, a pesar de que Estados Unidos, por ejemplo, ha llevado a cabo operaciones en Panamá y Granada sin la aprobación de las autoridades de estos países (…).La abrumadora mayoría de los estados del «extranjero lejano» no están preparados para enviar fuerzas de mantenimiento de la paz aquí [espacio postsoviético], y las Naciones Unidas no están preparadas para pagar las operaciones de mantenimiento de la paz. Primakov, Y. (1994).

Pero para que Rusia pudiera mantener su incontestable influencia en la región como había hecho en los anteriores dos siglos, además de obstaculizar a Occidente debía mantener el statu quo tanto en Azerbaiyán como Armenia (neutralidad controlada). Sin embargo, a principios de 1993 la posición de Rusia en el Cáucaso era realmente 30


desfavorable. Su débil influencia, comparable a la que tenía en el S.XVIII, solo podía salvaguardarse coreografiando las acciones de las partes en conflicto (Cornell, 2000). Y ello incluía promover en los gobiernos de Bakú y Ereván un control reflexivo favorable a la mediación rusa en Nagorno Karabaj, fuera mediante diplomacia coercitiva o la vía militar. Dadas las circunstancias, en junio de ese mismo año se llevaría a cabo un golpe de estado, conocido popularmente como «levantamiento de Ganja», contra el presidente de Azerbaiyán democráticamente elegido Abulfaz Elchibey. Aunque las fuentes oficiales vinculaban el origen del golpe con el antiguo líder de la República Soviética de Azerbaiyán y general de la KBG Heydar Aliyev, según autores como Goltz (1993) o Cornell (2000) el levantamiento fue apoyado en todo momento desde Rusia a través de un intermediario: el comandante Surat Husseinov, la maskirovska particular de Moscú. Las políticas de Elchibey no contaban desde el principio con las simpatías del Kremlin, las cuáles podían definirse como definitivamente antirrusas y cercanas al panturquismo (Cornell, 2000). Además, sus esfuerzos para evitar llegar a acuerdos con Rusia como protagonista21 y resolver la situación en Nagorno Karabaj contradecía la doctrina militar rusa de 1993; esta era, considerar al país euroasiático como la figura principal en la resolución y prevención de conflictos armados en sus regiones fronterizas. Es decir, las iniciativas de Azerbaiyán violaban los ideales del mantenimiento del «espacio vital ruso» en Transcaucasia. Aunque debamos tomar con matices sus afirmaciones, así se refiere a dicha doctrina Stanislav Lunev, antiguo coronel del GRU y desertor de Rusia a Estados Unidos: Este documento también tenía una función que incluía presionar no solo a Ucrania, sino también a otras ex repúblicas de la URSS (…) implicaba la posibilidad de llevar a cabo operaciones militares en el futuro contra todos los enemigos potenciales, tanto en el «cercano» como el «lejano» extranjero. Lunev, S. (1995) citado por (Cornell, 2000: 330-331).

21

El 12 de enero de 1993 el representante permanente de Azerbaiyán ante las Naciones Unidas, Hassan

Hassanov, distribuyó en el Consejo de Seguridad una carta formal alusiva a la declaración conjunta de los presidentes Yeltsin y Bush sobre una solución para Nagorno Karabaj a través del Grupo de Minsk y en la que, a pesar de apoyar sus buenas intenciones, se mostraba «disgustado por la forma en que las organizaciones internacionales y los principales Estados entienden la verdadera naturaleza de los acontecimientos actuales».

31


Como resultado, el «intervencionismo justificado» ruso para el mantenimiento de una «neutralidad calculada» parecía estar estrechamente relacionado con la caída de Elchibey en junio de 1993. En este contexto, el principal impulsor de los acontecimientos parecía ser Surat Husseinov (Cornell, 2000). Husseinov, además de ser conocido en Bakú por haber financiado y dirigido parte de la campaña azerí en la Guerra del Alto Karabaj, era acusado de obtener su fortuna a través de «comisiones» cobradas como intermediario en el tráfico de armas entre Rusia y Azerbaiyán (Goltz, 1993). De hecho, este contaba con un ejército privado ajeno al control institucional de Bakú y en el que parte de su armamento y unidades procedían de restos del antiguo ejército soviético en la región como la 104ª División Aerotransportada (Cornell, 2000). Las actividades de Husseinov en el campo de batalla parecían dictarse en función de la evolución de las relaciones de Moscú con Azerbaiyán. Después de que el gobierno de Elchibey se negó a que Azerbaiyán entrara en la CEI, y en un movimiento de guerra supuestamente erróneo, en febrero de 1993 las tropas de Husseinov se retiraron de la ciudad de Mardakert, la misma sobre la que en 1992 comandó una ofensiva para su conquista. Ello abrió el camino al ejército armenio para penetrar territorio nacional azerí y posteriormente iniciar la ofensiva sobre Kelbajar (Goltz, 1993). De igual modo, en el sur de Azerbaiyán se declaró una república independiente conocida como Talysh-Mugam, y cuya autoría se relacionaba con la injerencia rusa22. Husseinov sería dado de baja tiempo después por Elchibey alegando incompetencia y este, que aún mantenía su ejército privado, comandaría una marcha sobre Bakú conocida como «levantamiento de Ganja», forzando la abdicación de Elchibey ante la indiferente resistencia del ejército azerí. El mensaje que Moscú lanzó tras el nombramiento de Aliyev como nuevo presidente del país y Surat Husseinov como primer ministro fue claro: en apenas una hora, la República de Talish-Mugam fue disuelta y los rebeldes

