6 minute read

Descubramos el Espíritu de Profecía

Next Article
Salud y bienestar

Salud y bienestar

Descubramos el Espíritu de Profecía

Regreso al altar

La atmósfera de ese fatídico día sobre el Monte Carmelo1 estaba cargada, aunque un silencio inquietante había caído sobre la asamblea. En el pasado, ese monte había sido frondoso y hermoso, pero todo había cambiado. Lo que había sido verde ahora estaba quemado y ralo, resultado de una dolorosa sequía de tres años y medio.

LA SEQUÍA INTERIOR

Quizá mayor que la sequía física que atrapaba a la nación, era la sequía espiritual, que dejaba al pueblo de Dios con el alma sedienta y la fe exhausta. Israel era gobernado por el malvado rey Acab y su esposa Jezabel, quizá la peor elección posible de una compañera. La esposa sidonia de Acab lo había llevado a renunciar a su lealtad a Dios.

Los pequeños actos de transigencia religiosa de Acab se convirtieron en apostasía plena. Acab construyó un templo a Baal para Jezabel, en la capital de Samaria, y erigió también una imagen de Asera. Ochocientos cincuenta profetas lideraban el culto pagano de esas deidades, pero ni siquiera eso apaciguaba a Jezabel. El primer acto de ella que registran las Escrituras habla de «genocidio de los profetas». La adoración falsa y la adoración verdadera no pueden coexistir. Una tiene que morir para que la otra viva. La Biblia dice en 1 Reyes 16:33: «También hizo Acab [y Jezabel] una imagen de Asera, para provocar así la ira de Jehová, Dios de Israel, más que todos los reyes de Israel que reinaron antes de él». Israel tenía la atención plena de Dios.

ENCUENTRO EN LA MONTAÑA

Fue ante esa devastadora crisis espiritual que Dios llamó al profeta Elías, cuyo nombre significa «Jehová es mi Dios». Dios convocó a Elías para ese momento. Elena White comenta que «moraba en los días de Acab un hombre de fe y oración cuyo ministerio intrépido estaba destinado a detener la rápida extensión de la apostasía en Israel». 2

Cuando Elías enfrentó a Acab, el rey lo acusó de perturbar a Israel. Quizá era entendible, porque fue Elías quien declaró que ni una gota de lluvia caería si no era por su palabra. Tres años después, la resolución de Acab estaba quebrantada. Cuando Elías ordenó a Acab que lo encontrara en el Monte Carmelo junto con todos los profetas de Baal y Asera, el rey obedeció mansamente. Esa era la autoridad espiritual investida en el siervo de Dios. ¿Cómo?

Tenía la misión divina de reconstruir el altar quebrado de Israel.

En el Monte Carmelo, Elías fijó los términos de la competencia. Se erigirían dos altares. Los profetas de Jezabel pondrían su sacrificio en uno de ellos y Elías haría lo propio en el otro. «Invocad luego vosotros el nombre de vuestros dioses; yo invocaré el nombre de Jehová. El Dios que responda por medio del fuego, ese es Dios», concluyó Elías. Toda la nación estuvo de acuerdo y, como sabemos, los profetas de Baal gritaron y clamaron, cortándose hasta sangrar, pero nada sucedió. El dios de ellos jamás respondió.

Fue entonces cuando Elías pidió al pueblo que se acercara y reparara el altar quebrado del Señor, el altar al cual Dios envió fuego para consumir el sacrificio de Elías. Esa demostración del poder de Dios fue inolvidable y sin precedentes. En un instante, Dios restauró su supremacía y reordenó las prioridades espirituales de Israel.

UNA GEMA OCULTA

A menudo pasamos por alto en esta maravillosa narrativa bíblica una frase de 1 Reyes 18:36. Fue a «la hora de ofrecer el holocausto» que Elías oró para que cayera fuego del cielo, para que Dios mostrara que era el Dios de Israel. Las experiencias de adoración matutinas y vespertinas enmarcaban espiritualmente la vida israelita.

