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Conclusión
división de clases basada en el ingreso económico de antañopasa a organizarse en función de cuánto valor puedes aportar al sistema con la producción y consumo de datos. En otras palabras, en la sociedad métrica nacen individuos (o, en su defecto, entidades e instituciones) que se comparan constantemente tratando de definir su posición en el sistema, lo que provoca una ruptura de lo social (Mau, 2019) para que cada sujeto luche de forma independiente para obtener reconocimiento. Ello nubla la desigual distribución del poder simbólico entre individuos, cada uno absorbido por la hiperindividualización del entorno, impidiendo la unidad para mayor respuesta contra un sistema injusto. Pues, «¿cómo conocer el origen de la desigualdad entre los hombres si no se empieza por conocer a los hombres mismos?» (Rousseau, 1754, p. 8). Aunque existe movilidad dentro de las clasificaciones, crecientemente estos procesos de modificación de la posición social adquieren tintes estamentales, en tanto a que aquellos que ostentan los principales puestos obtienen mayores recursos para continuar legitimando su estatus frente a los menos favorecidos por el algoritmo. En esta meritocracia digitalizada, algunos apenas pueden aspirar a lo sumo a un puesto en la mitad de la tabla, o en su defecto deberán saltarse las normas del algoritmo7 . En un sistema en el que seguir las reglas es una desventaja, lo normal es hacer trampas (O´Neil, 2016). El «alma» de la máquina discrimina y somete a los inadaptados del algoritmo, y eleva una aristocracia que cumple, y se perpetúa, con los estándares de medición.
Conclusión
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La sociedad métrica es una aglutinadora de rendimiento hiperindividualizado, competitivo y autoimpuesto; la exclusiva maximización del consumo y la producción a través de métricas y variables diseñadas por cálculos humanos falibles que alienan y desgastan la libertad; la objetivación de la naturaleza del individuo mediante números que homogeneizan la diversidad de las sociedades. Todo ello de forma voluntaria, en lo que representa la mayor victoria del modelo económico neoliberal. Constituimos espacios de tiempo digital imborrables que nos transforman en no-muertos al no existir opción al olvido, y todo cuanto de nosotros se codifica constituye un registro inmutable de nuestra persona (Han, 2014). El espíritu humano se ahoga y da paso a una coraza fría y pasiva, despojada de toda capacidad de definición propia. La identidad es dada en base a acciones codificadas mediante fórmulas, no por las causas que nosotros les damos a su ejecución. «El Big Data carece de concepto y de espíritu» declarará Byung-Chul Han (Ibid. p. 54), registrándose únicamente las correlaciones de datos frente a los porqués. En el proceso, el ser humano se vacía de razones y se llena de probabilidades y porcentajes.
Somos una especie que se permite el lujo de considerarse a sí misma feliz sin serlo. El crecimiento económico es notable, pero vivimos en la precariedad del espíritu. El hedonismo de lo pulido y amoldable está por todas partes; las inquietudes, las
7 La poca o nula flexibilidad de los ránquines y métricas en cuanto a los medios empleados para mejorar el puntaje favorece las trampas en individuos poco beneficiados por el algoritmo. En 2013, en la ciudad china de Xhongxiang, célebre por tener los mejores resultados en la prueba nacional de entrada a las universidades, se descubrió cómo se había creado una inmensa red de contactos que comunicaban las respuestas durante los exámenes. Los resultados obtenidos en estas clasificaciones académicas suponían mucho para los jóvenes, pues los puntajes altos eran la única manera que tenían los estudiantes de ingresos medios de acceder a una educación de élite.