22

De acuerdo con de Waal (2003), el comandante militar Aliakram Humbatov, principal instigador de la revuelta en

Talysh-Mugam, juró lealtad al ex presidente Ayaz Mutalibov, último líder de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán y hombre de Moscú abiertamente declarado. Es más, el autor sugiere que Husseinov, apoyado por el ejército ruso, «también podría haber planeado devolver a Mutalibov al poder, pero su plan fue descarrilado por la alianza improvisada entre Aliyev y el parlamento» (de Waal, 2003: 215). El apoyo ruso al nacionalismo talyshi en la región, así como a otras minorías descontentas con las deficientes relaciones entre Rusia y Azerbaiyán como los lezguinos, también es corroborado por Cornell (2000: 260).

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depusieron las hostilidades (Cornell, 2020). De esta forma, Rusia entendía que «Azerbaiyán debía volver al redil» (Cornell, 2000: 347). Otro acto de coreografía o «injerencia calculada» recurrente en el Alto Karabaj, quizá uno de los que sugieren con más fuerza, y controversia, el empleo de tácticas de guerra híbrida, fue el uso de unidades militares dirigidas por Rusia para aumentar las tensiones entre Armenia y Azerbaiyán. A lo largo del conflicto, ambos bandos se acusarían mutuamente de haber recibido ayuda de Moscú y, aunque efectivamente existen pruebas de militares rusos luchando para Armenia y Azerbaiyán, no siempre se deja entrever la sombra del Kremlin (Cornell, 2000). No obstante, existen registros de soldados regulares rusos no dados de baja por sus respectivas bases y operando en Alto Karabaj23 o recibiendo órdenes directamente desde el alto mando militar de Rusia. Entre ellos, el Regimiento 366º de fusileros motorizado24 es un ejemplo destacado, especialmente por su participación en la masacre de Khojaly. El evento, ocurrido en febrero de 1992, es quizá el caso de «pistola humeante» rusa y operación de desinformación más importante llevada por el país euroasiático en Nagorno Karabaj. El ataque fue conocido por ser una de las mayores matanzas perpetradas durante la guerra contra la población civil, en concreto nacionales azeríes, si bien su idiosincrasia reside en la «cortina de humo» mediática que fue desplegada para generar incertidumbre sobre el perpetrador del ataque. Como era de esperar, medios de Azerbaiyán e internacionales señalaron inmediatamente a Armenia como responsable de la matanza, mientras que Ereván denunció que fue la propia artillería azerí la que disparó sobre la posición de los refugiados de Khojaly. Sin embargo, apuntes como los de Goltz (1994) muestran una visión alternativa: la posibilidad de que cierta parte (es decir, Rusia a través del Regimiento 366º) tenía interés en hacer de Khojaly un «punto sin retorno» en la 23

Thomas Goltz (1993) relata el hecho de seis soldados de la Spetsnaz detenidos en septiembre de 1992 por

fuerzas azeríes, todos ellos pertenecientes al 7º Ejército de la Guardia soviética y que, a pesar de considerarse a sí mismos mercenarios, aún eran parte en activo de su unidad. De hecho, y de acuerdo con Goltz, los hombres solo figuraron como AWOL (Absent Without Leave) o desertores cuando fueron sentenciados por los tribunales de Azerbaiyán, momento en el que Rusia solicitó su extradición para ser juzgados en terreno nacional por cargos de deserción. 24

La mayoría del regimiento se adscribiría a Armenia debido al ser este el componente étnico mayoritario de sus

efectivos (Cornell, 2000). Con base en Stepanakert, al oeste de Khojaly, comenzó sus operaciones en Alto Karabaj en mayo de 1991 durante la Operación Anillo y continuarían en activo hasta febrero de 1992 (de Waal, 2003).

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escalada del odio entre los dos pueblos, lo cual en efecto así ocurrió. Por un lado, en Azerbaiyán se desató una percepción intimidante de los armenios como capaces de llevar a cabo crímenes de guerra contra su población25; Armenia criticaba al gobierno de Bakú por tergiversar las acciones desplegadas por su ejército durante la toma de la ciudad26. En cambio, Thomas Goltz recogió en su libro Azerbaijan Diary (1998) el testimonio de varios desertores del Regimiento 366º que afirmaron haber visto a su unidad llevar a cabo disparos contra la población civil durante su huida de Khojaly 27. Sin embargo, debido a la confusa naturaleza sobre el origen de las acciones, «la evidencia de esa interpretación [que el regimiento 366º fue el perpetrador de la masacre] es escasa, pero tentadora» (Goltz,1993: 101). Curiosamente, un mes más tarde de los hechos este regimiento fue retirado del Nagorno Karabaj por órdenes de Moscú, disolviéndose el 10 de marzo de 1992 en Georgia (de Waal, 2003). Más allá de especulaciones que vinculan el supuesto conocimiento tanto de Yeltsin como de su Ministro de Asuntos Interiores, Viktor Yerin, de la participación de tropas rusas en la masacre y el supuesto encubrimiento posterior, el Kremlin permaneció en silencio en los meses posteriores a los eventos en Khojali, evitando perder de vista sus principios de neutralidad calculada. No así ocurrió con su acción posterior y que, como ya hemos visto, buscó de manera proactiva erigir a Rusia como la única solución viable en un conflicto que, bajo su tesis, y «a la vista de los hechos», difícilmente podría resolverse por mutuo acuerdo entre Armenia y Azerbaiyán. 3.4. Construcción del «agresor ucraniano» y el «salvador ruso» en Donbás Para romper la territorialidad de un estado soberano suele ser útil, cuando no necesario, inculcar un imaginario geopolítico alternativo al vigente para fomentar el apoyo local de la causa subversiva (Toal, 2017). En este caso, las consideraciones históricas de Rusia hacia Ucrania siempre fue el evitar tratarla como un estado en 25

