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Voces jóvenes

Voces jóvenes

Cuando pases por las aguas

En estos últimos meses he pasado por muchas noches oscuras.

Siempre tenemos que enfrentar cambios. Algunos de ellos los planeamos y esperamos; otros nos llegan inesperadamente, sin que sepamos a ciencia cierta qué hacer a continuación. En el último año, experimenté varios momentos traumáticos y, en consecuencia, me diagnosticaron trastorno por estrés postraumático. No soy la única: puede que conozcas a alguien que también ha pasado por una situación traumática últimamente.

Esos eventos o pérdidas pueden cambiar muchas cosas, y es necesario adaptarse a nuevas realidades. Estas suelen asociarse con síntomas desagradables, como pesadillas y recuerdos recurrentes, entre otros. Así es como el cerebro procesa lo que nos pasa.

La Biblia abunda en historias de personas cuyo enojo, lágrimas, temores, desilusiones y errores las hicieron volverse a Dios en busca de sanación y comprensión. Las historias de Job, José, David, Elías, María, Marta, y el mismo Jesús nos muestran que a veces es normal sentirse abrumado. Todas esas personas anhelaron desesperadamente la presencia de Dios en medio de diversas crisis. Podemos aprender de sus vidas y regocijarnos y confiar en el Señor, aun si no sentimos ganas de saltar de alegría. Al pasar por ese valle oscuro, esas historias han sido una fuente de valor para mí.

Hace no mucho, compartí en la iglesia la historia del paralítico en el estanque de Betesda. Una simple pregunta de Jesús –«¿Quieres ser sano?»– y un poco de fe de parte del hombre alcanzaron para producir un milagro.

No obstante, ¿qué sucede si Dios tiene tiempos diferentes para el proceso de sanación de las diversas personas? ¿Y si la pregunta de Jesús nos encuentra en situaciones diferentes? ¿Podemos todavía ser sanados?

El milagro del paralítico llevó a que el hombre caminara otra vez.

La historia de Jacob, sin embargo, es sumamente diferente. Uno de los encuentros más importantes que tuvo con Dios –coincidente con uno de los momentos de mayor sanación espiritual–, lo llevó a sufrir una lesión crítica en la cadera. Jacob había engañado a su padre, escapó de su hermano, perdió su hogar, soportó las tretas de su tío, perdió a su madre, y regresaba ahora a todo lo que había logrado evitar durante años.

Estaba aterrado de volver sobre sus pasos a su tierra natal. Sin embargo, a pesar de los reproches de su propia conciencia y el recuerdo de su pecado, a cada paso del camino Dios le recordó su compañía y su promesa.

A veces, recordar los eventos traumáticos que me tocaron enfrentar parece ser más de lo que puedo soportar. No obstante, ir a la iglesia, recibir amor, apoyo y palabras de aliento de otros feligreses y amigos, ha sido un recordatorio constante de la promesa que Dios hizo a Jacob hace muchos años, en una noche muy oscura: «Yo estoy contigo. Te protegeré por dondequiera que vayas, y te traeré de vuelta a esta tierra. No te abandonaré hasta cumplir con todo lo que te he prometido» (Gén. 28:15, NVI).

En Isaías 43:2 leemos: «Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo». Dice: «Cuando pases», no «Si pasas». Todos tenemos que atravesar valles oscuros, pero él promete estar con nosotros.

Después de pasar por las aguas del río Jaboc, la cadera de Jacob siguió doliéndole, pero su rostro reflejó paz. Los profesionales me han ayudado a comprender y hacer frente a mi estrés postraumático pero, por sobre todo, agradezco a Dios por su recordatorio hermoso e invalorable que me da en la Biblia: hay un fenómeno de bendición postraumática, y está a disposición de todos.

Carolina Ramos estudia Traducción, Enseñanza de Inglés y Educación Musical en la Universidad Adventista del Plata en Argentina.

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