decepciones, las inseguridades sociales y personales aumentan (Lipovetsky, 2006). ¿Cómo puede ser esto posible cuando concebimos la sociedad métrica como una manera de acabar con las incertezas, como un mayor perfeccionamiento de nuestra naturaleza? Porque es una ilusión. El culto numerológico, como si de una retorcida reinvención del relato Judas (1967) de John Brunner se tratara, ha generado una realidad alternativa. Es así porque así lo indican los números, o lo que es lo mismo, estos «constituyen socialmente lo que significa una buena educación, un gobierno eficiente o qué tipo de desempeños cuentan» (Mau, 2019, p. 15). ¡Creemos honestamente en ello! Alabamos a un Dios que han creado los hombres, agradable y optimizado en su estética; sin negatividad en su expresión. La sociedad métrica, inscrita en el hecho digital para hacer valer su capacidad cuantificadora, elimina lo distinto para dejar una superficie tersa y homogénea, tolerando exclusivamente las diferencias siempre y cuando sean «consumibles y aprovechables» (Han, 2015, p. 43).
¿Queda acaso redención en esta organización social que nos autodestruye? ¿Puede su maltrecha configuración, de dominantes y dominados, de vaciamiento de la esencia humana, reconstruirse en pos de lograr el fin por el que fue creada, a saber, mejorar el bienestar social? No es imposible: aún estamos a tiempo. Los algoritmos todavíase hallan bajo control mayoritario de sus diseñadores, y aunque se ha experimentado con la posibilidad de una IA autodidacta, esta es aún un proyecto en fase Alfa. Frenar la expansión de la numerocracia es esencial para evitar la espiral de injusticias y desigualdades que inconscientemente los números generan al estar limitados en la comprensión de nuestra naturaleza. Sin embargo, también es muy probable que este canto a la esperanza resulte en un elogio fútil. Que todavía estemos a tiempo no necesariamente implica que seamos conscientes de la situación. La problemática reside, como bien señala Cathy O´Neill (2016), en cómo importantes sectores de la sociedad consideran efectivo o se benefician de esta cuantificación de lo social, muy a pesar de que el modelo no juzga a los individuos por lo que realmente son o hacen. Es un sistema de ganadores y vencedores con claros perjudicados y vencidos. Sin embargo, queda una última ilusión que puede servir como redentora del algoritmo: el factor humano y su implicación en la confección de la sociedad métrica. Efectivamente, la falibilidad humana que provoca gran parte de las problemáticas de la sociedad métrica también guarda la posibilidad de evolucionar. Los sistemas de medida, y todo lo que deviene de ellos, son inmutables hasta que perciben algún arreglo por interdicción humana. «Los procesos de Big Data codifican el pasado. No inventan el futuro» (O´Neil, 2016, p. 252). Si la sociedad métrica está intervenida por humanos, hemos de «humanizar» lo cuantificable.
Decía Rousseau (1754) sobre la naturaleza cómo, a su mandato, «la bestia obedece. El hombre experimenta la misma sensación, pero se reconoce libre de someterse o de resistir, y es sobre todo en la conciencia (…) donde se manifiesta la espiritualidad de su alma» (p. 18). Nos hemos reconocido en nuestra capacidad de salvar lo bello mediante la creciente asunción de lo sublime, lo imperfecto. Hemos entendido la necesaria inmersión contemplativa que sustituya la angustiosa vita activa que desgarra nuestro espíritu. La sociedad métrica bien merecía una reflexión similar, y su superación necesitaba una postura mucho más simple: entender cómo habíamos decidido libremente someternos al
algoritmo. Manejar la métrica es una responsabilidad que no puede desligarse del factor humano que la conforma; solo a partir de entonces, y siendo conscientes de cómo los números jamás podrán cuantificar todo nuestro valor como seres humanos, podremos ser capaces de aceptar de manera consciente su supeditación. Y todos los errores que surjan de esta nueva convivencia, de esta medición que tiende al bien común referido por Rousseau, convendrán corregirse mediante las decisiones que tomemos como sociedad. Esa es, sin duda, nuestra mayor responsabilidad.
«Como sabéis, las máquinas nos la han jugado buena».
John T. Sladek. La raza feliz (1967).