En una entrevista del 4 de mayo del 2000 realizada a Serzh Sarkissian, Jefe del Comité de las Fuerzas de

Autodefensa de la República de Nagorno Karabaj durante la masacre de Khojaly, este admitió que «antes de Khojali, los azerbaiyanos (…) pensaban que los armenios eran personas que no podían levantar la mano contra la población local. Fuimos capaces de romper eso» (de Waal, 2003: 172). 26

Como señala Christopher Walker (citado por Cornell, 2000: 82): «los armenios advirtieron a la gente de Khojali

que planeaban tomar la ciudad y les dijeron que se fueran. (…) una semana después de la toma de la ciudad, los armenios invitaron a los azerbaiyanos a reclamar a sus muertos. Ninguna de estas acciones abiertas es característica de un grupo buscando llevar a cabo una masacre». 27

Véase Anexo VII.

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sentido estricto, vinculando sus intentos de independencia con una actitud separatista y de amenaza a la unidad de la nación rusa (Solchanyk, 1994). Para Moscú, Ucrania era una «pequeña Rusia» (Malorossiya) y los ucranianos un pueblo más dentro de su gran nación (Ídem). Desde esta perspectiva identitaria, «la discusión sobre las fronteras entre Ucrania y Rusia es de hecho la discusión sobre si Rusia está dispuesta a aceptar la idea ucraniana» (Solchanyk, 1994: 49). Además, la relación de Kiev con el país euroasiático se ha basado, entre otras cuestiones, en la presión que ejerce Moscú a través de las minorías rusas en el sureste ucraniano para que el gobierno acceda a sus demandas. En consecuencia, la construcción del «agresor ucraniano» como elemento que amenazaba la integridad de los rusos en Donbás durante el conflicto de 2014, y la necesaria intervención de Moscú para su salvaguarda, partía de constructos geopolíticos difundidos previamente, si bien esta vez su divulgación propagandística y mediática se llevaría a cabo mediante tácticas de guerra híbrida. Tanto en Crimea como en el Donbás, y al contrario que en Nagorno Karabaj, las operaciones de conflicto informativo se desarrollaron desde el primer momento a través de los medios de comunicación y declaraciones junto a comunicados de fuentes oficiales. Con la llegada de Putin al poder en el año 2000, los grandes medios privados habían pasado a tejer una espesa red de relaciones clientelares con el gobierno, provocando un alto nivel de concentración estatal del entorno mediático (Sánchez Resalt y Tarín Sanz, 2018). Igualmente, la interiorización del concepto del «agresor ucraniano» avivó, como era de suponer, el sentimiento separatista en las regiones ucranianas con grandes poblaciones de rusos. El discurso era sencillo, pero con unas implicaciones simbólicas profundas: enarbolar una historia hiperbólica de unión de Ucrania y Rusia durante la Gran Guerra Patria contra la invasión fascista («ucranianos y rusos son un mismo pueblo») y que ahora dicha amenaza volvía a las calles a través de «violentas protestas» en Maidán para derrocar al gobierno legítimo de Yanukovich por la vía militar (Toal, 2017). En consecuencia, los territorios con mayoría rusa en Ucrania ubicados al sureste «se sentían en peligro» y buscaban protección de Rusia frente a la considerada «junta fascista de Kiev». De acuerdo con Gerard Toal (2017), si bien el Kremlin no estuvo detrás de todas las formas de protesta contra el Euromaidán, ya que los combatientes y secesionistas rebeldes también tuvieron sus propias motivaciones, ello no niega la existencia de pruebas que establezcan cómo Moscú influyó para alimentar el sentimiento 35


