8 minute read

Devocional

Next Article
Fe en crecimiento

Fe en crecimiento

AG

Devocional

CHARISSA TOROSSIAN

MENSAJE DEVOCIONAL PRESENTADO EL JUEVES 9 DE JUNIO DE 2022

Devota para siempre

Cuando María Magdalena se encontró con él, su vida era un desastre. Lucas 8:1-3 nos dice que Jesús le quitó demonios en siete ocasiones. Imagine el tipo de vida que tenía María si es que cuando conoció a Jesús, los demonios se sentían «en casa» dentro de ella. Pero el día en que conoció a Jesús, su vida cambió por completo (ver 2 Cor. 5:17). Después de conocer al Maestro, se sintió atraída por él; dedicó sus finanzas a la causa de él; donde él iba, ella iba también. En cada acto de su vida, puso a Jesús en primer lugar.

Lucas Ludwig

CONFIAR EN ÉL, AUN CUANDO SEA DIFÍCIL

Cuando Lázaro, hermano de Marta y María, enfermó, las hermanas enviaron un mensaje a Jesús. Él respondió: «Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella» (Juan 11:4). Tenemos el beneficio de saber que Lázaro sería resucitado, pero las hermanas solo sabían que Jesús había dicho que Lázaro no moriría, pero murió. ¿Qué hacemos cuando oramos por alguien, y después muere?

Jesús llegó cuatro días después, y María corrió hasta caer a sus pies (vers. 32). ¡Oh, si tan solo tuviéramos ese hábito! «En favor de Lázaro se realizó el mayor de los milagros de Cristo». 1 La experiencia de Lázaro nos recuerda orar no importa cuán desesperante parezca la situación, porque aunque él parece llegar cuatro días tarde, Dios aún está a tiempo.

UN ACTO SUPREMO

El acto supremo de la devoción de María se produjo en la semana previa al Calvario. Simón, un fariseo a quien Jesús había sanado de la lepra, invitó a Jesús a su hogar en Betania, como una manera de agradecerle. En contraposición a lo habitual, Simón no trató a Jesús como huésped especial. Todo anduvo bien hasta que una mujer no invitada, que Juan identifica como María (ver Juan 11:2) hermana de Marta y Lázaro, ingresó a la sala.

María había escuchado a Jesús hablar de su muerte. Ella había adquirido un recipiente de alabastro con perfume –que valía el salario de todo un año– para el triste día cuando ungirían su cuerpo. Pero ahora, se decía que Jesús estaba por ser coronado rey.

María tenía el regalo perfecto para un rey. Marta comentó que estaba ayudando en la fiesta de Simón, y que Jesús también estaría allí. María vio que era su gran oportunidad. Ingresó a la casa, «y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los secaba con sus cabellos; y besaba sus pies y los ungía con el perfume» (Luc. 7:38).

A los pies de Jesús, su mente se llenó de recuerdos de todo lo que él había hecho por ella, y de todo lo que él significaba para ella. De pronto, su regalo le pareció inadecuado para Jesús. Al romper el recipiente, algo se quebrantó en su interior y comenzó a derramar lágrimas. La Biblia dice que el cabello de una mujer es su gloria; María colocó sus cabellos a los pies de Jesús y con este acto le dijo a Jesús: Señor, la parte más baja de ti es más alta que lo más elevado de mí.

Mientras el aroma del sacrificio llenaba la habitación, Judas olfateó el dinero. Los discípulos se le sumaron con un coro de críticas: Nosotros también amamos a Jesús, pero esto es ridículo. Acaba de tirar trescientos denarios a la basura que podrían haberse dado a los pobres (ver Juan 12:4, 5). Para poner esto en perspectiva, cuando Jesús alimentó a los cinco mil, eran cinco mil hombres más sus mujeres e hijos, y Felipe le dijo a Jesús que doscientos denarios no alcanzaban para ello (ver Juan 6:7). Pero trescientos denarios acaso sí. El regalo de María podría haber costeado la alimentación de miles.

Mientras Simón observaba, la Biblia nos dice que pensaba: «Si este fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que lo toca, porque es pecadora» (Luc. 7:39). Es la manera delicada que tiene la Biblia

En la extravagancia de su sacrificio, Jesús vio que se derramaba el amor del cielo.

de decir que María había vivido una vida de abierta inmoralidad. ¿Cómo lo sabía Simón? ¿Cómo una mujer de una familia como la de María terminó poseída por demonios y en la prostitución?

