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Sociedad métrica; no-sociedad

medición que pudieran implementarse en otro modelo, e incluso en esos casos seguiría primando el error humano. En demasiadas ocasiones, los sistemas matemáticos encargados de medir las actividades de las sociedades funcionan igual que el racismo en la percepción del individuo: resultan maniqueos, obtusos y «basados exclusivamente en recopilar datos que refuercen su modelo» (O´Neil, 2016, p.33). No es su fiabilidad matemática lo que los condena, sino el factor humano que los programa. Esa es sin duda la más terrible —y fascinante— relación entre el ser humano y la métrica.

Sociedad métrica; no-sociedad

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La sociedad del S.XXI es una «sociedad del rendimiento» liberada de imposiciones extrínsecas (Han, 2010). El individuo es ahora dueño de sí mismo, y en su afán por la iniciativa individual se encuentra en una constante hiperatención, caracterizada por un acelerado cambio de foco entre diferentes tareas con poco espacio al hastío. Las coacciones externas que antes nos impedían el ejercicio de nuestra libertad ahora son sustituidas por fuerzas coercitivas internas, liberándonos del amo pero volviéndonos en el proceso un esclavo que se «explota a sí mismo de forma voluntaria» (Han, 2010, p. 7). Este sujeto, el sujeto neoliberal en la psicopolítica de Byung-Chul Han (2014), es incapaz de establecer relaciones sociales sin que estas alberguen un fin o beneficio cuantificable. Asimismo, la inactividad y el ocio no se libran de la actividad productiva. Todo lo contrario: «es sumisión inquieta y admirativa a las necesidades y resultados de la producción (…) la actual "liberación del trabajo", o el aumento del ocio, no es de ninguna manera liberación en el trabajo» (Debord, 1967, p. 48). Igualmente, la falta de contemplación e interacción humanas pierde la iniciativa del «nosotros» y es sustituida por una creciente hiperindividualización, generadora de una sociedad autista. Por ejemplo, el enjambre digital ha sustituido al «nosotros» y ahora está constituido por individuos privatizados que expresan opiniones individuales al unísono, como una especie de «ruido de fondo» (Han, 2014)1 . Todo ello se ve acuciado por eventos recientes como la pandemia de COVID-19. El aislamiento que la humanidad, y sobre todo Europa, ha sufrido durante el confinamiento, precede a una mayor pérdida de la experiencia comunitaria, suplida por una hipercomunicación mediante el hecho digital que, aun manteniéndonos conectados, carece de alma, felicidad y capacidad de acción (Han, 2020). La sociedad métrica es por tanto generadora de una no-sociedad.

En esta no-sociedad, la hiperindividualización se refleja en la competición entre individuos y su búsqueda constante por obtener mayor influencia del algoritmo. Ello se ha vuelto un juego acumulado de superioridad, sobreactuación y optimización que deslegitima la posibilidad de intereses compartidos y afianza el enfrentamiento de unos contra otros (Mau, 2019). El fetichismo de las clasificaciones puede llevarnos al impulso de mejorar con el único fin de aprovisionadores mayor capital simbólico de cara al resto. Justamente, esta sociedad ha rechazado suplir sus verdaderas necesidades y se ha volcado

1 Para mayor concreción, señalar que existen dos escritos del ensayista y filósofo Byung-Chul Han escritos en 2014 y a los que referiremos a lo largo de la reseña: En el enjambre y Psicopolítica: neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Siempre que incluyamos referencias al autor en 2014 y no se aclare el contenido de la cita de manera explícita, corresponderá en su defecto con Psicopolítica: neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. En este caso, el contenido es relativo a la obra En el enjambre.

en el desarrollo del capital (Han, 2014), elemento que los algoritmos pueden perfectamente clasificar para su posterior racionalización por el individuo. Dentro de la sociedad métrica, estos datos dejan el mundo al descubierto (Han, 2020), pues los procesos de evaluación no solo sirven para representar a la persona dentro de una jerarquía, también permiten determinar la validez de acceso a una serie de recursos, oportunidades y servicios según la posición que le es asignada.

El culto a la evaluación genera una comunidad que considera primario tanto ser evaluada como evaluar. Ello no se realiza como un efecto comunicativo en grupo, pues tan solo funciona como una cámara de eco para trasladar la opinión del público a unos datos evaluables. El individuo pierde su identidad en favor de un vector, y a su vez se convierte en vigilante y vigilado. La transparencia que se nos demanda —y demandamos— para la total cuantificación de aquello que envuelve a lo social desinterioriza a las personas. Ahora, «el secreto, la extrañeza o la otredad representan obstáculos para una comunicación ilimitada» (Han, 2014, p.12) donde el anonimato genera desconfianza, mina la credibilidad y destruye el compromiso (Han, 2014)2, precisándose una «dictadura de la transparencia» en la que nada debe permanecer oculto. Este total desvelo destruye la belleza, puesto que la información rechaza «toda metáfora, todo revestimiento velador» (Han, 2015, p. 49). Las barreras sociales que una vez existieron entre lo público y privado comienzan a diluirse, y en el nuevo marco digital «uno ya no puede llegar muy lejos sin dejar un rastro de datos y medidas» (Mau, 2019, pp. 142-143). Esto se ve incrementado por la situación de cómo «solo aquellos que son contados cuentan; solo aquellos que son evaluados constan de valor» (Ibid.). Y todo ello sin coacción, permitiendo que la inteligencia de datos ingrese en nuestra psique y reacondicione los comportamientos humanos en función de sus estimaciones (Han, 2014).

Estamos siendo progresivamente encadenados a un estatus invariable. Los sistemas de medición registran desde trayectorias biográficas hasta preferencias y estilos de vida, donde la esencia de nuestra posición se forma en base a nuestros eventos pasados (Mau, 2019). Por ende, su borrado implicaría latotalpérdida de identidad en la sociedad métrica. Por supuesto, ya avisábamos de cómo su imposición es voluntaria y siempre existe opción a rechazar el sistema, siempre y cuando aceptemos la máxima de «me pregunto bajo qué puente dormiré hoy». Estos últimos, los «apátridas del algoritmo»,pasarían a formar parte del Bannoptikum3 , a los que se les suman los poco útiles, la «basura» cuyo valor económico extraído de la capitalización de sus datos es nulo (Han, 2014). El Bannoptikum localiza lo sobrante y a quienes reniegan del sistema, «desinfectando» el panóptico digital para mantener su statu quo.

Los algoritmos han pasado de medir acciones superficiales, como nuestras últimas compras en línea durante el Black Friday, a diseñar métricas que permiten registrar e institucionalizar pautas de comportamiento humano. Especialmente peligroso esto último, pues parte de objetivar una premisa tan subjetiva como lo es el carácter netamente

2 En el enjambre. 3 Del alemán «bannen» (excomunión), dispositivo de control encargado de expulsar a aquellas personas hostiles o poco productivas de cara al sistema como si se trataran de deshechos.

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