separatista en Ucrania. Igualmente, en Rusia existían distintas escuelas geopolíticas revisionistas con la geografía ucraniana como la tradición marrón liderada por Aleksandr Duguin28 o la roja con figuras como Prokhanov29. Aunque es poco probable que este academicismo influyera definitivamente en la decisión de Putin para anexar Crimea y promover las actividades secesionistas en Donbás, sus líderes de opinión sí proporcionaron redes de activistas que movilizaron a los rusos de Ucrania (Toal, 2017). De hecho, se consideraron piezas fundamentales para Moscú a la hora de alimentar el control reflexivo mediante la distorsión de la historia ucraniana: «Ucrania como estado nación históricamente no existe. No hay ningún grupo étnico ucraniano, ninguna nación ucraniana, ninguna civilización ucraniana. Hay tierras de Rusia Occidental»30 (Duguin, 2014: 4). La construcción del «agresor ucraniano» siempre buscó realizarse de manera progresiva tanto por los medios rusos como a través del discurso oficial. Una de las principales ideas que buscó instituirse en la opinión pública para la justificación de la intervención rusa en el país fue la supuesta vinculación de los eventos en Maidán con actividades promovidas desde Occidente, en lo que buscaba representarse como una analogía de «agresión» extranjera como la ocurrida durante la Gran Guerra Patria (Toal, 2017). En febrero de 2015, el periódico ruso independiente Novaya Gazeta publicó un informe relacionado con el empresario ultraortodoxo Konstantín Maloféyev31 y supuestamente presentado al Kremlin a mediados de febrero de 2014 durante las protestas del Euromaidán. En él se mostraba una lectura conspirativa del

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Intelectual de extrema derecha, ultranacionalista e impulsor de la escuela eurasianista, Alexandr Duguin ve el

antiguo espacio soviético, y en concreto la anexión de regiones de Ucrania, como una forma de expandir los territorios rusos para la creación de una nueva «Gran Rusia» que fuera «el ancla de una gran potencia del polo euroasiático en oposición a Occidente» (Toal, 2017: 246). 29

Editor en jefe del periódico ultranacionalista ruso Zavtra y afín a las políticas de Putin, Alexander Prokhanov

considera el control ruso de las ex repúblicas soviéticas como un «proyecto antioligáquico que reclamaría los grandes logros de la Unión Soviética» (Toal, 2017: 245), siendo el dominio del Donbás por Rusia parte del inicio de una URSS renovada que rivalizaría con Occidente. 30

Misma retórica puede apreciarse en medios rusos distribuidos en Ucrania como la revista Otechestvo (Patria),

en cuyos artículos establece ideas tales como la invención de Ucrania por Bismarck como medio para «socavar el poder ruso». Para más información, visítese el enlace http://journal-otechestvo.ru/bismark-rossia-ukraina/ 31

Maloféyev es conocido tanto por ser propietario del conglomerado mediático Tsargrad, acusado de ser

complaciente con las políticas de Putin, y por mantener contactos con figuras de especial relevancia durante los eventos en Donbás como el ya mencionado Aleksandr Duguin o Igor Girkin, principal encargado de la organización de las milicias secesionistas en la autoproclamada República Popular del Donetsk.

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evento y vinculaba a los manifestantes con los servicios de inteligencia polaca y británica, además de señalar la Conferencia de Múnich como «la base razonable para creer que la Unión Europea y Estados Unidos permiten la desintegración del país [Ucrania]». Independientemente de la especulación sobre cuánto este u otros informes pudieron influir en las decisiones del Kremlin sobre Ucrania, resulta indudable el deseo de Moscú por desarrollar a toda costa una justificación que amparase su intervencionismo en Donbás, acción que parecía emular las tácticas de «firme adhesión al legalismo» ya desplegadas en Nagorno Karabaj. A principios de febrero se filtró en abierto y en un canal de YouTube anónimo una conversación entre la subsecretaria de Estado estadounidense Victoria Nuland y el embajador de Estados Unidos en Ucrania Geoffrey Pyatt en el que ambos parecían señalar la injerencia del país norteamericano sobre Kiev (Marcus, 2014). Nuevamente, y sin necesariamente hallar una correlación aparente entre los dos casos, surgía una hipotética vinculación de la crisis ucraniana con el intervencionismo occidental y la necesaria injerencia rusa para la salvaguarda de sus nacionales en el extranjero de acuerdo con los principios de Medvedev (2008). Así lo describía Putin (2014) como respuesta a una pregunta formulada en el programa televisivo Direct Line with Vladimir Putin: La cuestión fundamental es cómo garantizar los derechos e intereses legítimos de los rusos étnicos y de los hablantes de ruso en el sureste de Ucrania. (…) El tema clave es brindar garantías a estas personas. Nuestro papel es facilitar una solución en Ucrania para garantizar que haya garantías.

Durante los eventos de la Guerra del Donbás, medios de comunicación rusos comenzaron a hablar de los civiles atrapados en la espiral de violencia en la región, «azotados» por los envites de Kiev bajo complicidad de Occidente. Corresponsales como Dmitry Steshin y Alexander Kots, ambos adscritos al periódico Komsomolskaya Pravda y asociados con la propaganda del Kremlin, difundieron noticias sobre supuestas actividades militares ucranianas contra los civiles en las regiones de Donetsk y Lugansk. Uno de los casos más sonados fue la cobertura de bombardeos nocturnos y diurnos con fósforo blanco en la localidad de Semyonovka32, acción

32

Los vídeos, que aún pueden ser visitados en YouTube a través de los canales oficiales de Ruptly RT y Pravda,

fueron desmentidos posteriormente por la ONG Human Rights Watch en un artículo titulado Dispatches: White Phosporus, White Lies or What? En concreto, el vídeo de los bombardeos nocturnos parece corresponder con una captura de un ataque con fósforo blanco realizado por Estados Unidos durante la invasión de Irak de 2004; los