El Deseado de todas las gentes nos dice lo que está implícito en el texto: «Simón había arrastrado al pecado a la mujer a quien ahora despreciaba. Ella había sido muy perjudicada por él». 2 En otra parte, Elena White dice que Simón era tío de Lázaro, lo que lo convertía también en tío de ella.3 Jesús podría haber expuesto el terrible secreto que Simón mantenía oculto, pero no lo hizo. Por el contrario, contó una parábola que concluyó con la moraleja: A los que se les perdona mucho, mucho aman. Entonces, volviéndose a María, Jesús le dijo: «Tus pecados te son perdonados» (vers. 48).

Y siguió diciendo: «De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que esta ha hecho, para memoria de ella» (Mat. 26:13). Jesús quería que todo el mundo oliera la fragancia del regalo de María. ¿Por qué?

En el recipiente de alabastro quebrado a sus pies, Jesús vio su cuerpo que pronto sería quebrantado por nosotros. En el precioso perfume derramado sobre el suelo, vio su sangre «derramada para perdón de los pecados» (vers. 28), pero rara vez apreciada. En su motivación vio un reflejo de la suya al morir por nosotros. ¡Solo el amor fue lo que llevó a Jesús al Calvario! En la extravagancia de su sacrificio, Jesús vio que se derramaba el amor del cielo. Dijo: «Ha hecho lo que podía» (Mar. 14:8). Él también ha hecho todo lo que podía para salvarnos.

UN REFLEJO DE ÉL

Jesús vio en María lo que anhela ver en todos nosotros: un reflejo de su carácter. Judas vendió a Jesús por treinta piezas de plata, pero Jesús vale muchísimo más. Vale romper el recipiente de alabastro de nuestra vida. ¿Cuánto vale Jesús para ti?

A algunos les resulta difícil ponerse de parte del Salvador viviente; María permaneció fiel junto al que pronto moriría. Desde el día en que la rescató, hasta el día en que murió por ella, fue su discípula devota. Fue la última en la cruz y la primera en la tumba.

Ese domingo a la mañana en que halló la tumba vacía, dio la alarma a los discípulos. Pedro y Juan corrieron a ver el sepulcro gracias a ella. «Y volvieron los discípulos a [sus hogares]. Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro» (Juan 20:10, 11).

Pedro y Juan pueden ir a casa; María no puede hacerlo. Su devoción amante por Jesús la dejó plantada allí. Cuando todos se habían alejado, Jesús se había quedado allí. Cuando nadie le había creído, Jesús había visto que era valiosa. Cuando su familia no la había apoyado, Jesús la había defendido. Cuando su hermano murió, Jesús había llegado y le había devuelto la vida. Cuando había sido abusada, el amor de Jesús había llevado sanación y paz a su corazón herido. Los ángeles se le aparecieron a María, pero ella ni se inmutó, porque estaba buscando a Jesús.

«Dicho esto, se volvió y vio a Jesús que estaba allí; pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” Ella, pensando que era el jardinero, le dijo: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo llevaré”. Jesús le dijo: “¡María!”. Volviéndose ella, le dijo: “¡Raboni!”, que significa: “Maestro”» (vers. 14-16). ¡Nadie pronunciaba el nombre de ella como lo hacía Jesús! «Jesús le dijo: “¡Suéltame!, porque aún no he subido a mi Padre; pero ve a mis hermanos y diles: ‘Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios’”» (vers. 17). ¡No culpo a María por haber querido asirse de Jesús! Pero Jesús le dice que lo deje ir por una razón muy importante. «Jesús se negó a recibir el homenaje de los suyos hasta tener la seguridad de que su sacrificio era aceptado por el Padre». 4

Jesús iba a ascender al cielo para que su sacrificio fuera aceptado. Imagine el entusiasmo que pulsaba en el universo no caído. Todo el cielo aguardaba ese momento. Pero todo el cielo esperó, porque Jesús sabía que en las sombras de ese jardín había una mujer devota y sollozante que lo buscaba, porque lo amaba.

Después de ese encuentro, la imagino irrumpiendo sin aliento en el bien trabado aposento alto para exclamar: «¡Acabo de ver a Jesús!» Ver al Señor cambió por completo a María, y también nos cambia por completo a nosotros. Apocalipsis 14:4 describe en el fin del tiempo, un pueblo que sigue «al Cordero dondequiera que va». Porque, al igual que María, los integrantes de ese pueblo aman a Jesús. ¿Pueden decir conmigo hoy: «Señor Jesús, me dedico a ti hasta el día en que regreses»?

1 Elena White, El Deseado de todas las gentes (Mountain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1955), p. 482. 2 Ibíd., p. 519. 3 Elena White, en Signs of the Times, 9 de mayo de 1900. 4 Elena White, El Deseado de todas las gentes, p. 734.

Charissa Torossian es coordinadora de oración y parte del equipo de evangelización de la Asociación Norte de Nueva Gales del Sur en Australia.

This article is from: