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Eppur si muove

complejo de las emociones. Se pretende con ello ajustarse a las necesidades concretas del individuoa cambiode reducirlas posibilidades de reinventarnos y alterar nuestrosestatus. Y este proceso no diferencia entre la vida real y digital. Si al principio la red se celebró como una forma de generar mayor libertad, la política de almacenamiento de datos o cookies está cerrando ese espacio ilimitado para mantenernos estáticos en un entorno exclusivamente «familiar» (Ibid.). Los algoritmos de este tipo se rigen por la sencilla regla de a mostrarnos aquello exclusivamente relacionado con nuestras búsquedas anteriores, asumiendo lo no cuantificado como «poco interesante» o «no adecuado para las preferencias del usuario». Es la premisa de: «¿para qué querría lentillas un ciego?». Por ejemplo, aquello que yo como usuario encuentre en las recomendaciones de Twitter no será lo mismo que hallará un sujeto de ideas y gustos distintos, más allá de las cuentas que sigamos. Así con las noticias prensa, las listas de reproducción de Spotify y hasta las ofertas de empleo en LinkedIn. Esta especialización mediante métricas determina la generación de un capital simbólico concreto que divide y aliena a los individuos en propósitos y espacios concretos. A nivel macro, la política de cookies es el ejemplo por antonomasia de cribado dentro de las múltiples clasificaciones que operan en el espectro de la sociedad métrica.

La sociedad métrica corresponde a una sociedad carente de reactividad frente a los órdenes de valor que le son impuestos voluntariamente. Todo por nuestro deseo insano de optimización de las funciones humanas para asegurar un entorno «cada vez más abrumado por fuerzas que no podemos controlar ni comprender plenamente» (Bauman, 2006, p. 125). En consecuencia, se establece una realidad neoliberal donde el utilitarismo, o lo considerado «mejor», se impone por la vía de lo numérico y sus resultados (Mau, 2019). La pasividad de los sujetos ante dicha imposición no les relega sin embargo de una hiperactividad por la constante búsqueda de reconocimiento dentro de los ratios con el fin de generar capital simbólico para su estatus. Además, en esta sociedad métrica, la naturaleza humana, que tiende a la comparación intraespecie, se ansietiza ya no por lo que tiene frente al resto, sino por lo que parece de cara a los demás (Debord, 1967). Estamos atrapados en una individualidad colectiva donde nuestro rostro en primer plano diluye el mundo que lo asienta ante la falta de «formas de expresión estables que le otorguen una identidad firme» (Han, 2015, p. 26).

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Eppur si muove

Cuando hablamos de no-sociedad, hemos de aseverar que la condición negativa que se le atribuye no la exonera de su condición social. «Eppur si muove», como dijo Galileo. Es más: para que nuestra sociedad, la sociedad métrica, funcione, precisa en todo caso de una referencia de grupo (Mau, 2019). El mar de datos necesita una marabunta de puntuaciones con las que comparar, hacer predicciones y definir comportamientos. Además, resulta inapelable la afirmación de cómo el ser humano emplea al otro para definir su identidad y posición en una escala. A ello se le suma un mundo actual dominado por el deseo insano de sentirse diferenciado de los demás (Han, 2018). La métrica ejerce especial atracción a este respecto al presentar un espacio ordenado, aséptico y tangible. Atrayente porque no presentaopción a error: el dos es dos y el cero es cero; cada individuo

ocupa un lugar que aclara su posición. El algoritmo establece así una superficie pulida y perfecta como el concepto de «piel depilada» de Byung-Chul Han (2015) en La salvación de lo bello (p. 21).

La sociedad métrica es la tabla de puntuaciones de una máquina arcade. Sin embargo, la diferencia entre esta y el régimen de los números radica en cómo en el primero apenas el sujeto tenía conocimiento del otro más allá de tres iniciales y su puntuación final, mientras que en el segundo hasta dos amantes de una noche pueden escanear sus perfiles y revisar su historial médico en busca de posibles ETS. La métrica ya no solo compara factores cuantificables o medibles, también objetiva elementos sujetos a relatividad como el progreso laboral, la salud o la calidad de las escuelas (Mau, 2019). Volviendo a la reflexión de las relaciones de parejas, la famosa app para búsqueda de romances llamada Tinder posee un algoritmo encargado de cuantificar la «deseabilidad» de sus usuarios en función de un parámetro oculto conocido como Elo Score. La app discrimina en categorías según una serie de parámetros como el número de interacciones positivas y asocia sugerencias a sujetos que comparten puntuaciones similares. Es la cuantificación de la estética de lo pulcro y liso, la aristocracia capaz de generar el mayor «interés vago y superficial» a través de su studium4 fotográfico (Han, 2015); una «selección artificial» para salvaguardar la supervivencia de los más «aptos» de la especie. Nunca antes había resultado tan sencilla la eugenesia: solo basta con deslizar la imagen de la persona sugerida hacia la izquierda para descartarla o a la derecha para manifestar tu interés por asegurar una descendencia ideal.