37


avalada tanto por medios como RT o la propia Pravda a través de Steshin y que pretendían confirmar que Ucrania empleaba armas prohibidas contra civiles. Igualmente, Kots adjuntó en su cuenta de Twitter una serie de fotografías explicando que el Ministerio de Defensa de la autoproclamada República Popular del Donetsk había registrado en Debaltsevo el lanzamiento de proyectiles ucranianos que poseían en su interior propaganda fascista33. El colaboracionismo entre Moscú y los medios de comunicación rusos para la construcción del «agresor ucraniano» ha dado notables resultados a la hora de alienar la opinión pública en territorio nacional, Crimea y Donbás. En una serie de encuestas realizadas por el Washington Post34 un año después de la cobertura del derribo del avión MH17 de Malaysia Airlines por medios rusos se demostró que la avalancha de informaciones contradictorias que recibieron las audiencias desembocó en una técnica de desinformación muy eficaz. Las comunicaciones, aunque diversas, solían apuntar a los ucranianos como los perpetradores del derribo: el avión fue confundido por las fuerzas ucranianas con el jet presidencial de Putin (Life Novosti), un caza ucraniano lo atacó con misiles, siendo esta conclusión «avalada» por la inteligencia estadounidense (Komsomolskaya Pravda), etc. (Ter Ferrer, 2018). El ruido generado provocó que incluso los grupos más escépticos con la actuación rusa como tártaros o ucranianos terminasen por desarrollar posturas polarizadas acerca del verdadero perpetrador del ataque (Toal y O´Loughlin, 2015). La complicidad mediática en la constitución del «salvador ruso» en Donbás también queda evidenciada con las palabras pronunciadas por Margaryta Simonyan (2014) en el Foro de Donetsk: La gente de Donbás quiere ser rusa. Estamos obligados a brindarles esta oportunidad. La gente de Donbás quiere hablar ruso para que nadie pueda quitarles este derecho o desafiarlos con garabatos o leyes. La gente de Donbás quiere ser parte de su vasta y generosa patria ¡Rusia, madre! ¡Lleva a Donbás a casa! Simonyan, M. (2014) citado por (Steshin, 2014).

bombardeos diurnos, por la forma de estallar irregular, no poseer ignición y el excesivo humo que desprendían, difícilmente pueden considerarse munición de fósforo blanco. 33

El medio alternativo ucraniano StopFake desmentiría esta noticia al señalar, entre otras cuestiones, que a la

hora de tomarse la foto faltaba la parte trasera del proyectil, lo cual de haber sido así durante el lanzamiento habría quemado los folletos por efecto de la pólvora. Para más información, visítese el enlace: https://www.stopfake.org/ru/fejk-vsu-obstrelivayut-donbass-snaryadami-s-agitatsionnymi-listovkami/ 34

Véase Anexo VIII.

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El intervencionismo militar en Donbás no fue menos comedido que en Crimea, y la coordinación de tropas en una esfera de comunicación unificada en torno a la desinformación fue pareja a las actividades de guerra no lineal desplegadas en Nagorno Karabaj. En septiembre de 2014 y a través de un plan para la estabilización del sureste de Ucrania emitido públicamente por Putin, se programaron envíos humanitarios junto a Cruz Roja desde Rusia hacia la región del Donetsk. Sin embargo, informes de la OSCE confirmaron que varios convoyes se internaban en el Donbás sin estar acompañados por la ONG, además de cómo a muchos de los camiones no se les inspeccionó el cargamento (OSCE, 2014). Por otro lado, cuando a mediados de verano las operaciones en el este del Ucrania contra las milicias secesionistas parecían ir a favor de Kiev, Moscú comenzó a movilizar efectivos35 desplazados hasta la frontera entre Rusia y Ucrania como «salvaguarda» para la población del Donbás (Toal, 2017). Los soldados regulares, llamados eufemísticamente «vacacionistas» por los medios de comunicación rusos, se definían como supuestos militares voluntarios de permiso que habían ido a defender el «territorio ruso» de la amenaza del «agresor ucraniano» (Ídem). En un giro de los acontecimientos, las renovadas fuerzas rebeldes llevaron a cabo una contraofensiva a finales de agosto que rodeó parte de las fuerzas ucranianas desplegadas en la ciudad de Ilovaisk, en Donetsk. Un acuerdo de retirada de tropas negociado con los secesionistas del Donbás certificó que Moscú estaba involucrado, pues fue Putin el que emitió un comunicado dirigido a la «milicia Novorossiya» llamando a la apertura de un «corredor humanitario». Eventualmente, durante el traslado de tropas, la columna en retirada fue emboscada por las fuerzas insurgentes dentro del corredor. Aunque sería imprudente vincular directamente esta acción con la mano rusa, al igual que en Khojaly, el Kremlin guardó silencio ante los eventos ocurridos.

4. Conclusiones Tres son las conclusiones inmediatas que se extraen de las actividades de guerra no lineal desplegadas por Rusia en Alto Karabaj y Donbás. La primera, y quizá la más reveladora, es cómo las operaciones de conflicto informativo pueden efectivamente 35

Sin embargo, considerar que fue a partir de este momento que Rusia comenzó a ingresar tropas en Ucrania

resulta erróneo. Se sabe de la intervención de «filibusteros» rusos que operaron primero en Crimea y posteriormente se trasladaron al Donbás en 2014 para continuar las operaciones secesionistas antes de verano, siendo liderados por figuras relacionadas con las esferas militares rusas (Toal, 2017).