Dios había instituido esa experiencia de adoración personal y familiar para desarrollar una cadencia devocional en su pueblo: «Ofrecerás uno de los corderos por la mañana, y el otro cordero lo ofrecerás a la caída de la tarde» (Éx. 29:39), dijo Dios. En un sentido muy real, Elías no solo estaba llamando a la nación de regreso al altar de la verdadera adoración; estaba llamando a la nación de regreso al altar de la adoración regular y sistemática del verdadero Dios. El altar de la adoración corporativa de Israel estaba quebrado, pero los altares personales y familiares de Israel habían sido quebrantados mucho antes. ¿Podríamos hoy estar enfrentando una suerte similar en la Iglesia Adventista en lo que respecta a la adoración personal y familiar? Una encuesta mundial, realizada en 2018, halló que solo el 34 por ciento de los hogares adventistas participaba regularmente del culto matutino y vespertino, y que solo el 52 por ciento de los miembros tenía algún tipo de devoción personal.3 ¿Puede una iglesia con un mensaje para el tiempo del fin centrado en la adoración –los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14:6 al 12– dar ese solemne mensaje si sus miembros no participan fielmente del culto personal y familiar? En otras palabras, ¿podemos proclamar efectivamente lo que muchos no están haciendo diariamente?

Elena White comenta: «Nada es más necesario en la obra que los resultados prácticos que produce la comunión con Dios». 4 Agrega: «Como los patriarcas de la antigüedad, los que profesan amar a Dios deberían erigir un altar al Señor dondequiera que se establezcan. […]Los padres y las madres deberían elevar sus corazones a menudo hacia Dios para suplicar humildemente por ellos mismos y por sus hijos. Que el padre, como sacerdote de la familia, ponga sobre el altar de Dios el sacrificio de la mañana y de la noche, mientras la esposa y los niños se le unen en oración y alabanza. Jesús se complace en morar en un hogar tal». 5

NUESTRA NECESIDAD MÁS APREMIANTE

La restauración de la adoración personal y familiar entre los adventistas es quizá la necesidad más apremiante de nuestro tiempo. Pero no será fácil. Hoy día enfrentamos el desafío de la tecnología, que cada vez ocupa más de nuestro tiempo y altera nuestra mente. Nuestra adicción a los medios, en especial a los medios sociales, nos ha dejado ansiosos, irritables,

¿Puede ser que el altar sea el antídoto a nuestras mentes exhaustas y corazones intranquilos?

solitarios, estresados, deprimidos, insomnes e infelices con nuestra situación en la vida.

Es irónico que la adoración, personal y familiar, tiene un efecto opuesto. Calma la mente, disminuye la soledad, reduce el estrés, incrementa la paz, suple las necesidades emocionales y nos enseña contentamiento. ¿Puede ser que el altar sea el antídoto a nuestras mentes exhaustas y corazones intranquilos?

Ahora más que nunca, Dios nos está llamando de regreso a su corazón, a instancias consistentes de renovación en su presencia. Es por esa razón que la Iglesia Adventista ha lanzado la iniciativa «Regreso al altar», un esfuerzo destacado de reconstruir los altares personales y familiares quebrados en la iglesia de Dios. Para 2027, esperamos ver que al menos el setenta por ciento de los miembros adventistas participe de la adoración matutina y vespertina, tanto personal como familiar. Escuchará mucho más sobre esta iniciativa en el futuro, pero todos podemos comenzar ahora mismo. Si regresamos al altar con Dios, seremos transformados a su imagen y empoderados para terminar su obra.

1 Esta historia se encuentra en 1 Reyes 16-18. 2 Elena White, Profetas y reyes, (Mountain View, Cal.: Pacific Press Pub. Assn., 1957), p. 87. 3 Encuesta Global de Miembros (2018), Secretaría de Archivos, Estadísticas e Investigaciones (Silver Springs, Md.: Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, 2018), p. 14. 4 Elena White, Testimonios para la iglesia, t. 6 (Doral, Fl.: Asoc. Publ. Interamericana, 2004), p. 54. 5 Elena White, Conducción del niño (Mountain View, Cal.: Pacific Press Publ. Assn., 1964), p. 490.

Dwain N. Esmond está cursando su doctorado y es director/editor asociado del Patrimonio White, además de coordinador de la iniciativa de adoración Regreso al Altar.

This article is from: