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Puedo contarle una historia?
DICK DUERKSEN
Ataques de gratitud
Una historia de Reg Maas
«Reg Maas trabaja con un pequeño equipo global de ingenieros que está desarrollando superficies milagrosas de cerámica. Un átomo a la vez: así es como enfrenta todo. Con cuidado. Con precisión. Pero con intensa bondad. Es en verdad un hombre auténtico. Alguien que camina con Dios. No creo conocer un alma más maravillosa». —Tim Mayne, pastor de Reg.
Reg y su hermano Randy son las auténticas personas de tipo «hágalo usted mismo». Randy había decidido construir una casa nueva. Sería una casa de tres niveles, lejos de las grandes ciudades, en Peck (Idaho, EE. UU.). Sabía que su hermano le sería de buena ayuda, por lo que llamó a Reg y le pidió que fuese a acompañarlo en la tarea.
«No hay problema, hermano. ¡Hagamos una reunión familiar!»
Reg empacó sus herramientas y viajó más de seiscientos kilómetros hasta Peck. Al ver la casa nueva, vio que la construcción incluía una sólida y segura chimenea ignífuga con dos metros por lado, y que subiría del sótano hasta el tope de los tres niveles de la casa.
«Había una doble fila de bloques de concreto en el sótano, fijados en el cemento y atravesados con barras de acero para asegurarse que la chimenea estuviera derecha y firme –describió Reg–. ¡Era un buen comienzo!»
La semana estuvo llena de familiares, buena comida y muchos diálogos sobre Dios. Aun uno de los parientes incrédulos se sumó, y el fin de semana terminó siendo una fiesta espiritual. * * *
El domingo por la tarde, Reg estaba trabajando en las cornisas al borde del techo cuando notó un nido de avispas en el altillo. Tomó un insecticida y se trepó para ocuparse del enemigo. Al llegar allí, descubrió que había muchas más avispas de las que había anticipado, y estaban sumamente enojadas.
Al apretar el disparador del insecticida, una bola giratoria de avispas negras voló hacia él. Reg dio un paso hacia atrás, perdió el equilibrio, y cayó de espaldas por el hueco pensado para la chimenea. Cayó nueve metros, desde el altillo hasta los bloques del sótano.
«Cayó desde el nivel superior de la casa –cuenta uno de sus amigos–. Entonces, su espalda golpeó una de las vigas de madera del segundo piso. Eso lo dio vuelta, y cayó de frente hasta el siguiente piso, donde se golpeó otra vez. El impulso lo volvió a dar vuelta, y cayó de espaldas hasta el último nivel, donde fue atravesado por las barras verticales de acero».
La primera barra le atravesó el brazo a la altura de
la muñeca. La segunda lo golpeó junto a la columna vertebral y lo atravesó, saliéndole por el pecho.
«Allí estaba tirado, con la camiseta blanca cubierta de sangre. Lo primero que pensé fue: “Esto se ve muy feo”».
Randy, el hermano de Reg, es un técnico médico de emergencias, y estaba trabajando en otra parte de la casa. Escuchó el grito pero no tenía idea qué había pasado o por qué gritaba su hermano. Entonces alguien lo llamó desde el sótano.
«¡Randy! ¡Reg está aquí abajo en el sótano! ¡Quedó ensartado! ¡Apresúrate!»
Randy corrió hasta el sótano, y quedó como petrificado. Su hermano yacía sobre los bloques de cemento mientras del pecho le salía más de medio metro de una barra de acero.
La capacitación de emergencias enseña que hay que dejar la barra donde está y llevar a Reg a un hospital inmediatamente. Pero Randy no podía hacer lo que había aprendido porque no se podía levantar a Reg lo suficiente para cortar la barra de acero por debajo de su cuerpo. * * *
Randy sintió la fuerte impresión de ir en contra de su entrenamiento. Para salvar la vida de su hermano, tenía que gatear sobre su estómago por debajo de Reg, y entonces levantarlo con cuidado más de medio metro para sacarlo de las barras. Acaso no serviría para nada, pero decidió hacerlo; se tiró al piso y comenzó a levantar más y más a Reg.
Mientras tanto, Reg procuraba no respirar, por temor a desangrarse por el esfuerzo.
Momentos después, el herido quedó libre de las barras, sostenido por Randy y un sobrino. Dio un par de pasos, y dijo: «No me siento muy bien».
Los servicios de emergencia llegaron en helicóptero para llevar a Randy al mejor centro de traumatología de la zona, pero la ambulancia de un hospital cercano también se hizo presente. Decidieron usar la ambulancia, y Reg pronto estuvo en camino a la sala de emergencias. No había mucha posibilidad que sobreviviera.
«Estaba en casa en Oregón, a más de seiscientos kilómetros cuando sonó el teléfono –cuenta el pastor Mayne–. “Por favor, venga a ayudarnos. Reg está muriendo. Él lo necesita. ¡Rápido!” Me apresuré, manejando toda la noche, esperando ver a mi amigo antes de que falleciera».
Dos médicos trabajaron durante horas. Ambos eran incrédulos, y salieron de la sala de operaciones sacudiendo la cabeza, sin poder creer lo que había sucedido.
Uno de ellos habló con el pastor Mayne: «No creo en Dios, ¡pero Dios salvó a ese hombre!»
«Mire la tomografía –le dijo uno de los médicos a Reg–. La barra que le atravesó la muñeca no tocó ningún vaso sanguíneo importante. Solo dejó una cicatriz. Sin embargo, el mayor milagro se produjo con la segunda barra. Pasó junto a su columna vertebral, tocó el borde del corazón y cruzó alrededor del hígado, estómago, riñones y pulmones, y entonces explotó al salir del pecho sin causar mayores daños. La barra no viajó en línea recta. Realizó una trayectoria imposible».
«Esperaba desangrarme, colgando de la barra allá en el sótano –recuerda Reg–. Entonces, me di cuenta de que Alguien se estaba ocupando de mí. Nunca antes había sentido una paz semejante».
Dos días después, Reg Maas salió caminando del hospital ante las exclamaciones asombradas de sus parientes, amigos, cuidadores y el pastor Mayne.
«Llegué pensando que venía a conducir un funeral –dice el pastor Mayne–. Por el contrario, ¡participé de la celebración de un milagro!»
«Recibí dos cosas de este milagro –dice Reg–. Un par de cicatrices, y ataques recurrentes de gratitud. Prefiero caerme por una chimenea con Dios, antes que caminar por la acera sin su compañía».
Dick Duerksen es un pastor y narrador que vive en Portland, Oregón, Estados
Unidos.
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Vol. 18, No. 9