39


ejercer un control reflexivo siempre y cuando la elaboración del discurso interno y externo ayude a crear un «disfraz estratégico» efectivo, únicamente obtenible si se le provee de una esfera de comunicación militar, política y mediática unificada. En Nagorno Karabaj, Moscú realizó actividades de guerra híbrida herencia de la Unión Soviética, integrando al unísono tanto envío encubierto de fuerzas militares como discursos oficiales que amparasen o enmascarasen su intervención; en Donbás, el Kremlin se sirvió de los medios de comunicación para desarrollar redes de influencia y desinformación que desacreditasen al contrario y validasen los métodos y lenguaje rusos para explicar la realidad (Zvereva, 2018). En ambos escenarios se observan elementos comunes, así como una cierta evolución en las tácticas de guerra híbrida, siendo la más significativa los canales empleados para la difusión de sus operaciones de conflicto informativo. De acuerdo con esta primera conclusión, las tácticas desplegadas en Nagorno Karabaj siguieron una progresión unidireccional, esgrimidas desde Rusia, por y para Rusia. Mediante su adhesión al legalismo a través de discursos propagandísticos, Moscú buscó legitimarse como único interlocutor válido para resolver el conflicto entre Georgia y Azerbaiyán mientras camuflaba sus actividades militares en la región. En su defecto, apenas desplegó medidas activas encargadas de distorsionar la opinión pública del resto de actores involucrados, prefiriendo adoptar una retórica de confrontación y abierto descrédito de las capacidades de terceros interventores como Occidente a través de cumbres mundiales y comunicados oficiales. Las causas quizá se encontrarían en las evaluaciones de actividades soviéticas pasadas donde la KGB, a pesar de dedicar hasta el 80% de sus recursos para manipular a los medios de comunicación extranjeros durante la Guerra Fría, apenas logró ejercer un impacto significativo en la opinión pública occidental (Colom Piella, 2020). Además, la falta de control de los medios de comunicación tras la reciente disolución de la URSS restó capacidades al Kremlin para controlar el discurso mediático. En todo caso, el juego ruso en Nagorno Karabaj le permitió seguir manteniendo una posición privilegiada y de impunidad en Transcaucasia e incluso actualizar sus tácticas de guerra híbrida en la región, como bien demostró con la intervención en Georgia de 2008. Por otro lado, en Donbás el conflicto informativo se promovió desde dos frentes, ambos retroalimentados entre sí: legitimar las causas de los secesionistas prorrusos, y por ende la posición de Rusia, y generar incertidumbre e incredulidad en la opinión 40


pública occidental y ucraniana ante las cuestiones que envolvían al conflicto. Esta nueva ampliación de las tácticas de guerra híbrida pudo lograrse gracias a la alta concentración de medios de comunicación tradicionales y digitales que Moscú aunó en años previos. Dicha actividad mostraba además nuevas aristas en las tácticas de conflicto informativo, pues ya no solo buscaba justificar la posición interventora de Rusia, también «persuadir a los usuarios de los medios digitales [y tradicionales] de que nadie es capaz de comprender qué es lo que está ocurriendo en realidad, normalizando la idea de cómo es imposible saber la verdad» (Zvereva, 2018: 192). Ello se llevó a cabo de diversas formas: atacando los principios identitarios de la nación ucraniana (revisionismo histórico mediante la revitalización de constructos como Novorossiya), divulgando informaciones falsas que criminalizaban a Kiev y que se amparaban en corresponsales «imparciales» rusos (supuestos ataques con fósforo blanco contra la población) o vinculando a Occidente con la desestabilización de Ucrania (llamada Nuland-Pyatt). En cuanto a la segunda conclusión, el cálculo de estas actividades de desinformación y propaganda no siempre tuvieron en cuenta todas las consecuencias a las que se exponían con su ejercicio, lo que las vincula con una actitud consistentemente imprudente en su ejecución, aunque racional desde la óptica geopolítica rusa (Morozov, 2015). En Nagorno Karabaj, la intervención de Rusia durante el golpe de estado en Azerbaiyán para deponer a Elchibey no favoreció que su sucesor, Aliyev, alineara la causa azerí con Moscú (Cornell, 2001). De hecho, el país mantuvo políticas independientes y de no adhesión inmediata a la CEI, iniciando acuerdos económicos y políticos con firmas occidentales como la creación de la Compañía de Operaciones Internacionales de Azerbaiyán (Ídem). El fallo de cálculo ruso a la hora de medir la autonomía de Bakú pronto demostró al Kremlin lo difícil que sería manipular a Aliyev, así como abrió a Azerbaiyán la posibilidad de apostar por alianzas con terceros estados (véase Turquía) en detrimento de sus relaciones con Moscú. Si hablamos de Ucrania, los mayores costes que asumió Rusia por su intervención en Crimea y Donbás fueron las sanciones económicas impuestas por Europa y el descrédito de las instituciones occidentales, lo que derivó en posturas irreconciliables. Como ya indicaba Tygankov (2007), cuando una de las dos partes (Europa o Rusia) establece sus valores en términos de superioridad o confrontación con los del otro, el diálogo no es probable que dure, por lo que «mientras la actitud rusa se base en su 41