¿Cuál es la razón de querer pertenecer a la sociedad métrica? ¿Qué nos incentiva —u obliga—a ello? Giles Lipobetsky hablaba en su obra La felicidad paradójica (2006) sobre cómo la sociedad del hiperconsumo, lejos de desacelerar su expansión, estaba creciendo exponencialmente. Esta sociedad se coliga con la métrica en tanto a que sus individuos desean un entorno conforme a sus gustos, conectado y que le reporte el máximo bienestar material y psíquico. A su paso, crea una comunidad imaginada a la que le «crecen las ansiedades y depresiones» mientras se declara «mayoritariamente feliz pensando que los demás no lo son» (Lipovetsky, 2006, p. 12). Es justamente esa desconexión de lo comunitario lo que impide un análisis socialmente crítico sobre la tendencia que provoca la métrica. Por ejemplo, las nuevas generaciones son cada vez son más permisivas con el intrusismo de datos en sus vidas privadas; aceptan que aplicaciones de terceros puedan operar su información con la misma naturalidad que aprietan el botón lateral de su móvil para hacerse un selfi. Al desvelar su identidad sin apenas reparar en las consecuencias, se someten a la «pornografía del alma» (Han, 2015). Según Byung-Chul Han en su ensayo En el enjambre (2014), lo público, que antes quedaba limitado por el respeto, ahora se mezcla con lo privado, volviéndolo un espectáculo que busca más la curiosidad y el

4 Según el ensayo de Roland Barthes, La cámara lúcida (1980), en toda fotografía contemplada subyacen dos partes. La primera es el studium, la percepción que el autor ha planificado, o buscado, y que nosotros hemos percibido de manera consciente. En contraparte estaría el punctum, el impacto que sentimos al contemplarla y que está relacionado con las experiencias del observador, siendo por tanto una visión más íntima y personal Dicha parte está particularmente relacionada con las vivencias personales del observador de la fotografía.

chismorreo que la comprensión. Tan solo los ciudadanos más longevos, por su naturaleza de hombre moderno, y por ende oriundos de la «sociedad disciplinaria» (Han, 2010), se sienten forzados a la inclusión en la nueva sociedad del rendimiento y la transparencia únicamente por el riesgo de sufrir la estigmatización del sistema si reniegan de él. Sin embargo, si en las generaciones previas se mantenía una diferencia entre lo público y lo privado, no tanto así ocurría ya con el pudor, lo cual en cierta medida ha servido de acicate para que, con el pasar de los años, las actitudes desvergonzadas se naturalicen y con ellas todo acontecimiento que antes quedaba relegado a uno mismo y a su círculo más inmediato. Nuestra sociedad de la transparencia es una hipérbole de malas praxis anteriores y permisividad durante su ejecución.

«Yo mismo, sin saberlo, recibo la influencia de la época en que vivo y estoy perdiendo gradualmente mi pudor (…). La nuestra es una época en la que, sobre la base de la libertad de expresión, todos se sienten autorizados a sostener en voz alta las propias opiniones inmaduras o insulsas, dejando de lado toda reserva (…). Cuando los jóvenes nacidos después de la guerra vomitan arrogantes sentencias, los adultos los escuchan con admiración creyendo que ellos representan la nueva imagen del hombre japonés».

Mishima, Y. (1969). Lecciones espirituales para los jóvenes samuráis (pp. 112 y 116).

En todo caso, para los más jóvenes la sociedad métrica es un gran incentivo, pues les otorga la posibilidad de alcanzar la autenticidad a través de una realidad numerada, contraria a la clásica suposición y subjetividad humanas. Así, el «¿quién soy?» converge con el «¿dónde me encuentro [en el ranquin]?» (Mau, 2019, p. 37).

Se nos ha ofrecido una realidad falseada, conjurada en base a una serie de estímulos amplificados. Es lo que Nikolaas Tinbergen calificó de «estímulos supernormales», aquellas versiones exageradas de estímulos naturales obtenidas de manera artificial. A través de la sociedad métrica se magnifica la oportunidad de diferenciación de uno mismo a través de la producción de su capital simbólico. El sistema suple sus deseos creando «diferencias comercializables» que resultan más atrayentes que la realidad. Los me gusta o las cinco estrellas por una venta exitosa en Amazon son formas de cuantificación dominadas por la dopamina. Es un potencial caso de studium carente de punctum. Las personas se sumergen en un maremágnum de competitividad para obtener el mayor porcentaje de esa satisfacción pasajera, siendo lo que produce el sujeto a su vez devorado —consumido— por sí mismo. «El consumidor real se convierte en consumidor de ilusiones» (Debord, 1967, p. 58) sometido a la felicidad paradójica de Lipovetsky. Busca una diferencia que sin embargo es impostada, pues todo lo medido es uniforme, libre de relieves y asperezas. Es lógico: «el capital necesita que todos seamos iguales; el neoliberalismo no funcionaría si las personas fuéramos distintas» (Han, 2018). No es una igualdad de oportunidades, tan solo una igualdad en cuanto a la operacionalización de la naturaleza humana. Los números poseen valor inmutable, y ello les confiere una capacidad única para hacer valer este propósito. La realidad oscilante, imprecisa y humana es sustituida por un espejismo calculado, pasivo y robótico.

Lo triste de los números es su carácter plano, carente de aristas. Una sociedad que sucumbe ante el algoritmo adquiere una especie de «2D perceptivo». Sus impresiones

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