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Fe en crecimiento
El sábado, una serpiente y unos lobos — Primera parte
La siguiente historia fue publicada en KidsView en el 2011. Tendrás que esperar hasta el próximo mes para saber el final. Entretanto, te invitamos a adivinarlo y compartirlo escribiendo a kidsview@adventistreview.org. Puede que te demos alguna clave de lo que sucede a continuación. —Los editores
Merritt Kellogg estiró los brazos y se desperezó. Todo estaba muy tranquilo. El agua del arroyo corría, cantarina, a solo unos metros. El sol brillaba, y una brisa fresca agitaba suavemente los pastizales cercanos. Era un sábado perfecto para reflexionar, leer la Biblia y disfrutar de una buena siesta. Antes de no mucho, Merritt se quedó dormido.
Ssssss. El ruido penetró su adormecida cabeza. Ssssss. Medio dormido, Merritt procuró recordar dónde estaba. Sssssss. Irritado al ser despertado de un descanso tan agradable, abrió con desgano los ojos. Al enfocar la vista, se dio cuenta de que, a escasos centímetros de su rostro, mirándolo fijamente, se encontraba la serpiente más larga que había visto alguna vez. La cabeza tenía siete centímetros de ancho y doce centímetros de largo. ¡Era lo más aterrador que había visto!
Con el corazón latiéndole a toda velocidad, Merritt pegó un tremendo salto. Tomando un palo, pronto mató a la serpiente. Con las piernas temblorosas, levantó la serpiente muerta. Tenía 1,8 metros y siete centímetros de espesor. Ya no pudo volver a dormirse.
Era 1859, y Merritt tenía 27 años. Había vivido en Míchigan (EE. UU.) toda su vida, pero los tiempos eran difíciles, y el trabajo escaseaba. Entonces, vendió su casa y todas sus pertenencias,
Tesoro bíblico
«Yo soy el Señor su Dios. Sigan mis decretos, obedezcan mis leyes y observen mis sábados como días consagrados a mí, como señal entre ustedes y yo, para que reconozcan que yo soy el Señor su Dios»
(Eze. 20:19, 20, NVI).
con excepción de dos caballos, una carreta, unas ollas, sartenes y unas pocas herramientas, y arrancó hacia el oeste con su esposa y tres hijos.
Había comenzado la fiebre del oro, y muchos viajaban hacia el oeste buscando hacerse ricos. Merritt conoció al capitán Parks, un hombre que también había decidido viajar en busca de oro. El capitán necesitaba alquilar una carreta para llevar sus pertenencias, y Merritt aceptó el encargo con una condición: había aceptado la fe adventista siete años antes, y estaba decidido a no trabajar jamás en sábado. Escribió un contrato y le pidió al capitán Parks y al resto de las personas de la caravana que lo firmaran. Así lo hicieron, acordando que jamás viajarían en sábado.
Pero el capitán Parks pronto olvidó el pedido. Cuando llegó el sábado, quiso continuar viajando. Merritt le recordó el acuerdo, pero el capitán no lo escuchó; le dijo a la esposa de Merritt que no era seguro que una carreta viajara sola. Ella le rogó a Merritt que fueran todos juntos en caravana, pero él se rehusó. El sábado era más importante. Así fue que la caravana lo dejó con algo de comida, un rifle y su Biblia. Y aquí estaba ahora, solo, con una serpiente muerta a sus pies y el corazón que parecía salírsele del pecho.
Continuará.
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