autoexclusión de Occidente [y viceversa] no habrá integración con este» (Baranovsky, 2016:9). Resulta cuestionable creer que Moscú previó una inacción de Occidente para impulsar su intervención sobre Ucrania, pero es indudable que no midió la envergadura de todas las respuestas que desplegaría. Por ende, ¿son acaso estos imprevistos fruto de un mal cálculo de las tácticas de guerra híbrida o de una visión de túnel generada por las visiones geopolíticas e identitarias imperantes? Recordemos que la intervención en Ucrania fue impulsada por el deseo de Rusia de mantener aquellas áreas que conforman la identidad rusa fuera del alcance de la expansión occidental. Mismas motivaciones, aunque con matices, podemos atribuir a su actuación en la Guerra del Alto Karabaj. En consecuencia, la agresiva, y hasta cierto punto descuidada, intervención rusa en los conflictos analizados se debe al marco geopolítico imperante, y las tácticas de desinformación y propaganda, parte de las herramientas empleadas por Rusia para la preservación de su ideal identitario. A la vista de los hechos, y entroncando con la tercera conclusión, los principios que parecen motivar la intervención de Rusia en Transcaucasia y Ucrania se vinculan con las visiones geopolíticas de preservación de sus zonas de influencia frente a las presiones occidentales, considerándolas una amenaza para la autodeterminación rusa. Aunque desde el fin de la URSS las perspectivas civilizatorias y estratégicas del país euroasiático han variado desde Yeltsin a Putin, todos han tratado de reafirmar la posición de Moscú como líder indiscutible del antiguo espacio soviético. Sin embargo, Rusia es consciente de sus limitaciones y falta de incentivos para la construcción de una identidad sólida a través de un proyecto de integración con las ex repúblicas. En consecuencia, su inestable presencia, unida a un constante estado de alarma por las posibles «injerencias» de Occidente, motiva acciones belígeras, e incluso imprudentes, en su intervencionismo para la preservación de su influencia en los países vecinos. En este contexto, las tácticas de guerra híbrida se han mostrado eficaces para llevar a cabo con éxito los intereses rusos en escenarios de crisis y conflicto dentro del antiguo espacio soviético, aunque resulta arriesgado afirmar que gracias a ellas Rusia ha evitado padecer, o aumentar, los costes políticos, económicos y sociales de sus actividades militares. Tal vez Rusia ya no cuenta con la misma influencia que durante la era soviética, pero resulta imprudente vincular su situación actual con la de 1990. Es un actor internacional de peso reseñable, sobre todo en lo militar, con solvencia demostrada 42


para jugar con las reglas de las «nuevas guerras» y con una centralización ideológica que le otorga estabilidad en la confección de sus estrategias e intereses geopolíticos. En esencia, Rusia cuenta con múltiples palancas para propiciar sus actividades de influencia regional y, como dice un dicho popular ruso, «contra una palanca, excepto otra palanca, no hay opción» (Protiv loma, krome loma, net priyema). Entender su cosmovisión y los métodos que emplea para la consecución de sus intereses es una de las prioridades a la hora de analizar el devenir ruso en cada una de sus esferas, pues al igual que sucede con las tácticas de guerra híbrida, este ya no solo se encuentra relegado al ámbito militar. Se espera que en los próximos años el país euroasiático siga perfeccionando las técnicas de desinformación y proyecte su uso más allá de escenarios bélicos para aplicarlo en el terreno de la política exterior y de seguridad. Lograr la tranquilidad de Rusia en todos sus ámbitos es el principal objetivo de su presente inquieto.

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Anexos Anexo I Tradiciones en las Relaciones Internacionales rusas: Universalismo y Particularismo

Nota. Recuperado de «In the Shadow of Nikolai Danilevskii: Universalism, Particularism, and Russian Geopolitical Theory», de TSYGANKOV, A.P. (2017). Europe-Asia Studies nº 69, p. 578.

Anexo II Pensadores rusos más importantes de acuerdo con académicos de RRII en Rusia

Nota. Recuperado de «In the Shadow of Nikolai Danilevskii: Universalism, Particularism, and Russian Geopolitical Theory», de TSYGANKOV, A.P. (2017). Europe-Asia Studies nº 69, p. 585.

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Anexo III Población rusa y rusohablante de Transcaucasia y Asia Central en 2016 Población

Armenia

Azerbaiyán

Georgia

Kazajistán

Kirguistán

Uzbekistán

Tayikistán

Turkmenistán

3

9,5

4

17,5

6

31,5

7,5

5

0,5%

1,5%

1,3%

21%

6,5%

2,5%

0,5%

3%

0,02

0,14

0,05

3,68

0,39

0,79

0,04

0,15

3%

5%

8%

40%

20%

5%

4%

5%

0,15

0,48

0,32

7

1,2

1,58

0,3

0,25

Total población (millones) Rusos (%) Rusos por millón de personas Rusohablantes (%) Rusohablantes por millón de personas

Nota: Recuperado de «La cuestión rusa en el período postsoviético», de Teurtrie, D. (2017). Boletín de la Universidad Estatal de San Petersburgo. Historia vol. 62 nº 1, p. 46. Traducción propia.

