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En qué creemos
En qué creemos
El Padre
La presencia de Dios
Un comienzo sin fin
Cada comienzo es único y, sin embargo, todos los comienzos comparten la frescura del pasado, ofreciendo una novedad reveladora. La vida está llena de comienzos: dar los primeros pasos, pronunciar las primeras palabras, los primeros días escolares, un primer novio o novia, la primera graduación, la boda, el nacimiento de un hijo, una mudanza, un nuevo trabajo, una nueva iglesia. Nuestras vidas son como un péndulo que oscila entre fines y comienzos, porque no es posible que uno exista sin el otro.
DOS COMIENZOS CONECTADOS
La Biblia menciona muchos comienzos. Pero dentro de la gama bíblica de novedades, dos comienzos se conectan de manera especial marcando una característica fundamental de nuestra existencia: la presencia de Dios. Pensemos en la inauguración del sábado, según se describe en Génesis 1:31-2:3, y el comienzo del servicio del santuario, tal como aparece en Éxodo 39: 32-42 y 40:9.
Estos dos comienzos siguen a la compleción de una obra de creación. El algo evidente en el uso de terminología similar, lo que en ambos episodios indica: (1) una evaluación de la obra creadora; (2) una declaración de finalización; y (3) una bendición y consagración. Una mirada más cercana lo deja aún más en claro: «Y vio Dios todo cuanto había hecho, y era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana del sexto día. Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo lo que hay en ellos. El séptimo día concluyó Dios la obra que hizo, y reposó el séptimo día de todo cuanto había hecho. Entonces bendijo Dios el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de
toda la obra que había hecho en la creación» (Gén. 1:31-2:3).
«Así fue acabada toda la obra del Tabernáculo, del Tabernáculo de reunión; e hicieron los hijos de Israel como Jehová había mandado a Moisés; así lo hicieron […]. Conforme a todas las cosas que Jehová había mandado a Moisés, así hicieron los hijos de Israel toda la obra. Cuando Moisés vio toda la obra, y que la habían hecho como Jehová había mandado, los bendijo» (Éx. 39:32-43). «Después tomarás el aceite de la unción, ungirás el Tabernáculo y todo lo que está en él; lo santificarás con todos sus utensilios, y será santo» (Éx. 40:9).
En Génesis, Dios contempla su creación, la declara buena en gran manera y completa, e instituye el sábado. En Éxodo, Moisés contempla el tabernáculo, lo declara completado y bien hecho (de acuerdo con las instrucciones divinas), bendice al pueblo y unge el tabernáculo.1
Así como la creación del mundo es un acto creador, la construcción del tabernáculo es una obra creativa. Resulta interesante que la primera vez que el concepto artístico aparece en la Biblia es en el contexto de la construcción del santuario.2 Dios creó un mundo hermoso para que lo habitemos y, a su vez, se permitió usar el conocimiento artístico de la humanidad para construir un lugar para que allí habite el Creador.
DIOS ESTÁ PRESENTE COMO CREADOR Y SALVADOR
El sábado es la presencia especial de Dios con nosotros en el tiempo. El santuario es la presencia especial de Dios con nosotros en el espacio. Juntos, el sábado y el santuario describen a Dios como alguien que está constantemente presente con la humanidad: primero como Creador, antes de que el pecado ingresara al mundo; y después de que el pecado comenzó su obra destructora en nosotros, también como Salvador.
Como recordatorio de la Creación, el sábado nos señala a Dios como nuestro Creador, y es una rememoración constante de nuestros orígenes: somos hijos de Dios, creados a su imagen y para reflejar su carácter en todas nuestras relaciones (Gén. 1: 27; Éx. 20:8; 31:13-17). El servicio del santuario se hizo necesario después de la caída y señaló el futuro sacrificio de Cristo por el cual habría de expiar los pecados del mundo. Ese sacrificio nos ofrece una manera de reconciliarnos con Dios y conectarnos con nuestro Creador en una relación personal.
LA PRESENCIA CONTINUA DE DIOS
Dado que fue creado antes del pecado, el sábado tenía que ser un servicio permanente. Isaías señala su continuidad por la eternidad: «“Y de mes en mes, y de sábado en sábado, vendrán todos a adorar delante de mí”, dice Jehová» (Isa. 66:23).
Aunque el servicio del santuario halló su cumplimiento en la cruz, el tabernáculo celestial descenderá a la tierra en la tercera venida de Cristo para inaugurar su residencia en nuestro medio. «Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían pasado y el mar ya no existía más. Y yo, Juan, vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de parte de Dios, ataviada como una esposa hermoseada para su esposo. Y oí una gran voz del cielo, que decía: “El tabernáculo de Dios está ahora con los hombres. Él morará con ellos, ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos como su Dios”» (Apoc. 21:1-3).
UN COMIENZO SIN FIN
Los comienzos y fines son una parte normal de nuestra vida. Aunque valoramos las novedades, en nuestro contexto pecaminoso, siempre vienen
acompañadas de ganancias y pérdidas. No obstante, hay un comienzo anticipado en la Biblia que carece de toda pérdida, porque no tiene fin. Es el comienzo de una eternidad en la presencia de Dios ya sin mediador. En esa eternidad él estará para siempre en nuestro medio como Creador y Salvador. Lo más asombroso es que ya podemos vivir en su presencia con confianza y gratitud y, aun ahora, podemos tener un anticipo de su bondad y el interés cercano que tiene Dios en cada uno de nosotros.
1 Que el servicio del santuario marca un nuevo comienzo queda sugerido, entre otras cosas, por las instrucciones divinas de levantarlo en el primer día del primer mes (véase Éx. 40:2, 17). 2 En Éxodo 35, Moisés le dice a Israel que Dios «ha nombrado a Bezaleel […] y lo ha llenado del espíritu de Dios, en sabiduría, en inteligencia, en ciencia y en todo arte» (vers. 30, 31) para liderar la construcción del santuario. De manera similar, Dios facultó a Aholiab y a otras personas habilidosas con «sabiduría e inteligencia para saber hacer toda la obra del servicio del santuario, [según] todas las cosas que ha mandado Jehová» (Éx. 36:1).
Adelina Alexe nació en Rumania, y actualmente es candidata al Doctorado en Teología Sistemática en el Seminario Teológico Adventista de la Universidad Andrews en Míchigan, Estados Unidos.