Anexo IV Población rusa y rusohablante de Europa del Este en 2016 Población

Estonia

Letonia

Lituania

Bielorrusia

Moldavia

Ucrania

1,3

2

2,8

9,5

3,6

42,6

25,5%

27%

6%

9%

6%

16%

0,33

0,54

0,17

0,86

0,24

6,8

30%

34%

9%

85%

20%

50%

0,39

0,68

0,25

8,08

0,8

21,3

Total población (millones) Rusos (%) Rusos por millón de personas Rusohablantes (%) Rusohablantes por millón de personas

Nota: Recuperado de «La cuestión rusa en el período postsoviético», de Teurtrie, D. (2017). Boletín de la Universidad Estatal de San Petersburgo. Historia vol. 62 nº 1, p. 46. Traducción propia.

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Anexo V Equipo selecto presuntamente transferido ilegalmente a Armenia desde el Grupo de Fuerzas rusas en el Cáucaso (1993-1996)

Nota: Recuperado de «Russia and the arms trade», de Stockholm International Peace Research Institute (1998). Oxford University Press, Nueva York, p. 225.

Anexo VI Índice del nivel de cooperación técnico-militar entre Rusia y Transcaucasia Áreas de cooperación

Armenia

Azerbaiyán

Georgia

Industria de defensa

Baja

Ninguna

Alta

Conversión económica

Baja

Ninguna

Baja

Transferencia de armas

Alta

Baja

Alta

Muy alta

Muy alta

Muy alta

Defensa aérea

Alta

Ninguna

Muy alta

Bases militares rusas

Alta

Ninguna

Alta

Asesores militares rusos

Baja

Ninguna

Alta

Entrenamiento militar

Alta

Baja

Alta

Distribución de arsenales soviéticos

Nota: Recuperado de «Russia and the arms trade», de Stockholm International Peace Research Institute (1998). Oxford University Press, Nueva York, p. 168. Traducción propia.

52


Anexo VII Extracto del interrogatorio a dos desertores turcomanos del Regimiento 366º

Toward evening, we returned to the government guest house in the middle of town to look for a telephone, and there we met a drained and exhausted Tamerlan Garayev. A native of Agdam, the deputy speaker of parliament was one of the few government officials of any sort I saw there. He was interrogating two Turkmen deserters from the Stepanakert-based 366th Motorized Infantry Brigade of the Russian Interior Ministry forces. They had taken refuge in Xodjali a week before. The last element of the tragedy suddenly clicked into place: it was not only the Armenians who had assaulted the doomed town, but the Russians. «Talk, talk!» said Tamerlan, as the two men stared at us. «We ran away because the Armenian and Russian officers beat us because we were Muslims» one of the pair, a man named Agamuhammad Mutif related. «We just wanted to go home to Turkmenistan». «Then what happened?» Tamerlan demanded. «Then they attacked the town», said the other. «We recognized vehicles from our unit». I thought of Commander Sergei Shukrin and wondered if he had been involved. The two fled along with everyone else in the town and were helping a group of women and children escape through the mountains when they were discovered by the Armenians and 366th. «They opened fire and at least twelve were killed in our group alone», Mutif related. «After that, we just ran and ran». A Russian-backed assault by Armenians on an Azeri town, resulting in up to one thousand dead? This was news. But it was at this point that thing started becoming very strange. Noone seemed very interested in the story we had stumbled on. Apparently, the idea that the roles of the good guys and bad guys had been reversed was too much: Armenians slaughtering Azeris? «You are suggesting that more people have died in one attack in Karabakh than the total number we have reported killed over the past four years?» said the BBC's Moscow correspondent when I tipped him on the slaughter. 53


«That's impossible». «Take a look at Reuters!» «There's nothing on the wire». Indeed. While Elif Kaban was churning out copy on her portable telex, nothing was appearing on the wires. Either someone was spiking copy, or was rolling it into larger, anodyne regional reports of 'conflicting allegations'. To be fair, the government and press in Baku didn't exactly assist in supporting our reporting. While we were off in Agdam trying to get out the news, the presidential spokesman was claiming that Xodjali's scrappy defenders had beaten back an Armenian attack and suffered only two dead. Just a regular night in Mountainous Karabakh. We knew differently, but it was the three of us against the Azerbaijani state lie machine. Finally, I got a line through to the Moscow bureau of the Washington Post and said I wanted to file a story. The staffers there were too busy to take a dictation, but reluctantly patched me through to the foreign desk in Washington when I insisted. I used 477 as the number of dead, as religiously reported to Imam Sadikov, and was dragged over the coals by editors: where did I get this number from when Baku was still reporting that only two had died? Had I seen all the bodies? What about a little balance? The Armenian press was reporting a «massive Azeri offensive». Why wasn't that in my report? Nota: Recuperado de «Azerbaijan Diary: A Rogue Reporter´s Adventure in an Oil-rich, War-torn, PostSoviet Republic» de Goltz, T. (1998). Londres, Routledge, p. 125-126.

Anexo VIII Encuesta sobre quién fue el perpetrador del derribo del MH17 de acuerdo con las opciones de la encuesta de Levada Center

Nota: Recuperado de «Russian and Ukrainian TV viewers live on different planet» de TOAL, G. y O´Loughlin, J. (2015). The Washington Post.

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